Sueños de tinta y papel

By MarchelCruz

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El Instituto Salazar de Artes y Letras es un refugio para almas maltrechas, y ellos son justo eso, son un gru... More

NOTA.
Dedicatoria.
Cita.
Prefacio.
Capítulo 1: Nuevos aires. (1/2)
Capítulo 1: Nuevos aires. (2/2)
Capítulo 2: Acondicionamiento. (1/2)
Capítulo 2: Acondicionamiento. (2/2)
Capítulo 3: Amigos. (1/2)
Capítulo 3: Amigos. (2/2)
Capítulo 4: Personalidades. (1/2)
Capítulo 4: Personalidades (2/2)
Capítulo 5: Súbito incremento de palpitaciones. (1/2)
Capítulo 5: Súbito incremento de palpitaciones. (2/2)
Capítulo 6: Tal vez. (1/2)
Capítulo 6: Tal vez (2/2)
Capítulo 7: La playa. (1/2)
Capítulo 8: Intenso vivir (1/2)
Capítulo 8: Intenso vivir. (2/2)
Capítulo 9: Fragmentos del pasado. (1/2)
Capítulo 9: Fragmentos del pasado. (2/2)
Capítulo 10: La casa azul. (1/2)
Capítulo 10: La casa azul. (2/2)
Capítulo 11: Un sentimiento nuevo. (1/2)
Capítulo 11: Un sentimiento nuevo. (2/2)
Capítulo 12: Una mala noticia. (1/2)
Capítulo 12: Una mala noticia. (2/2)
Capítulo 13: Sueños distantes.(1/2)
Capítulo 13: Sueños distantes. (2/2)
Capítulo 14: Sentido de urgencia. (1/2)
Capítulo 14: Sentido de urgencia. (2/2)
Capítulo 15: Antes de la tormenta. (1/2)
Capítulo 15: Antes de la tormenta. (2/2)
Capítulo 16: La traición. (1/2)
Capítulo 16: La traición. (2/2)
Capítulo 17: Días de fuego. (1/2)
Capítulo 17: Días de fuego. (2/2)
Capítulo 18: Grandes evidencias (1/2)
Capítulo 18: Grandes evidencias. (2/2)
Capítulo 19: Trapitos al sol. (1/2)
Capítulo 19: Trapitos al sol. (2/2)
Capítulo 20: Con olor a hierba. (1/2)
Capítulo 20: Con olor a hierba (2/2)
Capítulo 21: Los niños perdidos. (1/2)
Capítulo 21: Los niños perdidos (2/2)
Capítulo 22: Navidad. (1/2)
Capítulo 22: Navidad (2/2)
Capítulo 23: Un dulce hogar. (1/2)
Capítulo 23: Un dulce hogar. (2/2)
Capítulo 24: Mala compañía. (1/2)
Capítulo 24: Mala compañía. (2/2)
Capítulo 25: La prueba (1/2)
Capítulo 25: La prueba (2/2)
Capítulo 26: Sueños de tinta y papel. (1/2)
Capítulo 26: sueños de tinta y papel. (2/2)
Capítulo 27: El tres es de mala suerte. (1/2)
Capítulo 27: El tres es de mala suerte. (2/2)
Capítulo 28: A Dios (1/2)
Capítulo 28: A Dios (2/2)
EPILOGO
A Riverita.
LISTA DE REPRODUCCIÓN.
Y el fin.

Capítulo 7: La playa. (2/2)

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By MarchelCruz



A la mañana siguiente nos encontrábamos todos afuera de la escuela, frente al edificio «B», esperando a que apareciera Diego, sólo faltaba él. Los demás nos habíamos presentado muy temprano, incluso Alex, que refunfuñaba y maldecía a su hermano por irresponsable. Repetidas veces le había llamado por teléfono hasta que al fin contestó, sólo habló un par de segundos con él y luego colgó.

—Ya viene—se limitó a decir, y luego se levantó de la banqueta en donde había estado sentado desde las ocho de la mañana. Bajó las gafas de sol que tenía en la cabeza y se metió al auto blanco estacionado frente a la escuela.

El resto nos miramos las caras, preguntándonos si debíamos hacer lo mismo o esperar un poco más, pero justo en ese momento una figura alta y sonriente salió de la entrada del edificio «A», con rapidez se aproximó a nosotros y entonces la alegría volvió. Era Diego, vestía pantalones de mezclilla, tenis de tela azules y una playera sport bastante holgada de color gris que dejaba al descubierto gran parte de su piel, lo que era raro en él, pues siempre vestía camisas de franela de mangas largas, o playeras. Tenía el cabello suelto, todo su espeso cabello café le caía a los costados y en la cara, y él se esforzaba por apartárselo con las manos.

—Hola —saludó él, cuando estuvo cerca de nosotros—me quedé dormido —comentó a modo de disculpa, además de esa sonrisa pequeña que se dibujaba en su rostro que también denotaba culpabilidad, pero nada de eso importó, el día pintaba muy bien, presentíamos que la pasaríamos genial.

Un espléndido sol iluminaba el cielo, unos agradables veintinueve grados y vientos ligeros provenientes del sur nos bendecían ese día, nada podía salir mal.

De inmediato Diego nos saludó a todas, estrechó la mano de Walter y abrazó a su hermano. Todos corrimos al interior del auto, pero nos quedamos callados y sorprendidos cuando éste entró en la parte trasera, con las chicas y yo, dejando a Walter sin lugar, pero este no dijo nada, el que habló fue Alejandro.

—Diego —dijo, con un tono de voz que denotaba molestia contenida—muévete, pásate para el asiento de adelante.

—¿Por qué? —preguntó este, con un ligero ceño fruncido. Ya se había acomodado en el asiento a mi lado, y la mochila café que siempre iba con él se encontraba en el suelo del auto.

—Eres mi copiloto. —le explicó Alex, enfurruñado.

—Pues hoy no quiero—contestó Diego, con tranquilidad. —¿Te molesta?

—¡Sí, mierda!—le gritó, volviéndose para verlo. —¡Quiero que te pasases para el maldito asiento de enfrente! ¡Necesito hablar contigo!

Yo temblé un poco, cuando el ambiente se quedó suspendido con los gritos de Alejandro flotando en él. Pero esto, más que molestar a Diego, le causó gracia, se dobló de la risa por un rato, comentó un par de cosas graciosas sobre el temperamento de su hermano pero aun así tomó su mochila, salió del auto y se cambió de lugar. Walter ocupó el asiento a mi lado.

Cuando ya estuvimos todos acomodados, el auto arrancó con un fuerte sonar del motor. De prisa tomamos una autopista, el auto comenzó a acelerar, las ventanas iban abiertas, dejando que el aire cálido de la mañana rozara nuestras mejillas, alborotara nuestros cabellos y nos ensordeciera por la velocidad a la que íbamos.

Al cabo de los minutos, mi buen humor volvió, los gritos quedaron atrás.

Yo no podía dejar de sonreír mientras veía todo alejarse de nosotros, poco a poco la mole de ciudad se quedó atrás, dejándonos solos en medio del asfalto y el azul del cielo.

Todos íbamos callados, medio ausentes, el radio del auto estaba apagado, el único sonido era el del viento zumbando con fuerza mientras avanzábamos a una velocidad vertiginosa. Me acomodé en el hombro de Walter, que en lugar de molestarse, me abrazó, era como estar en los brazos de un hermano, y así, desde mi lugar podía observar a Diego, le veía el perfil, su nariz chueca, la forma de su mentón, sus cabellos cafés ondeando al viento, la manera en que sonreía mientras le echaba miradas furtivas a su hermano, y cerraba los ojos después. Se notaba que estada disfrutando el día tanto como lo estaba haciendo yo. Lorena y Ángela tenían sus teléfonos entre las manos, escuchaban música en sus audífonos, perdidas también en la inmensidad de sus mentes.

Mientras miraba a Diego, me quité una pulsera de la mano, era una hecha con hilos elásticos que había comprado hace poco y me gustaba, pero sentí la necesidad de dársela. Me incorporé apoyándome del hombro de Walter, me acerqué al asiento de Diego y en silencio toqué su hombro. Cuando volteó a mirarme se la ofrecí.

Él me miró, y luego a lo que le estaba dando. Con señas le dije que era para que no le golpeara el cabello en el rostro a causa del viento, y él sonrió al comprender. De inmediato hizo lo que le indiqué, y luego se volvió a vernos.

—¿Qué tal? —preguntó él, yo sólo asentí, Lorena rió al igual que Ángela al verlo con el cabello de esa manera, pues las tres teníamos peinados similares, nos habíamos preparado para el viaje con coletas de caballo.

—Te ves guapo—comentó Ángela, divertida —pero no eres mi tipo.

—Tú te lo pierdes —se rió Diego, y luego regresó la mirada al frente, pero volvió a mirarme un momento después, me sonrió, y yo hice lo mismo, sólo que cambié de expresión al notar que Alex nos observaba por el espejo retrovisor, nos miraba de una forma que me dio miedo, era una mezcla de enojo y algo más, algo que no comprendía. Diego se percató de esto, medio sonrió, me guiñó un ojo, y regresó al frente, ahora a platicar con su hermano. Se enfrascaron en una conversación sobre el estado de la casa a la que íbamos, y por lo que pude entender, no habían estado ahí en mucho tiempo, y lo que era peor, estaríamos sin permiso, pues sus padres no sabían nada de nuestra visita a su casa de descanso.

El resto de las horas de carretera se pasaron volando, no sabía si se debía a la buena compañía que tenía o a que Alejandro era aficionado a pisar el acelerador. En un par de ocasiones Diego le pidió que bajara la velocidad, y para mi sorpresa este le hizo caso. Llegamos a casi a las doce de la tarde al pequeño pueblo al que nos dirigíamos, podía ver la inmensidad azul desde mi ventana, lo que hizo que mi corazón se acelerara, era como estar de vuelta en casa. A las doce y media llegamos a una casa muy cerca de la playa, era una pequeña de dos aguas, de color blanco, con un balcón en el segundo piso que daba vista al mar, era simple, pero elegante, tenía garaje y un pequeño patio al frente, todo lo demás era el mar y arena.

Los muchachos se bajaron del carro apenas este se detuvo frente a la casa, tomaron sus mochilas y soltaron gritos de júbilo, mientras observaban el lugar.

—¡Ay, Alex!—gritó Ángela, que parecía extasiada con lo que veía—¡hace muchísimo tiempo que no venimos!

—¿Te gusta? —le preguntó Alex, con cierto toque de melancolía en la voz, el tono era más suave de lo habitual. —A mí también me gustaba mucho.

Había dicho eso con la mirada clavada en la casa, con las manos colgando a sus costados, con una mochila en el hombro, y las gafas de sol cubriéndole los ojos, de esa forma no me permitía verle la expresión, pero su ceño estaba fruncido, como casi siempre, así que podía apostar a que estaba triste. Me había dado cuenta de aquello, él ocultaba cierta tristeza detrás de aquellos ceños fruncidos.

—A mí me sigue gustando —comentó Diego, al tiempo que se adelantaba en la entrada. De la bolsa de su pantalón sacó un pequeño llavero e introdujo una llave en la cerradura, abriendo la puerta después. Permitió que todos pasaran primero, él se quedó hasta el final junto a mí. Lorena corrió al interior antes que nadie, tan sorprendida como yo, Walter ingresó después, Alex y Ángela entraron juntos. Yo me quedé en la entrada, mirando todo.

Era una casa pequeña, toda de blanco, con grandes ventanales en los costados, había escaleras a mano izquierda, era algo adorable, diseñada sólo para pasar las vacaciones de verano. Del techo colgaba un candelabro, lleno de infinidad de pequeños cristales que resplandecían con los rayos del sol que se colaban por los ventanales, proyectando su luz por toda la casa.

—Es hermosa —dije más para mí, pero Diego lo escuchó, pues estaba de pie a mi lado.

—Pasé un montón de vacaciones aquí con Alex —comentó él, cuando lo miré.

—Seguro fueron días muy felices —musité —¿Verdad?

Él asintió, con una sonrisa, ahora también melancólica.

—Muy felices —concedió.

Volvimos a la realidad cuando Lorena gritó nuestros nombres por encima del silencio, dejé a Diego ahí para que rememorara a solas y fui a donde ella me llamaba, que era el segundo piso, ahí tan solo había dos habitaciones, yo entré a donde se encontraba mi amiga, que era también una habitación blanca, sin retratos en la pared, pero con un hermoso balcón que se interconectaba con la otra habitación. La mochila de Lorena estaba sobre la cama, una cama ya hecha, pero con una ligera capa de polvo, igual a la que tenía el barandal de la escalera cuando subí hasta ahí, toda la casa estaba limpia, pero llena de una delgada capa de polvo que parecía un hechizo reinante en todo el lugar. A todas luces nadie había estado ahí por lo menos en varios meses.

Con rapidez comenzamos a sacudir todo, lo que nos hizo estornudar y luego reír con fuerza por ello, pues ambas teníamos estornudos pequeños y chillones como los de un gato. Cuando terminamos bajamos a ver a los demás que buscaban en la cocina, en los estantes y cercioraban de que la estufa tuviera gas.

—Nada —informó Walter, cuando terminó con su escrutinio.

—¿Y qué querías? —preguntó Diego a Alex, cuando este se enfadó por lo descubierto. —¿Que nos llenaran la alacena y que la comida estuviese servida? Ni siquiera saben que estamos acá.

—Ya lo sé—se enfadó Alex, mirándolo con reproche —es sólo que pensé que quizá él había estado aquí hace poco, o por lo menos mamá.

—Los diputados son personas ocupadas —comentó Ángela, al tiempo que le tomaba de la mano a Alex y le daba un pequeño apretón, de aquellos que son más reconfortantes que un abrazo mismo, pues eran secretos, más íntimos.

—O tiene mejores lugares que visitar—farfulló él.

—Ya, Alejandro, venimos a la playa, no a comer—comentó Lorena, regresándole el ánimo, al igual que a todos los demás—así que vayamos para allá y comamos lo que sea. No vas a arruinar el día por esto.

—¡Eso es! —Exclamó Walter, y luego miró a los demás —salgamos de aquí, además solo estaremos dos días y una noche. Hay que aprovechar el tiempo.

Y eso fue suficiente como para que así como estábamos, hambrientos, acalorados y excitados, saliéramos a recibir los potentes rayos de sol, uno que ahora estaba en la cima del cielo, bañando las aguas turquesas del mar y haciendo resplandecer la cálida arena blanca bajo nuestros pies.

Los muchachos corrieron, deshaciéndose en el camino de sus ropas, zapatos y demás, dejaron todo como un camino de migajas sobre la arena, y cuando por fin estuvieron semidesnudos entraron al agua, el único que no se quitó la playera sport fue Diego. Lorena les siguió, vestida con un traje de baño de dos piezas de muchos colores, algo casi estrafalario, muy típico de ella.

Yo caminé más lento, con Ángela a mi lado, y cuando ya estuve muy cerca de las olas del mar, me senté en la arena, pues más que entrar y mojarme, tenía ganas de verlos juguetear a ellos. Hacía años que no pasaba tiempo en la playa con amigos, aun habiendo vivido toda mi vida a media hora del mar, y más aún, hacía años que no tenía amigos, no como ellos, de los reales.

Walter sostenía a Lorena de la mano para que las olas no la tiraran, mientras reían con fuerza, pues Diego parecía querer ahogar a su hermano a base de salpicarle agua, los cuatro parecían divertirse mucho, me hacían sonreír, sentir mi corazón lleno, porque yo estaba ahí, yo formaba parte de esa felicidad, y jamás creí que aquello fuese posible, ellos no sabían lo muy agradecida que estaba por el simple hecho de que me incluyeran en sus cosas.

—Ellos se quieren mucho ¿no? —pregunté a Ángela, mientras los miraba, y me refería a los hermanos, a Alejandro y a Diego. A veces, cuando los miraba, sentía algo cálido en mi interior, algo que hasta ese momento creí reconocer, era una pequeña porción de envidia, porque yo no tenía hermanos de verdad, y nunca sabría lo que se siente tener a alguien que jamás te dejará.

—Demasiado —asintió Ángela, con una sonrisa en su mirada —pensé que nunca volverían a ser como antes.

—¿Y cómo eran antes? —pregunté, mirándola, pero no alcancé a saber la respuesta porque unas frías gotas me salpicaron el cuerpo, al igual que a Ángela y ambas proferimos sonoros gritos. Eran Lorena y Walter, que nos habían echado agua con sus manos, y ahora corrían de vuelta al mar para traer más.

—¡No se van a quedar ahí! —exclamó Walter, riendo.

—¡Levántense— chilló Lorena—arriba! ¡El agua esta deliciosa!

Entonces no nos quedó de otra más que ponernos de pie, quitarnos los shorts de mezclilla y las blusas para quedar sólo con el traje de baño. Ángela vestía uno muy bonito de color rojo de una pieza que hacía resaltar su piel clara y sus curvas, yo en cambio, tenía un traje de baño de color azul cielo con olanes en la parte superior para simular que había más volumen del que en realidad había, era algo casi infantil, pero era lo que tenía. Yo no me veía tan bonita como Ángela, que era alta y escultural, ni como Lorena, pequeña y curiosa, yo era más simplona. Tenía la piel clara, pero no blanca, era el resultado de una mezcla curiosa, pues mi madre era de aquel selecto grupo de familias españolas que al llegar a México se mezclaron casi o nada con los nativos, y mi padre, en cambio, era autóctono de una región del centro del país, y por ende yo era aquello, delgada, alta, de cabellos negros lisos y piel de un tono indefinido, más amarillo que blanco o que moreno, ni uno ni otro. En algún momento me había sentido una mezcla perfecta, pero después, al morir mi madre, lo descarté. Cualquier cosa positiva en mí, se había ido con ella.

Entramos al agua y nos pusimos a jugar, jugamos por horas, hasta que el sol y el agua hicieron de las suyas, dejándonos exhaustos tendidos sobre la arena.

Las chicas y yo estábamos recostadas bajo la sombra de una decrepita palmera, mientras Alex, Diego y Walter se esforzaban en poner un pequeño toldo que habían encontrado en la casa, para cubrirnos del sol. Ya llevaban mucho rato en eso, cuando Alex se apartó de ellos y se dejó caer a mi lado.

—¿Ya lo pusieron? —preguntó Ángela, incorporándose de la arena para mirarlo.

—No, —gruñó Alex—no puedo con la maldita porquería esa.

Ángela se rió y se volvió a acostar.

—Eres un inútil —se burló —¿No sabes hacer nada?

—Tocar el piano. —contestó, satisfecho.

—Aparte de eso—se rió ella.

—Entonces no —contestó él, al tiempo que se dejó caer de espaldas sobre la arena, y luego se puso un brazo sobre los ojos para cubrirse del refulgir de los rayos del sol que lograban colarse entre las ramas de la palmera.

Y cómo estaba a mi lado, le eché una miradita, tenía el rostro que por lo regular era pálido, ahora enrojecido, la nariz tan roja que me pregunté si le ardía, y sus cabellos cortos y negros pegados a las sienes. Era tan extraño verlo así, medio relajado, medio normal, como si sólo fuera un chico de diecinueve años, lo que en realidad era, e incluso de esa manera se veía más joven, pues era delgado, más aun que su hermano, no tenía ni rastros vello facial en el mentón, su piel se veía suave y tersa como la de un niño pequeño, sin marcas de acné, era, a decir verdad, un muchacho más atractivo que Diego, pero de una belleza distinta, me recordaba más a las plantas carnívoras o serpientes venenosas que atraen sólo para llevar a la perdición.

En algún momento él se retiró el brazo de los ojos, y su mirada se clavó en la mía, que lo veía desde mi lugar, sentada a su lado. Le retuve la mirada por más tiempo del que debí, pero él tampoco la apartó, nos miramos una infinidad de segundos en los que mis ojos negros se equipararon a sus ojos verdes, que nada me decían y luego, al mismo tiempo, desviamos la mirada, llevándola a Diego que nos llamaba, pero yo sin verlo en realidad, mi corazón aún latía con fuerza, pues esa mirada, aunque nada comprendía su significado, fue el intercambio silencioso más largo que había tenido con Alejandro, y significó algo. Algo que más tarde desearía que no hubiese pasado.

Cuando el toldo quedó listo, nos reguardamos bajo él, más tarde Walter se fue con Lorena a comprar comida, y pasamos todo el día ahí, conversando y riendo. Cuando la noche llegó los muchachos insistieron en hacer una fogata y cantar las mañanitas alrededor de esta. La fogata, peor aún que el toldo, les llevo una a terminad más grande encenderla, pues mientras las chicas y yo juntábamos pequeños pedazos de madera arrastrada por la marea y palitos caídos de los arboles ellos se devanaban los sesos intentando iniciar fuego con tan sólo una caja de cerrillos.

—Tú eres el que siempre lleva un encendedor, —comentó Walter mirando a Diego, que estaba de rodillas sobre la arena, pero éste no contestó, sino Alex.

—Pues más te vale que ya no sea así —comentó, mirando a Diego. —no tienes por qué tener un maldito encendedor como si fueras un...

—No lo traigo—interrumpió Diego, que se encontraba inclinado a lado del agujero que habíamos hecho en la arena, en donde los pocos palitos que encontramos se negaban a incinerarse. —¿Por qué crees que estoy con los cerrillos? —preguntó, y aquel último comentario lo había pronunciado sin la habitual calma en su voz, una molestia casi imperceptible se colaba en ella, que atribuí a que las cosas no salían como se esperaba con la fogata. Me mordí los labios con incomodidad mientras los escuchaba.

—Voy por algo de papel a la casa—comentó Alejandro, luego de un rato y salió corriendo de ahí.

Cuando regresó traía algo cuadrado y grande en las manos, era un cajón de madera, claramente perteneciente a un buró. Se dejó caer con él sobre el regazo, mientras todos los demás lo mirábamos. El interior del cajón estaba lleno de papeles y documentos. Diego resopló al verlo.

—No iras a ponerlo todo en el fuego ¿no? —inquirió, ahora sentado y rendido en la arena, al igual que lo estábamos todos. Para ese momento el sol ya se había escurrido por el horizonte y las estrellas salían con timidez a titilar en el cielo. Una ligera briza nos alborotaba los cabellos, y por ello ya nos habíamos puesto algo más de ropa.

—Sí —contestó Alejandro, al tiempo que tiraba todo en medio del agujero en la tierra que seguía sin encender —que se queme todo.

Luego se inclinó sobre la fogata y le pidió los cerillos a Diego, y cuando este se los dio, prendió un par y los botó al interior del cajón, en donde de inmediato las hojas de papel comenzaron a ennegrecerse y a quemarse, poco a poco, capa tras capa de papeles agarraron fuerza y calor engullendo todo lo demás, y entre ese fuego, entre esos documentos llenos de letras y firmas alcancé a ver una fotografía. Había un par de niños abrazados entre sí, vestían uniformes de fútbol, y uno de ellos, tenía un balón bajo el pie.

—Son fotos—exclamé alarmada, pero nadie me hizo caso—¿Por qué quemaste tus fotos? —Le pregunté a Alex, arrodillándome más cerca del cajón en llamas, para ver los rostros de los niños mientras las llamas los engullían —¡Alejandro, las quemaste! —exclamé, mirándolo con repentina molestia. —¿Por qué madre lo hiciste?

Él se encogió de hombros, indiferente.

—Está bien, Ingrid—me habló Diego, poniéndome una mano en el hombro y dándome un ligero apretón, que me animaba a callar —había que quemar algo.

—Sí, pero no sus fotos—dije, mientras todos permanecían callados, con la mirada clavada en el fuego, que por fin ardía con fuerza. Ligeras llamas verdes se mezclaban con las rojas. —¿Qué te pasa? —le grité a Alex, en realidad sin esperar una respuesta.

—Ey—Exclamó Walter, dando un aplauso tan sonoro que nos sobresaltó a todos— ¿Por qué no cantamos las mañanitas?

—¡Sí! —Exclamó Lorena, que también parecía dispuesta a cambiar los ánimos, —¡Vamos!

Miré enfurruñada a Lorena, preguntándole con la mirada por qué lo defendía de esa manera, pues era una forma de defenderlo, pero luego suspiré, resignada, no valía la pena arruinar el cumpleaños de mi amiga por un comportamiento extraño de Alejandro, de todos modos él siempre era raro, debía comenzar a asumirlo.

Lorena fue la primera en ponerse de pie, fue hasta donde Ángela y la abrazó con fuerza, dejando que Walter ocupara su lugar en los brazos de nuestra amiga después, yo fui la tercera en abrazarla, y decirle lo feliz que estaba por su cumpleaños y mi deseo de pasar muchos más años a su lado. El siguiente en abrazarla fue Alejandro, que no sólo la abrazó sino que la besó en la mejilla y le susurró algo al oído, con el rostro enterrado entre su cabello, y por la cara que ella puso, fue algo importante que la puso triste, tan triste que recibió a Diego con lágrimas en los ojos. Él en cambio la hizo reír, fuese lo que fuese que le dijo, y luego la levantó en brazos, y le dio vueltas.

—¡Te quiero, —le dijo, cuando la regresó al suelo —ya sabes!

Todos sonreímos por la efusividad de Diego, luego volvimos a la arena entorno a la fogata en donde danzaban llamas de colores exóticos y mágicos, ahí cantamos una desentonada y arreglada versión de las mañanitas a nuestra amiga, que no dejaba de reír y de agradecernos el detalle.

En algún momento de la tarde perdí de vista a Diego y a Walter, pero estos no desaparecieron mucho rato, volvieron con una bolsa plástica llena de comida chatarra, refrescos y latas de cerveza.

Todos se abalanzaron sobre la bolsa, incluso yo, que lo primero que tomé fueron las papas fritas, los chicos en cambio se hicieron primero con las cervezas. Cada uno agarró una y pasaron las demás.

—Toma, Ingrid —me llamó Diego, acercándome una lata, a lo que sólo sonreí y negué con la cabeza. No me llevaba muy bien con el alcohol, este tenía un efecto extraño sobre mí, que prefería no sacar a relucir.

—¡Pues yo sí! —Se adelantó Ángela y tomó la lata que estaba destinada a mí —Es mi cumpleaños, me lo merezco—agregó, pero Alejandro se la quitó de las manos tan rápido como ésta la agarró. Forcejearon un momento, hasta que Ángela recuperó su cerveza.

—Trágatela si quieres, —gruñó Alex —eres una idiota.

—¿Por qué le dices eso? —pregunté, alarmada. Alejandro parecía no poder evitar ser grosero en todo momento.

—Pregúntale a ella —me contestó, sin dejar de mirla.

—Está exagerando, Ingrid —comentó ella —se supone que no puedo tomar alcohol, pero no es nada. Estoy un poco enferma.

—¿Un poco?—se burló Alejandro—Tienes el puto hígado más jodido que conozco.

—¡Cállate, Alex, Idiota! —se enfadó ella, dándole un empujón con el hombro—siempre me andas cuidando, no eres mi hermano. ¿Qué te importa?

Alex la fulminó con la mirada.

—Haz lo que quieras —comentó éste entonces, pero no le apartó la mirada, ni cambió su expresión de enojo —Sólo espero que den café del bueno en tu velorio, si no ni me pararé por ahí.

Ángela profirió una tremenda carcajada que me asustó, se rió por bastante tiempo y cuando se recuperó de su acceso de risa comentó:

—Ya te dije que no estoy tan mal.

Y esa fue la primera vez que supe que algo andaba mal también con Ángela, quizá de un modo distinto a los demás, pero aun así era algo malo, y hacía que una pequeña espina de preocupación se instalara en mi corazón. Miré a Lorena, como siempre hacía, en busca de respuestas, pero esta no me miraba, estaba enfrascada en una conversación con Walter, sin tomar importancia a lo que se había dicho, era como si ella ya lo supiera, y lo aceptara.

Unas horas más tarde Ángela estaba en total estado de ebriedad, y ni siquiera sabía explicar cómo había pasado. No tenía idea de cuantas latas había bebido, ni siquiera cuantas eran necesarias para embriagar a alguien, pero ella lo estaba. Abrazaba con fuerza a Alejandro, que la aguantaba lo mejor que podía sin gritarle. Él no había bebido casi nada.

—¡Cántame algo, cántame algo!—le decía ella, con la voz gangosa. —¿cómo se llama esa canción, Diego? Esa de Zoé, que dice que no quiere morir solo y sin hacer lo suficiente.

Diego sonrió divertido al observar a Ángela de esa manera.

—Esa no es de Zoé—le dijo, también con una lata en la mano, y un rostro medio adormilado —Es de León Gieco, que no se parece en nada a Larregui.

—¡Pues no sé!—se rió Ángela—Algo tenían que ver ¿no? No importa, cántamela, Alex—comentó, ahora volviéndose para mirarlo y palmearle el pecho. —Anda, Alex, cántamela.

Pero este la ignoraba con tanta eficacia como si ella no estuviera recargada en su pecho, estaba molesto en extremo, en definitiva no me quería enfrentar alguna vez a su enojo de esa manera.

—Yo te la canto—comentó Diego, señalando a Ángela con su lata—si Walter me acompaña con la guitarra.

—¿Yo qué? —contestó Walter, volviéndose para verlo, al escuchar su nombre en la conversación.

—Trae la guitarra de Alejandro, está en el carro—le pidió Diego—Ángela quiere que toquemos algo para ella.

Walter se puso de pie y corrió a donde el auto, que estaba parado frente a la casa de la playa. Regresó en un santiamén con la guitarra enfundada en negro, la sacó al tiempo que se sentaba junto a Diego. En aquel momento Lorena se unió a nosotros, Ángela y Alejandro se quedaron dónde estaban, sentados sobre la arena junto a la fogata que amenazaba con morir.

—«Sólo le pido a Dios»—informó Diego, mirando a Walter. Había en su voz cierto arrastre en las palabras, pero sólo se podía notar si le prestaban mucha atención, parecía más feliz que ebrio. No paraba de sonreír, todo parecía ser de su agrado, hasta yo, pues me dedicaba cada cierto tiempo sonrisas cálidas que no lograba comprender. — ¿te la sabes?

—De memoria —contestó él.

Entonces Walter acomodó la guitarra, al igual que sus dedos en las cuerdas y comenzó a tocar, hizo fluir las primeras notas de una canción que en mi vida había oído, y no sabía cómo había sido posible si era una canción hermosa, la simple música del comienzo me encandiló, pero más aún cuando la voz de Diego se mezcló con esta, no era una voz melodiosa, ni bonita, era grave y ligeramente ronca, pero poética, ese tipo de voz que dice algo, que hace sentir algo. La letra era preciosa, no era romántica, ni tampoco de despecho, nada de eso, era una canción que revelaba humanidad, resumía lo que esto significa en una sola canción, lo que conlleva, la condición de tener un alma.

Solo le pido a Dios
que el dolor no me sea indiferente,
que la reseca
muerte no me encuentre
vacío y solo sin haber hecho lo suficiente.
Solo le pido a Dios
que lo injusto no me sea indiferente,
que no me abofeteen la otra mejilla
después que una garra me arañó esta suerte.
Solo le pido a Dios
que la guerra no me sea indiferente,
es un monstruo grande y pisa fuerte
toda la pobre inocencia de la gente.

Es un monstruo grande y pisa fuerte
toda la pobre inocencia de la gente.

Yo sólo podía mirarlo con las pupilas dilatas mientras escuchaba aquello, embriagada por su voz, por la visión de su barba escasa, por los encuentros furtivos con sus ojos cafés, por el movimiento de sus labios al cantar, las suaves notas creadas por los dedos de Walter sobre las cuerdas haciéndole compañía, y las llamas de la fogata crepitando, y con esa imagen revoloteando en mi mente desperté a la mañana siguiente, pero aun así, una parte de mí se quedó ahí para siempre, en aquella noche bajo ese cielo lleno de estrellas, en que fuimos jóvenes, libres, sanos y felices. 

N/A

Amo esa canción, amo esta parte del capitulo y los amo a ustedes por leer, porque si alguien me lee, aunque sea sólo uno, esto ya se vuelve más real. Si Alex, Diego, Ingrid, Walt, Lorena o Ángela existen en la imaginación de alguien más yo me doy por satisfecha. 

¿Ya habían escuchado esa canción o están como Ingrid que no?  Les dejo el vídeo en la parte de arriba, para que la escuchen. <3 

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