Capítulo 11

3.3K 98 37
                                    

Capítulo 11

A pesar de todas las historias que había sobre ella, Kaal era una localización hermosa. Tras el cierre de la mina por el trágico derrumbamiento que tantas vidas se había llevado por delante, la población había sustituido su refinería y sus almacenes por hermosas galerías de arte en cuyo interior, diseminadas por los pasillos y las galerías, había todo tipo de estatuas de alto valor.

Kaal era la cuna del arte en Nifelheim. Los artistas allí residentes no poseían ni los recursos ni el material que bien podría encontrarse en otros extractos de la sociedad, pero no les faltaba lo realmente importante: el talento. Un talento gracias al cual habían logrado arrancar de su sólido interior de piedra grandes estatuas a través de las cuales los visitantes podían viajar a los oscuros tiempos en los que la sombra del Reino había quedado reducida a un simple recuerdo.

Daniela nunca había visitado Kaal en persona, pero sí que había oído hablar de su galería. En otros tiempos, siendo una estudiante más en Melville, antes de entrar en las filas de Tempestad, la asesora personal del Parente había estudiado a los autores más reconocidos de la zona y sus obras; sus biografías, sus fuentes de inspiración y, por supuesto, el mensaje que intentaban transmitir. A aquellas alturas ya apenas recordaba nada de aquella hermosa época juvenil, pues su vida había cambiado mucho desde entonces, pero tenía las suficientes imágenes grabadas en la memoria como para saber que aquel lugar, aquel hermoso lugar, no era merecedor de aquel triste destino.

Acompañada por Abdul Hadel y Terry Orensson, dos de los más veteranos bellator al servicio de Van Kessel, Daniela se adentró en la silenciosa y ahora abandonada localización. Al igual que había sucedido en Kandem, tras activarse todas las alarmas por amenaza de explosión y sufrir un cataclismo a nivel energético, Kaal se había sumido en la más absoluta de las oscuridades. Ahora, iluminada únicamente con el haz de sus propias linternas, la localización se mostraba como un laberinto de hermosas edificaciones cinceladas en la piedra en cuyo interior tan solo parecía aguardar el silencio.

—Qué desolador —exclamó Adbul Hadel tras iluminar una bonita edificación de cinco plantas en cuya fachada dorada habían pintado flores blancas—. No parece haber nadie.

—Te lo confirmo: no hay nadie —admitió Terry Orensson a su lado, con el detector de calor entre manos. A parte de los tres puntos rojos que conformaban sus propias personas, no parecía quedar nadie en todo Kaal.

Daniela no necesitaba ver la pantalla del detector de Orensson para suponer que estaban solos. El silencio y la sensación de abandono que les rodeaban era más que palpable. No obstante, incluso así, decidió echarle un vistazo, por si acaso. Aunque ella no creía en los milagros, era evidente que de vez en cuando la Suprema sonreía a sus súbditos.

Decidieron dividirse para examinar la zona. Kaal no presentaba ningún peligro a simple vista por lo que, sin perderle la pista a Nox, Orensson y Hadel decidieron alejarse para investigar los alrededores. El primero se dirigió hacia el ayuntamiento y el segundo hacia la galería instaurada en la antigua refinería. Daniela, por su parte, decidió entrar en una de las tabernas. Abrió la puerta de madera con un suave empujón y, una vez dentro, barrió la sala entera con la linterna.

Vacío.

Encontró los vasos a medio beber sobre la barra, los platos servidos en las mesas y los cubiertos en la mesa. Encontró también chaquetas en los colgadores, juguetes de niños en el suelo y la caja registradora cerrada, con un cambio encima de uno de los platitos de cobro. Botellas abiertas, carne a medio preparar sobre el mostrador de la cocina, la basura a medio llenar y el grifo de uno de los baños de caballero abierto con su respectivo charco.

ParenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora