Parente

By EstherVzquez

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Mercurio renace tras el Gran Colapso que lo llevó a la destrucción hace más de cien años lleno de incognitas... More

Parente
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo

Capítulo 23

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By EstherVzquez

Capítulo 23

—¿Realmente cree que van a hacerlo?

—Estoy convencido de ello.

Sentados el uno junto al otro frente a la terminal del Parente, Daniela y Aidur repasaban por quinta y última vez la notificación que en forma de mensaje urgente estaban a punto de enviar. En él Van Kessel pedía el apoyo de los suyos. Un apoyo que él no dudaba en recibir, pues a pesar de todo seguía confiando ciegamente en Tempestad, pero del que Daniela tenía ciertas dudas al respecto. A su modo de ver, estaban solos en aquella guerra.

—Si al menos diese algo de detalle quizás nos hicieran caso.

—No necesito dar explicaciones, Daniela. Si un miembro de Tempestad pide ayuda el resto acude sin preguntas, simple y llanamente.

—¿Y qué pasa si no lo hacen?

—Eso no va a suceder, Daniela. Lo harán: aunque sea por todo lo que he hecho a lo largo de todos estos años lo harán. Pero en el caso de que no lo hagan... —Aidur deslizó los dedos sobre el teclado, pensativo—. Significará que no son mis aliados.

—Y todo aquel que no es su aliado se convierte en su enemigo.

—Veo que aprendes rápido —Aidur ensanchó la sonrisa—. No me querrán como enemigo, tranquila. Aunque solo sea por eso, responderán a mi llamada.

Permanecieron unos minutos más contemplando el breve pero conciso escrito que Aidur había preparado para la ocasión. Una vez presionase sobre el icono de envío ya no habría marcha atrás: Tempestad tendría que posicionarse. Y aquello era peligroso, desde luego. Quizás, un mes atrás, cuando Aidur participó en el juicio y la ejecución de los miembros del Consejo, todo habría sido más fácil. En aquel entonces, seguramente, nadie habría dudado de él lo más mínimo. Aunque solo fuese por aquel acto, le apoyarían. No obstante, habían pasado muchos días desde el juicio y, poco a poco, la posición de Van Kessel había vuelto a debilitarse. Su investigación se había detenido y, nuevamente, Novikov tenía el ojo fijo en él y su equipo.

Nox tenía la sensación de que la auditora sospechaba que ocultaban algo. Seguramente no sabría el qué, pues lo que Daniela y los suyos silenciaban era tan increíble que prácticamente nadie podía ni tan siquiera imaginarlo, pero tendría sus propias ideas. Quizás, se decía, sospechaba que le estaban ocultando información, cosa que era cierta. Aidur no estaba informando sobre sus últimos movimientos y descubrimientos, y eso era peligroso. De hecho, era tan peligroso que Daniela empezaba a dudar sobre si estaban actuando adecuadamente. Teniendo en cuenta que, tarde o temprano, todo iba a salir a la luz, ¿por qué no confiar el secreto que la mera existencia de Erinia comportaba a Schreiber, Novikov y Anderson? Daniela suponía que Aidur no quería compartir ni la gloria ni el mérito del descubrimiento con nadie, pues gracias a ello se aseguraría su posición en Tempestad, pero dadas las circunstancias la mujer dudaba si lograrían aguantar tanto tiempo. La recuperación de Erinia empezaba a ser demasiado larga...

—¿Se sabe algo de Merian?

—Aún no ha vuelto. Ni él ni Schmidt. No estoy segura, pero diría que esta noche han vuelto a saltar las alarmas.

Durante el transcurso de aquellas cuatro semanas doce localizaciones habían caído víctimas de las desapariciones repentinas que Nifelheim estaba sufriendo. La mayoría de ellas se habían dado en días distintos, siempre durante el ciclo nocturno, aunque durante la última semana el enemigo había cambiado su modus operandi. Ahora no aguardaban a la noche ni atacaban de una en una: simple y llanamente embestían zonas geográficas enteras a cualquier hora arrasando consigo todo cuanto encontrasen...

Y siempre sin ser vistos.

Era increíble.

Aunque durante los primeros interrogatorios Daniela no hubiese llegado a creerle, la asesora ahora confiaba plenamente en las palabras de Oliver Guzmán. Algo extraño surgía de la tierra para llevarse consigo a los nifelianos.

—¿Cuántos van ya? ¿Quince? ¿Dieciséis? —Aidur se puso en pie—. Tengo la sensación de que esto llegará a su fin el día que Erinia pueda ponerse en pie, pero hasta entonces van a ser imparables.

—Confía demasiado en ese bicho, Parente —respondió Daniela con la mirada fija en la pantalla—. Deberíamos haberla matado hace semanas; está intentando manipularle.

—¿Manipularme? —Aidur sacudió la cabeza—. No lo creo. Erinia está totalmente sola, Daniela. Además, dice que va a llevarme hasta ese portal: ¿qué puede haber de malo en ello?

—Yo no creo en las casualidades, Parente. Si esa mujer ha esperado todo ese tiempo para presentarse ante alguien es porque usted es importante. —Daniela se puso en pie también—. No deje que le engañe, por favor. Sea lo que sea que pretenda, no puede ser nada bueno... y lo sabe.

Daniela lanzó un último vistazo al mensaje antes de dirigirse hacia la puerta. Nadie iba a responder al mensaje de Van Kessel. De haber informado al respecto anteriormente seguramente lo hubiesen hecho, encantados de poder colaborar, pero en aquellas circunstancias era imposible que lo hicieran. Tempestad no se movía sin motivo... O al menos ya no. En otros tiempos Van Kessel había sido el preferido; tanto Schreiber como el planeta entero le adoraban. Ahora, sin embargo, todos le habían dado la espalda. Sus antiguos hermanos de Nifelheim le miraban con miedo y el resto de curianos con recelo, conscientes de que aquel que traiciona a su propio pueblo puede traicionar a cualquiera. Novikov desconfiaba de él, al igual que lo hacía de Anderson, y Shreiber estaba de manos atadas. Dadas las circunstancias, ¿quién iba a responder a su petición de ayuda?

Nadie. Daniela lo sabía y, en el fondo de su alma, sospechaba que Van Kessel también. Aquello, en el fondo, era el último empujón que necesitaba para tomar la determinación que durante los últimos días tanto le había rondado la cabeza. Y es que aunque aquel hombre hubiese querido creer que su futuro estaba en Tempestad, Nox bien sabía que aquel no era el lugar de Van Kessel. Ciertamente desconocía cual era, pues a pesar de todos los intentos había sido incapaz de encontrar la respuesta, pero sabía que no era aquel. Ni Tempestad, ni Mercurio. Aidur merecía algo mejor, y tarde o temprano lo conseguiría.

Aquel lugar se le quedaba pequeño.

—No es tan fácil engañarme, Daniela. Confía un poco más en mí; sé lo que hago.

—Confío en usted, Van Kessel. De lo contrario no seguiría aquí.

—¿Estás segura de ello? —Aidur cruzó los brazos tras la espalda—. Siempre pensé que seguías aquí porque estabas enamorada de mí. Como todas. —Aidur le guiñó el ojo—. ¿Me equivoco?

Una amplia sonrisa de diversión surgió en el rostro de Daniela al ver la expresión burlona de Van Kessel. Incluso en los momentos de mayor tensión el Parente lograba sacarle una sonrisa. ¿Sería por ello que realmente seguía a su lado? ¿O quizás, en el fondo, sí que confiase en él? Era innegable que, aunque estúpidos y demenciales, sus planes siempre salían bien...

 Fuese cual fuese la respuesta, Daniela tenía la sensación de que, en el fondo, poco importaba. Ya fuese de fiar o no ella seguiría a su lado por lo que quizás sí que tuviese razón.

—Imagino que no se equivoca, Parente, todas estamos locas por usted... —respondió con acidez—. Lástima que usted solo tenga ojos para una, ¿no cree? —Daniela negó suavemente con la cabeza, quitándole importancia—. Envíe el mensaje; en caso de que haya respuesta le informaré lo antes posible, ¿de acuerdo? Vuelvo a mis quehaceres.

—Me parece bien. Erinia pronto podrá levantarse; calculo que esta semana acabará su recuperación. Prepara al equipo, ¿de acuerdo? En cuanto Murray te informe de ello informa a todos los agentes que deben volver; vamos a prepararnos para el viaje. Sea lo que sea que esa mujer quiere enseñarnos lo veremos todos juntos.

—¿Eso me incluye a mí?

Aidur sonrió. Volvió a su escritorio con paso tranquilo, relajado, se dejó caer sobre la butaca y centró la mirada en la pantalla. Sus dudas, si es que alguna vez había tenido alguna, se disiparon al presionar el icono de envío.

Ahora todo dependía de ellos.

A continuación alzó la mirada hacia Daniela, la cual, desde la puerta, le observaba con una mezcla de intriga y curiosidad que después de tantos años era incapaz de ocultar. En el fondo ambos conocían a la perfección la respuesta a aquella pregunta.

—No, Daniela. Sabes que no. Si por alguna extraña razón yo no volviera, tú me sustituirías... así que no, no puedes venir. Espero que no me lo tengas en cuenta.

 No se lo tendría. En realidad, aunque hubiese sido otro el motivo, no se lo habría tenido. Van Kessel era así, y ella lo apreciaba, respetaba y amaba por ello.

Nunca habría otro como él.

—Hay mejores candidatos que yo para sustituirle, jefe.

—Lo sé, pero tú eres mi favorita. Tozuda y pesada como pocas... llegarás lejos, desde luego. Pero eso será más adelante. Ahora lárgate antes de que cambie de opinión; tienes trabajo que hacer. No creo que tarden demasiado en responder...

Pocos minutos después de que Daniela abandonase el despacho Aidur descendió a los laboratorios para visitar a Erinia. Cada vez que pasaba por aquellos pasillos recordaba que en una de las salas permanecía Cruz encerrado, preparado para recibir su visita y su odio, pero siempre lo dejaba para más tarde. Durante las últimas semanas le había hecho muchas visitas, pero todas habían sido durante el ciclo nocturno, tal y como hacía el enemigo con ellos. Durante las horas de sueño todas las malas acciones parecían menores que durante las horas de actividad. Además, Cruz parecía más espabilado de noche. Según decía Murray, durante las últimas horas del día todos los pacientes, incluso los moribundos, revivían. Y era a aquel Cruz, el mordaz y desafiante, con el que quería hablar. El muñeco casi sin conciencia al que visitaba durante las horas de luz no le interesaba lo más mínimo.

Aidur sabía que ninguno de sus agentes estaba de acuerdo con que Cruz permaneciese en la Fortaleza. Para ellos aquello erainmorale injusto; una crueldad. Algo fuera de lo común y frente a lo que no sabían cómo actuar puesto que, hasta entonces, jamás habían conocido aquel lado de Van Kessel. Obviamente habían sospechado que existía, pues la ira del Parente era conocida por todos, pero jamás imaginaron que llegaría tan lejos. Lamentablemente, aquella era su decisión y no iba a cambiarla puesto que, para él, aquello no era más que la consecuencia de los actos de su prisionero. Cruz se había atrevido a tocar a los suyos y, por lo tanto, merecía sufrir aquel castigo.

¿Qué menos?

Aidur sospechaba que Murray le apoyaba. Quizás fuese casualidad, claro, pero dudaba que la falta de calmantes durante las horas nocturnas se debiese a un descuido. Fuera como fuese, él nunca se había opuesto y Aidur se lo agradecía. Bastante tenía teniendo que soportar los comentarios de Kaine y Daniela como para también tener que hacerlo con los suyos. Claro que, en el fondo, no esperaba menos de él. Después de todo eran muchos los años de amistad los que les unían...

Y muchos más los que serían cuando encontrase a la tercera en discordia. Porque tenía que aparecer, estaba claro. Fuera donde fuese que se encontraba, daría con ella. Y en cuanto la encontrase aquella maldita mujer conocería al auténtico Van Kessel; a aquel que encadenaba agentes de Tempestad y los torturaba durante semanas. Lo conocería y no le permitiría que volviese a olvidarlo jamás...

Si es que aún estaba viva, claro.

Erinia estaba despierta cuando Aidur entró en su celda. Durante los últimos cinco días siempre la había encontrado profundamente dormida, con su holo-proyección encerrada en sí misma, muda y somnolienta, recuperándose. En aquel entonces, sin embargo, la joven no solo tenía los ojos abiertos sino que, además, estaba sentada en el borde de la cama, charlando animadamente con Thomas.

Al parecer, el doctor había decidido entablar conversación con ella mientras chequeaba su estado.

Aidur saludó con un ligero ademán de cabeza a ambos y les animó a que prosiguiesen con la conversación. Aquella era la primera vez que veía a la mujer hablar con su cuerpo real con alguien que no fuese él mismo y sentía cierta curiosidad. Así pues, el Parente tomó asiento en la silla situada al fondo de la sala que él mismo había traído unos días atrás y concentró la mirada en Erinia. Su aspecto, tal y como había podido ir comprobando a lo largo de los días, había  mejorado notablemente. Por el momento seguía muy delgada y con el rostro macilento, pero no era comparable a cuando la encontró. Al menos ya no parecía estar al borde de la muerte.

—Le preguntaba al Doctor sobre el ascenso de la Suprema al poder, Parente —exclamó Erinia volviendo la vista hacia atrás. Sus ojos refulgían con fuerzas renovadas—. Parece que nadie la ha visto con sus propios ojos... ¿Eso incluye también a los miembros de Tempestad?

—Si lo que quieres saber es si la he visto con mis propios ojos la respuesta es no, Erinia.

—Curioso. ¿Cómo podéis adorar a alguien a quien ni tan siquiera habéis visto?

—No la adoramos —respondió Thomas mientras extraía de su maletín una pequeña aguja quirúrgica—. Se adora a los dioses, no a los líderes, y ella es lo segundo. Los humanos desterramos a los divinidades hace muchos siglos.

—No sabéis cuanto me compadezco de vosotros—Erinia se llevó la mano al rostro e hizo un complejo signo con los dedos que finalizaba con el dedo índice y pulgar rozando el mentón suavemente—. Pero tranquilos, vuestros días de ceguera pronto finalizarán. En cuanto conozcáis a Taranis...

Aidur y Thomas dejaron escapar una risotada a dúo dirigida a la alienígena. Por el modo en el que se expresaba era de suponer que creía fervientemente en aquello que decía; Erinia creía en el tal Taranis y, probablemente, estaba dispuesta a luchar por él. Lamentablemente, para Aidur y Thomas sus palabras no eran más que una sarta de estupideces a las que ni tan siquiera iban a molestarse en dar cabida. ¿Dioses? No, gracias. Gracias a la ciencia la humanidad ya había superado aquella sombría etapa.

—¿Es necesario que te recuerde que, como miembros de Tempestad, una de nuestras labores es la de capturar yreinsertaren la sociedad a los adoradores de falsos dioses? —intervino Aidur con una amplia sonrisa cruzándole el rostro—. Llámalo Taranis, Taz-Gerr o cómo demonios te dé la gana: para mí es más de lo mismo. Los dioses no existen, querida, así que compadécete de tu pueblo, que parece que es al único al que han logrado engañar.

Erinia respondió con un breve pero intenso silencio en el que sus ojos brillaron con un fulgor misterioso, fantasmal; peligroso. En ellos parecía poderse leer toda la verdad humana; el pasado y el futuro. La verdad y la mentira, la leyenda y la historia.

Absolutamente todo.

—Cuando llegue el momento volveremos a discutir sobre quien tiene la razón, Van Kessel —finalizó, ofreciéndole el brazo al Doctor tal y como éste le pedía—. Hasta que no estén todas las cartas sobre la mesa no vale la pena, ¿no te parece?

—Me parece bien —admitió Aidur—. Aunque no vas a lograr hacerme cambiar de opinión. Tu Taranis no me impresiona.

—Ni a mí tu Suprema, Parente. En eso coincidimos —Erinia recuperó la sonrisa—. Pero imagino que no es sobre dioses de lo que quieres hablar.

—Muy lista. Thomas, ¿está ya preparada? El tiempo corre en nuestra contra.

Inyectada la última dosis indicada en el tratamiento, Thomas dio por finalizado el periodo de recuperación inicial. Superada aquella etapa, el paciente entraba en una segunda bastante más larga pero más suave en la que su estado pasaría de estable a óptimo siempre y cuando todo fuese bien. A partir de entonces, el paciente podría ser considerado como reinsertado, aunque antes de ello debería superar unos cuantos análisis y controles.

O al menos así sería en caso de tratarse de un humano. Siendo quien era la paciente, Murray se encontraba en una situación francamente complicada. Según los parámetros humanos, Erinia estaba lo suficientemente recuperada como para plantearse el llevar a cabo el viaje que llevaban semanas planeando. No obstante, aquello no significaba nada. Su anatomía era lo suficientemente distinta y compleja como para despertar en él centenares de dudas que, muy a su pesar, no podría responder a no ser que le dejasen experimentar y exhumar el cuerpo una vez hubiese fallecido. Así pues, su veredicto no podía ser considerado cien por cien fiable. Sí aproximado, pero poco más. En el fondo, sería ella quien diese el último visto bueno a su estado.

—El proceso de recuperación ha llegado a su fin. A partir de hoy cambiamos de etapa en el tratamiento.

—¿Significa eso que ya puede salir?

El doctor dudó por un instante, tiempo más que suficiente para que Erinia, consciente de la situación, se pusiera en pie y avanzase un par de metros hacia Van Kessel. Aquella era la primera vez que la veía ponerse en pie y por la agilidad y destreza con la que se movía todo apuntaba a que habían superado la primera etapa.

Y así se lo hizo saber.

—Significa que ha llegado el momento, Parente. Tú quieres conocer a los míos y yo quiero volver con ellos. Pongamos fin a este sin vivir.

—Me parece una idea magnífica, Erinia. —Aidur se puso en pie—. Esperaba este momento desde hace semanas.

—En eso te gano: yo lo espero desde hace años. No obstante, por fin ha llegado, así que no perdamos más el tiempo. Tú pones fecha, yo pongo destino. Por cierto... —Erinia volvió la vista momentáneamente hacia Murray, captando así también su atención—. Antes de ponernos en camino hay algo que ambos deberíais saber. Algo que no he querido decir antes para evitar nervios y discusiones innecesarias... pero que apuesto a que a ambos os va a gustar.

Aidur y Thomas se miraron mutuamente, sorprendidos, pero no dijeron palabra. Simplemente se acercaron a ella, con el corazón acelerándoseles en el pecho, y aguardaron con la mirada fija en sus ojos a que dijese lo que durante tanto tiempo había estado guardándose.

—Habla —exigió van Kessel.

Erinia les dedicó una amplia y brillante sonrisa antes de responder. Volvió a tomar asiento a los pies de la cama con paso deliberadamente lento y, ya acomodada de nuevo, clavó la mirada en Van Kessel, su auténtico y único objetivo.

—Vuestra amiga está a salvo —dijo con sencillez—. En realidad siempre lo estuvo. Mi gente...

—¿¡Hablas de Tanith!? —interrumpió Thomas con brusquedad, pálido.

Aidur y él volvieron a intercambiar una mirada, esta vez lívidos. Al igual que el doctor, en lo más profundo del Parente acababa de nacer una extraña sensación de pánico que apenas le dejaba articular palabra.

—La misma... —admitió Erinia—. Como decía, mi gente la rescató de manos de uno de vuestros agentes de Tempestad y, desde entonces, la han estado protegiendo. Si para vosotros es importante, para nosotros también, así que os llevaré con ella, ¿de acuerdo? Pero tenéis que confiar en mí... Dime, Van Kessel, ¿confiarás en mí?

—Van Kessel se ha vuelto loco.

Visto desde el gran ventanal delantero de la Sala de Actas, el universo parecía mucho más sombrío y silencioso de lo que parecía en un puente de mando. Desde que dejase la flota, el Parente Jared Schreiber había insistido en la necesidad de no perder de vista la galaxia. Gracias a ello, el gran ventanal a través del cual ahora podían percibir la otra gran realidad humana había sido construido y situado en uno de los mejores lugares de toda la vivienda.

Uno de aquellos lugares en los que, en momentos como aquel, era necesario apartar la vista de Mercurio y reflexionar. ¿Realmente Aidur había perdido la cabeza? Desde luego no era demasiado difícil pensarlo tras leer su mensaje. Y sí, era innegable que no estaba pasando por su mejor momento, pero aquello era excesivo. ¿Verdad?

Resultaba complicado pensar en ello cuando, a sus espaldas, a ambos extremos de la mesa donde se habían reunido para comer, Novikov y Anderson no dejaban de discutir.

—¿Loco? —fuera de sí, Adam defendía con uñas y dientes al que con el paso del tiempo había acabado considerando su mejor amigo—. ¡No pienso consentir esa falta de respeto, maestro! ¡Es de Aidur de quien está hablando!

—Sí —admitió Novikov poniéndose en pie. La mujer apoyó ambas manos firmemente sobre la mesa y fijó su mirada acerada en el semblante nervioso de Anderson—. Por supuesto que hablo de Aidur, Parente, y no me falta razón. Después de lo que acabo de leer no merece otro calificativo. ¡Ese hombre ha perdido el juicio!

¿Realmente tenía razón? Aunque no compartiese los malos modos de Novikov, la cual, por alguna razón, nunca había llegado a confiar ni en Adam ni en Aidur, era innegable que tenía parte de razón. A través de aquel mensaje Van Kessel se retrataba como un auténtico lunático al que sus corazonadas y obsesiones habían acabado por perturbar. Así pues, sí. Novikov tenía razón. Aidur se estaba mostrando como un auténtico lunático al que difícilmente podían escuchar... ¿pero acaso no era ése su objetivo?

Schreiber conocía demasiado bien a sus queridos aprendices como para dejarse engañar tan fácilmente. Que Aidur era un lunático era algo innegable: desde niño, aunque lo hubiese intentado disimular a base de ingenio y astucia, la chispa de la locura y la obsesión le había acompañado. Siempre había sido problemático, misterioso y peligroso. De hecho, en parte le había elegido por ello. No obstante, no era un estúpido. Aidur sabía hasta donde podía tirar de la cuerda en aquellas circunstancias y, si realmente había llegado hasta aquel límite a sabiendas de que la auditora seguía allí, era porque esperaba reacciones. La gran duda era: ¿cuáles? Aunque podía imaginarlo, aquellas no eran formas de actuar.

—Es innegable que Aidur conoce el proceso para este tipo de peticiones... —intervino Schreiber sin apartar la mirada del frente. Cuanto más pensaba en el escrito, más posibles respuestas encontraba al comportamiento de Van Kessel—. Tempestad no puede paralizar toda su estructura de un día para otro para acudir a su encuentro sin una explicación por muy Parente que sea. Vosotros lo sabéis y él también. Todos lo sabemos...

—Si lo ha pedido es porque tiene un buen motivo, maestro —insistió Adam con vehemencia—. ¡Lo sabe! ¡Aidur no es  estúpido!

—Pues lo disimula bien —se jactó Novikov—. ¿A quién se le ocurre hacer una petición de esas características sin informar lo más mínimo de la situación? ¿Acaso cree que vamos a responder a ciegas?

—¿Y porque no íbamos a hacerlo? —insistió Adam—. ¿Por qué demonios iba a tener que darnos explicaciones? ¡Si nos ha pedido apoyo es porque realmente lo necesita! Somos sus compañeros; sus hermanos. Si Aidur me pide ayuda yo no pienso dudar en ofrecérsela.

—¿Y porque no informa del motivo? —Novikov se cruzó de brazos—. ¿A qué viene tanto secretismo? Tanto silencio me hace sospechar. De hecho, ¿qué se supone que ha estado haciendo durante este último mes? Conocemos los movimientos de sus agentes, pero no de él. —La auditora negó suavemente con la cabeza—. No cumple con los protocolos estipulados, Jared. Desobedece, es indisciplinado,  viola una tras otra todas las normas, no informa... Demonios, Jared, ese hombre...

—Basta, Caylie.

Schreiber cruzó los brazos tras la espalda y alzó la mirada hacia la parte superior de la ventana. Allí las vistas le dejaban ver una espléndida imagen de lo que parecía ser una tormenta de meteoritos que poco a poco iba acercándose al planeta. Era una lástima que jamás fuese a alcanzarlo. Quizás con una buena lluvia de piedra los ánimos de todos empezasen a calmarse...

—¡Usted no nos conoce! ¡No sabe absolutamente nada sobre cómo trabajamos, quienes somos o en qué pensamos! ¡No sabe nada de nosotros así que no se atreva a juzgarnos! ¡Sin Aidur este planeta estaría perdido!

—Sé únicamente lo que me han dejado ver, Parente, y le aseguro que no me gusta. No me gusta lo más mínimo. Tienen suerte de tener a Schreiber como maestro; de no ser por él probablemente ni usted ni Van Kessel seguirían donde están. Mercurio necesita Parentes fuertes y contundentes capaces de mantener el orden en sus calles, no a dos...

—¡¡Novikov!! —estalló Schreiber, alzando el tono de voz por encima del de sus dos acompañantes. El maestro se volvió hacia los Parentes y, paso a paso, se acercó hasta quedar a apenas unos metros de la mesa—. ¡Basta! ¡No quiero más discusiones! No hasta que logremos traer la calma al planeta. Miles de personas están desapareciendo a diario, no os olvidéis de ello. Nuestro objetivo ahora es el de encontrar una solución a esta crisis antes de que sea demasiado tarde. Lo demás, nos guste o no, debe esperar.

—¡Precisamente por ello no entiendo qué pretende Van Kessel! ¡Él mejor que nadie sabe la situación tan grave en la que nos encontramos! Entonces, ¿qué demonios pretende? ¿¡Qué olvidemos todo y acudamos a su rescate sin tan siquiera darnos un porqué!? —Novikov golpeó la mesa con el puño—. ¡Me niego!

Anderson apretó los puños, furibundo. Al igual que a Schreiber, aquella situación empezaba a superarle. Ahora que el planeta se sumía en la confusión no entendía el porqué del secretismo de Van Kessel. De hecho, no entendía absolutamente nada de lo que hacía en los últimos tiempos. Sus acciones y sus silencios no parecían responder a la lógica. No respondía a sus llamadas, no aceptaba sus peticiones de visita y, lo que era aún peor, se negaba a informar sobre sus operaciones. Aidur se había cerrado en banda y no había manera de acercarse lo suficiente como para hacerle entrar en razón.

Era como si, tal y como había dicho Novikov, hubiese perdido la cabeza...

Pero no podía ser cierto. Anderson se negaba a creerlo. Aidur, su querido Aidur, no podía haberse vuelto loco. No ahora que el planeta entero parecía haberse vuelto en su contra. Más que nunca, le necesitaba a su lado... Y si para recuperarle tenía que atender a sus extrañas y delirantes peticiones, lo haría. A él, a diferencia de al resto, no necesitaba darle explicaciones para dejarlo todo y acudir a su encuentro.

Además, conociendo a Aidur... ¿acaso no se trataría todo aquello de parte de uno de sus planes? Su silencio le confundía, desde luego, pero teniendo en cuenta que Novikov estaba presente al otro lado de todas las comunicaciones, escuchando cual espía, ¿acaso no tenía cierta lógica?

Desde el primer día supo que aquella mujer les traería problemas. Lo que no entendía era como, sabiéndolo, el maestro no buscaba soluciones...

—Yo no necesito conocer el porqué, maestro. Confío en Aidur. Y si Aidur me pide que lo deje todo y acuda a su encuentro en el mismísimo fin del mundo, lo hago. Sin más. —Anderson se encogió de hombros—. Y sé que usted actuaría como yo de no ser por ella.

Los ojos de Novikov empezaron a chispear de pura rabia al verse convertida en el objetivo del dedo acusador de Anderson. Llegados a aquel punto, tras tantas semanas de discusión causadas por el descubrimiento de una falta absoluta de coherencia en los procesos operativosdel Parente, entre otras irregularidades que podrían llegar a ser consideradas negligencias, Novikov no estaba dispuesta a seguir obviando la evidencia. Schreiber y la complicada situación por la que pasaba el planeta habían logrado apaciguarla hasta entonces, pero su paciencia había llegado a su fin.

Las cosas no funcionaban. La delegación de Tempestad en Mercurio estaba sumida en el más absoluto caos y hasta que no hicieran cambios estructurales, no conseguirían reencauzarla. Y todos sabían cuáles eran los cambios necesarios.

Lo sabían perfectamente.

—Esto no puede seguir así, Schreiber —advirtió Novikov haciendo un gran esfuerzo por no gritar—. Mercurio vive en la anarquía, y ambos sabemos por qué. Esta situación es insostenible. Debemos tomar medidas.

—¡Pues tome sus malditas medidas de una puta vez, pero déjenos trabajar! —gritó Anderson fuera de sí—. Schreiber, las cartas están sobre la mesa: Aidur ha pedido nuestro apoyo y yo pienso dárselo. Lo que haga usted ya es cosa suya... pero tenga por seguro que como le pase algo no se lo voy a perdonar jamás. —Anderson se llevó la mano al corazón—. Ni a ella ni a usted. Y si es así como debe finalizar nuestra relación, que así sea... Quien sabe, quizás esa es la maldita medida que buscaban desde el principio. No lo sé, pero tampoco me importa. Si realmente ésta es la Tempestad que va a imperar a partir de ahora, la que no confía en los suyos, ya no quiero formar parte de ella.

Mientras se alejaba para seguramente no volver a pisar aquel lugar nunca más, Schreiber se preguntó si no tendría razón. ¿Realmente era aquella la Tempestad por la que durante tantos años había luchado?

Novikov no tardó demasiado en responder a su pregunta. La mujer atravesó la sala hasta la puerta que Anderson acababa de atravesar y la cerró de un portazo, visiblemente ofendida. Seguramente aquella fuese la primera vez que alguien se atrevía a poner en duda sus métodos abiertamente. No obstante, ni ellos eran Parentes cualquiera ni Mercurio era un planeta como cualquier otro.

Allí, todo era diferente.

—No sabe lo que dice —murmuró la mujer finalmente, recuperando poco a poco la calma. Aunque ninguno de sus dos jóvenes y problemáticos Parentes se hubiese molestado en descubrirlo, Novikov tenía un lado mucho más humano de lo que aparentaba a simple vista—. Está nervioso, y no le falta motivo. Van Kessel...

—Van Kessel es un buen chico, Caylie. Valioso como pocos.

—No lo dudo. —La mujer se dejó caer en la silla que hasta entonces había estado ocupando—. Sé que ambos son muy buenos; probablemente los mejores, pero la falta de disciplina ha provocado que estén totalmente descontrolados. Han olvidado que pertenecen a Tempestad, y eso es algo que no podemos consentir. —Lanzó un breve suspiro—. Hay gente muy buena esperando su oportunidad, Jared. Lo siento, pero tengo que informar sobre todo esto. Tempestad tiene que intervenir antes de que sea demasiado tarde. ¿Lo entiendes, verdad?

Schreiber volvió a mirar hacia la ventana. Más allá del grueso vidrio las estrellas brillaban con fuerza cegadora. Desde la lejanía cualquiera podía disfrutar de su belleza y esplendor. Lamentablemente, de cerca, eran cegadoras. Era una lástima que aquella mujer no pudiese comprobar desde la lejanía el bien que aquellos dos hombres habían hecho a lo largo de todos aquellos años en el planeta. Como dos buenas estrellas, vistas desde cerca eran insufribles; desordenados, desafiantes, irritantes e incluso odiosos, pero desde lejos brillaban como pocos.

Era una auténtica lástima. No obstante, muy a su pesar, aquella situación no podía alargarse eternamente. Novikov ya le había dado muchas oportunidades, y aquella había sido la última.

El juego había llegado a su fin.

—Lo entiendo.

—Entonces no hay nada más que hablar.

Novikov tomó el documento impreso en el cual se encontraba el mensaje de Van Kessel y lo depositó sobre la llama de una de las velas que decoraba la mesa. Pronto el fuego empezó a devorar el pergamino, tan ansioso como ella de poder borrar aquella última mancha sobre el expediente de Mercurio.

En apenas unos segundos ya no quedaría nada.

—Tranquilo, Jared. Varnes encontrará la forma de salvar tu planeta.

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