Era vampirica

By NancyACantu

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Se decía que en año 2012 todo se acabaría y así sucedió. Nadie hubiera creído una historia tan loca, pero aho... More

Aclaraciones
Dedicatoria
1. Cruel realidad
3. Conociendo al pelirrojo
4. La gran subasta
5. Cambio por monedas
6. La Luna será mi aliada
7. Sorpresa
8. Ataque sorpresa
9. Lord Dagon
10. Prueba acreditada
11. Mírame a los ojos
12. Su interés por mi
13. Sin su presencia
14. Liam regresa
15. Presa del pánico
16. Bloody Town
17. Castigo
18. Bienvenida
19. Volker
20. Diario
21. Asalto
22. Río de sangre
23. Manchada en pecado
24. Remordimiento
25. Soy alguien diferente
26. Karen Divella
27. Culpabilidad
28. Último asalto
29. Mala madre
30. Perdóname
31. La boca del lobo
32. La reunión del congreso
33. Su sangre
34. Evangeline
35. ¿Un sueño?
36. Demetrio Rumannoff
37. ¿Estaré loca?
38. Mi mejor amigo
39. Expulsada
40. ¿Un ser amado?
41. Bosque traicionero
42. Mi padre
43. Reencuentro
44. Su diario
45. Cara a cara
46. Última noche
47. Tras la tormenta
48. Vino rojo
49. La verdad duele
50. No me odies
51. Me doy por vencida
52. Venganza
53. Corre mientras puedas
54. El mesías
55. Epílogo
Agradecimientos

2. Despedida

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By NancyACantu

¿Alguien dice mil? ¿Alguien? ¿No? ¡Vendida!

Aquella expresión me dio un escalofrío. Uno muy fuerte y largo. Pasé saliva y miré hacia la derecha. Había más de trescientas mujeres antes que yo y esto apenas estaba comenzando.

¿Cómo había llegado a esta situación tan humillante?

                                                    

.

—¡Madre, por favor! ¿Cómo es factible que estés a favor de las subastas?

—Caroline, ya hablamos de esto.Es nuestro destino.

—¡Pero no me volverás a ver! —le grité por primera vez, desesperada por algo de cariño y comprensión; por arrepentimiento de sus frías palabras y decisiones sin justificación.

Pero de ella solo se oyó un lastimoso suspiro.

La piel se me erizó. De mi madre se desbordó una gota salada. Lloraba. Me mordí los labios, un tanto culpable. Aquello me había roto el alma, como si yo fuera responsable de su sufrimiento.

La mujer más hermosa me miró con sus ojos bañados en lágrimas, intentando mantener una sonrisa hermosa como las que siempre me daba cuando era pequeña e ignoraba la situación en la que los seres humanos estábamos desde hacía un siglo.

—Todo estará bien, Carol. —Sollozó—. ¿Sabías... sabías que te amo?

Pasé saliva, absorta ante sus palabras.

Mi madre siempre había sido estricta y amable, pero en muy pocas ocasiones me había demostrado su afecto. Esta era la primera vez que la veía llorar, exclamar en un tono alto su aprecio que tenía por mí.

Bajé la cabeza con descaro.

—Lo sé, madre, yo también te amo —dije, ya con un notorio quiebre en mi voz.

No sé como paso, pero mi madre me abrazó y pronto, mojaba con sus amargas lágrimas, la piel desnuda de mi hombro.

—Te voy a extrañar mucho...

Sollocé más fuerte todavía.

Ahora podía entender porque tenía los ojos rojos cuando recién llegaba a mi casa. Desde hacia aproximadamente un mes que pensaba en mi partida. Yo era su única hija. Una que obligaron a tener.

Cerré los ojos y la apreté con más fuerza intentando que no me alejara de ella.

—¿Terminaste de estudiar?

Asentí mientras dejaba de llorar.

—¿Cenaste?

Me mordí los labios.

—Sí, ya lo he hecho.

—Que bien...

Nos quedamos en silencio. Ya sabíamos que era lo que seguía. Cada quien iría a sus cuartos y mañana por la mañana nunca más nos volveríamos a ver. Pasé saliva, esperando por algún movimiento.

—¿Puedo? ¿Puedo dormir en tu cuarto? —pregunté, nerviosa y sonrojada.

Mi madre me miró sorprendida por mi atrevimiento, pero luego se sonrío y con una lágrima resbalándose de sus mejillas, me tomó de la mano con gentileza.

Esa noche recuerdo que mi madre se durmió llorando silenciosamente en mi pecho.

No dormí. No pude pegar un ojo en toda la noche. El sentimiento de abandono, esa conmoción de nunca volver a ver a esa dama estricta y amable que al mismo tiempo me intimidaba, me inundaba. Nunca volver a ver a nadie, tal vez.

Sentí el sonido de golpes chocar contra la grande ventana. Esa grande y hermosa ventana que tenía en mi techo. Hermosa. Dejando ver la luna con reflejos brillosos y estrellas a su lado... tan disipada ahora por la lluvia.

Una lágrima me recorrió mi mejilla. ¿Cuántas horas me quedaban? ¿Cinco? ¿Cuatro? Solo eso para ver a mi madre con los rastros de lágrimas en su rostro; aquel camino húmedo que yo provocaba.

Y lamentablemente, ese tiempo pareció irse rápido. Tan solo pensar en todas las cosas que me faltaban por hacer me volvían loca. Necesitaba visitar una vez más a Marisol, mi nana, y pedirle perdón por las cosas tan horribles que le había dicho esa tarde. Quería pasar los últimos momentos con mi madre. Ir a la escuela, tener amigas y dar mi primer beso que aún conservaba intacto; como todo mi cuerpo.

—¿Madre? —susurré.

No me escuchó. Había llorado tanto que aseguraba que se había desvelado muchas noches pensando en ese día. Estaba acabada, su rostro la delataba.

Lloré en silencio una vez más e intentando deslizarme, me hice a un lado, intercambiando mi torso por una almohada suave que la arroparía toda la noche. Le miré acurrucarse en ella, como si su hija aun estaba acostada con ella. Tragué saliva y tomé una pluma. Llegué calladamente hacia el escritorio, tomando una nota.

Dejé caer varias lágrimas cuando escribí esa carta  que expresaba lo mucho que la amaba y que seguramente amaría por siempre; que aunque no habíamos pasado muchos momentos juntas, siempre recordaría cada instante que habíamos compartido: Sonrisas y pocas lágrimas. ¡Toda una aventura! Escribí qué pensaría en ella a cada momento del día y sí me prohibían regresar al pueblo, rezaría por ella siempre que pudiera.

Firmé el final del papel con mi nombre y miré aquel espacio en blanco que se me hacía posible de llenar con palabras.

Miré hacia atrás y tomé un pintalabios que mi madre usaba para sus rituales. Fui hacia el espejo y me coloqué un poco. Besé el papel con ansias mientras una de mis gruesas lagrimas se impregnará en el papiro con diversión. La tinta se desplomó, se humedeció.  Con ese último toque, podía notarse lo mucho que había batallado en escribirla y que había llorado, seguramente aún más que ayer.

Observé el techo, en donde la ventana mostraba que la noche ya estaba llegando a su fin. Seguramente el sol se haría paso en pocos minutos y eso significaba que había llegado la hora. No pudé evitar mirar una última vez hacia la grande cama,  la cual había sido mi santuario por años. Ahí, arropada y en el mundo de los sueños más profundos, se encontraba ella; la que seguramente soñaba con ambas siendo libres.

—Te amo, mamá —susurré quebrantemente antes de ir hacia su frente y dejar la marca de mi despedida en su piel tersa y hermosa.

.

Un escalofrío me recorrió por completo cuando sentí que tocaron a la puerta sin vergüenza.

Ya era la hora.

Pasé saliva y bajé sin hacer mucho ruido. Esta sería la despedida de mi madre hacia mí. Mucho mejor de lo que esperaba. No deseaba verla llorar de nuevo, no quería abrazarla y enredarme en su cuerpo sin control; intentando que no me arrancaran de su lado para siempre.

Aquello hizo que una nueva lágrima se derramase por un costado de mi mejilla. El hombre que parecía todo un vampiro me miró sin emociones y me regaló una sonrisa hipócrita. Pasé saliva sin mirarle. Los odiaba... odiaba a toda esa raza.

El chico tomó mi equipaje y antes de salir de mi casa, volteé de nuevo hacia atrás intentando, por lo menos, imaginarme que volvería pronto y que nos veríamos en tan solo unas semanas.

Suspiré y, a paso lento, abandoné mi hogar.

Apreté con fuerza mi bolso, ese que me había dejado el gentil e hipócrita vampiro que colocaba cada una de mis maletas dentro del automóvil, tal vez esperando por alguna mordida de propina.

¿Para qué las maletas? Bueno, ya estaba decidido desde nuestra existencia, que al cumplir la mayoría de edad, todas los chicos serian transportados con todo lo que tenían para mudarse. Si su amo les dejaba regresar, así como le había pasado a Marisol y unas cuantas otras, sería una maravilla. Así que eso deseaba que ocurriese conmigo; que por lo menos el que me comprara fuera un tipo comprensible.

Suspiré al cerrar la puerta del auto. El vampiro conducía. Era casi como un chofer, pero era yo la que parecía la plebeya. Su piel hermosa y blanca y su cabellera castaña oscura era perfecta, más que la de mi madre. Además, tenía mucha ética ya en su disposición y parecía todo un duque con las palabras caballerosas que su diccionario tenía ya asimiladas.

Bufé de nuevo. ¿Por qué? ¿Por qué hacerlos tan perfectos?

—¿Se encuentra bien?

La voz delicada y gruesa sonó despreocupada. Pasé saliva, no quería sonar tímida ni desafiante.

—No se preocupe, gracias por el interés.

El joven pareció sorprendido de las palabras tan educadas con la que le había hablado. Sonrío para si mismo y siguió mirando la autopista, silenciando el camino por completo. Y esto no me importó ni un poco ya que siquiera quería entablar una conversación con uno de clase. No con vampiros, ni aunque fuera un bombón a punto de desbordarse de bueno.

Suspiré. Si tan solo viviéramos en esa época de gloria.

—¿Señorita?

El vampiro me había abierto a la puerta. Giré mi cabeza a los lados, saliendo del trance. No tomé su mano de cortesía y me giré hacia mis maletas, que en realidad solo eran dos; pequeñas pero llenas de ropa.

—Por aquí —dijo, serio y con una mueca en su rostro. ¿No le había gustado mi comportamiento?

Me golpeé en la mente, regañandome por completo. Estas eran las ligas mayores, ya no estaba en la escuela. No podía ignorar sus palabras, si seguía de esta manera, cosas malas iban a pasarme. Respiré con fuerza, justo para aciclarar la mente, pero la hermosa plaza frente a mi, con grandes jardines y hermosas imagenes, me dejaron boquiabierta.

Nunca había salido de casa y mucho menos me había aventurado al territorio enemigo, así que el ver el césped verde y la fuente con un hermoso líquido cristalino, fue casi el amor a primera vista que nunca había tenido. El aire, los pájaros cantando. Parecía el paraíso.

Sin embargo, regresé al infierno cuando escuché la voz de un hombre.

¿Es de octubre?

Así es...

Bajé mi cabeza hacia el suelo. No teníamos permitido mirarlos sin su consentimiento. Sentí la mirada del vampiro de tercera edad, mirándome de pies a cabeza, acercándose con destreza y gracia. No paso mucho para que este mismo me tomara del mentón con delicadeza, sin fuerza, obligándome a ver aquellos ojos fríos, característicos de nuestros gobernantes.

—¿Es hija de Charlotte, no es cierto? —preguntó el anciano, el mismo que me tomaba analizando cada fracción de mi rostro.

—De la grandiosa Charlotte. —Volvió a resoplar el chofer que me había traído y que informaba de mis genes.

—¿Virgen? —El viejo me miró, esperando mi respuesta.

Pasé saliva inmediatamente, escuchando incluso como mi corazón comenzó a palpitar más rápido de lo normal. Me acaloré por tan repentina pregunta. ¿En serio lo preguntaban así? Mi rostro se tiñó de un rojo carmesí, preso de la verguenza y nerviosismo. ¿Cómo contestarle...?

—¡Este espécimen será caro! —dejó salir aquello con una clara sonrisa despiadada y lujuriosa en su rostro—. ¡Que sea el último en subastarse!

—¡Sí, señor!

—Descuida, mujer. Te comprará alguien gentil... de eso estoy seguro.

Aquello me hizo enfurecer por dentro y aparté mi rostro delicadamente de su mano, inclinándome hacia el frente en señal de respeto. El anciano no hizo más que dar unas cuantas instrucciones a quien me había traído y sin decir más, este me guió hacia donde había una enorme fila de mujeres esperando su turno... su turno para ser esclavizadas.

¿Alguien dice mil? ¿Alguien? ¿No? ¡Vendida!

Aquella expresión me dió un escalofrío; uno bastante prolongado. Con las manos sudando y mi corazón a punto de explotar, miré hacia la derecha. Cientos de mujeres y hombres esperaban.

Y sí, esto y apenas comenzaba. Iban en los del mes de enero. Así que, a por como podía analizar, yo iría en dos o tres horas. Cumplir el 31 de octubre nunca me había parecido aborrecible hasta ahora.

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