Proyecto Pandora: Bienvenido...

By Srta_Allen

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"[...] Aceleró el paso, llegando así a aquel basto lugar. Miró a su alrededor logrando observar varios cadáve... More

Proyecto Pandora: Bienvenido al Pandemonio.
Introducción.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Capítulo 18.
Capítulo 19.

Capítulo 9.

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By Srta_Allen

En aquel misterioso sueño escuchaba constantemente una risotada histérica que me obligaba a cubrir mis oídos. «Despierta» me decía, me obligaba, me tentaba. La voz me resultaba familiar, tan familiar como que era la mía. Me dolía todo el cuerpo. Tan solo respirar era doloroso, un dolor agudo que me recorría en silencio.

No me dí cuenta hasta el momento en que quise moverme, pero allí conmigo estaban Khalius, Macius y Diddi. Apenas les escuchaba como era debido, los oídos me pitaban y los tenía taponados. Sin embargo, por lo que pude escuchar, Rosen había desaparecido tras nuestro encuentro aparentemente fortuito. Por no querer interrumpir me quede quieta. Escuchaba la voz infantil de Deidara tomando el control de la situación. Sentenció el hecho de que Rosen había desaparecido y por tanto, prácticamente, obligó a Khalius a buscarla y por contrayente Macius lo acompañaría. Una vez hube escuchado el sonido de la puerta de la habitación cerrarse abrí los ojos.

—¿Cuánto tiempo llevas consciente? —Preguntó con deje severo mientras tomaba asiento en el sillón que había junto a la ventana, mi sillón favorito.

Pese a mi estado pude dejar escapar una pequeña risa irónica.

—Quién sabe. —Amplié la sonrisa y giré la cabeza hacia donde ella se encontraba: mirando la ventana como si esperara la aparición de algo o alguien.

No sé si fue impresión mía, pero su rostro denotaba preocupación, tristeza y furia. Todo aquello escondido tras su carita infantil.

—¿Cuánto tiempo llevo dormida?

—Poco más de tres días. —Respondió al instante curvando un ademán molesto.

Si no fuera porque apenas la conocía, hubiera coincidido con el reflejo del cristal en que no era ella misma.

Con aquella sonrisa en la comisura de los labios retiré las sábanas que me cubrían y la compresa de agua que ya llevaría más de una hora colocada en mi frente. Tenía la misma ropa. Sin embargo mis rombos, anteriormente blancos, ahora eran de color carmín. Y lo mismo ocurría con los guantes. Fruncí el ceño bastante molesta, no por el olor a sangre seca que a decir verdad me agradaba, sino por el hecho de que mis guantes se hubieran manchado. Siempre intentaba mantenerlos impolutos.

—Tienes muda limpia en el clóset. —Comentó de repente provocando que me diera la vuelta para observala.

—¿La misma? —Pregunté deslizando los guantes de la mano y desparramandolos de cualquier manera sobre la cama. La conversación era de lo más extraña. Parecíamos desconocidas que se acababan de encontrar y estaban obligadas a entablar una conversación. Sin esperar ninguna respuesta, abrí las puertas que conducían al vestidor. En efecto, ahí había ropa limpia o tal vez nueva. No eran las mismas que llevaba, pero estaban limpias y no rasgadas y cubiertas de sangre seca. No tardé mucho tiempo en cambiarme. Era un vestido blanco y sencillo, con adornos de rosas celestes en los bordes en forma de pico que éste poseía y en una de las tiras del hombro también tenía un lazo del mismo color ceñido a la cintura. Sin embargo no había zapatos por lo que salí descalza del vestidor con una venda en uno de los tobillos. Una vez fuera sacudí la cabeza mostrando un semblante serio.

—Vamos. —Sentenció antes de que pudiera articular palabra alguna. De hecho, ella ya estaba en el marco de la puerta sujetando el pomo de esta.

No me molesté en preguntarle hacia dónde nos dirigíamos. Al cruzar la entrada principal vi que todo estaba intacto, como si allí no hubiera ocurrido nada. Apreté los dientes con fuerza al recordar los golpes que Rosen tan amablemente le había proporcionado a mi cuerpo. Pronto llegamos a un gran salón, que al igual que toda la mansión Bernaskell, estaba decorado al estilo Victoriano. Lo que más me agradó de aquel lugar fue el color blanco brillante de sus paredes, el negro oscuro de sus muebles y los decorados color del oro y ámbar. Al terminar de observar la estancia, pude ver que había personas a las cuales desconocía completamente. Tan solo dos caras me eran familiares. Las de Deidara y Lisbeth.

Diddi cruzó la habitación sin vacilar un instante hasta llegar a la ventana. Esta ofrecía una vista, que a mi en especial me encantaba. Un cielo encapotado y oscuro que avecinaba una preciosa tormenta.

—Ya pensábamos que no despiertarías. —Tomé aquellas palabras como una forma de saludarme por parte de Lisbeth.

—Vaya, pues sorpresa.

Era evidente que no me sentía con ganas de entablar una conversación con nadie. Me hervía la sangre al recordar todo. Desvíe la mirada hacia las demás personas. En su mayoría todos iban de negro, exceptuando una persona que vestía el mismo uniforme de Khalius y otra que parecía no tener nada que ver. No me hizo falta hablar, la expresión de mi rostro preguntaba por si sola.

—Son componentes de Lilium, y aquellos dos —explicó Deidara señalándolos— son compañeros de Khalius.

No los saludé, tampoco hacía falta. Salté la mirada de Deidara a Lisbeth y de ella a la ventana. La atmósfera era rara o quizá yo la sentía diferente.

—¿Qué hacen aquí? —pregunté con brusquedad.

Cuatro personas de negro. Una de blanco. Y otra, que nada tenía que ver con ellos. ¿Dónde estaban Khalius y Mark?

—Acabamos de llegar. —Respondió uno de los jóvenes en tono burlón.

El chico que se había tomado la molestia de responder, parecía ser uno de los compañeros de Khalius. No vestía de blanco con detalles en lustroso dorado, como Khalius. Tampoco de negro con detalles en blanco, como Mark. Lo suyo era una mezcla. Vestía de blanco y a su vez de negro. No lo había visto en ninguna otra persona y eso se debía a que, sencillamente, nadie más podía vestir así. Fue algo de lo que me di cuenta posteriormente.

—Arg —musitó Lis para sí, con deje molesto—. Ese es Owen.

—El de blanco, como Khalius, es Erick. —Escuché decir seguidamente a Deidara.

Curvé una sonrisa irónica. Entre una cosa y otra el ambiente se cargaba más. Los jóvenes de Lilium que iban de negro se mantenían en silencio mientras Owen, con su sonrisa burlona, y Erick, con una sonrisa déspota, eran la principal atracción.

Owen no solo me llamó la atención por los colores que vestía. También fue por el hecho de que era pelirrojo. Sí, por ese detalle. No tenía el cabello negro y los ojos verdes a los que estaba acostumbrada. Es más, sus ojos eran de un intenso zafiro. Era la primera persona de cabellos de ese tono a la que veía por ahí. Por otro lado, Erick me recordó a Leo. No por sus rasgos pues su cabello no era negro, como el de él. Ni sus ojos eran verdes. Su cabello se tornaba del color de las hojas de Otoño. Una mezcla entre castaño y dorado Mientras que sus ojos eran grises. Me recordó a Leonardo por su sonrisa déspota.

—Owen Remington y Erick Pierce. —Especificó posteriormente Lisbeth con desagrado. Algo la había molestado.

Arrugué la nariz. ¿De que me servía las presentaciones? Lo ignoré todo asintiendo como si aceptara lo dicho. Cuando ciertamente me traía sin cuidado quiénes fueran o dejaran de ser. Tenía mi atención puesta en Rosen.

—¿Sabéis algo de Rosen? —Pregunté con tirria.

Owen, quien en ese instante estaba distraído con un libro, desvío la mirada para observarme extrañado.

—Ah, ¿no lo sabe? —Cuestionó con expresión jocosa mientras cerraba el libro haciendo que emitiera un sonido hueco.

—Para eso está aquí Owen —explicó Erick.

Enarqué la ceja. Intentaba ignorar todo tema que no tuviera que ver con Rosen, y esos individuos parecían tener la solución para poder encontrarla.

—¿Y bien? —Era como si esperasen un asombro o alguna queja—. ¿Sabéis dónde está?

—Que antipática —sentenció Owen mientras tomaba asiento en uno de los sillones libres, junto a los cuatro jóvenes que vestían de negro.

—La verdad es que no, Khalius nos acaba de llamar. —Respondió seguidamente Erick. Como si intentara restar importancia al comentario, totalmente trivial, que había hecho Owen.

Lisbeth frunció el ceño al mismo tiempo que se levantaba y salía de la habitación sin mediar palabra. Desvíe la mirada hacia ella para observar cómo se iba y después la coloqué en Deidara. Parecía que algo había ocurrido en mis tres días de ausencia. Era normal, en mi, ignorar cualquier cosa. Ser borde, fría y distante con cualquier persona. No era normal en Lisbeth, y mucho menos en Deidara.

—El tema es que envíe a Khalius a investigar con Mark. Pero me encontré con que Khalius puso tanto a Owen como a Erick al mando de esta búsqueda. —Explicó nuevamente Diddi con enfado mientras dejaba de observar la ventana para posar sus grandes ojos amarillos en mi indumentaria—. Te queda bien.

No supe si tomarme aquello con burla o no. Fuera como fuese, curvé una sonrisa cínica y posé la mirada en Erick.

—Entonces tardáis en buscar informa... —dejé aquella frase sin terminar ya que aquel individuo, el pelirrojo, había decidido interrumpirme.

—Estamos aquí para buscarla puesto que vosotras, obviamente, no podéis. No llegues como quien no quiere la cosa y nos digas que tardamos en encontrarla.

Rechisté frunciendo el ceño. Seguidamente asentí burlona.

—Si preferís quedaros quietos ahí, disfrutando del sillón, adelante. Hay muchos por todo Bernaskell.

En el tiempo que me había tomado charlar con aquel sujeto, Deidara había aprovechado para dirigirse hasta la puerta para cortarme el paso y evitar que me fuera de la habitación.

—Tampoco me caes bien. El desdén entre todos, es mutuo —comenzó a decir la pequeña, refiriéndose a Owen, con el ceño ligeramente fruncido—, pero desgraciadamente tenemos que cooperar. Haced vuestro trabajo y no insistiremos.

Desvíe la mirada a Erick, quien intentaba ocultar una sonrisa. Mostré un semblante serio y enojado mientras desviaba nuevamente la mirada a aquellos que guardaban silencio en el sofá.

—¿Qué pintáis vosotros aquí? No habláis, no hacéis nada. Largo. —Ordené.

Para sorpresa me hicieron caso, se levantaron y marcharon de la habitación. Owen dejó escapar una sonora carcajada al mismo tiempo que introducía una de las manos en el bolsillo del pantalón y caminaba tras los jóvenes. Se detuvo frente la puerta, recogió la chaqueta blanca de su traje, la cual lanzó hacia la espalda para seguidamente sujetarla tan solo con el dedo corazón y giró un poco el rostro.

—Avísame cuando todo termine, Erick.

***

Me había tomado la molestia de volver a desordenar la habitación: sábanas por el suelo, sillas astilladas, ropa desparramada, alfombra manchada. Las doncellas entraban todos los días y la habitación siempre se encontraba ordenada. En aquella ocasión no. Tuvieron que hacer su trabajo y dejar todo como estaba. Había desistido de la idea de cooperar con aquellos personajes, ni el uno ni el otro eran de mi agrado. Y si algo no me gustaba, sencillamente, desaparecía o era ignorado.

Busqué a Khalius en un arrebato de furia para pedir explicaciones. Me comunicaron que tanto él como el mayordomo, Mark, habían tenido que salir inesperadamente de la mansión y que por tanto el mando lo tenía Owen, por ordenes del Lord. Leonardo tampoco parecía estar por ningún lado y eso ya me desconcertaba. Suspiré debido a todo lo que estaba ocurriendo; molesta y enfadada di un paso para volver a mi habitación.

Pero allí estaba ella. Frente a mi, con una sonrisa cínica de oreja a oreja y con el brazo extendido sujetando lo que parecía ser una espada.

—¿Dónde están mis hermanas?

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