Un amor así (Sforza #5.5)

By Gaby_SWSD

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Historia de Darío y Bianca. (Spin-off de la serie de los hermanos Sforza) Darío Zeffirelli lo tiene todo. Un... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo

Capítulo 14

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By Gaby_SWSD

Bianca paseaba con nerviosismo en el jardín, sabiendo que debería alejarse y cumplir con su compromiso pero no podía obligarse a hacerlo. No ahora, cuando había visto que la férrea voluntad de Darío tambaleaba. Un atisbo de desolación era suficiente para que quisiera correr a sus brazos y consolarlo. Cielos, qué diferente habría sido todo si ella estuviera en el lugar de Ciana.

Habría derribado muros. Habría arrasado con todo a su paso, hasta dejar a Darío siendo solo él. Sin ninguna armadura que lo protegiera, porque ya no sería necesario. Ella lo protegería, resguardaría su corazón y su alma como el tesoro más preciado. Y él.... Con suerte, él haría lo mismo por ella.

Al menos, trataría mejor a su corazón de lo que lo hacía ahora. Ignorándola, manteniendo su distancia. Siendo correcto. Porque sin duda su actitud era la correcta, debía reconocerlo. Y aceptar de una buena vez que ella no era Ciana.

Se detuvo, aguzó el oído intentando distinguir pasos pero fue inútil. Suspiró y retomó su paseo poco discreto. ¿Qué se suponía lograría con aquello? ¿No era lo mejor marcharse si quería seguir con su vida?

Pero... ¿y si todo cambiaba? ¿Y si...?

¿Y si qué? ¿Qué iba a decirle, de cualquier manera? Sí, sin duda lo mejor era irse. Cuanto antes.

–¿Qué estás haciendo?

Demasiado tarde. Se giró y encontró los ojos serios y oscuros de Darío Zeffirelli clavados en ella. Se quedó quieta, mirándolo como una idiota. ¿De qué otra manera podía mirarlo si él se veía vulnerable, accesible... humano?

Era un error. Debía marcharse. Tenía que volverse y correr. Huir lo más lejos posible de él y su traicionero corazón. Sí, debería. En cambio, como de costumbre, hizo lo que no debía pero, oh Dios, sí que quería.

–Paseando, ¿no es evidente? –contestó insolente. Darío arqueó una ceja, sin decir una palabra–. Si crees que te estaba esperando...

–¿Lo hacías?

–No.

–Ah.

–¿Por qué lo haría? Creo, no, estoy segura de que soy la última persona a la que quieres ver, ¿cierto?

–Correcto –confirmó con frialdad–. Tú eres, posiblemente, la única persona a la que no soporto ver en este momento, ¿sabes?

–Oh –debía dejarlo. En serio, debería...–. ¿Por qué?

–Porque te miro y lo único que veo es a Ciana.

Bianca abrió la boca, estupefacta. No se sorprendió cuando ningún sonido salió de ella. ¡Cielos! ¿Acaso el hombre del que había estado enamorada por años acababa de decirle que ella no significaba nada más que una copia de su hermana? Sin valor propio para él, solo un recordatorio de alguien más. Y ya en eso, una mala réplica de otra mujer.

–Bianca.

–¿Darío?

–Lo sabes.

–¿Disculpa?

–¿Debo decirlo?

–Yo... no sé...

–Desaparece.

–¿Ah?

Darío le dio la espalda sin escuchar su monosilábica respuesta y empezó a alejarse. Pero Bianca, siendo quien era, no podía dejarlo solo así.

Lo había intentado. Había tratado cientos de veces de escucharlo. De fundirse con el entorno y desaparecer, para que él no la notara. Para que no lo molestara su sola existencia. Así de mucho lo... amaba. Y dolía.

Maldición, como dolía.

–¡Darío! –Bianca trató de alcanzarlo sin echar a correr. Él era absurdamente alto y sus zancadas larguísimas–. ¡Detente, Zeffirelli!

Eso pareció llamar su atención. Se quedó quieto, sin mirarla. Ella se puso frente a él, intentando de una manera poco práctica bloquear su avance. No que, si él decía seguir, pudiera hacer algo por evitarlo.

–¿No fui claro? ¿Acaso la palabra desaparece es muy difícil de entender para ti? ¡Maldición, Bianca Ferraz, cualquiera pensaría que eres un poco más brillante! ¿Por qué se te hace tan complicado entender una sencilla petición? –su voz denotaba que de ninguna manera era un pedido, sino una orden–. Tú no lo comprendes, no tienes idea de lo mucho que me exaspera este lugar en este momento. Yo no lo soporto.

–¿Ah sí? ¿Por Ciana?

–¡Ciana, tú y toda tu familia! Estoy cansado de los Ferraz y no quiero saber más de ustedes. Cada uno de ustedes puede irse al demonio, para lo que me importa –Darío habló con dureza y frialdad, reconstruyendo a pulso cada una de las barreras que rodeaba su corazón. Bianca casi podía verlo. Era escalofriante–. ¿Lo sabes, no? Siempre lo supiste. Esto no era más que un buen negocio. Un acuerdo ventajoso. Tendría una esposa ideal que no solo no me cuestionaría jamás, sino que contaba con las mejores conexiones –ella clavó una mirada herida en él–. Sí, Bianca, deja de idealizarlo. Para mí, tú, tu hermana y toda tu familia no significaban nada más que una aceptable perspectiva de buenas ganancias a futuro. Después de todo, soy el último Zeffirelli y lo más lógico era encontrar una familia grande, ventajosa y socialmente aceptable. Pensé que la había encontrado contigo, pero estaba equivocado. Tú nunca podrías ser el tipo de esposa para un hombre como yo. Eres demasiado... –la miró de pies a cabeza, despectivo– impulsiva, temeraria... impredecible. No –soltó con aspereza–. En cambio Ciana, ella era perfecta. Una lástima que él la arruinara.

Eso fue suficiente. Bianca elevó la mano para detener sus palabras. Él pareció dispuesto a dejarse golpear pero esa no era su intención.

–Basta, Darío. Ha sido suficiente, ¿escuchaste? Suficiente –repitió–. Sé que estás dolido y no importa lo mucho que intentes negarlo. Puedo verlo. Cualquiera que te conociera un poco podría, aunque eso es poco probable, ¿verdad? –Bianca suspiró–. No haces más que esconderte tras capas y capas de frialdad y rudeza. Eres cortante, distante e hiriente. No es sorprendente que seas el último Zeffirelli si es así como tu familia acostumbra a tratar a todos quienes están a su alrededor.

Darío se acercó un paso y clavó su mirada intimidatoria en Bianca, quien no se dejó amilanar en lo más mínimo y no cedió, aun cuando él se cernió sobre ella.

–Tú, Darío Zeffirelli, eres un fraude. Todo no es más que una fachada, una actuación bien elaborada para mantener a las personas alejadas y en su lugar. No, en el lugar de tu vida al que tú crees deben pertenecer. Fue por eso, ¿sabes? Por eso no funcionó entre nosotros y nunca lo haría, porque yo no soy una muñeca que puedas colocar en un estante para que luzca bien y que solo espere tus órdenes para hacer algo. No quieres alguien que te cuestione, que te haga sentir, que viva y respire por sí misma. Quieres alguien que sea tu sombra y yo, Darío, nunca lo sería. Nadie de mi familia podría serlo y Ciana lo ha comprendido. Yo también –añadió Bianca– y por eso se terminó.

–¿Se terminó? ¿Lo mío con Ciana? Sí, era evidente. ¿Lo tuyo conmigo? Hace mucho y ni siquiera estoy seguro de que alguna vez existiera.

–No, Darío. No lo estás comprendiendo. En este día, no solo una de las gemelas Ferraz ha desistido –elevó su barbilla para mirarlo directamente a los ojos–. Lo han hecho las dos. Yo, Darío Zeffirelli, renuncio. Me rindo.

–¿Qué quieres decir?

–Sí, mi error pensar que lo comprenderías. O que te importaría. Pero debía decirlo. Y en voz alta. En este día, me doy por vencida. Vive bien, Darío. Encuentra la esposa ideal para un Zeffirelli y moldéala a tu gusto, para que asuma su papel de tu sombra de la mejor manera. Te deseo la mejor de las suertes –Bianca se puso de puntillas y no pudo evitarlo, le rozó los labios brevemente–. Hoy, desaparezco.

Volvió bruscamente sobre sus pasos y corrió hasta alcanzar la puerta de la Mansión. No fue hasta que la cerró y echó el cerrojo cuando dejó salir el aire contenido en un gran suspiro. Sintiéndose destrozada, triste y herida. Pero, con sorpresa, notó que también había alivio y resignación. Un pequeño atisbo de esperanza renaciendo. Una oportunidad de seguir.

Sonrió un poco, entre lágrimas, y aspiró varias veces más.

Curioso día en el que las dos gemelas Ferraz corrían desde el jardín hacia la Mansión, huyendo del amor.


Fin de la primera parte

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