Hawa: Debemos salir a flote |...

By meg-books

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COMPLETA - PRONTO EN LIBRERÍAS. Tras los intensos acontecimientos que han ocurrido últimamente, Audrey recibe... More

Sinopsis
❄ Preludio ❄
Capítulo 1
Capítulo 2 (Parte 1/2)
Capítulo 2 (Parte 2/2)
Capítulo 3
Capítulo 4 (Parte 1/2)
Capítulo 4 (Parte 2/2)
Capítulo 5 (Parte 1/2)
Capítulo 5 (Parte 2/2)
Capítulo 6 (Parte 1/2)
Capítulo 6 (Parte 2/2)
Capítulo 7
Capítulo 8 (Parte 1/2)
Capítulo 8 (Parte 2/2)
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12 (Parte 1/2)
Capítulo 12 (Parte 2/2)
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19 (Parte 1/2)
Capítulo 19 (Parte 2/2)
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22 (Parte 1/2)
Capítulo 22 (Parte 2/2)
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25 (Parte 1/2)
Capítulo 25 (Parte 2/2)
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28 (Parte 1/2)
Capítulo 28 (Parte 2/2)
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33 (Parte 1/2)
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36 (Parte 1/2)
Capítulo 36 (Parte 2/2)
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41 (Parte 1/2)
Capítulo 41 (Parte 2/2)
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44 (Parte 1/2)
Capítulo 44 (Parte 2/2)
Capítulo 45 (Final)
Top 15 Comentarios + Agradecimientos
Tercer libro: Gea + Avisos
¡Concurso!

Capítulo 33 (Parte 2/2)

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By meg-books

Arremete contra mí, impulsado por la misma adrenalina que me llevó a embestir contra él. No sé qué sucede afuera, no sé qué sucede en el piso inferior, ni en el comedor, ni el patio. No sé si el líder llegó a convencer a todos, no sé si ya se habrán puesto a pensar que yo puedo no tener que ver con nada de esto. Sólo me importa el ahora. Sólo me importa él, sólo me importa no sentirme sola en esto, sólo me importa hacerlo feliz en este preciso momento. Olerlo, sentirlo, saborearlo, memorizarlo para siempre. Fénix quita sus manos de mi espalda y las apoya en mi cintura para luego acorralarme contra la pared junto a su armario. Acorralarme así es una intimidación tenebrosa, pero placentera de la misma manera. Yo no hago mucho uso de mi mente cuando él se despega para quitarse la chaqueta y luego intenta quitarme mi suéter. Alzo los brazos para facilitarle la tarea, disfrutando que sea él quien me la arrebate, y cuando Fénix se gira un poco para tirarlo todo sobre su cama desprolija, aprovecho y vuelvo a acercarme para besarlo.

Todo es fugaz pero eterno, suave pero salvaje. Todo es un completo torbellino de emociones que me sacan de los pensamientos abrumadores que me persiguen día tras día. Un dulce escape que, aunque no me quite los problemas, me da la felicidad de no vivir en ellos en este tiempo. Que me permite el momento de estar con quien quiero. Que me permite explotar y dejarme guiar por mis instintos e impulsos.

Dejo de apretarle la espalda para volver a acariciar ese cuello y esas mejillas ásperas por la barba incipiente. Todo resulta irreal como en un sueño y todo parece ser perfecto cuando levanta un poco mi camiseta y siento sus largos dedos en mi cadera... pero algo en la situación se detiene. No logro pensar en ello mientras sigo siendo guiada por mis ganas de mantener sus labios un rato más junto a los míos, pero después de unos segundos soy consciente de que sus manos han quedado petrificadas sobre mis caderas, su boca quieta sin emitir ninguna respuesta por su parte, su respiración cortada y detenida en una profunda inhalación...

Cuando me permito ver qué está sucediendo, me encuentro con sus ojos verdes bien abiertos mientras mira hacia el suelo. Con un respingo de horror me alejo unos centímetros de él, y entonces lo noto mejor: su piel bronceada ya no es lo que era, y en unos cortos segundos ya está tan pálida como la mía. Los labios, finos, suaves y rosados, ahora están duros y azulados.

No tardo demasiado en darme cuenta de lo que estaba haciendo. Lo alejo de mí con un leve empujón y sólo entonces comienzo a sentir con más firmeza la descarga helada que me recorre las venas. Pero se empieza a ir, se empieza a esfumar de mi cuerpo en cuanto corto toda emoción que me une con Fénix; en cuanto me aparto de él y dejo de pensar en lo único que me estaba absorbiendo y se estaba robando todas mis emociones: besarle, estar con él.

Fénix tambalea un paso hacia atrás y se roza las yemas de los dedos en la boca. Su color habitual vuelve a su rostro repentinamente, sus ojos vuelven a relajarse, deja de estar tan tenso. No, por Dios. Si hubiera estado un momento más en contacto conmigo...

«Puedes lastimar a los mundanos, pero también a los ignisios, también a los hawas; y por eso el amor nunca funciona con un Hijo de Gea».

Él sólo se queda observándome, y antes que seguir soportando su mirada incrédula, prefiero salir disparada por la puerta. No me importa si se suponía que debía esconderme por esta noche. La voz del instructor resuena en lo más recóndito de mi mente, provocando que pueda reaccionar de un sobresalto.

—¡No! ¡Espera!

Sin embargo, no llego ni a tocar el picaporte. Fénix también actúa cuando yo salgo de mi estupor, y me toma del brazo antes de que pueda llegar hacia su puerta. Yo me retuerzo, agachando la mirada por la vergüenza y por el miedo de poder volver a ver esa horrible expresión en su rostro. Fue real, no lo imaginé; duró sólo unos segundos, pero él estaba tan blanco como Ashley luego de recibir el ataque de los dos hawas en las colinas.

El hecho de que él sufra me hace sufrir a mí. Me hace sentir horrible, me provoca una rabia propia que es más grande que cualquier otra. Por un momento, un instante fugaz pasa por mi mente; una charla informal y casual que tuve con mamá antes de saber sobre todo este mundo. Antes de darme cuenta siquiera de que ella también sabía sobre todo esto.

«Yo no digo que sea un mal chico, y tal vez él no te haga daño. Pero, tal vez, la que se haga daño seas tú misma».

Ella lo sabía. Lo sabía mejor que yo.

Me doy cuenta de que Fénix está repitiendo mi nombre mientras intenta sin rendirse que yo deje de zarandearme.

—Audrey. ¡Audrey, por favor!

Me toma del otro brazo y yo me desinflo. Dejo que las lágrimas fluyan y vuelvo a sentir esa dolorosa necesidad de estar cerca de él, aunque sé que puede no ser lo mejor para su salud. Así que dejo de forcejear con los brazos y hundo la cara en su pecho, dejando que él vuelva a abrazarme.

—Perdóname, perdóname —lloriqueo junto a su hombro—. No quise hacerte nada...

—Lo sé —murmura, hundiendo su rostro en mi pelo—. Estoy bien, nada pasó...

—Sí pasó —espeto—. Me dejé llevar. No puedo dejarme llevar... Se supone que debo saber controlar mis sentimientos... Se supone que yo...

Fénix calla mis lamentos mientras chasquea la lengua y comienza a mecerme en sus brazos. Realmente no sé cómo fue que llegó a recomponerse tan rápido. Sé que él es especial porque aguanta las bajas temperaturas más que un ignisio normal, pero no debo aprovecharme de eso. Si estoy con él, se supone que debo cuidarlo. Se supone que debo hacerle bien, no mal. Ni siquiera sé cómo rayos ocurrió todo esto, ni siquiera fui consciente sobre lo que realmente estaba sucediendo.

Él alza la cabeza y me echa un vistazo cuando ya siente que dejé de sollozar. Observa la puerta y después vuelve a mirarme.

—No vas a ir a ninguna parte. Debes esconderte por hoy, por las dudas, hasta que las aguas se calmen —murmura, y entonces se aparta un poco mientras me lleva de la mano hacia la cama—. Ven, mejor si te sientas un rato...

Me dejo caer en el colchón y entonces comienzo a agradecer que no fue él quien haya salido corriendo hacia la puerta, impactado, asustado, como el instructor luego de ver el hielo y sentir el frío en mi celda. Nunca me lo habría perdonado, nunca me habría de olvidar su expresión...

Siento sus ojos recorrerme el rostro, estudiándome, muy intensos mientras él se sienta a mi lado.

Parece tardar en encontrar las palabras correctas.

—Sé qué vas a decir —susurra—; que es tu culpa. Que eres una impulsiva y que gracias a ti yo puedo salir lastimado. Que sería mejor si no hacemos nada de esto y...

—¿Y no crees que sea así? —interrumpo, volviéndome hacia él con tanta brusquedad que se queda callado de repente.

Su mirada vacila, pensativa, antes de volver a dar con la mía.

—Lo que creo es que estás bajo una horrible presión —me seca una mejilla con el pulgar—. Y no sé qué es lo que me permitirías hacer para ayudarte...

—Haces todo lo que necesito —confieso, en un hilo de voz tal vez muy apagado—. De verdad, lo haces todo. Y te lo agradezco de corazón... pero soy yo la que debe cambiar.

—¿Por qué diablos quieres cambiar?

—¿Por qué diablos estás conmigo?

Nuestras preguntas se juntan casi al mismo instante, y no nos da el tiempo suficiente para respondernos el uno al otro. Nos quedamos en silencio, procesando nuestras respuestas. A él no sé qué contestarle, ¿que por qué quiero cambiar? ¿Acaso no es obvio?

Fénix abre la boca para responderme pero la cierra antes de decir nada. Deja salir un suspiro cansado, cambiando de idea, y entonces sus ojos vagan por mi rostro hasta detenerse en mi cuello.

Yo no entiendo nada hasta que él acerca la mano y extrae la cadena que cuelga bajo mi camiseta.

—Aún lo usas —comenta. Gira el dije del sol y la luna que él me obsequió en mi cumpleaños, y la escasa luz nocturna entra por la ventana para rebotar en el collar e iluminar un pequeño espacio entre nosotros—. Eso me hace pensar que en realidad no tienes tantas ansias por cambiar como tú insinúas. ¿Sabes por qué no me separé de ti hace un rato? ¿Por qué preferí seguir besándote aunque sentía lo que me estabas haciendo? ¿Por qué no me replanteo alejarme un poco de ti cada vez que siento que tu esencia se enfría? Porque no me importa —suelta—, y por eso te regalé esto. No quiero que cambies nada de ti, Audrey, aunque una parte de ello pueda hacerme mal. No quiero que cambies porque tú tampoco deseas que yo cambie, y porque, si decido estar contigo, debo aceptarte tal cual eres. Porque eso está bien: lo que somos, con lo malo y con lo bueno. Porque eso sobre ti que para mí puede ser malo, puede resultar genial para otra situación, para otro punto de vista... para otra persona —toma el dije y lo esconde dentro de un puño, dejando de hacerlo girar—. El día que te lo di te dije que representaba a Ignis y a Hawa, porque acepto eso —exhala aire por la nariz, calmando un poco su voz—. No quiero que seas una insensible. Creo que te mereces sentir emociones como toda persona normal, no que te prives de ellas.

Deja caer el dije, y yo cierro los párpados para que las lágrimas acumuladas caigan de una vez y dejen de volverme la vista borrosa. Siento su brazo rodearme los hombros mientras me aprieta hacia él, mientras me regala un momento más para que inspire su aroma.

—Y sucede que te quiero, Audrey —vacila—. No, no es sólo eso. Es algo más; pero no sé cómo explicarlo. ¿Cómo explicas algo que no has sentido con anterioridad?

—Tal como acabas de hacerlo —confirmo, pasándome la muñeca por la mejilla húmeda. Me quedo un rato mirando con el ceño fruncido los dedos de mi mano entrelazados con los de él, mi rodilla contactando con la suya—. Yo también te quiero, Fénix. Quizás demasiado.

—Permítete sentir lo que creas necesario —murmura, con los labios contra mi cabello—. Yo te perdono lo que acaba de ocurrir como todo lo demás que ocurrió y ocurrirá; tal como tú me perdonaste en La Tormenta. Y tal como tú te perdonaste a ti misma esa noche, aunque no quieras asimilarlo de esa manera.

No sé cómo hace eso. La noche de La Tormenta sigue torturándome de cierta manera cada vez que la recuerdo, pero él tiene razón. Sigo memorizándola para no olvidar que debo mejorar, pero yo ya me perdoné por ello. El hecho de que nadie haya salido gravemente herido y de que la ciudad haya quedado intacta me ayudó a perdonarme por lo que hice, como también a los ignisios y a los hawas que hasta entonces me estaban guardando demasiados secretos y planes ocultos en los que me incluían.

—Sé que llegarás a perdonarte de la misma manera en el futuro.

Su voz queda flotando y la noche sigue su rumbo sin detener su tiempo en dos personas que pierden los minutos inmersos en un simple abrazo. Yo sigo creyendo que quizás él sea el indicado para mí, pero sigo sin comprender cómo es que yo lo merezco, porque estoy segura de que soy la menos indicada para él.

Sin embargo, vuelvo a buscar y a atrapar el mismo pensamiento que tuve antes de comenzar a besarlo y trato de mantenerlo conmigo a pesar de todo, trato de no perderlo: que, quizás, debería dejar de cuestionar tanto y comenzar a agradecer y disfrutar lo que tenemos, aquí y ahora.

Y si algo llega a suceder —y es inevitable que no sea así—, espero que el perdón me acompañe, tal y como Fénix promete.    

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