Mi vida era como la de cualquier chico normal en plena adolescencia, no podía quejarme, me gustaba como estaba viviendo; hasta que mis padres decidieron divorciarse.
Fue un verano, yo estaba a nada de entrar a la escuela media, todo fue un revoltijo de cosas. Mi hermana se quedó con mamá y yo me mudé a la capital del país con papá; Delania. Me sentía demasiado triste por tener que dejar la vida que ya tenía establecida hasta ahora e irme a otra ciudad. No pensé que lo que tenía planeado para la Universidad se estuviera cumpliendo tan rápido a principios de la preparatoria sin que yo lo deseara. También me dolía alejarme de mi hermana y mamá.
Recuerdo que estaba nervioso el primer día de clases, tanto que las manos me sudaban y las piernas me temblaban, sentía que en algún momento caería. El prefecto fue personalmente a indicarme cuál era mi salón y el profesor hizo que me presentara, no recuerdo exactamente lo que dije pero si recuerdo todas las miradas intensas de todos los que estaban sentados ahí, frente a mi. Al fin de todo yo era el chico nuevo.
En mi antigua escuela si alguien nuevo llegaba al salón todos comenzaban a hablarle y trataban de hacerlo sentir en confianza, pero ésta ocasión no fue así; todo aquí era diferente. Creí que iba a ser fácil el primer día, debí de mentalizarme en que no debía de esperar nada aquí. Nada iba como quería. Solo intercambié algunas palabras al sentarme con los chicos que estaban a un lado de mi sobre cosas de la escuela, solo eso. Nada importante.
Mientras el profesor hablaba con el prefecto yo aproveché en mirar mi celular, encontrándome con un mensaje de mis amigos de la antigua ciudad. Me habían enviado una foto juntos mientras me dejaban sus mensajes de fortaleza y ánimos. No había pasado un mes y ya los extrañaba.
Realmente intenté acercarme a mis nuevos compañeros pero con el tiempo fui entendiendo que ellos no querían estar conmigo, así que dejé de insistir.
—La Vie.