Capítulo 6

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De todas las cosas que Darío Zeffirelli hubiera podido decirle, esa era sin duda la más acertada y la más dolorosa de todas. Desaparece, lo decía todo y a la vez era lo suficientemente concisa para que solo ella entendiera todas las implicaciones que conllevaba.

Desaparece en este momento.

Desaparece en cada instante en que yo me encuentre aquí.

Desaparece de los recuerdos que tuvimos juntos.

Desaparece de cada rincón que ocupo yo.

En definitiva, desaparece de mi vida.

Oh, Darío. Ojalá pudiera darle lo que él pedía. Si pudiera, lo haría. Con el mayor de los gustos. ¿Acaso creía que para ella era fácil verlo junto a su hermana, compartiendo una relación que a ellos jamás podría unirlos? No, no era fácil en absoluto. Mucho menos cuando era un secreto.

Por tanto, nadie podía sospecharlo. Y, como siempre, debía hacer lo esperado. Pegar una sonrisa a su rostro y hacerse la idiota.

–Oh, querido –remarcó, sabiendo cuánto odiaba Darío el apelativo. Sonrió–. ¿Ha sido un momento inconveniente? Mis disculpas –amplió la sonrisa–. Adiós.

Se alejó con paso firme, sin mirar atrás por temor a la conmoción que causaría en su alma. Con profundo terror a la duda que surgiría. Al impulso de, a pesar de todo, quedarse.

Caminó un poco más, sabiendo que era un imposible. Conociendo en su corazón que no sería. Que no podía ser. Y sin embargo...

–Bia.

Bianca se detuvo. Ciana la alcanzó, se detuvo a su lado y tomó aire.

–Lo siento, Bia.

–No tienes que disculparte, Ciana.

–Pero...

–No. De verdad –colocó una sonrisa forzada en su rostro y la miró–. Está bien.

–Darío está... ha sido... lo siento –repitió.

–Ciana. Deja de hacerlo. Lo que haga Darío –vaciló al decir su nombre. Apretó los dientes con fuerza– lo que haga cualquier persona, además de ti, es su responsabilidad. No tuya.

–Pero...

–No lo olvides. Cada uno es responsable. De lo que dice. De lo que siente.

–Bia, ¿qué significa...?

–Adiós, Ciana –amplió la sonrisa–. Te veo luego.

Subió a su auto y no la dejó terminar. Sus emociones estaban descontroladas y podría terminar diciendo algo que no sentía. O, aún peor, algo que realmente sentía y estaba por desbordarse de sí misma.

–¿Bianca? ¡Qué gusto verte, cariño! –Oliver la estrechó entre sus brazos. Bianca apoyó la cabeza en su pecho y dejó salir un suspiro–. Oh. ¿Pasa algo?

–Oliver.

–¿Sí?

–No me sueltes –pidió y él, como buen primo y gran amigo que era, la sostuvo firmemente.

Pasaron varios minutos antes de que Bianca pudiera poner en orden sus pensamientos y se separara de la seguridad que ofrecían los brazos de Oliver. Cielos, desde que tenía memoria, él había significado un lugar seguro para ella. Su hermano mayor, más que su primo. Su mejor amigo.

–¿Cómo está Lu? –fue la primera pregunta coherente que pudo formular Bianca. Oliver la invitó a tomar asiento en su despacho antes de contestar.

Un amor así (Sforza #5.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora