Desde las Sombras

Od MaryEstuardo2112

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☆DESTACADA en el perfil de SuperhéroesES ☆Ganadora de los premios CARROT 2020 ☆Incorporada a la lista de lect... Viac

Antes de leer
Personajes Parte I
Personajes Parte II
Booktrailer
Mockup
Con el demonio adentro. Parte I
Con el demonio adentro. Parte II
Con el demonio adentro. Parte III
Donde viven las hadas. Parte I
Donde viven las hadas. Parte II
Donde viven las hadas. Parte III
Hija de la luna
Hija de Lilith
El libro de Enoc. Parte I
El libro de Enoc. Parte II.
La nota.
El nido.
Hijos de la noche
La traición.
Hija de Lucifer
Merliot
La Resistencia. Parte I
La Resistencia. Parte II
El Reino de Faylinn. Parte I
El Reino de Faylinn. Parte II
En el nombre del Rey. Parte I
En el nombre del rey. Parte II
La boda. Parte I
La boda. Parte II
Edom. Parte I
Edom. Parte III
Edom. Final
La Reina del Averno
El comienzo del fin.
Desde las Sombras. Final.
Epílogo
Anexo 1. #Lilibel
Anexo 2. #Amaliot.
Anexo 3. Especial #Markanna
Anexo 4. #Julien
Entrevista
¡Nota!

Edom. Parte II

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Od MaryEstuardo2112


La visión que Julieth había tenido de Edom, en aquellos recuerdos compartidos con su huésped, era muy diferente a la imagen que captaban sus ojos en el momento en que cruzaron el portal hacia el reino satánico.

Lejos de ser un páramo desolado, una serie de construcciones de carácter lóbrego y ruinoso se erguían a lo largo y a lo ancho del terreno, como si se tratara de una ciudadela, rodeada por carcomidas murallas.

Lo que viste aquel día son las afueras del Reino. "El valle de Edom"—explicó Johanna captando los pensamientos de la pelirroja—. En ese sitio suelo pasar la mayor parte de mi tiempo. No me gusta el bullicio de la Ciudadela Oscura.

Gracias por la información—dijo Julieth, sorprendida por la inusual disposición de la súcuba.—Aunque ahora no parece un sitio muy concurrido, la verdad—añadió, notando que las sombrías calles yacían vacías.

Estamos en los suburbios de la cuidad —Johanna habló en voz alta para que todo el grupo, que estaba reunido a su alrededor, la oyera—. Y aún es temprano—dijo solo para Julieth—Tenemos que llegar al Palacio de mi padre sin ser detectados. Allí se encuentra el libro de Enoc. Estoy segura.—siguió hablando para la multitud.

—¿Por qué no nos trasladaste directamente allí?—preguntó Astrid y algunos miembros de la Guardia la secundaron.

No se pueden abrir portales tan cerca del Palacio sin que mi padre los detecte—explicó la demonia haciendo una mueca de disgusto.

—¿Cómo sabes que no detectó este?—indagó Gwyllion.

—Lo sé porque de lo contrario ya estaríamos muertos—respondió, como si fuera lo más obvio del mundo—.Y hablando de morir...¿Me quieres decir que haces aquí Jennifer?

Los ojos negros de Johanna se posaron peligrosamente en los de la castaña que intentaba pasar desapercibida, ocultándose tras los acorazados cuerpos de los miembros de la Guardia. Julieth estaba al borde de un colapso, tras esa revelación.

—¡Esto no puede ser. Sí que es terca esta mujer!— musitó en su fuero interno, indignada y a la vez preocupada por Jen.

—¡¿Y hasta ahora lo notas?! — le recriminó su huésped.

—Yo...—empezó a decir Jen.

—Ahórrate las explicaciones innecesarias—la cortó Johanna, con un gesto de su mano—. Y mantente cerca del grupo en todo momento. Si mueres, mi anfitriona no podrá soportarlo y se volverá inservible para la causa—dijo con evidente irritación—. Ahora muévanse. Debemos llegar al castillo antes de que anochezca — comunicó, señalando a lo lejos, donde se divisaban dos negras torres cuadrangulares, que sobresalían del resto de las construcciones mucho más bajas, y se perfilaban en el plomizo cielo.

Las mismas parecían estar ubicadas a unas 30 calles más adentro de donde estaban. Tenían mucho camino por delante.

—¿Qué pasa al anochecer?—inquirió uno de los miembros de la Guardia, que parecía ser el más joven, y el más ingenuo.

Johanna focalizó sus ojos oscuros en los del caballero hada, que eran de un vivido color ámbar, y sonrió de medio lado, proyectando cierto fulgor en su mirada.

—Cuando la luz se extinga querido...Inicia la masacre.

Julieth no sabía cuánto tiempo habían estado caminando por aquellas laberínticas calles, a la sombras de ruinosas construcciones, que se volvían cada vez más execrables, pero ciertamente habían sido varias horas.

El castillo estaba a unas treinta calles de donde las había dejado el portal, si hubieran caminado en línea recta, por la avenida principal. Pero por motivos de supervivencia, la demonia había conducido al grupo, por las zonas menos frecuentadas de la Ciudadela, por lo cual se habían desviado considerablemente de su trayecto original.

—Nunca pensé que los demonios vivieran en casas—comentó Julieth, admirando las construcciones que se erguían a sus costados, como inertes centinelas de roca.

—En realidad, ningún demonio habita estas construcciones. Aunque sí moran por la Ciudadela y el Valle, cuando el sol se oculta— explicó Johanna, y ante la visible curiosidad de su anfritriona se decidió a contar un poco más de la historia de Su Reino—. Lo que ves aquí no es más que una representación del antiguo Reino del Edom terrenal, solo que mucho más sombrío.

—¿El que la biblia menciona?—indagó la pelirroja.

Así es...Mi madre solía frecuentar aquellas tierras mundanas hace cientos de años, antes de que "Él" la castigara y la desterrara a esta dimensión. Precisamente a este páramo maldito; que no es más que una réplica del Edom original. En las afueras, está "El Valle" como ya te mencioné, solo que mucho más yerto que el real y el río que viste en mis recuerdos es una copia del Jordán, que lo atraviesa hasta desembocar en el Mar Muerto. Aquí está literalmente muerto, por cierto. –dijo la súcuba con frialdad.

—Vaya, es increíble.

¿Qué cosa? ¿Que el Creador tuviera un agudo sentido del humor y hubiera creado para mis padres una prisión de carácter tan familiar?—ironizó Johanna.

—Pues, sí...Eso y que tú formes parte de este lugar. Por momentos hasta olvido que eres un demonio—dijo Julieth, con sinceridad.

Johanna estaba a punto de acotar, cuando una parvada de demonios voladores, de alas color ébano, y aspecto de murciélago, sobrevolaron el cielo, emitiendo atronadores chirridos.

—Odio a esas ratas aladas. Me recuerdan a los malditos vampiros—dijo Johanna, frunciendo el gesto, elevando la vista hacia el cielo.

En ese momento el fulgurante febo infernal, se sumergía tras las vastas edificaciones, confiriéndoles un tono sanguinolento.

"La noche llegó más rápido de lo que recordaba" reflexionó, aunque ya de por sí, las horas de luz en el Infierno eran exiguas, y ni bien terminó de formular aquel pensamiento la luz se extinguió totalmente, sumiendo al grupo en completa penumbra.

Julieth notó la tensión extendiéndose en su cuerpo tras aquel comentario interior.

—¡No puedo ver nada!— exclamó Jen, que se mantenía cerca de Julieth, tomando su brazo—.¿Acaso huele a azufre?—inquirió arrugando la nariz, justo en el momento en el que una densa niebla se hacía presente, extendiéndose siniestramente por el pavimento. Pero solo Johanna y Julieth, podían verla.

Estamos en el infierno, ¿qué esperabas, un Carolina Herrera?—dijo Johanna, blanqueando sus ojos.

—Eso hubiera sido más original ciertamente—contrarrestó Jen, sujetándola aún del brazo.

Será mejor que enciendan sus espadas—indicó la ojinegra al resto del grupo, haciendo caso omiso al comentario de la morena y estaba a punto de añadir algo más, relacionado con la niebla, pero un grito desgarrador sofocó su propia voz.

—¡Rayos ya empezó!—dijo en el instante en que las espadas de los seres mágicos, que destilaban luz blanca, se encendían e iluminaran la escena, captando el horror que tenían delante.

El grito provenía de uno de los miembros de la Guardia. Precisamente de aquel jovencito de ojos ambarinos, cuyo nombre Julieth no recordaba.

El caballero hada serpenteaba en el aire, contorsionándose de aquí para allá, sujeto por una mano invisible, aullando de dolor.

Poco después no emitió sonido alguno y Julieth pudo ver como sus ojos se cerraban, al tiempo que su rostro pálido, se poblaba de negruzcas ramificaciones telangiectásicas.

Johanna apartó a Jen de un empujón, contra uno de los muros de la callejuela donde estaban, colocándose delante de ella, de modo protector.

—¡La niebla tiene vida! ¡Mató a Ferris!—gritó Gwyllion, intentando inútilmente despedazar los girones de bruma que se enroscaban alrededor de sus pies.

—¡No es la niebla! Son demonios Scorpios. La usan para camuflarse—informó Johanna—. Estén alertas y cuidado con su aguijón. ¡Es venenoso!

En ese momento, como si la mención de su condición descubriera uno de los demonios ocultos en la bruma, se hizo visible y los presentes pudieron apreciar a su oponente completamente. Se trataba de un súcubo en forma de escorpión, de cuyo armazón sobresalían afilados picos puntiagudos. Su cola era alargada y flexible y terminaba en un aguijón delgado; cargado de icor.

El demonio atacó, moviendo su cola como un látigo a la velocidad de una cobra e intentó sujetar a Edrielle. Pero la elfa fue más rápida si se movió a tiempo, blandiendo su espada y profiriéndole un corte en la extremidad a la criatura.

La misma se replegó tras la niebla, por un momento, pero a la brevedad volvió a atacar, logrando esta vez que la elfa cayera al suelo, luego de dar un golpe certero con aquel apéndice venenoso, que de inmediato se enroscó en una de sus piernas y comenzó a arrastrarla hacia la neblina.

La Elfa luchaba por zafarse, pero había perdido su espada en la caída, y estaba se encontraba fuera de su alcance. Gwyllion, corrió hacia su amada, justo en el momento en que ella se adentraba en la espesura y cortó el aire con su luminiscente espada, que se enterró de lleno en la extremidad del Scorpio, desprendiendo la punta de su cola, del todo y liberando a Edrielle.

Ambos se abrazaron un momento, sin dejar de vigilar las sombras circundantes. Y se replegaron junto con el resto del grupo que estaba alerta, en plena expectativa.

Fue entonces cuando tres súcubos más emergieron de la niebla y se lanzaron contra el grupo y entonces comenzó la verdadera lucha.

Todo fue un revuelo de espadas, cuyas hojas silbaban en el aire, dejando estelas blancas en la noche.

A veces los miembros de la Guardia atinaban algún que otro golpe, cercenando las extremidades de sus escurridizos oponentes, que atacaban para luego replegase entre las sombras y volver a propinar su ataque desde un sitio distinto; y mientras esto pasaba, el grupo avanzaba, por la callejuela, ganando cada vez más terreno hacia el Castillo.

El mismo se encontraba a unas tres calles.

Julieth podía ver la maciza silueta de la imponente construcción destacando del resto. Parecía que era el único edificio que había recibido cierto mantenimiento. Y quizá aquello se debía a que era el único habitado realmente. El sitio donde vivían los reyes del Averno, los padres de Johanna.

Ellylon y Astrid eran los que encabezaban la marcha, y tenían una técnica bien desarrollada. La bruja dejaba expuestas a las bestias que acechaban en las tinieblas, repeliendo el inconsistente vaho con su magia, y el caballero hada las embestía con el filo de su fulgurosa espada.

Gwyllion y Edrielle también se complementaban a la perfección en la batalla y eran la segunda pareja en encabezar la comitiva.

La demonia, en tanto, ocupaba el último puesto, enarbolando sus cuchillos benditos, cuya hoja santificada ya había desprendido al menos dos aguijones de los Scorpio que los perseguían, evitando un ataque por la retaguardia.

Jen, iba a unos pasos delante, casi en el medio del grupo, y continuaba pegada a las paredes de las casas, bajo los ojos vigilantes de Johanna. Hasta que algo la sujetó desde el cuello y comenzó a elevarla, arrastrándola por la irregular superficie pedregosa del muro, en el momento en que la demonia se giraba para cuidar la rezaga.

Antes de que el asfixiante agarre le quitará el aliento por completo, la castaña alcanzó a proferir un pequeño gritito que fue captado por los agudos oídos de la súcuba.

Johanna volteó de inmediato y no vió a Jen entre el grupo, que seguía batallando y avanzando. Escrutó las sombras, pero no había nada. La desesperación de Julieth era creciente. Su corazón comenzó a latir cada vez más rápido.

"¿Dónde está?" "¡La han matado, al igual que a Ferris!" Sus pensamientos la estaban abrumando.

Cálmate Julieth. Ahí está Jen— comunicó la ojinegra, advirtiendo a la criatura infernal, que ya casi estaba llegando al techo de la decrépita construcción, con la pequeña morena fuertemente sujeta en aquella mortífera extremidad.

Johanna empezó a escalar el muro diestramente. Valiéndose de las protuberancias que asomaban en aquellas paredes irregulares, y pronto pudo alcanzar a la criatura. De un salto se posicionó frente a ella, quedando ambas sobre el endeble techo de la vivienda.

El Scorpio posó sus ojos rojos en los de la demonia, que proyectaban una luminosidad similar en la oscuridad.

Suelta a la chica de inmediato súcubo y ven a meterte con uno de tu clase...si te atreves—masculló entre dientes, sonriendo pérfidamente.

El diablo emitió un siseo, similar al de una serpiente de cascabel, pues los demonios menores eran carentes del habla, pero tenían cierto nivel de entendimiento. Depositó a una Jen semiconsciente e inmóvil en el frágil tejado y comenzó a avanzar hacia Johanna, arqueando hacia adelante su cola, con el amenazante aguijón, que brillaba en las sombras como una aguja plateada, apuntando hacia ella.

En tanto, las extremidades delanteras superiores, en forma de tenazas, se abrían y se cerraban, comenzando un atronador chasquido, en cada paso que daba.

Johanna arremetió de llenó con el puñal sacro contra la criatura, cuando estuvo a prudente distancia, y le abrió un tajo en uno de sus apéndices, el cual comenzó a destilar icor. Pero esta, lejos de replegarse, como habían hecho sus compañeros, contraatacó, rasgando con la afilada punta de una de las pinzas, parte del atuendo protector de Johanna, mientras algunas chispas doradas centelleaban en el negro manto nocturno.

La ojinegra evaluó un segundo la magnitud de los daños. El tajo en la malla protectora no era demasiado profundo y esto hablaba de la resistencia del material mágico con el que había sido construida. Aun así, la chica achicó los ojos, y destinó una mirada iracunda a su enemigo.

—Acabas de arruinar una prenda con demasiado estilo—escupió la demonia—. Esto te costará caro.

Acto seguido se lanzó de llenó contra el Scorpio, agitando el puñal, similar a una pequeña espadilla, mientras aquel usaba su propio aguijón también como arma. Dos veces chocaron, frenando los respectivos ataques de su contrincante, antes de que la demonia pudiera atinar una estocada en aquella punzante extremidad, hundiendo la hoja santificada en la carne del súcubo, haciendo que este finalmente se replegara un poco, retorciéndose de dolor.

Algunos fragmentos del techumbre se desprendieron también en ese momento, abriendo brechas de un tinte más oscuro a su alrededor.

—Cortaré su aguijón aprovechando su estado de confusión—comunicó Johanna a su anfitriona y avanzó hacia el Scorpio con decisión. Pero sorpresivamente este se había repuesto y atacó a Johanna nuevamente, quien retrocedió a tiempo, pero cuyo pie se encajó en la grieta del techo haciendo que perdiera el equilibrio y cayera al suelo; lo mismo que su espadilla.

Rápidamente, el demonio se posicionó peligrosamente sobre ella, hundiendo una de sus patas afiladas en su pecho, para inmovilizarla.

Julieth podía sentir la presión ejercida y notaba como las fibras doradas de la malla metálica iban cediendo. Pronto lograrían abrir una mella profunda y la traspasarían hundiéndose en su carne.

Estaba comenzando a paralizarse de miedo y eso, como siempre, obstaculiza a su huésped.

—Debemos intentar movernos.—dijo Johanna, quien tenía sujeta, con ambas manos, la pata del Scorpio, imprimiendo una fuerza inversa a la que aquel usaba, para intentar frenar su ataque. Pero Julieth no estaba colaborando. El miedo era demasiado y la aturdía, la debilitaba.

Johanna necesitaba que aquella colaborara, fusionándose al cien por ciento con ella, como en sus anteriores batallas, para lograr liberarse. Pensó rápidamente, y usó su as bajo la manga, justo en el momento, en que las últimas hebras de oro cedían y aquella filosa zanca rasgaba su ropa y su piel.

—Si vamos a morir Julieth, debes saber que anoche también dormí con Jen.

Aquellas palabras hicieron reaccionar de inmediato a Julieth, llenándola de furia hacia los actos impúdicos de su huésped.

—¡¿QUÉ HICISTE QUÉ?!—emitió un sonoro grito que comenzó en su mente pero que pronto se exteriorizó resonando en la atmósfera.

Johanna aprovechó aquel estado furibundo de su anfitriona para lograr zafarse del Scorpio. Rápidamente usó el resto de su fuerza para deshacerse de su agarre y giró su cuerpo, hasta coger su puñal, que había quedado tirado a centímetros de ella. Afirmó su mano en la empuñadura y cortó la pata de cuajo, antes de que la criatura pudiera reaccionar completamente.

Algunas gotas de icor comenzaron a caer como una lluvia ácida sobre ella, pero procuró cubrir las partes visibles de su cuerpo con sus brazos.

Entonces se incorporó y medio a tientas volvió a atacar al leviatán enterrando el puñal en el centro de sus sanguinolentos ojos rojos. Aquel movió su cabeza hacia los laterales, mientras la hoja sacra hacia su trabajo, y comenzaba a desintegrarla. La criatura dio unos pasos hacia atrás, ciego y atónito de dolor, mientras emitía agónicos siseos, hasta que sus patas traseras tocaron el borde del techo que se estaba resquebrajado. Fue cuando Johanna le lanzó una acertada patada que aceleró su caída.

—¡Au revoir imbécile!—dijo en francés, aproximándose hacia la barandilla, antes de que las calimas sombras lo recibieran. 

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