Mafia Femenina 1: Albures y A...

By margomugani

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[Ganadora en los Premios Watty 2014] «El mundo giraba según reglas propias e imprenetrables, reglas hechas de... More

Sinopsis
Prefacio
1. Feria Gattini Curioso
2. Jhonny Walker
3. Akab
4. La Escama
5. Gareth Trivaldi
6. Corin de Martino
7. Hotel Beldes
8. Torre Eurosky
10. Cementerio Flaminio
11. Sueños proféticos
12. Agostino Gemelli
13. ¿1994?
14. Pequeños momentos
15. Realidad
Nota de autora

9. Villa Claudia

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By margomugani

Lunes 25 de agosto del 2014

Melissa ya estaba lista para ir al cuartel. Una noche más para desvelarse. Odiaba los lunes. Y también los viernes. Tener que estar toda la noche despierta, mirando a unas pantallas con cámaras, comiendo pan dulce y té helado, no era un buen plan nocturno. Y lo peor de todo: sola.

El sábado había pensado que Corin sería un cambio en su vida. Tendría a alguien de su edad que la entienda, y que la desee. Tendría con quien ir al cuartel, si él no tuviera otros planes. Tendría un amigo, pero ni siquiera llegaron a eso, y todo se había arruinado.

Caminó hasta el baño. Se miró en el espejo: cabello castaño ondulado, ojos azules, nariz perfecta, labios finos, buen cuerpo… pestañas de miseria. Sí, era guapa, y ya no estaba tan joven que digamos. Se recogió el cabello en un moño de cebolla para que le fuera más fácil colocarse el pasamontañas. Terminó con sus cosas, y salió.

De pie junto a su mesita de noche estaba Corin, sosteniendo una foto de ella. Melissa sabía qué era esa foto, y no le interesaba que nadie más se entrometiera. Se acercó a pasos bruscos, y se la arrebató.

―¿Qué se supone que crees que haces?

Él se encogió de hombros.

―Mirar. ¿Esa eras tú y tu familia? ―preguntó él.

―Sí, pero no te importa.

―No se supone que hayas conocido a tus padres. Se supone que siempre fuiste huérfana. ¿Cómo es que Iris no lo sabe aún?

―Eso tampoco es de tu incumbencia. ―Lo miró con rabia, intentando que la voz no le temblase. Eso sería un acto muy delatador. Aunque tal vez ya tuviera los ojos vidriosos, pero no podía saberlo con certeza―. Y más te vale que no digas nada si no quieres que te corran.

―¿Tú me vas a correr? ―bufó Corin, con burla.

―No yo, pero ya veré qué hago. ―Se dio la vuelta y se metió la pistola que estaba en su peinadora dentro del cinturón porta-armas.

Él se levantó, y caminó hasta Melissa. Ella sentía claramente sus pasos, y no quería que él se acercase. Era lo suficientemente irresistible para que susurrara en su oreja, y al minuto la tuviera en sus brazos. Y eso no podía pasar. No debía.

Sintió la mano de él rodearle el codo.

―Ya, vale, lo siento. Siento portarme como un idiota novio celoso, pero…

―¿Pero? ―lo interrumpió Melissa―. No hay ningún pero que valga para justificar que me llamaras prostituta. No hay pero que valga para que esculques en mis cosas. Ni tampoco para que vengas y creas que todo está bien. ―Apretó los dientes un rato, tratando de quitar el nudo que estaba en su garganta―. No quiero una relación seria, y eso es lo que buscas tú.

El agarre de Corin se fue debilitando, hasta que su brazo colgó al costado de su dorso.

―Entiendo que te enfades por intentar intervenir en tu vida privada, pero entiende tú que no tengo esa idea de las relaciones abiertas. Sí, bien, es una aventura, vale… pero no quiero compartirlo, ¿sí? No digo que debes quererme, ni que nos enamoremos, solo te pido exclusividad. Para ti y para mí.

Melissa lo regresó a ver, efectivamente más calmada.

―Estás queriendo decir que nunca has ido a un prostíbulo, ¿no?

―Nunca, ni tampoco quisiera. ―Él se cruzó de brazos y comenzó a rascar uno de sus codos, aunque seguro era más para disimular una postura tensa―. Dime, ¿te gustaría acostarte con alguien que se acuesta con más?

Melissa calló. Él tenía razón… Pero tenía que plantear límites, reglas, y todo eso para que la aventura funcione. Corin tenía un punto de vista diferente al de Melissa, por lo que les era un poco difícil entenderse mentalmente.

―No, tienes razón ―murmuró ella―. Pero ―alzó la voz esa vez― quiero que planteemos las cosas claras.

―Sí, está bien. ¿Por dónde quieres empezar, por las reglas o por los derechos? ―Soltó sus brazos, los cuales cayeron a sus costados.

―Supongo que los derechos los tenemos muy claros, no creo que sea necesario recalcar.

―Bien. Entonces, yo digo una regla y tú otra.

―Vale ―aceptó ella.

―Bien. Regla número uno: ni tú ni yo podemos estar con alguien más, bajo ningún tipo de base.

―¿Quieres decir que no puedo besar a nadie aparte de ti?

―Eso.

―¿Estás loco?

―No.

Melissa puso los ojos en blanco.

―Vale.

―Te toca ―dijo él.

―Okay… Regla dos: nos acompañaremos el uno al otro a eventos sociales, bajo los términos del anfitrión.

―¿Eventos sociales? ¿Acaso este es un tipo de trato de  relación ficticia o algo por el estilo?

―Si lo planteas así… ―Melissa lo miró a los ojos, y él hizo lo mismo.

―¿Quieres que finjamos estar en una relación?

―Bueno, es más fácil guardar la exclusividad de esa manera ―mintió.

Corin se lo pensó por un momento.

―Vale, tiene sentido.

―Bien. ¿Tercera regla?

―Regla tres… ahm, guau, no tengo más. Supongo que lo básico es la exclusividad, en lo que a mí me corresponde.

―Entonces la diré yo: en lugares públicos, mantener la educación y ocultar lo explícito, ya sea verbal o físico, ¿de acuerdo?

―¿Verbal? ―protestó él, arqueando una ceja. No podía dejar de ser sensual un solo momento, y Melissa ya quería besarlo de nuevo, pero sabía que si quería que los límites funcionaran, debía portarse firme―. ¿Por lo menos puedo susurrarte?

Melissa rio a carcajadas.

―Bien, pero no muy seguido.

―¿Y ya? ¿Es todo?

Melissa se encogió de hombros.

―Supongo que sí.

Corin giró los ojos.

―Gracias al cielo.

Él se acercó rápido a Melissa, la tomó por la cintura y la tumbó sobre la cama. Le dio un beso un tanto desesperado en la boca, y después lo suavizó. Ella acariciaba su espalda, y luego el beso dejaba de ser pasional y pasaba a ser tierno… entonces ella se apartó.

Le gustaba lo tierno. Y no quería amar a Corin.

―Suficiente ―le dijo―. Ahora tengo que irme al cuartel, John debe estar esperando.

―¿Puedo ir contigo? ―preguntó, aún encima de ella.

―Si no te tardas en cambiarte, sí.

―Vale, no tardaré.

Sería una vida larga dentro de la Mafia. Larga e interesante.

*    *    *

Toy apagó el motor de su auto.

―Llegamos ―le dijo a Lia.

Ella miró a su alrededor. Estaban en la playa. Por suerte había elegido shorts, porque de haber elegido falda le sería muy incómodo de pasarla bien.

―Genial. Creí que la playa quedaba más lejos.

―La gente suele irse por las vías equivocadas. Y yo no. ―Él sonrió―. Espero que te diviertas hoy.

―Supongo que sí, con lo divertido que eres tú ―replicó ella, con sarcasmo y burla.

Él rio un poco, y se quitó el cinturón de seguridad, para después rodear el auto y abrirle la puerta a Lia. Ella se bajó, y caminaron hasta un local de bar. Se tomaron de la mano, hasta que llegaron al bar.

―Espera un momento aquí ―le pidió él.

Se alejó de Lia, y comenzó a hablar con el tipo del bar. Unos muchachos de veinte y algo de años pasaron por su lado. Tres pasaron de largo, pero uno se quedó allí. Olía parecido al hachís de Ethan, a cigarrillo y a alcohol.

―¿Vienes sola? ―le preguntó, con los ojos cerrados y los brazos cruzados, apenas manteniéndose en pie.

―No.

―Claro, todas dicen eso.

―Vine con mi novio ―le espetó con firmeza. Estaba nerviosa. Ese chico se veía fuerte, y en cualquier momento podría tomarla en brazos y llevársela. No debía demostrar temor ante el depredador.

―¿En serio? ¿Y cómo se llama? A claro, apuesto que está justo junto a ti. ―El chico comenzó a reír―. Oh, vamos, podrás presumir a tus amigas que alguien mayor estuvo interesado en ti.

Lia mandó su vista hacia Toy. Él aún no se daba cuenta de lo que pasaba.

―Vale, sí ―le dijo Lia. Ojalá que su voz no estuviera tan nerviosa, ella intentaba disimular un poco más―. Tan solo le diré a una amiga que diga que me quedaré en su casa, ya sabes, mi madre podría preocuparse.

―Me alegra tanto que las chicas de ahora no sean tan santurronas. ―El muchacho se inclinó a Lia, casi perdiendo el equilibrio, pero ella lo sostuvo―. ¡Ups! Efectos del alcohol. ―Y comenzó a reír de nuevo.

―Sí, me ha pasado ―intentó sonar graciosa―. Hago la llamada y nos vamos, ¿sí?

―No te tardes, nena ―dijo él, en tono alto mientras Lia se alejaba.

Sacó su teléfono y marcó a Toy. Primer timbrazo, nada. Segundo, nada. Tercero, Toy sacó el teléfono de su bolsillo y contestó.

―Toy, ayúdame, por favor ―le dijo, apenas contestó―. Hay un borracho aquí, y quiere que me vaya con él. Estoy… estoy un poco asustada.

―Ya te vi ―le dijo.

Lia se giró y vio a Toy mirándola desde lejos.

―Vuelve con el tipo. Ya voy yo.

Lia colgó la llamada y volvió con el chico que estaba allí.

―Listo.

―Oh, cielos, bien. ―Él chico la rodeó por los hombros―. Creí que sería más difícil convencerte, pero ya veo que no.

Lia se tensó. A ninguna mujer le gustaba que la llamaran fácil, por lo menos no a la mayoría. Después sintió que el chico se apartaba, pero no era él, era Toy que lo jalaba y le lanzaba un puñetazo en la quijada. Lia se apartó. No quería que Toy saliera herido.

El chico era más musculoso que Toy, pero estaba demasiado ebrio como para mantenerse en pie, o defenderse. Toy le jaló de la camiseta y le dio otro golpe en la mejilla, y otro en el pómulo del lado contrario. Lia supo que era hora de actuar.

―¡Eso es todo, Toy, ya pasó! ―gritó, pero él hizo caso omiso de eso.

En vez de soltarlo, jaló el cuello de su camisa y le dijo algo al oído, así mismo como hizo con Ethan. Después le mostró algo, ese destello plateado, y el muchacho se avispó un poco más, y asintió lo más firme que podía, pero apenas y podía ocultar su temor.

Toy se acercó de nuevo a Lia, y la rodeó con sus brazos.

―Oh, siento mucho dejarte sola. ―Se separó y le dio un pequeño beso en los labios―. No volverá a pasar.

Lia frunció el ceño. No entendía cómo al final de todo ellos acababan temiendo de él. Seguro sí tenía una navaja, pero Lia no entendía motivos; podría tenerla por alguna enfermedad mental y preguntar por eso sería un grave error. No se sentía tan a gusto con Toy en ese momento.

―Sí, gracias.

Él sonrió de lado y tomó a Lia de la mano. Caminaron de nuevo al bar, y Toy se volvió a acercar al chico con el que charlaba.

―¿Todo bien? ―preguntó Toy.

―Sí, no hay problema. 

―Gracias, hombre. ―Le soltó la mano a Lia y le dio un estrechón al chico del bar. Toy conocía mucha gente.

―Claro, cuando quieras.

Toy se giró para mirar a Lia.

―¿Vamos?

Ella sonrió.

―Vamos.

Caminaron unos metros más hasta llegar a la arena. No había nadie por allí. Una pareja caminando al borde del mar, una fogata por allá, y bares a la altura del anterior. La playa estaba oscura, pero los bares y la fogata le daban un poco de luz.

―¿Puedo quitarme los  zapatos?

―Sí, ni lo preguntes.

Ella se quitó sus deportivos y sus medias, y las dejó dentro del calzado. Ya tenían arena adentro, pero no importaba. Dejó sus tenis colgando de dos dedos de sus manos, y tomó de la mano a Toy.

Dejó de desconfiar de él. De seguro llevaba una navaja por precaución y lo único que hacía siempre era protegerla. Algún día se lo preguntaría, pero no ese. No iba a arruinar esa noche.

Caminaron en dirección a la fogata, y cuando llegaron, Toy les dijo:

―¿Podemos unirnos?

Lia no sabía qué quería Toy, o cómo los conocía, o por qué quería estar en la fogata, pero le siguió la corriente.

―¿Beben? ―preguntó una pelirroja.

―Sí ―dijo Lia.

―Y son pareja ―continuó otro chico.

―También ―respondió Toy.

―Vale, no importa ―intervino la pelirroja―. Adelante, hay espacio.

Lia y Toy se sentaron en un tronco con un poco de espacio después de que otros chicos se apretaran un poco.

Alrededor de la fogata estaban diez personas, sumando a Toy y Lia. Todos lucían mayores que ambos, pero parecían divertidos también, así que Lia no se sintió incómoda.

―Vale, primero, yo soy Tara ―dijo la pelirroja―, él es Marvin ―señaló al castaño, y continuó presentando a los asistentes. Eran: Tara, Marvin, Frances, Jenny, Pam, Stephan, Chuck, y Dan―. ¿Sus nombres?

―Ella es Lia y yo soy Toy.

―Como juguete en inglés, ¿no? ―preguntó Pam, riendo, mientras todos seguían su risa.

―Exactamente.

―Bien, basta de bromas, Pam. Vamos a explicarles el juego ―dijo Tara―. Todos tienen una pareja. Les vamos a hacer una pregunta, y si es verdad, deberán beber de su botella, y si no quieren responder, deberán cumplir un desafío. ¿De acuerdo?

Lia giró la vista hacia Toy, para ver si él estaba de acuerdo. Él asintió.

―Sí, claro ―respondió Lia.

―Bien. Vamos a empezar con ustedes, que acaban de llegar ―pidió Stephan.

Toy se encogió de hombros.

―¡Yo hago la pregunta! ―exclamó Frances.

―Adelante ―dijo Lia.

―Bien… ¿Hasta qué base han llegado?

―Tienen diez segundos para discutirlo ―añadió Marvin.

―¡Diez, nueve…! ―comenzaron a contar. Se notaba que habían bebido ya un poco.

Lia miró a su novio.

―¿Qué hacemos? ―preguntó ella.

―Podemos decir la verdad, o aceptar el desafío.

―¿Qué tan malo crees que sea?

―Bueno, supongo que debemos probar.

―Vale ―aceptó Lia.

―¡Uno, cero!

―No responderemos ―dijo Toy.

Los hombres comenzaron a murmurar y a reír. Y las chicas se unieron un poco más tarde.

―Te toca poner el desafío a ti, Dan ―le dijo Jenny.

―Vale. A ver… ―Dan miró al cielo, pensativo―. ¡Oh, ya sé! Deben meterse ambos al mar, sin ropa, y juntos.

El grupo se unió en un «¡Uhh!», y Lia y Toy rieron. Toy se pasó la mano por la cara, aún divertido. Lia se levantó primero.

―Vale, lo haremos.

―¡Esa es, nena! ―animó Pam.

Toy también se levantó.

―Pero nadie puede verla desnuda a ella, ¿bueno? ―les advirtió Toy.

Todos dijeron una ola de frases que decían que no debía de preocuparse, que nadie vería a Lia.

―¿Nosotras sí tenemos vista libre? ―preguntó Frances.

―¡Por supuesto que no! ―chilló Lia, pero de forma divertida.

―¡Lo siento, chicas, lo intenté!

Todas rieron. Toy tomó la mano de Lia y ambos caminaron en dirección al mar. Ella giró la vista hacia atrás y aún estaban ellos observándolos.

No podía creer que iba a hacer eso. No estaba segura de si Toy podría ver algo, o si le daría pena de hacer eso o no. De todas formas, ya estaba en marcha y se sentía muy ansiosa como para echarse para atrás.

Llegaron casi a la orilla, a dos metros de ella. Toy se paró en seco, y la miró.

―¿Segura? Podemos volver y contestar la pregunta.

―No, quiero hacerlo ―contestó Lia.

―Bien.

―¡Pero no mires!

Ambos se giraron en polos opuestos, y se desvistieron. Lia recogió su camisa y se tapó cuanto poco, mientras que Toy ni siquiera se preocupó en hacerlo. 

―Oh por Dios, ¡Toy! No quiero ver eso. ―Giró un poco la cara.

―Creo que queremos cosas diferentes, así que yo me tapo y tú no, ¿ya? ―preguntó pícaro.

―¡Por supuesto que no!

Toy rio.

―Bueno, pero debemos entrar ya al agua. ¿Vas primero o yo?

―Dijeron que era juntos, ¿no? Debemos cumplir bien.

Toy sonrió, aunque Lia apenas lo vio.

―Entonces, vamos. ―Él extendió su mano y Lia la tomó.

―Pero no bajes la vista hasta que esté dentro del agua.

Toy soltó una carcajada.

―Vale, no te preocupes.

Lia botó su camisa y ambos salieron trotando hacia el mar. Lia nunca en su vida había corrido desnuda, y menos con un chico. El viento hacía que la piel se le erizara. La distancia no era mucha, por lo que no tardaron en llegar.

El agua que llegaba a los tobillos de Lia era muy fría, pero entre antes estuviera en el agua, mejor. Soltó la mano de Toy y se metió más al fondo, hasta que pudo esconder sus pechos en el agua. Metió su cabello también, tal vez así se acostumbraría más rápido. Sin embargo, no era agradable nadar en la oscuridad. Cualquier cosa que le rozara el pie la pondría nerviosa.

Toy llegó junto a ella.

―Está muy fría, ¿no?

Lia comenzó a castañear los dientes.

―Sí. Y no me gusta no saber en dónde estoy pisando.

―¿Quieres salir ya?

―Si tú quieres podemos estar un rato más…

―¿Bromeas? Esto está muy feo. ―Él negó con la cabeza―. ¿Voy primero o tú?

―No voy a quedarme sola aquí, y tú tampoco. Vamos. ―Lia comenzó a nadar, hacia la orilla, con Toy a su lado.

―Te besaría ahora mismo, pero supongo que primero la ropa, ¿no?

Él agua ya no le cubría los pechos, por lo que Lia intentó no regresar a verlo, y cubrió sus pechos con su brazo.

―No me mires ―le pidió―. Y sí, primero la ropa.

Toy rio y salieron del agua. Lia se apresuró en darse la vuelta y ponerse su ropa. No era muy cómodo como cuando estaba seca, porque la arena y la sal del mar se le había pegado a la ropa, al cabello y a la piel, y porque no había tenido la oportunidad de secarse antes de vestirse, pero no era motivo para molestarse.

Lia se giró. Toy ya estaba vestido, pero aún seguía girado. De una manera, él mostraba respeto, y eso era lindo.

―Ya puedes voltear ―le dijo Lia.

Él lo hizo, con una sonrisa estúpida en la cara.

―Y te puedo besar ―añadió él.

La tomó por los cabos donde se pasa el cinturón y la acercó a él. Luego se besaron con suavidad. Lia colgó sus brazos sobre el cuello de Toy, y ayudó a intensificar el beso. Luego se separaron. Toy la alzó en brazos, poniendo un brazo debajo de sus rodillas y otro por su espalda, por debajo de sus brazos.

―¡Guau! Eres más fuerte de lo que pareces ―dijo ella.

Ambos rieron. Lia le dio un muy corto beso en los labios, y siguieron hasta la fogata.

Si así seguía todo con Toy, las cosas se pondrían difíciles para la Mafia y para Lia misma. Si se enamoraba debía decidir entre el amor, o la seguridad de su vida; entre Toy o la Mafia; entre luchar o rendirse.  No se creía capaz de enamorarse y abandonarlo, pero también sabía que no tenía la valentía de escapar y darlo todo. No era lo suficientemente valiente para eso, pero si es cierto que el amor te cambia, podría ser que eso aplicara en ella.

Cuando estuvieron a pocos metros de la fogata, Toy la bajó, dándole otro beso. Se tomaron de las manos, y llegaron juntos, caminando, tal y como se fueron. La única diferencia era que estaban secos, y entonces ya estaban mojados.

―¡Eh! ―gritaron todos al unísono, aplaudiéndolos.

―Cuando los desafié, creí que harían trampa y se quedarían en ropa interior, pero ya veo que no ―dijo Dan.

―¡Nos miraste! ―lo acusó Lia, aunque reía, igual que Toy.

―Bueno, se pudo distinguir un poco…

La noche continuó así, llena de risas, bromas, alcohol y desafíos.

Esa noche no pensaría en qué pasaría si fallara a la Mafia, solo se divertiría con su novio, con los amigos que conoció aquella noche y la pasaría bien.

Estaba cansada de ser analítica.

*    *    *

Lia comenzó a bailar con Dan. Ella ya le había pisado el pie unas cuantas veces, y Dan se quejaba, pero era divertido, así que le volvió a pisar.

―¡Esa fue a posta! ―se quejó su compañero de baile.

Lia rio y volvió a pisarle.

―¡Ups! ―Y rio de nuevo. Reír también era divertido.

―Me rindo ―dijo Dan. ¿Rendirse de qué?

―¿Gané? ¡Gané! ―Lia corrió hacia Toy con los brazos extendidos. El viento era lindo cuando le pegaba al cuerpo, así que mejor se quedó allí a hacerle compañía. ¿Por qué el viento debía estar solo? No, ella estaría allí para él.

Se tiró a la arena. Estaba fría, y ella tenía calor, así que comenzó a rodar. ¡Que genial! Se ensució el cabello, y las piedrecillas de la arena se trizaban en sus dientes. Se sentía bonito, así que tomó un puñado de arena y se la metió a la boca. ¡Oh, no, eso sabía terrible! Escupió y comenzó a llorar, aunque las lágrimas no cesaban.

―¡Toy! ―chilló. Comenzó a limpiarse la boca pero sus manos eran de arena. Gritó. ¿Qué tal si le pasaba lo mismo que a ese señor en Spiderman 3?―. ¡Toy! ―Las lágrimas salieron, y Lia se las limpió, pero entonces le comenzaron a picar los ojos. ¡Tenía arena en ellos! Se los rasco fuerte, pero lo único que hacía era dolerle. Alguien le tocó las manos y se las quitó de la cara―. ¡Duele, duele!

*    *    *

―¡Traigan un trapo limpio y agua! ―gritó Toy.

No podía creer en las condiciones que estaba. Al parecer, Lia seguía siendo poco tolerante al alcohol, pues ya se la veía ebria. Y acababa de comer arena y luego metérsela en los ojos. ¿En qué estaba pensando al dejarla sola?

―Toy ―lloró ella.

―Aquí estoy ―susurró―, aquí estoy. ―Le abrazó y luego le plantó un beso en el cabello.

―Duele mucho.

―Yo sé, tranquila. ―Se apartó del abrazo―. Déjame ver.

Tenía las pestañas embarradas de arena, los labios también, y el resto de su cara salpicada de ella. El cabello… Mejor dicho, toda ella estaba llena de arena.

Alguien le tocó el hombro, y Toy regresó a ver. Era Jenny que traía lo que él había pedido.

―Gracias. ―Cogió el trapo y lo mojó con el agua que estaba en la botella―. Lia, quédate quieta ―le pidió.

Lia tenía expresión triste y solo asintió.

Toy se inclinó y le sopló sobre los ojos. Lo más probable sería que la arena salga de las pestañas, pero aún quedaba. Con el trapo, le comenzó a limpiar alrededor de sus ojos. El trapo se ensució, así que lo sacudió en el aire, y con otra esquina, limpió un poco más. Se veían dos anteojos limpios en su cara, mientras que el resto era un montón de arena.

―¿Te sigue doliendo?

Lia lloró, provocando que sus hombros se movieran y asintió.

―Suficiente ―dijo―. La llevaré al hospital.

―Está ebria, no puedes llevarla al hospital ―protestó Pam.

―No la dejaré así. ¿Saben de algún hospital aquí cerca?

Callaron un momento, y todos comenzaron a intercambiar miradas. ¿Tan difícil era decirle de un maldito hospital? Iba a insistir, pero Tara se adelantó y dijo:

―No es exactamente un hospital, pero puede servir.

―Dilo, pues.

―Es una enfermería. Queda a ocho minutos de aquí.

Toy no lo pensó más. ¿Qué más debía pensar? Lia podría quedarse ciega. Y él no quería eso. La tomó en brazos y comenzó a salir de la playa.

―¿Estoy volando? ¡Yei! ¿Pero a dónde voy? Oh, no. ¡Toy, me están raptando! ―Lia comenzó a patalear.

―Lia, soy yo. Yo te estoy llevando.

―¡Toy, auxilio, alguien dice ser tú! ―gritó, pero se quedó quieta.

Él solo quería que ese terrible momento acabara ya. No quería verla tan sucia, no quería preocuparse, ni tampoco tener que estar en una enfermería porque Lia la pasaba mal. Quería que su novia estuviera bien. Y nada de eso estaba en sus planes para la noche.

Tara iba tras él.

―¿Quieres que te acompañe?

―¿Quién está coqueteando conToygo? ―preguntó Lia, y comenzó a reír, pero después volvió a llorar de dolor.

Toy la ignoró.

―No sé dónde queda esa enfermería, así que sí ―respondió él, dirigiéndose a Tara.

―Bien.

*    *    *

―A la derecha ―le dijo Tara.

Tara había ido en el asiento de atrás, y con unos pañitos húmedos que estaban en el auto le limpió lo más que pudo la cara a Lia. Ella estaba acostada, con la cabeza sobre las piernas de Tara. El efecto del alcohol ya se le había bajado un poco, ya que no hablaba mucho, y cuando lo hacía, era quejándose del dolor.

Toy giró, tal y como Tara le dijo. Era una calle estrecha, pero casi no había autos. Estaba muy escondido como para ser una enfermería.

―¿Estás segura de que era aquí?

―Créeme. Sigue hasta ese edificio color salmón.

Era difícil de diferenciar en dónde estaba el bendito edificio ya que no había iluminación, por lo que tenía que conformarse con los faroles del auto. Avanzó con poco kilometraje, y halló las paredes salmón. Había llegado. Aparcó el auto justo en frente, aunque eso parecía más la parte trasera.

―Ahora ayúdame con ella ―pidió Tara.

Toy apagó el motor, y se guardó las llaves en el bolsillo. Después de eso, abrió la puerta de atrás, por el lado de Tara.

―Eso es ―Tara le decía a Lia.

Su novia se estaba incorporando, pero no abría los ojos. A Toy se le hizo un nudo en la garganta por el simple hecho de pensar en el dolor que Lia sentía en ese momento.

Tara se bajó primero, y después ayudó a Lia a bajarse. Toy la tomó por la cintura, para ayudarla a caminar a ciegas.

―¿Me van a curar? ―preguntó Lia. Aún tenía la voz quebrada.

―Sí. ―Toy se inclinó hacia un lado, y le dio un beso en el cabello.

Tara caminó un poco más delante de ellos, por un mini sendero que quedaba en la calle. Cuando llegaron a la puerta, Tara sacó unas llaves de su bolsillo y abrió la puerta del lugar.

―¿Cómo es que tú…? ―preguntó Toy.

―Solo entren.

Toy ayudó a Lia a pasar la puerta, y después Tara la cerró detrás de ellos. Él estaba a punto de cuestionarse las miles de razones que podía haber de por qué ella tenía acceso al lugar, pero le importaba mucho más Lia.

Tara se abrió paso y entraron por el pasillo, hasta una sala pequeña. No había nadie, y las luces estaban apagadas, por lo que Tara las prendió. Estaba bien decorada con unos muebles simples de algodón, un escritorio y cuadros para adornar las paredes blancas. Era acogedor.

―Esperen aquí, ¿sí? ―pidió Tara.

―Sí, claro.

Tara pasó por una de las puertas de la sala, y después de menos de treinta segundos apareció de nuevo, con una señora mayor de cuarenta años.

―Hola ―saludó la señora. No sonrío, y Toy creyó que era mejor así.

―Hola. Soy Toy… Mi novia está… bueno, se le ha entrado arena a los ojos ―dijo torpemente; nadie le preguntó, pero quería que fuera atendida lo antes posible.

―Sí. Suban al segundo piso. Tara, ¿puedes ayudarlos?

Tara asintió y subió al segundo piso.

Era una sala muy grande y camas de hospital estaban dispersas por todo el lugar. Una cortina era lo que las dividía en pequeños cuartitos. Sí, era una enfermería.

Tara caminó hasta la primera, y de debajo de ella, sacó una bata blanca.

―Tenemos que cambiarla, y quitarle la arena. Puedo hacerlo yo, si lo prefieres así. 

―No sé… Es decir, te ayudo. ―Toy le acarició la cara a Lia―. Ya estarás bien.

Tara se abrió paso con los brazos y le quitó la blusa. Tenía hasta el sujetador lleno de arena. Tara comenzó a sacudir la arena pegada a los brazos, al estómago y al cuello de Lia. Ya estaba seca, por lo que resultó más fácil.

En ese momento llegó la señora, con un botiquín.

―Hazla sentarse ―pidió, apresurada. Se sentó al lado de Lia, y abrió el botiquín sobre la cama―. ¿Está despierta?

―Sí ―dijo Toy, aunque no estaba muy seguro.

―Veamos… ¿Cuál es su nombre?

―Lia.

―Lia, hola ―le habló la señora.

―¿Toy? ―respondió ella.

―No, mi nombre es Jeanini, pero puedes decirme Ni, si quieres.

―Ni, suena lindo. ―Lia sonrió.

―Bien, necesito que me ayudes a curarte, ¿sí?

Lia asintió.

―Abre los ojos, pero lentamente.

Lia comenzó a abrirlos, pero los cerró de nuevo.

―Duele ―chilló.

―Lo sé, Lia, pero necesitamos curarte.

Lia lo intentó de nuevo. Parpadeó con lentitud, hasta que sus ojos estaban abiertos. Los tenía muy rojos, y se podía ver la arena en el borde superior e inferior del ojo.

―¿Puedes ver algo? ―preguntó Ni.

―No… está ebria, mamá, no podrá contestarte eso con la verdad ―interrumpió Tara.

―¿Ver? ¿Por… por qué pregunta por eso? ―se metió Toy.

―Bien ―musitó Ni―. Lia, voy a limpiarte la arena, ¿sí? Necesito que cooperes.

Lia no dijo nada, entonces Ni prosiguió. Sacó del botiquín un colirio de ojos, y le puso algunas gotas en uno de los ojos, y comenzó a limpiar los bordes con una gasa. Al cabo de diez minutos, sus ojos estaban mayormente limpios, pero quedaron irritados.

Ni sacó dos gasas más y puso un ungüento en uno de los lados de cada gasa.

―Te vamos a cubrir los ojos, ¿sí, Lia? Para que descanses mejor.

Lia asintió. Se veía más calmada.

―Tara, ¿me ayudas?

Tara caminó y se aproximó hasta el botiquín, de allí sacó un esparadrapo.

―Mira al techo, Lia ―le pidió Ni―, y cierra los ojos.

Lia obedeció. Ni tomó las dos gasas y puso el lado limpio sobre sus ojos, y luego aseguró los parches con esparadrapo.

―Listo, Lia. ―Ni se levantó de la cama y comenzó a guardar todo de vuelta al botiquín―. Tara se quedará ayudándote. ―Cerró el botiquín, y luego caminó hasta Toy. Le tocó un hombro, y le dijo al oído―: Necesito hablar un momento. ―Y caminó en dirección a la salida.

Toy la siguió. También necesitaba hablar y saber por qué le había preguntado a Lia sobre su vista.

Cuando llegaron al pasillo de las escaleras, Ni lo miró muy seria. Eso significaba: no tengo buenas noticias.

―Bien. Escucha, muchacho, ella no está en muy buenas condiciones, ¿sí? Necesitamos que pase la noche aquí… Si tienes que llamar a su madre, bien, hay un teléfono abajo.

―Sí, está bien, me quedaré con ella. Pero tengo una pregunta.

―Adelante.

―¿Por qué le preguntó a Lia si veía? ¿Acaso eso afectará su vista?

Ni exhaló fuerte.

―Bueno… Puede ser. La arena es como mini piedrecillas, y ha invadido las corneas. Puede que las haya raspado, y puede que eso afecte su vista… pero hay que ver hasta mañana.

Toy asintió y volvió a entrar a la sala. Se mordió la lengua para no llorar. Todo eso había sido su culpa, su culpa por llevarla a un bar, por dejarla beber y por dejarla sola. Estaba asustado, y no por la culpa que albergaba, sino por Lia mismo.

Se acercó a Tara, que ya le estaba desabrochando el botón del short. Vio el resto de la ropa de Lia apoyada en el cajón abierto.

―¿Ya está bien ella? ―preguntó Toy. No le gustaba verla con los ojos parchados.

―Esperemos que sí. Ayúdame con la cama, por favor.

Toy se acercó a la cama, y acomodó la almohada y las sábanas para que Lia entre allí.

―Tara…

―¿Sí? ―respondió, mientras recogía un cepillo de peinar y le arreglaba el cabello a Lia.

―¿Cómo es que puedes entrar aquí? ¿Vives aquí?

―Sí, de hecho Ni es mi madre.

«No… está ebria, mamá, no podrá contestarte eso con la verdad.» Era verdad, ella le había llamado así, pero Toy apenas y lo había percibido por la preocupación que tenía.

―¿Entonces tienen esta enfermería?

―Sí, pero no es una pública… es decir, recibimos a todos, pero como ves, es difícil que nos encuentren aquí.

―¿Y cómo es que hacen su trabajo? Es decir, ¿tienen… clientes, o algo?

Tara rio.

―No son clientes… son ¿pacientes? Yo paso en la playa, trabajando en uno de los bares que hay allí. Si alguien necesita alguna emergencia, los traigo acá. No nos pagan ellos, lo hace el gobierno.

Tara dejó el cepillo, y condujo a Lia hasta la cama. Con la ayuda de Toy, la acostaron en ella y le arroparon en las sábanas. Después de diez segundos, ya se estaba enrollando en ellas, y abrazándose a sí misma. La camilla era de plaza y media, así que Toy dudó un momento de caber en ella, pero entonces no le importó.

―¿Crees que hay algún problema en que me acueste con ella?

Tara lo miró incrédula.

―Creo que es ella quien tiene que responderte, en sus cinco sentidos.

Toy entrecerró los ojos.

―Me refiero a dormir junto a ella. Es decir, acostarme a su lado y abrazarla, no más.

Tara rio bajito y asintió.

―No hay ningún problema. Hay más batas en otras camillas, por si quieres una.

―Está bien, me las arreglaré. ―Él sonrió.

―Bien. Yo debo volver a la playa, los chicos deben saber que ella está bien.

Toy hizo una mueca. «Aparentemente», pensó, recordando que su vista estaba en peligro.

―Sí, ellos deben saber. Gracias por todo, Tara.

―Estoy para eso.

Ambos se sonrieron y Tara salió de allí. Toy puso la cortina, se quitó su ropa y se quedó en calzoncillos. Después, se metió debajo de las sabanas con Lia. La abrazó por la cintura, apegándola a él… para protegerla.

*    *    *

Fiorella tocó el timbre del departamento de Gareth. Estaba un poco nerviosa, como siempre. Pues la vida es un cajón lleno de secretos que debemos descubrir, hasta los propios nuestros.

Allí apareció una chica rubia de su misma edad. Tenía los ojos azules, igual que Gareth. Ya la reconocía.

―¿Lauren?

―¡Fiorella! Oh por Dios, no lo puedo creer. ―Ella se lanzó a sus brazos, y la abrazó muy fuerte. Olía bien, y Fiorella le devolvió el abrazo―. ¿Qué haces aquí? Ha pasado tanto tiempo…

―Pues… ¿está tu hermano?

―Sí, está en su oficina. ¿Ya se reconciliaron?

―Se podría decir que sí.

―¡Guau! ¿Por qué te fuiste tanto tiempo?

No había pensado en eso. No creía adecuado decirle a Lauren acerca de la Mafia, no sin que Gareth le explicase las cosas, aunque ella dudaba que Lauren se lo perdonara como Gareth hizo. Era un golpe fuerte, y ni siquiera ella misma se lo acababa de perdonar. Tenía que pensar rápido…

―Tierra llamando a Fiorella. ―Lauren movió su mano, en frente de la cara de ella.

―Oh, sí. Me fui de intercambio a Inglaterra.

―¡Bien por ti! ¿Pero por lo menos no pudiste llamar? ―Lauren hizo un puchero fingido.

Fiorella le sonrió.

―Hablamos luego, ¿sí? Gareth debe estar esperándome.

Lauren le dedicó una mirada pícara.

―Claro, adelante. ¡Pero hablaremos!

―Sí, no te preocupes.

Fiorella caminó por el pasillo, hasta llegar a la habitación del fondo. La abrió, y allí estaba Gareth, sentado en donde solía ser el escritorio de su padre. Se veía tan adulto, y tan cambiado. Llevaba la camisa formal, aunque sin la corbata del traje que seguramente estaba usando. Era muy guapo entonces y antes. Tenía unos papeles en frente de él, y los leía, marcando notas en ellos. Seguro era un contrato.

―Hola. ―Fiorella sonrió mientras cerraba la puerta detrás de ella. Caminó hacia Gareth, y se sentó en sus piernas.

Él la rodeó por la cintura con su brazo, y le besó el codo.

―¿Cómo estás? ―respondió él.

―Bien.

―Me alegro. ¿Lista para ver la computadora?

Fiorella se tensó. ¿Estaba lista? No lo sabía, pero si le daba más largas sería peor. Tenía que saber algo, no podía quedarse de brazos cruzados cuando tenía ya tantas pistas.

Lo único que hizo fue encogerse de hombros.

―No lo sé, pero sé que cuento contigo, y me da fuerzas. ―Ella sonrió un poco, aunque pensando en su madre no logró lucir tan sincera.

Gareth le sobó la espalda.

―No necesitas fingir estar bien conmigo, ¿sí? Si no quieres sonreír, no lo hagas.

Ella permaneció seria y asintió.

―Entonces veamos eso.

Fiorella se levantó y Gareth también. Él rodeó el escritorio, y se sentó en las sillas de enfrente, ya que había dos, y podrían ver ambos la computadora. Alargó el brazo y jaló la computadora hasta él. Fiorella se le unió.

Inició sesión con normalidad, y de fondo de pantalla estaba Gareth y Lauren, cuando estaban muy pequeños. Gareth estaba con un disfraz de torero, y Lauren con un vestido clásico. Ambos sonreían y Fiorella lo hizo. Aún no podía creer cuánto había cambiado Gareth, y tampoco creía que su padre estaba muerto.

―Ten, puedes empezar a buscar. ―Gareth empujó la computadora hacia Fiorella.

―Bien…

Ella puso en el buscador de archivos, y tecleó «La Repubblica», ya que era el periódico donde el padre de Gareth trabajaba. Aparecían más de mil archivos y una carpeta. Decidió optar por la carpeta. Puso en el buscador «Niña Abandonada». Habían cinco archivos, pero tenían diferentes títulos. Abrió el que fue escrito en el mes de mayo. Entonces apareció una ventana que decía:

«El archivo está protegido. Introduzca la contraseña.»

―Mierda… ―murmuró Gareth.

Fiorella se mordió el labio. ¿Por qué el padre de Gareth pondría una contraseña si ya fue publicado a nivel nacional? Seguramente decía algo más, pero debía saber qué.

―Espera ―dijo Fiorella. Cerró la ventana que anunciaba el bloqueo y abrió otro archivo. También estaba protegido. Cerró la ventana, y abrió otro. Todos estaban protegidos, y todos parecían ser asuntos policiales. Algo escondía cada entrada, estaba segura―. Están todos bloqueados.

―¿Por qué mi padre haría eso?

―No lo sé, todos deben tener algo más que decir, algo que no se podía publicar…

Fiorella pensó. ¿Valía la pena descubrirlo? ¿Qué tal que no fuera más que un tipo de distracción para los curiosos? No, nadie perdería su tiempo en tal cosa…

―Bueno, entonces intentemos descubrir la contraseña ―ofreció Gareth.

―Vas tú.

―¿Por qué yo?

―Eras su hijo, adelante.

Gareth obedeció y acercó el computador a sí mismo. Tecleó mientras decía en voz alta:

―«familia».

«La contraseña es incorrecta.»

―¿Qué? ―protestó Fiorella―. No, préstame acá. Si tiene que esconder algo, la contraseña no será fácil. A ver, intentemos con tu cumpleaños. ―Fiorella tecleó, pero no sirvió―. El de Lauren… ―Incorrecto, de nuevo―. El de tu madre… ―No, no era.

―La contraseña no será fácil ―le imitó Gareth.

Fiorella puso los ojos en blanco.

―¿Qué podría ser…?

Fiorella intentaba recordar. En la ficha de Gareth casi no había información de su familia, y nunca conoció a sus padres… Debía pensar bien. Si ella fuera Samuel Trivaldi, ¿qué contraseña pondría? Pensó…

―¡Oh, por Dios, ya sé! ―Se levantó, y sacó el recorte de la noticia que había guardado en su pantalón trasero. Allí estaba una pequeña serie de números, y los digitó.

El archivo se abrió. Tenía cinco páginas, y en el periódico sólo estaban tres párrafos. Había algo más, ella sabía.

―¡Gareth! ―chilló de emoción.

Gareth le sonrió con ternura.

―Está bien, tranquila.

―Es que no lo puedo creer. ¡Ahh! ―Se lanzó en los brazos de su novio, y lo abrazó como si fuera Samuel, agradeciéndole por tener idea alguna sobre su pasado.

―Ya, ya. ―Gareth le sobó el cabello y le dio un pequeño beso en los labios―. Ahora lo podemos revisar, ¿sí? Pero si quieres esperar…

―¿Qué? ¡No!

Él rio poquito.

―Entonces, veamos qué es lo misterioso de ese archivo.

Fiorella se apartó de él y se sentó de nuevo. Era cierto, debía concentrarse  en eso. Entonces empezó a mirar. El título era el mismo que en la publicación del periódico, después estaba el texto, pero era un poco más grande. Decía:

      He encontrado a una niña en el parque Del Colle Opio. Ella es muy dulce, y es una pena que estuviera así… abandonada. Sus ojos fueron los más hermosos que vi, y entonces me dieron ganas de conservarla, pero ¿cómo le explicaba a mi esposa? Seguramente creería que era otra hija por ahí.

      Me enamoré de aquella niña, así que decidí ponerle un nombre. ¡Fiorella: naturaleza bella, de expresión cálida y de pensamiento impaciente! E incluso sonaría muchísimo mejor con mi apellido: Fiorella Trivaldi. Precioso, definitivamente. Pero sé que no la podía conservar, así que he decidido dejarla en adopción al orfanato Villa Claudia.    

      Fiorella estaba abandonada en una banca, en plena primavera, viéndose hermosa a la luz del sol. Su llanto era hermoso de muchas maneras, así que espero que esta publicación sea de ayuda para que alguien bueno la adopte, ya que yo no pude.

Fiorella se limpió una lágrima. La primera persona que la amó fue el padre de Gareth, y nunca tuvo la oportunidad de conocerlo.

El mundo era un pañuelo. ¿Quién diría que la mujer misteriosa era el mismísimo Samuel Trivaldi? Su entrada personal no era más que una página de un diario, y de seguro el resto de noticias también estaban escritas como un cuaderno personal. ¿Pero por qué no la adoptó? Seguro su vida habría sido mucho mejor sin la Mafia.

Sintió los brazos de Gareth rodearle los hombros, y entonces las lágrimas que estaba conteniendo, salieron en una explosión desesperada. Se aferró del dorso de Gareth y chilló tan fuerte como pudo.

―Tranquila, shh ―susurró su novio. Sus palabras no hacían más que ponerla peor.

―Tu… tu padre ―dijo en un llanto ahogado.

―Lo sé, era bueno, lo sé.

Fiorella cerró los ojos con euforia, y las lágrimas dejaban su cara cada vez más mojada. Respiró hondo, y se separó de Gareth.

―Creo que acabaré de leer el archivo.

―¿Quieres leerlo sola? ―preguntó él.

―No.

Gareth le cogió la mano y Fiorella volvió la vista al ordenador, sintiendo el apoyo de su novio.

Después de eso decía: ENTRADA EDITADA.

      Una niña de aproximadamente dos semanas de nacida fue encontrada en una banca de un parque,  envuelta en una manta.

      Cuenta una señora con identidad anónima que iba corriendo a las seis de la mañana por el parque, haciendo su rutina de la mañana antes de ir al trabajo. En cuanto pasaba por los alrededores, escuchó un llanto de bebé.

      Miró alrededor, pero no se veía más que un señor paseando a su perro. Continuó con su camino, hasta que el llanto del bebé insistía. Avanzó y allí, en una banca, se encontraba un bebé.

      La mujer admite que no reconocía al bebé, y que de inmediato recurrió a la policía para entregarlo.

      En estos momentos aquella niña está buscando un hogar. Contáctese con el orfanato Villa Claudia para saber términos de adopción.

No necesitaba leer más para que el padre de Gareth se ganara su cariño. Debía visitar su tumba, debía agradecerle, aunque no haya caído en buenas manos, su intención era pura. Eso lo sabía porque al hacer un acto bueno nunca lo divulgó, y eso daba mucho de qué hablar.

Giró la vista a Gareth.

―¿Podemos verlo mañana?

―¿A mi padre? ―preguntó Gareth.

Fiorella asintió.

―Si es lo que quieres. ―Él esbozó una sonrisa, aunque un poco forzada.

―Gracias. ―Fiorella se estiró para estrujar los brazos de su novio.

Gareth se había convertido en la persona más importante en su vida, y eso siempre sería de esa manera. Él era su novio, su amigo, su confidente… Él le había perdonado todo, a pesar de las cosas, y se necesita un corazón lo suficientemente fuerte para perdonar los golpes bajos.

Su padre le había ayudado de una u otra manera, y ella lo único que hizo fue torturarlo y extorsionar a su familia para vivir un poco mejor de lo que ya vivía.

Sorbió por la nariz. La camiseta de Gareth ya estaba un poco mojada, pero no importaba, porque eso significaba que podía llorar en su hombro, y consolar su propia pena

*    *    *

«Que siempre por señales o razones se suelen descubrir las intenciones.»

ALONSO DE ERCILLA Y ZUÑIGA

 _______

¡Trivia!

1. ¿Nuevas especulaciones sobre la cosa plateada de Toy?

2. ¿Creen que el trato de Melissa y Corin funcione?

3. ¿Creen que Fiorella en realidad hubiera sido feliz adoptada por Samuel (y siendo hermana de Gareth)?

¡Muchas gracias por todooooo! Ya llegamos a los 1,000 votos. :O

Emily. xx

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