Proyecto Pandora: Bienvenido...

Galing kay Srta_Allen

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"[...] Aceleró el paso, llegando así a aquel basto lugar. Miró a su alrededor logrando observar varios cadáve... Higit pa

Proyecto Pandora: Bienvenido al Pandemonio.
Introducción.
Capítulo 1.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Capítulo 18.
Capítulo 19.

Capítulo 2.

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Galing kay Srta_Allen

—¿Enaira? —preguntaba una y otra vez sin tiempo a un descanso. Haciendo que mi nombre sonara extraño incluso si yo lo pronunciaba.

Desde que lo había visto en la que desde entonces se convirtió en mi, hay que decirlo, grandiosa habitación sólo habían transcurrido un par de días y ya me trataba como una amiga de toda la vida. Tras la conversación que tuvimos el mismo día que pisé éste lugar, parecía que se había dispuesto a contarme lo que ocurría no obstante no había hecho poco más que comer dulces, reír y hablar de asuntos por los cuales yo no tenía ni voz ni voto. Es más, asuntos que no me concernían pero allí me encontraba. Siendo la invitada de a saber qué clase de personaje.

—¿No quieres tarta? ¡Está deliciosa! —preguntó y exclamó a la par con un pequeño brillo en los ojos. Parecía que le agradaban las cosas dulces, pero eso ya me había quedado mu claro días atrás.

Negué con la cabeza sucesivamente y un sutil tedio marcaba el compás de mis movimientos. A pesar de ello, siguió insistiendo con una sonrisa felina. Realmente me quería hacer enfadar y lo estaba consiguiendo aunque no acababa de entender porqué. Llevaba los mismos ropajes que los días anteriores. Lo que me hizo pensar que se trataría de alguna especie de uniforme. Él era la primera persona con la que había hablado a parte de su joven mayordomo, aunque él lo consideraba un compañero. Dicho joven aparentaba la mayoría de edad: su cabello era corto y revuelto; de un hermoso color azabache. Sus ojos, al igual que aquel sujeto goloso, evocaban las esmeraldas. A pesar de su estatus siempre mostraba una mirada poderosa e inquisidora.

—Aún no me has dicho tu nombre —comenté mirando glotón que tenía delante. ¿Dónde metía tanta comida?

—¿A no? —preguntó extrañamente sorprendido—. Bien, mi nombre es Khalius. Khalius Von Bernaskell —tras su breve presentación se levantó con soltura dirigiéndose hacía donde me encontraba sentada, a pocos metros de él. Acto seguido sujetó mi mano y la agració con un beso sobre los nudillos—. Encantado.

No entendí su acto y despreocupadamente retiré la mano para después limpiarla con una servilleta. Khalius dejó escapar una carcajada jovial mientras volvía a su asiento.

—En fin, querida. Ese es mi nombre; Khalius. Establezco el... —contó un par de veces hasta continuar con su explicación—quinto Lord de «Las Siete Llaves» —sus palabras no las llegué a comprender pero seguí escuchando—. Y este —dijo dirigiéndose a su mayordomo—, es Macius, o como a mí me gusta llamarle; Mark. Mi mejor amigo desde la infancia, fiel compañero y apreciado mayordomo. Mark, como le llamaba Khalius, levantó la cabeza y tras formular su nombre me dirigió una mirada impasible, seguida de una reverencia. Aquella mirada infundió en mi, sólo por un instante, el temor.

Un incómodo silencio abarcó la habitación. Sólo se escuchaba el "tin-tin" que producía el juego de té que Macius estaba manipulando, y el "tic-tac" de las agujas y el péndulo del reloj. Éste era elegante y de gran tamaño. Su madera, segurmante, era de ébano como todo buen reloj de péndulo que se apreciase, consistente y de un color bruno. Estaba empotrado contra la pared.

—¿Y bien? —no entendí la pregunta.

—¿Eh? —respondí con otra pregunta sin significado.

—¿No me vas a decir tu nombre? —preguntó con sorna. Fruncí el ceño y arqueé una de las cejas.

—¿Por qué lo preguntas? —me indigné— Antes me has llamado por mi nombre.

Khalius comenzó a reír con falsa modestia y tranquilidad mientras Macius nos servía el té. El mío era rojo con aroma a rosas, mientras que el de Khalius era verde. A él le acompañaban algunos dulces redondos y de color blanco. Éste asintió varias veces sopesando la información.

Touché. No obstante no es algo de lo que esté seguro. Ese es el nombre que ponen en los Escritos.

Aquel silencio inicial volvió a envolver la habitación con pasividad, dejando únicamente que el péndulo y las agujas hicieran su solo durante varios y largos minutos.

Un grácil viento empezó a originarse haciendo que mi pelo se escapase de sus agarres tras la oreja.

El silencio era neutro. Quería hablar, protestar y discutir aquel comentario, pero no podía. Las palabras no me salían. ¿Qué quería decir con los Escritos? ¿Por qué estaba allí? ¿Quién era él para mí? ¿Le conocía? ¿Me conocía? ¿Tenía familia? Tantas preguntas rondaron mi mente, una tras otra, en fila: no paraban. De entre todas aquellas cuestiones me sacó la voz de Macius:

—¿Desearía mas té la señorita?

Inconscientemente me lo había acabado. Asentí mirando como Khalius pinchaba sus pequeños dulces con el tenedor y posteriormente se lo llevaba a la boca. Ladeé la cabeza, posé el codo derecho sobre la mesa y seguidamente apoyé la mejilla en la palma de la mano.

—Leblanc —contesté al poco tiempo—. Enaira Leblanc, es lo que recuerdo. Supongo que será mi apellido. Tamb...

Iba a comentarle que también recordaba con nitidez el nombre y el apellido: Némesis Scarlet pero para cuando quise hacerlo, Khalius había salido con viento fresco dejándonos a Macius y a mí con la mirada clavada en la puerta blanca ahora cerrada.

El rostro de Mark delataba su sorpresa y si a él le había sorprendido la reacción de su señor, yo no debía ser menos.

Ahora el silencio era pesado. Por cada tic del péndulo mi mundo iba tres veces más lento y por cada tac era tres veces más chocante.

Desvié la mirada, perdida, al péndulo y cuadré los hombros. Cogí la taza de té y la elevé a la altura de mis labios. Antes de beber, dibujé una sonrisa cómplice de lo que pensaba en aquellos momentos.

Mark permaneció a mi lado, cual estatua, durante mi tiempo allí; sentada sin hacer nada más que mirar hipnotizada el péndulo.

Era el único que escuchaba y sopesaba todo en silencio. Con tranquilidad. Era el único que escucha y no decía nada. Era un buen confidente.

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