Antigio

Da AlexanderCopperwhite

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Las atrocidades de nuestros antepasados se convierten en el pretexto perfecto, para la ejecución de una venga... Altro

Antigio - Capítulo I (1)
Antigio - Capítulo II (2)
Antigio - Capítulo III (3)
Antigio - Capítulo IV (4)
Antigio - Capítulo V-A (5-A)
Antigio - Capítulo V-B (5-B)
Antigio - Capítulo V-C (5-C)
Antigio - Capítulo VI (6)
Antigio - Capítulo VII (7)
Antigio - Capítulo VIII (8)
Antigio - Capítulo IX (9)
Antigio - Capítulo X (10)
Antigio - Capítulo XI (11)
Antigio - Capítulo XII (12)
Antigio - Capítulo XIII (13)
Antigio - Capítulo XIV (14)
Antigio - Capítulo XV (15)
Antigio - Capítulo XVI (16)
Antigio - Capítulo XVII (17)
Antigio - Capítulo XVIII (18)
Antigio - Capítulo XIX (19)
Antigio - Capítulo XX (20)
Antigio - Capítulo XXI (21)
Antigio - Capítulo XXII (22)
Antigio - Capítulo XXIII (23)
Antigio - Capítulo XXIV (24)
Antigio - Capítulo XXV (25)
Antigio - Capítulo XXVII (27)
Antigio - Capítulo XXVIII (28)
Antigio - Capítulo XXIX (29)
Antigio - Capítulo XXX (30)
Antigio - Capítulo XXXI (31)
Antigio - Capítulo XXXII (32)

Antigio - Capítulo XXVI (26)

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Da AlexanderCopperwhite

XXVI

Casi sin fuerza y medio adormilados, veíamos como la gente de la oficina andaba hacia todas partes sin ningún sentido aparente para nosotros. De vez en cuando también veíamos a David pasando de un lado a otro. Nos trajeron unos bocadillos para comer y unas cuantas tazas de café aunque nuestros cuerpos ya no distinguían entre el desayuno y la comida. Me sentía cansado y a la vez preocupado. No estaba acostumbrado a sentirme de ese modo y aparte de desesperarme me agotaba física y mentalmente.

Eran las seis de la tarde cuando David se sentó con nosotros y parecía muy preocupado.

- ¡Levantaos! Tenéis que ver esto.

Nos fuimos a una de las habitaciones contiguas donde un pequeño televisor, sobre un soporte negro atornillado a la pared, sintonizaba las noticias.

- Uno de nuestros contactos del departamento de policía de la ciudad, nos ha confirmado que hace dos días les informaron del nombre de una posible víctima de asesinato. Desde entonces, intentaron ponerse en contacto con la susodicha persona pero todos sus esfuerzos han sido en vano. Al saberlo supusimos que el asesino se dio cuenta de que le estaban buscando y adelantó la fecha del asesinato pero como podéis ver no ha sido el caso.

En la televisión aparecía una gran fuerza de policial que rodeaba una gran catedral. Se notaba que todos los agentes estaban muy alterados y a juzgar por el tono de voz del comentarista, él también lo estaba. Por desgracia no entendía nada de alemán ni tampoco la relación de lo que sucedía con “Zeus”.

- ¿Qué está pasando? ¿Qué dicen?

- Presta atención Vicente. Resulta que las dos personas que buscamos están metidas en esa catedral. Concretamente en la torre situada al lado derecho de la entrada principal. Es de libre acceso y los dos están arriba del todo.

- ¿Qué hace la policía?

- Intentan negociar a través del teléfono móvil de la señora Claus.

- ¿Es Imán?

- No parecen muy seguros pero creen que no.

- ¿Creen que no? Debemos ir de inmediato. Debemos asegurarnos de la identidad del secuestrador. Si es Imán, daremos con la clave para detener el plan de esa maldita organización que hemos apodado “Zeus”.

- En marcha pues. No tenemos minuto que perder.

Cruzamos el laberinto de habitaciones, pasamos por la improvisada recepción, hicimos un gesto de agradecimiento al portero cerca del detector de metales y bajamos las escaleras del edificio con mucha premura hasta que llegamos a nuestro coche.

- La catedral aparecía en la tele es la de San Esteban ¿Verdad?

- Sí Vicente ¿Por qué?

- Se encuentra en el centro de la ciudad. Una persona que pretende huir no se atrinchera en un lugar así.

- A mí también me pareció sospechoso y se lo mencioné a la policía pero no me han hecho mucho caso.

- Creo que no vamos a poder salvar a esa pobre mujer.

Acababa de afirmar lo que más temía. Otro fracaso, otra víctima y otra vez vuelta a empezar. Si el plan “B” de Pierre consistía en recoger cadáveres para averiguar donde acabaríamos encontrando el siguiente, lo estábamos haciendo de maravilla.

*

La conducción temeraria de David no me asustó. Eduardo y Emma tampoco aparentaban tener miedo, simplemente se sujetaban bien a los agarradores del coche evitando golpearse con las bruscas, pero a su vez efectivas maniobras de nuestro conductor. Seguimos todo el trayecto dando bandazos, hasta que por fin llegamos al centro. El tráfico, mucho más denso que el de las afueras, era igual que el de todas las grandes ciudades. Con todo el ajetreo de los peatones, los coches de policía apareciendo por todas partes, las ambulancias permaneciendo en alerta y algún que otro despistado cruzando por donde no debía, seguramente pronto acabaríamos atascados.

- Stephansplatz no se encuentra muy lejos de aquí pero pronto tendremos que seguir a pié.

Eduardo miró a David.

- ¿Nos dejaran pasar?

- Sólo yo me identificaré. Vosotros quedaos detrás de mí. No suelen impedir el paso a agentes de la C.I.A.

Pronto podíamos contemplar el alboroto formado por los coches de policía y de la gente que abandonaba apresuradamente el lugar del suceso. Encontramos muchos obstáculos y no podíamos avanzar así que dejamos el coche y seguimos corriendo.

- Esperad a mi señal para atravesar la barrera policial. Una vez crucemos intentad no llamar la atención. No todos saben lo que realmente sucede.

Tenía el presentimiento de que nos encontrábamos muy cerca de poder salvar a una persona. Me puse al lado de Eduardo y me fijé en su rostro mientras corría.

- Pareces contento.

- El asesino está atrapado. ¿No te parece un buen motivo?

- ¿Y la mujer?

- ¡Hay esperanza!

La afirmación de Eduardo me reconfortó y me ayudó a recorrer los últimos metros que nos separaban de “Zeus”. David hablaba con los policías de la barrera y movía la mano para que nos diéramos prisa. Cruzamos la esquina de una vivienda ornamentada con estatuas de piedra y bajorrelieves de flores hasta que nos situamos en el centro de Viena. Stephansplatz, era una plaza muy hermosa, rodeada de edificios antiguos pero muy bien conservados. En el centro de la plaza, la catedral de San Esteban más conocida como Stephansdom, se erguía majestuosamente por encima del resto de edificios. En el costado de la catedral, un par de carros con caballos que servían para pasear a los turistas, permanecían abandonados, esperando el regreso de sus dueños. Unos policías intentaban trasladarlos en vano, mientras otra persona, vestida de civil, les señalaba que debían apresurarse.

- Supongo que ese hombre que no para de hacer señas debe de ser el negociador.

Eduardo me cogió del brazo y me echó hacia atrás.

- Probablemente, pero de momento nos mantendremos alejados de él. Deja que David haga su trabajo.

Emma también me agarró y asintió con la cabeza.

- Pero si estamos muy cerca. Estoy seguro que podemos convencer al secuestrador a que se rinda.

- Puede que tengas razón aunque te aseguro que el hombre que está negociando con él es un profesional.

Supongo que Emma tenía razón. Por desgracia no era capaz de mitigar mis ansias de ayudar. Sentía que sólo teníamos que alargar la mano y agarrar a esa mujer apartándola de su cruel destino.

De repente, el hombre que negociaba con “Zeus” tiró el teléfono móvil al suelo y gritó.

- ¡Zurück!

Emma me empujó con fuerza y perdí el equilibrio.

- ¡Atrás!

En cuestión de segundos me fije en mi alrededor y veía como algunos de los presentes se encogían mientras otros corrían alejándose de la catedral. Policías, unos cuantos médicos, enfermeros, gente con traje y corbata, todos se alejaban aterrorizados por el grito que surgió de las entrañas de ese hombre. Emma me empujó con tanta fuerza que caía lentamente hacia el suelo y gracias a un irónico designio del destino, mi mirada se quedó clavada en la hermosa torre del majestuoso templo del siglo doce.

¡¡¡BOOOOM!!!

Polvo al polvo y cenizas a las cenizas. Una cara desesperada de una mujer rendida y atemorizada, asomaba desde la torre mientras la piedra y la sangre se fundían en la nada. Trozos de vida e historia se esparcían por todas partes y la parte superior de la torre se derrumbaba hacia el tejado de la catedral desvaneciéndose con ella toda esperanza por salvar a la mujer. Fragmentos de roca se dispararon hacia todas direcciones golpeando sin piedad a todo lo que encontraban a su paso y el estruendo de la furia humana destrozó todas las ventanas de los edificios cercanos. Mi mente, bloqueada por la confusión, recopilaba datos de manera intuitiva y a pesar del irritante pitido que invadía mis oídos, aún pude escuchar el derrumbamiento del tejado, precipitándose hacia el interior del templo. No percibía a nadie a mí alrededor y pensé que podía considerarme afortunado por sobrevivir hasta que sentí un gran golpe en la frente y mis ojos se cerraron bruscamente.  

*

- No te rindas… Te necesitan…

De pronto no sentía mi cuerpo y a pesar de ello, estaba de pie. El pitido desaparecía paulatinamente hasta que sólo era capaz de escuchar un extraño silencio.

- Daniel hijo mío ¿Eres tú?

La gente tirada en el suelo, gritaban desesperadamente mientras comprobaban que no paraban de sangrar. Otros muchos corrían a ayudar con una expresión de impotencia reflejada en sus caras. Entre la multitud y la confusión, Daniel apareció.

- No debes rendirte Padre.

- ¿Qué haces aquí?

Cada vez se acercaba más mí. En esta ocasión se me apareció vestido con unos desgarrados harapos y sin zapatos pero su sonrisa no dejaba de adornar su joven rostro. Caminaba dando pasos muy cortos pero aún así, ya estaba delante de mí. Su mirada se clavó en mi ojos y sus manos, cálidas y sosegadas, se agarraron a las mías.

- ¡Fíjate!

Los edificios de alrededor se habían oscurecido y las personas que se encontraban a mí alrededor, paralizadas e inexpresivas, no dejaban de mirarme. Tras ellos, surgieron sombras de niños descalzos y mal vestidos, igual que Daniel. Deambulaban desesperados. Algunos lloraban y otros simplemente tenían la mirada perdida, sumergidos en una consciencia que nunca nadie supo explicar. Me veía incapaz de distinguir algún rasgo en sus rostros. Tenían una penetrante mirada pero sin ojos, una demacrada sonrisa pero sin labios; percibía emociones pero no era capaz de comprenderlas.

- ¿Qué estoy viendo?

- ¡El futuro Padre!

No sentía mi piel pero se me había irritado, ni sentía mi sangre pero se me había congelado. Mis sentimientos nacían de mis pensamientos y unas amargas lágrimas se arrastraron por mis mejillas.

- ¡No puede ser!

Quería gritar de dolor pero notaba como mi boca se mantenía serena, como si la paz de este niño me lo impidiera.

- Pues no dejes que ocurra…

- ¡No sé cómo, he vuelto a fallar!

- Sabes muy bien a dónde hay que ir…

- ¡No! No lo sé.

- Sí que lo sabes… sólo tienes que aceptar la verdad.

Daniel se alejaba pero no podía ir tras él. Sólo podía distinguir su rostro desapareciendo tras el cuerpo de un policía que ayudaba a su compañero. Cuando finalmente su figura se había desvanecido, un leve susurro llegó hasta mis oídos.

- ¡Palmira!

*

La oscuridad envolvía el entorno hasta que repentinamente volví a sentir como mi cuerpo se estremecía de dolor. Abrí los ojos y vi a Eduardo junto a Emma gritándome, pero no era capaz de escuchar lo que me decían por culpa del pitido que retumbaba en mis oídos como si nunca se hubiera ido. Toqué mi frente con la mano y enseguida me di cuenta de que estaba húmeda. Un fragmento de roca me había golpeado y no dejaba de sangrar.

Mis compañeros me levantaron y me llevaron a una ambulancia que se encontraba cerca de nosotros. Un enfermero se acercó rápidamente para curarme la herida e instintivamente aparté la cabeza tras el escozor del alcohol. Por su expresión, podía deducir que no se trataba de una herida muy grave. El enfermero recogió su instrumental, hablo con Eduardo y se fue a atender a más gente.

- ¡Vicente!

- No te oigo muy bien…

- ¿Qué has dicho?

- ¡Que no te oigo bien!

Eduardo me señalaba su oreja, lo que significaba que el también tenía ese molesto pitido zumbando en su cabeza.

- ¡No lo soporto!

- ¿¡Qué dices!?

- ¡Me duele la cabeza!

El fallido intento de comunicarme con Eduardo fue interrumpido por David que nos indicaba que debíamos marcharnos.

- ¿Podéis andar?

Una vez más Eduardo señaló su oreja.

- ¿¡Andar!?

Todos asentimos con la cabeza y le seguimos hacia el coche. Debía de tener sus razones para querer abandonar el lugar inmediatamente.

A medida que nos acercábamos al coche, el pitido iba desapareciendo substituyéndose por los ruidos de las sirenas y de la gente asustada. Con mucho esfuerzo y esquivando la multitud, conseguimos meternos en el coche. Todos portaban una expresión de haber sido derrotados pero yo sabía que nuestra labor aún no había acabado. Me acerqué a David que se disponía a arrancar y le cogí del hombro.

- Debemos ir a Palmira.

- ¿Qué estás diciendo? Ya no hay nada que hacer.

Apreté mi mano en su hombro indignado y alcé la voz.

- ¡Debemos ir a Palmira!

- ¿De dónde sacaste esa conclusión? No hay cadáver. No hay inscripción. No hay nada.

Le agarré el brazo con todas mis fuerzas y le miré furioso.

- ¡Yo no pienso rendirme! Iré a Palmira con vuestra ayuda o sin ella.

Me sentía cansado, cabreado y avergonzado pero no había perdido la cabeza. Era consciente que Daniel hacía tiempo que había muerto pero estaba seguro de que me indicaba el camino a seguir. Además, en el interrogatorio también escuché el nombre de esa ciudad. En la actualidad Palmira era un destino turístico muy importante. Nada que ver con una ciudad conflictiva que pudiera cobijar a terroristas. Me bajé del coche y empecé a caminar.

- ¿Y ahora qué?

- Mientras caminaba cabreado, los tres me seguían con el coche.

- ¡A Palmira!

- ¡Muy bien! ¿Y cómo pretendes llegar hasta ahí?

- A usted le parecerá gracioso señor agente de la C.I.A. pero a mí no. Y vosotros dos que estáis ahí sentados calladitos me habéis decepcionado.

Eduardo y Emma bajaron la cabeza.

- Sube al coche…

- Podéis marcharos. Cuando me tranquilice hallare el modo de ir a Palmira.

- Sube al coche…

- Sé lo que he visto y estoy seguro que lo peor está aún por llegar.

- Sube al coche por favor. Te haré caso. Nos vamos a Palmira.

Me detuve aliviado pero dudando.

- No me tomes el pelo David.

- Después de esto tendré serios problemas en la agencia pero lo hecho, hecho está. Haré unas llamadas para cobrar algunos favores y pronto dispondremos de un jet que nos llevará a Palmira, o al menos lo más cerca posible así que por favor, sube al coche.

Volví a sentarme al lado de Emma que tímidamente acarició mi mano y luego se colocó en su asiento.

- ¿Podéis dejarme un móvil? El mío no funciona.

Eduardo le ofreció el suyo.

- No os prometo nada pero lo intentaré. De momento nos dirigiremos al aeropuerto y después ya veremos.

Mientras nos alejábamos del centro, David no dejaba de hablar por teléfono con sus contactos. No entendía nada de lo que decía pero en sus gestos reflejaban enfado y persistencia. Tras unos minutos de disputas y amenazas, colgó el teléfono.

- Ya le he dispuesto todo. Mientras llegamos al aeropuerto prepararán el avión, pienso que en un par de horas podremos despegar. Haré una llamada más para organizar el viaje por tierra en Siria. Espero que sepas lo que estás haciendo.

Preferí mantener la boca cerrada ya que en realidad no sabía muy bien lo que hacía. Estaba desorientado y confuso, igual que los demás pero decidí actuar con decisión. La desoladora visión de los niños deambulando por las calles no había dejado de perturbarme. La mortífera carga del barco Ucraniano pronto cumpliría con su propósito y yo estaba dispuesto a dar mi vida para impedir que eso sucediera.

Y no os perdáis la nueva saga “El juicio de los espejos” la primera parte se titula “Las lágrimas de Dios” Una aventura, con toques de ficción y fantasía, que transcurre en varios lugares de la Tierra, y también nos guía a través de batallas históricas y acontecimientos singulares. Próximamente encontraréis más información sobre ella y las presentaciones en mi página WEB: www.alexandercopperwhite.com

Y no olvidéis de votar si os ha gustado lo que habéis leído… Gracias a tod@s por leer…

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