Ranma ½ no me pertenece.
Mas en momentos de desasosiego quisiera ser como Rumiko y portarme mal con los fans.
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Fantasy Fiction Estudios presenta
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El año de la felicidad
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Yojimbo
(parte 11)
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Pantymedias Taro tenía las manos en los bolsillos de su pantalón, andando un par de pasos por detrás de Kasumi Tendo, mirándola de reojo de vez en cuando; luego, desviando la vista para mirar alrededor y asegurarse de que no había nadie sospechoso cerca. Se habían pasado toda la mañana visitando tiendas, Taro nunca creyó que elegir cortinas y manteles para una casa fuera algo tan complicado o a lo que había que prestarle tanta atención, de hecho, no recordaba que en su antigua casa en Nerima tuvieran cortinas. Estuvo pensándolo un par de segundos y no, no recordaba cortinas ni en la sala, ni en el cuarto que compartía con Ranma y Mousse.
Se desviaron para tomar la escalera mecánica y Taro se adelantó, para quedar muy cerca de Kasumi, en el escalón anterior. Durante un momento levantó los ojos para mirarla. Le daba la impresión de que estaba más callada que de costumbre y un poco menos sonriente. Tal vez era solo idea de él, quizá estaba tan aburrido con la poca acción que tenía esos días que ahora se dedicaba a buscar las sutiles diferencias de la Kasumi de hoy con la Kasumi de ayer.
Con su dedicación habitual, esa que Taro ya había aprendido a conocer, Kasumi se había empeñado en buscar no solo tipos de telas, colores, durabilidad y diseños, sino también precios. Había sido amable, había sonreído a los empleados que le sonreían en respuesta, y ellos estaban decididos a hacerle algún descuento solo por su rostro bonito y alegre. Kasumi había sido locuaz en las tiendas explicando en detalle lo que quería. Terminó eligiendo dos juegos de cortinas.
—Señor Taro, espero que le agraden —comentó Kasumi mostrándoselas—. Son para los cuartos que usted y sus compañeros utilizan.
—Ah...
Taro no había entendido hasta ese momento que Kasumi estaba comprando para ellos.
—Pues... están bien, ¿no? —dijo él, que no sabía nada de cortinas y no eran algo que le interesara tampoco.
—Eso creo —replicó Kasumi, y no dijo más.
Y la sonrisa que le dirigió pareció extraña, como... seca. ¿Falsa?
Taro agitó la cabeza. Llegaron al piso de abajo y Kasumi le informó que iba a pasar por una tienda de té para comprar algunas variedades que eran los favoritos de su familia.
—No es necesario que entre, señor Taro —dijo entonces Kasumi, deteniéndolo cuando él la siguió—. Volveré en seguida y sé que estas cosas lo aburren. Lo siento.
—¿Qué? —Taro frunció el ceño.
—Es un local pequeño, desde la puerta puede verme, ¿cierto? En seguida vuelvo —y sonrió, otra vez «seca».
Hasta Taro se daba cuenta de que aquello no era normal. ¿Qué le había pasado? Desde la puerta la miró charlar con el dependiente del negocio, que le mostró varios frascos, que destapaba para que ella pudiera olerlos. Sin el kimono tan severo y el cabello recogido con aquello adornos, parecía una mujer más joven. La falda le llegaba a la rodilla, la blusa blanca la usaba metida por dentro de la falda y eso destacaba su cintura; sus zapatos bajos eran sencillos pero le daban elegancia. El cabello castaño se lo había tomado hacia un lado, dejándolo caer sobre un hombro.
Taro siguió contemplándola con los ojos entrecerrados. ¿Qué le ocurría a Kasumi Tendo?
Cuando se metieron al auto y ya volvían a la casa, Taro preguntó:
—¿Cuáles son los planes para mañana?
—Bueno, tengo otra clase de... No —se interrumpió Kasumi—. Creo que no iré —dijo después.
—¿Por qué? —Taro la miró con recelo.
—Usted se aburre demasiado allí —replicó Kasumi, volteó a mirarlo y le sonrió, pero sus labios estaban tensos—. En realidad, mi rutina es sencilla y sin sobresaltos. Debería quedarme siempre en casa para que usted pudiera hacer lo que quisiera, así no se aburriría. También, allí está Ukyo, creo que ustedes se llevan bien.
—¿Quién? —preguntó Taro extrañado—. ¡Ah! ¿La loca de la espátula?
—Precisamente —asintió Kasumi—. Creo que te gusta su comida, ¿cierto? No podía dejar de comerla, señor Taro, ¿era tan deliciosa? —preguntó Kasumi.
Taro la miró, su rostro parecía amable, pero en realidad estaba tenso, como si algo pasara y ella intentara ocultar algún tipo de... ¿sufrimiento, quizá?
—A mí toda la comida me parece deliciosa —respondió Taro encogiéndose de hombros—. He pasado demasiada hambre desde niño, como para despreciar cualquier comida.
Kasumi contuvo la respiración y después soltó el aire de a poco. Volteó el rostro y se dedicó a mirar por la ventanilla.
—Ya veo —dijo.
Un par de minutos después, Taro recordó que Mousse le había hablado en alguna ocasión sobre lo diferentes que eran las mujeres a los hombres, eso había sido hacía mucho, cuando él y Ranma eran unos adolescentes apenas, pero Taro aún lo recordaba, y se le vino a la mente en ese momento porque quizá lo explicaba todo.
—¿Kasumi?
—¿Sí, señor Taro? —ella se volteó a mirarlo.
—¿Estás...?, bueno, tú —Taro se removió un poco en el asiento—... ¿estás en esos momentos?
—¿Qué momentos? —preguntó Kasumi frunciendo el ceño.
—Pues... esos que las mujeres tienen —dijo Taro haciendo ademanes y sonrojándose un poco—. Los de todos los meses. Si es así y quieres quedarte en casa... o si necesitas algo... tal vez...
Kasumi palideció.
—¿Qué está diciendo, señor Taro?
—Nada. Solo que no soy tan idiota y bruto como todos creen —siguió Taro, mirando hacia el otro lado para ocultar su sonrojo—, sí entiendo las cosas. Me lo puedes decir. Tampoco es la gran cosa.
Kasumi se quedó en silencio, estática.
—No, señor Taro, no estoy en esos momentos —respondió al final, mirando de nuevo por la ventanilla.
—Ah, ya —replicó Taro, mirando también por la ventanilla de su lado.
Durante todo un minuto se quedaron en silencio.
—Pero es muy amable de su parte... preguntar —agregó Kasumi después—. Supongo.
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—Entonces, ¿con esto estará bien? —preguntó Nabiki.
—Los lentes de contacto fueron hechos según las especificaciones que tenía el par de gafas, señorita —respondió el vendedor de la óptica entregándole la cajita a Nabiki.
—Bien —respondió la chica—, ¿cuáles son los cuidados que hay que tener?
—Con su compra adjuntamos una botella de líquido limpiador, un estuche para guardarlos y un pequeño necessaire de viaje —dijo el vendedor con una sonrisa.
—Me parece bien.
—Y le damos un veinte por ciento de descuento para su próxima compra, válida dentro de los próximos tres meses —siguió el vendedor.
—Mousse, póntelos —ordenó Nabiki.
—Pero... señorita Nabiki, no sé, no estoy seguro... —titubeó Mousse.
—Póntelos ahora, Mousse, no puedo perder tiempo —dijo Nabiki.
—Me pone un poco nervioso tener que picarme los ojos con esto —dijo Mousse abriendo la cajita.
—Permítame ayudarlo, joven —habló el vendedor—. Le explicaré cómo se hace.
Mientras el hombre de la óptica le daba instrucciones a Mousse de cómo ponerse los lentes de contacto, cómo quitárselos y también lo que debía hacer para mantenerlos, Nabiki se probó algunas gafas de sol, pensando en cuáles usaría el descuento que le habían dado.
Algunos minutos después, luego de varias pruebas y error, llegó Mousse, ya sin las gruesas gafas redondas, que había guardado en uno de sus bolsillos. Su largo cabello seguía peinado en una coleta baja, cayendo por su espalda y el flequillo le tapaba la frente, pero ahora sus ojos estaban alerta, moviéndose, mirando todo alrededor. Hasta que se detuvo en Nabiki, que estaba frente a él.
—Es... increíble —murmuró él.
—¿Te acomodan? —preguntó Nabiki acercándose más, para verlo más de cerca, notando en ese momento lo alto que era él, que le llevaba por lo menos una cabeza.
—Eso creo, sí —dijo Mousse pestañeando—, es una sensación extraña, pero supongo que me acostumbraré.
Nabiki asintió, con una sonrisa victoriosa.
—Antes eras un profesional en tu trabajo, Mousse. Ahora eres perfecto —sentenció ella.
Luego se detuvo, mirándolo con atención, acercándose más para mirarlo a los ojos.
—¿Qué ocurre? —preguntó Mousse nervioso.
—No lo había notado hasta ahora —respondió Nabiki mirándolo curiosa—. Tus ojos son azules.
—Ah... pues sí... señorita Nabiki —respondió Mousse, con las mejillas coloreadas ante la atenta mirada de la mujer. Durante un momento se sostuvieron la mirada, hasta que Nabiki se apartó.
—Bien —dijo al final ella.
—Señorita... no era necesario que hiciera esto —dijo Mousse abrumado—. Además, no entiendo cómo pudieron hacerlos tan rápido.
—No fue tan rápido, tardaron tres horas —respondió Nabiki—. Pero en realidad, con el dinero suficiente todo puede hacerse.
—Jamás ni siquiera soñé con poder usar lentes de contacto, señorita Nabiki —siguió Mousse—, creí que mi condición en la vista era demasiado extrema y además, no tenía el dinero para hacerlo. Nunca podré pagarle lo que ha hecho por mí hoy.
—Oh, no fue nada en realidad —dijo Nabiki encogiéndose de hombros—, era algo que los dos necesitábamos, tú para estar mejor y yo para que tú me sirvieras mejor. Comprendes que tendremos que encargarnos de este asunto, ¿verdad, Mousse? Debemos resolverlo por nuestra cuenta, porque mi padre no es el más adecuado para eso, nos puso guardaespaldas y hasta allí llegan sus esfuerzos, pero no podemos vivir para siempre así.
Mousse asintió y abrió la puerta para que los dos salieran de la óptica.
—Por cierto, Mousse —dijo Nabiki mientras se dirigían al automóvil—, no te preocupes, sí podrás pagarme. Lo harás en cómodas cuotas que se descontarán de tu sueldo cada mes.
Mousse pestañeó.
—Ah... ya veo.
—No te arrepentirás de esto, Mousse —le dijo Nabiki cerrándole un ojo.
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continuará
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Nota de autora: Gracias a todos por leer.
Nos vemos mañana.
Romina