La luna llena brillaba en un cielo salpicado de estrellas. Sentí que los portales cósmicos volverían a abrirse, pues intuía que un sueño revelador se aproximaba.
Samanta estaba muy inquieta. Antes de acostarme encendí velas e inciensos para los elementales y les pedí que velasen por Teby y por mí durante la noche. Mi presentimiento era cada vez más fuerte, sabía inconscientemente que nuestras vidas cambiarían nuevamente, aún más de lo que ya lo habían hecho.
El calendario lunar señalaba esa noche como la de las revelaciones. Mis conjuros volverían a mostrarme la verdad. Sentía que desde siempre una fuerza oculta me unía a Esteban. Sabía que, aun estando lejos, estábamos ligados y que él pensaba en mí como yo en él. Aunque no debía hacerlo, no podía dejar de quererlo. Deseaba ayudarlo a buscar su identidad, sin importarme que estuviese o no a mi lado. Anhelaba verlo feliz.
Cada vez estaba más segura de que no solo él me necesitaba a mí, sino que yo también lo necesitaba, ya que las clandestinas fuerzas oscuras eran manejadas por personas sin escrúpulos. El mundo había dejado de creer, pero las pocas personas que aún utilizaban la magia no estaban exactamente del lado del bien. Además, pensaba que averiguando sobre el pasado de Teby, tendría algún indicio para revelar su identidad o la de los asesinos de mi abuela. Tenía que haber alguna conexión.
Mientras las velas aún ardían y jugaban formando extraños dibujos en las paredes, caí en un profundo sueño.
Me encontraba sentada en un columpio antiguo que se mecía con el viento marino. Veía cómo las olas golpeaban bajo mis pies. Estaba absolutamente sola en medio del océano. A mi alrededor sólo se veía agua y las cadenas que sostenían el columpio eran infinitamente largas y se perdían en un cielo cubierto de oscuras nubes grises.
Al igual que en otros de mis sueños, mi vestido medieval negro con detalles rojos se cubría con una larga capa también negra. Podía sentir el viento marino despeinar mis rizos dorados y ni emociones ni temores se manifestaban en mí en ese momento.
Sentí una mano que se cerraba sobre mi hombro derecho, torne mi cabeza hacia atrás y me encontré con mi abuela. No me sorprendí al verla y no me pregunté cómo había llegado allí, ni cómo no se hundía en el mar o por qué yo sentía que todo era tan normal.
—Guíame —susurré:
—Nadie puede vernos. Toma mi mano. Voy a mostrarte el pasado. Lo que vas a ver sucedió hace más de quince años, cuando todavía no habías nacido —respondió.
A mi alrededor, después de un instante de total oscuridad, la brisa cesó. El mar completamente calmado se convirtió en un metal líquido del cual comenzaron a surgir figuras tridimensionales como si se tratase de un enorme estereograma.
La primera imagen que vi transcurría en un anfiteatro circular iluminado únicamente por velas negras. Sobre un pequeño escenario se encontraba de pie una joven y hermosa mujer. Sus negros y lacios cabellos cubrían su pálido rostro, dejando apenas ver sus grandes ojos grises y sus finas facciones. La cubría una capa negra, era la única en el anfiteatro con la cabeza descubierta. Doce personas la rodeaban.
Dirigiendo su mirada a una de las figuras, añadió:
—Esta vez te elijo. Venís de una familia de numerosas generaciones de hechiceros. Sé que para tener más poder, te uniste a mí. Nuestra hija sería invencible...
Una voz chillona y familiar la interrumpió. Cuando se quitó la capucha, identifiqué a Susana, más delgada, más hermosa y más joven.
—¿Por qué a él? Es mi pareja, aquí hay muchos que no tienen pareja.
Frunciendo el entrecejo, la hermosa hechicera reprochó con voz firme, pero no exaltada:
—No aprendiste nada en este tiempo. ¿Cómo te atrevés a cuestionar mis decisiones? ¿Cómo te atrevés a mostrar tus sentimientos? Yo puedo lograr que te destruyas a vos misma. Acaso, ¿no temés por tu vida?
Una sombra cubrió el rostro de Susana y cayó de rodillas llorando temblorosamente.
Una voz varonil dijo:
—Yo siempre seré tu seguidor. Uniré mi poder al tuyo. Vamos a ser más poderosos juntos. Ella es muy débil, no merece ser parte de nuestra organización. No vale la pena, dejala ir. Tendremos una hija con nuestros poderosos genes.
Así concluyó mi primera visión. Unos segundos después, en otro punto diferente del metal espejado, comenzaba a surgir otra imagen.
Se veía llover torrencialmente a través de las enormes ventanas. El fuego de la chimenea alumbraba una pequeña y acogedora sala. Allí se encontraban tan solo tres personas. Una de ellas era mi abuela quince años más joven. Las otras dos, Susana y quien al parecer era su pareja, estaban tomadas de la mano.
Mi abuela les servía té. El joven rompió el silencio:
—Sara, necesitamos su ayuda. Es imposible que yo me aparte de ella. Es demasiado poderosa para todos nosotros. Por suerte, Susana fue expulsada y le perdonaron la vida, pero yo no puedo irme. Me quiere a su lado, por el poder mágico que heredé, aunque no se compara con la magnitud del suyo. Estoy atado a ella, no puedo dejarla y ya está embarazada de tres meses. Tuvo un hijo antes que fue eliminado por ser varón. También ella dominó la mente del padre del pequeño, logrando así un suicidio sin quedar incriminada. Él se había opuesto al sacrificio del niño. Ella está segura de que el Demonio mismo pide que se derrame la sangre de los hijos varones de su familia para que las descendientes mujeres sean cada vez más poderosas. Si no los mata, cree que perderá su poder y que será severamente castigada por Satán. Piensa que los espíritus de los niños sacrificados pueden ser utilizados a su favor esclavizándolos. Si nace una niña, su sucesora, va a ser una bruja aún más poderosa que ella misma y va a ser educada desde la infancia en el mal. En sus creencias ancestrales los aquelarres eran dirigidos solo por mujeres. Se ve que su familia siempre hizo lo mismo.
Mi abuela lo miró perpleja por las palabras que acababa de oír. Luego habló:
—Lamentablemente, está equivocada y si el niño vive, ella no perderá sus poderes, ya que vienen desde su propio y oscuro interior. No es el Demonio el que le brinda el poder, sino la perversa fuerza de su mente. Necesita creer en algo ajeno a ella para liberar su energía. Sabes que no soy tan fuerte como ella, pero puedo protegerme de su magia rodeándome de agua. No tienen que saber quién soy yo, ni que existo, puesto que sus seguidores son muy peligrosos. Ellos tampoco tienen escrúpulos y solo les interesa lo que el poder puede otorgarles. Tengo una isla, allí no podrán hacerme daño y si hago algún conjuro, al estar rodeada por agua, las huellas se perderán en la corriente. No podré seguir viviendo acá si los ayudo, pero si nace un varón, les sugiero que lo dejen a cargo mío por un tiempo y lo llevaré a la isla. Díganle a ella que lo sacrificaron y mientras tanto, Susana, fingirás un embarazo. Tienen que creer realmente que tenés un hijo propio. Después de un tiempo prudencial, vas a cuidar al niño como si fuese tuyo y él como un padre responsable velará por el bienestar de su hijo. Ella debe creer que es tuyo, Susana, no le importará si él tuvo un hijo con vos, pero ustedes no podrán volver a estar juntos, al menos no por mucho tiempo. Es por el bien del niño.
Dichas estas palabras, Susana rompió a llorar y abrazó al apuesto joven. Sin soltarlo, dijo sollozando:
—El pequeño será mi hijo. Lo voy a cuidar como si fuese el hijo que siempre quise tener con vos. Voy a mantenerlo apartado de la magia y ella nunca lo descubrirá. Él no tiene que saber del poder que corre por sus venas.
Mi abuela añadió:
—No estoy tan segura de que jamás descubra su poder. Este surgirá desde su interior, aunque no tenga el conocimiento. Ese día llegará y nadie podrá detenerlo. Lo único que espero es que se incline por el bien, pero tiene que tener la oportunidad de vivir y de poder elegir su propio destino. Quizás a su manera ayude a que la oscuridad pierda poder. Esto mismo espero yo de mi sucesor.
La imagen se desvaneció y lo que parecía un metal líquido volvió a ser un mar agitado. La brisa comenzó a soplar. Mi abuela me miró y dijo:
—Ahora, ya sabés.