La Hermandad del Hombre Muerto

By MRMarttin

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Thaia despierta a bordo de un barco con rumbo desconocido, encontrando en él una maldición y hermosas criatur... More

Nota de la autora
Sinopsis original
Prólogo
Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho
Capítulo veinte
Capítulo veintiuno
Capítulo veintidós
Capítulo veintitrés
Capítulo veinticuatro
Capítulo veinticinco
Capítulo veintiséis
Capítulo veintisiete
Capítulo veintiocho
Capítulo veintinueve
Capítulo treinta
Capítulo treinta y uno
Capítulo treinta y dos
Capítulo treinta y tres
Capítulo treinta y cuatro
Capítulo treinta y cinco
Capítulo treinta y seis
Capítulo treinta y siete
Capítulo treinta y ocho
Capítulo treinta y nueve
Capítulo cuarenta
Capítulo cuarenta y uno
Nota final

Capítulo diecinueve

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By MRMarttin

- Te he traído comida. – dijo moviéndose más cerca de mí y dándome pan.

- ¿Por qué sigues cuidándome? – le miré a los ojos.

- ¿Por qué sigues preguntándome eso? – dijo esperando que me rindiera. Al no ceder, suspiró y dijo: - Por qué me preocupo por ti.

- ¿Y por qué te preocupas por mi? – tragué y un poco más animada seguí: - Quiero decir, no nos llevamos especialmente bien, a veces parece que te moleste incluso hablar conmigo, y otras veces apareces solo que para sacarme de quicio. Pero sin embargo, siempre tienes comida, o una manta, o agua.

- Me molestas muchas veces – dijo con una sonrisa ladeada – eres una niña malhumorada la mayor parte del tiempo, y arrogante y altiva.

- ¡Oh! – Le interrumpí – Eso también lo eres tú. – bufé. El me sonrió y rodo los ojos. Y yo le sonreí a él.

- Pero entonces me sonríes de ese modo, y no puedo evitar preocuparme por ti. – volví a sonreírle, no lo pude evitar, y su sonrisa juguetona se instaló permanente mientras nos mirábamos.

- Eres un manipulador. – dije sintiéndome repentinamente alegre y cálida.

- ¿Eso crees? – levantó una ceja mientras envolvía sus rodillas en sus fuertes brazos.

- Totalmente. – asentí fingiendo seriedad.

- Entonces, - troceó el pan en sus manos – supongo que puedo comerme esto. – y se puso el pan en los labios.

Sin siquiera pensar en lo que estaba haciendo le quité el pan de la boca, con mis dedos rozando su piel, y me lo comí. Le tomé completamente por sorpresa, porque abrió los ojos y entornó la boca.

- ¿Cómo aprendo a moverme? – dije para quitarle importancia al momento. El se tomó su tiempo en contestar mientras me fijé en como el mar se mecía, para no fijarme en él.

- Observa los movimientos mecánicos y repetitivos de los vigilantes. – miré hacia abajo, donde el de nuestro barco se movía en círculos – Nunca pasa nada nuevo, así que están aburridos. En el mejor de los casos se dormirán.

- ¿Qué pasa con los ataques de los últimos dos días? – le miré.

- Lo de ayer fue una falsa alarma. – susurró con seriedad. Carraspeó la garganta antes de añadir: - Pero hay vigilantes en botes en el agua.

- De acuerdo, - me dije – no bajar por el círculo.

- De hecho, no es buena idea irse de noche. – Dijo pensativo – El agua es más peligrosa en la oscuridad.

- ¿Has entrado en el agua de día?

- No

- Entonces no sabes de qué hablas. – le dije con una sonrisa de suficiencia. Volvió a sorprenderse de esa salida, y con el codo me empujó con suavidad. Luego le sonrió al mar.

- Deberías esperar a que terminaran los diez días de juegos. – Siguió de buen humor – Si desapareces antes, la alarma saltará muy rápido y te buscarán.

- Tienen a Catha, - susurré, - podría fingir que muero en la próxima bajada al mar.

Eso me pareció una gran idea, pero a juzgar por la manera en la que se giró, con el ceño fruncido y las manos apretadas en puños, a él no. Rastreó mis rasgos intensamente.

- Entonces, ¿Cómo sabré yo que no has muerto? – esa salida me tomó, esta vez, a mi por sorpresa.

- ¿Para qué quieres saberlo? No he muerto hasta ahora, si sabes que lo fingiré la próxima vez no-

- No me gusta la idea. – me cortó secamente.

- Muy bien, - espeté encarándole – pues dime qué debo hacer.

- Esperar. – dijo

- He esperado. – contesté rápida.

– Pues espera más. - siguió él – A que esto termine. Y cuando lleguemos al norte de Trásgal, donde todos irán a celebrar, nos iremos.

Le observé, sus ojos brillantes por la noche capturándome, con ese algo más que cada vez era más fuerte y poderoso.

- ¿Nos iremos? – Murmuré – ¿Tú y yo? – Él aguardó intentando descubrir que decía mi lenguaje corporal de esa idea, me quedé muy quieta.

- Tú y yo. – susurró.

- ¿Por qué juntos? – susurré en respuesta, sintiéndome extrañamente cálida y aliviada. Y ante esa vulnerabilidad, esa posibilidad de que yo misma no pudiera hacer esto sin él, subí el muro más alto que había construido en mi vida.
Pasé dos días tremendamente largos y solitarios y lo único que deseaba y esperaba, más que comer, era que él regresara con sus sonrisas de chico superficial y sus insistentes intentos de tener siempre la razón. Y eso era malo. Muy malo.

- Por qué no vas a saber moverte sola. – dijo cortando mi hilo de pensamiento desesperado y viendo en mis ojos lo que podía ser que yo estuviera cavilando –Necesitas mi ayuda si quieres sobrevivir. – sonó más como una demanda que como una advertencia.

- Puedo cuidarme sola – espeté mientras la estúpida idea de que él me necesitara también pasó fugaz por mi cabeza. - ¿Y por qué me la darías, de todos modos?

- Por qué – empezó pero le corté.

- Dijiste que no éramos amigos. – le recordé. Él apretó la mandíbula.

- ¿Por qué sigues con eso? – dijo exasperado.

- Porque fue lo que dijiste

- Fue una manera de hablar. – bufó.

- Pues sé más consciente de tus maneras de hablar. – dije más fuerte.

- Deja de levantar la voz – gruñó.

- No estoy levantando nada – gruñí yo también, dándome cuenta de mi error.

- El mentón si, desde luego – mustió para sí mismo pero procurando que le escuchara.

- ¿Cuál es tu problema? – dije enderezándome en mis rodillas.

- ¿Cuál es el tuyo? ¿Por qué te empeñas en ser desagradecida e insoportable? – me miró con tal enojo que volví a sentar el culo en el suelo.

- No soy desagra-

- Cállate. – me cortó colocando su cuerpo totalmente delante del mío. Nos miramos, en sus ojos brillando aquella cosa que me asustaba, en los míos supongo que vio inseguridad, por qué la intensidad de su mirada cambió al reparar en ello.

- Quiero volver, ahora. – me enderecé de nuevo, sintiendo la arrogancia crecer en mi pecho, mi manera de sobrevivir, de anteponerme a las situaciones que me abrumaban. Miré más allá de él.

Hubo un silencio en el que sólo estaban nuestras respiraciones. Con cada bocanada de aire que él cogía, yo dejé de sentirme tan enfadada o triste, o lo que fuera que estaba, pero necesitaba volver al rincón de la celda en el que nada pasaba, en el que estaba segura.

- Thaia, - susurró y no pude evitar mirarle, ligeramente más bajo que yo. – lo siento, soy un idiota contigo.

Bufé, fue todo lo que hice.
Él no dejó de mirarme, y con mucha delicadeza agarró mis antebrazos y me obligó a volver a sentarme, tirándome más cerca de él.

- No te vayas. – susurró muy cerca de mí.
Estaba seguro de sí mismo, como siempre, y yo miré el punto en el que nuestras piernas se rozaban, delatándome por completo.
– No puedo evitarlo, - siguió - por qué cuando estoy delante de ti, no entiendo todo lo que...- hizo una pausa, su voz se apagó.

- ¿Lo que pasa por tu cabeza? – terminé.

- Exacto. – me miraba. Yo no.

- No entiendo lo que pasa por la mía tampoco. – mustié.
Entonces su mano derecha se levantó lentamente, tan lentamente como cuando limpiaba mi cara en el mástil, y se posó en mi mejilla, levantando mi cabeza para encontrar mis ojos. El toque fue dulce, lleno de calidez, el tipo de calidez que sentía con cada una de sus sonrisas o su contacto. Mi corazón se aceleró y si en mi cabía alguna duda, se disipó después de ese toque. Me sentía agobiantemente atada a él.

- Eso es lo que hace que me comporte de este modo. – susurró y mordió su labio una decima de segundo. Asentí, no supe qué más hacer. - ¿Conoces las historias que cuentan en los barcos?

- S.

- ¿Conoces la historia de tus ojos? – su pulgar dibujó un circulo en mi mentón antes de retirar la mano.

- Si. Y creo que es todo una mentira. – dije a la defensiva.

- ¿Todo? – Sonrió dulcemente – Usaste la hipnosis con la rubia.

- Tú la noqueaste. – le dije levantando una ceja. Él sonrió juguetón.

- ¿Estás segura?

- Lo vi. – él se encogió de hombros - ¿Qué es lo que crees tú? – me sorprendí a mi misma preguntando.

- Nunca he creído en las leyendas recargadas de fenómenos sobrehumanos que rodean a los seres que tienen tus ojos. – dijo tranquilamente – Pero cuanto más cerca estoy de ti, - instintivamente inclinó su cuerpo más cerca del mío. - más creo en la magia. – aguanté el aire, mientras él volvía a separarse. - No sé cómo funciona tu mirada, - me miró penetrantemente - pero creo en que haya un afortunado al que tú no puedas hipnotizar.

- ¿Tú? – dije arqueando una ceja. Me estaba tomando el pelo.

- Por ejemplo. – apareció su perfecta sonrisa ladeada.

- Claro que sí. – ahogué mi risa y el ladeó la cabeza fijándose en el cabello que caía en mitad de mi cara.

Estiró de nuevo la mano y lo colocó detrás de mi oreja.

- Te estás dando muchas licencias hoy – le dije sintiéndome alegre. Esa alegría que solo sentía con él. – Y eso que no somos amigos.

- Nunca vas a dejarme olvidar eso, ¿verdad? – dijo rodando los ojos.

- Me temo que no. – mordí mi labio para reprimir otra sonrisa delatadora, y eso hizo que su atención fuera por completo a ese punto. Me sentí nerviosa. - ¿Qué has estado haciendo estos dos días?

Dije aquello para cortar con la dinámica, pero nuestros cuerpos, en contacto en tantos puntos, y nuestros hombros apoyados en el mismo mástil, no ayudaban a que la tensión que sentía en mi vientre se disipara. Era totalmente consciente de él, tan cerca de mí.

- Me necesitaban con los asuntos del capitán muerto. – dijo sin quitar la vista de mis labios.

- ¿A ti? – fruncí el ceño. - ¿Por qué a ti? – el seguía a lo suyo - ¿Tienes un cargo importante en el barco?

- No. – Dijo de golpe saliendo del encantamiento – No, eso no era lo que quería decir. – miró más allá de mi, intentando concentrarse. – Todos los miembros de la tripulación ayudamos en estos asuntos. – Me miró con cautela mientras yo asentía, intentando descifrar lo que estaba pasando por su mente en ese momento. – Deberíamos volver antes de que el Herrero despierte.

- Sí. – dije un poco sorprendida por el giro de los acontecimientos.

- Vamos. – me miró una vez más, pasó una mano por su cabello platino a la luz de la noche. – Iré primero. – y empezó a bajar.

Me tomé un momento para respirar profundamente, intentando entender qué me estaba pasando, y luego bajé hasta cubierta, donde él ya me esperaba.

Nos encorvamos para correr hasta llegar a las escaleras que bajaban al pasillo de mi celda. Cuando llegamos al corredor, pudimos ver como el Herrero seguía tendido en el suelo, nos miramos y nos sonreímos, como si estuviéramos pensando en lo mismo.

- ¿Qué hay si vamos en la dirección opuesta? – dije señalando el otro lado del pasillo, más allá de la puerta del baño improvisado en la que nos bañábamos.

- Celdas y habitaciones, supongo. – dijo él con la mirada fija en el cuerpo del suelo.

- Quiero ver a Catha. – susurré mientras empezaba a andar en dirección opuesta. Rápidamente me cogió del antebrazo y tiró de mí para que le encarara. Me aturdió el contacto, como siempre, pero me las arreglé para decir: – Sólo necesito saber que está bien.

El apretó los labios, decidiendo qué decir y cómo hacerlo, frunció el ceño, mordió su labio inferior, suspiró, sacudió la cabeza y al fin dijo:

- No está en esta parte del barco.

Le miré confundida.

- ¿Cómo sabes eso?

- Vi como la encerraban el día que os separaron. – le observé atentamente.

Un ruido se escuchó en cubierta, el barco enteró se sacudió y voces y gruñidos salieron de las puertas cerradas del pasillo. Automáticamente Seth tiró de mí, delante de él y con su otra mano puesta en la parte baja de mi espalda corrimos en silencio hasta mi celda y nos encerramos dentro.

- Corre, - dijo girándose para mirarme. – debemos atarte y tengo que salir de aquí.

Sin poner pegas ni obstaculizar su faena me senté y le dejé los grilletes preparados en mis tobillos para que el sólo tuviera que sacar la llave y cerrarlos.

- Odio tener que hacer esto. – se dijo a si mismo antes de retirar la llave.

Entonces, cuando iba a incorporarse agarré el cuello de su camiseta obligándole a quedarse de rodillas, con su rostro cerca del mío, y sintiendo cada una de las palabras que le dije, le pedí:

- Ves con cuidado.

Sonrió ligeramente antes de decir: - ¿Te preocupas por mí?

- Algo así. – susurré soltándole.

Y entonces él se inclinó más cerca y dejó un cálido beso en mi nariz, antes de volver a mirar mis ojos, levantarse y correr hasta la puerta. La abrió, salió y la cerró, y a través del pequeño ventanal murmuró:

- Iré con cuidado solo por qué tú me lo pides.

Y desapareció dejándome en un lio de pensamientos por aquel beso, y por todo lo que había pasado en unas pocas horas.
Era irónico como reordenaba mis palabras para darles un sentido siempre tan distinto. Sonreí como si estuviera totalmente desquiciada, como hubiera hecho Catha.


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MRMarttin

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