Parente

By EstherVzquez

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Mercurio renace tras el Gran Colapso que lo llevó a la destrucción hace más de cien años lleno de incognitas... More

Parente
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo

Capítulo 22

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By EstherVzquez

Capítulo 22

Durante ocho minutos recorrieron los distintos túneles que componían la única vía de escape en soledad, acompañados únicamente del estruendoso sonido de las máquinas que aguardaban más allá de las paredes de piedra. Ninguno de los dos sabía hacia adonde se dirigían salvo que la salida se hallaba en lo más alto del camino. La salida y, por supuesto, el enemigo. Tanto ellos como el resto de prisioneros habían sido encerrados en lo que parecía ser lo más profundo de un pozo por lo que era cuestión de seguir ascendiendo hasta, al fin, dar con la salida.

Tras recorrer varios túneles y salas vacías Finn y Tanith alcanzaron los alrededores de una sala algo más grande en cuyo interior encontraron los primeros signos de vida. Lejos de tratarse de los seres que les habían atrapado los habitantes eran gruesos roedores y alimañas que, desperdigados entre las distintas cajas y contenedores que llenaban la sala, iban y venían a gran velocidad, despavoridos. Al verles aparecer de entre las sombras, los animales corrieron a ocultarse en los rincones más oscuros del lugar, a la espera de quedar solos de nuevo. Aquel lugar era de paso por lo que era cuestión de tiempo que se fueran. Y así hicieron. Tal y como llegaron, Tanith y Finn se detuvieron tan solo unos segundos antes de seguir avanzando. En apariencia el lugar parecía seguro por lo que, en caso de necesidad, volverían para ocultarse.

Y así lo hicieron.

Pocos minutos después de atravesar la sala, los dos nifelianos regresaron con paso apresurado, alertados por la inminente llegada de una pareja de guardianes. Corrieron tras la columna de casi dos metros de cajas de madera apiladas y, convertidos en dos estatuas, se escondieron. Pocos segundos después, avanzando a grandes zancadas, dos altas y esbeltas figuras atravesaron la sala armadas con lo que parecían ser alabardas. Por la velocidad con la que avanzaban era de suponer que aún no sabían nada, pero su destino era evidente.

Esperaron unos segundos más a que se perdieran en los túneles para empezar a correr. Ahora sí, muy a su pesar, había empezado la cuenta atrás.

Recorrieron el siguiente túnel en apenas diez segundos, presas del pánico. Una vez al otro lado de éste salieron a una amplia sala dividida en dos alturas en la que, por fin, había auténtica presencia de vida. Se trataba de un gran almacén dividido en dos plantas lleno de bidones abiertos y cofres llenos de un material blanco parecido al azúcar en cuyo interior, en la planta baja, moviendo y apilando cajas de un lado a otro, había al menos dos de aquellos seres. Alertados por su presencia, Tanith y Finn corrieron hacia el lateral derecho donde se hallaban las escaleras de ascenso. Las dos plantas estaban separadas únicamente por una malla metálica que hacía la función de suelo, pero tal era la oscuridad del sombrío lugar que ambos confiaban en poder pasar desapercibidos. Así pues, una vez ascendidas las escaleras, ambos empezaron a recorrer la sala muy lentamente, vigilando cuidadosamente cada uno de sus pasos.

—¿Y ahora? —murmuró Tanith tras alcanzar el otro extremo de la sala.

Mientras que en el piso bajo había una puerta a través de la cual se podía continuar avanzando, en el superior únicamente había una pared con varios respiraderos y enormes cubos traslúcidos con un viscoso líquido color anaranjado en su interior.

—Déjame pensar...

Finn lanzó un rápido vistazo a su alrededor. No era la primera vez que estaba en un almacén. A lo largo de su vida había visitado decenas de lugares como aquel, y creía saber más o menos su funcionamiento. Además, simplemente era cuestión de echar un vistazo a su alrededor para saber que, en algún lugar, tenía que haber un elevador de mercancías.

—Tiene que haber algún sistema para mover las cajas. Fíjate, hay algunas que son enormes: esos tipos no han podido subirlas...

Tanith siguió la mirada de Finn. Ciertamente, había algunos depósitos de gran tamaño que difícilmente podían ser trasladados sin ayuda de maquinaria. Aquello le recordaba a los almacenes mineros. En algunos de ellos había montacargas a través de los cuales se podía realizar el movimiento de material. No obstante, en la mayoría, eran los sistemas de poleas y los elevadores manuales los que imperaban.

Volvió la mirada hacia el techo. Incluso en la penumbra se podía discernir que tan solo estaba compuesto por vigas y placas, sin ninguna añadidura. Es decir, no había polea alguna. ¿Significaba aquello entonces que tenía que haber un elevador? Aunque así fuese, Tanith consideraba imprudente el utilizarlo. Tenía que haber otra forma de bajar...

Claro que, aunque superasen aquel obstáculo, ¿Cómo iban a seguir adelante a partir de entonces? Hasta ahora habían podido eludir a los guardias sin problema por el mero hecho de que prácticamente no se los habían encontrado. Sin embargo, la suerte no iba a acompañarles eternamente. Entonces, teniendo en cuenta la situación, ¿era realmente sensato seguir adelante?

Tanith fijó la mirada en las lejanas figuras que el suelo enrejado le dejaba entrever. Si al menos hubiesen sido humanos quizás hubiesen tenido alguna oportunidad, pero siendo aquellos seres sus enemigos las cosas se complicaban mucho. Tanto que resultaba complicado no caer en la desesperación.

¿Dónde demonios estaba Van Kessel cuando más se le necesitaba?

Tremaine ya empezaba a plantearse la posibilidad de esperar a ser rescatada cuando, sin apenas ser consciente de ello, una idea despertó en su mente. Quizás, tan solo quizás, aún hubiese una oportunidad para ellos.

—Finn... ¿te has fijado en lo que están haciendo?

Katainen, el cual parecía concentrado en la búsqueda del elevador por las paredes de la sala, volvió la mirada momentáneamente hacia el suelo. Más allá de la reja metálica los dos androides, pues era lo que parecían, movían cajas de un lugar a otro.

—Ordenar.

—No: fíjate bien.

Tardó unos instantes en comprender a lo que se refería la mujer, pero finalmente lo vio con claridad. Tal y como él mismo había dicho, los seres estaban moviendo bidones y cajas, sí, pero no de un lugar a otro. Lejos de ordenar el almacén, lo que realmente hacían era cargar una amplia plataforma levitatoria con todo aquel material. Al estar la plataforma muy baja y ser la luz tan tenue era complicado percibirla, pero ciertamente estaba allí.

—Ahora lo veo... —murmuró suavemente, con la mirada fija en las cajas—. ¿Estás pensando lo mismo que yo?

Tanith se encogió de hombros. Aunque sabía que Katainen era un tipo especialmente retorcido, dudaba mucho que pudiese haber muchas otras opciones.

—Imagino que sí.

—Tenemos que meternos en una de esas cajas... Sea donde sea que vayan a llevarlas seguro que es mejor que esto.

—Eso suena bien, pero ya me dirás tú como demonios vamos a hacerlo. La mayoría de las cajas están cerradas. Además, ¿cómo sabemos cuáles se van a llevar? Y eso sin olvidar que no sabemos qué hay dentro.

—Bueno, habrá que probar. ¿Qué vamos a hacer, si no? ¿Esperar a que tu Parente venga a rescatarnos? —Finn sacudió la cabeza—. Eso no va a pasar, Tanith, así que ni te lo plantees. Estamos solos.

La soledad de la que hablaba Finn no se había hecho tan evidente hasta entonces como en aquel momento. Encerrados en aquella cárcel de piedra y misterio, perseguidos por un extraño enemigo y con la única compañía de sí mismos, los dos nifelianos se encontraban totalmente desamparados. Ahora tan solo su propia fuerza de voluntad y deseos de sobrevivir podía liberarles.

Guiada por la mezcla de emociones que el vacío despertaba en ella, Tanith centró la mirada en la plataforma de carga y examinó atentamente todo el material que los seres iban apilando sobre ella. Si realmente tenían que escapar, lo harían, y sería a través de aquella plataforma. La cuestión era, ¿podrían hacerlo sin ser detectados?

No tardó demasiado en descubrir que aún quedaban esperanzas para ellos. Aunque en apariencia las cajas que apilaban no se distinguían del resto en nada, había un detalle característico que marcaba la diferencia. Tanith fijó la vista en la marca lateral que todos los depósitos tenían en la esquina superior derecha y memorizó el trazado. A su modo de ver parecía la letra Y, aunque suponía que tendría algún significado distinto para ellos. A continuación, moviéndose sigilosamente sobre el suelo metálico para no generar sonido alguno, empezó a examinar las cajas de los alrededores.

Curiosamente, tan solo los depósitos marcados con la Y eran elegidos.

—Lo tengo... —murmuró con una expresión triunfal en el rostro—. Finn...

Tras informar a Katainen de su descubrimiento, ambos se pusieron en camino de regreso a las escaleras de descenso. Acercarse demasiado al enemigo era peligroso, pero no podían arriesgarse metiéndose en una caja demasiado lejana por lo que tenían que intentar acercarse el máximo posible.

Una vez ya en el piso inferior se ocultaron tras unos enormes bidones de metal grisáceos. No muy lejos de allí, los dos seres seguían cargando el material en la plataforma, ajenos a cuánto sucedía.

—Los voy a distraer. Estate atenta... Busca un lugar en el que esconderte, ¿eh? Lo más rápido posible. Yo buscaré uno para mí también. Nos vemos más tarde.

Antes de que pudiese llegar a responder, Finn sacó algo de su bolsillo, seguramente una piedra, y la lanzó al piso superior a través de las escaleras. Inmediatamente después, convirtiéndose en una sombra, se adentró en el laberinto de cajas en busca de un lugar donde esconderse.

Tanith, al igual que los seres, no tardó en reaccionar. Consciente de que el enemigo se estaba encaminando ya hacia la zona, armas en mano, ella se agachó y empezó a gatear hasta uno de los corredores laterales en busca de escondite. La zona era muy amplia, pero la visibilidad era tan mala que resultaba difícil orientarse. Además, el enemigo se movía con rapidez. Tanith no podía verles, pues en cierto modo ni se atrevía al alzar la vista, pero podía sentirles. Podía escuchar sus engranajes al moverse, el roce de sus pies contra el suelo... el latido de su corazón.

Y estaban muy cerca.

Tremaine fue abriéndose paso a duras penas entre las torres de material hasta, por fin, localizar una especie de sarcófago de madera tras el cual ocultarse. La mujer se lanzó al suelo, consciente de que el enemigo estaba tremendamente cerca, y cerró los ojos, en completa tensión. Inmediatamente después, ajenos a su presencia, los dos seres pasaron a su lado camino a las escaleras.

El suelo temblaba con cada paso.

Unos segundos después el sonido de los pasos al ascender los peldaños le sirvió como señal de salida para volver a ponerse en marcha. Tanith se puso en pie y corrió por toda la sala hasta alcanzar la plataforma de carga. Allí, tal y como había podido observar desde el piso superior, todo el material almacenado tenía la misma marca.

Instintivamente volvió la vista hacia el piso superior. El enemigo ya se hallaba en éste, buscando con la mirada al causante del sonido. Pronto descubrirían que no había nada salvo quizás alguna alimaña por lo que tenía que darse prisa. La mujer giró sobre sí misma, sintiendo como el nerviosismo empezaba a crecer en su interior, y eligió uno de los bidones más cercanos. Fuese lo que fuese que contenía, no importaba. Tanith intentó forzar la tapa y, tras varios intentos frustrados, cambió de objetivo. Empujó con todas sus fuerzas la losa de piedra que cubría el sarcófago que había elegido y, una vez abierta una pequeña brecha, se coló en su interior. Tanith se tumbó de espaldas en su fría superficie, apoyó las manos sobre la losa de piedra y, nuevamente, empezó a empujar. Y empujó hasta al fin lograr sellarla casi al completo.

Entonces, ya con la pequeña brecha para respirar en el lateral y el sonido de los pasos del enemigo cada vez más cerca, comprendió donde estaba. Tanith alzó el brazo derecho cuidadosamente en la oscuridad y, con una mueca de dolor en la cara, pues tenía la sensación de que decenas de agujas se clavaban en su piel, descubrió que0 yacía sobre miles de diminutas esquirlas de cristal negro.

Tardaron casi dos horas en ponerse en marcha. Tras pasar todo aquel rato en la oscuridad sintiendo como los cristales mordían con voracidad su piel, Tanith sintió al fin como el convoy se ponía en marcha. Desconocía cuanto más material había acumulado a su alrededor, pero por el tiempo transcurrido y todos los sonidos que había ido escuchando hasta entonces imaginaba que bastante.

El movimiento de la plataforma era suave y liviano. Al estar propulsada por un campo gravitatorio, ésta se movía con delicadeza, impidiendo así que las mercancías se moviesen. Aquello facilitaba las cosas para Tanith, la cual, atrapada en el sarcófago, tenía la sensación de haber sido sepultada viva en la piedra.

A través de la brecha de respiración que ella misma había dejado, Tanith pudo ver como dejaban atrás el almacén para adentrarse en otra estancia. Aquella estaba algo más iluminada, aunque tan vacía como la anterior. El convoy atravesó la larga caverna, la cual en realidad era un túnel de quinientos metros de largo, y una vez fuera salieron a una amplia caverna de piedra cuyo techo se perdía en la lejanía.

Allí el rugido de las máquinas era insoportable. Repartidas por las distintas zonas, abriendo túneles, trabajando la piedra y extrayendo minerales, enormes maquinarias de aspecto monstruoso trabajaban ininterrumpidamente día y noche. La mayoría funcionaban con programas automáticos o estaban siendo dirigidas por androides manualmente. El resto, en cambio, funcionaban siguiendo las órdenes de las enormes y modernas terminales que había conectadas a una gran torre central desde la cual centenares de cables y conexiones se perdían por todas las paredes de la gruta como ramas de árbol.

Encerrada en el sarcófago Tanith no era consciente de cuanto había a su alrededor. Además de las terminales y toda la maquinaria, centenares de seres humanoides trabajaban a destajo en la construcción de un gran portal de piedra y cristal de más de cincuenta metros de altura. Éste, situado en el lateral derecho de la gruta, era el lugar más poblado e iluminado de la zona. A parte de las montañas de cajas y cofres llenos de material que se iban acumulando continuamente en los alrededores, el resto de la zona estaba totalmente despejado, facilitando así su acceso.

El objetivo de todo cuanto les rodeaba, tanto el de aquellos extraños seres como el de toda la infraestructura que habían creado a su alrededor, tal y como pronto descubriría Tanith, era abrir aquel portal.

Abrir el portal que cambiaría para siempre sus vidas.

Claro que, encerrada en el sarcófago, Tanith estaba al margen de todo. El sonido y el ambiente evidenciaban que aquella sala era totalmente diferente a las demás, desde luego, ¿pero cómo imaginar donde se encontraba? Ni tan siquiera en un millón de años habría podido imaginar que el subsuelo del planeta pudiese albergar aquel gran secreto.

Al fin todo quedó en silencio. Durante largo rato, atrapada en el sarcófago y guiándose de los sonidos para saber lo que sucedía en el exterior, Tanith se había mantenido callada y quieta, a la espera. A su alrededor las cajas, baúles y demás contenedores había ido siendo descargados con sorprendente cuidado. Uno a uno, los seres habían ido descargando las piezas hasta, finalizado el trabajo, retirarse silenciosamente de regreso al almacén.

La situación era complicada. A pesar de sospechar que se encontraba relativamente sola en aquella zona, Tanith podía oír voces procedentes de la lejanía. El sonido de las máquinas dificultaba el reconocimiento, pero calculaba que no debían estar demasiado lejos. Quizás a cien metros, o doscientos, pero no más. Así pues, aunque quisiera aferrarse a la idea de que estaban lo suficientemente lejos como para no ser vista, Tanith sabía que salir ahora del sarcófago era arriesgado. Muy arriesgado...

¿Pero qué otra cosa podía hacer? Llegado a aquel punto, ya no había vuelta atrás.

Lentamente, empleando las manos y las rodillas para ello, Tanith fue apartando la losa hasta lograr abrir una brecha lo suficientemente grande como para escapar. Una vez abierta la vía de escape, se incorporó y se asomó ligeramente para ver cuánto le rodeaba.

Y quedó totalmente boquiabierta.

—¿Pero qué demonios...?

Sin apenas ser consciente de lo que hacía, Tanith se puso en pie, hechizada por la majestuosa aura que rodeaba a la enorme y colosal estructura que se alzaba en el centro de la cueva. Tallada en cristal y en forma de arco apuntado, el gran portal que en otros tiempos había unido las dos dimensiones permanecía cerrado, sin aparente actividad, rodeado de silenciosas figuras que trabajaban delicadamente en él.

—¡¡Cállate!! —Finn, surgido de la nada, se abalanzó sobre ella desde la espalda. La tomó de los brazos y, sin delicadeza alguna, la obligó a agacharse—. ¿¡Es que te has vuelto loca!? ¿Es que acaso quieres que te vean?

—No...

Tanith volvió a mirar al portal, muda de perplejidad. Jamás había visto una estructura tan imponente y misteriosa como aquella. Su composición, su brillo, su altura, su envergadura... Todo en aquella mística reliquia resultaba tan atrayente que apenas podía pensar en nada más aparte de su esplendor.

—Es increíble.

—Desde luego, aunque me pregunto para qué demonios querrán ese arco aquí abajo.

Tremaine se encogió de hombros. Las gentes como ellos, obreros nacidos de la miseria, no tenían conocimiento alguno de la utilidad de aquella estructura. En alguna ocasión habían oído hablar de portales, pero jamás habían prestado demasiada atención al tema. En Nifelheim aquel tipo de tecnología no tenía cabida.

Permanecieron unos minutos observando la cueva desde detrás de los contenedores de cristal. Más allá del enorme arco central, decenas de túneles abiertos amparaban enormes maquinarias que no dejaban de excavar.

—¿Y ahora? —preguntó Tanith en apenas un susurro—. ¿Qué hacemos?

Finn señaló con el mentón uno de los túneles. En el lateral de varios de éstos, ocultos en la oscuridad de la sala, pequeñas aperturas en la piedra servían de pasadizo de la entrada y salida para los habitantes del subsuelo más profundo.

—Uno de ésos tiene que dar a la salida.

La mujer puso los ojos en blanco. Quizás fuese por la tensión del momento, o quizás porque, en realidad, nunca había sido todo lo astuto que siempre había querido aparentar, pero su respuesta no le era de gran ayuda.

—Estoy de acuerdo... ¿pero cuál? No podemos equivocarnos a estas alturas.

—¿Y yo que sé? —Se encogió de hombros—. Sé lo mismo que tú, Tanith. Me parece que vamos a tener que arriesgar.

—Pues qué bien —respondió visiblemente enfadada. Aquello no estaba siendo un buen rescate desde luego. Ni muchísimo menos.

Claro que, en el fondo, no lo era. Aquello era una operación de huida y, por lo tanto, dependían plenamente de su ingenio.

Cruzó los brazos sobre el pecho, pensativa. Dado que ya habían hecho la parte más complicada ahora era cuestión de pensar con un poco de frialdad. La salida, en el fondo, no podía ser tan complicada de localizar... ¿O quizás sí?

Analizó la situación. Tanto ella como Finn se hallaban en el interior de una cueva rodeados de los restos de una civilización que no debería existir pero que, sin embargo, tenía ante sus ojos. Un campamento con máquinas, almacenes y terminales desde las cuales gestionaban y controlaban las excavaciones.

Terminales muy modernas pero que, en el fondo, no distaban tanto de las humanas...

Poco a poco, las ideas fueron despertando en su mente. Tanith volvió la vista hacia la torre central alrededor de la cual había conectadas distintas terminales y siguió con la vista el entramado de cables que se alzaba desde la parte superior de ésta hasta el techo de la cueva. Allí, camuflados en la piedra, éstos seguían un peculiar recorrido serpenteante hasta perderse por uno de los túneles de la zona oriental...

—¿De dónde sacarán el suministro energético? —se preguntó a sí misma, sin esperar respuesta alguna—. Puede que sea una locura, pero...

—¿Insinúas que están conectados a algún generador de los nuestros?

—Bueno, no puedo asegurarlo pero creo que estamos muy al fondo del subsuelo. En el segundo nivel... o puede que más abajo. Aquí no hay fuentes de alimentación: puede que haya un generador, pero teniendo en cuenta la cantidad de maquinaria aquí deben estar conectados a algo grande.

—¿Los antiguos generadores de las minas?

—Por ejemplo. Puede que hayan reactivado algún generador de los antiguos... No sé —Tanith se encogió de hombros—. Podemos probar. Después de todo, ¿qué íbamos a perder?

Ambos centraron la mirada en el túnel por el cual se perdía el cableado superior. Este no se encontraba precisamente cerca, pero al menos no tenían que atravesar todo el campamento. Con que diese un rodeo de aproximadamente noventa grados, bastaría.

—¿Tienes algún plan?

—Intentemos pasar desapercibidos.

Tanith dio el primer paso. Confiando en que la oscuridad ocultaría su presencia, la mujer se agachó y, primero lentamente, empezó a alejarse de la zona de descarga. Ciertamente, tal y como había podido comprobar por sí misma, en la galería todos parecían muy ocupados con sus respectivos trabajos... Tanto que, incluso, resultaba tentador confiarse.

Recorridos los primeros diez metros, Tremaine empezó a correr hacia el túnel. En su mente únicamente resonaba el sonido de sus pasos, fuerte y claro, como si se tratase de una giganta, pero sabía que el rugido de las máquinas los amortiguaba.

O eso quería creer.

Tanith corrió como pocas veces había hecho, sin mirar atrás, consciente de que si lo hacía posiblemente el enemigo caería sobre ella, y no se detuvo hasta alcanzar la entrada del túnel. A partir de entonces, ya pisando suelo de cerámica en vez de piedra, ralentizó ligeramente el paso únicamente para volver la vista atrás y descubrir con horror que Finn había sido neutralizado por un grupo de cinco de aquellos seres.

 Por suerte, a ella no parecían haberla visto.

Ahora sí, la mujer empezó a correr presa del pánico por el corredor, sin apenas ser consciente de donde se hallaba. El miedo crecía implacable en su interior, destruyendo la poca cordura que le quedaba, y nada parecía poder detenerlo. Tanith necesitaba huir; escapar, y sabía que tan solo corriendo lo lograría. Así pues, totalmente fuera de sí, Tremaine siguió corriendo sin mirar atrás hasta que, casi cuatro minutos de carrera después, el túnel llegó a su fin. Tanith se detuvo ante la enorme y brillante estructura de lo que parecía ser un generador y se dejó caer al suelo pesadamente, derrotada, con los músculos de las piernas palpitando por el esfuerzo.

Tras ella, no muy lejos de allí, empezaron a oírse pasos apresurados.

El pánico se apoderó de ella. Tanith desconocía qué estaba ocurriendo a su alrededor, pues el miedo le impedía pensar con claridad, pero sabía que, si no actuaba, todo se iba a complicar. Necesitaba lograr esconderse; mantenerse a salvo de lo que fuese que se estaba acercando... Pero desconocía como.

¿O quizás no?

Guiada más por el instinto que por la lógica, Tanith se incorporó y corrió tras el generador. Entre éste y la pared de piedra apenas había un par de metros de distancia, pero le parecía mejor ocultarse allí que recibir al enemigo con los brazos abiertos. Además, en el suelo había una rejilla...

La mujer hundió los dedos en la rejilla y tiró con todas sus fuerzas hasta lograr arrancarla del suelo. Inmediatamente después, sin saber dónde se metía, la tiró al suelo y se descolgó en las profundidades de ésta. Para su sorpresa, se trataba de un diminuto almacén en el cual había piezas desperdigadas por el suelo, cajas rotas y algún que otro mueble desvencijado apilado.

Un lugar perfecto en el que esconderse en caso de no haber sido vista... pero una trampa sin salida en su situación.

A pesar de ello, Tanith recogió del suelo un trozo de metal retorcido y corrió hasta el fondo de la sombría sala. Allí, entre cajas y sillas rotas, se agazapó y se ocultó arma en mano, a la espera. Dudaba poder hacer nada salvo oponer un poco de resistencia, pero dadas las circunstancias aquello era mejor que nada.

Cerró los dedos alrededor del metal y aguantó la respiración. Procedente del piso superior empezaba a escuchar pasos...

Y voces.

Habían llegado.

Tanith cerró los ojos y empezó a temblar. A su mente acudieron los viejos rezos al Planeta que le había enseñado su padre, pero se negaba a pronunciarlos. Después de la pequeña sorpresa que Mercurio le había tenido preparada durante todo aquel tiempo no quería saber absolutamente nada de nadie.

Salvo del niño, claro.

Tremaine arrancó del recuerdo el rostro del pequeño Daryn y se concentró en él. Confiaba en que el niño estaría bien; en que habría logrado encontrar a alguien que cuidase de él... En que, de algún modo, habría logrado salvarse. Porque el muchacho era listo, de eso no le cabía la menor duda. Desconocía si su ingenio pertenecía a ella o Van Kessel, pero era evidente que era listo...

Lo suficientemente listo como para sobrevivir.

—Señorita Tremaine, ¿cuánto más va a alargar este juego?

La voz sorprendentemente humana del ser precedió su descenso a la sala. Tanith escuchó el peso de su cuerpo metálico impactar contra el suelo y, seguidamente, el de sus tres acompañantes.

Sus siluetas se recortaron en la penumbra.

—Esto acaba aquí...

Varias lágrimas resbalaron por sus mejillas como consecuencia del pánico. Tremaine centró su atención en las figuras, las cuales avanzaban inexorablemente hacia ella, y se puso en pie. No iba a seguir escondiéndose... No valía la pena.

Si tenía que enfrentarse al enemigo lo haría cara a cara.

Alzó su arma improvisada.

—Ni un paso más —advirtió—. No sigáis, o...

Las tres figuras se detuvieron a escasos metros. Eran altas y fuertes, de imponente envergadura y aspecto inquietante. Dos de ellas tenían el cráneo metálico liso, sin rastro alguno de cabello. La que encabezaba el grupo, sin embargo, lucía una coleta de cabello azabache en la parte superior de la cabeza, justo al lado de la unión entre el metal y la carne.

Parecía el líder.

—No sigáis... ¿o qué? —respondió el de la coleta, dando un paso al frente. Su rostro, una máscara inexpresiva de facciones imposibles surgió de entre las sombras, iluminada por el fulgor rojo de sus propios ojos—. Vamos, Tremaine: ardo en deseos de saber cómo vas a acabar la frase.

Inmovilizada por los fuertes brazos de metal de uno de los acompañantes del ser de la coleta, Tanith fue arrastrada de regreso a la gran galería central. Allí, rodeado por otros tantos seres, de rodillas en el suelo y con un reguero de sangre corriéndole por el rostro hasta la barba, Finn permanecía en silencio, con la mirada fija en el suelo y los brazos atados a la espalda. Por su aspecto era de suponer que le habían golpeado, aunque Tanith prefería no pensar en ello. Ahora que al fin ya estaban en manos del enemigo tan solo quedaba esperar a descubrir su destino.

Todos los seres que rodeaban a Finn bajaron el rostro en señal de respeto al verles aparecer. El tipo de la coleta, seguramente uno de sus líderes, se adelantó unos pasos para comprobar el estado de Katainen. Después, sin perder la extraña mueca sonriente que parecía acompañarle en todo momento, ordenó que lo pusieran en pie.

Se pusieron en camino hacia uno de los túneles laterales.

—Ha llegado el momento de que mi señora te conozca, Tremaine —exclamó el ser de la coleta junto a Tanith, a la cabeza de la marcha—. Desde que Avoum te trajera, no ha pasado un solo día sin que preguntase por ti. Llevamos mucho tiempo esperándote.

—¿A mí?

—Sí, a ti... Oh, ¿dónde están mis modales? Permíteme que me presente... Mi nombre es Kaleb O'Hara, aunque aquí me conocen como "el Juez". En otros tiempos formé parte del equipo científico de lady Bicault.

—¿En otros tiempos?

Un escalofrío recorrió la espalda de Tanith al volver la vista atrás y encontrar en el rostro de Katainen perplejidad. El nombre de Bicault les resultaba familiar a ambos, aunque en aquel entonces la mujer no sabía exactamente por qué.

Kaleb dejó escapar una sonora carcajada.

—Digamos que ha pasado bastante tiempo desde que me vestía con carne y hueso cómo tú, querida.

—¿Quiénes sois?

—¿Qué quiénes somos? —Kaleb sacudió la cabeza—. Somos los primeros curianos, querida. Hijos y nietos de los primeros colonos que convirtieron esta bola de tierra inerte en el paraíso terrenal que ahora tienes ante tus ojos. Pero tranquila... pronto lo sabrás todo. Mi señora quería que lo supieras de su boca. Después de todo eres importante para nosotros. Mucho más importante de lo que seguramente nunca creíste llegar a ser.

Se adentraron en uno de los túneles laterales. A diferencia del resto, este estaba algo más iluminado por lo que, muy a su pesar, tanto Finn como Tanith pudieron descubrir con horror todos los macabros detalles que conformaban la anatomía de los seres que les acompañaban. Engranajes, tubos, órganos al descubierto, corazones latentes, pulmones de metal... Cuanto más miraban, más terrorífica era la imagen. Y es que, aunque en otros tiempos aquellos seres hubiesen sido los primeros curianos, en aquel entonces ya ni tan siquiera podían ser considerados humanos.

Ahora, simple y llanamente, eran monstruos.

El túnel fue agrandándose hasta convertirse en una gran avenida en cuyos laterales había corredores secundarios por los que iban y venían más seres. Firmemente sujeta por los brazos, Tanith iba observando con sorpresa cuanto le rodeaba. Había curianos algo más humanizados como el propio Kaleb, los cuales parecían tener expresiones en la cara. El resto, sin embargo, tenían un aspecto tan artificial que resultaba complicado diferenciarlos de los androides que, desperdigados, iban y venían de un lado a otro cargando materiales.

—¿Entonces es aquí donde os escondisteis? ¿Esto es producto del Gran Colapso?

—¿Gran Colapso? —Kaleb alzó la mano a modo de saludo al cruzarse con un par de seres de aspecto femenino que cargaban con lo que parecían ser libros—. Nunca llegué a entender del todo el significado de ese término. Vosotros, los nuevos colonos, consideráis el Gran Despertar como algo negativo, y como tal lo llamáis. Nosotros, los únicos que conocemos la auténtica realidad, celebramos con orgullo y júbilo aquellos días. Colapso... —Volvió a reír—. Mercurio no colapsó ese día, amiga mía. Al contrario. Mercurio despertó, y doy gracias a Taranis porque así fuese. Al fin los hombres hemos tenido la oportunidad que realmente merecíamos...

Al girar por uno de los túneles secundarios se adentraron en una gran avenida en cuyo final había unas altísimas escaleras de caracol que se perdían en la piedra. Kaleb les guio hasta allí  y, uno a uno, fueron ascendieron los peldaños hasta alcanzar el piso superior. Allí, vigilados por varios controles y custodiado por al menos veinte curianos armados, alcanzaron al fin las puertas que daban a la "sala de la Reina".

Antes de seguir, Kaleb se detuvo ante la puerta. Grabadas en la superficie metálica de ésta había varias imágenes de gran detalle en las que se veía parte de la historia de los primeros curianos.

—Cuando el portal se abrió, "ellos" acudieron a nuestro rescate. Nuestra especie hace siglos que cayó en el caos; las guerras, el odio y la envidia nos están destruyendo desde dentro. Es una realidad triste, pero inequívoca: vivimos el declive de nuestra especie. En el fondo, es cuestión de tiempo que nos extingamos. Por suerte, hay una alternativa.

—¿Cuál? —Quiso saber Tanith—. ¿Y quiénes son "ellos"? En esa imagen solo veo humanos: humanos a un lado de ese arco que tenéis ahí fuera.

—¿Humanos? —Kaleb sacudió la cabeza—. Vamos, la Reina os espera.

Kaleb empujó las puertas con fuerza, y ante ellos se abrió una gran sala dorada en cuyo corazón, sentada en un altísimo y bello trono de cristal en forma de estrella, se hallaba una mujer. La única mujer que había logrado hacer historia en ambos reinos, tanto en el curiano como en el subterráneo: la condesa Ashdel Bicault.

—¿Cómo es posible?

Finn Katainen palideció al ver caer la sombra de la condesa sobre ellos. Bicault se mostraba alta, firme y hermosa en su gran armazón de metal dorado que ahora sustituía su cuerpo. De su anatomía inicial ya no quedaba nada salvo la máscara de carne que cubría su calavera biónica y algún que otro órgano oculto bajo el vestido. El resto, desde la cabeza hasta los pies, era totalmente artificial: puro metal, oro y diamante. No obstante, incluso así, Bicault resultaba ser un ente increíblemente hermoso y atrayente. Tanto que resultaba complicado apartar la mirada de sus ojos de diamante.

Confusa ante la mezcla de emociones que despertaba la Reina en ella, Tanith permaneció en silencio unos instantes, observando boquiabierta al ser que se alzaba ante ella. Si bien ya no podía ser considerada humana, era evidente que Bicault desprendía un aura de majestuosidad y de fortaleza ante la cual era difícil no doblegarse.

Aquella mujer era, sin lugar a dudas, el auténtico corazón y alma de aquel lugar.

Mientras Kaleb se adelantaba unos pasos para saludar con una reverencia a su Reina, los guardias que habían arrastrado hasta allí a Finn y a Tanith les liberaron y retrocedieron hasta las paredes doradas. Una vez allí, de espaldas a las tremendas y hermosas imágenes que había grabadas en las paredes, todos fijaron la mirada en su señora, como si no hubiese nada más en la estancia que valiese la pena contemplar.

Y quizás no se equivocasen.

—Mi Reina, tal y como le prometí le he traído a la señorita Tremaine y al hombre que dice ser su primo. Siguiendo sus órdenes, ninguno de los dos ha sufrido daño alguno.

—Excelente, Kaleb —respondió la máscara de carne que era el rostro de Bicault sin mover los labios. La voz surgía de lo más profundo de su garganta con gracia y feminidad, como si se tratase de una mujer de carne y hueso cualquiera—. Hace mucho tiempo que esperaba este momento. Tanith Tremaine, al fin nos vemos las caras. No quise ir a visitarte a la celda para evitar llevarme una impresión equivocada de ti, y veo que no me equivoqué. Eres tal y como te había imaginado.

Tanith retrocedió un paso al ver que la mujer se acercaba a ella, asustada. Finn, el que había asegurado ser familia de Tremaine para alargar su vida un poco más, en cambio, se adelantó y la cubrió con las espaldas, a modo protector.

—No te acerques un paso más —advirtió—. ¿Qué quieres de ella? Es más, ¿qué demonios quieres de todos nosotros? ¡No hemos hecho nada!

—¿Que qué quiero de vosotros? —respondió Bicault alzando el tono de voz—. ¡Apartadlo de mi vista!

Antes de que pudiesen reaccionar, varios guardias se abalanzaron sobre Finn y le apartaron de Tanith a rastras. Seguidamente, siguiendo las órdenes de Bicault, la cual simplemente hizo un ligero ademán de cabeza, lo arrastraron fuera de la sala, entre gritos y pataleos.

Tremaine, incapaz de moverse a causa del pánico, no pudo más que aguardar en silencio a que la paz regresase a la sala. En lo más profundo de su ser deseaba que a Finn no le sucediese nada, que tan solo le arrastrasen a la celda y le encerrasen, pero dudaba que a aquellas alturas importase lo más mínimo su opinión.

Ya a solas, Bicault se acercó a Tanith y la obligó a que la mirase a la cara cogiéndola por el mentón. Vista de cerca, el rostro de la condesa le recordaba al de los muñecos de porcelana que durante tantos años había estado vendiendo.

—Llevo muchos años esperando a que la puerta vuelva a abrirse, Tremaine. Ellos prometieron llevarme cuando les trajese al hijo de la traidora... Prometieron que nos dejarían formar parte de su Reino, y tú, querida, eres la única forma de atraerlo hasta aquí. —Los ojos de Bicault empezaron a brillar con furia, irradiando una mezcla de malicia y odio inquietante—. Así que puedes respirar tranquila... podrás verle a él y al crío una última vez antes de matarte. 

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