El beso de un Ángel

De lenablan

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Un encuentro inesperado marcara sus almas... Labios cálidos, imperiosos, soplando vida. Se deberán t... Mai multe

Sinopsis
Nota para el lector
Prólogo
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De lenablan

Gruñí perceptivamente y ella se alteró. Apreté mis ojos y llevé mi puño a mi frente.

¡Malditos demonios, mil veces malditos!

La silla chirreó y mis ojos se abrieron. Ella se había levantado, miraba hacia el suelo, una actitud de total sumisión, como aquella niña retraída a la que le hubieran dado una reprimenda.

—No pasa nada... —dudé, no sabía cómo empezar todo esto—, ¿Estás asustada? —me sentía estúpido todo esto era estúpido...

—Sí.

¡Qué mierda!

Mis ojos se abrieron con total y absoluto asombro. Su voz fue un murmullo sutil, débil. Me froté la cara con mis manos, la miré de nuevo, ella seguía en la misma actitud y yo estaba confundido, sus ojos eran puros, ella no estaba bajo el dominio de los poderes.

Tomé una fuerte respiración y mis ojos se estrecharon. Llevé mis manos y tomé mi cabeza, nunca aparte mis ojos de su rostro y ella se notaba nerviosa, sus ojos nunca hicieron contacto con los míos.

Dije lo primero que se me ocurrió, porque al estar a merced de este cuerpo me volvía obtuso.

— ¿Sabes quién eres? —está vez levantó su rostro, estaba sonrosada, y sonrió, lo hizo como jamás la vi hacerlo. Era fascinante.

—Sí, y...—hizo una pausa, su voz era débil, áspera, bajo la cabeza y susurro un débil:

— ¿Tú quién eres? —mis rodillas flaquearon.

Paseé mis manos por mis cabellos y me acerqué, ella al ver mi reacción apresurada se apartó y reposó su cuerpo en una de las paredes, poco le falto para ser una sola pieza con el papel tapiz.

— ¿No me recuerdas? —pregunté sin más.

Sus ojos se estrecharon, movió ligeramente su cabeza y su boca se arrugó, me miró de nuevo, sus ojos escaneándome. Negó con su cabeza.

No podía ser... Ella no me recordaba.

Solté un improperio que alteró sus nervios, pero me importó poco.

— ¡¿QUÉ DIABLOS PASA AQUÍ?! —grité.

Había perdido el juicio. La puerta se abrió y Helena entró.

Mis ojos se encontraron con los suyos, la ira lo cubrió todo. En unos cuantos pasos estaba frente a ella y con rabia reclamé:

— ¿Sabías de esto? Sabías que ella iba a quedar...—miré hacia donde estaba Isabel y al verla agazapada en aquella pared mi enojo aumentó—... ¡¿ASÍ?! —vociferé iracundo.

La consorte me miró sin inmutarse. Mi ira no le afectaba. Se alejó unos cuantos pasos recobrando su espacio personal.

—Funciona de diferente manera, cada cuerpo y mente es distinto —anunció en voz baja.

Reí sin ton ni son.

—Ella se convirtió en una niñita—escupí entre dientes— ella es ahora alguien más indefenso —reclamé.

Helena suspiró.

—Hay más beneficios, te lo aseguro...

—A la mierda, Helena, ¡A LA MIERDA! —ante mi ataque verbal Isabel sollozó más fuerte. Suspiré, necesitaba salir de aquí.

—Efrom, las cosas pueden ser mejor de lo que piensas, ahora estás alterado...

Sus palabras apacibles no me calmaban, interrumpí su cháchara tomándola de su brazo, la arrastré conmigo y al llegar al pasillo sus ojos grises me taladraron.

—No te equivoques conmigo, suéltame —demandó.

Reí y apreté más su antebrazo.

—Me mentiste —susurré.

—Suéltame, Efrom, o juro por los cielos y la tierra que romperé tu mano —su fue tono áspero y nuestros ojos conectaron, sabía que ella iba atacarme si no cumplía con su demanda, así que lo hice—. No vuelvas a ponerme un dedo encima o lo lamentaras.

Cerré mis ojos y tomé distancia, estaba perdiendo el control.

Tomé una fuerte respiración y miré hacia ella. Sus mejillas estaban ardiendo y sus ojos se veían traslucidos, desvié mi mirada a su brazo, en su bíceps se estaba formando un cardenal. La vergüenza me cubrió.

—Helena, yo...

— ¿Perdiste el control?—preguntó burlesco, mas su tono fue acerado.

Jalé mis cabellos.

—Lo lamento, yo...

—Ya, deja eso para después —me miró con dureza—, quiero que entiendas que ella es diferente —se defendió—, que yo no sabía con exactitud lo que la pócima iba hacer en ella...

— ¡Habló! —exclamé.

— ¿Qué? —preguntó con asombro, el shock golpeando sus facciones.

Me reí.

—No debí haber aceptado, esto puede empeorar el estado de Isabel —recriminé.

—Yo...

—Es evidente de que no tenías ni puta idea de lo que podía ocurrir —dije con sorna.

—No —dijo apenada—, esto lo cambia todo —su tono y actitud preocupante alteraron mis sentidos.

Arrugando mi frente, pregunté:

— ¿Por qué lo dices? —su mentón se elevó.

—Porque puede que lo la conecta con el poder sea más grande de lo que nosotros habíamos imaginado.

Su perfume trajo recuerdos, recuerdos vagos, pero conocía ese olor, no podía recordar con exactitud de dónde, o quién pertenecía; pero algo en mi interior se familiarizaba con él.

Era como si mi mente estuviera cansada de recordar cosas o querer buscarle sentido a todo, me conformé con la sensación de bienestar que golpeaba mis sentidos, no sentía temor, me sentía segura y eso fue motivo suficiente para no querer alejarme.

No podía ni siquiera explicar cómo me sentía, recuerdos llegaban con lentitud. Nombres. Lugares. Situaciones.

Isabel. Esa era mi nombre.

Pero lo demás se hacía lejano. No conocía más. Me sentía como un pez fuera del agua, como si faltara lo más esencial en mí.

Era un rompecabezas con piezas faltantes, pero no había en mí la motivación por querer encontrar esas piezas, me conformaba con la pasividad que parecía gobernarme, ella era la dueña absoluta de mi ser, y no solo era pasividad, era más, algo más... abrumador.

Era como si mi mente se viera rodeada por fuertes murallas, como una protección, pero si me acercaba a ellas podía escuchar una fuerte voz, una proveniente de muy atrás, era como si alguien esperara por mí, o quisiera encontrarme, no quería acercarme mucho a las fuertes paredes, porque fuera lo que fuera que me estuviera llamando, yo no quería que me encontrara.

Él se acercó y su olor inundó mi nariz, y me dieron ganas de reír, mas me mantuve quieta, sus hombros tocaron los míos, su rocé fue amable y me sentí a gusto, lo miré y sin control mis labios se explayaron en una sonrisa. No sabía porque le sonreía, solo me plació hacerlo. Él sonrió de vuelta y mi pecho comenzó agitarse, era una sensación extraña, pero me gustaba, me gustaba mucho.

Me pareció tonto seguir mirándole y me concentré en las aves y el sonido que ellas hacían, un sonido bonito, me gustaban los sonidos de todo cuanto me rodeaba.

—Su canto es un agradecimiento —él me habló y le miré con atención, luego hizo un sonido extraño y pronunció—, la creación alaba al Creador, por eso ellos cantan.

Su voz, el sonido de su voz era mi nuevo sonido favorito, no dejaba de mirarle y él me sonrió, le sonreí de vuelta, era imposible no hacerlo, su sonrisa era muy bonita. Él me agradaba, pero deseaba volver a escuchar su voz; quería que me contará una historia, esa de las aves, deseaba conocer quién era el Creador y porque él pensaba que las aves cantaban en agradecimiento; pero él no volvió hablar, solo se limitó a observarme y algo en su rostro cambió, percibí algo que no me gustaba y al ver como cerraba sus ojos me alejé.

El sonido que hizo la silla al levantarme produjo que sus ojos se abrieran y un sonido feo salió de su boca. Mi temor aumentó, así que retrocedí hasta que mi espalda topó con la pared.

—No pasa nada... —habló de nuevo, su voz tenía algo, algo que me hacía querer seguir escuchándole, pero sus ojos habían cambiado— ¿Estás asustada? —preguntó. Dudé, pero decidí ser sincera.

—Sí —mi voz fue baja, casi imperceptible y me sentí rara, una sensación extraña se adueño de mí, era como si jamás hubiese usado mi voz. Un silencio cubrió la habitación y levanté un poco mi mirada.

Él estaba con la boca abierta y sus ojos se veían asustados, como si hubiera visto a un fantasma.

No me gustaban los fantasmas. No quería tenerlos cerca de mí, y me quedé muy quieta, inmóvil, tal vez si no me movía ellos se irían y él volvería a ser el hombre amable que me habló del cantar de las aves.

— ¿Sabes quién eres? —volvió hablar y mi corazón saltó con alegría. Era un tambor que no sabía cómo parar, sentí calor en mi rostro, temía que el descubriera el bum-bum de mi corazón, así que respondí a su pregunta:

—Sí, y... —me callé de golpe, luego decidí preguntar— ¿Tú quién eres? —quería saber quién era él.

Pero de manera inesperada él corrió hacia mí, era como si quisiera abrazarme y me dio miedo, me apretujé lo más que pude a la pared detrás de mí. Él detuvo su marcha.

— ¿No me recuerdas? —preguntó con tristeza. ¿Debía de recordarle?

Su pregunta me confundió.

Negué con mi cabeza, y si antes había sentido miedo, su fuerte voz terminó por aterrarme, el comenzó a gritar. Mis ojos se cerraron y llevé mis manos a mis oídos.

Haz que pare. Solo haz que pare. Haz que pare.

No sabía a quién le estaba pidiendo, incluso la voz en mi mente imploraba. No supe lo que ocurrió, pero un fuerte portazo y el silencio en la habitación fue motivo suficiente para abrir mis ojos.

No deseaba volver a verlo. Necesitaba alejarme de él. Él no era bueno.

—Esto no es buena idea—le miré con ira y sus ojos se estrecharon. No deseaba hablar con ella.

Aseguré el pequeño cinturón que guardaba varias dagas a mi torso y me coloqué la casaca.
No estaba solo. Caliel y Zera, y la pequeña bruja, me acompañaban.

Los murmullos iban y venían, mas no prestaba atención a ellos hasta que la voz de Zera se elevó captando mi atención.

—Hay rumores —anunció el pelirrojo—; Gabriel ha impedido tu regreso, también el de la consorte, y mientras la chica esté aquí, Galiel no podrá protegerla —rió por lo bajo, denotando que antes tampoco lo había hecho—, también Jaén está fuera de este perímetro.

Tomé una fuerte respiración.

—A Aragón también se le ha prohibido intervenir —pronunció Caliel...

—Y Dalaía ya emitió una misiva. A todos los desertores y nephilims se les ha dado la orden de no intervenir, sin excepción —le interrumpió Clarión entrando al despacho. Cuadré mis hombros y me crucé de brazos—. Al salir de estas puertas no se te dará el cambio —continuó él mirando directamente hacia mí—, no sufrirás el castigo de la desobediencia, no serás un desertor, pero tampoco cuentas con la esencia etérea. Estás en desventaja. La mensajera afirmó que mientras se decida tu futuro, te será quitado tu tesoro más preciado —sentenció.

Mis facciones se endurecieron. Temía por este momento, y había llegado, ciertamente estaba en desventaja, pero no era momento para acobardarme, no era un simple mortal, era algo más, usaría eso a mi favor. Mi mirada se cruzó con cada uno de los presentes y anuncié con voz pausada:

—Le hice un juramento, uno que probablemente ella no recuerde —miré hacia Helena que pareció visiblemente afectada—. No fallaré a eso —determiné.

Incliné mi cabeza y comencé alejarme.

—Nadie ha dicho que se acatará las órdenes de Dalaía —me quedé estático ante la afirmación de Clarión —, te di mi palabra, es irrevocable. Contarás con la ayuda del clan.

—Adonde tú vayas yo iré —Caliel afirmó solemne.

Me giré ante aquella aseveración, y su asentimiento de cabeza me indicó que nada le haría cambiar de parecer.

—Heme aquí —se burló Zera haciéndome sonreír.

Helena bufó y con desgano pronunció:

—Me siento atada a ti, además tampoco puedo regresar —concluyó con aburrimiento.

Mi cejo se frunció y le gruñí, en estos momentos la consorte debería de estar a años luz de distancia. Ella sonrió y se cruzó de brazos. Suspiré .

Los observé con detenimiento, no deseaba ponerlos a ellos en riesgo. Era evidente de que en mi posición actual me encontraba ansioso por aceptar su ofrecimiento; pero no era lo correcto.

—El que ella esté aquí, es más que suficiente —anuncié.

—Ya —pronunció Zera—, la última vez que te enfrentaste a una legión no saliste bien librado, no confió en tus capacidades, hombre, ¿olvidas que la última vez quedaste como un tablero de ajedrez? —se mofó.

Clarión rió por lo bajo y mis ojos se convirtieron en rendijas.

—Camina o van a patear tu trasero —anunció Helena mientras empujaba a un Zera muy sonriente y sobrado de sí mismo.

Caliel palmeó mi hombro y anunció que esperarían por mí. La habitación quedó vacía, a excepción de nosotros dos.

—Ella estará bien —él fue el primero en romper el silencio.

Asentí y me giré para marcharme.

—Es muy difícil aceptar el sentimiento, es una decisión en extremo difícil, pero vale la pena correr el riesgo —dijo en tono quedo.

Me tensé.

—No soy digno —dije entre dientes.

—Nadie lo es.

—No me importa amar, no quiero hacerlo, solo quiero que ella viva —afirmé.

— ¿Y así lavar tus culpas? —recriminó.

— ¡Sí! —exclamé al enfrentarlo— Solo deseo eso —sus ojos me escrutaron. Sus labios se abrieron—. No digas más —me apresuré—, no perturbes mi alma, no más de lo que ya está —imploré con pesar ante aquel que una vez fui mi líder.

Clarión, asintió.

—Ella estará a salvo.

—Es todo cuanto deseo escuchar.

—No, no lo es, hay un par de cosas que debemos discutir —él zanjó y yo gruñí, mi tiempo era valioso, pero no deseaba tenerlo en contra. La protección del clan era imprescindible para Isabel.

—Continúa —expresé con desgano.

—Helena me informó acerca de la pócima —me paseé las manos sobre mi cabeza—, el agua del río eterno funciona de diferente manera, pero en su estado más puro, sana, da vida. Actúa como bálsamo refrescante.

Mis ojos se estrecharon.

—Sana —susurré mirándole, él asintió.

—Es muy poderosa —afirmó —, pero debido a la condición de Isabel, es limitada.

Me paseé por la habitación y comencé a tronar mis dedos, mi cabeza comenzaba a trabajar rápido.

—Sin embargo­ —recordé deteniendo mi ansiosa marcha—, Helena se alarmó cuando le anuncié que ella habló, su asombro fue tal que juraría que ella no tenía idea de lo que estaba haciendo.

Clarión puso sus brazos en jarras.

—Ella no tenía la más mínima idea de lo que estaba haciendo —evidenció. Mis ojos se estrecharon. Iba a matarla—, pero su decisión fue sabia —pronunció él, tratando de apaciguar mi temperamento.

Me reí sin ganas.

—Me engañó, pensaba que ella sabía lo que hacía, acepté porque se veía tan segura de sí misma... —Clarión carraspeó e interrumpiéndome dijo:

—Estamos hablando de Helena, mas ella hizo bien, te dará tiempo, le dará paz a la muchacha, pero no le sanará, tienes que estar claro en esto, cada quién debe de vivir conforme a lo que se ha predestinado, a menos que su voluntad sea tan grande como para romper con lo que le ata a aquello que la ha reclamado. La voluntad mueve montañas.

Asentí.

—Efrom, una cosa más —respiré hondo—, Helena no se equivocó al decirte que hay algo más poderoso detrás de Isabel, seguro estoy de que es algo con lo cual no nos hemos enfrentado hasta ahora —tomó asiento, el pesar y la preocupación asentándose en su rostro—. Algo, que según lo que Dalaía dejo entrever, pueda proceder en parte de un linaje angelical.

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