Dulce Debilidad © Libro 1 [✓]

By johanavmillan

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« ¿Qué pasaría si el abominable hombre de las nieves resulta ser, en realidad, un chico lindo y adorable? » ... More

Antes de leer...
Dedicatoria + BookTrailer
Libro 1
Personajes
Sinopsis
Prefacio | Inevitable
❅ | 02 | ❅
❅ | 03 | ❅
❅ | 04 | ❅
❅ | 05 | ❅
❅ | 06 | ❅
❅ | 07 | ❅
❅ | 08 | ❅
❅ | 09 | ❅
❅ | 10 | ❅
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❅ | 13 | ❅
❅ | 14 | ❅
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❅ | 16 | ❅
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❅ | 18 | ❅
❅ | 19 | ❅
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❅ | 49 | ❅
❅ | 50 | ❅
❅ | 51 | ❅
❅ | 52 | ❅
❅ | 53 | ❅
❅ | 54 | ❅
❅ | 55 | ❅
❅ | 56 |❅
❅ | 57 | ❅
❅ | 58 | ❅
❅ | 59 | ❅
❅ 60 | Final ❅
❅ Epílogo ❅
EXTRA I | Stefan
Secuela: Perversa Oscuridad
¿Serie o película?

❅ | 01 | ❅

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By johanavmillan

[ NOTA: Si eres viejo lector evita hacer SPOILER o serás bloqueado.  Si eres nuevo lector, ¡bienvenido!
La manera de ser narrada la historia fue cambiada de pasado a presente por lo que los comentarios entre diálogos fueron ubicados al final del capítulo. Siéntate libre de poder volver a comentar]

Giselle.

Empezar de nuevo.

Supongo que una de las cosas más difíciles de mudarse es precisamente eso: empezar de nuevo. Empezar todo desde cero, en un nuevo entorno muy diferente al que estás acostumbrada, con un nuevo clima, personas nuevas, nueva escuela, y nuevos compañeros. Y, con todo y eso, siento que dejar Los Ángeles no es lo más difícil sino venirme a vivir a Alaska con mi padre, un completo extraño desde que se separó de mamá. Nuestra cercanía, después del divorcio, se resume únicamente a llamadas en días especiales como, por ejemplo, navidad y año nuevo.

Hemsworth – sí, como los sexys hermanos Hemsworth – es un pequeño pueblito perdido entre la frontera de Canadá con Alaska, tan diferente a Los Ángeles que intimida. Mientras miro por la ventanilla del viejo opel KARL de papá, me pierdo en el paisaje y suspiro con melancolía. Aquella hermosa ciudad ha sido remplazado por la fachada de un pueblito rustico cubierto de nieve que, según papá, nunca logra liberarse del invierno eterno en el que está sumergido.

Nunca hubiera tomado la decisión de venir a este lugar por mi propio medio; sin embargo, mamá ha conseguido una oportunidad de trabajo que la mantiene constantemente de viaje y ha decidido que eso, entre la mala relación que tengo con papá, no es bueno para mí.

Mamá y él se casaron muy jóvenes, llenos de esperanzas, metas e ilusiones, las mismas que poco a poco empezaron a desaparecer y, después de llegar a un punto sin retorno en su matrimonio, mamá terminó por pedirle el divorcio hacía ya alrededor de tres años. Sin embargo, recuerdo que mucho antes del divorcio él se había aislado del mundo real para caer en un mundo de fantasía, arrastrándome consigo a todo ese caos y desentendiéndose de aquellas responsabilidades que tenía, no solo como esposo, sino también como padre. Al principio no entendía el por qué mi madre discutía tanto con él, o por qué papá no mostraba interés por mis actos o actividades escolares, tampoco entendía por qué el dinero no parecía alcanzarnos o por qué papá nunca podía mantener un trabajo estable, no hasta que logré ver, por mí misma, que mi padre tenía una extraña obsesión por criaturas mágicas, criaturas ficticias.

Él nunca había mostrado algún tipo de interés por llevarme al parque, por jugar o llevarme al cine, incluso a eso se le suma el hecho de olvidar algunos de mis cumpleaños. Pero, con el pasar del tiempo y el inicio de mi madurez mental, pude comprenderlo un poco, sin llegar a justificarlo, claro está; después de todo, esa había sido su crianza y él solo estaba haciendo conmigo lo que, de seguro, su padre hizo con él.

Mi padre siempre ha sido un tipo enamorado de la vida en la nieve y de las leyendas que provienen de estas regiones. Él nació en este pueblo de Alaska, y por eso desde pequeña escuchaba historias sobre cualquier criatura extraña y, sobre todo, del hombre de las nieves o, como él  y gran parte del planeta lo llama, el Yeti.

Durante esos años que conviví con él, cuando solo era una niña, me dejaba envolver fácilmente por cada detalle que me decía sobre sus constantes investigaciones. Para ese entonces era muy pequeña y crédula, y creía de forma ciega en cada palabras que decía; sin embargo, cuando cumplí los catorce años, justo después del divorcio y de su ausencia física, dejé de creer y empecé a ver la realidad de otra forma. La idea de un gran mono de pelaje blanco se me había vuelto muy trillada, por no decir estúpida. Hablar del Yeti me cansa de una manera increíble, eso es tan absurdo y agotador que me cuesta creer que de verdad exista personas que creyeran su existencia y que yo, por supuesto, también lo hubiera hecho hasta un tiempo.

Absurdo.

— Te va a encantar este lugar, hija, estoy seguro de eso — Mi padre, un hombre guapo de cuarenta años, con cabello amarillo y ojos verdes, tan claros y hermosos como la espesura de un bosque, comenta emocionado, sentado a mi lado.

No lo miro, pero me obligo a sonreír por lo que ha dicho, deseando de verdad que así sea. Al decir verdad, venir para acá no me entusiasma ni un poco. Dejar mi casa, mis amigos y mi escuela, es algo a lo que, simplemente, no le agarro un buen gusto. Y, dejar a mamá para venir con papá, tampoco es algo que me llene de consuelo. Digo, no es que le guarde rencor a papá por su ausencia, pero pensar en estar con él, cuando prácticamente no sabemos nada el uno del otro, no me llena de gran emoción. Lo único que realmente me consuela es recordar que esto será temporal, hasta que me gradúe y pueda volver a California para ingresar a mi universidad soñada.

— Anímate, Giselle — papá pide ante mi falta de respuesta y entusiasmo, estacionando el auto frente a un pequeño local —. Te prometo que no será tan malo.

— Eso espero. — Suelto en medio de un suspiro melancólico, saliendo del vehículo.

Al poner un pie afuera, siento que mi cuerpo entero se estremece ante el frío tan crudo que caracteriza el clima de este lugar. La sensación del aire gélido cala incluso a través de la gruesa tela de mi abrigo, y como un intento desesperado de recuperar un poco el calor me abrazo a mí misma.

Mientras froto mis manos entre la tela de mi abrigo para calentarme un poco, mi mirada recorre todo el lugar para poder detallar la fachada del pequeño restaurante que está justo frente a mí. Sé, de ante mano, que esta propiedad le pertenece a mi padre ya que me ha contado muchas veces, en esas pocas e incomodas llamadas que él decide hacer y yo atender, sobre lo orgulloso que se siente por tener su propio negocio, un lugar al que puede poner la etiqueta de «mío».

— Es lindo — le hago saber una vez que lo siento parado a mi lado. Por el rabillo del ojo veo a mi padre sonreír, orgulloso. 

— Vamos adentro. Debes estar congelándote. — Me hace una seña con la cabeza, indicando que empiece a caminar yo primero; sin embargo, no lo hago, solo me quedo quieta, observando un poco más el lugar.

— ¿De verdad nunca para de nevar? — Me atrevo a preguntar, entre curiosa y horrorizada, desviando la mirada hacia él.

— A veces — consuela antes de añadir —, pero es muy rara la ocasión. Vamos adentro ya, te prepararé algo caliente. — Dice y sin decir o hacer más, pasa por mi lado, empezando a caminar hacia el local, sosteniendo mis dos maletas en la mano.

Me quedo quieta por un par de segundos más, admirando la fachada del restaurante y observando las enormes montañas que se ven en la lejanía, justo detrás de la pequeña construcción, tan grandes e imponentes que da esa sensación de estar traspasando el cielo.

No quiero entrar, no de inmediato por lo menos, la vista desde aquí es tan increíble que me quedo unos segundos más mirando todo con detalle. Las enormes montañas y las nubes sobre ellas, tan blancas que incluso se confunden con la nieve sobre la cima, me dejan completamente maravillada. Sin embargo, cuando una ráfaga de viento hace acto de presencia, golpeando mi cuerpo quieto como estatua, me obligo a caminar, sintiendo como el frío aumenta. Trazo el mismo camino que mi padre recorrió anteriormente, soltando una que otra maldición silenciosa cuando mis botas se hunden en la nieve. De verdad no logro comprender cómo a las personas les puede siquiera agradar la idea de habitar lugares como estos cuando hay, sin duda, sitios mejores como California o Florida.

El olor a café y a pan recién salido del horno me golpea con fuerza cuando entro al lugar, y la sensación acogedora del calor es bien recibida por mi cuerpo helado mientras miro todo a mi alrededor.

El lugar está completamente lleno de personas que comen y ríen animados, y son atendidos por una mujer que viene y va sin descanso, también animada, sonriéndole a todos con dulzura. Es alta y delgada, con un porte increíble. Aparenta tener la edad de mi padre y, en este instante, mientras la veo llenar la taza de uno de los clientes con café, me pregunto si todo esto, el atender sin descanso a este puñado de personas, ella sola, no se le es agotador. Por la sonrisa que trae en el rostro, supongo que no.

Mi padre me está esperando a mitad del lugar, viéndome curioso, y no dudo a la hora de acercarme a él, observándolo. Alto y de fuerte contextura; cabello rubio que le cae sobre la frente y por encima de esos pozos verdosos, necesita un corte ya. Va vestido de jeans oscuros y abrigo grueso, de botas y guantes.

Voy a abrir la boca para preguntarle en dónde viviremos; sin embargo, un grito eufórico me interrumpe. Busco con la mirada a la causante de ese grito y apenas la enfoco cuando ya estoy entre sus brazos, sintiendo como su calor corporal termina de calentarme.

Abro los ojos un poco, sorprendida. No me esperaba una reacción así de una mujer que en mi vida he visto o… ¿sí la he visto? No la recuerdo de ningún sitio, pero bueno, mi memoria tampoco es muy buena que se diga. Si nos ponemos a ver la manera tan cariñosa en la que me aprieta a su cuerpo en este abrazo, cualquiera pensaría que, en efecto, ella me conoce de toda la vida por lo que no puedo evitar sentirme, de cierta forma, incómoda y avergonzada.

— ¡Qué bueno que ya están aquí! — Exclama feliz, separándose de mí para ver a mi padre —. Giselle está enorme, no se parece en nada a la niña que me habías enseñado anteriormente. — dice sin perder la sonrisa y, entonces, da un paso hacia atrás, liberándome completamente de su agarre.

Miro a mi padre y, cuando sus ojos verdes se encuentran con los míos marrones, una pequeña sonrisa se dibuja en mis labios. Trato de mandarle alguna especie de señal para que note mi situación en este momento. Necesito que él me ayude, que me dé alguna pista que me haga saber quién es ella, pero comprendo de inmediato que no ha entendido cuando abre la boca y lo dice:

— Iré a llevar esto a casa. — Informa, agarrando mis maletas y pasando junto a nosotras.

Lo sigo con la mirada hasta que lo veo subir unas escaleras colocadas en la esquina del lugar, escaleras que parecen dar hacia una segunda planta. Mi ceño se frunce un poco y me quedo suspendida, viéndolo desaparecer por ellas. Me toma un par de segundos ponerle sentido a sus palabras y acciones, y, cuando por fin lo hago, mis ojos se abren con sorpresa e incredulidad.

— ¿Vivimos aquí? — Pregunto, y mi voz ha salido rasposa. La respuesta es bastante obvia, pero igual no puedo evitar preguntar.

Me deshago del enorme abrigo que llevo puesto y carraspeo, tratando de liberarme de la sensación extraña en mi garganta. El cambio de clima ya me está afectando, lo noto de inmediato.

— Así es — la mujer asiente con la cabeza —. Tu padre está muy orgulloso de este lugar por lo que no quería alejarse. Mandó a levantarle el segundo piso y lo ha convertido en un hogar — Su mirada se pasea de esquina a esquina antes de volver a enfocarme y dibujar una sonrisa en sus labios — ¿Quieres algo de tomar, Giselle? — La mujer vuelve su vista al frente antes de empezar a caminar.

Agarro con fuerza el abrigo entre mis manos, y comienzo a seguirla entre las mesas repletas de personas. Una vez que me planto frente al mostrador, coloco el abrigo sobre el espaldar de una de las sillas giratorias colocadas frente a la barra, y tomo asiento. La mujer se coloca frente a mí y me mira con una pequeña sonrisa desde el otro lado del mostrador, esperando mi respuesta.

— Estoy bien. Gracias. — Niego en voz baja, y me giro en la silla para poder observar mejor el lugar.

El sitio es un poco pequeño, pero tiene estas grandes ventanas que dan una sensación de ampliación y nos regalan una perfecta vista hacia las montañas cubiertas de nieve, el espeso bosque con neblina y los altos pinos que sobresalen de manera espectacular. Las paredes son de color blanco, lo que hace que el sitio se vea más espacioso. Hay varios cuadros guindados en las paredes y no puedo evitar sonreír, divertida. Noto que en los cuadros se encuentra plasmada lindas imágenes de paraísos soleados, playas, sol y arena, una verdadera delicia. El suelo es de madera y el olor a pan es tan intenso y delicioso que despierta el hambre en mí casi de inmediato.

Vuelvo mi vista a los grandes ventanales y sonrío un poco más. Alaska es, sin duda alguna, un lugar muy bonito y, si no fuera por el frío tan intenso y crudo que rodea cada esquina de este pueblo, de seguro sería uno de mis lugares preferidos.

— ¿Y un pastel? ¿Te gustaría? —  Me giro nuevamente al escuchar su pregunta, encontrándome así con su sonrisa y su mirada fija en mí, y no es hasta que levanta una ceja que noto el majestuoso color verde oscuro que pinta su iris.

— Yo… — Voy a negar su ofrecimiento, pero termino por asentir, incapaz de poder decirle «no» a esta mujer que se muestra tan cariñosa y agradable.
 

— ¿Chocolate? — Tantea, sin perder la sonrisa.

Aprieto los labios mientras hago una mueca, procurando una sonrisa un tanto forzada.

— No me gusta el chocolate — declaro. La veo hacer una mueca exagerada de sorpresa lo que causa que suelte una pequeña carcajada.

— ¿¡No te gusta el chocolate!? — Abre sus ojos verdes de par en par, notándose claramente sorprendida por mi declaración.

¿Qué? ¿Acaso nunca ha visto a una chica a la que no le agrada el chocolate?

— Eso es nuevo.

La veo darse la vuelta y empezar a caminar hacia la que, supongo, es la cocina. Bajo la mirada a mis uñas pintadas con esmalte de color azul oscuro, y espero paciente a que vuelva con el trozo de pastel.

— ¡Él es real y lo voy a demostrar! — De pronto, alguien en el restaurante grita con fuerza, llamando rápidamente mi atención.

Miro sobre mi hombro con curiosidad, en busca de esa persona que ha soltado aquel vocifero, y puedo observar a un hombre que fácilmente puede tener cuarenta años, no parece traspasar la linea de los cincuenta. Piel clara y cabello oscuro, vistiendo ropa adecuada para este clima. Se encuentra parado en la entrada, mirando a todos con un destello de nerviosismo en sus ojos. Su ropa se encuentra cubierta de nieve y su pecho sube y bajaba con dificultad, dejando en evidencia lo agitado que se encuentra. El lado derecho de su rostro está surcado por tres cicatrices; una grande, la otra mediana y la última pequeña.

— ¡Es real! ¡Es real! ¡Es real…! — Repite sin parar a medida en la que se adentra al lugar, luciendo un poco desquiciado. Siento una repentina curiosidad por saber quién es él y por qué actúa de esta forma tan extraña. — Yo lo vi...

— ¿¡Y en dónde lo viste, Luke!? — La voz divertida de uno de los clientes me da a entender que ya están acostumbrados a este tipo de escenas por parte del tipo llamado Luke.

— ¡En las montañas! — Responde de prisa, con voz tan creíble que me hace sentir aun más curiosa.

Las personas que están pasando el rato en el café sueltan unas cuantas carcajadas, y no puedo evitar fruncir el ceño. El tipo parece no estar bien de sus facultades metales, y todos aquí parecen saberlo de sobra y estar acostumbrados a este tipo de espectáculo.

— ¡Ay, no puede ser...! — La fastidiada voz de la mujer, cuyo nombre aún no sé, me hace volver mi vista para enfocarla  —. Ahora vuelvo — me informa, colocando el pedazo de pastel sobre la superficie del mostrador y dándose la vuelta para rodearlo.

Observo con curiosidad como avanza hacia las escaleras que dan paso al lugar que será mi casa por los próximos meses y, curiosa, miro cada uno de sus movimientos. Abre la boca para gritar el nombre de mi padre y no se mueve de ahí hasta obtener una respuesta por parte de él. Segundos después lo veo bajar las escaleras, apresurado. Su vista se pasea por el café y suelta un bufido cuando enfoca a Luke. Camina a trotes hasta acercarse al hombre que está parado en medio del café y lo veo comenzar a hablar con él.

— Es Luke Turner. — La mujer me lo presenta una vez que está de nuevo frente a mí.

— ¿Está loco? — Pregunto curiosa, tomando la cuchara que reposa a un lado del plato para darle el primer corte al pastel y comer un poco de él. El sabor a fresa explota en mis papilas gustativas y hago un sonido, delatando lo bien que sabe.

— Algunas personas dicen que no, otras dicen que sí — dice con una media sonrisa —, todo depende de quién lo escuche.

— ¿Qué es lo que hay en las montañas? — Quiero saber, tratando de sonar desinteresada.

— El Yeti…

Levanto la mirada de golpe al escuchar aquel nombre.

«¿De verdad?»

— ¿El Yeti? — Cuestiono, sin poder creerlo.

— El Yeti — afirma, regalándome un asentimiento corto.

— Debes estar bromeando — suelto con bufa, dejando la cuchara sobre el pastel.

— ¿No crees en el Yeti, Giselle? — Levanta una ceja mientras empieza a limpiar sus manos en el delantal color mostaza que lleva atado a la cintura.

— ¿Cómo creer en algo que no he visto? — Cuestiono, y prosigo cuando  veo que no dice nada —: Aparte, según mi padre, y el Google, el Yeti vive en alguna zona en China, y nosotros no estamos en China, a no ser que me hayan mandado a China sin mi consentimiento. — Trato de sonar sarcástica mientras sonrío un poco.

— Tienes razón — acepta —, pero aquí en Hemsworth más de una persona afirma haber visto a una bestia con pelaje blanco en las montañas.

— Bueno, estúpidos ellos que van a las montañas creyendo que hay una bestia en aquel lugar. Es decir, ¿no les da miedo que sea violenta? Aparte, ¿quién en sus sanas facultades mentales iría a un lugar como ese? — Mi vista viaja hacia una de las ventanas que da una perfecta vista a las montañas cubiertas de nieve y trago saliva —. Se ve que es peligroso — susurro a lo bajo.

— Es uno de nuestros atractivos. — Empieza a explicarme, volviendo a captar mi atención —: A los turistas les gusta visitar aquellos lugares, para ver si corren con la suerte de ver al Yeti, aunque hay ciertos límites que las personas no pueden cruzar. Algunas otras solo lo hacen por adrenalina... les gusta esquiar.

— ¿A qué te refieres con límites? — Quiero saber, y no hago el mínimo esfuerzo por disfrazar mi curiosidad.

— Las montañas tienen un punto en donde el frío traspasa lo inimaginable. Hay un punto en donde una capa de hielo grueso cubre el suelo y todo está congelado. Algunas personas han intentado traspasar aquellos límites. Nadie los volvió a ver

Mierda…

— Si algunas personas lo han visto ¿cómo es que no hay evidencia? Pero no de vídeos que duran sólo tres segundos o fotos borrosas y montajes. No. Hablo de evidencia creíble — vuelvo al tema de la criatura de las nieves, sintiéndome divertida y curiosa de pronto por el tema.

— Ese hombre — señala con disimulo un punto a mis espaldas, y comprendo de inmediato que hace referencia a Luke Turner —, es la persona que más se ha obsesionado con el Yeti en todo el pueblo. Una vez llegó aquí al café con la ropa toda rota y esas cicatrices en el rostro se las hizo, según él, el Yeti. Casi muere debido al frío que sufrió al pasar tiempo en las montañas sin la ropa adecuada, desde entonces afirma haber visto al Yeti en más de una ocasión. Su pecho tiene cicatrices como si se las hubiera hecho un monstruo con uñas largas intentando agarrarlo.

Frunzo el ceño ante esas palabras y empiezo a buscar mentalmente una buena explicación.

«Tal vez se las hizo un lobo» pienso, pero opto por no decir nada.

Me quedo callada, mirando a la mujer con diversión. Sé, de ante mano, que aquí en Hemsworth las personas son creyentes y tiene sus antiguas leyendas, y decido dejar el tema de lado. Está claro que vivir aquí traerá consigo escuchar de forma constante la mención de esta bestia; después de todo, ella misma lo ha dicho, ese es uno de sus atractivos.

— ¿Y ahora qué era? — La mujer le sonríe a mi padre una vez que está junto a nosotras.

— Lo mismo de siempre… el Yeti otra vez — informa, colocándose el delantal que reposa colgado en la pared detrás del mostrador.

— ¿Has seguido investigando sobre esa bestia, papá? — Pregunto un tanto curiosa, tratando de prepararme mentalmente para revivir algunos de sus momentos de increíble obsesión.

— Sí, Giselle. Aún leo e investigo sobre esa bestia — me sonríe y alza la vista, enfocando un punto a mis espaldas, antes de añadir —: Pero creo que Luke me quitó el puesto de obsesivo mayor.

Miro sobre mi hombro para mirar justo el momento en el que Luke sale del café, dejando a su paso únicamente el sonido de la puerta al cerrarse. Veo como empieza a alejarse y, justo cuando lo veo desaparecer, vuelvo mi vista al frente, encontrándome con la mirada de mi padre clavada en mí. Sonrío un poco, sin saber qué otra cosa hacer.

— ¿Por qué no pediste de chocolate? — Cuestiona, levantando una ceja y señalando con el dedo el trozo de pastel a medio comer.

— No me gusta el chocolate — declaro, encogiendo mis hombros. Lo veo abrir sus ojos verdes de par en par, sorprendido.

— ¿No te gusta el chocolate? Cuando eras pequeña te encantaba.

— No te hubiera sorprendido tanto si nos viéramos más seguido — murmuro. No quiero que suene como un reproche, pero de esa forma lo hace.

— Lo sé, y por eso quiero pasar tiempo contigo — intenta tomar mi mano por encima del mostrador, pero la retiro en el momento justo.

— Claro…

Mi padre suelta un suspiro.

— Giselle, ella es Sophie Hidden… — presenta por fin a la mujer que me ha estado acompañando desde que llegué —, mi esposa.

« ¿Qué mierda…?

No recuerdo que me hubiera hablado sobre una esposa y, en este momento, mientras me sonríe y abraza a Sophie, siento una punzada atravesarme el pecho de esquina a esquina, causando que una inmensa tristeza se plante en mi sistema al darme cuenta que, de verdad, mi relación con mi padre está en un punto que, si bien no está muerta, falta muy poco para llegar a eso.

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[ Pequeña nota: Ya lo dije en la advertencia, pero vuelvo a dejarlo por aquí. La protagonista femenina de este libro te sacará canas verdes, y eso para mí está bien. Esa es la idea. No hay nada más lindo que ver la evolución de un personaje. Ahora, he visto que muchas se confunden y me veo en la obligación de explicarles que, por ser criaturas mágicas, la atracción entre las personas es diferente. Y sí, en dos semanas ya pueden estar enamorados ]

[Nota final: Este libro fue escrito cuando tenía 15 años. Me disculpo por mi lado más inmaduro.]

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