Proyecto Pandora: Bienvenido...

By Srta_Allen

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"[...] Aceleró el paso, llegando así a aquel basto lugar. Miró a su alrededor logrando observar varios cadáve... More

Proyecto Pandora: Bienvenido al Pandemonio.
Introducción.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Capítulo 18.
Capítulo 19.

Capítulo 8.

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By Srta_Allen

—¿Eh? —miré de reojo a Lisbeth, que tranquilamente me había mordido un dedo, mientras Deidara intentaba subirse a mi espalda.

Ya habían trascurrido algo más de tres meses desde el pequeño incidente con Damn Own y los demás acontecimientos.

Fueron días tranquilos, dentro de lo que cabe, en un ambiente como aquel. Días llenos de preguntas y de respuestas. Días en los que el sol brillaba con intensidad, lo cual me hacía odiarlo y sin embargo a Lisbeth le encantaba. Solía salir con las doncellas de la mansión, las cuales le sujetaban varias sombrillas para no quemar su piel de porcelana. Diddi también solía salir a jugar con Lisbeth, sin embargo pocas y raras eran las veces. No porque no quisiese, digo yo, sino porque no le agradaba tanto el sol como a ella. En cuanto a mí: los días de sol me quedaba en el salón, a oscuras, frente a la chimenea observando como las llamas subían y bajaban entre amarillo y naranja. El bailar de éstas me recordó la voz de una joven cantando, en aquel momento no presté mucha atención. También hubo días de tormenta, mis preferidos con diferencia. Me gustaba salir a la terraza y oler la humedad después de una intensa lluvia. Me gustaba ver como las gotas de agua recorrían lentamente las ventanas y escuchar como el viento silbaba entre los árboles desnudos. A Lisbeth también parecía gustarle algunos días de tormenta, sobre todo los que desprendían rayos. Sin embargo, escondido tras aquellos días, hubo días melancólicos, días en los que Khalius estaba enfurecido y días en los que a cinco minutos más y aquella mansión victoriana quedaba reducida a escombros. Dejémoslo en días extraños.

El enterarme, nuevamente, de que Lisbeth y Deidara eran compañeras, por llamarlo de alguna manera, no me chocó tanto como parecían esperar.

No me enfadé, estaba tranquila y paciente cavilando la situación. Khalius se había convertido en una figura paterna para aquellas dos. Lo seguían a todas partes, le pedían regalos e incluso el arroparlas en el momento que iban a sus habitaciones. Era alucinante. Nunca antes me había aplicado el dicho "No juzgues un libro por su portada", como hasta entonces. Para Diddi, el ver a Leo, había quedado atrás, lo tenía olvidado, por lo que éste pasaba todo el día y la santa noche metido en la mansión discutiendo como un niño con Khalius. En efecto, ya se habían mudado. Mark fue el único que me pareció ver como siempre. Serio, sin expresiones, y educado... claro, hasta que lo escuché discutir con Leonardo, por mancharle su traje. Ese momento fue otro shock a mis memorias. Nunca había escuchado tantas malas palabras juntas en lo que tenía de vida allí. De alguna forma, me sentía cómoda. Aquello era algo similar a una familia, sobrecogedora, protectora, amable, cariñosa... Sí, algo afín.

—Oye, ¡quita! —zarandeé el brazo de forma exagerada intentando apartar a Lisbeth, la cual había pasado de clavar su colmillo derecho en mi dedo índice a clavarlos todos en el dorso de la mano.

—¡Mmmm! —El sonido fue confuso pero deduje que sería un "No", pues había clavado más sus dientecillos hasta conseguir que de la mano emanara sangre. La absorbió y una vez satisfecha me soltó—, ¡Vale te suelto!

—Sí, cuando ya te has satisfecho —contesté enfurecida mientras intentaba quitarme a Diddi de encima—, ¡deja de hacer el koala Deidara!

Ésta sonrió y se aferró más. Estaba claro que me quería hacer enfadar. Respiré hondo y miré de reojo a Lisbeth, que estaba tranquila mirándome inocente con aquellos dos grandes ojos inyectados en sangre. Suspiré, me erguí y dejé que Diddi se deslizara hacia abajo. Ya había tenido suficiente; eso pensaba y que equivocada estaba.

En el trascurso del día no había dejado de observar como un cuervo nos perseguía a todos lados, por lo que intentaba estar siempre dentro de la mansión. Algo casi imposible ya que el día era agradable, con algo de fresco, pero el sol brillaba y a Lisbeth le interesaba jugar en el patio interior junto a Diddi. En momentos como ese, me sentaba y esperaba observando al cuervo. Era totalmente negro y ni siquiera se diferenciaban sus ojos del resto del cuerpo. Muchas veces batía sus alas alocadamente, se iba, y volvía sereno. Actos que por segundos me hacia bajar la guardia, pues parecía estúpido, aunque nada de eso. Sabía como arreglárselas para estar encima nuestro todo el tiempo. Dentro de la mansión, continuamente nos observaba por alguna ventana. Era tedioso, empezaba a molestarme.

—Oye, Mark, ¿sabéis de algunos cipreses o cementerios por aquí? —pregunté repentinamente rompiendo el silencio que se había generado tras mandar callar seriamente a Lisbeth y Diddi. No me dejaban pensar.

—No, para nada señorita. La mansión Bernaskell está alejada del pueblo y por lo tanto también de los cementerios, mercados, y asuntos similares. ¿Ha ocurrido algo?

Me deslicé en el sillón observando las miradas curiosas de aquellas dos al escuchar que más allá de esta mansión podría haber algo más interesante.

—Desde primera hora no dejo de ver como un cuervo nos sigue a todos lados —Contesté levantándome y acercándome a la ventana para ver si por algún casual el cuervo seguía ahí. Y como me imaginé, se había ido.

Mark me sirvió té rojo, al punto y delicioso mientras me explicaba asuntos sobre los pecados —Normalmente lo hacía Khalius pero tanto éste como Leonardo habían salido. Puesto que como aristócratas tenían que cumplir con su Noblesse oblige. Diddi tenía un amargo té negro de rosas y Lisbeth té dulce con miel.

—Seguramente, la señorita Deidara y la señorita Lisbeth recuerden ese cuervo.

—¡Yo no he visto nada! —exclamó Deidara con la boca llena mientras levantaba la mano con el puño cerrado.

—Tranquilízate Diddi —contestó Lisbeth con educación mientras elevaba la taza de té hacia la comisura de sus labios—. Yo tampoco he visto ningún cuervo. Pero sí que sé a quién pertenece.

El ambiente se tornó serio y algo tenso. Nos habíamos quedado en silencio, cada una bebiendo su taza de té, entretanto Macius observaba por la ventana el oscuro cielo encapotado que avecinaba tormenta.

—¿Puede tratarse de ella? —preguntó Diddi adoptando una postura menos infantil. Lisbeth asintió y me miró apartando la taza de té de la mesa.

—¿Recuerdas a cierta muchacha, de largos cabellos grises?

—Vieja —interrumpió Diddi.

—¡Sh! —Aquel sonido resonó en la habitación haciendo que Diddi guardara silencio y Lisbeth continuara:— ¿A esa joven de largos cabellos grises, prácticamente plateados, y ojos violetas?

Negué con la cabeza mirando a Mark de reojo. Había empezado a llover.

—Os está hablando de Lady Rosen. —Contestó el mayordomo, con algo de énfasis en la palabra Lady. Mostré una expresión confusa.

—¿Lady? —pregunté haciendo caso omiso al nombre. Me llamaba bastante la atención que Macius se hubiera referido a ella con ese título.

—No esperéis que me dirija hacia una princesa de otra manera —respondió dándose la vuelta a la par que volvía a la mesa.

—Vieja. —Volvió a comentar Diddi entre susurros, sin embargo la logré escuchar.

Dejé escapar una risa tan inocente como irónica.

Sí, recordaba a los tres pecados restantes: Soberbia, Gula y como no, Lujuria. Y sí, recordaba sus nombres: Rosen, Sheila, y Coraline.

Aunque dudaba en muchas ocasiones sobre el nombre de la Soberbia. Sin embargo, no recordaba para nada aquel cuervo.

Suspiré terminando mi taza de té, la cual posteriormente recogió Mark, llevándose también la de Lisbeth y Diddi.

—Volveré dentro de un tiempo, he de organizar asuntos con los Hombres de Lilium. No se muevan por favor.

No sé en qué estaría pensando. ¿Lisbeth y Diddi sin moverse? Es como pedirle a un perro rabioso que no te muerda. Nos había dejado solas, sin embargo no había silencio. Diddi y Lisbeth platicaban, más bien gritaban, sobre quién recordaba mejor Pandora. Y sobre quién tenía razón. Me levanté dirigiéndome a la ventana, seguía lloviendo, quizá con más intensidad que antes, pero lluvia era lluvia. No sé cómo, pero pude fijarme que en la distancia, exactamente en un árbol, un extraño bulto negro nos observaba. Quedé ensimismada en aquel cuerpo y no me pude percatar de que en la habitación había silencio absoluto, no muy normal en aquellas dos. Cuando me quise dar cuenta el suelo estaba encharcado en plumas de color negro. Tuve un pequeño Déjà vu. La sensación de ya haber visto esas plumas negras en algún lugar inundó mis pensamientos.

—¡Nos ha visitado, nos ha visitado! —Exclamó Diddi sacándome del ensimismamiento en el que me había metido.

—No grites, que estamos aquí Diddi. Algún día me vas a dejar sorda —se quejó Lis, que estaba junto de la peliazul. Sin inmutarse por la aparentemente visita de Rosen. Tiempo después comprendería por qué.

Me agaché recogiendo una de las múltiples plumas que abarcaban el suelo. Sencillamente era negra. Totalmente negra.

—¡No la toques! —Lisbeth se levantó dándome un manotazo para que soltara la pluma, lo cual consiguió.

—¿Qué te crees haces? —Le grité llevándome la otra mano a la que había sujetado la pluma. Aquel manotazo había venido acompañado de un calambrazo—. Me has dado calambre niña.

—Enfádate todo lo que quieras, pero mejor un calambre a que te quedes tiesa y mustia en el suelo. —Su contestación fue igual de antipática y dura que mis palabras, sin embargo se notaba algo de indiferencia en ellas. Me fijé que al caer, aquella pluma, había hecho que parte de la moqueta roja de la habitación se pusiera negra e incluso soltara humo del mismo color.

—Incluso yo sé que no hay que tocar las plumas de Rosen si no quieres acabar muerta tan rápido. —Comentó Deidara en tono burlón mientras hacia todo lo contrario. Estaba cogiendo las plumas, sí, pero con unas pinzas de color azul, que a saber de dónde las habría sacado.

Me ofendí, claramente. ¿Qué iba a saber yo? ¡Nada! Salí de la habitación enfurecida, dejando a ambas solas. Por un instante deseé que aquellas plumas, ya que eran tan peligrosas, acabaran con ellas. Un arrebato de rabia que se desvaneció al momento. Caminando y caminando había logrado llegar a las entrañas de la mansión. Y cuando digo entrañas, claramente me refiero a los caminos blanco y de metal que conducían a Lilium; aquella rara organización que investigaba los siete Pecados Capitales. Pensé que si me veían me llamarían la atención o me harían un interrogatorio y no tenía ganas de escuchar como nadie me decía dónde podía o no podía estar. Por esa razón fui con mucho cuidado por los pasillos, evitando a los hombres con uniforme blanco como el de Khalius, y a los de negro como el de Macius.

Sentí que algo me perseguía, me vigilaba e incluso controlaba mis movimientos. Lo ignoré saliendo de aquellos corredores para volver a acabar en la mansión, en una de sus recepciones. Bernaskell poseía una amplia y elegante entrada por cada ala que poseía; Norte, Sur, Este y Oeste.

—Maldita sea. —Mascullé llevándome la uña a la boca. Esa sensación no desaparecía. Y para empeorar la cosa, escuché el agudo pizzicato de un violín. Ya no cabía duda alguna, Rosen estaba aquí.

Me di la vuelta bruscamente, el sonido no había venido sólo. Una misteriosa ráfaga de viento había logrado lanzarme varios metros atrás hasta impactar mi cabeza con uno de los escalones de las escaleras. Claramente me dolió y mucho.

—¿Dónde están mis hermanas? —Escuché preguntar a la muchacha. Su voz era madura y elegante. Desdeñosa, pero educada.

Abrí los ojos, todo estaba borroso y no lograba ver con claridad debido probablemente al golpe y dolor que ahora mismo azotaba mi cabeza.

—¿Rosen? —pregunté tartamudeando a causa del dolor de cabeza.

El haberme dirigido así, con tanta confianza, hacia ella pareció no agradarle. Cuando conseguí ver todo más claramente pude vislumbrar como una figura se mantenía al vuelo frente a mí. Poseía un largo cabello plateado que llegaba hasta más allá de la cintura. Su vestimenta era algo extraña pues llevaba un largo vestido negro que terminaba en picos de los cuales se lograba apreciar una cruz inversa contrastando de color blanco. Aquel vestido, a simple vista se observaba que era de una sola pieza y unas largas mangas, anchas al final, cubrían sus brazos. Su cabeza la adornaba una bonita diadema del mismo color azabache, con una rosa de color violeta en el medio de ésta. En su espalda nacían un par de alas negras, cual cuervo, aquellas que habían originado mi pelea con Lisbeth.

—¿Cómo dices? —descendió acercándose a mí. El sonido de sus tacones era fuerte, decidido y generaban eco— Escoria. ¡Mis hermanas!

Noté dolorosamente como presionaba mi mano contra el suelo, tan fuerte como podía, magullándola y poniéndola roja, para después cogerme y apretarme más fuerte con sus alas como si ésta hicieran las veces de tercer y cuarto brazo. No entendía lo que ocurría, no sólo por el golpe, sino porque tenía entendido que aquella muchacha, Rosen, era una compañera.

Me dolía todo el cuerpo, apretaba demasiado y me faltaba la respiración. Ni siquiera noté cómo me estampaba una y otra vez contra la pared para conseguir su objetivo.

—¡¿Dónde están?! —volvió a preguntar gritando al mismo tiempo que me lanzaba abruptamente contra el suelo.

No entendía nada, no podía protegerme, estaba enfadada al igual que desorientada. El cuerpo apenas me respondía lleno de hematomas, moratones, y sangre. ¿Porqué los demás no escuchaban el escándalo que había empezado? ¿Lisbeth? ¿Diddi? ¿Estaban sordos o qué? La cabeza me daba vueltas e incluso sentía la necesidad de vomitar, cosa que no hice. No sé porqué una pequeña risa irónica salió de mi boca pese a mi situación y estado. Pensé en lo que estaba ocurriendo. Era extraño, mi vida sólo había durado seis míseros meses. Quería vivir, no me daba la gana acabar así.

—¿Eso es lo mejor que sabes hacer? —pregunté levantándome como podía, escupiendo sangre medio moribunda.

Rosen echó a reír al escuchar mis palabras. Esbozó una sonrisa maliciosa dándome un fuerte golpe con una de sus alas para volver a estamparme contra la pared.

—Mírate. Si apenas consigues respirar. —Me dijo con una sonrisa soberbia en la comisura de sus finos labios.

No recuerdo nada más de aquel momento. En el instante de chocar contra la pared perdí completamente el conocimiento.

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