Vuelo 1227

Da MyPerfectGuys

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En un abrir y cerrar de ojos todo cambió. Sus vidas, sus familias... ya nada volvería a ser igual que antes. Altro

Prólogo
Cap.1
Cap.2
Cap.3
Cap.4
Cap.5
Cap.6
Cap.7
Cap.8
Cap.9
Cap.10
Cap.11
Cap.12
Cap.13
Cap.14
Cap.15
Cap.16
Cap.18
Cap.19
Cap.20
Cap.21
Cap.22
Cap.23
Cap.24
Epílogo

Cap.17

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Da MyPerfectGuys

– ¡Buenos días! – me saludó Harold en cuanto me vio, tan sonriente como siempre.

Me senté en la barra de la cocina y él, sin yo pedírselo, me sirvió una taza de café con leche. Intrigada lo observé de arriba a bajo examinando su ropa bien planchada y sus prendas entalladas, y de inmediato quise saber a donde se dirigía tan elegante vestido.

– ¿A dónde irás? – pregunté curiosa.

– Tengo que atender unos asuntos de trabajo con mis empleados, y lo más posible es que esta tarde vaya a visitar a Harry.

– Verás a Harry... – medité detenidamente en voz alta. 

– Sí. Ya sabes que yo, al ser familiar directo, sí puedo hacerle visitas. 

– Entiendo – musité con tristeza.

– Tranquila, ya queda menos para que lo veas... te lo prometo – me guiñó el ojo tratando de levantarme el ánimo. Apuró su desayuno velozmente y se acercó unos pasos hacia mí para besarme la frente –. Hay más comida en el frigorífico por si te apetece. No sé si me dará tiempo para venir a almozar contigo.

– Está bien, no te preocupes – le dije comprendiendo sus motivos, ya que, con sólo ver lo acelerado que estaba, era obvio que algún problema grave había ocurrido en su empresa. Él asintió en mi dirección con una expresión más relajada y caminó de espaldas hacia la puerta, ajustándose la corbata y alcanzando su maletín –. Oye Harold, ¿cuándo volveré a clase?

– El lunes, si te parece bien.

– Sí, perfecto. Cuanto más rápido me incorpore, mejor – le sonreí –. Que tengas buen día.

– Igualmente. Llámame si necesitas cualquier cosa.

La puerta principal de aquella gran casa se cerró de golpe, resonando en el interior una y otra vez con el eco característico de los espacios escasos de muebles. Segundos después, el sonido del motor del coche arrancando se escuchó, y poco a poco se fue perdiendo a medida que Dann y Harold se alejaban en él.

Mirando el reloj de la cocina, pude cerciorarme de que aún seguía siendo algo temprano. No sabía muy bien que hacer, y para mantener mi cabeza ocupada y por curiosidad, decidí darme otra vuelta por la casa para husmear y descubrir recovecos desconocidos. Estaba todo muy vacío y sin apenas decorar a excepción de mi habitación, pero según Harold aseguraba, en unos días terminarían de traer los muebles de su antigua casa.

Subí por la impresionante escalera del recibidor arrastrando mi mano por la barandilla para disfrutar de la suavidad de la madera lacada en blanco hasta llegar al segundo piso. Avancé por el pasillo con los ojos muy abiertos fijándome en cada milímetro de pared o techo, hasta que paré frente a la puerta cerrada de la habitación de Harry. Ésta era muy parecida a la mía, a diferencia de que su ventanal daba justo a la casa vecina en la que me había fijado la noche anterior, mientras que el mío daba a nuestro jardín.

– Hola – me sorprendió una alegre y melodiosa voz. Una chica rubia se asomó por dicha ventana al pillarme observando el interior de su habitación –. Me llamo Ruth, ¿eres nueva por aquí?

– Eh, sí – balbuceé tratando de mantener mis nervios tranquilos. Curvé mi espalda y apoyé mis antebrazos en el marco de la ventana, adoptando una postura más relajada –. Soy _____.

Al instante, ella cambió su sonrisa por una mirada de desconcierto, incluyendo su ceño fruncido y su cabeza ladeada.

– Espera, yo te he visto antes... – musitó con voz misteriosa mientras me señalaba con el dedo y entrecerraba sus ojos –. Tú eres... –  dijo antes de bajar la vista hacia un periódico que tenía en su mano –, oh, no me lo puedo creer. ¡Tú eres la chica del accidente!

Tragué fuertemente y agaché la cabeza decepcionada. Por un momento no recordé que prácticamente todo el país me conocía. Y lo peor no era simplemente que me conocieran, sino que lo hacía con el horrible mote de La chica del accidente. Parecía que a partir de ahora todo el mundo me recordaría por eso.

– Oh, lo siento, no pretendía ofenderte – se disculpó arrepentida, lanzando el periódico al aire e inclinándose hacia adelante en la ventana para tenerme más cerca –. ¿Tienes algo que hacer hoy? – me preguntó intentando desviar el tema. Yo negué – Pues entonces espérame, ahora voy a por ti.

Sin esperar a que respondiera, cerró la ventana de golpe y desapareció de su habitación. Una chica un tanto extraña, y directa. Aquello me gustó. Muy pocas como ellas habían en mi antigua colegio.

Salí rápidamente de allí y me metí en la puerta de en frente, mi habitación. Si Ruth decía que vendría a buscarme, debía vestirme. Abrí mi armario casi vacío y saqué los únicos vaqueros pitillo que tenía y una de las camisas que Sirenia me había comprado, una celeste con topos blancos. A los minutos, el timbre retumbó en mis oídos. Bajé corriendo las escaleras y abrí la puerta ansiosa por saber acerca de lo que haríamos.

– Hola, de nuevo – saludó riendo –. Oye, de verdad que siento lo de antes, no pretendía...

– No, no, tranquila. Supongo que tendré que acostumbrarme – dije encogiéndome de hombros y queriendo dejarlo pasar.

– ¿Te apetece venir a mi casa? A mi madre le encantan las visitas, y a mi hermano las chicas guapas – añadió pícara, no supe iba en serio o si sólo lo dijo para hacerme reír. Me agarró del brazo sin dejarme opción a decidir y tiró de mí hasta sacarme de casa..

– Sí, claro – accedí coaccionada, aunque hubiera aceptado ir con ella igualmente.

Al darse cuenta de que se había precipitado un poco soltó el agarre que ejercía en mi brazo con una risa nerviosa. De esta forma pude correr de nuevo hasta el interior de la casa para coger las llaves y cerrar la puerta. Más tarde, ya me encontraba de nuevo junto a ella, acompañándola calle abajo en dirección a su casa.

– ¡Mamá, tenemos nueva vecina! – anunció nada más entrar.

Su casa era muy diferente en cuanto a los colores y la forma en que se reflejaba la luz, ésta tenía unas características más rústicas y por eso parecía más oscura, con los suelos y paredes recubiertos de algún material extraño que pretendía imitar la madera real. Lo único que se me hizo familiar fue la forma en que las habitaciones estaban distribuídas, o por lo menos sabía que la planta baja era exactamente igual.

Ruth, muy decidida y despreocupada, se encaminó hacia la cocina, y a mí no me quedó otra opción que seguirla. Allí, una mujer rubia con rasgos muy parecidos a los de Ruth, se encontraba muy entretenida pelando y cortando verduras en una tabla que había sobre la encimera. 

– Cariño, no grites. Tu hermano aún duerme – le reprendió ella en cuanto la vio entrar.

– Agh, ese niño parece un oso hibernando – se quejó Ruth con cara de asco haciéndome reír.

– ¡Ruth! No digas eso, es tu hermano – volvió a intervenir su madre con desaprobación. Entonces, cuando terminó de echarle una regañina a su hija con la mirada, desvió la vista hacia mí percatándose de mi presencia y me sonrió de oreja a oreja –. Hola, soy Karen.

– Oh, yo soy _____ – comenté tímida, viéndome de pronto envuelta en sus brazos.

– Así que eres nueva por aquí... – dijo limpiándose las manos en la parte de abajo del delantal de cocina que llevaba puesto –. Estoy segura de que a tus padres y a ti os encantará este sitio para vivir, es realmente tranquilo. 

– Eh, bueno... – susurré nerviosa cruzando mis brazos en mi pecho, como si tratara de algún modo de esconderme y protegerme contra aquel tema –, no vivo exactamente con mis padres.

Ella me miró contrariada, volviendo de nuevo a sus verduras. Abrió la boca queriendo decir algo, pero la presencia de otra persona en la cocina la perturbó, haciéndola perder su expresión de extrañeza. Un chico de mi edad más o menos se encontraba cruzando el umbral de la puerta en ese mismo momento. Este aún continuaba llevándo puesto su pijama, y su pelo estaba algo revuelto y sin peinar.

– Buenos días, mamá – emitió él con la voz ronca propia de un hombre recién levantado, abrazando cariñosamente a su madre por la espalda para no interrúmpirle en su tarea y girando la cara para depositar un beso en su mejilla –. Ruth – dijo mirándola con brevedad a modo de saludo. A continuación, puso la vista en mí y retrocedió un paso con el ceño arrugado, mostrándose evidentemente confuso – Eh... Liam, yo... Liam...

– El idiota que balbucea nervioso es mi hermano, y quiere decir que se llama Liam – me susurró Ruth al oído, consciente de que no lo había dicho en voz baja y de que los tres lo habíamos escuchado.

Liam frunció sus labios rabioso, seguramente a punto de estallar y gritarle unas cuantas cosas a su hermana, pero finalmente tomó una respiración profunda y se quedó quieto, controlando sus impulsos. Dio media vuelta rodeando la encimera, en la cual se encontraba Karen –quien también miraba a su hija con los ojos entrecerrados y enfadada por su comentario–, y se sentó tranquilamente en la mesa que había en una esquina de la cocina. Me sorprendió mucho la capacidad de contención que tuvo. 

– Me llamo _____ – me presenté sentándome a su lado sin que él lo esperara. Alzó la vista con las mejillas algo coloradas y asintió con una sonrisa. Debía admitir que era bastante guapo.

– Y dime _____, ¿cómo era eso de tus padres? – quiso saber Karen volviendo a mí, supuse que para cortar el mal rollo que había entre sus hijos, pero sin ser consciente de que era algo de lo que no me apetecía hablar.

Miré a Ruth mordiéndome las uñas y con temor en los ojos, haciéndole notar mi incomodidad. Gracias al cielo ella tuvo compasión por mi situación y de inmediato saltó, contestando por mí.

– ¿Te acuerdas del accidente de avión sucedido hace un mes, mamá?

Karen movió la cabeza de un lado a otro con lentitud, tratando de recordar, pero tardó demasiado y Liam se le adelantó, pegando un salto en su silla y abriendo los ojos como platos.

– Tu eres la chica de las fotos... 

– Exacto – le confirmó Ruth.

– Eh, ¿alguien me puede explicar algo? Estoy perdida – habló su madre desorientada.

– _____ estaba ese día en el avión mamá, ella sobrevivió – continuó explicando Ruth con delicadeza –, pero sus padres no, ni su hermana tampoco. Ahora ella vive con el abuelo de Harry, que es el chico que la salvó.

Erguí la cabeza y la miré expectante con las cejas alzadas. ¿Cómo era posible que supiera tanto sobre mí?

– No me mires así, todo el mundo sabe acerca de ti – se justificó ella apenada levantando ambas manos –. Ya sabes, la televisión, los periódicos, las revistas...

– Oh, pero eso es horrible – murmuró Karen, apartando el cuchillo que tenía en su mano y corriendo hacia mí para abrazarme –. Lo siento mucho cariño, debe de ser muy duro para ti todo esto.

– Lo es, créame... pero tengo la esperanza de poder superarlo con el tiempo.

– Nosotros estaremos aquí para todo lo que necesites, ¿de acuerdo? – aparté la vista de Karen y miré a sus hijos, quienes asentían consternados –. ¿Quieres quedarte hoy aquí y comes con nosotros? También puede venir ese señor...

– Harold – completé por ella.

– Eso Harold – me sonrió –. ¿Qué dices? ¿Te apetece?

– Si no es molestia entonces sí – respondí mejorando mi ánimo. No se me daba muy bien hacer amigos o caerle bien a la gente, pero en esta ocasión parecía que lo estaba consiguiendo –. Harold se quedará trabajando hasta tarde, así que creo que él no podrá venir.

– Perfecto, entonces lo esperarás aquí – sentenció ella con firmeza, dándose la vuelta y continuando con la comida –. Niños, id y enseñadle vuestras habitaciones. Mientras, yo terminaré con esto.

Ellos, obedientes y al parecer encantados con la tarea que les encomendó Karen, me subieron al segundo piso y cada uno me enseñó una parte diferente de la casa. También hablamos durante bastante rato, rato en el cual me hicieron sentir muy cómoda, y después de una hora bajamos de nuevo a la cocina. Geoff, el padre de ellos, ya se encontraba en la casa, así que nos sentamos los cinco en la mesa y comenzamos a comer entre animadas y divertidas conversaciones.

Cuando fui consciente de todo el tiempo que había estado fuera de casa, salté del sofá de su salón y me despedí de ellos agradecida. Se habían portado realmente bien conmigo y eran muy amables, pero recordé que Harold ya estaría en casa y probablemente se preocuparía por no verme allí.

Narra Harry:

– Venga Harry, otro esfuerzo más – me animó Sirenia.

Concentré todos mis sentidos en mover mi pierna, en hacerla reaccionar de una vez por todas, pero todo intento que hiciera resultaba inútil. Me alejé con agilidad girando las ruedas de mi silla al mismo tiempo que cruzaba mis brazos frustrado. 

– Eh, Harry. Mírame – ella se puso de cuclillas ante mí y me obligó a mirarla –. Acabamos de empezar... no te rindas tan pronto.

– ¡Pero es que es imposible! – bufé dándome por vencido – No volveré a caminar nunca.

– Harry, no te cierres, no seas tan negativo – insistió ella intentando ayudarme. Al ver que me disponía de nuevo a bajar la cabeza, con su mano me tomó de la barbilla y me alzó la cara –. Pensé que con lo que te dije antes te animarías un poco...

Una risita tonta se escapó de mis labios traicionando mi postura seria.

– Me esperará – susurré convencido.

– Sí, claro que lo hará, y es por ella por quien debes hacer esto – me dijo con dulzura palpando uno de mis rizos –. Pon un poco de tu parte, ¿si? Esfuérzate y no te rindas tan rápido. Piensa en la recompensa si eso te da más ánimos.

Sirenia tenía razón, debía tener confianza en mí mismo e intentarlo al menos. 

Ella tiró de la silla hasta dejarla frente a una de las muchas barras de ejercicios que en aquella sala habían y, colocándo mi pierna derecha sobre una de éstas, comenzó a indicarme todo lo que debía hacer de nuevo.

– Venga, tan sólo un poquito de fuerza, con eso bastará por hoy – me incitó con fervor.

Yo asentí en su dirección para que supiera que realmente me iba a tomar aquello en serio antes de centrarme en mi pierna inmóvil. Entrecerré mis ojos, ahogué un suspiró y fruncí los labios plenamente concentrado. Tenía que hacerlo... debía hacerlo. Mientras, en mi mente me repetía una y otra vez esa frase.

– ¡Lo has hecho! – chilló ella de pronto emocionada.

Ladeé mi cabeza sin creerlo. Tan rápido había pasado que ni cuenta me había dado. Volví a presionar la pierna provocando una hendidura en el colchón y la relajé despacio devolviéndola a la posición normal. Se notaba el cambio, podía notarlo. ¡Lo había hecho! ¡Lo había hecho de verdad!

Miré a Sirenia desconcertado alcanzando a ver como a ella se le escapaba una lágrima de la emoción.

– Oh, sabía que podrías Harry – festejó, inclinándose para abrazarme. Yo estaba como paralizado de la impresión. Después de semanas había avanzado –por fin– en mi recuperación, y eso me había dejado completamente desconcertado – Pero ya está, es suficiente por hoy. No quiero que tus músculos se sobrecarguen.

– Esto es bueno, ¿no? – quise saber emocionado –. Digo, esto significa que ahora me recuperaré antes, ¿verdad?

– Claro que esto es bueno, pero no hay que cantar victoria aún – me advirtió seriamente –. No te aseguro que mañana o pasado vayas a progresar también, quizá esto sea un proceso lento. En ese caso ya sabes que tienes que tener paciencia.

Ella me llevó hasta una zona apartada de las máquinas de rehabilitación, a una salita con camillas y biombos que las separaban. Posicionó mi silla frente a una silla de esas incómodas de hospital y se sentó frente a mí, alcanzando mi pierna y colocándola sobre su muslo para darme un masaje. Cuando terminó, se levantó y echó a andar por los pasillos llevándome con ella. Me preparó y acomodó en la camilla cuando llegamos a mi habitación, donde me esperaba ya impaciente mi exigente profesor particular.

– Antes de que te vayas... – murmuré en voz baja agarrando el brazo de Sirenia cuando vi que la oportunidad para enterarme de algo que me rondaba la mente desde hacía mucho tiempo, se me iba a pasar –. ¿Ella vio mi regalo ya?

– Se lo di, pero no lo abrió delante mía – algo de decepción me invadió el cuerpo entero al enterarme. Solté su agarre y me hundí entre los almohadones decepcionado –. Sea lo que sea, estoy segura de que le encantará, Harry – me animó por última vez en la noche.

                                              *     *     *

– Suficiente por hoy – levanté la vista y vi a mi abuelo apoyado en el umbral de la puerta con una expresión muy distinta a la que solía tener cuando venía a visitarme. Estaba contento, y a demás sonreía mucho y ampliamente, lo que me hizo ver por primera vez algunas arrugas marcadas en su cara que no sabía que tenía –. Vuelve mañana Matt, me gustaría estar un rato a solas con mi nieto.

– Claro.

El hombre de pelo negro algo despeinado y gafas demasiado gruesas para mi gusto, cerró cuidadosamente el libro de geografía que sostenía en sus manos y se levantó. Recogió sus cosas y en poco tiempo ya había abandonado la habitación.

– ¿Qué tal te van las clases? – preguntó mi abuelo pasando al interior – ¿Crees que podrás presentarte a los exámenes en unos meses sin problemas?

– No sé si los podré aprobar, han sido demasiadas las clases que me he perdido, pero lo intentaré y lo haré lo mejor que pueda – respondí muy seguro de mí mismo –. Sabes que los estudios nunca han sido un problema para mí.

– Cierto, tú puedes con todo esto y más – dijo haciéndome sentir halagado. Arrastró un poco más la misma silla que Matt había utilizado a la camilla y se sentó examinándome orgulloso.

Quise preguntarle por aquella felicidad tan evidente que emanaba de su interior, pero por desgracia mi médico entró en ese instante por la puerta, dispuesto a hacerme un chequeo diario como cada tarde. 

– ¿Todo bien, Harry? – preguntó él.

– Perfectamente – sonreí mostrando mi perfecta dentadura, sorprendiéndolos a los dos que estaban presentes en la habitación.

– Estás raro... ¿seguro que estás bien? – volvió a insistir.

– ¿Qué tengo que me hace parecer raro?

– Estás... no sé, distinto a otros días.

– Pareces feliz, animado, contento... demasiado quizá – completó mi abuelo. Ambos intercambiamos miradas, y por nuestras sonrisas supimos que cada uno tenía noticias para el otro.

– Sí, bueno, es lo que tiene avanzar en rehabilitación – comenté con indiferencia, dejando al descubierto mi buena noticia como si nada, restándole importancia.

– Oh, nuevas noticias – asintió el médico satisfecho tomando nota en unos papeles que tenía dentro de una carpeta –. Muy bien Harry, muy bien... pues así deberías de estar todos los días.

– Ya, supongo. Por cierto, quería preguntarle una cosa – lo miré altivamente recostándome en los cojines –, cuando una persona avanza positivamente en estas sesiones, muchas veces dejan que vaya a casa y continúe progresando allí, ¿verdad? – una sonrisa astuta atravesó mi rostro.

– Eh, sí – respondió el doctor sin comprender a dónde quería yo llegar –. ¿A qué viene todo esto, Harry?

Por el rabillo del ojo vi a mi abuelo sonriendo de la misma forma que yo. Obviamente, él sí que me había entendido, y por la diversión que mostraba se podía decir que estaba de acuerdo conmigo en lo que le iba a proponer al doctor.

– Si yo mejoro un poco más de aquí a unos pocos días, me podría ir a casa, ¿cierto?

– Eso es complicado que pase, tan sólo mira tu estado – comentó distraído con algo de maldad bajando la vista otra vez a los papeles, sin duda pretendiendo desanimarme.

– Sí, sé que es complicado, pero hoy conseguí dar el primer paso – mi carácter cambió al notar la forma en que él me estaba hablando, y comencé a mostrarme de nuevo frío y a la defensiva, como otros días me había comportado –. Posiblemente me sea más fácil a partir de ahora.

– Lo dudo – volvió a añadir.

Mi abuelo, a mi lado, gruñó de tal manera que, en cuanto el doctor terminó de apuntar unas cosas y separó el bolígrafo del papel, salió huyendo de allí.

– Eres muy astuto Harry – me sonrió él –. Pensaste muy bien en esa reflexión. 

– ¿De qué me sirve? – musité desanimado, realmente me había afectado y tocado la moral que el médico me hubiera tratado así. Había conseguido su propósito definitivamente – No entiendo por qué se empeñan en quitarme las ilusiones, se supone que debe ser al revés, que deben darme ánimos para que mejore.

– No les hagas caso, los médicos son idiotas – comentó revirando sus ojos provocándome alguna carcajada –. Demuéstrales que puedes, haz que se traguen sus palabras. Eres fuerte, muy fuerte, y sé que lo conseguirás. Y muestra esa preciosa sonrisa heredada de tu madre, que seguro que a ella le encantaría estar viéndola en todo momento...

Inconscientemente mis labios se ampliaron. La sonrisa heredada de mi madre. Eso me dio bastante para pensar. La recordé a ella, sus manías, su forma de ser, sus cuidados hacia mí... Daría todo por traerla de nuevo al mundo, por decirle un último 'te quiero' y poder despedirla como merecía, pero eso ya era imposible.

– Es tarde Harry, he de irme ya – finalizó. Se levantó de su asiento y se inclinó para abrazarme y darme unas palmaditas en la espalda –. Que pases buena noche.

– Espera – lo frené una vez que estaba ya en la puerta –. ¿Sabes algo de ella?

Mi abuelo suspiró pesadamente y desvió la mirada hacia la ventana que había detrás de mí. Era consciente de que era un tema del que no le gustaba hablar, y supuestamente yo no debía de saber el porqué, pero en realidad sí que lo sabía. 

– No, no sé nada – negó tras meditar sus palabras unos segundos –. Pero estará bien, eso seguro.

Inevitablemente exploté de la risa en mi interior, y tuve que poner mucho esmero en contener las carcajadas. Él se negaba a contarme la verdad, y la razón la desconocía, pero como bien había dicho antes, yo era muy astuto, y sabía ya que _____ estaba junto a él, viviendo en la misma casa y esperándome.


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