Matemos al payaso.
Nos asusta, nos petrifica con su mirada amenazante. Nos congela de miedo, nos aterra. Y al final, consigue lo que quiere. No nos movemos. No hacemos nada.
Además de aterrorizarnos, se burla de todo. Se burla del viento, de la luna, y de la imaginación. Su maldad llega hasta el alma, pero no a sus profundidades; afortunadamente.
Aún no.
Por eso hay que matarlo.
Si no, nos matará él.