Guardián •TERMINADA•

Thyfhanhy tarafından

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Enamorarse siempre es hermoso. Excepto cuando eres un guardián de luz y nadie puede verte, ni siquiera ella. ... Daha Fazla

Epígrafe
C E R O
U N O
D O S
T R E S
C U A T R O
C I N C O
S E I S
S I E T E
O C H O
N U E V E
D I E Z
E P Í L O G O
❄Nota de Thyfh❄

O N C E

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Thyfhanhy tarafından

El dolor punzante en la parte baja de mi abdomen me alerta; busco con manos temblorosas el botón para llamar a la enfermera pues estoy sola y me siento débil. Cuarenta y tres segundos después llega una enfermera mayor que con solo verme oprime otro botón llamando así al doctor que llega casi corriendo.

—Revísale la presión arterial —ordena.

Siento cómo gotas de sudor frío bajan por mi frente y se pierden en mi nuca; agarro la varilla de la cama para centrar en algo más todo. El doctor levanta mi bata y da unos toscos masajes en la parte baja de mi abdomen haciéndome jadear por el dolor, quisiera gritarle que tenga cuidado, pero no hallo mi voz en la garganta.

Oigo el rechinar de unas llantas en el suelo de cerámica acercándose: es un equipo que trae otra enfermera. Al llegar, me colocan un cinturón en el abdomen con un monitor cuadrado en él; en el aparato salen unas palpitaciones pero no estoy segura de si son mías o de mi bebé. Trato de hacer algún sonido, mas todo lo que obtengo es un gruñido casi ajeno a mí.

El frío de un gel que me aplican en el abdomen me provoca un escalofrío, lo esparcen con un tubo gris conectado a otra pantalla; la imagen a blanco y negro comienza a verse y trato con todas mis fuerzas de levantar la cabeza para ver a mi bebé.

Es impresionante lo que veo; es un bebecito completo, veo la forma enorme de su cabeza enrollada en su cuerpo, parece un frijolito. Una lágrima se resbala de mi mejilla mitad de amor por ese bebé, mitad dolor por todo lo que está pasando. Es entonces cuando la voz del doctor suena grave y retumba en mis oídos.

—No hay latido cardíaco.

Puedo sentir como mi alma se parte en dos y empiezo a ponerme histérica. No puede ser.

—¿Qué...? —chillo. El doctor sigue deslizando el transductor con gesto duro.

—No hay latido cardíaco —repite.

—No... No es posible, ¡No! —balbuceo— Está bien, no es posible que lo pierda... No... doctor, por favor...

—Lo lamento, Catalina —dice y retira el aparato. Intento sentarme pero no lo consigo.

—No, doctor...

—Sé que es duro, Catalina. Pero las posibilidades que tenía de vida eran mínimas. Esto no influirá en futuros embarazos que tengas, son cosas que pasan al azar y...

Mi mente se desconecta para asimilar lo que significa. Mi bebé. Mi pedacito de Evan acaba de irse y ni siquiera supe de su existencia hasta hace poco. El corazón se me rompe de la peor manera que puede hacerlo, es como ácido que me carcome el alma desde adentro. La culpa me azota y sé que me azotará toda la vida. Si tan solo me hubiera cuidado, si tan solo hubiera sabido de su vida antes... Si tan solo Evan no se hubiera ido.

El dolor es penetrante, fuerte e indeleble. Peor que cualquier dolor físico que haya sentido antes, incluso que el que siento justo ahora. Los oídos no captan más que un simple zumbido y mis ojos ven un distorsionado techo; mis manos se agarran con fuerza de la sábana y un grito desgarrador me raspa la garganta al salir; las lágrimas salen como si de una llave se tratara. Todo se va. Este bebé era mi salida de la oscuridad pero su ausencia solo me hunde más en ella. Lo tuve por tan poco y lo perdí para siempre.

Es asquerosa la manera que tiene la vida de darte una alegría inmensa para luego arrebatarla en un suspiro.

—Denle calmantes —escucho que dice el doctor.

La enfermera mayor se acerca y me levanta el espaldar de la camilla, mis gritos no han mermado del todo, aunque ahora son más que todo sollozos. Ella me mira con tristeza en sus ojos pero incapaz de decir algo, no imagino las veces que ha visto a mujeres en mi situación. Da unos golpes a la bolsa de suero que cuelga el la pared a mis espaldas e inyecta algo en ella; el efecto es instantáneo y empiezo a ver todo dar vueltas hasta que quedo inconsciente.

†††

Abro los ojos de a poco sintiendo el ardor de estos, los tengo hinchados y casi pegados los párpados. La garganta está completamente reseca y mi desorientación es evidente. Trago saliva con mucha dificultad y recuerdo el motivo por el que estoy acá: acabo de perder a mi bebé.

Toco mi abdomen y noto que me cambiaron la bata, casi puedo percibir movimiento dentro pero saber que es imposible lo hace más duro. Miro a mi derecha y veo a Cristhoper dormido en la incómoda silla; ya debe saberlo también. Mirando el reloj de la pared, noto que son más de las once de la mañana. Ni siquiera sé cuánto llevo durmiendo. Una enfermera entra con un carrito de implementos. Al verme despierta, me sonríe cálidamente y se dirige a mí.

—Buenos días, señora Catalina.

—Hola —susurro desviando la mirada.

—Le informaré al doctor que ya despertó para que le programen el legrado.

Otra punzada al corazón. Asiento con los ojos inundados de lágrimas y la señora sale cerrando a sus espaldas, no sin antes revisar mi tensión y nivel de suero.
Pasado un rato, el doctor que me ha estado atendiendo, entra con su rostro serio.

—Señora Brooke. En media hora iniciamos su legrado. Es un procedimiento algo incómodo pero no tiene riesgo, luego de...

—Quiero verlo —interrumpo—. Quiero ver a mi bebé una vez más.

—No es una buena idea, Catalina —objeta—. Trate de no hacerlo más duro. Sé lo difícil que puede ser una pérdida, pero luego de recuperarse podrá concebir sin problemas. Es usted aún joven y no hay impedimentos mayores.

—Mi esposo falleció hace un par de meses —musito—. Este bebé era todo lo que me quedaba de él. Quiero verlo. No autorizaré que me toquen hasta que me dejen verlo.

—Veré que puedo hacer —dice con cansancio.

Sé que no hay nada que se pueda hacer pero es una necesidad verlo para saber que fue real así sea por un momento más, para no creer que todo es producto de mi imaginación. Cristhoper despierta y al verme levanto mi mano para que no hable. No quiero hablar. No quiero nada. Se sienta en silencio a mi lado inmerso en sus pensamientos hasta que entra el doctor de nuevo con una enfermera y un ecógrafo portátil siendo arrastrado.

—¿Está segura, señora Brooke? —pregunta el doctor. Asiento y levanto mi bata dejando todo mi abdomen descubierto.

Percibo el frío de nuevo por el gel y observo cómo empieza a aparecer la imagen en la pequeña pantalla junto a mí. Otra vez la visión de esa criatura diminuta, su gran cabeza y sus delgadas extremidades; entonces para sorpresa de todos, da un giro quedando de cabeza.

—¿Qué fue eso? —exclamo anonadada. El doctor frunce el entrecejo y guarda silencio deslizando el transductor para obtener mejor vista.

—Es imposible... —susurra.

—¿Qué? —pregunto con el corazón latiendo a mil por hora.

—Está vivo —afirma. Mi sonrisa se amplía dolorosamente y las lágrimas vuelven a salir.

—Dígame que es cierto, doctor... ¿Está vivo...?

—Juro que su corazón no latía. Yo mismo lo vi. —La estupefacción y la incredulidad se pintan en el rostro del doctor.

Entonces oprime un botón en el ecógrafo y escucho su latido. El sonido de un tambor latiendo a más de ciento cincuenta latidos por minuto haciendo eco en la habitación y llenándome el alma de alegría. Una alegría jamás sentida antes. Tapo mi boca con ambas manos de la impresión y cierro los ojos para concentrar toda mi atención a ese ritmo y guardarlo por siempre en mi memoria.

—Vive —repite el doctor—. No es...

—Sí es posible —interrumpo—. Es un milagro. Es mi esposo que nos cuida desde el cielo.

El doctor toma medidas del bebé que no deja de moverse como si quisiera demostrarme que está allí y que no se va a ir; que estaremos juntos por siempre. Ninguno de los presentes podemos ocultar la sonrisa y entonces mi felicidad aumenta con las siguientes palabras:

—Es un varón —dice.

Una exclamación alta se escucha de parte de Christopher que bota lágrimas y con sus manos entrelazadas entre ellas, observa todo a unos pasos de la camilla.

—¿Está seguro?

—Bastante —repone y se ríe enseñándome en la pantalla su entrepierna. Me río liberando las emociones que acaecen en mi interior.

No puede ser mejor. Sé que Evan estuvo conmigo y que me ayudó a que nuestro hijo saliera de esta.

—¿Algún nombre?

Lo medito unos segundos. A Evan le disgustaba que la gente le pusiera a los niños los nombres de sus padres así que «Evan» no es una opción. El nombre es algo que cuenta con nueve meses para su planeación pero como por magia divina el nombre perfecto aparece en mi mente y mi corazón me dice que ese es el que mi hijo debe llevar.

Lo digo en voz alta y el doctor congela una imagen en la que se alcanza a ver completo su cuerpo enrollado y su corazón latiendo. Escribe el nombre y ordena a la enfermera que imprima esa foto para el recuerdo.
El doctor sale y la deja a ella encargada de recoger todo; Christopher se acerca a mí y lee en la pantalla el nombre que le di. Toma mi mano y un sollozo de alegría se le escapa.

—Gregor. —lee en voz alta—. Me encanta. Es perfecto.

†††

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