Más locos que enamorados ✔️

By vhaldai

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Levina Roth va camino al altar para casarse con un hombre que no ama. Tiene dos opciones: aceptar su realidad... More

Más locos que enamorados
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Especial no-halloween y 2M de lecturas :D
Levina y Allek en papel!!!

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By vhaldai

—Levi... —oigo a Tom—. Levi, despierta...

Una parte de mí ya lo está; la otra quiere seguir soñando, continuar acurrucada junto a la ventana sintiendo la brisa colarse por la ventana, disfrutar del cálido ambiente. Me remuevo en un gesto negativo, ordenando en un gruñido a Tom que me deje dormir más.

—Llegamos a Portland, Levi —dice, moviéndome con su mano sobre mi hombro.

Él dijo que... ¿Dijo que ya llegamos?

Tengo que incorporarme para comprobar que mis oídos no me han engañado. 

Es cierto, mis somnolientos ojos no me mienten: estamos en Portland. Puedo ver sus enormes edificios; los árboles junto a la acera que forman un enorme y verdoso sendero; a las personas caminando; veo autos llenando las calles; tiendas, cafeterías, restaurantes de comida rápida y restaurantes vegetarianos por doquier. Todo está tan lleno de vida.

—Vaya... —logro formar dentro de mi asombro— Esto se ve mejor que en la televisión.

—Los edificios son tan enormes que creo que me caeré de espaldas —dice Tom.

—Es cierto.

No soy la única apegada a la ventana, también Ambrosio está perceptivo, mirando hacia afuera. Tom baja el vidrio y mi lindo perro se asoma para ladrar.

¡En una ciudad tan enorme voy a perderme! Jamás me podría acostumbrar a tanto movimiento.

—¡Waaaaaaaa, ya me vino la ansiedad! —chillo dirigiéndome a Allek, quien conduce con su cara inexpresiva—. ¿Crees que Ritchman esté muy lejos?

—No lo sé, habrá que buscar en Google Maps.

Puedo sentir el cosquilleo de mi estómago dispersarse por todo mi cuerpo y hacer un hueco profundo en mi pecho, sitio donde el cosquilleo se transforma a una sensación extraña.

—Vaya... —Llevo mi mano al pecho para presionarlo con fuerza—. Dios, ya quiero que sea lunes.

—Primero debemos ver dónde nos quedaremos.

—¿Quedaremos? —intercepta Tom. Se asoma entre los asientos, ceñudo. 

—Claro —zanja Allek—, ¿no piensas quedarte en la calle todo un fin de semana, verdad?

—¿Pero juntos?

—Alivianar costos.

Dejo escapar un gruñido que emana de mí como el graznido de un cuervo en pleno campo.

—Cierto, tendré que pagar por tu feo trasero —encaro a Tom, sacando una cuenta mental de cuánto dinero gastaré.

—Mi trasero es divino —reclama mi antiguo "novio"—, nunca encontrarás nalgas tan turgentes. —La mueca de asco se forma de manera instantánea. Y el muy descarado pregunta «¿qué?» con una inocencia audaz.

—Gracias por la imagen mental. —Allek tiene la misma mueca que yo.

Ojalá el dinero fuese eterno. Si me quedo aquí en Portland tendré muchos más gastos, como el de comida, libros... Uhm, la beca en Ritchman me facilitaría muchas cosas, pero siempre hay otros gastos.

Llegamos a un hotel que luce similar a una casa, solo que cubierta en enredaderas. Tom y yo entramos de manera precavida, observamos cada detalle de la pequeña recepción, admirando la decoración y a la mujer de aspecto pulcro que nos recibe. Allek es el que habla.

—Buenas. Queremos una habitación —dice con total propiedad y un desinterés por su entorno que me hace preguntar si realmente es consciente del singular hotel en que nos alojaremos—. Cama matrimonial.

—Y otra de una plaza —agrego.

Mi sonrisa se desvanece en cuanto capto la atención de la recepcionista. No nos mire así, quiero decirle, porque sus ojos tienen esa expresión de desconfianza que me hace creer un sinfín de concurrencias pervertidas.

—Hay una habitación familiar que cuesta menos —indica, regresando a Allek—. Cuenta con una cama de dos plazas, otra de una plaza, servicio al cliente y acceso a internet. Es más pequeña y cuenta con menos canales de televisión, pero podrán estar con su perro sin problemas.

—Por mí está bien —le dice Allek y se vuelve hacia nosotros—. ¿Y para ustedes?

Ni Tom ni yo nos hacemos regodear con el asombroso lugar donde nos quedaremos. Incluso Ambrosio parece satisfecho con quedarse un par de días en el hotel.

Una vez Allek llena con sus datos una hoja, la recepcionista le hace entrega de una tarjeta y una especie de invitación blanca para guardarla. Tom y yo nos quedamos con la boca abierta, incrédulos al ver que ya no hay llaves para entrar a la habitación, sino que podemos hacerlo con la misma tarjeta. 

Cielos, la tecnología cada día me impresiona más.

No es grato que tu archirrival sea tan poderoso... uh. Por esto mismo me niego rotundamente a subir por el ascensor, así que, cargando a Ambrosio, soy la única que emprende la subida por las escaleras. Estoy tan cansada que el tercer piso parece el décimo. Quizás sí debí subir al ascensor. No, no, es probable que al poner un pie lo descompusiera. Además, ¡es una creación casi diabólica! Esas puertas no me infunden confianza.

Frente a la habitación 23, Tom y Allek esperan a que llegue para recién ingresar.

Cuando la puerta se abre, nos agolpamos en el umbral. Hacemos una disputa entre los tres, todos queremos entrar primero. Sin embargo, entre forcejeos y miradas inflexibles, Ambrosio aprovecha para colarse por nuestras piernas y entrar. Finalmente, la fuerza de nuestros movimientos nos lleva a entrar como si alguien desde nuestras espaldas empujara.

—Levina... —llama Tom en un tono meloso que conozco bien, y se lanza de espaldas hacia la cama de dos plazas—. Mira que esponjosa está nuestra cama. —Puedo ver como se hunde entre la frazada roja con un rostro bastante... sugerente.

—Yo dormiré aquí —le indico acercándome a la cama de una plaza, donde dejo mi mochila.

—¡¿Qué?! —exclama en un chillido casi agónico que pone en alerta a Ambrosio—. Se supone que la cama matrimonial es para nosotros. Yo no pienso dormir con este... —Apunta a Allek con el dedo— viejo.

—No es necesario que lo hagas, puedes dormir en ese cómodo sofá —señala el señor S, palpando con su mano uno de los almohadones del sofá que está junto a la televisión—. O en la cama de una plaza.

Tal sugerencia me hace sonrojar. Es cierto que Allek y yo ya dormimos en la misma cama, pero eso fue antes de que nos besáramos, antes de ponerme nerviosa con sus escasas insinuaciones.

Para evitar más estragos, me acomodo en la cama de una plaza y ahí me quedo.

Por la mañana me encuentro a Tom y Allek durmiendo en la misma cama, la matrimonial, muy cerca el uno del otro, lo que me hace imaginar cómo se pondrán de locos cuando despierten. Ya puedo escuchar sus gritos, la discusión y...

Un momento, ¿cómo acordaron dormir en la misma cama?

Ah, no es importante, Levina.

Mi estómago empieza a gruñir. Aliméntame, ¡aliméntame ya! —dice— No comemos desde hace horas.

Como el desayuno es la comida más importante del día, cojo mis zapatillas y salgo en silencio hacia el pasillo, cerrando la puerta detrás. Ya bajando las escaleras puedo sentir el murmureo de los huéspedes del hotel, las tazas chocando con los platos, puedo olisquear —como lo haría Ambrosio— el pan caliente. 

En el primer piso me dirijo al comedor del hotel, un sitio de aspecto acogedor que me recuerda a la casa de tío Gideon, solo que con mayor iluminación y paredes pintadas.

Minutos más tarde me encuentro con el estómago satisfecho de pan con mermelada, queque de vainilla, té con canela y charlas con los huéspedes. Como no había muchas mesas disponibles me tocó sentarme en la misma mesa que una pareja de ancianos, ambos de semblante similar a los Naranjo. Me despido de ambos y voy a la mesa con la comida; antes de que se acaben saco dos panes y dos queques. Para Tom y Allek.

Aunque mirando el tamaño... creo que uno no llenará a Tom y su enorme estómago. Enorme porque come como un cerdo, pero su rutina de ejercicios mantiene su físico como el de un galán digno de tener una portada en revista. Y es que Tom es alguien con un atractivo indudable, del cual también es consciente, pero su ser efusivo que quiere hacer todo por su cuenta lo arruina todo.

Basta de charlas mentales, es hora de escapar de esta mesa antes de que noten que me he robado todos los panes.

Subo por las escaleras, aunque la tentación de subir por el ascensor sea enorme. Frente a la puerta 23, golpeo. 

Quien abre es Ambrosio.

Es broma.

Allek es quien me abre. La diferencia de altura provoca que lo mire desde mi pequeño lugar y mis ojos intercepten con su cabello mojado y las gotas que caen por sus hombros. Voy bajando en perspectiva hasta sus pectorales y su poco moldeado abdomen, luego su... 

Paro y volteo. 

Tengo la palabra perfecta para describir cómo luce, ahora prefiero reservármela.

—No es necesario que te pongas así, llevo calzoncillos—comenta permitiendo que pase.

Omito una respuesta, no quiero que la lengua se me trabe más de lo enredado que tengo mis pensamientos.

Es fácil olvidarme del recibimiento del señor S una vez que me encuentro con la bizarra imagen de Ambrosio sobre un dormido Tom.

—Ah —emite a mi lado Allek—. Tu perro lleva media hora gozando de tu exnovio.

—Gracias por confirmarme que no me lo estoy imaginando. —Dejo los panes sobre la pequeña nevera junto a la televisión para agarrar a Ambrosio y permitir que Tom duerma sin ser asaltado por un perro.

Escucho la puerta del baño. Allek ha entrado.

"Llevo calzoncillos", como si ese fuera el problema.

No es lo que lleve, es lo que me hace sentir.

Despierto a Tom y le ofrezco de lo que traje. Sus ojos se tornan brillosos después de regocijarse en el olor a pan. Luce como si no comiera en días el pobre. De apariencia no se queda atrás, creo que le hace falta un buen baño, cosa que posiblemente hará después de comer.

Por mi parte, abro un sobre con comida para Ambrosio y le sirvo algunas croquetas en la alfombra de la entrada,sobre una bolsa para no manchar. Luego de esto me arreglo para salir.

—¿Vas a comprar la tintura?

Allek ha salido del baño.

—Eh... ¿puede ser? Así aprovecho de mirar un poco la ciudad, familiarizarme un poco.

—No es una mala idea —me da la razón llevando una mano a su barbilla.

Vaya, se ha afeitado.

—Wow... ¿Quién iba a pensar que tras esa barba hay un hombre de edad regular? —exclama con saña Tom con su mejor cara de chico asombrado—. Por cierto, yo también me apunto para salir.

La expresión se me decae de golpe, puedo sentir el peso de sus palabras sobre mis hombros. Es algo inconsciente, no quiero tenerlo como una carga, pero su intromisión me causa malestar. No sé si sea bueno o malo, tal vez sea favorable para nuestra peculiar relación. O quizás sea solo un desastre.

—Está bien —digo finalmente—. Salgamos todos juntos.

Antes de recibir un abrazo, Tom queda con los brazos extendidos.

—¡Demonios! —se queja, ahora con las manos palpando sus mejillas—. No tengo mi mascarilla, ni las cremas para mi rostro. ¿Cómo voy a salir al mundo así?

—Tú... ¿usas ese tipo de cosas?

—Claro, Ojo morado. —Allek se cruza de brazos en una negación para el apodo que Tom le ha dado—. ¿Crees que esta piel se mantiene sola? Uso un tratamiento que me ayuda a mantener una piel limpia y sin granos.

La incredulidad en la expresión del señor S es digna de ser fotografía y enmarcada. Hasta podría yo misma agarrar su celular y tomarle la foto. Prefiero dejar de lado tal pensamiento para agarrar mi mochila.

—Ahora entiendo por qué Roth te dejó en el altar.

—Levina no me dejó por eso...

Tomo a Ambrosio en mis brazos y salgo de la habitación.

No sé cuántos «vaya» he dicho durante toda mi caminata por las calles de Portland. Es lo único que puedo formular al estar encantada con el prometedor entorno. Si la ciudad se ve bien desde el auto,  caminando es genial. Cada uno de los descubrimientos me mantiene la piel erizada, porque cada uno es mejor que el otro. Estoy maravillada, fascinada con esta enorme ciudad. Mi pecho está lleno de convicción, sé que pronto Portland se convertirá en mi hogar. De vez en cuando suspiro con admiración, y es que mi boca solo puede llenarse de dicha.

¡Me encanta!

Podría hacerme adicta a este millar de sensaciones.

—Hola niña. —Un hombre en medio de la acera provoca que me detenga. Su voz es queda y algo gangosa. Adiós a la sonrisa—. ¿Quieres hierba?

—¿Hierba?

—Sí, hierba. Mira hacia los lados y del bolsillo saca un cigarro hecho de papel, el cual trata de esconder en sus gruesas y enormes manos. La reconozco al instante—. Por este porro puedo hacerte un precio.

—A-ah, no gracias.

—Está hecho sin esas mierdas que los demás le echan, es cien por cien natural —continúa y se posiciona junto a mí para pasar uno de sus enormes brazos tras mis hombros. Ambrosio empieza a ladrarle, pero parece no importante—. ¿Qué dices, niña?

Me muevo para que quite su brazo y... nada.

—Aaaaaah —grito, moviendo los hombros—, ¡déjeme en paz!

Empiezo a correr. ¡¿Qué pepinos acaba de pasar?!

—¡Niña, espera! —escucho gritar al hombre.

Corro con más velocidad, desorientada, cansada, buscando un buen sitio dónde ocultarme. Hay un sitio donde puedo entrar, lleva unas cortinas que seguramente me harán pasar desapercibida. Tragando saliva, entro sin más, cerro las cortinas. De pronto, una luz acompañada de un chasquido me descoloca. A mi izquierda, hay una pantalla; desde el otro lado está nadie más que Allek.

Otro «vaya» se cuela por mi boca.

—Hola, tú —saluda. Está apegado a la pared de lo que sea esto—. ¿Qué haces aquí?

—¿Y este sitio?

—Es una cabina fotográfica —responde con calma—. Y acabas de arruinar mi última oportunidad de tener una buena foto en caso de que me pidieran.

—¿Y cómo funciona?

—Metes un par de billetes y te acomodas para la foto. No hay mayor ciencia. ¿Qué haces aquí?

Oh, cierto.

—Un... ¡un hombre loco me seguía! Quería que le comprara un... un... ¿cómo le llaman? Como sea, ¡estaba demente! Me dio mucho miedo.

Mi gimoteo no despierta el lado compasivo de Allek, más bien lo mantiene con su rostro y semblante serio. Se acomoda en el pequeño asiento de la cabina y lo oigo carraspear. No me percaté antes, prácticamente estoy sobre él, como si fuera a atacarlo, arrinconarlo.

Antes de poder apartarme, Ambrosio entra moviendo su muñón de cola y babeando, porque no sabe hacer otra cosa. Se abalanza sobre Allek como si no lo hubiera visto en años.

Afuera, sin avistamientos del hombre, Allek saca de la cabina cuatro fotografías que arruga luego poniendo una mala cara. Tal parece que ninguna le ha convencido.

—Lamento arruinar tu última foto.

—Da igual, es mejor que la hayas arruinado tú que otra persona.

—Puedo darte el dinero para que te tomes otras.

Lo medita con su ceñuda expresión y una mano acariciando su inexistente barba.

—Mejor retribúyeme con otra cosa —propone. Me deja con la boca abierta, momentos previos a preguntar a qué se refiere, él continúa hablando—: Salgamos. Solo tú y yo, antes de que todo esto acabe. Tú eliges dónde.

Esto es inesperadamente tierno viniendo de él.

Ahora soy yo la que medita.

Un lugar para ir, un lugar para ir con Allek, solo él y yo... Uhm, hay muchos sitios en esta ciudad, pero solo hay uno al que anhelo con todas mis fuerzas ir.

—Me gustaría ir a la playa, pero esto es algo que planeo hacer el martes.

—¿El martes?

—Sí, el día de mi cumpleaños.

Una de sus cejas se alza con un dejo de sorpresa. La verdad es que yo también estoy sorprendida de que mi cumpleaños haya llegado tan pronto.

—Otro lugar.

Otro lugar, otro lugar, otro lugar... ¿Dónde puedo ir?

¡Ya sé!

—Siempre quise ir a un parque de atracciones, subir a una montaña... ¿rusa? —Lo miro esperando a que responda— ¿Así le llaman? —Me responde con un leve asentimiento—. Bueno, eso. En Lebestrange solo hay carruseles, y ya ni siquiera puedo subirme.

—El parque entonces.

Esperando que Tom no nos descubra, Allek y yo nos colamos al estacionamiento del hotel, lugar donde está el auto. Entre tantos autos limpios, el embarrado auto de Allek destaca con sus ventanas polvorientas, llantas con barro y pintura manchada. Una vez adentro, puedo sentirme a gusto con el asiento que me trajo hasta aquí, Portland. Aunque apreciaría que el olor de este caballo con ruedas no sea a las heces de Ambrosio.

Con indicaciones del celular de Allek, logramos llegar al parque de diversiones; lugar que despierta mi atención al instante. Me siento igual que una niña en una juguetería, rodeada de cualquier juguete y cada uno con posibilidades de llevármelo a casa.

No sé dónde ir primero. Tampoco sé a qué juego subirme.

—¡Mira eso, Ambrosio! —le digo a mi fiel compañero una vez que abro la mochila. Como no se aceptan perros, lo metí en mi mochila hasta que pasáramos la boletería. En los enormes ojos de Ambrosio puedo ver reflejado los enormes juegos del parque. ¡Vaya...!

El único que no luce asombrado es Allek. Me ayuda a dejar a Ambrosio en el suelo y después me confronta.

—¿Dónde iremos primero?

—Hay tantos juegos que no sé por cuál iniciar. —Abro el pequeño mapa del parque que nos dieron en la entrada y lo examino—. ¿Tú cuál me recomiendas?

El dedo de Allek se posa sobre el dibujo de un águila.

—Este. Soaring eagle zipline —dice—. Además de tener una buena vista del parque podrás ver la ciudad.

La fila para subir a Soaring eagle zipline es eterna. Una multitud enorme de personas quiere subirse y nosotros estamos casi por el final. Sin tener un buen diálogo con el señor S me es imposible entretenerme. Me aburro. También tener que cargar a Ambrosio en mi mochila, como si fuera una bebé, me está matando la espalda y los hombros.

—¿Quieres que lo cargue?

La pregunta de Allek es tan inesperada que necesito confirmarla.

—¿Cómo?

—Si quieres que cargue a tu feo perro. —Lo miro con recelo—. Hermoso perro.

—Así está mejor. —Me quito la mochila y se la entrego, ayudándolo a que la cuelgue. Al alejarme y observarlo me recuerda a esos padres que cargan a sus hijos. Quiero empezar a codearlo, fastidiarlo con el tema. Prefiero inclinarme para satisfacer mi principal duda—. ¿Por qué estás siendo tan... raro?

—¿Te refieres a por qué decidí acompañarte a un lugar lleno de niños molestos y atracciones más aburridas que los videojuegos?

—No tienes que ser tan borde. Pero sí, me refiero a eso.

—Supongo que es una forma de despedirnos, después de todo no con cualquiera vives una semana tan extraña como los juegos indies.

—Te daré la razón a pesar de que no tengo idea sobre qué van los juegos indies.

Nuestro turno para subir ha llegado. Allek sube primero y se acomoda el cinturón de seguridad que tiene su asiento, luego subo yo. Se me hace complicado ponerme el cinturón, y estando a tanta altura comienzo a creer que tengo vértigo o algo así. Ya con toda la seguridad requerida, permito que Ambrosio pueda asomar su cabeza justo el momento en que nos lanzan.

Siento el viento, el remezón en mi estómago... Comienzo a gritar con los ojos cerrados, aferrándome con fuerza a Ambrosio.

—Abre los ojos —me dice Allek—. Te estás perdiendo todo.

Con temor abro un ojo, después el otro. Me enfrento a la enorme ciudad desde las alturas, puedo ver las luces en las calles y el mismísimo mar.

—Vaya... —repito de nuevo— esto es... es.. ¡Ah! 

Un sonido me hace chillar. Súbitamente nuestro paseo por las alturas queda estancado a medio camino. Un nudo se agranda en mi garganta, creo que es bilis.

—¿Qué pasa? —le pregunto a Allek, aferrándome a Ambrosio.

—Parece que se activó el freno —contesta con su calma característica.

Ambos nos ponemos a mirar hacia el parque solo para notar que en todo el recinto la electricidad se ha ido.

—¿No has pensado reconciliarte con la electricidad alguna vez?

—Esto es puuuura coincidencia.

—Coincidencia que nos tiene a metros sobre el cielo. Qué maravilla. Hubieras dicho algún sitio donde no todo funcione con electricidad.

—La playa.

—Sí, la playa.

Suspiramos coordinados.

Ambrosio empieza a escaparse de la mochila, provocando que los asientos se mezan de un lado a otro. Me encojo de hombros, cierro los ojos y busco el hombro el brazo del señor S.

—Tengo miedo —le digo con voz ahogada—. Tengo miedo...

—Conserva la calma, ya llegará la luz. Si no, alguna grúa para rescatarnos.

—Estamos a demasiada altura.

—No es mucha. Quieres ser una cantante, ¿no? —Asiento sin apartarme de su brazo—. Entonces tendrás que acostumbrarte. Vas a viajar en aviones que vuelan mucho más alto. Y lo bueno de todo es que no tendrás las jodidas piernas colgando. Es como ir en un bus. Personalmente no me gusta la sensación.

Me echo a reír.

—¿Tú sientes? —Mi broma lo mantiene con los parpados caídos y su mirada seria, esa que no sé si está normal o está molesto—. Estando aquí, ¿de verdad no te pones nervioso?

—La realidad virtual me ha preparado para esto, Leviosa.

—¿Por qué la realidad virtual y no la realidad real?

—Porque evitaría situaciones como esta.

Tiene su punto.

—¿Te imaginas que nos quedamos aquí para siempre? —Salta en mí la pregunta tan repentina que me sorprendo—. No, no, espero que no. ¿O que estemos aquí hasta el día de mi audición?

Me escandalizo de tal forma que Ambrosio me consuela lamiendo mi cara. Lo tengo que alejar porque su hocico huele mal, pero insiste. Allek lo toma en sus brazos para agarrarlo. Ambrosio, tan sorprendido como yo, se queda quieto. Perro traicionero.

—¿Dónde quedó la chica positiva?

—Soy positiva, sé que nos sacarán de aquí. Sucede que todo ha pasado tan rápido, tan bien, a excepción de esto, que temo... no sé, que haya sido en vano. ¿Sabes cuántas veces he cambiado la canción de mi presentación? —Niega con la cabeza, a pesar de ser algo que ni yo llevo la cuenta—. Muchas. Al final siempre me quedo con la misma.

—¿Cuál es?

—Será mi versión de Put your head on my shoulder.

Me regresa a Ambrosio, quien continúa lengüeteándome la cara. Entre quejidos y evitando lo más posible a mi perro, observo que Allek está en su celular. Estoy regañando a Ambrosio cuando comienzo a escuchar la música y a Paul Anka cantar.

—¿Esta es? —pregunta el señor S.

—Ajá, la misma.

—¿Es acaso una insinuación?

—¿Qué?

Nos callamos para escuchar.

—Apoya tu cabeza en mi hombro, tómame en tus brazos, abrázame fuerte... Tú y yo nos enamoraremos. Bastante sutil, Roth.

Le doy un codazo que lo hace medio quejarse y medio reír. Es quejido extraño el que emite.

—No seas arrogante.

—No es mi tipo de canción pero creo que lo harás bien. Cantarás y quedarás en Ritchman. Tú... —Se detiene y toda la emotividad de su rostro decae al caer en cuenta, seguro, de lo mucho que decía y demostraba— Tú cantas bien.

Ah... cuando la otra parte de Allek se estaba asomando tenía que acomodarse su careta seria.

—Entonces... —Balanceo mis pies ya sin temor al movimiento de los asientos— ¿Y tú?

—¿Yo qué?

—¿Qué hay de ti y tu futuro?

Evita mirarme, pues regresa a enterrar su perfil en el celular y detiene la nueva canción que comienza a reproducirse.

—Yo solo quiero tener dinero para mis juegos y la comida. Simple.

Esa es una respuesta, sí, pero a juzgar por su noto y la forma en que se pone al decirlo no está del todo seguro. De hecho, parece bastante perdido, como si la convicción en sus palabras se esfumara.

Con el silencio y la imaginaria distancia que ahora me separa de Allek, contemplo lo que sucede debajo de nuestros pies. Puedo ver a las personas reunidas, movilizándose, gritándonos cosas que no logro escuchar bien. Abajo están más preocupados por rescatarnos que nosotros de ser rescatados.

—Roth —habla el señor S en un tono grave. Me giro y lo encuentro serio—. ¿Por qué permitiste que Tom viaje con nosotros?

—¿Idiotez? —bromeo, pero luego noto que su pregunta es más seria de lo creído. Busco algo con qué entretener mis dedos inquietos y busco refugio en Ambrosio. Por alguna razón que no comprendo bien me siento como una niña regañada—. Porque creo en las segundas oportunidades, y él también. 

»No siempre existió este Tom. Mis recuerdos de niña concuerdan con esto: el Tom que conocí de niña era muy diferente al de ahora. Quizás por eso empecé a fijarme en él, porque yo fui la primera en soltar suspiros alargados llenos de ensoñación. Luego los papeles se invirtieron, y todo por su arrogancia. Al principio no me molestaba mucho, mi enamoramiento me cegó bastante; pero cuando mi voz ya no contaba, todo se me hizo una pesadilla. Creo que parte del viejo Tom todavía existe, o puede que vuelva a hacerlo.

—¿Crees que él podría cambiar?

—Puede que sí, puede que no. No sé. De lo único que estoy segura es que Tom me recuerda a casa. Sé que es contradictorio, porque allá no la pasaba muy bien, vivía bajo presión, no podía hacer lo que deseaba, se me prohibían muchas cosas, me sentía obligada a amar a alguien... Pero, aun así, es mi casa.

Allek emite una carcajada seca.

—Si tienes ese pensamiento prepárate para volver. Si vas a dar una audición y quedas ya no habrá casa, dejarás Lebestrange y todos allá.

Suspiro en un viaje de mi cabeza sobre Ambrosio, quien ha empezado a dormir sin importarle la basta altura en la que estamos.

—Yo sé bien de dónde vengo y qué me ha formado, y también sé que eso no significa que deba olvidarlos.

Asiente desviando sus ojos. ¿A qué ha venido todo eso?

—¿Y qué hay de ti? —le pregunto de manera inesperada.

—¿Qué?

—Sigues afanado en el dolor de la pérdida de tu padre, la de tus amigos y la chica que amabas. ¿De verdad quieres seguir cargando tal peso?

Mi cuestionamiento lo hace elevar su barbilla de manera solemne y algo altiva. Si pudiera leer su compleja cabeza sería más sencillo descubrir qué pasa por ella y cómo se toma mi pregunta. Lástima que no pueda.

—Aferrarme a ellos me recuerda quién soy.

—¿Y quién es Allek Morris: el niño que corría tras su padre cargando una guitarra o el adulto que teme involucrarse demasiado?

—No lo sé —emite tras un largo silencio.

—Pues es hora de averiguarlo.

Busco su mano y la tomo con fuerza mientras le regalo mi mejor sonrisa. Y así como se fue, la electricidad vuelve para que sigamos con nuestro paseo en las alturas.

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