Sueños de tinta y papel

By MarchelCruz

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El Instituto Salazar de Artes y Letras es un refugio para almas maltrechas, y ellos son justo eso, son un gru... More

NOTA.
Dedicatoria.
Cita.
Prefacio.
Capítulo 1: Nuevos aires. (1/2)
Capítulo 1: Nuevos aires. (2/2)
Capítulo 2: Acondicionamiento. (1/2)
Capítulo 2: Acondicionamiento. (2/2)
Capítulo 3: Amigos. (1/2)
Capítulo 3: Amigos. (2/2)
Capítulo 4: Personalidades. (1/2)
Capítulo 4: Personalidades (2/2)
Capítulo 5: Súbito incremento de palpitaciones. (1/2)
Capítulo 5: Súbito incremento de palpitaciones. (2/2)
Capítulo 6: Tal vez. (1/2)
Capítulo 6: Tal vez (2/2)
Capítulo 7: La playa. (1/2)
Capítulo 7: La playa. (2/2)
Capítulo 8: Intenso vivir (1/2)
Capítulo 8: Intenso vivir. (2/2)
Capítulo 9: Fragmentos del pasado. (1/2)
Capítulo 9: Fragmentos del pasado. (2/2)
Capítulo 10: La casa azul. (1/2)
Capítulo 10: La casa azul. (2/2)
Capítulo 11: Un sentimiento nuevo. (1/2)
Capítulo 11: Un sentimiento nuevo. (2/2)
Capítulo 12: Una mala noticia. (1/2)
Capítulo 12: Una mala noticia. (2/2)
Capítulo 13: Sueños distantes.(1/2)
Capítulo 13: Sueños distantes. (2/2)
Capítulo 14: Sentido de urgencia. (1/2)
Capítulo 14: Sentido de urgencia. (2/2)
Capítulo 15: Antes de la tormenta. (1/2)
Capítulo 15: Antes de la tormenta. (2/2)
Capítulo 16: La traición. (1/2)
Capítulo 16: La traición. (2/2)
Capítulo 17: Días de fuego. (1/2)
Capítulo 17: Días de fuego. (2/2)
Capítulo 18: Grandes evidencias (1/2)
Capítulo 18: Grandes evidencias. (2/2)
Capítulo 19: Trapitos al sol. (1/2)
Capítulo 20: Con olor a hierba. (1/2)
Capítulo 20: Con olor a hierba (2/2)
Capítulo 21: Los niños perdidos. (1/2)
Capítulo 21: Los niños perdidos (2/2)
Capítulo 22: Navidad. (1/2)
Capítulo 22: Navidad (2/2)
Capítulo 23: Un dulce hogar. (1/2)
Capítulo 23: Un dulce hogar. (2/2)
Capítulo 24: Mala compañía. (1/2)
Capítulo 24: Mala compañía. (2/2)
Capítulo 25: La prueba (1/2)
Capítulo 25: La prueba (2/2)
Capítulo 26: Sueños de tinta y papel. (1/2)
Capítulo 26: sueños de tinta y papel. (2/2)
Capítulo 27: El tres es de mala suerte. (1/2)
Capítulo 27: El tres es de mala suerte. (2/2)
Capítulo 28: A Dios (1/2)
Capítulo 28: A Dios (2/2)
EPILOGO
A Riverita.
LISTA DE REPRODUCCIÓN.
Y el fin.

Capítulo 19: Trapitos al sol. (2/2)

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By MarchelCruz

Esa tarde permanecí en el pasillo, delante de la puerta de la habitación de Diego, había tenido que recurrir a montar guardia hasta que apareciera, pues se había negado a hablarme por cualquier medio. Ignoró todos mis mensajes de texto, mis llamadas y los recados que le enviaba con Lorena. No lo había visto por más de unos minutos desde hacia tanto tiempo, aquel era mi último recurso. Si fallaba, entonces me daría por vencida.

Esperé, con el corazón palpitándome con fuerza, hasta que al fin apareció. Asomó la cabeza por el pasillo, me puse de pie de un brinco y di un paso en su dirección pero retrocedí con torpeza al notar que Alejandro venia tras él a grandes zancadas, casi corriendo. Ambos repararon en mí, pero me ignoraron.

—¡Te estoy hablando—exclamó Alejandro, con evidente molestia—no puedes ignorarme toda la puta vida!

Pero su hermano no le hizo el menor caso, entró en su habitación y cerró de un portazo. Alejandro se estrelló contra la puerta, pegó el rostro a la superficie de madera.

—¡Diego abre la puerta y habla conmigo!—dijo, con la voz contenida.

No recibió contestación.

Debía admitir que Diego por lo menos era justo, no me hablaba, no me dirigía la palabra, pero tampoco a Alejandro.

Entonces me atreví a hablar.

—Yo también estoy aquí—dije, con la voz sosegada—háblame, por favor.

—¡Váyanse a la verga,—gritó Diego desde el interior—lárguense los dos!

Alejandro se volvió a verme, con el rostro encolerizado.

—¡Ya lo oíste!—Exclamó —¡Quiere que te vayas!

Me hice a un lado, asustada.

Alex comenzó a tocar la puerta con los nudillos, al tiempo que le gritaba que le abriera, su voz aún era calmada, a pesar de los gritos, pero al saberse ignorado, se enfadó y comenzó a golpear con más fuerza.

—¡Abre la maldita puerta!—exclamó—¡Si no la abres la tiro, me vale madres, Diego, te juro que la tiro!

Pero del interior del cuarto no surgió ni una réplica, a pesar de los esfuerzos que hacia Alejandro. Entonces comenzó a aporrear la puerta con verdaderas ganas, cada vez con más violencia, con las manos, con los nudillos, con la punta del zapato.

—¡Me vale verga que se enteré toda la puta escuela—exclamó—¡Ábreme la puerta!

Los nudillos de Alejandro se llevaban la peor parte, se le veían rojos, a punto de explotar sangre, pero él no desistió, siguió golpeando con furia, aunque los estudiantes comenzaban a salir de sus habitaciones. Pasaban de las seis, y por ello la mayoría estaba ya en el edificio. Yo sólo los miraba, con la disculpa escrita en mis ojos, pues ese alboroto era en parte culpa mía. Yo no tenía la fuerza ni el vigor que tenía Alejandro para crear tremendo espectáculo, sin embargo, yo lo había llevado a pelearse con Diego, aquel al que tanto quería.

—¡Ábrela, mierda, ábrela! —gritaba Alejandro, golpeando cada vez con más rapidez y fuerza.

De pronto, sin previo aviso, a puerta se abrió, Alejandro casi cayó de bruces al suelo en el interior de la habitación, pero sólo trastabilló y se recuperó con rapidez. Con la poca dignidad que aún le quedaba, miró a su hermano.

—Habla conmigo—dijo, con la voz quebrada.

Yo me colé en la habitación como un suspiro, sabía que Diego no tardaría en echar a Alejandro, pero antes de sacarme también, tenía que escucharme. Me arrinconé en su cama, en la esquina, con la espalda pegada a la pared.

Alejandro tenía las mejillas arreboladas, los nudillos rojos, los ojos llorosos.

—Di lo que quieras—contestó Diego, con la voz neutra, premeditada para ocultar que él también se rompía por dentro. —ya no te creo nada.

—Ya no te voy a mentir—exclamó Alejandro, desesperado. —fue mi culpa, lo admito, y puedes odiarme por eso, pero tienes que perdonarme, voy a hacer todo lo que quieras, te lo prometo, voy a hacer todo lo que quieras, pero háblame, porque soy tu hermano, el único que tienes y...

—¡No—lo interrumpió Diego—tú no eres mi maldito hermano!

—¡Diego! —exclamó Alejandro.

—¡Ni madres —contestó éste, retrocediendo —yo no tengo hermanos! ¡Tú ya no eres nada para mí!—Y entonces se volvió a verme —¡Ni tú tampoco!

Yo me encogí, sus palabras eran flechas certeras.

—¡Pinche puto! —exclamó Alejandro, tan herido como yo —¡Hazte responsable de lo que adoptas! ¡Yo no te pedí que fueras mi hermano, fuiste tú el pendejo que quiso jugar a la familia! ¡Yo no te elegí, fuste tú y dijiste que nunca te enojarías conmigo!

—¡Sí, cabrón, pero no mames! —contestó Diego, aproximándose a Alex con súbita rapidez, lo tomó de la parte trasera del cuello, como había hecho conmigo, le pasó ambas manos por la nuca, y lo jaló con fuerza, hasta que quedaron cara a cara—¡Si hasta parece que te lo tomas como un reto personal! ¡Eres un culero de mierda, güey! ¡Una mierda!

—¡Diego...!—intentó protestar Alex, pero ya lo había enfurecido, y ahora tenía que escucharlo, y yo con él.

—¡Te la cogiste, cabrón! —Continuó, furioso—¡Incluso después de prometerme que no lo harías. ¡Me miraste a la cara y me dijiste que jamás le pondrías un dedo encima! ¡Dijimos que ya no haríamos esa porquería!

No tenía idea de que ellos hubiesen tenido esa conversación sobre mí, pero luego de lo que Walter me contó sobre Berenice, me pareció entender el porqué.

—¡Perdón, perdón! —Exclamó Alex, derrotado—No lo hice con esa intención...

—¡Sí lo hiciste! —Continuó—¡Querías chingarme, querías herirme en donde más me duele porque sabías que la quería! ¡Lo de la vez pasada te lo perdoné pero esta vez no, cabrón!

—¡Pero esa vez fue tu idea, tú me lo pediste! —exclamó Alejandro que se había soltado del agarre de Diego.

—Sabes que no hablo de lo que pasó con Bere—contestó él.

Alejandro puso una expresión de horror, destrozada.

—¡No, Diego! —Chilló —Eso no...

—¡Si lo que querías era chingarme, verme jodido, pues ya lo lograste!—lo interrumpió su hermano y lo empujó—¡Ahora lárgate!

—¡Lo que pasó esa otra vez no fue mi culpa! —reaccionó Alejandro, logrando la conmoción de Diego. Se quedó callado un segundo, mirando a su hermano.

—¿¡Cómo!? —Exclamó Diego, ahora colérico, más incluso que hacia un momento, cuando hablaban de lo que yo había hecho —¡¿Cómo puedes ser tan cabrón para decir eso?!

No entendía de qué estaban hablando, sólo sabía que tenían problemas entre ellos desde mucho antes de conocerme. Sin duda tampoco era sobre Berenice, era algo más. Yo me había ido a meter entre esos dos seres llenos de heridas supurantes.

—¡No mames!—repuso Alejandro —No puedes culparme por eso, Diego, tú sabes cómo fue...

Pero éste se enfureció tanto por la negativa que le asestó un buen golpe en la cara, Alejandro cayó al suelo, en donde Diego fue a tomarlo por la camisa, y lo sacudió.

—¡Yo no tuve nada que ver con eso! —Siguió gritando Alex—¡No puedes cargarme tus pendejadas!

Y luego me miró, desesperado, en busca de ayuda.

—Ingrid, perdón—dijo—lo admito, esto sí fue mi culpa, yo estaba muy borracho, y siempre me pongo mal cuando tomo, lo juro, y estoy dispuesto a aceptarlo—volvió a mirar a Diego—. Lo de Berenice fue cosa de los dos, puedes hacerme sentir todo lo mal que quieras por eso, pero lo que pasó esa vez no fue por mi culpa.

—¡Te largaste, Alejandro, te largaste! —exclamó Diego.

—¡Sí, pero no fue mi culpa! —contestó Alex, ahora también furioso. Se levantó del suelo, y miró a su hermano —¡No fue mi maldita culpa que tú decidieras hacer lo que hiciste cuando me fui!

—¿¡No fue tu culpa!? —inquirió Diego, con amarga ironía. —¿¡No fue tu culpa!? ¡Tú tenías que estar ahí para mí!

Alejandro lo miró, y negó con la cabeza, con los ojos llorosos, con pesar en la mirada.

—Eras lo más importante que tenía, —contestó Diego, ya sin fuerza, decepcionado —eras mi amigo, eras mi hermano, eras mi familia, íbamos a la escuela juntos, tomábamos las clases de música juntos, en las vacaciones siempre estábamos juntos. Yo estaba acostumbrado a tenerte ahí y cuando te largaste, me quedé sólo. ¿Qué querías que hiciera?

—¡Pues no lo sé!—se enfadó Alex, pero ahora más que enfado parecía culpa, la misma que ponía cuando observaba a Diego sin que él lo notara, la misma que ponía cuando le miraba aquellas heridas en las palmas de las manos. Era aquella expresión extraña, de ceño fruncido, que hasta ese momento supe que significaba —¡Pero no juntarte con ese grupo de pandilleros drogadictos y meterte cuanta chingadera te ofrecieron, no debiste hacerlo, todo ese daño te lo hiciste tú sólo, Diego, y no puedes culparme! ¡Sabes que no puedes culparte!

Y parecía a punto del llanto, la voz le temblaba, le costaba trabajo decir todo aquello, como la noche en que me lo dijo.

—¡Porque estaba solo! —Volvió a exclamar Diego —Me dejaste solo con papá, y tú sabes cómo es él, sabes cómo es vivir con él, lo que no sabes es la presión que yo sentía, no lo sabes porque tú sí eres su hijo y a ti no podrá darte la espalda, pero a mí sí, y no quería que lo hiciera, siempre he tenido miedo de que lo haga. Sentía que me respiraba en el cuello todo el tiempo, que tenía que hacer o estudiar lo que él dijera. Estaba solo y cada vez que le preguntaba por ti él decía que no era saludable que estuviéramos tan unidos, le gustaba tenernos separados, porque así éramos manejables.

Alejandro soltó un gemido que ahogó las palabras en su garganta.

—Y yo me sentía como una mierda —continuó Diego—por no haberme dado cuenta lo mal que estabas cuando te enteraste de lo de Andrea, creí que había sido mi culpa que te fueras, que no quisieras hablar conmigo, y esa era una de las cosas que más me mataba. Que no quisieras ni hablar conmigo. No tenía idea si estabas bien, no sabía porque te habían alejado, pensé que había sido idea de papá ¡Y cómo eres tan pendejo pensé que quizá hasta habías hecho algo estúpido, o tal vez... no sé! Por la cabeza se me pasaron toda clase de ideas. ¡Pero tú estabas bien, sólo te fuiste porque se te dio tu puta gana!

—Diego, por favor...—susurró Alex cuando pudo hacerlo. —Sabes que me siento como una mierda cuando dices eso. Y tú sabes porque lo hice.

Entendía porque Alex tenía esa mirada, pues aunque no había sido su culpa, muy en el fondo él no lo sentía así. Diego me había contado hacía tiempo, que por una estupidez había pasado algo malo, cosa que no me quiso decir, pero ahora lo sabía. Un incidente que no debía afectar más que a uno, terminó afectándolos a los dos. Fue una cadena de sucesos.

—¡Sí, güey, estabas emperrado con Andrea y te largaste, pero ni siquiera te detuviste a pensar en mí!

—¡Sí! —exclamó Alejandro y en un súbito arranque de ira, se precipitó hacía él y lo estrelló en la pared, golpeándolo por el pecho. —Pero volví, volví por ti, maldita sea y te saqué de la mierda en la que estabas hundido. Te saqué de ahí, yo nunca me olvidé de ti, y lo sabes.

—¡Pero ya no era lo mismo! —se apartó Diego, empujándolo. Retrocedió varios pasos, como si no soportara estar cerca de él —¡Tardaste un chingo en volver, pudiste regresar antes! ¡Pero me dejaste ahí solo!

—Lo sé, pero lo intenté...—exclamó Alejandro— ¡Así que tienes que perdonarme, Diego maldita sea! ¡Yo no sabía que eso pasaría! ¡Y volví, lo sabes! ¡Volví y le suplique a papá que te recibiera de nuevo, no sabes cuánto le lloré para que te dejara volver a la casa!

—Vete a la verga, Alejandro —contestó Diego, restregándose la cara para apartar el llanto—papá me recibió porque quiso, porque soy su hijo.

—Ya sé, ya sé—contestó Alex con rapidez y se aceró a él, que yacía en un rincón de la habitación —pero tenías que ver lo enojado que estaba. Estaba tan emputado, decía que jamás te dejaría volver, que él no tendría un hijo así.

—No es cierto—contestó Diego—Papá me quiere igual.

—Sí, sí—comento Alex—y yo también, por favor, sé que soy un pésimo hermano, ya lo sé, pero sólo me tienes a mí, ni tú ni yo tenemos hermanos de sangre. No tenemos a nadie más.

—Mejor solo que mal acompañado—contestó Diego, negándose a mirarlo a los ojos.

Alejandro estaba a punto de llorar, le dolía tanto que este no lo mirara. Y es que se querían tanto, pero se habían herido en la misma proporción.

Si el amor pudiera medirse, ellos sin duda se querían en la misma medida, pero en formas tan distintas. El amor que uno profesaba era apacible, cálido y reconfortante mientras que el otro era arrebatador, feroz y todo lo consumía. La diferencia radicaba en que uno sería capaz de morir por el otro sin proferir el más mínimo gemido, y el otro sería capaz de matar de la forma más violenta y vil. Diego era el primero, apacible como una mañana de verano.

—Fue por mí que papá te aceptó—Siguió Alex, ya en voz baja, casi en susurros, estaba inclinado a lado de su hermano—no todo lo que he hecho ha sido malo, y tú lo sabes. Los dos tenemos defectos, pero somos familia, y la familia se perdona todo.

—No—contestó Diego—hay cosas que no. Y tú ya llevas muchas de esas.

Alejandro se apartó, Diego estaba demasiado herido, tenía dos grandes heridas que habían terminado por matar el gran amor fraternal que sentía por él.

—Eres una mierda—susurró Diego, mirándolo —y yo tardé mucho tiempo en darme cuenta. Una cosa es que me hayas dejado solo por un año en manos de papá, que le hayas dicho lo de las drogas y que por eso me mantuvieran meses encerrado, y otra muy diferente fue lo que hiciste con Ingrid, ya ni siquiera quiero verla. Y tú sabías cuanto la quería, Alex.

Solté un gemido, cada vez que Diego se refería a su amor por mí en pasado, sentía que ya no había vuelta atrás. No me perdonaría nunca.

—Perdóname—susurró Alejandro.

—No, —dijo Diego en un pequeño gemido, al tiempo que negaba con la cabeza, en un movimiento casi frenético—no, tú eres un cabrón, eres un cabrón de nacimiento.

—Por favor—insistió Alex.

—No—contestó Diego—Ni tu madre te quiso. ¿Por qué te voy a querer yo?

Solté un pequeño jadeo al escuchar eso, y de inmediato llevé la mirada a Alejandro.

Éste parpadeó varias veces, confundido, herido, desorientado, era como si no pudiera creer lo que había escuchado. Retrocedió un paso, como si las palabras de Diego hubiesen sido golpes, y de hecho lo eran, estaban destinadas a herir. Ese era el problema de querer demasiado a alguien, que con el tiempo uno mismo le proporcionaba las herramientas para destruir.

—Y tú eres un pinche drogadicto —contestó Alejandro, en voz baja, casi inaudible—y no por eso te lo estoy recordando cada que puedo. No tenías que decirlo.

Diego se levantó del suelo, y soltó un resoplo de incredulidad por la expresión que mostraba el otro en su rostro, Alex tenía la quijada desencajada, el ceño fruncido, las manos le temblaban.

—Ahora te haces el ofendido—contestó.

—No tenías que decirlo—repitió Alex, se dio la vuelta y se dirigió a la salida, pero Diego corrió hacia él y lo jaló de la camisa.

—¡No te atrevas a hacerme sentir mal!—exclamó Diego, ya con una pizca de remordimiento en la mirada —¡No me cambies las cosas!

—¡Suéltame! —exclamó Alex, y lo empujó, pero su hermano no lo soltó, lo tenía sujeto de la camisa. Forcejearon un momento, pero sólo intentaban apartarse uno del otro, jamás se golpearon. Diego ya tenía muy magullada la cara, y Alejandro parecía reacio a darle un solo golpe.

—¡Pues lárgate! —Exclamó Diego, que por fin lo soltó, lo empujó con fuerza hacia la puerta, en donde Alex se tuvo que detener del marco para evitar caer— ¡Y chinga tu madre, cabrón! ¡No te quiero volver a ver en mi puta vida!

Y entonces, con toda la fuerza de la que fue capaz, cerró la puerta, pero no se percató de que Alex seguía sosteniéndose del marco, por lo que sus dedos quedaron atrapados entre la madera por un instante, y luego la puerta se abrió, pero ese pequeño instante fue suficiente. Alejandro soltó un grito horrible, agudo e intenso, tiró de su mano tan fuerte que se fue de espaldas y cayó al pasillo.

Diego y yo corrimos hacia la puerta, en donde Alex se encontraba en el suelo, se sostenía la mano izquierda por la muñeca con la mano sana, se había hecho una herida. Ambos nos arrodillamos a su lado, estábamos paralizados, mirándolo revolcarse de dolor. La sangre le resbalaba por toda la mano, y le escurría hasta el codo.

—¡Diego! —Gemí —¡Por Dios, se la fracturaste!

Pero no debí decir aquello, porque Alex lo escuchó y se puso a gritar con más fuerza.

—¡Por dios —gritó Alex—me fracturaste los dedos, güey! ¡Me los fracturaste!

—¡No, no! —gritó Diego, intentando acercarse a su hermano, que lo mantenía alejado con las piernas. Le lanzaba patadas mientras se protegía la mano herida con la mano intacta.

—¡Vete a la verga! —exclamó Alejandro, al tiempo que intentaba ponerse de pie.

—¡Déjame ayudarte! —gritó Diego, con evidente preocupación. —¡Voy a llevarte con la enfermera!

—¡No! —siguió Alex, con el rostro enrojecido, con las lágrimas saliéndole a raudales. —¡Me rompiste la mano, cabrón, cómo voy a tocar el piano! ¡Cómo voy a tocar el piano!

Y parecía que le preocupaba más eso que cualquier otra cosa, el dolor parecía más por imaginarse que jamás tocaría otra vez.

Corrí al interior de la habitación y tomé lo primero que encontré, era una playera sucia de color blanco que estaba en la cama.

—¡Pónsela en la mano! —Le dije a Diego —¡Haz que la sangre pare!

—¡No!—se apartó Alejandro, gritando— ¡No me toques, no quiero que la toques!

—¡Tiene que ponértela para que deje se sangrar!—le grité, arrodillada a su lado.

—¡No! —Insistió Alejandro, que seguía en el suelo —¡Si se fracturó la vas a lastimar más!

—Intenta moverlos, —le dije —si puedes mover los dedos quiere decir que no están rotos.

—¡Cállate, Ingrid! —Reaccionó Diego, volviéndose a mirarme—¡No están rotos, no la cerré tan fuerte! ¡Sólo se cortaron un poco!

—¡Si se fracturaron no me vuelves a ver en tu perra vida! —Exclamó Alex, con las mejillas pálidas —¡No te lo voy a perdonar si no vuelvo a tocar!

Alejandro estaba lívido, pálido, a punto de desmayarse, y más que por la sangre, era por la conmoción de ver sus dedos heridos. Él era tan cuidadoso con sus manos, tenía las manos más bonitas que había visto, eran masculinas, pero tan cuidadas que cualquiera diría que se hacía manicura, sus uñas estaban siempre recortadas en un punto exacto para no ser largas ni demasiado cortas. Jamás realizaba actividades que pudieran herirlo, y ahora estaba ahí, en el suelo, con la mano enrollada en el burdo vendaje de la playera sucia.

Los muchachos del pasillo no hacían nada, sólo nos miraban en silencio.

Diego levantó del suelo a su hermano, luego de convencerlo de que lo llevaría a un hospital y no a la enfermería de la escuela, en donde harían demasiadas preguntas, en donde quizá, al ver que se había fracturado la mano, de inmediato perdiera la beca, y también Diego, por haberlo causado.

Alejandro no lloraba ya, estaba callado mientras bajaban las escaleras, yo iba tras ellos, callada también. Y cuando estábamos en la calle, Alex me miró, cuan pálido estaba.

—No vengas—dijo—porque es tu culpa. Todo esto es tu culpa.

Diego me miró, y asintió.

—Si quieres ayudar en algo—comentó—Dile a Walter o a Ángela que me llamé, necesito hablar con alguno de ellos.

Corrí a buscar a Walter, lo encontré en su cuarto, y a borbotones le dije lo que había pasado, le explique a grandes rasgos que Alex estaba herido, y necesitaba ayuda. Él le habló por teléfono a Diego, y éste le informó en donde se encontraban, además que le pidió que buscará la tarjeta del seguro médico de Alex.

Entre los dos revolvimos la habitación, hasta que encantamos lo que nos pedía.

—Por favor déjame ir contigo—le pedí a Walter, cuando ya se disponía a irse. —Sólo me quedaré hasta que sepa que está bien.

No podía evitar sentir la culpa en los hombros, si Alex estaba herido era por mi causa también. Walter se mordió el labio, indeciso.

—Está bien—dijo—pero no hagas nada estúpido, por favor, ya están muy mal las cosas entre todos.

Asentí.

Tomamos un taxi, que nos dejó en la entrada de la sala urgencias del seguro social. Al entrar, me atacó la desesperación, odiaba los hospitales, y hasta ese momento lo recordé, pero intenté comportarme, intenté no mirar la decadencia que reinaba en ese pequeño lugar iluminado de inocente luz blanca y olor a desinfectante. Alex y Diego estaban en una esquina de la sala de urgencias, sentados en una larga fila de asientos de metal. Alejandro estaba pálido, medio recargado en el hombro de su hermano, con la mano en alto.

Walter se acercó a ellos, pero yo me quedé un poco alejada, rezagada.

—¿Qué pasó? —preguntó Walt.

—Nada—contestó Diego, enojado—tenemos que esperar hasta que sea nuestro turno porque lo que pasó a Alex no pone en peligro su vida.

—¿Puedes moverla? —preguntó Walt, ahora dirigiéndose a Alex, que lo miraba sin mirarlo, tenía la mirada vacía.

—Me duele—se limitó a contestar.

Diego soltó un suspiro, adolorido.

—¿Tienes saldo en tu teléfono?—inquirió a mi amigo, con la preocupación reflejada en la mirada—Si tienes mándame para una llamada.

—Ocupa el mío—contestó Walt, metiendo la mano en la bolsa del pantalón y mostrándole su celular.

—No—contestó —es para llamar a mi papá, y no va a contestar si le llamo de un número que no tiene registrado. Envíame saldo, luego te lo pago.

Walter se fue a sentar a mi lado, en una fila cercana a la suya, y con el teléfono comenzó a hacer la transacción que Diego le había pedido. En menos de un minuto, el celular de Diego vibró y él comenzó a marcarle a su papá.

Tenía una expresión de susto mientras esperaba con el teléfono en el pegado al costado de la cara. Se veía horrible, parecía mucho mayor de lo que era, la ceja suturada y la barba crecida no le favorecían para nada.

—Papá—dijo, luego de un rato con la voz de papel—Sí, soy Diego.

Guardó silencio un segundo.

—Pá—repitió, con la voz queda—Alex tuvo un accidente.

Pero de inmediato siguió.

—¡No, no!—contestó—¡no le pasó nada malo, él está bien!— y luego su voz falló, parecía que de un momento a otro se pondría a llorar—Bueno, no fue un accidente, fue mi culpa, estábamos discutiendo y le cerré la puerta en los dedos.

Otro silencio.

—No—contestó —con la puerta del cuarto. Pá, creo que se los fracturé. Estamos en urgencias, pero no lo quieren atender porque Alejandro no se está muriendo.

Alex gruñó en su lugar.

—¿Papá, qué hago? —continuó Diego, con la voz temblorosa—no tengo dinero para llevarlo a otro lado y si nos quedamos acá van a tardar unas horas en atenderlo.

Diego se quedó callado, escuchado.

—Sí—contestó—sí, te estoy poniendo atención.

Y al cabo de los segundos el semblante le cambió, asintió con fuerza.

—Gracias, pá—dijo—Perdón, no quise hacerlo. Sí, te llamo al rato cuando me digan como está. Gracias. Yo también.

Y entonces colgó, y miró a Alex.

Walter y yo nos acercamos.

—Vamos—le dijo a su hermano, ayudándolo a ponerse de pie—Papá dice que hay una clínica privada llamada Santa María en el centro, lo va arreglar todo para que te atiendan allá. Vamos.

Alejandro de mala gana se puso de pie, Walter se fue a ayudarle del otro lado. Yo me quedé de pie, sin saber qué hacer.

—Ya puedes irte—comentó Diego, apenas mirándome —, gracias.

Me quedé en la calle, y mientras los veía alejarse, sabía que los había perdido a ambos, porque podían perdonarse entre ellos, podrían olvidar, pues seguían queriéndose, tenían toda una infancia y adolescencia de recuerdos que los vinculaban de forma inquebrantable. Y luego estaba yo, que sólo los había hecho sufrir, aún más de lo que ya habían sufrido, y es que aunque habían crecido en ambientes adinerados, en donde jamás les faltó nada, también habían pasado por cosas difíciles, cosas más difíciles que el hambre y el frío.

La mayoría de las personas que conocía habían logrado salir bien libradas de la adolescencia, sólo con un par de marcas de acné para recordar esos días, nosotros no tuvimos tanta suerte, dejamos atrás esa difícil época de la peor forma, destrozados, a penas vivos, para llegar a la siguiente y convertirnos en jóvenes adultos temerosos, lastimados e inestables.

N/A 

En este punto no sé ni que decir, todo esto es demasiado y no sé en qué estaba pensando cuando lo escribí. Quería algo muy dramático y fuerte, pero no sé si esto lo es, o es sólo muy enfermo. De cualquier forma, gracias por leer, SABEN QUE ME HACEN MUY FELIZ CON ESO. <3 <3 

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