Ella es mía

By DoloresDominguez

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Ella es mía Cap II
Ella es mía Cap III
Capitulo IV
Capitulo V
Cap VI
Cap VII
Cap VIII

Ella es mía cap I

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By DoloresDominguez

El sol comenzaba su descenso hacia el horizonte y el viento no mecía los pastos de las praderas, no había pastos. El invierno aun no había llegado a su fin. Este año parecía haberse quedado en las highlands un poco más. El frio viento y las nubes amenazando tormenta no querían abandonar aquellas tierras. Algo las seguía reteniendo un poco más y Anthony McKlain sabía qué era ese algo, quién era ese algo, lo que no sabía, y eso le preocupaba, era el porqué.

Durante los últimos días, mientras cabalgaba entre las aldeas del clan, había oído a los aldeanos lamentarse del largo invierno. Hacía semanas que el tiempo debía haber cambiado, casi no quedaban pastos para el ganado, los víveres almacenados para el invierno casi se habían terminado. La situación comenzaba a ser preocupante. Era bien conocido por todos el mal tiempo de Escocia pero aquello ya era extraño.

El joven McKlain y  doce de sus mejores guerreros cruzaban la última aldea antes de llegar a casa, cuando una niña  vestida con ropas harapientas y malolientes abordó su caballo. La montura ni siquiera se movió cuando la cría se agarró a su pata, a penas si alcanzaba la bota de Anthony que colgaba de la silla.

—El señorito McKlain ha vuelto, él traerá la dicha – gritó la pequeña, sin soltar la pata del caballo.

Inmediatamente una mujer algo mejor vestida se acercó a la niña y con la cabeza baja, le habló.

—Perdone mi señor — la mujer quiso retirar a la niña que seguía agarrada a la montura, pero esta se aferraba a ella como si fuese su salvación – empieza a escasear la comida.

No lo has visto, siempre que él vuelve sale el sol – insistía la niña, hablando con la cara pegada a la pata del enorme corcel de guerra –. Señorito no se vuelva a ir. No nos abandone más.

—No digas esas cosas, él no puede hacer nada. Nadie manda sobre el tiempo. – le reprendió la mujer a la niña. Volvió la cabeza hacia Anthony y sin mirarle se disculpó —  Perdone la insolencia de mi hija, será castigada si lo deseáis.

—Déjala ir…

Por que castigar a alguien que decía la verdad”, pensó Anthony.

Nadie mandaba sobre el tiempo, nadie mandaba sobre el tiempo…

—¿Dónde estás? —  se preguntaba Anthony cada vez más preocupado.

Llevaba varios meses fuera de casa. Meses en los que las contiendas con los ingleses no le habían dejado mucho tiempo para pensar en ella. Aún les quedaba una noche más antes de llegar a la fortaleza del clan, a su casa. Entonces averiguaría lo que estaba pasando.

Pero una extraña sensación estaba recorriendo  su cuerpo. La preocupación empezaba a martillear su cabeza. Ya no era una inquietud normal, cada poro de su piel desprendía ansiedad.

Desmontaron a la salida del pueblo. Él y sus hombres pasarían la noche allí, en un cobertizo. El cielo aseguraba tormenta y sus hombres no se merecían dormir a la intemperie una vez más. Las noches en el campo de batalla ya habían terminado y los pocos guerreros que aun le acompañaban le seguirían hasta Stongcore. El resto se habían ido quedando en las aldeas que atravesaban.

Como hijo del señor de aquellas tierras, tenía el deber de dejar a los guerreros que le había acompañado en las batallas y arriesgado su vida bajo el estandarte de los McKlain, en sus respectivas aldeas.  

Entre los deberes del hijo y heredero del laird,  también  se encontraba comunicar las bajas entre sus filas. En ese caso debía asegurarse de que la familia del difunto tenía medios suficientes como para salir adelante. Como hijo del jefe del clan debía garantizar el bienestar de su pueblo y aun más el de las familias de los soldados que combatían a su lado.

Los hombres habían estirado en el suelo, sobre la paja, el manto McKlain y esperaban tendido sobre él a que las mujeres de la aldea trajesen comida. Minutos más tarde aparecieron varias mujeres portando platos con carne asada, mendrugos de pan y vino.

—Siento que no sea mucho, pero ya apenas tenemos comida, señor – se disculpó la mujer. Las demás permanecían apartadas con la cabeza baja sin levantar la mirada.

—Es suficiente. No te apenes mujer. Gracias por compartirla con nosotros.

—Gracias por su benevolencia. Nos alegramos de su vuelta.

Las mujeres abandonaron el establo y los hombres comenzaron a comer y a beber con ansia.

Anthony permanecía de pie mirando por la ventana hacia el cielo.

“Algo no marcha bien, el invierno no se va y las aldeas están sufriendo penalidades. Donde estas…”

                                                            

 

∞∞∞

—Mi lady vuelvo a hacerle el mismo ruego de las últimas semanas, por favor debe comer. Deje de llorar y coma algo – la doncella se volvió hacia la enorme cama que presidia la habitación. Su lecho estaba vacío. Nadie había dormido en ella nunca. Sentada en el suelo, a los pies de la cama, había una joven llorando. La doncella le apartó los cabellos rojizos de su rostro y los mantuvo entre sus dedos para verle la cara, pálida, sus ojos rojizos del llanto y esas lágrimas… unas lagrimas que no paraban de caer.

La criada, apenas una niña, había rezado y rogado al cielo por que su joven ama dejara de llorar al menos mil veces en las últimas semanas y sin resultados. No entendía como no había muerto, no comía, no se movía, solo lloraba y lloraba. Un día se sentó a los pies de la cama, se agarró las rodillas, ocultó su rostro entre ellas y comenzó a llorar. Llevaba así desde entonces, no había parado ni para comer, ni dormir, hasta sus necesidades biológicas había desaparecido, solo lloraba, a veces, el llanto se oía por toda la torre, incluso las personas que paseaban por la calle se paraban a escuchar. Otras, solo era un sollozo, pero nunca cesaba.

La joven sirviente seguía suplicando  aunque ya no estaba segura ni siquiera de que la oyera. Sin embargo, resuelta a no abandonar a su ama, seguía insistiendo. Como cada vez, colocó la bandeja con la comida en el suelo junto a ella y abandonó la habitación con la triste certeza de que cuando volviera, la comida seguiría intacta. No había probado bocado en las últimas semanas y nada hacía presagiar que esta vez fuera diferente.

Cuando la puerta se hubo cerrado, sabiéndose sola, levantó la cabeza y miró hacia el cielo a través de la ventana.

—Apenas me quedan fuerzas… — susurró —  espero que entiendas, no puedo hacer más.

Tras aquellas leves palabras, su llanto se hizo más fuerte. Tan fuerte que los aldeanos que pasaban bajo la torre, elevaron una plegaria al cielo por el alma de aquella mujer.

Después el silencio se adueñó de todo  durante unos momentos antes de que volviera a llorar. 

 

 

∞∞∞

 

 

Anthony caminó hacia la puerta, absorto en sus pensamientos. El frio viento golpeó su rostro al abrir la puerta, como una bofetada. Meció su abundante y ondulado cabello negro, gotas de lluvia salpicaron su rostro y el trueno le estremeció. Un escalofrío recorrió su metro noventa de estatura, y sacudió su musculoso cuerpo.

El invierno era su tristeza, el viento le trajo su llanto, la lluvia sus lagrimas y el trueno su dolor, estaba seguro de ello, no era delirio.

—Greg —  gritó. Un hombre fuerte y de tez oscura se levantó de un salto y corrió hacia afuera. – Asegúrate de que los hombres coman y descansen y seguid el camino en cuanto amanezca.

—¿Qué vas a hacer? – le preguntó.

—Tengo que volver a casa esta misma noche. – la voz de Anthony sonó alterada aumentando la preocupación de su amigo.— Quédate con ellos y asegúrate de que no se metan en líos. Nos vemos mañana.

Ni uno pidió explicaciones ni el otro las dio, con los años habían aprendido a hablarse sin palabras, a confiar el uno en el otro. Greg había aprendido a creer en las corazonadas de Anthony y a no pedir explicaciones.

         Anthony McKlain volvió a montar su corcel.

—Ya sé que estas cansado, pero ahora te necesito – le  habló al caballo— Corre cuanto puedas, llévame a casa.

Hombre y bestia, pasaron a formar un solo ser, una unidad  desapareciendo en la oscuridad de la noche. No había luna, y si la había, la negrura de las nubes no la dejaban salir. No obstante, tampoco la necesitaban.

Trueno conocía bien el camino de vuelta a la fortaleza McKlain, no necesitaba la luna para ver, galopaba en la oscuridad. Ahora no estaban solos, su presencia se hizo notar en la inmensa oscuridad que lo cubría todo. Sintieron el viento cambiar de dirección y ahora, parecía empujarlos para acelerar su paso.  

   “Ya vamos a tu encuentro”

Cabalgaron toda la noche sin descanso, el viento a su favor y la lluvia en su contra…, sus lágrimas.

Comenzaba a amanecer y aun no se veía Stongcore. El cansancio empezaba a doblegar sus fuerzas.

“Una colina más y la veremos aparecer. Animo muchacho, ya es nuestro".

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