La vida después de la popular...

By Ross_N

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Blair lo ha perdido todo, Lucy Stevens, la bajó del trono, le robó a su novio, a sus amigos y ahora ella está... More

La vida después de la popularidad.
Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Aviso rápido :D
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
20 No puedes ser real.
21. Papá ebrio
22. Adiós mamá
23. Una película de Audrey Hepburn.
24. ¿Soy sexy?
25. Solos en casa.
Nota especial.
26. No tan castigados.
27. Una pijamada genial y una llamada especial.
28 Situación del "Oh por Dios".
29. Celos.
30. Friends y Jasper.
31. Problemas abajo.
32. Enamorado.
33. Mac.
34. Buenas acciones.
35. Hey there, Delilah.
36. Un buen juego.
37. La biblioteca y Troy Bolton.
38. Deseos y secretos.
39. ¿Lucy?
Nota súper especial
40. Lo siento.
41. Ordenar sentimientos.
42. No puedo hacerlo.
43. Olvidar
44. Recuerda, Jeffrey.
Nota de la autora.
45. Mantener distancia.
46. Orgullo como manera de vida.
47. Una charla.
48. No deberías decir eso.
49. A la mierda el basquetbol.
50. Como NO salir a hurtadillas.
51. Visitas y más charlas
52. Acuerdos.
53. Chantajes y apuestas.
54. El gran finale.
Epílogo: no es un adiós.

Capítulo 5

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By Ross_N

Blair estaba sentada cerca de la ventana, en los primeros puestos de la clase de inglés de la señorita Warwick.  Era extraño sentarse a la vista del profesor, se sentía más vulnerable que nunca. Pero no habían guardado su puesto usual en la parte de atrás. Y ella estaba tremendamente enojada por ello, sin embargo no había a quien reclamarle.

La señorita Warwick se movió frente a la clase, sin mirarlos, ella estaba concentrada en el libro que tenía en sus manos. Suspiró una vez más y levantó sus ojos cafés hacia la clase, la clase esperó que dijera algo, pero solo sonrió de manera indulgente. De todas las profesoras, la señorita Warwick era la más joven, tal vez estaba en los treinta o bien podía tener veinte y tantos y aparentar más. Siempre mantenía su nariz metida en un libro antes de comenzar cada clase y cada palabra que decía era pronunciada con dulzura. Era difícil sentirse intimidado por alguien como ella, pero el puesto en frente de la clase te deja expuesto y sensible a hasta el más pequeño acercamiento. Por simple que fuera la pregunta, el miedo a no saber la respuesta estaba ahí, golpeando los nervios.

—Comencemos. —Dijo y dejó el libro sobre su escritorio— Tengo una actividad especial para ustedes, y como sé que les encanta charlar, será en parejas, adelante. —Hizo un gesto con la mano y se movió de vuelta al escritorio.

El desorden dio lugar en el salón de clase. Se gritaron nombres aquí y allá, pero ninguno fue el de Blair. Ella vio a todo el mundo reunirse con sus parejas, pero nadie se acercó si quiera. Esto es lo que se siente estar sola. Pensó. Todos juntaron sus asientos, rieron, charlaron y Blair aun seguía cerca de la ventana, mirando hacia afuera porque sabía que nadie la escogería. Hannah no estaba en esa clase, Becky tampoco, no había nadie en quien ella confiara lo suficiente como para pedirle ser su pareja.

La señorita Warwick notó la soledad de Blair y se acercó a ella sigilosamente. Se apoyó del escritorio con sus brazos cruzados, frente a la rubia solitaria.

—Señorita Rain, necesita una pareja. —Le dijo. Blair giró su cara para mirarla y se acomodó el flequillo con los dedos.

— ¿Es estrictamente necesario? —Realmente no era problema de ella, era el problema de los demás, entonces no sabía ni por qué se preocupaba.

—Sí, es necesario, es una dinámica de grupo. Ya sabes, trabajo en equipo. Puedes conseguir a alguien, vamos. —Le animó la señorita Warwick, aun así Blair no pretendía moverse de su asiento para ir a rogarle a nadie.

— ¿Podría hacer una excepción por mí? —Preguntó suavemente.

—No lo creo, —La profesora sonrió condescendientemente— Aun falta alguien por llegar, envié a Eugene Pointer por unas copias, te aseguro que no se negará.

En cuanto oyó ese nombre sus ojos se pusieron en blanco, como automáticamente. No podía evitar ser despectiva cuando se trataba de su raro vecino, de ese chico adicto a los juegos de palabras extraños y de sonrisa inquietantemente abrumadora. La señorita Warwick rió un poco y negó con la cabeza. Cuando la puerta se abrió Eugene entró mientras tiraba de su flequillo, alisándolo hacia el lado derecho de su cara. Lucía como el día anterior; sonriente y muy alto.

Le sonrió directamente a él, luego caminó hasta donde estaba la profesora y le tendió el fajo de hojas que llevaba en sus manos. La señorita Warwcik las cogió y luego las puso detrás de ella en el escritorio.

—Eugene ¿Aceptarías ser la pareja de Blair en la actividad de hoy? —Interrogó. Blair no dijo nada, solo cruzó sus brazos y bajó su cabeza, refunfuñando como si su madre le estuviera pidiendo que compartiera un helado con su hermanito.

—Siempre. —Dijo él.

Y sonrió.

Siempre, siempre, siempre sonreía. Ese es su talento. Pensó Blair. Sonreír.

La profesora lo envió a su asiento, y él obedeció. Tomó un pupitre y lo colocó a un lado del de Blair. Ella seguía con su cabeza abajo. Entonces comenzó la repartición de diferentes poemas, cada hoja tenía un poema diferente. Era algo que ella tenía pensado hace mucho. Cuando se acercó a Blair, la profesora puso una mano sobre sus hombros y dejó la hoja frente a ella, sobre la mesa del pupitre.

«La princesa está triste»

Leyó Blair en el título.

—Especialmente para ti. —Dijo la señorita Warwick.

Blair miró la hoja mejor. El autor era Rubén Darío.

—Es un hermoso poema. —Dijo Eugene— Latinoamericano, y es muy bueno. —Le aseguró tomando la hoja.

La señorita Warwick se paró en medio de la clase y sonrió, todo el mundo le prestó atención. Esa era su manera de decir; hey, miren aquí todos.

—Ya que todo el mundo tiene sus poemas, esto es lo que quiero que hagan. —Dijo— Van a leerlos, luego van a dejar que ese poema los consuma, no consuman ustedes el poema, no simplemente vayan a ojearlo y luego busquen en internet un buen análisis sobre este. No. —Ella negó con la cabeza— Van a dejar que toque su alma, porque sé que deben tener un alma.

Todo el mundo estalló en risas

—Luego quiero escuchar sus versiones de la historia. —Continuó— Es decir, su historia, lo que causó ese poema en ustedes. Y además de abrir el alma que sé que tienen... quiero que lo discutan con su compañero, quiero que se emocionen con ese poema como si fuese un chisme de pasillo, o una buena película, discútanlo, peleen por su significado. —Ella puso emoción en su propio asunto— Hagan que me emocione yo también ¿Vale? —Un monótono "Sí" se extendió por la sala. Y la profesora regresó a su puesto detrás del escritorio.

—Suena divertido. —Susurró Eugene. Blair lo miró y rodó sus ojos. Aun sonreía— ¿Quieres leerlo primero o quieres que lo lea para ti? —Le preguntó. No es que no le gustara leer, es que no estaba acostumbrada.

—Léelo. —Por lo menos se sentiría como si estuviese dando una orden.

Eugene comenzó a recitarlo para ambos, con el suficiente volumen para ser discreto.

»La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte,
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardias,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste, la princesa está pálida)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe,
-la princesa está pálida, la princesa está triste-,
más brillante que el alba, más hermoso que abril!

-«Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-;
en caballo, con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor».

Cuando él terminó, Blair estaba a punto del llanto, porque el condenado drama no parecía tener fin alguno. La pobre princesa de ojos azules tal vez era ella. Era más que obvio por qué lo había hecho la señorita Warwick, tal vez intentaba decirle que no toda princesa está feliz de serlo, que era bueno ser libre. Pero no dejó que eso la preocupara realmente, no se preocupó en realidad, más bien ella sonrió. Por si fuera poco, Eugene lo había dicho como si no tuviera que leer el papel para recordar las palabras. Él ya lo había leído y era evidente.

—Es bonito. —Dijo Blair. Eso fue lo único que dijo, Eugene sonrió aun más amplio, como si eso fuera posible. Pero él se veía bien haciéndolo, no lucía como el guasón, lucía como un tipo al que le gustaba mucho ese ejercicio de mover sus mejillas hacia arriba y mantenerla ahí para mantener su propio record.  

— ¿Cómo te hace sentir? —Preguntó. Él daba la impresión de estar realmente interesado en su respuesta.

—Me hace sentir libre. —Dijo ella sin pensarlo. Eugene la miró a los ojos, pero Blair estaba mirando hacia otra parte.

—El azul representa libertad, tus ojos son azules. Yo diría que tienes libertad en tus ojos. —Por sorprendente que fuese, él no sonaba ridículo— También sueños. —Murmuró— Es significativo que te sientas así. Estás llena de este significado.  

—Soy como la princesa. —Susurró Blair.

—No. —Contestó Eugene— La princesa está triste porque no puede ser libre, tú ya lo eres. Solo insistes en mantenerte triste, eso es masoquismo. —Espetó él, sonó tan amable y considerado que ella no lo tomó como algo malo.

— ¿A ti qué te parece? —Preguntó tratando de desviar el tema. Eugene se encogió de hombros.

—Me parece que el tema de la boca de fresa y los ojos azules te va muy bien a ti. —Sonrió para ella, de nuevo. Blair tuvo que reírse. Era imperativo que lo hiciera.

—El poema Eugene. —Puntualizó.

—Es un poema sobre ser libre, me hace sentir como si... en realidad tuviera que salvar a esa princesa. No con un beso, me refiero a... compartir mi libertad con ella.

Él miró la hoja de papel, Blair simplemente pensó que ella jamás podría ser tan profunda como él, que él tenía un verdadero significado y ella solo era una niña malcriada. La enfureció no ser importante. Sí, la princesa estaba triste, pero no era ella, ella estaba encerrada y Blair lo había estado pero ya no. Pero antes le había gustado estarlo.

Entonces fue cuando una bolita de papel voló a su cabello y ella recogió.

«Si quieres volver a ser la reina, reúnete conmigo en el almuerzo. –Kale.»

Ella miró hacia atrás y los ojos profundos y traviesos de Kale la estaban mirando, con una sonrisa sagaz debajo de ellos. Él tenía en mente algo, y ese algo tenía todo que ver con Blair. Pero Kale Parker nunca había sido buenas noticia, para nadie. 

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