El final que deseo [COMPLETA]

By Cabushtak

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Carven creyó que pasar la audición de la obra más importante del instituto sería su reto más grande, hasta qu... More

Antes de dar comienzo
Capítulo 0
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Epílogo
Agradecimientos

Capítulo 12

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By Cabushtak

Cuando creí que me llevaría a casa como todos los días, Matthew pasó de largo una calle en la que tenía que doblar. Continuó recto hasta detenerse en un semáforo. Ahí, me atreví a preguntarle a dónde nos dirigíamos en realidad y por qué.

—Vamos a la estación más cercana —me dijo antes de avanzar tras el cambio de luz a verde.

—¿Para qué? —Me sostuve con fuerza de sus hombros.

Siguió pedaleando por los próximos minutos sin haber aclarado mi pregunta. ¿Íbamos a abordar el metro? ¿A dónde? Yo no lo usaba si no tenía que ir a un sitio alejado. Pero él, después de llevarme hasta la puerta de mi casa todos los días, tomaba el metro para llegar a la suya.

Iba más rápido de lo normal, pero sin dejar de ser precavido. Nuestras ropas se agitaron al ritmo del viento, las nubes en el cielo escondieron cada vez más al cálido sol. Las mejillas se nos enrojecieron un poco a causa del enfriamiento de la piel, el cabello se nos alborotó.

Y así, callados, nos tomamos el tiempo para apreciar el nuevo camino por el que transitábamos. Había casas y locales que no conocía, edificios altos por los que muy rara vez pasé en auto, cientos de rostros nuevos.

No era de los que conocieran mucho la ciudad donde vivían pese a llevar ahí una vida entera. Matt parecía conocer más que yo, aunque ya me lo esperaba por la distancia entre el colegio y su hogar, ese que no conocía.

Nos detuvimos en una esquina peatonal y bajamos de la bici. A nuestra espalda se encontraban las escaleras al metro. Descendimos escalón por escalón, lentamente por culpa de cargar con la bicicleta. Ahí le realicé la misma pregunta.

—Matt, ¿a dónde vamos?

No había mucha gente esperando con nosotros, así que no nos enfrentamos a empujones molestos, calor sofocante o a la gente atiborrada a nuestro alrededor.

El metro llegó más rápido de lo que estimábamos. Se paró frente a nosotros con un seco golpe y un ruido ensordecedor. Las puertas se abrieron y permitimos que bajaran primero los que tuviesen la necesidad. De ahí, ambos abordamos y nos sentamos sobre asientos contiguos. Gracias al espacio entre filas, la bicicleta cupo bien frente a los dos.

—Vamos a mi casa —pronunció en cuanto comenzamos a movernos.

Lo miré con sorpresa.

—¿Qué? —No era necesario que me lo repitiera, en realidad—. ¿Y a qué vamos allá?

Sonrió a medias.

—Siempre hemos ensayado en tu casa. —Desvió la vista hacia la ventana—. Me pareció buena idea que esta vez fuéramos a la mía.

Creí que jamás volveríamos a reunirnos en casa de alguno de los dos por todo lo que aconteció desde la mañana, pero nuestros problemas se solucionaron casi tan rápido como se generaron. Llamé a mi madre y le notifiqué que iría a otra parte con él, solo me pidió que regresara a casa temprano.

—¿Cuánto tiempo haremos? —Recargué la cabeza sobre la ventana.

—A este paso, quizás media hora. —Sentí que se acercaba un poco a mí.

Me quedé viendo hacia la calle sin hablar, bastante nervioso por lo que nos esperaría en su casa y sobresaltándome con ligereza cada vez que nos adentrábamos bajo tierra y nos sumíamos en una oscuridad temporal.

El hogar de Matthew estaba muy cerca de la estación. Ni siquiera fue necesario subirnos a la bicicleta porque estaba a escasos cinco minutos a pie.

Nos detuvimos frente a una casa grande, con un portón azul que daba vista a un jardín verde y carente de plantas. Matthew tocó el timbre y aguardamos a que alguien respondiera a través del altavoz instalado en la pared. Una voz femenina nos atendió.

—Soy yo. —Se acercó un poco para hablar—. Vengo con un amigo.

Tras eso, la mujer colgó de inmediato. Pasaron solo dos segundos para que la puerta principal se abriera y saliera de ahí una mujer de cabellera clara y corta hasta los hombros.

—Mamá, él es Carven. —Se hizo a un lado y me dejó a la vista de ella—. Es el chico que hace la obra conmigo.

Ella nos miró de forma intercalada, con prisa. No supo muy bien cómo responder a la presentación y yo tampoco, así que levanté la mano en un amable gesto para que la estrechara. Me tomó con ambas manos y me sonrió con cierta energía.

—Te agradezco mucho que seas amigo de mi hijo. —Continuó sin soltarme—. Pasa, por favor.

Me ofreció algo de beber y me dijo que podía dejar mi mochila en la sala, algo que amablemente le negué porque en su interior estaban los libretos. Mientras tomaba un vaso de agua, observé a mis alrededores con curiosidad.

La casa estaba pintada completamente de un azul claro y opaco, casi gris. Los muebles lucían antiguos, elegantes y bien cuidados en tonos beige. Había cuadros pintados a mano de paisajes sobre las paredes y una serie de fotografías de cada miembro de su familia.

No me acerqué en el momento para volver a ver al Matthew del pasado, pero morí de curiosidad por hacerlo.

—Subamos a mi habitación. —Hizo una seña hacia las escaleras sin dejar de sonreír.

Yo asentí y caminé junto a él. Sentí los ojos de su madre sobre nosotros, así que volteé y me despedí amablemente de ella con la mano.

Ya en la planta de arriba divisé un pasillo similar al de mi casa, con dos puertas a cada lado y una al fondo. Lo seguí hasta la última puerta del lado derecho, la que era de su habitación. Inesperadamente, Matthew sacó una de sus tantas llaves del bolsillo y la colocó dentro del picaporte.

Nunca había visto que alguien cerrara bajo llave su recámara. ¿Por qué Matthew haría algo así? ¿Qué guardaba en su interior como para que no quisiera que nadie entrara?

—Está algo desordenado, perdón por eso. —Entrecerró los ojos y siguió curvando los labios.

Finalmente abrió la puerta.

Cuando alguien te dice que hay desorden en su habitación, esperas todo lo contrario. El mundo entero cree que tiene desorden solo por dejar un par de cosas en el suelo o los papeles mal acomodados. Sin embargo, él lo decía en serio y hasta aminoraba con sus disculpas lo que en verdad había dentro.

Matthew tenía un desastre espantoso. El peor que yo hubiera visto.

Pilas de libros y cajas amontonadas unas con otras, al borde de colapsar por su inclinación. Ropa y zapatos esparcidos por todas partes, sobre su escritorio, su cama, en las mismas pilas de objetos y hasta un suéter colgando de la televisión en una esquina. Junto a la puerta se hallaban muy quietas tres bolsas negras de basura, cerradas con un buen nudo. Latas y botellas de agua, cerveza, bebidas energizantes y demás, andaban regados donde el espacio les permitiera.

—Pisa con cuidado. —Y se adentró a la selva de su habitación por un camino trazado por él mismo a lo largo del tiempo—. Brinca por ahí.

Me quedé quieto en la entrada, atónito. ¿Cómo podía dormir en un sitio como este? Si yo me consideraba desordenado, ¿qué era él?

La ventana estaba cerrada y las cortinas igual, temí tropezarme con sus cosas al no ver mucho por culpa de la oscuridad. Olía a una muy extraña combinación de desodorante en aerosol, aromatizante de baños, humedad y basura.

Él llegó primero a su cama destendida, lanzó a un lado la ropa que estaba encima y se echó con los brazos extendidos, cansado.

—Apresúrate. —Levantó la cabeza solo un momento—. Hay que ensayar, hablar y...

—Recoger —pensé en voz alta, interrumpiéndolo—. Matthew, tu habitación es un asco.

Me sentí como mi madre cuando decía que limpiara, que tenía un desastre. Si ella viera lo que yo tenía enfrente en ese momento, moriría de un infarto.

—Te dije que estaba un poco desordenado. —Miró al techo y habló con flojera, alargando las palabras.

—¿Un poco? —No quería sonar como un obsesivo de la limpieza, así que intenté aserenarme lo más posible—. Matthew, ni siquiera puedo ver cómo es tu piso.

Se volvió a sentar y examinó con detalle lo que estaba a su alrededor con un poco de desinterés.

—Todas estas cosas las necesito. —Alzó una mano y recorrió con ella una parte de la habitación.

Negué con la cabeza. Obviamente se equivocaba.

—¿Para qué te sirve una bolsa de basura? —Y pateé una con ligereza para señalársela—. ¿O estas botellas vacías?

Se quedó callado y se encogió de hombros con vergüenza. Permanecimos en silencio por unos instantes, escuchando solo nuestras respiraciones. Nuevamente paseó la vista por todas sus cosas, aunque esta vez no lucía muy feliz o despreocupado como al principio.

—¿Tan mal está? —Apenas pude oírlo.

Le dije la verdad, asintiendo. Le dolió mi honestidad, pero afortunadamente la aceptó.

—Te ayudo a limpiar, no importa. —Suspiré y cerré los ojos tras pensar en lo trabajoso y tardado que sería arreglar—. Hay tiempo de sobra.

Nos tomaría varias horas agotadoras para que su cuarto volviera a ser habitable.

Nos tomó casi cuatro horas deshacernos de su caos.

Mientras yo doblaba y colgaba su ropa, él sacaba las bolsas de basura —unas más pequeñas que no noté al principio— y traía otras para meter dentro el resto de las porquerías.

Fue complicado que se deshiciera de algunas de sus cosas inútiles, pues para él tenían cierto valor sentimental o creía ocuparlas en el futuro. En numerosos momentos se emocionó por encontrar objetos de los que ni siquiera se acordaba.

—Por Dios, ni recordabas que tenías eso hasta ahora. —Le decía para que las dejara dentro de las bolsas negras—. Con eso te demuestro lo "mucho" que la necesitas y te importan.

Su madre se ofreció a ayudarnos, pero Matt la rechazó afirmando que ya me tenía para eso. En las pocas interacciones con su madre, me di cuenta de que ellos no eran exactamente cercanos y que él más bien trataba de evitarla. Aunque aquello me causara intriga, preferí no hacer preguntas y enfocarme de lleno en limpiar.

Al final, ya con la ropa acomodada en el armario, las cajas bien apiladas y el televisor despejado, proseguimos a revisar todos los papeles y libros de su escritorio.

Tiramos los que no eran importantes o de años anteriores de escuela, también las hojas llenas de rayones o dibujos tontos. Él casi no me permitió ayudarle con eso, pues tenía unas cuantas cosas que no quería que viera. Eso aumentó mi curiosidad por averiguar parte de sus pequeños secretos, pero preferí respetar su espacio.

—Me gusta escribir las cosas que pienso —dijo cuando yo me daba vueltas por las áreas finalmente despejadas de su piso, riendo con timidez—. Pero me da pena que lo leas.

Por un lado separaba sus escritos a mano y computadora, por el otro, apartaba unas hojas pequeñas y amarillas que volteaba y dejaba aún más cerca de él.

En el momento en que dejó una de las hojas de escritos en su sitio, me atreví a tomarla apresuradamente para leerla. Matt fue muy lento para quitármela de las manos, así que la leí mientras me perseguía por su ya despejado piso.

—¡Dame eso! —Me pidió con cierto enojo, pero lo ignoré con una sonrisa—. ¡Carven, no lo leas!

"En el mundo hay mucha gente".

Leí la primera línea de cuatro.

—¡Carven! —Seguía llamándome mientras yo lo esquivaba, molestándolo.

"Y yo estoy muy solo en él".

Su breve escrito no me transmitió nada positivo. De hecho, se sintió desagradable en la garganta.

"Si algún día llegan a quererme".

Matthew me alcanzó en cuanto leí la última línea, tomándome de la muñeca que sostenía la hoja ya un poco arrugada.

"Ese día yo moriré".

El papel se me resbaló entre forcejeos y se deslizó bajo la cama. Me lancé al suelo para agarrarla antes que él y me imitó con unos cuantos empujones de por medio.

En el momento en que me agaché y asomé el rostro para buscarla, vi algo que me sorprendió más que todas las cosas que Matthew guardaba en su habitación. Olvidé lo que iba a hacer originalmente y fijé la vista en eso, confundido.

Matthew me sujetó de la parte trasera de la playera para apartarme de ahí. Me jaloneó y alzó con brusquedad en cuanto tomó uno de mis brazos; me levantó casi a la fuerza y me puso contra la pared. No se apartó de mí por los próximos segundos.

Me quiso distraer con su cercanía y lo consiguió. El maldito consiguió que me olvidara de lo que acababa de encontrar bajo su cama para que me enfocara de lleno en él. Matt tenía su rostro tremendamente cerca de mí, igual que esas veces en las que me besó.

—¿Por qué eres tan curioso, Carven? —Llevó uno de sus brazos junto a mi cabeza para acorralarme.

Inesperadamente, sonrió. Pero en esta ocasión no curvó los labios divertido, ni tierno, ni enojado siquiera, sino más... ¿seductor? Me puse nervioso, sentí que empezaba a sudar pero ni eso consiguió que apartara la mirada de él. No supe si quería provocarme, pero vaya que percibía esa extraña tensión que me carcomía en sentimientos y emociones.

Acercó su rostro al mío, creí que ocurriría de nuevo, que me besaría, pero no. Pasó de largo y rozó su mejilla con la mía nada más para susurrarme al oído.

—Te perdono. —Su mano desocupada comenzó a pasearse lento por mi espalda, haciéndome cosquillas.

Tragué saliva y respiré más rápido; a él también se le notaron las ganas de lanzarse a mí. Yo necesitaba ser un poco más atrevido, demostrarle con mis acciones que también sentía algo por él.

Así que cuando volvió a poner su rostro a mi altura, me incliné hacia adelante y pasé una mano tras su nuca para atraerlo hacia mí. Esta vez fui yo quien lo besó.

Nuestro beso fue igual de pasional que el de la tarde anterior. Llevó una mano a mi cintura y me pegó a su cuerpo más de lo que yo hubiera querido en un inicio. Al ver que no me separaría, comenzó a mover los dedos por debajo de mi camiseta con suaves caricias que me estremecieron de gusto. Él comenzó a retroceder y yo lo seguí para no perder el ritmo.

Nos dirigimos hasta su cama, se sentó y recargó en la pared. Instintivamente me senté arriba suyo, sin dejar de besarle con la misma intensidad y firmeza. Sentí que perdía el control, igual que la primera vez. No razoné, me emocioné, quise por un segundo que hiciera conmigo lo que quisiera.

Me abrazó para poder besarme el cuello. Solo me quedó sostenerme fuerte de él y contener mi voz jadeante.

—No te va a oír —dijo, como si leyera mi mente—. Puedes dejarte llevar...

No me sentía muy seguro haciendo esto sabiendo que su madre estaba en casa. Negué con la cabeza cuando todavía no regresaba sus labios a mi cuerpo.

—¿Estás seguro? —Antes de responderme, Matt pasó su lengua por el lugar que anteriormente besaba, saboreando mi piel con lentitud.

Le clavé las uñas en el brazo y apreté los dientes. No iba a hacerlo, no podía, no debía. Estaba haciendo esto a propósito para escucharme. Se me escaparon pequeños jadeos que me provocaron dolor en el pecho.

Se rio en voz baja, regresó sus labios a los míos, rendido y asombrado ante lo bien que me contuve. Lo rodeé con ambos brazos y él hizo lo mismo mucho más por debajo, tocándome el trasero.

Matthew comenzó a morder mi labio inferior con cierta dulzura y cuidado, pero le gustó tanto lo bien que me presté, que poco a poco empezó a ser más agresivo.

En menos de un minuto llegamos a un punto en el que nuestro beso se volvió hiriente y doloroso para mí. Apreté los párpados, mi piel se erizó cada vez que estiraba, oyó mis quejas e incluso percibió que me quería separar de él. Pero me ignoró.

Pronto no pude seguir besándolo así.

—Matt... —Alcancé a decir, pero fue inútil.

El labio me ardió y palpitó, sus dientes no desearon detenerse conmigo. Puse una mano en cada hombro suyo para quitarme de una buena vez. Ya no era divertido ni emocionante.

Él se inclinó hacia enfrente cuando yo retrocedí, pegó su mano a mi cabeza para que no pudiera separarnos. Cambió el sabor del beso. Dejó de ser dulce y se transformó en un desagradable gusto a metal. Al principio Matthew no lo notó, pero se detuvo en cuanto supo que algo andaba mal.

Al separarnos noté sus labios enrojecidos como las cerezas, manchado también de los dientes y hasta en las comisuras de la boca. Él me examinó con mayor sorpresa, delatando así que algo no estaba bien conmigo.

—Carven, estás sangrando. —El tipo se irguió y sostuvo mi rostro con ambas manos.

Pasé los dedos por mi labio inferior, pude sentir la humedad, las pulsaciones y el calor. Al verlos, contemplé la sangre que él me sacó a la fuerza de un beso.

—Fue tu culpa. —Me temblaban las manos y la voz porque el dolor aún no cesaba.

Me quité de encima, respiré a prisa para aguantar, cerré los ojos un instante para hallar calma. Matthew me miró con preocupación, jugueteando con los dedos y apretando un poco los labios.

—Ven, vamos a limpiarte. —Salió de la cama y me extendió la mano.

Bajé por mis propios medios, ignorando su gesto y dirigiéndome solo al baño de su habitación. Estaba muy enojado y aturdido incluso para hablar, así que me apresuré para que él no fuera detrás de mí. Cerré la puerta con un poco de fuerza, corrí al espejo y me examiné. Mi boca estaba hinchada y mi labio inferior agrietado, como si hubiera recibido un puñetazo.

«Ese maldito caliente...».

—Carven, de verdad lo siento... —Pude escucharlo al otro lado de la puerta—. Te juro que no sabía lo que hacía.

Tomé un poco de papel higiénico y me lo pasé por la sangre. También utilicé agua tibia y me enjuagué la boca para eliminar el mal sabor. No pude evitar quejarme con muecas y sonidos ante el ardor del tacto.

Matthew no dejaba de repetir lo mismo una y otra vez, asumiendo la culpa, llamándose tonto, afirmando que no pasaría de nuevo y que nunca fue su intención lastimarme. Pero yo seguía enojado con él a pesar de sus incesables disculpas, pues desde un principio le manifesté con mis movimientos que no quería seguir más y aun así me forzó.

Al ver que ya no sangraba salí del baño, agachando el rostro y cubriéndome parte de la herida. Matt se acercó para examinarme aún por encima de su preocupación y vergüenza. Primero me sujetó de la muñeca suavemente, apartando mi mano. Cedí solo para que viera de cerca lo que hizo y su culpa incrementara, cosa que funcionó porque volvió a murmurar que lo sentía. 

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