Vuelo 1227

By MyPerfectGuys

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En un abrir y cerrar de ojos todo cambió. Sus vidas, sus familias... ya nada volvería a ser igual que antes. More

Prólogo
Cap.1
Cap.2
Cap.3
Cap.4
Cap.5
Cap.6
Cap.7
Cap.8
Cap.9
Cap.10
Cap.11
Cap.12
Cap.13
Cap.14
Cap.15
Cap.16
Cap.17
Cap.18
Cap.19
Cap.20
Cap.21
Cap.22
Cap.24
Epílogo

Cap.23

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By MyPerfectGuys

5 meses después.

– Uhm…

Sonreí de forma inconsciente al notar unas suaves caricias por toda mi espalda, unos dedos conocidos, largos y firmes cosquilleaban y recorrían mi piel por debajo de la ropa haciéndome enloquecer de gusto. A continuación, esos dedos fueron sustituidos por unos labios, húmedos y frescos, carnosos y suaves…

Él besaba cada milímetro de mi piel, subía desde mi cadera hasta mis omoplatos, y bajaba de nuevo con el mismo recorrido pero deteniéndose esta vez en el cierre de mi sujetador. Reí al imaginármelo con cara de duda al no saber si me enfadaría o no por desabrocharlo. Pasados unos segundos, pareció convencerse y continuó de nuevo con su excitante tortura, recorriéndome sin dejar que ni un solo milímetro de piel se salvara de sus mimos.

– Eres… preciosa… – atinó a decir en un murmuro.

– ¿Me darás este despertar todos los días de mi vida? – pregunté dándome la vuelta en la cama para poder mirarlo directamente a los ojos.

– Siempre que me lo permitas, sí – afianzó sus manos en mi cintura y me acercó más a él –. Te amo tanto...

– Yo más, Harry – susurré en sus labios –, yo más.

Cerré mis ojos y me rendí ante él. Sus labios se apoderaron de los míos de forma suave, sin prisa y con extremo cuidado, al mismo tiempo que sus manos viajaban por mi vientre queriendo subir un poco más, pero sin excederse.

– Me encantaría quedarme aquí todo el día, besándote, abrazándote y todas esas cosas que nos encantan a los dos – besé sus labios una última vez, y luego me puse en pie con rapidez –, pero ya sabes que hoy tenemos cosas importantes por hacer.

Caminé hasta el armario que recientemente habíamos comenzado a compartir y saqué de allí un vestido gris oscuro algo amplio y vaporoso. Me quité mi pijama de espaldas a él, ya que sabía que me miraba intensamente, y me vestí procurando que no viera más de lo que debía.

– ¿Por qué te tapas? – escuché que preguntaba travieso – Creo que ayer ya descubrí todos tus encantos bajo la ducha.

– Cállate… – le lancé la camiseta del pijama a la cara – A demás, me mentiste. Dijiste que te seguía costando mantenerte de pie solo y por eso me metí contigo en la ducha, para ayudarte. Pero era mentira, te vi más tarde frente al espejo peinándote tú solito…

– Bueno, sí, te mentí un poco – de pronto sus brazos me rodearon por sorpresa y comenzó a hablarme al oído –. Podía hacerlo yo solo pero, ¿y si perdía el equilibrio de pronto? ¿y si me caía y no tenía a nadie que me ayudara? Te necesitaba a mi lado, por si acaso... – mordió mi lóbulo haciéndome soltar un gemido – y te sigo necesitando.

– Eres un aprovechado… – le regañé revolviéndome en sus brazos.

– Pero me quieres igual – sonrió victorioso a la vez que se sentaba en la silla de ruedas –. ¿Me ayudas a vestirme? Estoy inválido – dijo con una falsa voz de niño desamparado.

– ¿Acaso tengo otra opción? – lo miré negando con la cabeza con desaprobación. En el fondo aquella situación se me hacía de lo más divertida.

Saqué unos vaqueros ajustados y una sudadera de su parte del armario y lo comencé a vestir de forma cariñosa. Le encantaba que lo cuidara, y a mí me encantaba hacerlo.

– ¿Y cuándo se lo podremos decir a los demás? – pregunté.

– Pienso que esta noche será la adecuada, no creo que pueda ocultarlo por más tiempo – dijo suspirando feliz –. Comienzo a odiar esta silla.

Después de que bajáramos al comedor y desayunáramos junto a Harold, ellos se quedaron en casa preparando la habitación para nuestra nueva invitada que llegaría más tarde, y yo me monté en el coche junto con Dann para que me llevara, como cada semana, a casa de Sirenia.

– Espérame aquí cinco minutos, voy a recoger a Susana – le indiqué en cuanto pisé el asfalto de la acera.

Un simple movimiento de cabeza por su parte me bastó para que cerrara la puerta del coche y subiera a toda prisa los tres escalones que tenía frente a mí. Saqué las llaves de mi pequeño bolso y abrí la primera puerta. Volví a subir otra tanda más de escaleras hasta que llegué al cuarto piso.

Me pensé si tocar al timbre o utilizar las llaves, para algo me las había dado Sirenia pero, ¿y si molestaba en estos momentos? No, seguramente no, ellos siempre me esperaban a esas horas.

Tras abrir la puerta ruidosamente por el chirrido de las bisagras, caminé por el corto pasillo que hacía de recibidor y asomé la cabeza por la cocina. Allí César y Sirenia se besaban apasionadamente apoyados contra la pared más cercana a la puerta.

– Hola – saludé con timidez llamando su atención.

Ellos se separaron de golpe y rieron al ver mi cara.

– Ves como no era buena idea que me dieras las llaves… – le dije a ella avergonzada.

– Como si tu no hicieras esto con Harry – se burló de mi dándome un corto abrazo a modo de saludo –, y a saber que más… - rió. 

– ¿Qué tal estás? – César me abrazó levantándome del suelo unos centímetros – Estás hecha ya toda una mujer.

– No exageres, que nos vimos la semana pasada – sonreí separándome de él –. Venía a por Susana.

– Oh, sí, se está vistiendo – dijo él despareciendo de la cocina –. En seguida la traigo.

– ¿Contenta? – le pregunté a Sirenia viendo como lo miraba mientras se alejaba con ojos tiernos.

– Más que eso… soy feliz, por fin soy feliz – suspiró sentándose junto a mí en la mesa –. Él es tan especial, tan maravilloso... me cuida muchísimo, bueno, nos cuida – se corrigió riendo –. De no tener nada, he pasado a tenerlo todo. Jamás pensé que me podría sentir tan bien teniendo a personas que me quieren a mi lado.

– Pues sí, parece que sí. Creo que estoy experimentando yo algo parecido también…

– ¡Ay, no! ¡Para! – oímos a Susana por el pasillo riendo – ¡Papá… no, cosquillas no!

Las dos nos miramos y sonreímos imaginándonos la escena. Cuatro meses llevaba viviendo con ellos y ya los trataba como si fueran sus padres biológicos, y eso a ellos no les causaba ninguna molestia, todo lo contrario.

Aparecieron los dos por la puerta de la cocina muertos de risa. César la llevaba enganchada al cuello mientras ella pataleaba tratando de subirse a sus anchos hombros, pero en cuanto me vio trepó hasta el suelo y se echó a mis brazos.

– ¡_____! – noté como sus manos se agarraban fuerte a la tela de mi vestido – ¿Dónde iremos hoy, eh? ¿Dónde, dónde?

– Vamos a ir a visitar a tu hermanita, ¿te parece bien? – su cara cambió al escuchar aquello, pero fue simplemente la sorpresa lo que le hizo actuar así –. Y también a mis padres, a mi hermana y a la mamá de Harry.

– Vale – asintió con seguridad.

Alcé la vista y me encontré a César abrazando a Sirenia por la espalda mientras me miraban compasivos y un poco apenados. Me agradecían mucho que hiciera eso, ya que ellos no tenían el valor suficiente como para ir con la pequeña al cementerio y que pudiera rezar por su hermana.

Me levanté de la silla, cogí a Susana en brazos y me acerqué a ellos para abrazarlos.

– Adiós mami, adiós papi – les acerqué a Susana para que se pudieran besarla y despedirla –. Os quiero.

– Nos vemos esta noche – les giñé un ojo. Ellos me devolvieron una sonrisa cómplice.

Salimos sin perder más tiempo del edificio y nos subimos al coche que nos esperaba. Le dije a Dann el lugar al que nos tenía que llevar, por lo que él arrancó en seguida.

– ¿Por qué Harry no vino? – preguntó ella curiosa apoyando su cabecita sobre mi hombro – Hace tiempo que no lo veo.

– Él tenía que preparar la casa para la cena de esta noche… a demás, ¿te acuerdas de que él un día te habló de su hermana Gemma? – ella asintió – Pues Harold consiguió que le dieran el alta, así que hoy tienen que ir los dos a recogerla.

– ¿Se quedará en tu casa a vivir? – se incorporó mirándome.

– Sí – asentí –. Y hoy la conocerás, seguro que te vas a llevar muy bien con ella.

Ella sonrió mostrándome todos sus dientecitos y se volvió a acomodar apoyándose en mi. Le encantaba conocer gente, era una niña de cinco años muy extrovertida.

Un poco antes de llegar al cementerio, nos bajamos del coche y pasamos por una floristería para comprar un ramo rosas rojas. Desde allí fuimos caminando las dos en silencio pero cogidas de la mano hasta que llegamos.

Las vallas que hacían de puertas estaban abiertas, por lo que no tuvimos ninguna complicación para entrar. Era de día, pero aún así las nubes negras que se extendían en el cielo no dejaban muy buena imagen del cementerio desde la entrada.

– Tengo miedo – susurró ella pegándose a mi pierna.

- Tranquila pequeña – me agaché para quedar a su altura y le tendí el ramo para que lo sujetara ella –. Ven, súbete.

Extendí mis brazos y ella se abrazó a mi cuello como pudo sin soltar las rosas. Me levanté del suelo y seguí mi camino sintiendo como ella contenía su respiración de vez en cuando al escuchar algún ruido extraño. Seguramente procedían de los árboles que se agitaban con el viento, o de algún ave que batía sus alas en el aire, pero eso ella no era capaz de comprenderlo.

‘Anabel Ruiz Sosa y Daniel Torres Rojas’  pude leer en las primeras lápidas conocidas que encontré. Mis padres. Y justo detrás de esas dos, la de mi hermana.

Ya había ido bastantes veces hasta aquel sitio, y en todos esos días había sentido tanta pena que no había podido evitar soltar algunas lágrimas, pero ya me sentía tan seca por dentro que no era ni capaz de hacer eso. Había aprendido a vivir con todo lo malo de la vida, una de esas cosas era la muerte. En cierto modo se podía decir que sí, que ya había superado lo de mi familia, pero siempre quedaría ese vacío en mi interior imposible de obviar.

– No estés triste – la manita de Susana acarició mi mejilla –. Como tú siempre dices, ellos estarán en el cielo preocupándose por ti y tratando de que seas feliz.

La miré asintiendo y sintiéndome orgullosísima de ella.

– Exacto – besé su nariz.

Sacó tres rosas del ramo y me las tendió.

– Toma.

Las cogí con mi mano izquierda y caminé hasta quedar entre las dos lápidas. Me incliné levemente y las coloqué de la mejor forma posible. Antes de seguir caminando, me acerqué a la de mi hermana y coloqué allí la otra.

Seguimos el mismo ritual cuando llegamos a donde Anne estaba enterrada, colocamos la rosa correspondiente y rezamos durante un rato por ella.

– ¿La llegaste a conocer? – preguntó.

– Sólo la vi el día del accidente, cuando estábamos en el aeropuerto – le comenté mientras avanzábamos –, pero nunca llegué a hablar con ella.

– Oh, que pena.

– ¿Quieres hacerlo tú ahora?

Señalé con la cabeza el ramo y después hacía la lápida de su hermana. Ella asintió pegando las rosas a su pecho. La dejé en el suelo y la observé caminar hasta llegar a la piedra gris con el nombre grabado ‘María Báez’.

Susana hincó sus rodillas en la tierra y se inclinó para poner el ramo. Se quedó unos minutos en silencio mirando fijamente la lápida. Aquella imagen, lejos de ser escalofriante por la cruel realidad, enternecía a cualquiera que fuera consciente de lo mucho que habían sufrido las dos en sus cortas vidas.

– Vamos – dijo ella tomándome de la mano cuando terminó.

Dann, que ya nos esperaba allí, nos recogió y nos llevó directas hasta la que ahora era mi casa. Por el camino, Susana se empeñó en darle conversación al chófer, que aunque lo evitaba para poder mantener la total concentración en la carretera, terminó cediendo y riéndose por lo que ella decía.

Aparcó el coche frente a la casa y, nada más bajarnos, vimos a Liam sentado en el pequeño escaloncito frente a la puerta. Tenía los codos apoyados en las rodillas y escondía su cara bajo sus manos.

– ¡Liam! – Susana corrió hacia él exaltada. Él enseguida se destapó la cara – ¿qué te pasa?

– Oh, nada Susanita – la abrazó murmurando el apodo que le había puesto.

Él me observó mientras me acercaba a ellos y noté por sus ojos que algo malo le carcomía la cabeza.

– Susana, ve dentro – saqué las llaves del bolso y se las lancé. Ella las cogió en el aire como una profesional –. Liam y yo tenemos que hablar unas cosas.

– ¿Puedo coger los juguetes que hay en mi habitación?

– Claro – le sonreí.

Desde que me había mudado al dormitorio de Harry, mi habitación la había decorado al gusto de Susana para que ella pudiera dormir allí siempre que quisiera quedarse con nosotros alguna noche. Y cuando decía decorar me refería a llenar la habitación entera de peluches, muñecas, juguetes y muchos objetos más del estilo.

Cuando la vimos desaparecer corriendo por la puerta, tomé a Liam de la mano y lo arrastré hasta el interior de la casa, dejándolo sentado en el sofá del salón.

– Cuéntame… – me senté a su lado y mantuve nuestras manos unidas.

– Es Sara – bajó la vista –. Ya sabes que desde que la conocí aquí cuando hicisteis la fiesta para Harry nos hemos estado viendo algunos días – asentí consciente de ello –. Hoy teníamos otra cita, y en esta pensaba proponerle avanzar en nuestra relación, ser algo más, ya sabes… ser novios. Y justo cuando he ido a su casa para recogerla, me ha dicho que lo sentía pero que no podía seguir saliendo conmigo, que se ha enamorado de otro.

Si Liam le iba a pedir eso, era porque realmente estaba pillado por ella.

– ¿Te gustaba mucho? – le questioné.

- Bueno… sí, creo – se encogió de hombros –. A parte de ti, es la única chica por la que he llegado a sentir algo más que una simple amistad.

– ¿Y por qué te ha hecho eso?

– Pues si tú no lo sabes que eres una chica, yo menos...

– Una chica no se enamora de un chico de un día para otro, esto tiene que venir de tiempo atrás – gruñí algo molesta por que le hubieran hecho eso al tierno de Liam. Él no se lo merecía –. Pero, ¿qué importa? Hay millones de chicas en el mundo, y créeme, si no tuvieras posibilidades te lo diría, pero sí que las tienes. Tan sólo debes mirarte a un espejo para ver que eres, a parte de súper listo y cariñoso, guapísimo y atractivo.

Él alzó la vista esperanzado y con una pequeña sonrisa en sus labios.

– Si tan solo pudiera encontrar a alguien como tú… – suspiró haciéndome reír – ¿Por qué no eres mi novia, eh? – comentó en broma.

– Porque ya es la mía – la voz de Harry nos sobresaltó resonó en la habitación –. Es mía y solo mía, de nadie más.

Giramos la vista y vimos a Harry en la puerta junto a Harold que reía divertido, y Gemma a su lado sonriendo abiertamente, a pesar de que miraba fijo al frente. Acababan de llegar.

– Sí, sí, tranquilo – Liam se levantó riendo con las manos en alto –, toda tuya.

Lo más rápido que pudo, avanzó con la silla de ruedas hasta donde estaba y me tiró hasta su regazo.

– Ven aquí, amorcito mío – habló cursi. Rodeó mi cintura y me besó con unas ansias incontenibles –. Te… he… echado… de… menos… – decía entre beso y beso.

– Oh, venga ya, si sólo habéis pasado unas horas separados – se quejó Gemma caminando por el salón buscando a tientas algo, hasta que alcanzó el rizado pelo de mi novio –. Harry suéltala, quiero darle un buen abrazo a mi cuñada – exigió ella.

A regañadientes y rodando los ojos, él me soltó y me dejó que le diera un fuerte abrazo a Gemma.

– Que bien lo vamos a pasar juntas – me susurró al oído –. Espero que mi hermanito te deje respirar algunas horas al día.

– Sabes que si no lo hace, lo terminarás obligando – reí.

Durante todos esos meses, Harry y yo habíamos estado yendo al hospital muy a menudo, de esa forma mi relación con ella cada vez se fue afianzando más y más. Me convertí en su única amiga y apoyo femenino allí, ya que muchas de sus amigas iban pero no con regularidad.

Tomé su mano con fuerza y la guié hasta el sofá para sentarnos juntas.

– Mmm… ¿hay alguien más aquí? – movió su cabeza de un lado a otro – Notó que hay más gente.

En ese mismo momento, Susana bajó corriendo las escaleras y se tiró en plancha encima de nosotras.

– ¡Hola, soy Susana! – Gemma se quedó algo sorprendida por el abrazo que le dio ella de repente –. Tengo cinco años y soy la hija de Sirenia.

– Oh, pues encantada, Susana – rió Gemma devolviéndole al abrazo.

– Susana, ayúdame a preparar la cena de esta noche – Harold apareció llevándosela consigo y dejándonos a nosotros cuatro solos.

– Luego vamos y te ayudamos, abuelo – le dijo Harry después de guiñarle un ojo a Susana saludándola.

Cuando ellos ya se habían ido, giré la cabeza a un lado y me fijé en Liam. Había estado todo el tiempo en una esquina callado observándonos a todos. Fruncí el ceño al ver como miraba a Gemma por un instante y en seguida bajaba la vista con timidez.

– Liam, acércate – lo llamé a la vez que tomaba el brazo de Gemma y la levantaba –. Gemma, él es Liam, un amigo mío.

– Encantada, Liam – ella alzó una mano sonriendo. Él la tomó y en vez de sacudirla, la llevó a sus labios y besó sus nudillos –. Uhm, que caballero. ¿Puedo?

Liam me miró con curiosidad sin entender su pregunta. Yo asentí haciéndole un par de gestos que pareció comprender de inmediato. Tomó las manos de Gemma y las llevó hasta sus mejillas. Desde ahí, ella siguió palpando su cara muy concentrada.

– Eh – Harry apareció detrás mía susurrándome –. Vamos, dejémoslos solos, que parece que se han gustado.

Con discreción y en silencio, nos alejamos de ellos. Alcanzamos a ver como Gemma terminaba de hacerse una idea de su cara y seguidamente se sentaban en el sofá para continuar charlando.

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