La Voz

By i-always-do

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Sinopsis
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Epílogo

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By i-always-do

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Bree
Estaba empezando a oscurecer cuando llegué al centro de Pelion. Parecía un lugar tranquilo, casi de postal antigua. La mayoría de las tiendas eran familiares o de un solo propietario, y había grandes árboles alineados en las amplias aceras, donde la gente todavía paseaba aquel fresco atardecer de finales de verano. Me encantaba esa hora del día. Había algo mágico en ella, poseía un toque de esperanza, algo que decía «No sabía si sería posible, pero ya se ha ido otro día, ¿verdad?».
Vi el letrero de Haskell¶s y giré hacia el aparcamiento que había a la derecha. Aunque todavía no me urgía hacer la compra, sí precisaba otros artículos de primera necesidad. Esa era la única razón que me había hecho salir de casa, porque, a pesar de haber dormido cinco horas, estaba cansada de nuevo y con ganas de instalarme en la cama con un buen libro.
No tardé ni diez minutos en salir de Haskell¶s con mi compra y volver al coche. Ahora ya era noche cerrada; mientras estuve en el interior de la tienda se habían encendido las farolas, e iluminaban el aparcamiento. Cuando me bajé el bolso del hombro y cambié la bolsa de mano, el plástico se rasgó y se cayó todo al suelo de hormigón. Varios de los artículos rodaron lejos de mi alcance.
—¡Mierda! —maldije, agachándome para recogerlos. Abrí mi enorme bolso y metí el champú y el acondicionador que acababa de comprar. En ese momento vi que alguien se detenía a mi lado y me asusté. Alcé la vista justo cuando un hombre se agachaba, apoyando una rodilla en el suelo para recoger una caja de ibuprofeno que había quedado en su camino. Me quedé mirándolo. Era joven y tenía el pelo algo ondulado y de color castaño. Lo llevaba largo y descuidado, y su barba estaba más desaliñada todavía. Parecía guapo, pero era difícil asegurar cómo era su rostro bajo la larga barba y los mechones de pelo que le caían sobre la frente y las sienes. Llevaba unos vaqueros y una camiseta azul que se ceñía a su amplio pecho. Esta última había tenido algo escrito en la parte delantera en algún momento, pero ahora estaba tan descolorida y desgastada que no se podía leer.
Percibí todo eso durante los breves segundos que tardé en coger la caja de ibuprofeno de su mano extendida, y justo en ese instante nuestros ojos se encontraron y parecieron enredarse. Su mirada era profunda, y sus iris mostraban el mismo color que el whisky; unas largas pestañas oscuras enmarcaban sus ojos. «Unos ojos preciosos».
Mientras lo miraba, sentí como si algo vibrara entre nosotros, casi como si emanara de nuestros cuerpos e inundara el aire que nos rodeaba, casi como si pudiera rozar con los dedos algo tangible, algo suave y cálido. Fruncí el ceño confusa, pero incapaz de mirar hacia otro lado hasta que sus ojos se alejaron de los míos. ¿Quién era este hombre de aspecto tan extraño? ¿Por qué me había quedado congelada ante él? Sacudí la cabeza brevemente y me obligué a regresar a la realidad.
—Gracias —le dije, cogiendo la caja de su mano, que seguía extendida en el aire.No me dijo nada, ni volvió a mirarme.
«¡Mierda!», repetí en silencio una vez más, al concentrar mi atención en los artículos esparcidos por el suelo.
Abrí mucho los ojos al ver que la caja de tampones se había abierto y que había varios esparcidos por el suelo. «¡Tierra, trágame!». Él recogió algunos y me los dio. Rápidamente los metí en el bolso al tiempo que lo miraba; él también me observaba, pero no había ninguna reacción en su rostro. Una vez más, sus ojos parecían distantes. Sentí que se me enrojecían las mejillas, y traté de iniciar una pequeña charla insustancial mientras me tendía el resto de los tampones, se los arrebataba y los echaba al bolso, conteniendo una risita histérica.
—¡Malditas bolsas de plástico! —jadeé, hablando con rapidez, para a continuación respirar hondo antes de continuar, un poco más lento—. No solo son malas para el medio ambiente, además son poco fiables. —El hombre me entregó una chocolatina de coco y almendras de la marca Almond Joy y un tampón, que dejé caer en el bolso abierto gimiendo para mis adentros—. He tratado de ser más responsable adquiriendo algunas bolsas reutilizables. Incluso compré algunas con unos motivos divertidos, ya sabes, lunares, líneas de colores… —Sacudí la cabeza, metiendo en el bolso el último tampón—, pero siempre me las dejo en el coche o en casa. —El hombre me puso en las manos otras dos chocolatinas—. Gracias —añadí—. Creo que con esas están todas.
Señalé con la mano las cuatro barritas que quedaban en el suelo y alcé la mirada hacia él, con las mejillas calientes.
—Estaban de oferta —expliqué—. No pensaba comérmelas de una sola vez ni nada. —No me miró, pero, cuando las recogió, hubiera jurado que percibí una leve contracción en su labio superior. Parpadeé y había desaparecido. Cuando me tendió las chocolatinas, lo observé con los ojos entrecerrados—. Me gusta tener chocolate en casa, ya sabes, por si tengo un capricho de vez en cuando. Todas estas me durarán por lo menos un par de meses. —Estaba mintiendo. Si acaso, me durarían un par de días. Incluso me comería alguna en el coche.
El hombre se puso de pie, y yo lo imité, colgándome el bolso del hombro. —Bueno, gracias por la ayuda. Por rescatar… mis artículos personales, el chocolate, el coco y… las almendras. —Solté una risita un poco abochornada antes de hacer una mueca—. Ya sabes, lo que realmente me ayudaría sería que dijeras algo que impidiera que siguiera sintiéndome cortada… —Sonreí, pero me puse seria al instante cuando su expresión cambió y en sus ojos apareció una mirada neutra que sustituyó a otra más ardiente que juraría haber visto momentos antes. Se dio la vuelta y empezó a alejarse.
—¡Oye, espera! —lo llamé, andando tras él. Sin embargo, me detuve al instante y observé con el ceño fruncido cómo su figura se hacía más pequeña al comenzar a trotar con gracia hacia la calle. Una extraña sensación de pérdida se apoderó de mí cuando cruzó y desapareció de mi vista.
Me metí en el coche y permanecí allí sentada, inmóvil, durante un par de minutos, preguntándome por aquel extraño encuentro. Cuando por fin encendí el motor, me di cuenta de que había algo en el parabrisas. Estaba a punto de salpicarlo con agua, pero me detuve y me incliné hacia delante para estudiar qué era con más atención. Un montón de semillas de diente de león estaban esparcidas por el cristal. De pronto, se levantó una ligera brisa que las capturó y las puso en movimiento, haciéndolas bailar delicadamente sobre mi parabrisas antes de alzar el vuelo, alejándolas de mí, en dirección al hombre que acababa de marcharse.
A la mañana siguiente me levanté de la cama en cuanto me desperté. Caminé entre las sombras de mi habitación y miré hacia el lago. El sol de la mañana se reflejaba en él, arrancando un cálido color dorado. Un pájaro de gran tamaño volaba sobre las aguas y solo se distinguía un barco cerca de la otra orilla. Sí, sin duda podría acostumbrarme a eso.
Phoebe saltó de la cama y se sentó junto a mis pies. —¿Qué te parece, chica? —susurré. Ella bostezó.
Respiré hondo y traté de concentrarme.
—Esta mañana no —musité—. Esta mañana estás bien. —Me dirigí lentamente a la ducha con idea de relajarme, y la esperanza floreció en mi pecho a cada paso. Pero cuando giré el grifo, el mundo parpadeó a mi alrededor y el sonido del agua se convirtió en el de la lluvia, golpeando el techo.
Me veo asaltada por el temor y me quedo paralizada en el momento en el que un fuerte trueno me golpea los oídos y la sensación de metal helado impacta en mi pecho desnudo. Me estremezco cuando la pistola alcanza uno de mis pezones, duro como un guijarro por el frío mientras las lágrimas corren con rapidez por mis mejillas. Dentro de mi cabeza suena el agudo chirrido de un tren deteniéndose en las vías metálicas. «¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios!». Contengo la respiración, esperando a que el arma dispare, con el terror helado fluyendo por mis venas. Trato de pensar en mi padre, tendido sobre su propia sangre una habitación más allá, pero el miedo es tan fuerte que no puedo concentrarme en nada. Empiezo a temblar de manera incontrolada mientras la lluvia continua cayendo contra…
El sonido de la puerta de un coche, cerrándose en el exterior, me trajo de vuelta al presente. Seguía de pie junto a la ducha, con el agua corriendo hasta formar un charco en el suelo por donde estaba abierta la cortina. Una náusea subió por mi garganta, y me volví justo a tiempo de vomitar en el inodoro. Me senté y permanecí allí, jadeando y temblando, durante varios minutos. Las lágrimas volvieron a surgir, pero intenté contenerlas. Apreté los ojos con fuerza y conté hasta cien. Cuando llegué al final, respiré hondo y me puse en pie para coger una toalla y secar el charco cada vez mayor frente a la ducha.
Me desnudé y me coloqué bajo el chorro caliente. Incliné la cabeza hacia atrás y cerré los ojos, intentando relajarme y regresar al presente, intentando mantener el temblor bajo control.
—Estás bien…, estás bien…, estás bien… —canturreé, tragando cualquier emoción, cualquier atisbo de culpa, entre ligeros estremecimientos. Quería estar bien. Y sabía que llegaría a estarlo, pero siempre me llevaba un tiempo ignorar la sensación de estar allí de nuevo, en aquel lugar, en ese momento de terror y dolor absolutos. Solían pasar varias horas antes de que la tristeza me abandonara, y no lo hacía del todo.
Todas las mañanas venía ese flashback, y cada noche me volvía a sentir fuerte. Cada amanecer tenía la esperanza de que ese nuevo día sería el que me sentiría libre, el que no soportaría el dolor de estar encadenada al sufrimiento de aquella noche que había marcado un punto de inflexión en mi vida.
Salí de la ducha y me sequé. En cuanto me miré en el espejo, pensé que tenía mejor aspecto que el resto de mañanas. A pesar de que aquel flashback había vuelto a invadir mi mente, había dormido bien, algo que no había ocurrido durante los seis últimos meses, y percibí una sensación de satisfacción que relacioné al momento con el lago que veía desde la ventana. ¿Había algo más pacífico que el sonido del agua golpeando con suavidad en la arena? Estaba segura de que algo de eso se había filtrado en mi alma o, por lo menos, me había ayudado a conseguir ese sueño relajado que tanto necesitaba.
Volví al dormitorio y me puse unos pantalones cortos color caqui y una blusa negra con manga francesa. Estaba pensando en dirigirme a la cafetería que Anne me había mencionado, y quería mostrarme presentable… Ojalá estuviera vacante todavía aquel empleo. Comenzaba a faltarme dinero, y necesitaba tener un sueldo lo antes posible.
Me sequé el cabello boca abajo, y lo dejé suelto sobre la espalda antes de maquillarme lo mínimo. Me puse las sandalias negras y me dirigí a la puerta. El aire caliente de la mañana me acarició la piel cuando salí y cerré.
Diez minutos más tarde, aparcaba el escarabajo delante de Norm’s. Parecía la típica cafetería de pueblo. Estudié el interior a través del enorme ventanal y vi que estaba bastante llena para ser un lunes a las ocho de la mañana. El cartel en el que ofrecían empleo seguía allí pegado, ¡bien!
Abrí la puerta y me saludó el olor a café y beicon, y los sonidos de las conversaciones y las risas procedentes de los reservados y las mesas.
Me adentré en el local y vi un hueco ante el mostrador, junto a dos jovencitas con pantalones vaqueros recortados y tops escasos que, evidentemente, no se habían parado allí de camino a la oficina.
Cuando me senté en un taburete, de vinilo rojo, la chica que estaba a mi lado me miró sonriente.
—Buenos días —dije, también sonriendo. —Buenos días —me respondió.
Cogí el menú, y la camarera, una mujer madura con el pelo corto y gris que estaba ante la ventana de comunicación con la cocina, me observó por encima del hombro.
—Enseguida estoy contigo, cariño. —Parecía agobiada mientras miraba la libreta donde anotaba los pedidos. El lugar no estaba lleno, pero se ocupaba sola de los clientes, y parecía tener problemas para atender a todo. A esas horas de la mañana, la gente siempre exigía rapidez para poder llegar a tiempo a sus trabajos. —No tengo prisa —aseguré.
Se acercó a mí unos minutos más tarde, después de servir un par de pedidos. —¿Café? —me preguntó con aire ausente.
—Por favor. Y, como te veo agobiada, voy a ponértelo fácil. El número tres tal cual viene.
—Dios te bendiga, cariño —se rio—. Debes de tener experiencia como camarera.
—Sí que la tengo. —Le di el menú, sonriente—. Y sé que no te pillo en buen momento, pero he visto el letrero pidiendo gente que tenéis pegado en el cristal.

—¿En serio? ¿Cuándo podrías empezar?
—En cuanto quieras. —Solté una risita—. Puedo volver más tarde para una prueba, o…
—No es necesario. Tienes experiencia como camarera, que es lo único que se precisa para el trabajo. Estás contratada. Firmaremos el contrato más tarde. Norm es mi marido, así que tengo autoridad para contratar a quien quiera —aseguró tendiéndome la mano—. Maggie Jansen. Sonreí.
—Soy Bree Prescott. Gracias. ¡Muchas gracias!
—Eres tú la que acaba de alegrarme la mañana —explicó mientras llenaba varias tazas de café.
Bueno, sin duda era la entrevista más fácil que hubiera tenido nunca. —¿Eres nueva en el pueblo? —preguntó la joven que tenía al lado. Me giré hacia ella con una sonrisa. —Sí. Ayer me instalé.
—¡Genial! Bienvenida a Pelion. Me llamo Melanie Scholl, y esta es mi hermana, Liza. —La chica sentada a su derecha se inclinó hacia delante y me tendió la mano.
—Un placer conocerte —aseguré al tiempo que se la estrechaba—. ¿Estáis de vacaciones por aquí? —me interesé al ver que por los tirantes de sus camisetas sobresalían los lazos de los bañadores.
—¡Oh, no! —se rio Melanie—. Trabajamos en la otra orilla. De socorristas, durante las dos próximas semanas, mientras haya turistas. Durante el invierno trabajamos en la pizzería de la familia.
Asentí con la cabeza antes de beber un sorbo de café. Pensé que debía de tener mi edad; Liza, sin embargo, parecía algo más joven. Su aspecto era parecido, con el pelo castaño rojizo y los mismos ojos grandes y azules.
—Si tienes alguna cuestión que podamos resolverte sobre el pueblo, no dudes en preguntarnos —se ofreció Liza—. Nos sabemos todos los asuntos sucios. —Me hizo un guiño—. Podemos indicarte también a qué chicos te conviene evitar. Los conocemos a todos, es lo bueno que tienen los pueblos pequeños. Me reí.
—De acuerdo, lo tendré en cuenta. Me alegro de haberos conocido, chicas. —Me empezaba a girar hacia la barra cuando se me ocurrió algo—. Mmm…, la verdad es que sí tengo una pregunta sobre alguien. Ayer se me cayó la bolsa de la compra en el aparcamiento del supermercado, y un joven se detuvo a ayudarme. Alto, delgado, buena constitución, pero…, no sé…, no me dijo ni una palabra… Tiene una barba muy larga…—HarryHale —me interrumpió Melanie—. Sin embargo, me sorprende que se
parara a ayudarte. No suele prestar atención a nadie. —Hizo una pausa—. En general, nadie le hace caso tampoco.
—Bueno, no sé si le quedó otra elección —confesé—. Mis compras se desparramaron literalmente ante sus pies. Melanie encogió los hombros. —Sigue siendo extraño que te ayudara. Créeme. De todas maneras, creo que está sordo…, por eso no habla. Tuvo un accidente cuando era niño. Nosotras teníamos solo cinco y seis años, respectivamente, cuando ocurrió, a las afueras de la ciudad, en la carretera. Sus padres aparecieron muertos, lo mismo que su tío, que era el jefe de la policía local. Imagino que fue entonces cuando debió de perder el oído. Vive al final de Briar Road; hasta hace un par de años vivía allí con su otro tío, hasta que este, que lo educó y le dio un hogar, murió, pero ahora vive solo. Ni siquiera pisaba el pueblo hasta que su tío falleció. Ahora lo vemos de vez en cuando, aunque no deja de ser un solitario.
—¡Dios! —exclamé, frunciendo el ceño—. Qué historia tan triste.
—Sí —intervino Liza—. ¿Te has fijado el cuerpazo que tiene? Está claro que es genético. Si no fuera tan asocial, iría a por él.
Melanie puso los ojos en blanco y yo me cubrí los labios con la mano para no escupir el café.
—Por favor, no mientas —intervino Melanie—, irías a por él de cualquier forma si se te pusiera a tiro.
Liza lo consideró durante un segundo y luego sacudió la cabeza.
—Dudo que sepa qué hacer con ese cuerpo que tiene. Una verdadera pena… — Melanie volvió a poner los ojos en blanco y luego alzó la mirada hacia el reloj que había en la pared, detrás de la barra.
—¡Oh, maldita sea! Como no nos vayamos ya, llegaremos tarde. —Sacó la cartera y llamó a Maggie—. Tenemos que marcharnos, Mags, te dejamos el dinero en el mostrador.
—Gracias, cariño —dijo Maggie, que se dirigía hacia las mesas con dos platos. Melanie escribió algo en una servilleta y me la dio.
—Ahí tienes nuestro número. Estamos planeando una noche de chicas al otro lado del lago. Quizá te gustaría asistir.
Cogí el papel.
—Oh, está bien. Quizá sí… —Sonreí. Escribí mi número en otra servilleta y se la tendí—. Muchas gracias, chicas. Es muy amable de vuestra parte.
Me sorprendió lo mucho que mejoró mi estado de ánimo después de hablar con dos chicas de mi edad. Quizá era eso lo que necesitaba, pensé, al recordar que era una persona con una vida y una familia antes de la tragedia. Era fácil pensar que mi existencia empezaba y terminaba ese terrible día. Pero no era cierto. Necesitaba recordármelo a mí misma tanto como fuera posible.
Por supuesto, mis amigos de siempre habían tratado de conseguir que saliera durante los meses posteriores a la muerte de mi padre, pero no había estado de humor. Quizá me fuera mejor con personas que no estaban familiarizadas con mi tragedia, después de todo, ¿no era ese el propósito de este viaje iniciático? ¿Una vía de escape temporal? ¿La esperanza de que estar en un lugar distinto traería consigo mi curación? Luego tendría las fuerzas necesarias para volver a enfrentarme a la vida.
Liza y Melanie se dirigieron hacia la puerta con rapidez, saludando a otras personas situadas en distintas mesas de la cafetería. Después de un rato, Maggie me puso delante un plato.
Mientras comía, pensé en lo que me habían dicho sobre HarryHale. Todo tenía sentido ahora que era sordo. Me pregunté por qué no se me habría ocurrido a mí. Por eso no había hablado. Y era evidente que sabía leer los labios. Lo había insultado cuando había hecho aquel comentario sobre que no hablaba. Por eso había cambiado su expresión y se había alejado. Me sentí fatal.
«Menuda metedura de pata, Bree», me dije para mis adentros mientras mordisqueaba una tostada.
Pensé que me gustaría volver a encontrármelo para pedirle disculpas. Me pregunté si conocería el lenguaje de signos. Le haría saber que podía hablar conmigo de esa manera si quería. Lo conocía muy bien. Mi padre también era sordo.
Había algo en HarryHale que me intrigaba, algo que no lograba definir. Era algo que iba más allá del hecho de que no podía hablar, ya que estaba muy familiarizada con esa discapacidad en particular. Pensé en ese asunto durante un minuto, pero no encontré la respuesta.
Terminé la comida y Maggie me hizo una seña cuando le pedí la factura.
—Los empleados comen gratis —aseguró, rellenándome la taza de café—. Vuelve después de las dos para firmar el contrato. Sonreí.
—De acuerdo. Nos vemos esta tarde. —Dejé una propina en el mostrador y me dirigí hacia la puerta.
«No está mal —pensé—. Solo llevo un día en el pueblo y ya tengo casa y casi un trabajo, una especie de amiga cercana, Anne, y quizá un par de amigas de mi edad, Melanie y Liza».
Había una nueva ligereza en mis pasos mientras me dirigía al coche.

4
Bree

Empecé a trabajar en la cafetería de Norm a la mañana siguiente. El propio Norm se ocupaba de la cocina. Era un tipo malhumorado y no me hablaba mucho, aunque le vi dirigir a Maggie una mirada que solo puede ser descrita como de adoración. Sospeché que en realidad era un osito, así que no me asustaba. También era consciente de que yo era una buena camarera y de que el nivel de agobio de Maggie era mucho menor una hora después de empezar, así que me imaginé que tenía a Norm en el bote.
La cafetería estaba muy concurrida, el trabajo era bueno y los clientes, agradables; no podía quejarme. Los dos primeros días pasaron sin problemas.
El miércoles al salir de trabajar, me fui a casa para ducharme, me puse un bañador, unos vaqueros cortados y una camiseta blanca y me dirigí al lago con intención de explorar los alrededores. Puse a Phoebe la correa y la llevé conmigo.
Cuando ya estaba saliendo de casa, Anne me llamó desde su jardín, donde estaba regando los rosales. Me acerqué a ella sonriendo.
—¿Qué tal estás adaptándote? —me preguntó, dejando la regadera a un lado y acercándose a la valla por donde me había asomado.
—¡Muy bien! Llevo días queriendo venir a agradecerle que me dijera lo de la vacante en la cafetería. Me presenté al empleo y ahora soy la camarera.
—¡Oh, eso es genial! Maggie es una joya. No dejes que Norm te asuste, mucho ruido y pocas nueces. Me reí.
—Me di cuenta desde el principio —le confesé, guiñándole un ojo—. En serio, es un buen hombre. Ahora iba a acercarme al lago.
—Oh, qué bien. Los embarcaderos impiden que haya un buen paseo por aquí, aunque seguramente ya te has dado cuenta. Pero si te acercas a Briar Road y sigues la señalización, llegarás a una pequeña playa. —Me dio unas breves indicaciones para llegar hasta ella—. Si quieres, tengo una bicicleta que no uso nunca. Con la artritis no soy capaz de agarrar bien el manillar, y ya no me siento segura. Sin embargo, está casi nueva e incluso tiene una cesta para el perro. —Miró a Phoebe—. Hola, bonito, ¿cómo te llamas? —dijo, brindándole una sonrisa y haciendo que saltara feliz a su alrededor.
—Es una perra y se llama Phoebe. —Sonreí.

—¡Qué chica tan linda! —la halagó Anne, inclinándose para que Phoebe le lamiera la mano. Se enderezó. —La bici está en la habitación de invitados. ¿Quieres verla?

Hice una pausa.
—¿Está segura? Es decir, me gustaría mucho ir al lago en bici en vez de llevar el coche.

—Sí, sí. —Me hizo un gesto con la mano mientras se dirigía hacia la casa—. Me encantaría que la usaras. Yo acostumbraba a coger arándanos por esa zona; crecen de forma silvestre. Llévate un par de bolsas, y puedes traerlas en la cesta cuando vuelvas. ¿Te gusta hacer repostería?
—Mmm… —medité, siguiéndola a su cabaña—. Solía gustarme, pero hace tiempo que no hago nada.
Me miró por encima del hombro.
—Bueno, quizá los arándanos te animen a ponerte de nuevo el delantal. —Me sonrió mientras abría una puerta a la derecha del salón.
La casa estaba decorada de manera hogareña, con muebles antiguos y muchas baratijas adornándolos, junto con fotos enmarcadas. Un olor a eucaliptos secos flotaba en el aire. Al momento, me sentí cómoda y feliz.
—Aquí está —indicó Anne, sacando una bicicleta de la habitación en la que había entrado segundos antes. No pude evitar sonreír. Era una de esas bicicletas antiguas con una cesta enorme delante del manillar.
—¡Oh, Dios mío! Es increíble. ¿Está segura de que quiere que la use?
—Nada me haría más feliz, querida. De hecho, si te resulta cómodo usarla, quédatela.
No podía contener la sonrisa al hacerla rodar hacia el porche.
—Muchas gracias. Es muy amable por su parte. En serio…, muchas gracias.

Salió detrás de mí y me ayudó a bajar las escaleras con la bici.

—Es un placer. Me alegra que alguien la use y la disfrute.

Sonreí de nuevo, admirándola.
—¡Oh! —exclamé al recordar algo—. ¿Puedo hacerle una pregunta? Conocí a un chico en el pueblo, y alguien me ha dicho que vive al final de Briar Road. Se llama Harry Styles. ¿Lo conoce?
Anne frunció el ceño y me miró pensativa.
—Sí, lo conozco. De camino a la playa, pasarás junto a sus tierras. El camino las bordea. La verás porque es la única propiedad en ese tramo de la carretera. — Mantuvo silencio durante un segundo—. Sí, Harry Styles…, lo recuerdo muy bien. Era un niño muy dulce. Sin embargo, ahora no habla. Imagino que es porque no oye. Ladeé la cabeza.
—¿Sabe por casualidad qué fue lo que le pasó?

Hizo una pausa.
—Hubo un accidente de coche en las afueras de la ciudad, fue cuando diagnosticaron la enfermedad de Bill, y no presté tanta atención a los detalles como el resto del pueblo, aunque me sentí tan afligida como el resto. Pero lo que no sé es de qué manera murieron los padres de Harry y su tío, Connor Hale, dueño del pueblo y jefe de policía, ni qué fue lo que le pasó a Harry en ese accidente. Mmm…, déjame pensar… —Permaneció callada un rato—. Se fue a vivir con su otro tío, Nathan Hale. Sin embargo, Nathan murió hace unos cuatro años, de un cáncer, creo. —Miró al infinito durante un par de segundos—. Algunas personas del pueblo dicen que Harry no está bien de la cabeza. Pero no sé nada de eso. Podría ser que le atribuyan la personalidad de su tío. Mi hermana pequeña fue al colegio con Nathan Styles, y siempre ha dicho que nunca estuvo bien. Era un chico inteligente y travieso, pero un poco extraño. Cuando regresó a casa después de prestar servicio en el ejército, estaba todavía… más raro.
Alcé las cejas con asombro.
—¿Y mandaron a un niño a vivir con él?
—Oh, bueno, imagino que fue lo más cómodo para el condado. Y, de todas maneras, por lo que sé, era su único familiar vivo. —Volvió a guardar silencio durante un rato—. Hacía años que no hablaba de los chicos Styles. Pero siempre causaban un gran revuelo. Mmm… —Se perdió en sus pensamientos un buen rato—. Ahora que lo pienso, es realmente triste la situación de ese chico. A veces, en los pueblos pequeños como este, la gente que ha estado ahí siempre… se convierte en una especie de telón de fondo. Es la manera de dejar atrás la tragedia, y Harry es el que más ha perdido. Es una pena.
Anne se perdió nuevamente en el pasado, y pensé que sería mejor alejarme.

—Mmm…, ya. —Sonreí—. Gracias de nuevo por todo. Pasaré por aquí más tarde.

La expresión de Anne se iluminó, y pareció concentrarse de nuevo en el presente.
—Sí, me gustaría mucho. ¡Pásalo bien! —sonrió y se dio la vuelta para coger la regadera camino del porche mientras yo giraba la bicicleta para traspasar la puerta de su valla.
Puse a Phoebe en la cesta y me monté en la bici para empezar a pedalear lentamente hacia Briar Road, pensando en lo que Anne me había contado sobre los hermanos Styles, y concretamente sobre Harry Styles. ¿Sería posible que nadie supiera realmente lo que le había ocurrido a Harry? ¿Que se hubieran olvidado de los detalles? Sabía lo que era perder a los padres, aunque no de golpe…, así que ¿cómo se lidiaba con algo así? ¿Podría la mente procesar una pérdida, pero se volvería loca de pena si eran muchas las que inundaban el corazón a la vez? Algunos días me sentía como si apenas lograra controlar mis emociones. Supuse que todos nos las arreglábamos de diferentes maneras para procesar el dolor y la curación, dado queera un experiencia individual.
La visión de lo que debía de ser su propiedad me arrancó de mis pensamientos. Estaba rodeada por una alta valla, y las copas de los árboles eran demasiado numerosas y espesas para ver la casa. Estiré el cuello para intentar ver al otro lado de la valla, pero resultaba difícil hacerlo desde la carretera, y había bosque a ambos lados. Clavé los ojos en el frente, donde había un pestillo, pero estaba cerrado.
No sabía muy bien por qué estaba allí, mirando y escuchando el zumbido de los mosquitos. Pero después de unos minutos, Phoebe ladró con suavidad, y me puse de nuevo en marcha, siguiendo el camino hacia la playa que Anne me había indicado.
Pasé un par de horas a la orilla del lago, nadando y tomando el sol. Phoebe se había tumbado en una esquina de mi toalla, a la sombra, y dormía a pierna suelta. Era un caluroso día de agosto, pero la brisa del lago y la sombra de los árboles conseguían que se estuviera a gusto. Había algunas personas más al fondo de la playa, pero podría considerarse casi desierta. Pensé que era debido a que esta zona la utilizaban solo los habitantes del pueblo. Me recosté en la toalla y miré cómo se movían las hojas de los árboles y los parches que aparecían de brillante cielo azul mientras escuchaba el rumor del agua. Después de unos minutos, cerré los ojos con intención de descansar, pero me quedé dormida.
Soñé con mi padre. Solo que esta vez no había muerto al instante. Se arrastró hasta la cocina a tiempo de ver cómo el hombre escapaba por la puerta trasera.

—¡Estás vivo! —dije, sentándome en el suelo, donde me había dejado el hombre. Él asintió con la cabeza con una tierna sonrisa.
—¿Te encuentras bien? —pregunté vacilante, con cierto temor.
—Sí —dijo, lo que me sorprendió, porque mi padre nunca había usado la voz, solo las manos.
—Puedes hablar… —susurré con reverencia.

—Sí —repitió con una risita—. Claro.
Pero entonces me di cuenta de que no movía los labios.
—Quiero que vuelvas, papá —supliqué con los ojos llenos de lágrimas—. Te echo mucho de menos.
Se puso serio, y pareció que la distancia entre nosotros aumentaba a pesar de que ninguno de los dos se había movido.
—Lo siento, pero no puedes tenernos a los dos, pequeña Bee —explicó, utilizando mi apodo.
—¿A los dos? —susurré confusa, percibiendo que la distancia crecía entre nosotros.
De pronto, se había ido y yo estaba sola. Lloré; tenía los ojos cerrados, pero sentía una presencia permanente a mi lado.
Me desperté sobresaltada, con las lágrimas cayendo por mis mejillas, y el sueño se desvaneció en la niebla. Cuando estaba allí, tratando de contener mis emociones, juraría haber escuchado el sonido de alguien alejándose por el bosque, a mi espalda.
Al día siguiente acudí temprano a la cafetería. A pesar de haber dormido bien, había vuelto a sufrir un agudo flashback al despertarme, y estaba costándome deshacerme de la melancolía que me embargaba.
Me sumergí en las tareas matutinas, manteniendo la cabeza y la mente ocupadas en apuntar pedidos, servir platos y rellenar tazas de café. A eso de las nueve, cuando el local comenzó a vaciarse, me sentía mejor, más ligera.
Estaba limpiando el mostrador cuando se abrió la puerta y entró un hombre con uniforme de policía. Cuando se quitó el sombrero y se pasó la mano por el pelo castaño, corto y ondulado, noté que era bastante joven. Él saludó a Maggie con la cabeza, y ella le devolvió el saludo.

—¡Trav! —gritó.
Él me miró mientras caminaba hacia el mostrador, y nuestros ojos se encontraron durante una décima de segundo. Su rostro se iluminó con una sonrisa que dejó al descubierto una serie de dientes blanquísimos cuando tomó asiento frente a mí.
—Bueno, tú debes de ser la razón de que Maggie esté tan contenta esta mañana —comentó, tendiéndome la mano—. Soy Travis Styles.

«¡Oh, otro Styles!». Sonreí mientras se la estrechaba.

—Encantada, Travis. Yo soy Bree Prescott.
Se sentó, colocando las largas piernas bajo el mostrador.

—El placer es mío, Bree. ¿Qué te ha traído a Pelion?

Elegí mis palabras con cuidado, no quería parecer una especie de nómada rara. Aunque si hubiera decidido ser completamente veraz, supuse que lo era.
—Verás, Travis, hace poco que me gradué en la universidad y he decidido tomarme un tiempo sabático —dije, contenta—. He terminado aquí, en tu pequeño pueblo.
Él sonrió.
—Aprovecha todo lo que puedas —dijo—. Me gusta tu actitud. Ojalá hubiera podido hacer lo mismo.
Le devolví la sonrisa, tendiéndole un menú. Justo en ese momento apareció Maggie por detrás de mí, cogió la carta y la arrojó debajo del mostrador.
—Travis Styles debe de sabérsela de memoria —dijo, guiñándome un ojo—. Ha venido aquí desde que su madre pudo sentarlo en una trona para llegar a la mesa. Hablando de tu madre, ¿cómo se encuentra?
—Oh, está bien —repuso él sin abandonar la sonrisa—. Ya sabes, se mantiene ocupada. Siempre tiene eventos sociales, y está muy ocupada con esos planes suyos de expansión de la ciudad.

Maggie arrugó los labios.
—Bueno, salúdala de mi parte —indicó ella con amabilidad.

—Lo haré —replicó él, volviéndose hacia mí.
—Así que te apellidas Styles… —dije—. Debes de estar emparentado con Harry Styles

Travis frunció el ceño ligeramente y pareció algo confuso.
—¿Harry? Sí, es mi primo. ¿Lo conoces?
—¡Oh, no! —repuse, sacudiendo la cabeza—. Me tropecé con él en el pueblo hace algunos días y me intrigó… Es un poco…

—¿Raro? —concluyó Travis. —Diferente —le corregí intencionadamente. Agité la mano—. No conozco todavía a muchas personas por aquí, y él es una de ellas, así que…, quiero decir, no es que lo conozca en realidad, pero… —Cogí con fuerza el asa de la cafetera y la sostuve ante él con una mirada interrogativa. Él asintió, y le llené una taza.
—Es difícil conocer a alguien que no habla —comentó Travis. Pareció quedarse pensativo durante un segundo—. He intentando tratar con él durante los últimos años, pero no responde a sutilezas. Vive su propio mundo. Lamento que haya formado parte de tu comité de bienvenida. De todas formas, me alegro de que estés aquí. — Sonriente, tomó un sorbo de café.
—Gracias —dije—. ¿Eres oficial de policía en Pelion? —pregunté, indicando lo obvio, solo por cambiar de tema.

—Sí.
—Va camino de convertirse en el jefe de policía —interrumpió Maggie—, igual que su padre antes que él. —Le guiñó un ojo y se dirigió hacia las mesas utilizando el lado del mostrador que conducía a la sala. Travis arqueó las cejas.
—Ya se verá. —Pero no parecía dubitativo en absoluto.
Yo le sonreí, y me devolvió la sonrisa. No mencioné que Anne me había hablado de su padre, porque supuse que era hijo de Connor Styles. Pensé que le parecería raro saber que había hecho preguntas sobre su familia. O, al menos, sobre la tragedia que había ocurrido.
—¿Dónde te has instalado? —preguntó.
—Justo al lado del lago —repuse—. En Rockwell Lane.

—¿En una de las cabañas que alquila George Connick? Asentí.
—Bueno, Bree, me encantaría mostrarte la zona en algún momento, si te parece bien. —Deslizó sobre mí sus ojos de color whisky.
Sonreí mientras lo estudiaba. Era guapo, no cabía ninguna duda al respecto. Estaba segura de que me estaba pidiendo una cita, que no estaba limitándose a ser amable. Sin embargo, salir con un chico no era la mejor idea que podía ocurrírsemeen ese momento.
—Lo siento, Travis, la situación es un poco… complicada para mí en este momento.
Me observó durante un par de minutos y luego bajó la vista, sonrojado.

—Soy una persona simple, Bree —aseguró con un guiño.
Me reí, agradeciendo que hubiera roto la tensión. Charlamos con fluidez mientras él terminaba el café y yo limpiaba el mostrador.
Norm salió de la cocina justo cuando Travis se levantaba para marcharse. —¿No estarás coqueteando con mi nueva camarera? —gruñó.
—Me veo obligado a ello —respondió Travis—. Por una razón que no comprendo, Maggie sigue sin dejarte para salir conmigo. —Le hizo un gesto a Maggie, que limpiaba una mesa cercana—. Sin embargo, estoy seguro de que la convenceré cualquier día de estos. No pierdo la esperanza.
Norm resopló al tiempo que se limpiaba las manos en el delantal manchado de grasa que le cubría la barriga.
—Pudiendo venirse a casa conmigo —dijo—, ¿por qué iba a querer irse contigo?

Travis se rio entre dientes y se dio la vuelta para salir.
—Cuando te canses de su mal genio, ven a buscarme —le dijo a Maggie de camino hacia la puerta.
Ella se rio mientras se cerraba la puerta.
—Ten cuidado —me dijo—. Ese chico es de los que hacen que se te caigan las bragas.

—Pero me lo dijo con cariño.
Sacudí la cabeza con una sonrisa y miré a través de la ventana cómo Travis Styles se subía al coche patrulla y se alejaba por la calle.
Esa tarde, me subí a la bicicleta y me encaminé hacia Briar Road para coger arándanos otra vez. Cuando tenía la bolsa medio llena y los dedos teñidos de color púrpura, me dispuse a regresar a casa. Al pasar frente a la propiedad de Harry, me incorporé en el sillín delante de la valla y miré por encima sin ninguna razón en particular, al menos ninguna que pudiera explicarme a mí misma. Después de unos minutos, logré atisbar un trozo de casa.
Esa noche, soñé que estaba tendida en la orilla del lago. Sentía la arena debajo de la piel desnuda; los granos se clavaban en mi carne al mecerme sobre ella, recibiendo el peso de un hombre sobre mí. No había miedo ni angustia, quería que él estuviera allí. El agua me mojaba las piernas como seda suave y fresca, acariciándome la piel y calmando el ardor abrasivo de las finas partículas.
Me desperté jadeando, con los pezones erizados dolorosamente contra la camiseta y un rítmico latido entre las piernas. Di vueltas en la cama hasta que por fin me quedé dormida, pero ya era cerca del amanecer.

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