Parente

By EstherVzquez

90.4K 3.1K 737

Mercurio renace tras el Gran Colapso que lo llevó a la destrucción hace más de cien años lleno de incognitas... More

Parente
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo

Capítulo 24

1.9K 105 20
By EstherVzquez

Capítulo 24

—Este es el fin. Siempre supe que moriría joven, ¿pero cómo imaginar que sería así? De haberlo sabido habría hecho tantas cosas...

Tumbada de espaldas sobre el frío suelo de su celda, Tanith había permanecido hasta entonces en silencio, sumida en sus pensamientos, como de costumbre. Después de cuatro semanas de encierro en las que tan solo la desesperación y los lamentos del resto de prisioneros la habían acompañado, ya no quedaba lágrima alguna que verter, grito que entonar u oración que murmurar. Tremaine se estaba quedando sin fuerzas, pero no sin esperanzas. Incluso sumida en la más profunda de las desesperaciones, la nifeliana se apoyaba en la confianza de que tarde o temprano serían rescatados para poder seguir adelante.

Después de todo, ¿qué otra cosa les quedaba a parte de la esperanza?

—Oh vamos, esto no es el fin —murmuró sin apartar la mirada del oscuro techo. No muy lejos de allí, en una de las celdas, alguien lloraba ininterrumpidamente desde hacía aproximadamente tres días. Su resistencia era realmente admirable—. Ten confianza. Vendrán a por nosotros.

—¿Que vendrán a por nosotros? ¿Realmente crees que a Mercurio le importa lo más mínimo lo que se pase a Nifelheim? ¿En serio? —Al otro lado del pasillo, encerrado en su propia celda, Finn dejó escapar un largo suspiro. Días atrás había intentado mantener contacto visual con Tanith durante sus conversaciones, pero en aquel entonces estaban ambos tan cansados que ni tan siquiera hacían el esfuerzo de levantarse—. Hace años que intentan acabar con nosotros, Tanith. Esto... esto simplemente ha sido un golpe de suerte. No le importamos a nadie.

A veces era fácil dejarse llevar por la desesperación. De hecho, era lo más normal. Al igual que Finn, prácticamente todos los prisioneros encerrados en las profundidades del planeta habían sucumbido a ella. Tan solo algunos como Tanith, lograban mantener la esperanza, aunque nunca durante demasiado tiempo. La mayoría acababa derrumbándose tarde o temprano. Ella, sin embargo, estaba demasiado obcecada como para cesar en su empeño.

—A Van Kessel sí.

—Pero Van Kessel no puede cambiar el mundo, Tanith. Un solo hombre no puede salvarnos del destino que nosotros mismos nos hemos labrado. Mercurio murió durante el primer Colapso; que nuestros antepasados sobreviviesen entonces solo sirvió para aplazar temporalmente lo inevitable.

—Me da igual lo que digas, Katainen. Van Kessel va a venir a sacarnos de aquí, estoy convencida. Y traerá consigo a toda Tempestad.

—Ya... y luego vas y despiertas, Tremaine —intervino Orace Moonspell, uno de los prisioneros nifelianos que, al igual que Tanith y Finn, había sido secuestrado hacía ya más de un mes.

Situado no muy lejos de ellos, a tan solo una celda de distancia de la de Finn, el prisionero solía participar en las conversaciones de vez en cuando, dependiendo del estado de ánimo en el que se encontrase. Tanith no sentía demasiada simpatía por él, pues sus intervenciones siempre estaban cargadas de pesimismo y odio hacia Tempestad, pero entendía su punto de vista. Teniendo en cuenta las circunstancias era complicado no sentirse traicionado... y mucho menos cuando, desde hacía dos semanas, sabían el triste desenlace de los supervivientes del Consejo de Nifelheim.

—Si Van Kessel nos saca de aquí será solo para colgarnos en la horca así que casi que prefiero que nos maten estos tipos —prosiguió Orace—. Y cuanto antes, mejor. La espera desespera.

Todos conocían el final que Bicault les tenía reservado. Inicialmente tan solo había sido Tanith dueña de la información, pues tan solo a ella se lo había confesado durante su primera y única reunión durante el intento de fuga. No obstante, tras días de silencio, entre todos habían logrado sonsacarle lo que, en el fondo, ya sabían. Van Kessel iba a ser el detonante de que la puerta se abriese, pero no era el único. Además del sacrificio que su ofrecimiento comportaba, la vida del resto de nifelianos iba a ser entregada a modo de ofrenda a aquellos que moraban tras el portal. Lo que éstos ya hiciesen con ellos era todo un misterio, pues de momento nadie sabía nada sobre los famosos Taranios de los que tanto hablaban los hombres de Bicault, pero sospechaban que no iba a ser nada bueno.

—Prefiero que me ahorque Schreiber públicamente a convertirme en la esclava de esos alienígenas —intervino Serafina Marley, otra de las prisioneras—. Qué menos que acabar mis últimos días entre humanos.

—¿Esclava? Vas a acabar siendo su comida, Marley —replicó alguien desde el fondo de la sala, logrando arrancar varios gemidos de terror a algunos de los prisioneros—. ¿Quién demonios iba a querernos a nosotros por esclavos? Valemos más muertos que vivos.

—Habla por ti... —respondió Tanith en un susurro, regresando de nuevo al océano de recuerdos que acudía a su memoria cada vez que cerraba los ojos—. Yo no pienso morir tan pronto. Maldita sea, Aidur, ¿a qué demonios estás esperando?

—¿Hace cuánto que se fue?

—Cerca de dos días, Parente.

—¿Y no ha dicho nada?

Ni lo había dicho, ni lo iba a hacer. Ahora que al fin había encontrado la forma de escapar de la gran trampa en la que se había convertido la Fortaleza, Morganne Moreau no iba a regresar. Al menos no como miembro de un equipo al que le quedaban horas de vida.

Nadie había respondido a la llamada de Van Kessel. El Parente Anderson había enviado un comunicado posicionándose a su lado, brindándole su apoyo, pero también formulando las suficientes preguntas como para que Aidur le apartase del equipo.

Si querían apoyarle que lo hiciesen, pero sin preguntas. Aquel era su único requisito.

Por parte de Schreiber tan solo había recibido silencio como respuesta. Daniela sabía que aquello era malo; convertidos en el objetivo de la auditora desde hacía ya mucho tiempo, la falta de apoyo por parte de la organización evidenciaba la pésima situación en la que se encontraban. Hasta entonces habían logrado pasar relativamente desapercibidos debido a la crisis en la que se había sumido el planeta. Aidur había seguido con sus tejemanejes en la sombra y, sorprendentemente, había salido bien. Y no solo ello. Además de lograr escapar del ojo de la auditora, Van Kessel había logrado ganarse más aliados aún si cabía en el Gobierno gracias a la pantomima del juicio.

No obstante, las cosas habían cambiado notablemente desde entonces.

Daniela no sabía exactamente cuando había sucedido, ni por qué, pero el silencio y la desinformación absoluta en la que se habían sumido en las últimas cuatro semanas había hecho sonar todas las alarmas. Van Kessel se traía algo grave entre manos, y tanto Tempestad como el Gobierno sospechaban de él.

Claro que lo hacían sin saber, desde luego. Después de todo, ¿quién iba a imaginar siquiera en la descabellada trama en la que se veían sumergidos?

Incluso a ella le costaba a veces creer lo que estaba sucediendo...

Daniela no apoyaba el silencio de Van Kessel, aunque podía entenderlo. Ahora que al fin había emprendido aquel viaje, su vida recuperaba el sentido que durante todos aquellos años le había faltado. Aquel descubrimiento era su razón de ser: el porqué de su existencia, y no quería compartirlo con nadie... y mucho menos ahora que Tremaine estaba de por medio.

"Cómo no, Tremaine", pensaba Nox con cierta desazón. Hasta entonces la historia le había parecido verosímil; por alguna extraña razón, Van Kessel había tenido suerte. Sus años de insistencia y trabajo habían dado fruto. Al final, había tenido razón. Su  segunda civilización existía y la había encontrado...

¿Pero realmente era así?

El papel de Tremaine en todo aquello inquietaba notablemente a Nox. La asesora siempre había tenido la sospecha de que todo aquello se trataba de una trampa. Ni le gustaba Erinia, ni confiaba en ella. Ahora, visto lo visto, ya no había duda alguna: ese monstruo estaba engañando a Van Kessel. La gran pregunta era: ¿para qué? Daniela tenía sus propias teorías al respecto, pero dada la negativa de Aidur a abandonar el plan ni tan siquiera se las había planteado. El Parente iba de cabeza a una trampa... y lo sabía.

De hecho, ¿por qué iba a enviar ese mensaje si no?

Si al menos Schreiber hubiese respondido...

—Nada de nada.

—¿Y el maestro tampoco?

Daniela se encogió de hombros. Le rompía el corazón ver la decepción que su respuesta dibujaba en el rostro del Parente, pero no tenía otra opción. No podía engañarle.

No a aquellas alturas.

—Lo siento, Aidur.

—No lo sientas; ellos se lo pierden. ¿Están ya todos preparados?

Daniela le acompañó al recibidor de la Fortaleza, lugar en el que, formando varios grupos, se encontraban sus hombres y Erinia. Schmidt había traído a los agentes menores que conformaban la guardia privada de Van Kessel, Merian a los contactos en nómina y Morrison, por supuesto, a todo el equipo médico. Los agentes habían convocado a todo el personal al servicio de Van Kessel y éstos, encantados, habían acudido a su llamada...

Y todos partirían en breves siguiendo las indicaciones de Erinia.

Todos menos ella.

Era insoportable.

—No tienen la menor idea de dónde les va a meter, Parente —murmuró Daniela a su lado mientras descendían las escaleras que daban al recibidor—. Salvo la primera línea, nadie sabe nada.

—Y sin embargo aquí están, sin hacer preguntas... ¿Ves? Éste es el auténtico espíritu de Tempestad.

Aidur se detuvo a media escalera para contemplar a sus hombres. Hacía mucho tiempo que no los veía a todos juntos. En alguna ocasión los había reunido para hacer algún comunicado, pero siempre había habido ausencias. En aquel entonces, sin contar a Morganne, estaban todos.

Era todo un orgullo que confiasen en él hasta aquel punto.

—En fin, ha llegado el momento —Aidur se volvió hacia su ayudante y apoyó ambas manos sobre sus hombros—. Si por alguna extraña razón no volviese, cuida de todo lo que hemos conseguido a lo largo de todos estos años. Sé que no hay nadie mejor para ello. Por otro lado...

—¿Daryn?

Aidur asintió lentamente, sintiendo desde la lejanía la mirada del niño fija en él. Desde aquel ángulo no podía ver que lo vigilaba desde uno de los rincones, escondido, pero sí sentirlo. Era una lástima que no hubiesen pasado más tiempo juntos; aquel muchacho podría llegar muy lejos.

Quizás, cuando volviese, las cosas podrían cambiar...

Pero solo quizás.

—Daryn, sí. Si ni Tanith ni yo volviésemos mételo en la Academia. Es un chico muy astuto: si le damos la formación adecuada llegará lejos.

—¿Quiere que lo meta en Tempestad? —Daniela alzó ambas cejas—. Dudo mucho que su madre estuviese de acuerdo, Parente.

—Por suerte ella no estaría para verlo así que sí, hazlo. —Aidur le estrechó los hombros suavemente—. De todos modos voy a volver, te lo aseguro. Cuida de la Fortaleza hasta entonces.

Daniela le vio descender las últimas escaleras y unirse a los suyos con una extraña sensación de intranquilidad latiéndole con fuerza en el pecho. Aunque quería confiar en que regresaría, había algo en lo más profundo de su ser que le decía que, posiblemente, aquella iba a ser la última vez que le viese con vida.

A él y al resto.

Cruzó los brazos sobre el pecho a modo defensivo, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. Era curioso que, a sabiendas de que seguramente moriría, desease acompañarles. Después de todo, ¿qué mejores compañeros que ellos para morir?

—Estamos donde querías: preparados y a la espera de que nos des un destino al que viajar —dijo Van Kessel tras salir de la Fortaleza en compañía de Erinia.

Tras ellos, formando varios grupos perfectamente ordenados, sus hombres le seguían a una distancia prudencial con Merian y Schmidt a la cabeza. La mayoría de ellos se mantenían en silencio, atentos, a la espera de noticias. No estaban acostumbrados a trabajar a ciegas, pero a lo largo de toda su carrera habían sabido que aquello podía llegar a suceder. Tempestad, en el fondo, era así. El resto, algo más inquieto, no dejaba de murmurar y formular preguntas sin respuesta. ¿Qué estaba pasando? ¿A dónde iban? ¿Por qué se habían reunido todos? ¿Quién era aquella mujer?

—Nos ponemos en camino, sí, pero aún no puedo revelarte la posición de los míos —respondió ella—. No hasta que no lleguemos a las minas. No sería seguro.

—Oh, vamos...

Erinia se detuvo frente a Van Kessel, con los ojos iluminados. Después de todas aquellas semanas de espera, al fin lograba encontrar parte de la belleza abrumadora que había visto en la jovencita que le había visitado hacía ya tantas noches.

En unos meses, si seguía así, volvería a ser la misma.

—Dijiste que ibas a confiar en mí —le recordó.

—Eso dije, sí.

—Entonces hazlo. Te revelaré la posición de mi gente, te lo aseguro, pero no ahora ni aquí. Este lugar... —Erinia volvió la vista a su alrededor, repentinamente incómoda—. Este lugar no es seguro. Démonos prisa: hay muchas entradas por lo que aprovecharemos la más cercana.

—¿Muchas entradas? —Una sonrisa despertó en el rostro de Van Kessel.

Obviamente, no se equivocaba, y así se lo hizo saber Erinia con una simple y escueta sonrisa cargada de malicia. A continuación, adelantándose, se puso en camino, abriendo así la marcha. Hacía muchos años que no pisaba aquellas tierras; siglos en realidad, pero los mil caminos que conformaban el mundo subterráneo de Mercurio habían quedado grabados a fuego en su memoria.

Y allí permanecerían hasta el resto de sus días.

—Vamos, Van Kessel, nos espera un largo viaje.

Tanith desconocía cuanto tiempo llevaba durmiendo cuando se abrió la puerta de su celda, pero por la dificultad que padecía para mantener los párpados separados imaginaba que era bastante.

Se incorporó con rapidez. Le dolían los huesos de tantas horas tumbada en el frío suelo. Fijó la mirada en el ser que aguardaba al otro lado de la reja, a la espera, y finalmente se puso en pie. Más allá de las rejas, en el pasillo, había otros tantos seres como él. Quince, veinte... o incluso más. Puede que cincuenta. Tanith nunca había visto a tantos juntos y mucho menos vestidos con aquellas elegantes armaduras doradas... Aunque tampoco importaba demasiado. Sospechaba lo que aquella visita significaba y, a pesar de que no le gustaba, lo esperaba desde hacía muchas semanas.

—Tremaine, ha llegado el momento. Bicault te quiere a su lado.

—¿Qué pasa?

—Ya lo sabes.

Kaleb extendió la mano hacia ella, instándola así a que se acercase. Tras él, a la espera de que su líder sacase a Tremaine de allí, el resto de sus compañeros aguardaban junto a las puertas del resto de celdas. Una vez ellos estuviesen fuera, se encargarían de ir sacando uno a uno a todos los prisioneros para el traslado.

Obediente, Tanith salió de la celda. Las semanas de encierro la habían debilitado notablemente. La escasa comida que le habían ido ofreciendo había sido rechazada en la mayoría de casos, al igual que la mayoría de otros suministros tales como las medicinas con los que habían intentado mantenerla. Aquello había provocado decenas de enfrentamientos con Kaleb y el médico, los cuales perdían la paciencia con bastante facilidad, y varios días en blanco en los que, según había podido saber por el testimonio de Finn, la habían estado tratando e inyectando distintas sustancias por vena.

—Pensaba que opondrías un poco más de resistencia —comentó Kaleb tras llevarla hasta las escaleras, siempre a su lado.

A pesar de no llevar el arma en la mano, pues seguramente lo consideraría innecesario y violento, el alienígena llevaba enfundada en la cadera lo que parecía ser una pistola láser de gran calibre. Hasta entonces nunca la había llevado, o al menos no mientras la había ido a visitar a la celda, al igual que tampoco había vestido la armadura dorada ni el cabello suelto.

Aquel día iba a ser especial.

—¿Para qué? —respondió ella con sencillez, con la mirada fija en los escalones. En cualquier otra circunstancia los habría subido con facilidad, uno tras otro. En aquel entonces, sin embargo, incluso aquella sencilla subida se convertía en un obstáculo difícil de superar—. Ambos sabíamos cuál iba a ser el resultado.

—En eso estamos de acuerdo.

Kaleb le ofreció el brazo en señal de ayuda, pero ella no lo aceptó. Lejos de apoyarse en él, la mujer empezó a subir los peldaños uno a uno empleando las pocas fuerzas que le quedaban, negándose así a pedir ayuda al alienígena.

Antes prefería caer rodando y romperse todos los huesos.

Una vez ascendidas las escaleras, un largo trecho al final del cual el corazón de la exhausta mujer latía enloquecido, se detuvieron unos instantes para que recuperase el aire. Apoyó la espalda contra la pared y se apoyó en sus propias rodillas, sintiendo el rostro enrojecido palpitar a causa del esfuerzo.

—Los humanos sois demasiado tozudos. Tu estado de salud es crítico; como sigas esforzándote morirás antes de tiempo, Tremaine.

—Y eso molestaría bastante a tu Reina, imagino —respondió, jadeante.

—Lo suficiente como para provocarme algún que otro problema, sí. Aunque no como para preocuparme en exceso: ahora que Van Kessel está de camino tu presencia aquí es innecesaria. No obstante, por cortesía, Bicault quiere que estés presente cuando le dé la bienvenida.

—Qué considerada.

—Nunca se deben perder las buenas costumbres, Tremaine. Ahora, sigamos.

Rechazando por segunda vez su brazo metálico, Tanith se incorporó a la marcha. El camino a partir de entonces no era especialmente largo, o al menos eso quería pensar, pues desconocía a qué velocidad iban en la parte que había recorrido dentro del sarcófago de piedra.

Por el camino se cruzaron con otros tantos futuros Taranios. Todos vestían con las armaduras doradas, las de gala, aunque sus cometidos eran totalmente dispares. Mientras que algunos como Kaleb se encargaban del traslado de prisioneros, otros se dedicaban al control y carga de materiales en las plataformas levitantes, a mantener los túneles limpios, el trabajo de la piedra y, sobretodo, a vigilar. 

Parecía haber vigilantes por todas partes.

—¿Qué pretendéis hacerle a Aidur?

—De momento invitarle a que se una a nuestra pequeña celebración. Llevamos mucho tiempo esperándole... Y dado que es el plato fuerte de la fiesta, ¿qué menos que ponerle en el lugar que se merece?

Se cruzaron con un par más de vigilantes que, convertidos en estatuas de oro, se mantenían a lado y lado del túnel, sujetando altas alabardas doradas con la mano derecha.

Ninguno de los dos se inmutó ante su presencia.

—¿Vais a matarle?

—Ese término no es el adecuado: vamos a entregarlo. Taranis hace mucho tiempo que lo busca. En cuanto se lo ofrezcamos en sacrificio, abrirá las puertas.

—¿Y porque iba a quererle a él? Según lo que contó Bicault él no es el culpable: no tiene por qué responder por los "errores" de su madre.

—¿Culpable? —Kaleb soltó una risotada—. ¡Él es el elegido, Tremaine! El elegido para abrir el portal y llevarnos junto a nuestros dioses. Precisamente por ello, Van Kessel es importante para nosotros. Lo suficientemente importante como para...

Tanith puso los ojos en blanco. Sabía lo que estaba a punto de decir y, teniendo en cuenta el historial que les unía, era evidente que ni Bicault ni Kaleb se habían molestado en investigar demasiado sobre ellos.

—Oh, vamos. A Van Kessel le importa una mierda que yo esté aquí: si lo que queríais era darle una buena despedida haber secuestrado a Varnes, o a Anderson. Yo que sé; alguno de los suyos. Yo...

—En realidad era al hijo a quien queríamos. —Kaleb se adelantó unos pasos—. Se podría decir que tú eres el plan B.

Finalizaron el recorrido que daba a la galería central en silencio, el uno tras el otro. Atravesaron el umbral del túnel con rapidez para dejar paso a un par de transportistas que guiaban una de las plataformas levitantes y, juntos, se adentraron en la gran extensión de piedra. Ahora, conformando un gran círculo alrededor del portal, el cual parecía al fin acabado, habían decenas de jaulas doradas de forma circular al interior de las cuales estaban siendo trasladados los distintos prisioneros.

Al parecer, las jaulas tenían un sistema de cierre que impediría que Van Kessel pudiese escuchar o ver qué sucedía en su interior. El Parente simplemente atravesaría la explanada creyendo estar frente a decenas de huevos dorados y seguiría su travesía hasta la sala de la Reina, lugar en el que, acompañada de sus escoltas y Tanith, aguardaría Bicault.

—¿El dorado tiene algún significado? —preguntó Tremaine mientras se dirigían hacia el túnel de acceso.

Escuchó su nombre en boca de varios de los prisioneros, pero ella no se volvió. La desesperación y el terror que reflejaban sus voces era tal que ni tan siquiera se atrevía a mirarles a la cara.

—Somos la luz de un mundo sumido en la oscuridad: su futuro. Sus estrellas.

—Pero las veces que he visto a Bicualt ella iba de dorado. ¿Es alguna especie de sol guía?

—Ella es nuestro ave fénix, Tremaine. Gracias a su persistencia y a su determinación hemos logrado resucitar de entre las cenizas y convertirnos en lo que hoy somos. Nos ha mantenido con vida y ha luchado para lograr que llegase este día. Obviamente no lo ha hecho sola, desde luego; los Taranios nos ayudaron mucho en su momento. Nos enseñaron como completar el proceso diseñado por Bicault de reajuste físico y gracias a su tecnología pudimos ser rescatados.

—¿Rescatados?

—De haber permanecido atrapados en nuestros cuerpos físicos no habríamos logrado sobrevivir, Tremaine. Los humanos sois demasiado delicados. Nosotros, sin embargo, hemos mejorado y potenciado nuestra anatomía hasta el punto de ser prácticamente inmortales.

Se detuvieron por un instante para contemplar el hermoso y majestuoso portal que se alzaba en mitad de la caverna. Incluso en la distancia se podía percibir los millones de cristales que conformaban su esbelta y alta estructura.

Tanith se preguntó qué sucedería cuando Van Kessel fuese sacrificado. ¿Se abriría una puerta inter-dimensional en su interior? ¿O simplemente permanecería la puerta cerrada, tal y como había estado hasta entonces? Aunque Kaleb y Bicault estuviesen convencidos de que la muerte del Parente y parte de la población curiana serviría para lograr abrir el portal, ella tenía ciertas dudas al respecto. Después de todo, ¿cómo iban a saber los Taranios lo que estaba sucediendo? ¿Tenían acaso algún sistema de vigilancia cuya existencia ella desconocía? ¿O simplemente confiaban en los poderes mágicos que, al parecer, tenía el tal Taranis?

Fuese cual fuese la respuesta, Tanith únicamente tenía una cosa clara y era que todo iba a acabar en un auténtico baño de sangre.

—Aunque hayáis cambiado seguís siendo humanos, Kaleb.

—¿Estás convencida de lo que dices?

Tanith decidió seguir avanzando. Ciertamente, aunque en otros tiempos hubiese sido humano, ya no quedaba prácticamente nada del hombre que había sido. Ahora Kaleb O'Hara era un simple esqueleto metálico del que colgaban algunos órganos, una máscara de carne con la que cubrir el cráneo metálico y una mente perturbada que bien podría haber sido programada como la de un androide.

Quizás, en el fondo, tuviese razón. Aquellos seres ya no eran humanos.

Se adentraron en el corredor donde aguardaban las escaleras de acceso a la sala de la Reina. Allí, diseminados por los distintos corredores secundarios, decenas de futuros Taranios iban y venían entusiasmados, con la sonrisa dibujada en la cara. Para ellos, aquel era el día más importante de su nueva vida por lo que debían estar preparados tanto mental como físicamente.

—¿Es obligatorio soltarse el pelo?

—¿A qué vienen tantas preguntas? ¿Acaso te lo has replanteado?

Tanith se detuvo por un instante a los pies de la escalera. Hasta entonces no había vuelto a pensar en ello, pues la simple idea le había repelido, pero era innegable que, llegado a aquel punto, sentía cierta curiosidad.

—No puedo tomármelo en serio.

—Pues deberías; el tiempo juega en tu contra, Tremaine. Como ya te dije hace unas semanas, tanto para mí como para el doctor tú representas un sujeto francamente interesante. Tú y tu hijo. Se podría decir que, en cierto modo, sois únicos en vuestra especie... una mezcla. Y nos gustan las mezclas: son un reto digno de ser investigado.

—No pienso ser tu conejillo de indias, Kaleb.

 O'Hara se cruzó de brazos. El tiempo apremiaba, pues Bicault exigía la presencia de Tremaine de inmediato, pero bien merecía la pena retrasarse unos segundos para discutir aquella cuestión. Para un científico como él, dejar escapar a un ejemplar tan hermoso como el que tenía ante los ojos era una auténtica aberración.

—¿Acaso no es eso mejor que la muerte? Además, en cuanto cruzases el portal tu concepto cambiaría por completo, querida. El mundo que aguarda más allá del umbral es totalmente diferente a éste.

—Aidur también es una mezcla: tiene sangre de ambas razas. Si tan interesados estáis, ¿por qué no se lo ofrecéis a él? ¿Por qué demonios tenéis que matarle? Joder, si tan buenos son esos Taranios, ¿por qué tenéis que verter tanta sangre en su honor? Queréis ser de los suyos, y se supone que ellos también lo quieren. ¿Entonces, acaso no debería estar ese maldito portal siempre abierto? ¡Os están engañando!

A pesar de no variar un ápice la expresión, Tanith pudo percibir la desilusión en Kaleb. Ambos sabían la respuesta a todas aquellas preguntas. A lo largo de aquellas semanas habían hablado en varias ocasiones y siempre había salido a relucir el mismo tema. No obstante, no había sido suficiente para ella. Tanith quería escucharlo de su boca una última vez y, quizás así, poder aceptar lo que realmente estaba a punto de pasar. Kaleb, sin embargo, difería. Aquel tema había sido tratado ya en tantas ocasiones que no valía la pena perder el tiempo respondiendo. No cuando Bicault aguardaba. Así pues, dando por finiquitada la cuestión con su negativa, O'Hara la cogió del brazo y tiró de ella escaleras arriba. 

—Perdiste la oportunidad de salvarte, Tremaine —exclamó Kaleb ya en lo alto de las escaleras. El futuro Taranio tiró de Tanith hasta lo alto del recibidor y, empleando ambas manos para ello, la empujó contra la puerta—. Espero que al menos disfrutes del pequeño teatrillo que hemos organizado para tu Parente.

El viaje en tren no había resultado especialmente largo, pues la localidad a la que se dirigían no se encontraba demasiado lejos de los dominios de la Fortaleza, pero incluso así a Van Kessel le pareció el más largo de toda su vida. Aidur y los suyos permanecieron las cinco horas de viaje en silencio, repartidos por los distintos vagones, y así siguieron durante el resto de horas hasta que, al fin, recorridos los dos primeros niveles de la antigua y abandonada mina de Memsa, aquel sombrío lugar que había visitado en compañía de Kaine hacía ya siglos, Erinia pidió un descanso. El Parente ordenó a los suyos que se repartiesen a lo largo y ancho de los corredores contiguos y, logrando así un poco de intimidad, guio a la mujer hasta la entrada al tercer nivel: el reservado a los androides.

En el fondo de su alma, siempre sospechó que el gran secreto de Mercurio se encontraba más allá de aquellas puertas.

Ambos se detuvieron ante la gran mole de metal que era la puerta. En su superficie había una calavera pintada de rojo y unos cuantos símbolos de prohibición que en su momento habían servido para ahuyentar a los antiguos mineros.

—Hace unos meses estuve aquí con Kaine —explicó Aidur mientras inspeccionaba el sistema de cierre de la puerta—. Habían desaparecido unos muchachos y todo apuntaba a que algo se los había llevado hacia el interior de las minas. Cuando entramos encontramos señales, sangre, restos... —Negó suavemente con la cabeza—. Siempre supe que había algo ahí dentro.

—¿Y porque no se atrevió a cruzar las puertas entonces? Quizás un curiano cualquiera no pueda hacerlo, pero nada puede detener a un Parente, ¿no?

—Solo otro Parente —respondió automáticamente, recordando por un instante las lecciones de su maestro—. Pero sí, podría haberlo hecho, tienes razón. Imagino que en lo más profundo de mí ser algo me frenaba.

—No había llegado el momento.

Aidur apoyó la mano sobre la superficie metálica de la puerta y sonrió sin humor. En otros tiempos, el Parente había estado convencido de que aquellas puertas arderían como si fuesen las mismísimas puertas del infierno. Para su sorpresa, sin embargo, estaban frías como témpanos.

Qué equivocado había estado.

—¿Dónde se encuentran?

Erinia apoyó la mano también en la puerta, aunque no en su superficie. Ella fue directamente hacia la consola que controlaba la cerradura electromagnética de la puerta e introdujo una serie de claves gracias a las cuales pocos segundos después ésta se abriría suavemente ante sus ojos, como si llevase siglos aguardando aquel momento.

—En el corazón del planeta.

—Pero la temperatura del núcleo...

—Déjate de temperaturas, gravedades y demás tonterías, Aidur —le interrumpió Erinia con suavidad. La mujer apoyó ambas manos sobre la hoja derecha de la puerta y la empujó con la fuerza suficiente como para que ésta se abriera y dejase ver su sombrío interior—. Taranis ha bendecido Mercurio: esto que vas a pisar ahora es tierra sagrada.

—¿Y en tu tierra sagrada no existen las leyes de la naturaleza? —exclamó Aidur con tono burlón, sin poder evitar que una carcajada escapase de entre sus labios—. Por el amor de una madre, Erinia. Déjate de tonterías: ¡los dioses no existen!

—¿Estás seguro?

La mujer atravesó el umbral con una perturbadora sonrisa fantasmal cruzándole el rostro. Ciertamente, lo que decía no tenía sentido: mil eran los factores que evidenciaban que, más allá de esas puertas, morirían asfixiados, aplastados y, seguramente, abrasados. Era algo que todo Mercurio sabía: se ensañaba en los colegios, en las universidades; en las calles. La naturaleza se regía por unas leyes y nada ni nadie podía vencerlas...

Al menos nada ni nadie humano, claro.

Aidur ensanchó la sonrisa. Llegado a aquel punto ya no había vuelta atrás. El Parente cruzó el umbral de la puerta y, comprobando por sí mismo que la temperatura no variaba apenas de un lado a otro, siguió avanzando hasta encontrar a Erinia varios metros más adelante.

Antes ellos se abría un amplio túnel de baldosas de cerámica amarilla.

—Nos están esperando, Aidur. Al final del camino están mis hermanos.

—¿Saben que vamos?

—¿Qué si lo saben? —Erinia ensanchó la sonrisa—. Llevan siglos esperando. Vamos, no perdamos ni un instante más... Ha llegado el momento de que al fin sepas toda la verdad.

Continue Reading

You'll Also Like

102K 7.3K 29
un joven de 22 años, fanático de Ben 10 viaja a ese universo luego de morir en un trágico accidente, estará preparado para enfrentar los peligros de...
5.6K 846 24
Tal vez tú desearías estar en mi lugar: soy una chica que, ante una situación difícil, difícil de verdad, puedo teletransportarme. La primera vez fue...
2.7K 112 38
Una espada maldita: Oculus Endriagus. Un destino quebrantado. Inicia la saga con el príncipe Alasthor un mago nato negado a su don, espadachin y fut...
8.4K 323 25
Zodiaco de Yandere simulador dónde está nuestra Yandere fav ayano