Consecuencias

By miguelvasquez54

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Consecuencias es el primer libro de la trilogía aftermath, en la cual se nos revela lo que paso después del r... More

Star Wars
Linea Temporal
Prologo
PRELUDIO
Primera parte
Capitulo 2
Capitulo 3
INTERLUDIO
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 13
INTERLUDIO
Capitulo 14
INTERLUDIO
capitulo 15
INTERLUDIO
INTERLUDIO
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20
Capitulo 21
TERCERA PARTE
Capitulo 23
Caputulo 24
INTERLUDIO
INTERLUDIO
Capitulo 25
INTERLUDIO

Segunda Parte

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By miguelvasquez54

—Tenemos un problema.
Alguien despierta a Temmin con una sacudida. Resuella y se sienta en la cama, en un

recoveco de la planta superior de su casa. Fuera retumban los truenos como disparos de cañones, como naves destripándose en el cielo. Destellos de relámpagos como descargas de fuego. Es un mausim, una vieja palabra akivana para referirse a las tormentas anuales que anuncian el inicio de la temporada de lluvias. Las nubes se vuelven de color negro y se ciernen sobre la ciudad como un nudo corredizo. Un mausim puede durar días, incluso semanas. Sobre la ciudad caen lluvias torrenciales, y los fuertes vientos detienen el tráfico.

Temmin resuella, se frota los ojos. Es su padre, que se encorva y le da un beso en la frente.

—Papá... ¿qué pasa?
Se oye una voz en la puerta. Es su madre.
—Brentin. ¿Quéocurre?
Su padre responde:
—Lo siento. Lo siento mucho...
Abajo, golpean en la puerta.
Vuelve a retumbar un trueno.
Brentin abraza a su hijo.
—Temmin. Necesito que te portes bien con tu madre. Prométemelo. Temmin parpadea. Todavía está dormido.


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Star Wars: Consecuencias

—Papá, ¿de qué estás hablando?

Su madre ha llegado, está de pie junto a la cama. Cada relámpago que cae ilumina su rostro preocupado. Abajo siguen golpeando en la puerta. La impaciencia del visitante va en aumento, y acaba tirando la puerta abajo. Su madre chilla.

Brentin le dice a su hijo:
—Prométemelo.
—Te... te lo prometo.
Su padre le da un último abrazo.
—Norra. Ayúdame con esto —dice, y corre hacia la ventana. La ventana está

cubierta por una persiana de listones metálicos. Está diseñada así como protección contra las tormentas. Si el viento llega a romper el cristal, la persiana reacciona: los listones se cierran y la ventana queda sellada al vacío. Los padres se ponen uno a cada lado de la ventana y tiran de las palancas que fijan los listones al marco. La mujer dice:

—Brentin, ¿qué está pasando?
—Vienen a por mí. No a por ti. A por mí.
Voces. El crujido de un comunicador. Pisadas. De repente llega gente a la

habitación. La armadura blanca de dos soldados de asalto. El uniforme negro de un oficial imperial. Todo el mundo está gritando. Disparos de bláster. Su padre dice que se irá pacíficamente. Temmin se pone a gritar. Su madre se pone entre los soldados y su padre, con las manos en alto. Un soldado le asesta un golpe con la culata del rifle. Ella cae al suelo, soltando un grito. Su padre se enfrenta a ellos, los llama monstruos, empieza a golpear el casco de un soldado con los puños...

Un disparo de bláster. Su padre lanza un grito y cae al suelo. Los soldados se lo llevan a rastras. Su madre los sigue a gatas. El oficial de negro se queda atrás, se agacha y le pone una tableta de datos delante de la cara.

—La orden de arresto para Brentin Lore Wexley. Escoria rebelde.
Ella se agarra a su bota, pero el oficial sacude el pie y se libra de ella.
Temmin se acerca a su madre. Está en el suelo, en posición fetal, llorando. Un

cúmulo de sensaciones: aflicción, miedo y rabia. Temmin se pone en pie y baja corriendo. Ya han salido por la puerta, arrastrando a su padre hacia la calle inundada, bajo la tormenta. Las botas de los soldados chapotean al caminar. Temmin sale corriendo. Todo esto le parece una pesadilla, como si todo esto pudiera ser real. Como si se hubiera abierto el cielo y hubieran bajado todos los demonios. Pero es real.

Les grita que lo suelten. El oficial se da la vuelta y ríe, mientras los dos soldados de asalto echan a su padre en la parte trasera de un bala-bala, uno de los pequeños deslizadores usados para moverse por los estrechos canales y las calles de Myrra.

El oficial desenfunda la pistola.

—Basta —dice Temmin, con una voz que parece más el aullido dolorido de un animal—, por favor.

El oficial lo apunta con el bláster.
—No te metas, niño. Tu padre es un criminal. Deja que se haga justicia.


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—Esto no es justicia.
—Da un paso más y verás lo que es la justicia.
Temmin va a dar un paso...
Pero dos manos lo agarran por la cintura y lo levantan del suelo. Temmin grita y

patalea. Su madre le dice al oído:
—No, Temmin. Así no. Vuelve a dentro. ¡Vuelve a dentro!
—Te mataré—grita Temmin, aunque sin saber a quién. Todavía no lo sabe—. Te lo

prometo... ¡Te mataré por esto!

—Tenemos un problema.
Su madre, al oído.
Susurrando.
—¿Qué pasa? —dice él, con la boca pegajosa y seca.
—Baja la voz —le advierte ella—. Estamos en peligro.
Temmin respira profundamente. Intenta saber dónde está. Compartimento de carga.

Nave pequeña. Un carguero, quizá. Diseño coreliano. Están detrás de un palé con una montaña de cajas selladas con carbonita. Un palé flotante, a juzgar por el aspecto, aunque ahora mismo está apagado y reposa sobre el suelo metálico de la nave.

Entonces lo ve: un cuerpo.

Un cadáver. Tumbado en el suelo, de lado. La mitad de su cara es como una superficie lunar, llena de cicatrices y viejas marcas de quemaduras. Los ojos han perdido el lustro. A su izquierda está la puerta del compartimento de carga. Suficientemente grande para tres de estas cajas, una al lado de la otra. A su derecha, una puerta sellada. Supone que conduce al resto de la nave.

El camarote, el puesto de artillería, la cabina, la carlinga, la proa.

Detrás de la puerta, oye el sonido de una conversación por comunicador. Y voces hablando por los altavoces de cascos.

—Soldados de asalto —dice, en voz baja.

Intenta recordar lo que ha sucedido, cómo ha llegado hasta aquí. Es como intentar atrapar nubes con unas pinzas. Pero poco a poco, la memoria empieza a aclararse. Estaba en las catacumbas. En la entrada. Sentado. Acababa de discutir con su madre. Se dio la vuelta para irse y...

Ella le clavó algo en el cuello.
Su madre empieza a decirle algo, pero él murmura: —¡Tú me has traído hasta aquí!
—He tenido que hacerlo —dice ella, alarmada. —Ah. ¿Has tenido que hacerlo?
—Es necesario salir de este planeta, Tem. —¿Dónde está el Señor Huesos? ¿Dónde estamos?


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Star Wars: Consecuencias

—¿Tu droide? —pregunta ella, casi irritada—. No lo sé. Estamos en una nave. En las afueras, cerca de la Carretera de Akar.

Por todos los dioses. ¿Tan lejos se lo ha llevado? ¿Hasta aquí? ¿Cerca de los cañones y de los viejos templos? El pánico se apodera de él. Mi tienda. Mis mercancías. Mis droides.

—Ese es el piloto —dice ella, señalando al cadáver—. Nos iba a sacar de aquí. Todo esto estaba infestado de soldados de asalto, así que te he subido a la nave. Lo he encontrado aquí, muerto. Los soldados de asalto han vuelto, no sé por qué. Supongo que hacen un segundo barrido. Quizás estén buscando algo de contrabando.

«Nos están buscando a nosotros», piensa él.

—Tenemos que escapar con esta nave —dice Norra—. Podemos hacerlo juntos. Necesito que seas mi navegador. No tenemos droide astromecánico... —al ver la mirada de su hijo, añade—. Te enseñaré cómo se hace.

Le aprieta la mano.
Temmin está furioso:
—No puedo irme de aquí. Este es mi hogar.
—Ahora tenemos un nuevo hogar.
—No me puedes secuestrar así y...
—Puedo hacerlo porque soy tu madre.
Por la mente del hijo pasan mil respuestas furiosas, que dan vueltas como perros-

anillo persiguiéndose la cola. Pero ahora no es el momento.
—Tengo... tengo un plan —dice Temmin. No es mentira. Pero tampoco es exacto. —Te escucho.
—Quédate aquí. Espera mi señal.
Norra quiere protestar, pero él sale corriendo por detrás de las cajas. Se detiene

delante de la puerta de la cabina. Junto a la puerta, en la pared, hay un panel. Mira a su madre, que lo observa con incredulidad.

Lo siento son las dos palabras que él articula, en silencio.
Ella abre los ojos como platos cuando se da cuenta.
Tengo un plan, solo que no te va a gustar.
Teclea rápidamente en el panel de la pared. Desactiva los goznes neumáticos del

compartimento de carga, que sirven para que la compuerta de carga y la rampa se abran lentamente, con la delicadeza de una madre dejando un bebé en la cuna. Temmin no tiene tiempo para eso. Los pistones se sueltan con un silbido muy fuerte y la rampa cae y golpea el suelo con un sonoro gong.

Fuera, una plataforma de aterrizaje agrietada, hecha añicos. Abundantes raíces y matas se abren camino entre el plastocemento. Detrás de la plataforma, jungla y ciudad.

Y soldados de asalto.
Un escuadrón entero de soldados de asalto.
Los toman por sorpresa. No están alineados, preparados para la batalla. Están ahí

fuera paseando, esperando, curioseando por la maleza y abriendo cajas.

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Esto le da a Temmin una oportunidad.

Grita, corre hacia delante y golpea con el hombro el palé lleno de cajas. Con un movimiento rápido de la rodilla, pulsa el botón de los mandos del palé. El palé se eleva instantáneamente unos centímetros por encima del suelo del compartimento de carga. Su madre corre hacia él.

Pero no es lo suficientemente rápida.

Temmin corre hacia fuera, empujando la montaña flotante de cajas con el hombro. Se esconde detrás de la montaña, y así se escuda de la descarga repentina de disparos de bláster. Su madre lo llama, pero él solo puede pensar una cosa: Ha sido una idea muy estúpida.

—¿Tenemos un problema? —pregunta Surat Nuat.
Sinjir cruza la sala de juego, pasando por delante de jugadores de dados y cartas, y se

detiene delante del gángster sullustano. El gángster se queda ahí plantado, observándolo con su ojo bueno. Sinjir se siente diseccionado, como un insecto al que un niño cruel le arranca las alas con los dedos. Una sensación intensificada por el ruido de unos cuantos blásteres que de repente le están apuntando, a punto para disparar.

Respiraciones entrecortadas por toda la sala. La música se detiene. Todo el mundo le observa.

Su nuevo amigo twi'lek está a su lado, temblando.
Sinjir se aclara la garganta y sonríe.
—En absoluto —dice Sinjir—. No hay ningún problema. Se trata de una petición

respetuosa, si me lo permites. ¿Puedo apelar a tu... —¿qué palabra logrará satisfacer a este matón engreído? ¿Qué palabra deleitará el ego del sullustano, un ego tan hinchado y rechoncho como un esqueleto de shaak al sol?— ...a tu gracia ilimitada, a tu amplia sabiduría, a tu poder eterno?

Surat aprieta los labios.

—Eres elocuente. Y educado. Eso me gusta. Aunque tengas una nariz humana torcida y llena de excrementos. A ver. Di lo que quieres. Pero que sea rápido.

Sinjir piensa repentinamente: Vete de aquí. Esto no te incumbe. Ella no es nadie. No te importa. ¡No os conocéis! Tuvisteis un momento, un momento singular. Un momento no es nada significativo. Huye de aquí, se te da muy bien.

Pero... esa mujer. La zabrak lo está observando. Y quizá Sinjir se lo imagine, pero le parece ver algo en su mirada. ¿Reconocimiento? ¿Un escrutinio familiar? Como para confirmarlo, ella inclina ligeramente la cabeza.

Sinjir le dice a Surat:
—La mujer. ¿Es tuya? ¿La puedes vender?
—Efectivamente —dice Surat, frunciendo los labios, divertido. —Entonces la quiero comprar. Pagaré bastante bien por una primera vez...


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Star Wars: Consecuencias

—El proceso —le interrumpe Surat— para una candidata de primera como esta, sería una subasta. Así se maximiza el esfuerzo y se asegura que todos los compradores interesados tengan una oportunidad.

—Entonces te ofrezco un suplemento para no competir con nadie.
Surat levanta la mano.
—Da igual. Porque no habrá subasta para ella. Ya tenemos un comprador. A menos

que creas que puedes igualar los cofres ilimitados del Imperio Galáctico.
A Sinjir se le hunde el corazón en el pecho como una piedra en una ciénaga. Pero se niega a dejar entrever el miedo y la decepción. En lugar de ello, da una palmada y sonríe

ampliamente.
—Entonces creo que ha habido una confusión. Un embrollo de comunicaciones.

Verás, yo pertenezco al Imperio Galáctico. Soy un emisario. Soy Sinjir Rath Velus, oficial imperial de lealtad, destinado por última vez en el generador de escudos de Endor. Actualmente estoy en Akiva en una... misión diplomática. ¿No te ha dicho nadie que venía? Antes todo funcionaba tan bien, antes de que esos cerdos rebeldes destruyeran nuestro juguete preferido. Pido disculpas. Pero estoy aquí ahora...

—Todavía no he informado al Imperio de esta presa —dice Surat.
—¿Qué? No te sigo.
—No saben que la tengo —el gángster señala la mujer con un gesto—. ¿Tienes un

Jedi en alguna parte que ha predicho mi llamada? ¿O es que eres algún tipo de mago con una gran precognición, querido oficial imperial de lealtad Sinjir Rath Velus?

—Bueno, tengo bastante talento.
—O quizá seas un rebelde. O un simple estafador. ¿Acaso importa? Sinjir traga con dificultad. Sonríe forzadamente y dice:
—Te aseguro...
Surat frunce el ceño.
—¡Matadlo! —grita el gángster.
Los hombres de Surat empiezan a disparar.

—Tenemos un problema, Almirante —dice Adea Rite.
Sloane cruza el vestíbulo del palacio. Las paredes están llenas de marcos dorados con

retratos de sátrapas del pasado: el rostro baboso y los carretes caídos del Sátrapa Mongo Hingo; la cara cetrina y enfermiza del Sátrapa Tin Withrafisp; el apuesto y lozano Sátrapa Kade Hingo, un joven gobernador que murió demasiado temprano. La historia oficial dice que fue asesinado, la historia susurrada dice que fue por enfermedad venérea. Sloane se detiene y dice:

—¿Qué tipo de problema? Le recuerdo que estoy a punto de empezar una cumbre que decidirá el éxito o el fracaso del Imperio y de la galaxia que intenta gobernar.

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A la pobre muchacha le cambia la cara: una expresión de miedo como un sol ensombrecido por las nubes. Sloane siente un poco de vergüenza por su respuesta. Sea cual sea el problema, no será culpa de la chica. No obstante, la muchacha reúne todo su valor, respira profundamente y dice:

—Dos naves exploradoras rebeldes —y hay que reconocer, a su favor, que lo dice en voz baja. ¿Quién sabe si alguien podría estar escuchando?

—¿Dónde? ¿Aquí? ¿Sobre este planeta?

—Sí —responde Adea, asintiendo con la cabeza—. Tothwin dice que se trata de dos Ala-A; lo cual apunta a la Rebelión.

Esto está sucediendo demasiado pronto.

—¿Y qué ha pasado con ellos?

No es que importe mucho.

Adea dice:
—Ambos han sido destruidos antes de que pudieran volver al hiperespacio.
Rae hace una mueca.
—¿Los otros destructores lo han visto?
—No lo creo. Al menos, no lo han comunicado. Las naves aparecieron por estribor,

lejos de los otros dos destructores. La distancia entre los destructores parece indicar que no lo habrán visto.

Esto quizá les da un poco más de tiempo. Si los Ala-A hubieran regresado sin problemas y hubieran informado, el ataque rebelde sobre su bloqueo podría ser inminente. Pero como los Ala-A no pueden volver, los rebeldes no tendrán información útil. Les dará que pensar. Los cazas quizá han sido destruidos por un ataque imperial, o quizá por una nube volátil de oort. O un campo inesperado de escombros galácticos. La flota rebelde irá con cuidado.

De todas formas, esto le presenta un nuevo problema: ¿debe decírselo a los demás? De hecho, puede asumir ella la autoridad. Ni Shale ni Pandion son almirantes. Técnicamente, ninguno de los dos tiene la autoridad para ordenar movimientos de la flota. Sloane sí.

Pero los dos están a cargo de un destructor estelar, y actualmente las reglas no están muy claras sobre quién tiene autoridad de verdad para actuar.

Si ella toma una decisión determinante sin informarles...
Ellos también harán cosas a sus espaldas. Un golpe, quizá. Entonces la cumbre se convertirá en un juego totalmente distinto. Se contiene una palabrota.
—Muy bien —dice, y le da las gracias a su asistente.
Sloane se dirige a la primera reunión trascendental de la cumbre.

—¿Qué problema hay con... ¡eh!
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Star Wars: Consecuencias

Norra avanza hacia la voz y ve que pertenece a un soldado de asalto, uno de los tres que están entre el compartimento de carga y la nave. Los tres soldados entran, con los rifles bláster listos.

Temmin, ¿por qué has tenido que huir?

Otra voz dentro de su cabeza responde a la primera: Porque no le has dado otra opción.

Fuera de la nave, más allá de la puerta del compartimento de carga y fuera de su campo de visión, Norra oye indicios de batalla. Disparos de bláster. Hombres gritando.

—¡Ahí! —dice uno de los soldados de asalto al verla.
Los tres se vuelven hacia ella, apuntándola y señalando con las armas.
—Alto ahí.
—Levántate —ordena el tercero.
Lentamente, Norra se pone en pie. Siente el peso del bláster que lleva en la cintura.

Como si pesara más por un gran riesgo, por una gran misión. Su mano tiene ganas de desenfundarlo, probar suerte. La sangre le retumba dentro de las venas de la cabeza, como un río de miedo y rabia. Le vuelven todos los recuerdos. Los soldados imperiales derribando la puerta de su casa, llevándose a su marido a rastras de la habitación de su hijo, golpeándola a ella con la culata del rifle.

«Eres rápida. Estos cabezalatas son lentos. Inténtalo», piensa.

Uno de los soldados se vuelve hacia el exterior. Se sobresalta, y durante un momento ella no entiende por qué.

—¡Cuidado! —empieza a decir, pero entonces unos disparos de bláster lo lanzan contra la pared. Los otros dos se dan la vuelta y empiezan a disparar, pero es demasiado tarde para ellos...

Una moto deslizadora entra en el compartimento de carga y derrapa, y al hacerlo golpea a los dos soldados de asalto en las rodillas. Gritan cuando la moto deslizadora los derriba.

Temmin levanta la visera de su nuevo casco con el pulgar.
—¡Vámonos! —dice—. Vamos, vamos, vamos, vamos.
Norra respira profundamente y se sube a la parte trasera de la moto deslizadora.

Temmin da un giro de muñeca y el vehículo sale disparado como un cohete de protones.

—Tenemos un... —Rae empieza a decir.
—Un problema, sí —le responde Pandion—, eso creo. He oído que el Capitán

Antilles no está respondiendo a nuestros... esfuerzos.
Tashu ha llegado tarde, y llevaba una extraña máscara roja de metal, de aspecto

demoníaco. Ahora hace girar la máscara, que está boca abajo sobre la mesa.
—No se preocupe, Moff Pandion. Mi técnica requiere tiempo, pero me he entrenado

con los mejores. Las artes tradicionales Sith de...

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—Es gran moff —le corta Pandion—. Y quizá deba recordarle que todos los Sith han muerto y que usted no tiene su magia.

—El problema —dice Rae, alzando un poco la voz—, es que el Vigilancia ha encontrado dos Ala-A rebeldes de exploración. Los hemos despachado los dos...

Arsin Crassus se pone en pie. Ya estaba blanco como polvo de hueso molido, pero ahora casi está translúcido. La voz es de pánico, que se acentúa cuando empieza a tartamudear:

—Los rebeldes vendrán a por nosotros. Debemos poner fin a esta cumbre inmediatamente. Yo no soy un combatiente, sino un mero comerciante...

—Siéntese —ordena Rae.

Crassus duda durante un momento, frotándose los dedos de las dos manos. Un hábito nervioso.

—No sea cobarde, Crassus —dice Pandion—. Siéntese.

Crassus se sienta. No obstante, Sloane observa que solo lo hace cuando se lo dice Pandion.

—Tengo un plan —dice Rae—. Aunque pueda parecer poco convencional.
Jylia Shale se inclina hacia delante.
—Estamos escuchando.
—Propongo que los destructores estelares salten al hiperespacio. Que no vayan lejos.

Pero que queden lejos del alcance de todos los sensores, tanto los ópticos como los de barrido de larga distancia.

—¡Pero quedaremos desprotegidos! —exclama Crassus.

—Si los rebeldes no encuentran nada aquí, se irán. No tienen tiempo ni recursos para realizar un seguimiento de un planeta remoto y periférico como este. Pero si ven tres destructores estelares imperiales...

Pandion se reclina en su asiento, con una sonrisa burlona.

—Parece ser que estoy en una mesa llena de cobardes. Permítame proponer una solución alternativa, Almirante. Usted está a cargo de la flota del Devastador. Es nuestro último súperdestructor estelar. Tiene esa nave y quién sabe cuántas más. Ni siquiera lo sabemos. Una cantidad desconocida, escondida como los mejores juguetes de un niño codicioso —en este momento se inclina hacia delante, señalándola con un dedo acusador—. Quizá haya llegado el momento de compartir, Almirante. Traiga toda su flota. No vamos a correr con la cola escondida entre las piernas. Vamos a hacer todo lo contrario. Consolidar nuestra presencia. Y si los rebeldes vienen a husmear, comprobarán que han revuelto un nido de víboras.

—No —dice la General Shale, golpeando la mesa con su pequeño puño arrugado. La mujer niega con la cabeza, con firmeza—. Ninguno de nosotros está listo para esto. Esto es una partida de chatta-ragul. Todas las fichas están en el tablero, nos guste o no. Secuaces, Exploradores, Caballeros... y hasta Pontífices, el Castillo, la Emperatriz. Nunca se mueve a la Emperatriz a menos que no quede otra opción. Ese fue nuestro error con la gran estación espacial de Palpatine: la Estrella de la Muerte era nuestra

 98

Star Wars: Consecuencias

Emperatriz. La movimos demasiado rápido. Fue un gambito de chatta-ragul que fracasó estrepitosamente.

—Hable claro —dice Pandion—. Esto no es ningún juego.

—Sí que es un juego —replica Jylia, con la mandíbula firme—. Es un juego con una apuesta muy alta, en el que tenemos que ser más astutos que nuestro oponente. El líder de la flota de la Nueva República es el Almirante Ackbar. Es un genio de la estrategia. Un guerrero de la mente. Pero no se apresurará en venir con la flota. Un rebelde desaparecido, luego dos más. Seguramente sospechará que está pasando algo, que podría ser otra trampa en la que caer. Pero al no tener más información, se lo pensará dos veces antes de enviar otro rebelde a la tumba. Seguramente, su siguiente movimiento sea enviar una nave teledirigida.

—O un droide —dice Rae.

—Sí. ¡Sí! Un droide sonda de largo alcance. Eso es muy probable. Lo enviará desde una nave que esté a cierta distancia. Lo suficientemente cerca para que los escáneres funcionen. Esto significa que si tenemos naves aquí, el droide será completamente innecesario. Y esa nave estará fuera del alcance de nuestras armas. Saltará al hiperespacio y Ackbar movilizará su flota. Y entonces será guerra abierta, una vez más. Una batalla que no podemos permitirnos perder, porque les recuerdo que estamos consumiendo recursos mucho más rápido de lo que los producimos. Hemos perdido naves, fábricas de armas, fábricas de droides, minas de especias, depósitos de combustible. ¿Quieren arriesgar todavía más? No podemos permitir pagar esa deuda.

—Cobardes —grita Pandion, levantándose tan rápidamente que la silla casi se cae al suelo—. El Devastador es un arma poderosa, y Sloane está ahí dentro como una nuna rechoncha sobre un nido de huevos que ya se han abierto —señala a Crassus y Tashu—. En esta reunión cuentan todas las voces, ¿no es así? Entonces se lo pregunto a ustedes. ¿Cuál es su voto? ¿Somos un imperio de perros callejeros y gallinas de los pantanos, lloriqueando y cacareando por la noche? ¿Qué dicen?

Crass asiente con la cabeza.

—Yo digo que adelante con el súperdestructor estelar. Digo que ataquemos —y hace un gesto torpe, golpeando con el puño en la palma de la mano.

—Crassus ya ha admitido que no es un combatiente —dice Rae—, sino un comerciante. ¿No es así, Arsin? ¿Va a seguir su consejo?

Tashu empieza a hablar, adelantándose al estallido de Pandion.

—Yo quiero decir algo. Los Sith son maestros del engaño. No es una muestra de cobardía esconderse en las sombras y atacar cuando el enemigo ha pasado de largo. Estoy de acuerdo con la almirante.

Sloane asiente con la cabeza.
—Somos tres contra dos. Desplazaremos los destructores.
—No —dice Pandion—. Yo estoy al mando de una de esas naves. Y no la voy a

mover. Se queda aquí.

99


Su mirada tiene un toque de desafío salvaje. Esto está ocurriendo mucho antes de lo que Sloane esperaba. Siempre ha sabido que uno de ellos la pondría a prueba, probablemente Valco Pandion. Muy bien. Camina junto a la mesa y se detiene delante de él, cara a cara.

—Soy la almirante de esta flota. No tiene la autoridad, autoproclamada o legítima, para dar órdenes a una nave que entren en conflicto con las órdenes de toda la flota. No tiene autoridad para denegar mi orden.

Pandion sonríe.
—¿Y qué ocurre si lo hago igualmente?
—Entonces el Vigilancia barrerá su nave del cielo. Sus restos caerán como lluvia por

encima de todos nosotros. Y así será como acabará el Imperio. Destruyéndonos los unos a los otros, como ratas enloquecidas por el hambre, ratas comiéndose entre ellas en lugar de salir a buscar comida.

—Podría llevarme mi nave. Huir a un sistema lejano...
—¿Huir? —pregunta Rae—. Quiere huir. Usted es el cobarde.
Pandion hace una pequeña respiración. Un resoplido diminuto.
Ya te tengo.
Por ahora.
—Almirante —dice, cambiando repentinamente de tono. Incluso sonríe ligeramente e

inclina la cabeza—. Evidentemente, estaba haciendo de abogado del Imperio. Es importante diseccionar completamente a un animal para poder entenderlo. Le agradezco que me haya permitido desafiarle de esta forma. Proceda como le parezca adecuado.

Ella afirma con la cabeza. Una victoria temporal, piensa. Pero Pandion está haciendo aquí lo mismo que ella quiere hacer con la flota de Akiva: retirarse temporalmente para poder volver a luchar otro día. ¿Qué es lo que ha dicho Tashu? Esconderse en las sombras y atacar cuando el enemigo ha pasado de largo.

«Parece que al fin y al cabo tenemos un problema», piensa Sinjir, agachándose para esquivar disparos de bláster, saltando y corriendo entre mesas de juego. Tira por los aires una montaña de fichas, que pertenecen a un pastor de nerfs depravado con la cara cubierta de sudor. El hombre se levanta a recoger todas las fichas, y acaba recibiendo un disparo en la espalda. Sinjir hace caer los dados de otra mesa, y casi tropieza con una ruleta justo antes de dar un salto a la carrera.

Salta por la parte central de la barra. Le falta aire en los pulmones. Los disparos de bláster acribillan la pared de madera y hacen volar botellas y vasos, que se rompen al caer al suelo. Sinjir respira con dificultad pero logra moverse, con los brazos por encima de la cabeza para protegerse de los vasos y botellas que caen.

Entonces todo se detiene. «¿Ya ha terminado?», piensa.


100

Star Wars: Consecuencias

Una sombra se alza sobre él.

Es el camarero, que lo observa. Con una sonrisa grasienta en la cara y la barbilla verde y pegajosa por las hojas que escupe.

—Tienes un problema —dice el camarero.

Su puñetazo es como la caída de un meteorito. Golpea a Sinjir como el pistón del compartimento de carga de una nave. Los ojos le dan varias vueltas, todo se vuelve borroso y cae inconsciente. 

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