Vivir

Oleh MCouriel

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"Vivir" es una historia dedicada a la juventud, a esa rareza que siempre se oculta dentro nuestro y, en ciert... Lebih Banyak

1 - Mudanza
2 - Primer día
3 - Memoria
4 - Ella que calla frente a los demás
5 - Verde agua
6 - Las palabras de un amigo
7 - Fiesta
8 - Verdad
10 - Mundos
11 - Enfrentamiento
12 - Espera
13 - ¡Papá, no lo hagás!
14 - Superhéroe
15 - ¡Corré, corré, corré!
16 - Refugio
17 - Enfrentar a Ismael
18 - El arte de guardar
19 - Volar y olvidar
20 - En el anden (Capítulo final)
¡8000 veces gracias!
Importante
#Enelandén

9 - Subte

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Oleh MCouriel

Dedicado a IvonneSolanGe y shamialvarez

Recorrió cada lugar. Clases. Se detuvo en la entrada del baño de mujeres. ¡Camila, Camila, Camila!, gritó. Esperaba una mínima respuesta, aunque fuese un susurro. Silencio. La imaginaba detrás de un inodoro, frágil. Ella le contestaba que él la había encontrado, pero jamás volvería a salir. Se quedaría en ese nuevo universo de olores y cañerías.

Subió al segundo piso. Aulas. Caminaba, la mano en la posición exacta para mover cada picaporte. Ansiaba abrir una puerta, cualquiera, y hallarla. Nada.

Se le ocurrió un último lado.

Bajo las escaleras, rápido.

Patio Grande.

A medida que avanzaba, veía el alrededor y le sorprendía los detalles que no se pueden advertir desde una ventana enrejada: el caucho esparcido por el pasto sintético, la pintura vieja de los arcos de futbol, unos avioncitos de papel ignorados. Subió dos escalones. Era un sector diminuto, al fondo del Patio Grande, donde en los días cálidos siempre pegaba el sol, las chicas se arrojaban en el piso y dejaban transcurrir los quince minutos de recreo. Camila tampoco estaba.

Tal vez, había tenido la valentía de huir a su rincón en el mundo. Miró hacia ambos costados, no había nadie. Deseaba ser igual a ella y arrancarse la obligación de seguir ahí. Se atrevió. La abrió sin hacer ruido, lento.

Recordaba cada momento que estuvo con Camila y lo único que permanecía en su memoria era ella en la boca del subterráneo contando sobre un guitarrista ciego y las canciones que tocaba. Terminaban en una mezcla única de ruidos y acordes imaginarios. Eran ellos dos y basta. Llegó a la esquina. Se acordó de ese dilema de calles que habían tenido y que había valido la pena haberla acompañado.

Faltaba poco. Apareció en su mente esa explicación de porqué Camila viajaba en ese transporte, teniendo otras posibilidades, y lo loca que se creía. "Le es una aventura". Paró a mitad de cuadra. Estalló en carcajadas, varias punzadas lo tiraron al suelo como si fuera participe de una pelea entre la cordura contra el anhelo de soltarse y se unieran para golpearlo. Daba vueltas y se reía más fuerte. Le dolía la panza. Se tapó la cara y poco le importaba las personas que pasaban, tenía dentro suyo la risa de su vida.

Paró. Era un idiota que volvía a razonar. Inventaba las caras que ella observaba, y era eso: inventar, ser ella, aunque fuese únicamente en los viajes.

Luego, el llanto.

—¡Camila! —exclamó Ismael. La advirtió, en el último asiento, frágil. Quizás, tenía la idea de huir en cada subte que se alejaba hacía paradas que poco importaban y se unían por un único hilo, una única razón: los recorridos. Era su refugio porque no sentía la obligación de reaccionar, podía estar quieta. Y esa era la idea: no tener la necesidad de ser algo.

—¿Qué haces acá?

—¡Te encontré!

—Fallé.

—Perdón.

—Me mentiste. Te había dicho que no fueras. Podías haber hecho otra cosa, no sé, pasar el sábado entero mirando una serie en Netflix o leyendo. Fuiste. Por una piba que ni vale la pena.

—Lo sé, ahora lo sé.

—¿Qué ganamos con que lo sepas? No puedo arrancarme el dolor. ¡ME NIEGO A OLVIDAR! Ojalá ese dolor se quedara, la vida entera, dentro mío y pudiese crearte y matarte, de cualquier forma, las veces que quiera.

—¿Se te ocurre alguna manera?

—¿De qué?

—De matarme, tal vez te pueda ayudar.

—...

—Por favor, es lo único que te pido: pensar en los modos de cómo terminaría conmigo.

—Estás loco.

—No, al contrario. Volveríamos a hablar. El único tema de conversación que existiría sería mi muerte. No tenes que ser vos la culpable, puede ser hasta un acto divino o mi propio error al cruzar la calle. No sé. Elegiríamos el momento y lugar. Sería hermoso, al fin, me reivindicaría.

—Andate, por favor.

—Es que no te das cuenta: es algo ideal. Es la acción exacta para que recuerdes lo mejor de mí. Si muero, los buenos momentos serían más fuertes que la cagada que me mandé.

—Me pregunto qué estamos haciendo...

—Vos soportando a un chiflado, yo siéndolo.

—Somos dos personas, bajo una ciudad, discutiendo sobre un disparate que no es más que tu miedo de perder, de que se le arranque la costumbre más linda: que te escuchen.

—Mirá —exclamó Ismael. Observó el cartel, colgaba del techo, mostraba cuánto faltaba para el próximo subte—, faltan cuatro minutos para que llegue. Correría hasta el andén, esperaría a esas luces amarillas y cuando las notara, cada vez más cerca, me tiraría. ¡Al fin, la velocidad contra mí! Llorarías.

—Si, por pura impresión. Una no nace preparada para ver a un boludo suicidarse. Después de una semana serías un recuerdo, de tantos otros.

—¡Me recordarías!

Esperaban.

Ismael pensaba en lo fácil que antes era construir, entre los dos, con cada palabra miles de ideas que formaban las más lindas conversaciones. Ahora estaba solo, la gente en frente y más allá, el vacío. Deseaba que alguien creara el ruido, con alguna queja o pelea que lo alejara por un instante del insoportable tiempo. Camila exclamó:

—Supuse que teníamos una historia que contarnos, tan igual que bastaría con mirarnos para entender que nos sucedía. Si mi mamá me hubiese preguntado porqué ya no tengo esa cara de orto le hubiese dicho solamente Él. ¡Me rompiste el corazón! ¿Qué es lo que me queda de vos? Un pibe que cree que matándose va a solucionar algo, que podría hasta reinventar una relación que ya no es. Jamás te conté, no pierdo nada y es más entenderías también porque me duele tanto tu mentira. Te acordas la vez que me preguntaste dónde había aprendido a dibujar.

—Si, en tu casa.

—Nunca me preguntaste cómo.

—Nunca es tarde para saber.

—Mamá y papá siempre peleaban, aún también. A veces pienso que se conocieron discutiendo y se enamoraron discutiendo porque no hacen otra cosa. Se callan cuando duermen, seguro discuten en sueños. Volvía, de la primaria, a casa llorando y mamá hacía lo que alcanzaba. Me escuchaba un rato y está perfecto. Tenía sus problemas y debía cocinar porque había que tener la cena servida para cuando papá llegara de trabajar. Él no me preguntaba qué me pasaba, decía que de eso se preocupaba mamá. Luego de comer, me encerraba en mi cuarto porque empezaba al igual que todos los días, el momento de los gritos. Discutían hasta tarde, y era horrible escucharlo y, no me olvido más de sus palabras: "Son chicos, ellos se entienden. Están jugando. Las palabras no hacen daño. Además, tiene que crecer". No me hablaba, ¡no me habla! Con la furia de mi alma, pensé en asesinarlo en asesinar a mi papá ¡MI PAPÁ! Lo hice, en una hoja. Imaginaba que lo encerraba en millones de círculos mal hechos. Era tan lindo ver como de a poco, se quedaba sin aire... Lo maté tantas veces.

Silencio.

—Podrías haberme dicho cualquier cosa, pero esto. Creí en tu historia, cada palabra y te abracé. ¡TE ABRACÉ!

—¡El golpe fue la única mentira! Es que tenía miedo de decirte la verdad porque sé que te iba a perder. Mi papá se la pasa tomando. Es tan triste saber que quiere morirse. Sólo me charla para joder. ¡MI MAMÁ NO ESTÁ MÁS! ¡NO ESTÁ! Te entiendo...

—¡Vos no entendes! Ahí viene. ¿Por qué no te matas? ¡Dale, en serio! Tirate, por favor. No te quiero, sos la peor basura. ¡Forro! ¡Hijo de puta! ¡MATATE! Todos los que te joden tienen razón, ¡sos un pelotudo! —gritó Camila. Ismael notaba que en cada insulto ella perdía un poco de sí misma y ya no era esa chica que había conocido, ida, dentro de una furia que ansiaba escapar en miles de palabras y no eran suficientes.

Ismael se levantó. Caminaba. Sentía, a cada paso, que dejaba de existir. No quedaba ninguna idea en su mente, ni siquiera el hecho de girar la cara para verla una vez más. Era un cuerpo realizando su última acción. Se detuvo en el andén. Faltaba poco para que viniese. Extendió el pie. Se balanceaba, suspendido, con los brazos abiertos, un acróbata de la vida, el frágil cuerpo al borde de caer hacia el otro lado. Un pensamiento, de la nada, lo invadió: cuán capaz era de acabar con todo. De quebrar hasta el alma para hallar, por primera vez, esa libertad de olvidar las burlas, el callar de su papá, un mejor amigo que nunca fue y una mejor amiga que ya no tenía. Advirtió el subte.

Se tiró.

Un viento fugaz que llevaba la muerte encima pasó por su cara. Se encontró flotando, por un instante. Una mano, mano de mujer, lo trajo hacía atrás. Cayó en el suelo.

Abrió los ojos.

Era bellísima. Arriba suyo, la más hermosa y única razón por la cual continuaba vivo. Cielo. La observaba y le pareció extraño, el sufrir de sus días desaparecía y sólo quedaba esa sonrisa de dientes perfectos, las mejillas y los ojos que se achicaban. Grises. La boca, de trazos perfectos, se movía. Ismael estaba sumido en una mágica armonía, quieto. Suponía que acabaría rápido, no la vería más desde ese punto acostado bajo ella. Tal vez, se la encontraría en algún momento y tendrían una esporádica charla, de no sé qué temas y la vería ¡sí! Pero no acostado bajo ella. Entonces, Ismael aprovechaba la situación que podría durar desde segundos hasta minutos más. Guardaba cada detalle en su memoria: el pelo negro suelto a los costados, un lunar en la frente muy bien ubicado, como a propósito, para generar una perfecta distinción; el arito en la nariz.

—Seguís vivo, es tan lindo sentirlo y no estarlo.

—Gracias.

—¿Por qué?

—Por darme un poco más de vida —respondió Ismael.

—Me llamo Selena.

—Ismael.

—No voy a preguntarte el motivo, hay otras maneras más poéticas de matarse. El subte es poco original —exclamó Selena, reía.

—Me queda un poco lejos el mar. Además, no resistiría tanto tiempo abajo del agua, me cagaría de frío.

—No me refería al mar. Ahí no van a matarse. No existe la muerte, sino un modo de vivir por siempre en silencio.

—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me salvaste?

—Cerrá los ojos y contá hasta tres.

Contaba y sentía, de a poco, la horrorosa liviandad en su estómago y todo su cuerpo.

Extendió las manos.

No estaba.

Camila tampoco.

Él solo. Vivía.

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