Capítulo 19.

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—Hay algún problema con éste lugar.

Coraline dio una patada al suelo obteniendo como réplica un sonido hueco y frío.

Una vez más volvíamos al mismo sitio. Una y otra, y otra vez. Si no me estaba volviendo loca ya, seguramente lo haría pronto y no tardaría en tirarme de los pelos.
Cerré los ojos, agotada de tanta vuelta y agobio, y tomé asiento a pie del árbol. Me respaldé en el tronco, duro y áspero, y observé el panorama.

La región del Limbo había sido en su época Dorada un lugar delicado y hermoso. Ahora sólo era los escombros de aquella fantasía, una sombra gélida y taciturna que dejaba mucho que desear a los pocos descendientes que pudieran o no haber quedado de aquellos tiempos.
Me preguntaba qué clase de trastorno mental había llevado a una persona a destruir semejante lugar.
No era precisamente mi hábitat, pero Pandora éramos todas. O por lo menos era lo que pensaba.

—¿Qué haces?

—Pensar.

Coraline había quedado esperando. Como si aguardara a que le contara sobre qué pensaba mi loca cabeza. O sobre qué tramaba mi esquizofrenia cabeza.

—En salir —agregué.

De momento, y para variar, todo estaba tranquilo. De una manera u otra lo agradecía. Se agradecía el poder sentarme, respirar, y pensar en frío. Irónico.

—¿Sabes? Desde mi ilusión con Sheila me pasé horas observando éste estúpido árbol. Tiene algo extraño.

No era la única. Yo también había pasado horas, infinidad de minutos y segundos, absorta en él de la misma manera.
Las tres veíamos el mismo árbol, pensé.

—Cora —me levanté con cuidado, el azote de la idea me había aturdido—, ¿estás segura de que es el mismo?

Coraline asintió y creí emocionarme, me envolvía una especie de felicidad embriagadora. Si ellas habían visto el mismo árbol eso quería decir que existía una pequeña, ¡remota y desconocida!, posibilidad de que los demás también estuvieran observando o al menos lo hubieran hecho en algún momento el mismo Wisteria moteado de tronco azabache al que tanto asco le había suspirado todo este tiempo.

—¡¿Sabes lo que eso significa?! —La sacudí con ímpetu, con emoción y determinación, venga ya estaba emocionada— Vamos a salir de aquí.

Esta se rió como si le hubiera contado un chiste, el más gracioso. Sin embargo su risa era como el canto de una sirena. Malditos fueran ella y su pecado.

—Ah sí disculpa —se retractó con un deje de burla—, ¿y cómo vamos a salir?

—Simple. Vamos a destruir este maldito árbol.

Sacudí todo el cuerpo antes de llevarme una de las muñecas a los labios. Mordí con todas mi fuerzas hasta sentir el dolor que mis colmillos bien afilados me proporcionaban, Y tan fuerte hasta que empecé a saborear una mezcla entre adulce y amarga. Agridulce. Quién sabe, cada paladar es un mundo, pero el sabor a hierro era innegable. Ese matiz metálico que a algunos nos volvía locos. Como el néctar. Antes de volverme loca con mi propia sangre, dejé caer el brazo y simplemente esperé con una tranquilidad que no era acorde a la situación y podía, incluso, resultar molesta.
Cuando la sangre empezó a brotar Coraline sonrió. Si a alguien le gustaba más éste líquido rojo que a un vampiro, esa podía ser ella. Pero claro, en conceptos altamente diferentes.
La sangre acabó coagulándose y solidificándose para dar forma a una larga lanza. Toda ella de color bermellón y erótico olor a sangre.

—¿Gungnir? —Asentí y ella rió— Si Odín supiera en qué manos ha caído su lanza...

Curvé una sonrisa tal vez algo déspota y despreocupada antes de arrojar con fuerza la lanza contra el árbol. Era simple, rápido, sencillo y limpio.
Un terremoto azotó la región, siendo el centro del seísmo aquel tedioso árbol. Todo empezaba a perder su apariencia. Los árboles restantes caían junto a los altos Dracos y Ents que habían perdido la vida. Mientras, el Wisteria sangraba.
Coraline me miraba intentando no caer con los temblores, estaba tan asombrada como yo.
La sangre que salía a borbotones, como si hubiera atravesado a una persona, recorría las líneas del tronco hasta juntarse a pie de este formando un charco.
La región empezaba a resquebrajarse, las hojas del Wisteria caían una tras otra, sin pausa, hasta empaparse en sangre.
Un sudor frío me recorrió la espalda mientras la temperatura empezaba a descender con velocidad y varios gritos y chillidos comenzaban a molestarnos. Como los que dieran las mandrágoras.
Todos ellos provenían del árbol.

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⏰ Last updated: Aug 22, 2017 ⏰

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Proyecto Pandora: Bienvenido al Pandemonio.Where stories live. Discover now