Thieves

By SaturniaPyri

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A Lexa Woods le gusta la noche. Sobrevive a base de robos y escarceos con la policía, bajo una identidad que... More

I. Hannibal Lecter
II. El azul es un color cálido
III. Pan y circo
IV. Los amantes del círculo polar
V. 107 veces
VI. Valiente
VII. Beyond
VIII. Bajo la misma estrella
IX. Niña triste
X. Amiga mía
XI. La princesa prometida
XII. Estrella polar
XIII. Ladrones
XIV. Entre locos anda el juego
XV. Verdad o consecuencias
XVI. Leon
XVII. Je t'écris
XVIII. Bane
XIX. El padrino
XX. La marcha Radetzky (parte II)
Epílogo: 5 años después

XX. La marcha Radetzky (parte I)

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By SaturniaPyri


Todo se volvió una espiral de gritos y temblor, de mi corazón palpitando con violencia contra mis costillas, casi como si quisiera escaparse de mi pecho, y enormes gotas de sudor bajando por mi cuerpo.

No sabía qué hacer; parecía como si alguna criatura mitológica hubiera desconectado mi alma de mi cuerpo, y ésta sólo quisiera salir corriendo sin importarle lo demás. Mi cuerpo estaba quieto, completamente inmóvil, no respondiendo a estímulo alguno. Era un estado de estupor al uso, donde el tiempo decidió dejar de bailar en su rítmico tic-tac y todo se volvió negro.

Desperté en un mundo donde todo era sangre y vísceras, gritos y muerte, tortura y desolladuras. Quería huir, pero de nuevo, mi cuerpo parecía estar en otra dimensión, muy lejos de mi mente, y ésta quería escapar de esas insoportables vistas antes de que fuera demasiado tarde.

Volví a despertar a base de gritos y una capa de sudor cubriendo todo mi cuerpo. Podía sentir la ropa interior pegada a mi piel, la coleta desecha y varios mechones pegados a mi cuello e incluso a mi cara. Me levanté de la cama casi como un resorte, con el corazón latiendo con violencia en mi pecho, y sintiendo la boca completamente seca, como si allí mismo se hubiera formado un nuevo desierto inexplorado.

—¿Cómo te encuentras?

Aquella voz me sobresaltó, pero, tras vivir tales pesadillas una detrás de otra, a mi cuerpo no le quedaba energía para volver a sobresaltarse. O, tal vez, fuese el poder que la voz de Lexa seguía teniendo sobre mí y mis emociones, incluso después de tantas semanas separadas.

Estaba arrodillada a un lado de la cama, y su mano derecha parecía indecisa. Al final, optó por dejarla sobre las sábanas y yo me centré en sus ojos verdes.

Todo el odio, toda la frialdad y la indiferencia con la que me había cubierto las últimas semanas se vinieron abajo en tan sólo unos segundos, cual castillo de naipes desmoronándose por una ráfaga de viento.

—Tengo la sensación de seguir soñando, incluso sabiendo que por fin estoy despierta, en el mundo real —callé durante unos segundos, y mi boca habló por sí sola, traicionándome-. Hace mucho tiempo que no sales en mis sueños, Lexa; y sin embargo, aquí estás. Eres la prueba irrefutable de que he abandonado a Morfeo.

Hubo un tiempo en el que Lexa lo copaba todo: el mundo real y el mundo onírico. Un tiempo en el que yo no era más que una cría con ansias de libertad, quejica y malhumorada, harta de vivir en una jaula de oro y siendo olvidada por sus padres. Luego crecí y me hice ladrona, y ahora estoy pagando por ello.

—Duerme un poco más—dijo entonces Lexa, a media voz—, todavía es de noche.

Sin más, Lexa abandonó la habitación, y yo me quedé en un estado que no sabía muy bien cómo interpretar. Era una mezcla entre culpa, rechazo, angustia y alivio; un popurrí extraño y casi nauseabundo, que hizo que mi estómago rugiese y yo me viese obligada a correr hasta el baño, donde vomité hasta la última gota de líquido que tenía en mi estómago.

Otra vez cubierta de sudor, me quedé tumbada en el suelo, sintiendo un inmenso alivio cuando el frío traspasó la camiseta y se mezcló con mi piel ardiente. No sé cuánto tiempo estuve allí, quieta y en silencio, admirando el techo blanco del baño. Parecieron horas, días, tal vez semanas; o tal vez tan sólo un segundo.

Me lavé los dientes para quitarme aquel horrible sabor a vómito de la boca, y bajé a paso lento al piso de abajo. Me sentía como una espía, como tantas veces en mi infancia cuando me sumergía una y otra vez en las dispares aventuras de El equipo tigre.

Encontré a Lexa tumbada en el salón de la chimenea, tumbada en uno de los sillones y con una manta azul marino sobre su cuerpo.

Parecía dormir, pero conociendo sus antecedentes, seguramente tan sólo estaría con los ojos cerrados. Llegué a su lado y ella seguía sin moverse, con un respirar tranquilo y sosegado, tal vez había hablado antes de tiempo.

Me quedé allí, sentada en el suelo, observándola dormir. Yo no me atrevía a cerrar los ojos de nuevo, no quería volver a vivir esa dura pesadilla una vez más. Pero lo más cruel de todo, era que no era una simple pesadilla, cuando la mente pierde el control de sí misma y el imponente Ello copa cada rincón sin que la propia mente pueda evitarlo. No, esta pesadilla había sido real. Nia había matado a su hijo a sangre fría, con un disparo en la frente, justo entre ceja y ceja. Pero Nia, no estando conforme únicamente con matar a la carne de su carne, tenía que despedazarlo y grabarlo, y disfrutar con cada corte y cada regalo que hacía a cada uno de nosotros.

Volví a sentir náuseas al recordar la cabeza putrefacta de Roan envuelta en una bolsa de plástico, con la sangre del disparo y su gesto inmóvil cuando lo saqué de la caja. Luego vinieron gritos y espasmos, sintiendo cientos de hormigas correteando por mis brazos y metiéndose por la ropa, mordiéndome cada trozo de piel que encontraban a su paso. Era un hormigueo incesante y doloroso, pero yo no tenía lágrimas que derramar. Simplemente mi cerebro se desconectó y yo me desmayé, adentrándome en un mundo de pesadillas del que acababa de despertar.

Lexa era magia pura. Es magia pura. Una especie de luz que lo ilumina todo, alejando a los asquerosos dementores de mis recuerdos más queridos. Y no me había dado cuenta hasta ahora de ello.

Tratando de no despertarla, la cogí en brazos y la subí hasta mi habitación, su particular recibidor cada vez que venía a visitarme por las noches. Hizo amagos de abrir los ojos en un par de ocasiones, pero con un suave ronroneo la incité a que se volviera a dormir, y ella no rechistó, casi obedeciendo como un recién nacido en brazos de su madre.

***

Cuando volví a abrir los ojos, Lexa seguía dormida, y su brazo derecho se asía con fuerza a mi estómago, como si temiera que me marchase lejos de ella. Seguramente fuese su inconsciente, ese imponente Ello primitivo e infantil que nos obligaba a hacer cosas que, estando despiertos, jamás haríamos.

Podía sentir su respiración haciéndome cosquillas en la nuca, su tenue calor entre su cuerpo y el mío y el suave olor a almizcle que desprendía. Me giré con sutileza, tratando de que Lexa no se despertase; sin embargo, fue en vano. Cuando logré estar cara a cara frente a ella, sus ojos verdes me miraban confusos, ese bosque infinito y precioso que tanto había añorado.

—Te quiero —murmuré.

—Lo sé —respondió ella tras unos segundos en silencio.

Fue entonces cuando nuestros labios se reencontraron después de tanto tiempo. Volver a sentir sus labios sobre los míos, otra vez, fue la experiencia más deliciosa que mi mente pudo recordar. No sabía cuánto la había añorado hasta tenerla sobre mí, con sus manos paseando por mi cuerpo, tratando de recordar cada rincón de él. Cada montaña y cada valle, cada curva, cada cicatriz. Sentía cosquillas en cada lugar donde ella tocaba, como si despertaran de un largo sueño, como los osos después del invierno. Y la primavera florecía, llena de luz y color y vida.

La misma vida que hacía que mis labios se curvaran hacia arriba en una sonrisa de boba enamorada, que el bombeo de mi corazón latiese a la par que el suyo, porque éramos como dos caras de una misma moneda, inexorablemente juntas, necesitándose mutuamente para existir.

*** ***

Cuando encontré a Clarke tirada en el suelo, inconsciente, supe que había llegado demasiado tarde. Que por mucho que traté de contactar con ella, de impedir que abriese aquella caja, había sido demasiado tarde.

No había nadie más en la casa. Sus padres volvían a estar de viaje a Dios sabe dónde, y el servicio disfrutaba de unas vacaciones impuestas. A Clarke le gustaba estar sola, sin nadie que le dijese qué podía o no hacer, y eso a veces también se inculcaba a Vilda.

Una parte de mí esperaba que ella estuviese allí, la más irracional y sensible; pero luego apareció la más lógica y me obligó a recordar el por qué los ladrones somos anónimos y actuamos de noche.

La llevé hasta su habitación y cuidé de ella, aunque no se diese cuenta de mi presencia allí. De vez en cuando gritaba en sueños y su cuerpo se perlaba de sudor, otras veces lloraba, pero la mayor parte del tiempo simplemente estaba dormida, inmóvil y en silencio.

De repente, no me sentía cómoda a su lado, así que bajé al salón y me acomodé allí, pasando las páginas de uno de los libros que había sobre la mesilla del salón. Era como si estuviera fuera de lugar, como si todo se hubiera vuelto del revés. Todo lo que había vivido allí, lo que se podía contar y lo que no, era como si no existiese, como si fuese un recuerdo puesto en mi mente para hacerme vivir una realidad paralela.

Pero, a la vez, esa casa seguía siendo una especie de refugio. Desde la primera vez que entré, de madrugada, mientras los Griffin celebraban una fiesta y Clarke me pilló con las manos en la masa. Allí ocurrió el primer click.

Tal vez, si hubiera sido otra, yo ahora mismo estaría en la cárcel o todavía bajo las órdenes de Nia; pero no, con Clarke todo era diferente. Una especie de quiero y no puedo, de sentimientos contradictorios y de ideas contrapuestas. Una continua lucha interna que desencadenó en este enamoramiento predestinado, como si nos conociéramos de otra época, de otros mundos, y pese a todas las circunstancias, nos encontraríamos de nuevo y nuestros sentimientos aflorarían.

No sería un camino fácil. Ella era engreída y quejica, yo era arrogante y fría. Ella me admiraba y yo estaba ciega. Ella me quería y yo sólo tenía ojos para Costia. Hasta que rompió ese recuerdo infestado de Costia y pude sentir por primera vez lo que era ser amada por una mujer digna de los mitos y las leyendas de la Era Antigua. Clarke me hacía sentir como si fuese una obra de arte y no alguien que necesitaba de cariño para existir. Que me daba lo mejor de ella y no sólo las migajas. Que se quedaba conmigo por las noches, y no se escapaba para librarse de mis brazos y mi olor.

Y las veces que la había dejado a la intemperie, no podía hacerlo una vez más. Mi corazón me gritaba que ya era suficiente, que dejase de huir como una puñetera cobarde y que hiciese frente a las adversidades si quería que el final de nuestra historia tuviese un final feliz.

Pero ella no parecía pensar lo mismo.

Pero entonces ella me dijo te quiero y todas mis dudas se vinieron abajo como un alud en plena tormenta de nieve. Me sentí llena de valor y de un amor inconmensurable, y la única manera de demostrárselo era mediante mis manos y mis labios, porque sentía que había perdido toda capacidad de hablar.

Me sentía en casa de nuevo.

***

Llevaba días sin poder dormir en condiciones. Cada vez que cerraba los ojos, todo a mi alrededor se ocultaba tras una densa nube de humo y luego se oía un único y certero disparo, y el cuerpo de Roan inerte a mis pies. Con el corazón en la garganta, Nia aparecía entre el blanquecino humo de las bombas caseras y los continuos disparos, con una sonrisa psicópata en su rostro y el brazo derecho alzado con un revólver en la mano, listo para ser disparado. Y entonces, me despertaba.

Así día tras día, sin descanso. Pronto me volví taciturno y me aislé de los demás, mi comportamiento no era el más adecuado y empezaron a temerme. ¿Cómo el tranquilo Blake se había convertido en una bestia maleducada y gritona cada vez que algo no salía como estaba previsto? Me escondí entre papeles y casos de barrio, tratando de buscar una solución al imperio de Nia y darle por fin caza.

***

Nos pasamos el día metidas en la cama. Poder saborear cada rincón de su cuerpo sin preocuparnos del mundo exterior era un caramelo que no podía rechazar. Me sentí fuerte, adorada y amada, y no quería salir del abrigo que nos proporcionaban las sábanas.

—Lexa, —dijo entonces Clarke, despertándome de mi frágil sueño. Parecía seria, más que de costumbre, más... como a las primeras versiones que conocí de Clarke, cuando ella era una niña rica y yo la protectora hermana mayor de Aden­—, ¿cuándo te diste cuenta de que te gustaban las chicas? ¿No te sentiste... señalada, enfadada con el mundo?

Suspiré. Lo cierto es que aquella etapa parecía tan lejana en mi vida... Había sido libre desde que era una cría, y muchas veces, lo que pensara el resto del mundo me daba igual.

—De chica me gustaba juntarme con los niños y jugar al fútbol, a montar castillos de arena, pelearme y rasparme las rodillas. Supongo que al no ser tan... femenina, tan niña frágil con un extravagante gusto por las muñecas y el rosa, empecé a forjarme una armadura que he estado llevando desde entonces —numerosas imágenes de mi infancia acudieron a mi memoria, cuando aún mis padres estaban vivos y yo no tenía que preocuparme por mi hermano pequeño ni por Nia ni nadie de su particular empresa. Cuando era una cría normal y corriente, que destacaba en el grupo de chicos del barrio—. Creo que mis padres lo sabían antes que yo, y quizá por eso no fue tan difícil aceptarme. Pero luego vino ese maldito accidente y pasé años creyendo que había sido por mi culpa, porque había pecado y ese era el precio a pagar. Llegó la adolescencia y Titus dejó de tener tanto poder sobre mí. Conocí a Roan, a Murphy y a Raven, y me liberaron de aquellas ideas que Titus había puesto en mi cabeza. Llegó Costia y me enamoré como una estúpida, llegando a anularme cada vez que ella me lo pedía. Y luego tú. ¿Y qué hay de ti?

Clarke no contestó de inmediato. Parecía estar conmovida por mi relato, entre sorprendida y "pues claro que tuvo que ser siempre así". Frunció el ceño y se sentó sobre mí, acariciando mis brazos y enviando escalofríos a mi espina dorsal.

—Me pasé años enamorada de ese idiota de Finn Collins, ya lo sabes. Nos conocimos prácticamente estando en el útero de nuestras madres, siempre era tan atento, tan divertido, tan... pero sólo lo fue de niño —sonrió y se acercó a mi cuello, empezando a besarlo de nuevo, sacándome suspiros—. Tú eras muy... llamativa, por decirlo de alguna forma. Siempre destacabas entre la gente, tan seria, tan formal... La protectora hermana mayor que lleva a su querido hermano pequeño al colegio. Y tus ojos. Ese verde... es magia pura, Lexa. Me intrigabas, y aunque al principio fuiste una vía de escape para mi vida de pajarito encerrado en una jaula de oro, acabé enamorándome de ti. Pero eras tan... única, que el hecho de enamorarme de una mujer no lo consideré un error.

—¿Los señores ricos de Polis siguen renegando de nosotros?

—Y por la noche disfrutan viendo películas para adultos de esa gente a la que tanto insultan.

***

Al caer la medianoche vivía entre la vigilia y el sueño. Sentía mi cuerpo cansado, pero la adrenalina seguía en mi torrente sanguíneo y sin visos de desaparecer. A mi lado, Clarke estaba completamente dormida, y se agarraba a mí como si yo fuese su particular salvavidas en el mar tempestuoso de la vida. Parecía tan pequeña, tan frágil... una segunda versión de ella, la niña rica que conocí meses atrás, pero feliz.

Entonces, mi móvil empezó a sonar. Suspiré malhumorada, porque no tenía ni idea de dónde lo había dejado. Me levanté de la cama intentando no hacer ruido, y Clarke parecía no haberse percatado de mi falta entre sus brazos.

Al fin, tras una exhaustiva búsqueda, encontré el dichoso aparato y descolgué sin ni tan siquiera percatarme de quién me llamaba.

Al otro lado, silencio. Una larga espera de diez segundos que terminó abruptamente con una sórdida carcajada que conocía demasiado bien.

—Oh, mi querida Lexa... ¿te ha gustado mi regalo? Maravilloso, ¿verdad?

Nia de nuevo. Dos ataques con tan sólo unas horas de diferencia. Pero lo más inquietante de todo, es que jamás le habría dado mi número de teléfono. ¿Cómo lo había conseguido?

La curiosidad fue mayor que la repulsión que sentía hacia ella, y entonces vi el nombre de Aden escrito en el centro de la pantalla.

—Como te atrevas a tocar a mi hermano te juro que te mato. Te arrancaré las órbitas de los ojos, las uñas, la piel si hace falta... Te arrepentirás de esto.

Al fondo, sólo podía oír las carcajadas de la reina del hielo. Colgó sin más, dejándome con la palabra en la boca y un insoportable malestar en mi pecho. A los pocos segundos, varias imágenes que demostraban que estaba cautivo en su particular castillo, atado y amordazado.

Iba a ir a por él.




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