Crónicas de Gaia: Libro Prime...

By DanteARL

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Sigue la historia de Cliff y compañía, una aventura fantástica situada en el mundo de Gaia, un lugar celosame... More

Crónicas de Gaia
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Crónicas de Desarrollo I
Capítulo 4
Crónicas de Desarrollo II
Capítulo 5
Crónicas de Inspiración I
Capítulo 6
Crónicas de Inspiración II
Capítulo 7
Crónicas de Inspiración III
Ciencia y artilugios de Ingeniería Elemental I
Capítulo 9
Ciencia y artilugios de Ingeniería Elemental II
Capítulo 10
Capítulo 11
Estrellas de Metal I
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Crónicas de Gaia: Libro Primero ¡Publicado en Amazon!

Capítulo 8

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By DanteARL

A pesar de estar un poco dudosa y cansada mientras caminaba por el camino de adoquines de piedra blanca que la llevaría a los límites de su reino querido, Leonor Hood daba pasos firmes y determinados a cumplir su ambicioso sueño, su mirada estaba fija en el horizonte, donde se podían ver las dunas del desierto, decidida a no volver atrás hasta cumplirlos.

Después de dos horas de caminata observando los verdes prados y los dorados campos de trigo de los esforzados campesinos de Leodria se dio cuenta de lo desolado que estaba el camino, siempre pensó que una vez pasado Las Ardes y alejarse de La Antorcha seria un viaje mas bullicioso y poblado, con viajeros y carromatos llevando gente a sus hogares, o campesinos llevando su ganado a pastar, pero por algún motivo el silencio y el sentimiento de abandono predominaba en el camino real; sin embargo, la tranquilizaba la brisa que abrazaba y levantaba su largo cabello rubio, las hojas de los árboles susurraban paz y tranquilidad en un día soleado de verano, los adoquines desaparecieron dejando lugar a un camino de tierra clara.

– Que no daría por un vaso de Aguamiel... – dijo en voz alta.

Al costado del camino pudo ver la entrada a una casa abandonada, a un lado había un pozo de agua.

– Eso servirá... – dijo.

Vio el pozo y tiró de la cuerda que sostenía el pequeño barril, el peso al levantarlo indicaba que estaba lleno de agua, cuando lo saco bebió hasta satisfacer su sed y se mojó un poco el cabello, el sudor mojaba el cuero de su armadura y recorría su pecho refrescándola, busco una forma de llevar agua para el arduo viaje que debía hacer, cuando fue detrás de la casa Leonor se dio cuenta de que el territorio de la casa abandonada no tenia límites, no habían cercas, no había tierras aradas, solo el verde y basto llano.

–Territorio del reino... –Dijo la joven sabiendo que eso significaba, ese lugar lo usarían como un puesto de avanzada, sabia que este llano no estaría cuando vuelva y en vez de eso estaría lleno de torres militares, cuarteles y soldados del reino, "Quizás a modo de defensa... siempre es de defensas", pensó Leonor.

– Un total desperdicio de belleza... – dijo soplando su flequillo.

Al otro lado de la casa escucho el relinchar de un caballo.

– ¿Reginaldo? – le dijo al caballo, este respondió levantándose en sus dos patas traseras y zapateando el suelo fuertemente.

– ¿Te envió mi hermano? Si... ¡Azrael te dijo que vinieras! ¡A que si! – dijo mientras acariciaba a su corcel real, una semental de alta alcurnia, fornida y de pelaje blanco como la nieve que cubría las montañas Rigotón, cargaba equipo de guerrero y provisiones en dos mochilas laterales adosadas a su silla.

–Bueno Regi... – dijo subiéndose a su corcel. – ¡Vamos! – Gritó Leonor golpeando levemente a su yegua, esta inició un raudo galope hasta la entrada del prado hacia el camino real, las herraduras de Reginaldo castañeaban en los adoquines de la ruta y relinchaba fuertemente mientras tomaba velocidad.

A Leonor se le revolvía el estomago y estaba sumida en pensamientos profundos, extrañaría a sus cariñosas criadas y sirvientes, a su querido padre, el Rey, pero extrañaría mas que nada a su querido hermano Azrael, que mantuvo siempre viva la esperanza de una vida llena de sueños cumplidos, gloria, y honor.

Las alas de Arcángel y la antorcha envuelta en llamas que adornaban el blasón de armas del reino estaba plasmada en cada uno de sus ropajes, si que para no ser identificada los arranco de sus costuras doradas.

"Tengo que aprender que para portar el escudo de armas tengo que ser una verdadera guerrera" pensó mientras recordaba a los Arcángeles Maestros entrenando a los Kerubines recluta, que era un arduo y largo entrenamiento que constaba de cinco años, donde se ponían a prueba todas sus destrezas, por el mundo recorren canciones e historias sobre el poderío del ejercito de ángeles de Fragua, en el Podio de legendas que se luce en el gran castillo están gravadas cuidadosamente en piedra blanca los guerreros que participaron en históricas batallas de Fragua desde el tiempo en que reinaban los primeros hombres, todos sus restos fueron ascendidos al cielo que su nuevo credo demandaba. El gran Groug Martillo danzante, el General Rocco que según cuenta la leyenda descendió al inframundo a luchar contra los demonios o el sabio Thonos, que líderó el ejército a los bosques del sur y destruyó la gran muralla que construían los trasgos para detener la afluencia de agua dulce a Ogaden hace cientos de años.

La joven princesa, llego a los límites de Leodria, denotados por una pequeña colina de tierra entre rocosa y arenosa, lleno de plantas y troncos secos que detenían el avance del gran desierto a los territorios del reino. Allá arriba se podía ver un pequeño hombre cubierto de pieles y un gorro de cuero afirmado por unos anteojos hechos a mano, junto a él se podía ver una tela blanca amarrada a una madera, similar a la vela de un barco. Leonor subió la colina junto a su caballo y saludó delicadamente al hombre.

–Hola campesino– dijo Leonor bajándose de su corcel.

El hombre no contesto, estaba muy ocupado entre cuerdas y amarras de una especie de balsa sobre la arena, que sobre los troncos debidamente tallados y paralelos unos a otros descansaba una especie de maquina cilíndrica. Leonor se acercó un poco más.

–Hola campesino... – alcanzó a decir antes de que el hombre gritara cuando la maquina se encendió y carraspeo metálicamente:

– ¡Siiiiiii! – dijo el hombre al girar hacia Leonor bailando y saltando de emoción. La princesa pudo ver que era un hombre viejo con unos bigotes larguísimos saliendo de sus narices y estaba vestido como un minero recién salido de la cantera de carbón. Al verlo reír y bailar con tanta energía la princesa no pudo evitar reírse también, con los dedos en su boca como le enseñaban sus criadas cuando se trataba de cortesía y crianza de alta burguesía. El profesor giro y pudo ver a la princesa.

– ¡Ah! hola jovencita, ehjem no soy un campesino! pero si un meca...doctoo... ¡Científico! ¡Si! Científico! – dijo el viejo con una voz aguda pero madura. – Mi nombre es ¡Rofulus HitchCook! – dijo levantando el dedo con el mentón en alto, entre el ruido de la maquina extraña sobre la balsa.

-– ¿Me permite saber que es lo que usted hace en esta basta colina? – dijo la princesa.

– ¡Creando!...ehh ¡Armando!...¡construyendo! una ehjem... – dijo pensándolo detenidamente y frotándose sus largos bigotes- Es un... ¡Trotadunas!-

– Trota... ¿dunas? –

– ¡Así es! con esta maquina puedes viajar a través de las dunas a una velocidad constante...¡Incluso en subidas...Mira pequeña déjame mostrarte... – Dijo sacando un libro de cuero entre su camisa, estaba desgastado y salían hojas dobladas de distintos colores, cuando lo abrió le mostro un diagrama del Trotadunas, en la imagen se veía mucho mas grande- Este es un modelo a escala del original, pero fácilmente se puede entender que el Trotadunas posee una vela con la que se ayuda con el viento y un motor que genera la fuerza necesaria para poder mantener la velocidad constante que te decía– dijo volteando la hoja, a un lado estaba el motor cilíndrico diagramado y en la otra estaban las partes de la maquina.

– Tiene runas escritas... – Notó Leonor en uno de los engranajes.

– Así es... el corazón del motor es el engranaje de metal blanco mas duro de las montañas Rigotón... Muy difícil de conseguir!... Muy difícil... pero efectivo... la runa Ventos. –

–Pero... tu pareces un habitante de los pueblos de Ogaden... – dijo Leonor reconociendo los rasgos del viejo científico, sus ojos pardos, piel blanca. Pero de baja estatura. – Es ilegal usar runas para los habitantes que no son del reino, es una violación de propiedad muy grave... –Rofulus sonrió mirando coquetamente a Leonor.

– Pero...ehjem... Una niña tan linda como tu no va a denunciarme ¿no? Además, esta tecnología es usada para fines científicos– dijo enfatizando la ultima palabra con el dedo apuntando al cielo– Por cierto, ¿cual es tu nombre? –.

– Mi nombre...ahm... mi nombre es Quinn, Elizabeth Quinn... – dijo pensando en que es lo que pensaría Rofulus si supiera su verdadero nombre y apellido. – Aun así... Profesor Hitchcook... ¿esta cosa podría llevarme a Ogaden? Tengo mucha prisa.

– Profesor... Hitchcook... jijiji– dijo sonrojándose– Que osada de tu parte preguntarlo, pero así es, con el Trotadunas puedes llegar a Ogaden en un santiamén, pero este experimento aun esta en fase de prueba... mis métodos científicos me obligan a probar mis experimentos con ratas bobinas y chimpancés hechos con alquimia... Pero solo por ser tu, y guardar mi pequeño secretillo. – Dijo tocándose el bigote con la punta de sus dedos– ¡Vamos!. –

– ¿En serio? muchas gracias profesor Hitchcook. – dijo Leonor tomando de las cuerdas a su corcel Reginaldo.

– Regi, ve a tomar mucha agua y luego te diriges a Ogaden con nuestras provisiones, yo iré a hablar con el abuelo, nos vemos allá. –

– Tu caballo, ¿entiende lo que dices? – dijo Rofulus levantando una ceja.

Leonor volteó y dijo nerviosa.

– Mi padre... cuando niña me dijo que si uno les habla a los animales con el corazón siempre te entenderán–.

Reginaldo relincho zapateando con una de sus patas delanteras y corrió hacia el camino real.

– ¡Pe...Pero el corazón es un órgano! – dijo el científico.

–Lo se, lo e leído en los libros también. Pero... uno debe tener convicción y creer en las cosas a pesar de todo. –

– Mira...Elizabeth, podríamos estar todo el día discutiendo esas cosas, pero hoy ¡no es mi día de debate!-

–Cierto, subamos al tartamudas... –

– ¡Trotadunas señorita!... Trotadunas... – dijo Rofulus mientras se subía al aparato y lo encendía otra vez trabajosamente. Le enseñó a Leonor como doblar inclinándose hacia los lados con el mástil y como enfrentar las dunas de manera que la balsa no choque con la arena, y además, que inclinándose levemente hacia adelante o hacia atrás se podía acelerar y frenar.

– Vaya Es bastante facil Rofulus... ¡Woah! – dijo emitiendo un grito ahogado (Rofulus también lo hizo) con el despegue de la maquina. Comenzó a volar sobre las dunas a una velocidad increíble como si estuviera flotando sobre el mar.

– ¡Que afortunados somos Elizabeth! ¡Tenemos el viento a nuestro favor! – dijo el profesor afirmándose del mástil con una mano y poniéndose sus lentes de trabajo con lo otra, ya que con su baja estatura las partículas de arena (así les decía el) le llegarían en los ojos.

A pesar de ser un paisaje desértico, a los ojos de Leonor era un paraíso, ni los pinceles en un lienzo, ni los dibujos hechos con carbón en libros podrían describir ese paraíso de arena, a pesar de tener ciertas libertades para salir de la Antorcha, como ir a los muelles del lago o al jardín real, no era suficiente para poder llenar esa necesidad de ser independiente y no tener una guardia real protegiéndote todo el día, el rey Amus Hood III, su padre, nunca permitió que saliera mas allá de los territorios del reino, ya que era es su única hija. "Mi padre debe estar preocupado..." pensó Leonor, pero sabía que esto tenía que suceder de una forma u otra, en Leodria, los reyes unen sus reinos comprometiendo a sus hijos con los de la otra familia real en un sello matrimonial, permitiendo así tener cierta influencia política y social en esta comunión de alta alcurnia, Leonor estaba destinada a ser la reina de los reinos de Aquifia, sellando sus almas ante los representantes del fuego: Los Tres Fénix y el Dios Hombre Amus Hood. Y por otro lado, en Aquifia están el Republicano del Reino del Agua y el Oráculo de las Sirenas Danzantes. Leonor estaba en contra de todo eso, quería ser libre, y a la vez justa, su reino de ángeles encadenados no le iba a dar eso...

– Tú no eres Elizabeth Quinn... ¿cierto? – dijo Rofulus mirando el horizonte y ayudando a empujar el mástil para esquivar las dunas peligrosas.

Leonor se quedo callada, si bien sabía que podrían descubrirla fácilmente por sus apariciones en público de los distintos discursos y reuniones, ¿pero por qué no lo dijo antes? ¿Acaso busca algo? Leonor bajo la velocidad del Trotadunas inconscientemente.

–Lo supe en el momento en que te vi, permítame decir que se ve mucho mas hermosa de cerca señorita.... –

–Si lo sabía entonces porque... – dijo ignorando el piropo.

–Porque sus asuntos no son de mi incumbencia señorita, cualquiera sea la razón por la que esta fuera del reino y vestida con esos harapos, por mi parte yo no tengo por que meterme en esos asuntos. Pero algo si es cierto, es un honor conocerla a pesar de estas circunstancias, y mostrarle la magia de la ciencia. –

Leonor estaba sorprendida, siempre le enseñaron que la gente que no es de sangre noble no poseía la virtud de hacer algo sin conseguir nada a cambio.

– ¿Entonces no me devolverá al castillo profesor? –.

– No Princesa Leonor, eso esta lejos de ser. –

Leonor detuvo el Trotadunas haciendo caer al profesor Hitchcook fuera de la balsa de madera, quedo tirado boca arriba en la arena y Leonor lo levanto para abrazarlo, Rofulus estaba sorprendido por su fuerza pero no pudo evitar sonrojarse.

– Déjeme contarle profesor– Dijo Leonor subiéndolo al Trotadunas, pasaron la tarde viajando por el desierto de Ogaden contando la historia de sus vidas, el profesor Hitchcook era un hombre muy sabio que aprendió en base ensayo y error los sorprendentes giros que da la vida, nació en la ciudad del desierto, Ogaden, criado solo por su padre que era carpintero y un soñador, cosa que heredo Rofulus y que marcó su vida junto a su insaciable hambre por el saber de las artes mecánicas y físicas, trabajó desde niño en fábricas de armas y maquinaria pesada, aprendiendo a diagramar los inventos e ideas que salían de su cabeza cada vez que veía algo funcionar.

Contaba también, que tenia su propio taller en la ciudad, era el mismo que usaba su padre para darle forma a la madera cuando su corazón funcionaba, y que a la vez es su hogar. Por otra parte Leonor le contó al profesor cuales eran sus metas y objetivos, le hablo de su hermano Azrael, y que influenciado por su honorable forma de ser decidió que debía hacer este viaje y no volver hasta ser una guerrera de tomo y lomo, le confesó su inmenso amor por la justicia y como veía a la espada como una herramienta usada para aplicarla, justificado bajo los conceptos religiosos de un dios justiciero y sus protectores alados de Leodria, pero con una falta de fe hacia las mujeres, que querían demostrar que son tan capaces como los hombres de luchar por la justicia.

Cuando caía la noche y el cielo rojo fuego del ocaso se extinguía y tejía un gran manto de cielo estrellado y las cuatro lunas brillaban en su esplendor, los viajeros sintieron el cansancio en sus brazos y piernas después del largo recorrido, decidieron detener la maquina que los transportaba para poder descansar, comieron y bebieron frente al fuego que encendieron usando un poco de leña seca que había junto a una gran colina de roca, y durmieron tranquilamente en unas mantas de tela barata raída y remendada.

Los primeros rayos de luz del sol la despertaron, quemaban como si tuviera una brasa de metal en la cara, dio un vistazo alrededor, y se dio cuenta de que estaba sola, no estaba el Trotadunas, no estaba Rofulus, y su mochila fue saqueada, sintió terror, miedo y soledad. Se puso de pie y comenzó a buscar los rastros del que pensó que era su amigo, Pero sin embargo, no pudo encontrar nada, no paraba de preguntarse que hubiera pasado, ¿Me ha traicionado? ¿Me dejo tirada a mi suerte en medio de la nada? No podía creerlo.

Tras la piedra en la que durmieron, pudo ver lo que parecían pisadas, de varias personas, no podía determinar cuantas pero sabía que durante la noche no estuvieron solos. Se subió a la colina de roca que le daba sombra vio en el horizonte que las huellas se dirigían hacia Ogaden, y analizando sus probabilidades de sobrevivencia no encontró otra solución que seguirlas, tomo la manta y la rompió y la dobló a modo de turbante sobre su cabeza para poder cubrirse del sol con ella, cargando con aún mas preguntas sobre lo que estaba sucediendo, "¿Lo habrán secuestrado?, ¿Lo vinieron a buscar sus amigos y no tenían espacio para llevarme en el troto dumas?. Su inocencia, y su falta de entendimiento, no la podían dejar pensar claramente, pero continúo su camino siguiendo las pisadas antes de que una ventolada borrara los rastros con polvo y arena.

El calor era sofocante, la armadura de kerubin no hacia nada mas que causarle un sudor desagradable en su espalda y pechos, sus pies quemaban, los pasos en la arena pesaban cada vez mas, pero claramente podía ver las pisadas, esos rastros eran su única forma de guiarse y tenia temor de perderlas y no dejaba de mirarlas.

A medida que su sed rasgaba su garganta a lo largo de las horas de caminata se dio cuenta de que las pisadas ya habían desaparecido, no podía evitar algo como eso, pero a lo lejos se podía ver un grupo de unas seis personas caminando lentamente en la arena, y alrededor de ellos un hombre estaba sobre el Trotadunas de Rofulus dando vueltas y riendo con una voz grave y burlesca, se lleno de alegría y gozo al ver esa maquina volando sobre la arena, se agachó tras una de las dunas para que no la vieran, pensó que podría hacer para poder acercarse sin que lo noten y recordó con alegría de que sus armaduras de cuero tenían placas de metal blanco, y que a pesar de ser de un simple kerubin, eran del mineral forjado de las montañas Rigotón, "¡forjado por los herreros del reino!" pensó. Ella siempre tuvo permitido pasar a las grandes bibliotecas arcanas de los alquimistas de Leodria, conocía la mayoría de las runas que fueron entregadas por los enanos después de la guerra de los elementos y practicó horas y horas con su hermano en las barracas durante las noches. Tomo su espada y con la punta dibujó las runas que permiten a los arcángeles saltar tan alto como una de Las Ardes de La Antorcha y planear por los aires por un momento para caer sobre sus enemigos con fuerza, la runa Vuelo.

Su espada tenía escrita la runa Forgos, que imbuía su arma con la fuerza del aire, que empujaba a los enemigos haciendo los movimientos correctos con el arma. Estaba preparada para poder caer sobre ellos y destruirlos, pero otra mirada hacia su objetivo la hizo darse cuenta de que entre ellos estaba Rofulus golpeado, amarrado y capturado por los forajidos, que hablaban un idioma que sonaba bastante tosco, y que raramente desconocía.

Se levantó sobre la duna y gritó a toda voz:

– ¡Hey idiotas! –

Los hombres pararon de reír y miraron hacia la princesa con su espada enfundada.

– Les dije que viviría idiotas, ¡Vayan a matarla! – Dijo uno de los hombres más corpulento del grupo, que claramente comandaba en el grupo.

– En nombre de...– Dudo un momento, no podía decir las palabras que solo puede decir un verdadero Arcángel, si que cambio el tono y con más determinación dijo:

– En nombre de la Justicia del fuego y los tres Dracones, yo, ciudadana de Fragua...– dijo poniéndose en posición para saltar sobre los hombres que se acercaban a ella– ¡Os venceré! –.

Su armadura emitió un leve destello y el viento que salió de su armadura la hizo volar por los aires, tal y como lo hacia cuando entrenaba con su hermano, los cinco hombres que se acercaron a ella miraron hacia arriba y el sol encandiló sus ojos sin poder mirar a la princesa Leonor cayendo sobre ellos. Tres de ellos se hicieron a un lado tirándose en la arena y los otros dos fueron aplastados por la princesa, dejándolos inconscientes y desarmados.

Uno de los hombres dijo:

– ¡Hassam Hermano!... ¡perra desgraciada te voy a matar! –

Los hombres iban armados con sables, cada uno poseía distintas partes de armaduras de cuero entre sus ropas junto a una agilidad bastante decente y un grito de guerra alborotador.

El sable del hermano de Hassam besó la espada de Leonor con un hermoso sonido metálico, que hizo brillar levemente la runa Forgos, haciendo volar por los aires al hombre que la atacó. Hizo otro movimiento y cortó el cuello de otro de los hombres haciéndolo sangrar de forma brutal. El tercero en pie atacó a la princesa con su afilado sable y esta le rompió la hombrera y provocó una laceración en su hombro derecho. Leonor saltó denuevo por los aires y se puso de cabeza con la espada apuntando hacia el enemigo y activó la runa de vuelo otra vez para caer hacia él con una rapidez increíble. El hombre no pudo hacer nada para detenerlo, pero un sexto hombre entro en la pelea, era el que estaba sobre el Trotadunas. Con el mástil de la maquina golpeó a Leonor y la lanzó lejos, ella alcanzó a nivelarse en el descenso y caer de pie arrastrándose en la arena, y sin detenerse flexionó los pies y saltó gracias a la runa otra vez para atacar.

– ¡¿Quien esta mujer?! – Dijo el hombre que casi era alcanzado por el ataque aerial.

–No importa, nadie la reconocerá cuando corte su rostro y lo cuelgue en la puerta de mi casa. – dijo el que iba sobre el Trotadunas.

– Tal vez no importa quien sea...– dijo el jefe del grupo de forajidos del desierto – tal vez importe lo que quiere...– dijo el hombre corpulento colocando un revolver en la cabeza de Rofulus Hitchcook. Sintió como un rayo de hielo en su sangre y el tiempo parecía que se detuviera.

En un segundo Leonor hizo brillar su armadura más que las otras veces y esta hizo flotar partículas de arena por los aires antes de que una gran ventolada explosiva hiciera un cráter en la duna tras ella, llevando a Leonor a la velocidad del sonido. El hermano de Hassam, que estaba poniéndose de pie vió a Leonor bastante lejos de su jefe y al otro segundo estaba en el aire junto a él volando en vertical con la espada de la mujer atravesando su estomago. Leonor nunca había volado tan alto, pudo ver como el jefe de los forajidos, que tenia un turbante que cubría toda su cara, menos sus ojos, y dejaba ver al menos la mirada de su último suspiro de vida.

Hizo un corte horizontal por el torso del forajido con su espada, movimiento que activóo la runa de la espada nuevamente y el aire que emitió lo cortó por la mitad.

Los hombres pudieron ver con terror a Leonor que caía lentamente en la arena con una mirada de rabia entre los trozos de carne humana de su jefe, los hombres soltaron sus armas y tomaron a los que yacían inconscientes en el suelo y huyeron despavoridos en distintas direcciones del desierto de Ogaden.

Subió la duna hasta donde estaba el profesor Hitchcook atado en el suelo y cortó las amarras, y se tiró en la arena exhausta.

–A...gua...– dijo Leonor.

– Eh ¡sí! Sí princesa– dijo el Profesor aun horrorizado por la situación.

El profesor tomo una cantimplora de agua que había en uno de los bolsos que cargaba el camello que transportaba a los forajidos. Leonor tomó unos tragos de agua y comenzó a sentirse mejor, la sangre del forajido salpicó su cabello rubio y su armadura blanca, junto al sudor y polvo del camino que recorrió en el desierto.

– Gracias princesa, me sentiré eternamente agradecido –.

– Se lo llevaron...– dijo Leonor.

– ¿Qué? – Dijo Rofulus– ¡Ahh! ¿El Trotadunas? No importa pequeña, mis amados conocimientos están a salvo aquí, puedo hacer otra– dijo golpeándose el pecho con el puño. Haciendo sonar la tapa de cuero. Leonor sonrió y a duras penas se puso de pie.

–Necesito...que recojas... los trozos de mi hombrera... que están sobre la arena profesor– dijo Leonor con una voz débil y ahogada apuntando en donde estaban los trozos de armadura.

El profesor le llevo los pedazos de la hombrera de metal forjado y blanco y dibujo con la punta de su espada las runas curativas de los Ventrios, coloco la placa de armadura en su costado derecho y el runa comenzó a brillar. Leonor gimió de dolor un poco y comenzó a respirar bien otra vez.

–Cuando me golpeó el mástil del Trotadunas, este quebró mi costilla, no podía respirar–. Dijo Leonor mirando al profesor, que con la boca abierta vio lo que sucedía frente a sus ojos.

– ¿Pero como puede suceder eso? ¿El viento tiene poderes curativos? –

– Le regalo los trozos de piedra blanca profesor, para que lo investigue, la verdad es que yo también eh querido saberlo. – dijo subiéndose al camello.

– ¿Viene conmigo profesor? – dijo la princesa dándole una mano y el subió al animal.

Cuando emprendieron la marcha, Leonor no pudo evitar preguntar:

– ¿Qué paso allá Rofulus? –.

– Cierto princesa, la e puesto en peligro, puedo explicar esta situación princesa– dijo Rofulus con vergüenza– lamentablemente para poder conseguir la piedra blanca para el Trotadunas, tuve que recurrir al mercado negro, y bueno, al no tener los Gadenos necesarios para poder pagarla, tuve que pedirla... prestada. –

– Te buscaron y te encontraron, ellos volverán a Ogaden y seguirán haciéndolo Rofulus ¿No crees? –.

– No creo, dijeron que tomarían el Trotadunas como pago y acepté. Y luego me pusieron un paño en la boca para que dejara de hablar. –

– Bueno, mantente junto a mi y reportaremos esto a mi abuelo Icaros Gorne, te darán protección y estarás a salvo, ya lo veras. –

El profesor asintió con la cabeza aun con la vergüenza dibujada en el rostro y al viajar un par de dunas en el desierto pudieron ver al fin en lo más alto de una gran duna de arena en vista panorámica, el pueblo de Ogaden la izquierda, y la derecha el volcán Balhaur donde viven los Danhairo.

–Hemos llegado– dijo el profesor.

– Así es, al fin hemos llegado– dijo Leonor.

Cuando golpeó las cuerdas para indicarle al camello que se moviera, para poder acortar la caída del precipicio por el sur, un estruendo enorme sacudió la tierra y la arena, seguido de una gran ventolada de aire, pudieron ver en el volcán Balhaur un destello de luz en su cráter, y de un segundo a otro había miles de rocas volcánicas y magma en llamas volando por los aires en todas direcciones a una gran velocidad. El camello tropezó con el temblor, Leonor y el profesor cayeron por la duna dando vueltas sin poder parar. Leonor pensó en su abuelo y en el pueblo, no podía creer lo que estaba sucediendo. Con cada vuelta en la caída podía ver como las piedras volcánicas estaban más y más cerca, estas comenzaron a caer en la gran duna de arena creando una marejada de arena entre miles de explosiones de piedra volcánica cayendo por el precipicio de arena, tierra y gravilla. Una de las piedras volcánicas le dio al camello matándolo de forma instantánea, Leonor se posicionó y voló por los aires para poder detener la caída pero una pequeña piedra en llamas la golpeó en su espalda haciéndola caer nuevamente

– ¡Nooo! – Dijo Leonor cayendo por los aires, una gran piedra iba hacia ella a una velocidad increíble, pero como iba cayendo solo le rozó el hombro haciéndola girar por los aires con el brazo encendido en llamas. Cuando iba a apagar el fuego con su otro brazo cayó en otra duna de arena haciéndola girar otra vez en ella y amortiguando la caída, la arena detuvo el foco de fuego en su brazo, pero dejándola con quemaduras graves, el dolor era insoportable.

Cuando se detuvo y pudo por fin dar un pequeño respiro levantó la vista y aun caían las rocas estruendosamente en la arena creando grandes cráteres con su explosión. No podía ver a Rofulus por ningún lado, pero a pesar de lo cruel que sonaba en su mente, lo que mas le importaba era el pueblo de su abuelo, esa gente que tantas veces la recibía junto a su padre entre sollozos de alegría.

La runa de vuelo la hizo saltar entre las últimas dunas que estaban alrededor del pueblo de Ogaden, que se destruía con las piedras que no paraban de caer. Las casas y estructuras del pueblo estaban en llamas y escuchaba gritos por todos lados, primero ayudó a un hombre mayor intentando salir de una casa que estaba apunto de caer a causa de las llamas, pero no pudo sacarlo ya que la ventana poseía unas barras de metal que no lo dejaban salir y con un grito agasajado entre humo y cenizas la estructura cayó sobre el matándolo instantáneamente.

Leonor puso la mano en su boca y las lágrimas cayeron por sus ojos. Luego llego a su lado un niño con ceniza negra en su pequeño rostro que gritaba "Mamá, mamá" apuntando hacia otra casa donde se escuchaban los gritos de una mujer. Leonor voló hacia la casa rompiendo el techo y entrando por la fuerza, el sofocante calor y el humo negro le impedía ver, pero los gritos de la mujer la guiaron hacia donde estaba, estaba golpeando desesperadamente la puerta de entrada de su hogar, que estaba presionada en el suelo ya que una de las vigas que sostenían la casa estaban bloqueando la puerta que abría hacia dentro. Leonor la abrazo por la cintura y la sacó volando por el agujero que ella misma hizo. La madre entre sollozos agradeció a Leonor por la heroica acción y corrió hasta su niño que aun decía "Mamá" pero esta vez con una sonrisa.

No sabían si sus ojos escocían por el humo del fuego, o por la pena que la hacia llorar desde lo profundo de su alma, pero por donde corría había caos y gente corriendo de un lugar a otro. Y una vez llegando a la calle principal, donde en el extremo estaba la gran mansión de su abuelo, había un gran dragón recostado en la tierra, era un dragón rojo, había visto en libros bestias así y era obvio que venia del volcán Balhaur, estos acostumbraban vivir en volcanes, pero ¿Él había causado todo esto?

La lluvia de rocas volcánicas ceso y solo caían cenizas, había mucha gente a su alrededor y decidió ir ver lo que pasaba.

Continuara...

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