El Portador de la Muerte | Li...

By Karma_chamelexn

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Si la muerte se enamora, ¿sería capaz de perdonarte la vida? More

Sinopsis + Nota de autor
Epígrafe
Preludio
01. Desaparecido
02. Chico fantasma
03. La ley de Murphy
04. Santuario de descanso
05. Atractivo no es sinónimo de normalidad
06. La calle del diablo
07. La curiosidad no mató al gato
08. Un pequeño favor
09. Tutorías
10. Cyrus Reynolds
11. El festival de las sombras
12. Ratón de biblioteca
13. Corre, chica, corre
15. El corazón de la Muerte
16. La muerte y el emperador.
17. Juegos mentales
18. Ojos que no ven
19. El rastro del fuego
20. Hielo negro
21. La mujer del espejo.
22. Callejón
23. Madame Belova
24. Infernal
25. Incendiar
26. El lago Sputnik
27. Feliz aniversario
28. La mansión Romanova
29. El último nigromante
30. Atracción versus curiosidad
31. Predestinado
32. Ahogo
33. Uno por el dinero, dos para el espectáculo
34. Fuego y hielo
35. ¿Es un disfraz? Spoiler alert: no lo es.
36. Confesión
37. Hipotermia
38. Afterparty
39. Segador
40. Exploración urbana

14. Máscaras

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By Karma_chamelexn


Mi héroe vestía de negro de los pies a la cabeza y su cabello oscuro estaba ligeramente revuelto, cayendo rebelde sobre un par de ojos que desde donde me encontraba, parecían azules. Me dio la impresión de que brillaban en la oscuridad, pero no estaba segura si se trataba de una alucinación o un efecto del rayo de luz que se filtraba a través de la puerta entreabierta.

"Llegas tarde", quise decirle, solo para quitarle hierro al asunto, pero no conseguí más que boquear como un pez sacado del agua. Exhausta, descansé mi mejilla contra el frío suelo del gimnasio y cerré los ojos por unos breves segundos, a la espera de que todo terminara.

Odiaba admitir que, en el fondo, solo quería desmayarme y despertar calentita en mi cama, con Pj dormido en mis piernas y la agradable imagen de Adriel pasando una toalla húmeda sobre mi frente.

—Aléjate de ella.

Lo miré.

Jake se incorporó, sacudiéndose las manos en los vaqueros rasgados. A diferencia de mamá, el muchacho no llevaba las mismas prendas de vestir que usó el día de su desaparición, lo que en cierta forma, lo volvía más fácil de tolerar. En su lugar traía una camiseta con el escudo de Crowell en el pecho y un par de tenis deportivos blancos que yo solía pisar para fastidiarle.

Aquel detalle trivial me sorprendió. Con lentitud, el muchacho ladeó la cabeza, observando al recién llegado.

—¿Tienes un nombre?

Su voz era idéntica a la de Jake, por lo que, durante los primeros segundos, solo conseguí parpadear desorientada.

"No es Jake", me recordé mordaz. "Solo estás alucinando".

—¿Buscas a alguien en particular, portador? —le preguntó cuando no obtuvo respuesta.

El aludido ni siquiera le echó un segundo vistazo. Estaba mirándome fijo, como si tratara de decidir si sería capaz de sobrevivir unos minutos más. Su falta de fe me resultó divertida a la par de deprimente. No sabía que aspecto presentaba, pero a juzgar por la forma en que me miraba, tenía una pinta terrible. La suficiente para despertar su preocupación.

—Estoy bien —articulé, para tranquilizarle.

Adriel asintió, no muy convencido.

—Entonces, ¿qué es lo que quieres? —insistió el muchacho.

—Vine por ella —le dijo al impostor—. Quítate de mi camino.

—Aún no es tiempo.

Hablaba de mi muerte. La mención tan natural me causó escalofríos.

—Estoy aquí —musité—. Es descortés hablar de mi muerte cuando aún estoy aquí.

El castaño se volvió para mirarme por encima del hombro. El parecido con Jake era impresionante. Incluso sus gestos faciales se parecían mucho: la manera en que arqueaba las cejas y elevaba la comisura de sus labios al sonreír. Quien estuviera detrás de esa máscara le había estudiado con atención. Los detalles de su apariencia y personalidad eran demasiado minuciosos para pasarlos por alto.

—¿Tu padre es consciente de lo que estás haciendo?

Por un momento, creí que me lo preguntaba a mí, pero al ver la expresión de Adriel... supe que me equivocaba. No estaba segura de qué estaban hablando, sin embargo, fue sencillo deducir que no era su tema favorito de conversación. Ya teníamos algo en común.

—Su alma ya tiene dueño —continuó, con voz divertida—. El cielo tiene prohibido intervenir y sé que en el fondo lo sabes. Este es un caso perdido, portador. Regresa por donde viniste.

—No iré a ninguna parte —Le aseguró.

—¿Eso es lo que quieres?

—Alguien robó tus ojos, ¿verdad?

La conversación aún daba vueltas en mi cabeza cuando me senté, percibiendo que el collar quemaba sobre mis clavículas. No podía ver gran cosa debido a las sombras, pero noté el momento exacto en que Jake se tensaba al escuchar la pregunta de Adriel.

—Los juegos mentales son su especialidad —admitió, ladeando la cabeza—. ¿Quieres jugar con nosotros?

—¿Qué obtendré a cambio?

—Cuando pierdas, podrás presenciar su muerte.

El pelinegro me miró, señalando sutilmente la puerta de emergencia. El mensaje era claro. La conversación había terminado.

—¿Recuerdas qué fue lo que te dije aquella vez, en el parque?

"Tienes que correr".

—Mierda —susurré. Tenía la esperanza de no desmayarme en el proceso... como la última vez.

Asentí, dubitativa y retiré las correas de la mochila de mis hombros. Era un peso muerto que solo me retrasaría. El aire se atascó en mi garganta, pero en cuanto vi que sus labios se movían nuevamente, me levanté a duras penas y empecé a correr.

No miré hacia atrás hasta que alcancé la puerta entreabierta. Me deslicé por el pequeño resquicio, golpeándome el hombro izquierdo con el metal. Apenas logré llegar al otro lado, sentí que alguien tiraba de la manga de mi camiseta, provocando que trastrabillara. Volví el rostro y la muchacha estiró su brazo, hasta rozar mis clavículas con la punta de sus dedos.

Percibí un arañazo, seguido de un tirón en la parte posterior de mi cuello. La piel me ardió de forma insoportable, como si me hubieran tocado con metal al rojo vivo. Mientras caía, oí un chasquido y lo siguiente que supe, fue que Adriel la había empujado para alejarle de mí.

Me desplomé sin elegancia contra el pavimento que conducía a las canchas deportivas y mi cabeza se llevó la peor parte ahora que no tenía una mochila que amortiguara el golpe. El ramalazo de dolor me hizo apretar los párpados con fuerza. Un par de gotas de lluvia resbalaron por mi rostro y la humedad del asfalto provocó que tiritara.

Con esfuerzo, giré sobre mí misma y me puse de pie, temblando. No sabía si era el miedo o el frío, pero tuve que apretar los dientes para detener el castañeo y sostener mi cabeza en un intento de calmar el dolor. Del otro lado de la puerta se escuchaban gritos estridentes y golpes secos que no hacían más que incrementar mi preocupación.

Sabía que tenía que correr, pero la idea de dejarle... No pude moverme. Me quedé allí hasta que la puerta chirrió y una sombra traspasó el umbral.

El alivio fue inmediato al verle, pero se diluyó rápidamente cuando caí en la cuenta. Si ella era capaz de adoptar cualquier apariencia, ¿qué garantía tenía yo de que la visión del muchacho era real y no una trampa retorcida?

—¿No te pedí que corrieras?

—Seguir órdenes no es mi fuerte —confesé, tragando saliva con dificultad—. ¿Realmente eres tú?

No vi señales de heridas o cardenales en su rostro, tan solo unos mechones desordenados por la pelea. Mientras se acercaba, una sonrisa ligera se arrastró por sus labios. Supuse que intentaba tranquilizarme porque aún continuaba temblando de forma incontrolable y la llovizna no me ayudó a mantener el frío a raya.

—Está todo bien, ¿de acuerdo?

Sacudí la cabeza.

—Dime algo que yo te haya dicho solo a ti.

Adriel se detuvo. Fuera él o no, agradecí que mantuviera las distancias porque de lo contrario, me arriesgaría a darle un puñetazo y romperle la nariz como hice con Ridley en quinto grado.

—Dijiste que era la excepción —respondió. Tenía una buena memoria.

—¿Qué te hace pensar que no se lo dije a nadie más?

—Soy una persona optimista.

Me mordí el labio inferior, inquieta.

—¿Recuerdas esto? —inquirió, levantando el brazo como si tratara de saludarme. El gesto era imposible de olvidar, así que me permití bajar la guardia y le di un par de puntos por su creatividad.

—Me provocó pesadillas durante años —respondí.

Sus cejas se arquearon y me pregunté si no le había ofendido al contestarle con demasiada honestidad. Se le veía un poco desconcertado.

—¿Los humanos no suelen saludarse así cuando están lejos?

—Es un gesto común —concedí—, pero si el que responde es un tipo vestido de negro durante un funeral y nadie más que tú puede verlo... da en qué pensar, ¿no?

Adriel bajó la mano.

—Es lógico —estuvo de acuerdo—. Se ha terminado, ¿vale? Estás a salvo.

—Vale.

Liberé el aire contenido y dejé que él me examinara de cerca. Quise reiterar que me encontraba en un excelente estado, pero las punzadas en mi cabeza empezaban a volverse insoportables. Al revisar el lugar del golpe, descubrí un hilillo de sangre entre mi cabello. La imagen de mis dedos teñidos de rojo me descolocó.

—Déjame ayudarte.

—Creo que me golpeé al caer...

—Te llevaré a casa.

—No... yo no... —negué, sin saber qué decir—. No quiero estar sola.

—Está bien. ¿Puedo...?

Me apoyé contra su cuerpo, mientras él pasaba su brazo bajo mis piernas y me cargaba con suavidad, como si no pesara más de cinco kilos y él estuviera acostumbrado a cargar muchachas moribundas a punto de desmayarse.

—¿Esta es la parte en la que me besas en la frente y juras que cuidarás de mí para siempre? —le pregunté, sonriendo.

No alcancé a escuchar lo que dijo. Sentí que su mano apartaba un mechón de cabello de mi rostro y entonces, me desmayé.

***

Una fogata ardía cerca de donde me encontraba. Recostada sobre una manta calentita, estiré mis brazos y bostecé, acercándome de forma inconsciente al fuego. Ya no llovía sobre Laeken, pero aún se percibía la humedad flotando en el aire, acompañado de una ligera sensación de frío. Me froté los ojos, exhausta y parpadeé repetidas veces para orientarme.

La somnolencia se desvaneció de golpe al ver donde me encontraba.

Me incorporé aturdida, dejando que la manta se deslizara por mis brazos hasta caer en la hierba mullida que se extendía por debajo de mi cuerpo, hacia el borde de lo que parecía ser un acantilado. A lo lejos, se escuchaba el ruido que producían las olas al golpear contra la superficie rocosa. El cielo, despejado, dejaba entrever un puñado de estrellas salpicadas a lo largo del horizonte.

Dato curioso a tomar en cuenta: en Laeken no había playas o acantilados.

"¿Dónde...?".

Tragué saliva con dificultad. Estaba lejos de casa. Al mirar a mi alrededor, descubrí que salvo por las mantas apiladas y un par de libros abiertos cerca de la fogata, me encontraba sola. No veía a Adriel por ninguna parte, pero sabía que estaba cerca. O quería creer que no me había abandonado a mi suerte en un lugar desconocido.

Ni siquiera estaba en la misma ciudad.

El ligero dolor de cabeza no me dejó concentrarme. De forma inconsciente, examiné la herida con la punta de los dedos. Alguien se había encargado de limpiarla y colocar una gasa para evitar que se infectara.

Dubitativa, acerqué mis manos heladas al fuego y tomé uno de los libros más cercanos. Era uno de los gordos, el tipo de libro que podría servirte de arma y con el que podrías noquear fácilmente a una persona. Tanteé su peso mientras le echaba un vistazo. No me sonaba de nada, pero en defensa de su dueño, yo no era muy aficionada a la lectura.

Estaba a punto de abrirlo cuando oí un estallido a un par de metros de donde me encontraba. Aferré el libro con fuerza, dispuesta a tirárselo a la primera persona que se acercara a mí... pero solo era Adriel.

—¿Un libro? —inquirió, ligeramente divertido.

—No necesito más para noquear a alguien —le aseguré.

—Me gustaría verte intentarlo.

Fruncí el ceño, devolviendo de mala gana el libro a su sitio. No estaba segura de si debía tomarme aquello como un halago o un desafío, pero con lo alto que era, tendría que arrojárselo y yo no tenía tan buena puntería.

—Es bueno verte despierta —señaló—. Comenzaba a preocuparme.

—¿Por qué no me despertaste?

—Te veías cómoda durmiendo.

Me pregunté si no había babeado mientras dormía.

—¿Cuánto tiempo...?

—Oh, un par de horas —respondió con tranquilidad—. Conseguí terminar el libro.

Volví a echarle un vistazo furtivo a la portada. Adriel se sentó sobre la hierba, del otro lado de la fogata, ocultando sus manos en los bolsillos de su chaqueta. Se había cambiado de ropa y ahora llevaba una camiseta gris bajo la chaqueta de cuero y unos vaqueros oscuros que le sentaban condenadamente bien.

—¿Te gusta leer?

—Diría que es uno de mis pasatiempos favoritos. ¿Qué hay de ti?

Me rasqué el cuello con incomodidad. Leer no era lo mío. A mamá le gustaba muchísimo, pero cuando intentó heredarme el hábito... no obtuvo buenos resultados. En ese aspecto era como papá, que se limitaba a leer las historietas del periódico.

—No. Mi madre decía que soy muy perezosa e inquieta para aficionarme a la lectura.

A Adriel no le sorprendió mi confesión.

—¿También escribes? —pregunté, para cambiar de tema—. A Lee le gusta y suele escribir cuentos infantiles como catarsis... lo que sea que signifique aquello. Son bastantes buenos —agregué, con un deje de orgullo en la voz—, aunque un tanto... extraños y siniestros. Takashi dice que es porque nació en Willard. Ya sabes, la cuna del terror.

Se me había ido la lengua. Comenzaba a hablarle como si le conociera de toda la vida, pero en mi defensa, debo admitir que me sentía cómoda con él.

—No conoces a mis amigos, ¿verdad?

—No formalmente. Pero... parecen agradables.

—Están locos —le dije sin remordimientos—. Y te lo dice alguien que los quiere mucho —Cogí la mochila y comencé a buscar mi celular en los bolsillos. No lo traía encima al despertar, así que existía una pequeña posibilidad de que Adriel lo hubiera guardado en la mochila—. Debería decirles que estoy bien o empezaran a repartir volantes con mi fotografía.

—Uno de ellos llamó.

"Jean", adiviné, mucho antes de ver su nombre en la pantalla. A esas alturas, ya tendría que haber llegado a casa de Lee. Seguramente estaba volviéndose loco. Eran más de las nueve.

—¿Le contestaste?

—No. Supuse que notaría la diferencia entre mi voz y la tuya y no quería que se preocupara.

—Sabia decisión —admití, ladeando la cabeza—. Jean te habría acribillado con preguntas y si cometías un error al responder, no descansaría hasta encontrarte y vengar mi muerte.

Adriel arqueó las cejas.

—¿En serio?

—¿Asustado, chico fantasma? Le sacas como diez centímetros y Jean es pacifista, ¿sabes?

Escribí un mensaje breve —vaya sorpresa, tenía cobertura—, y luego, me guardé el móvil en la mochila. El pelinegro se inclinó hacia delante para mirarme de cerca. Con la luz dorada que proyectaba la fogata, se le veía menos pálido de lo que era. Los tonos cálidos le daban un bonito contraste a su rostro, aunque no conseguían aportarle color a su cabello.

—¿Te encuentras mejor?

—Me duele un poco la cabeza.

—Conseguí un par de pastillas para el dolor y traté de... eh, curar la herida.

De entre las mantas, sacó una botella de agua y algunos analgésicos cuyos nombres me eran familiares. Adriel me tendió la bolsa, evitando el contacto físico y lo primero que hice fue darle un trago largo a la botella.

—Gracias. Estaré bien —le tranquilicé, viendo cómo volvía a sentarse, esta vez un poco más cerca—, las heridas en la cabeza siempre sangran mucho. No hay de qué preocuparse.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó con desconfianza.

—¿No deberías saberlo tú? Has vivido más años que yo.

—Los humanos no suelen despertar mi interés.

Le sostuve la mirada en lo que me llevaba la pastilla a la boca.

—¿Y por qué yo sí?

—No lo sé —confesó.

Meneé la cabeza, depositando la botella en el suelo, con la mitad de su contenido intacto.

—Está bien, no tienes que contestar a esa pregunta.

—No es eso —se excusó, esbozando una sonrisa que entremezclaba admiración y sorpresa—. Es solo que, después de lo que pasó, pensé que al despertar...

—Ah.

—No me malinterpretes. Me gusta oírte bromear, pero, me preocupa que en cualquier momento...

—¿Comience a gritar? —supuse—. ¿Me vuelva loca?

—Las ninfas se alimentan del dolor, Jourdan. No sé qué es lo que viste...

Lo interrumpí antes de que continuara.

—A mi madre. Y a Jake —No me apetecía hablar de ellos. Adriel ya conocía a mi madre y Jake era un tema delicado que solo tocaba cuando estaba segura de que podría afrontarlo, lo cual no era el caso—. Descuida, se me da bien suprimir recuerdos desagradables. Solo evito pensar en ello y convierto mi tragedia en humor. Así es como sobrevivimos los seres humanos.

Adriel asintió, sin hacer más preguntas y yo le agradecí el gesto con una sonrisa. Probablemente se imaginaba de qué iba el asunto, teniendo en cuenta de que estuvo frente a Jake cuando vino a rescatarme.

—Antes dijiste ninfas —le recordé—. ¿Así es como se llaman?

—¿No parece un nombre apropiado?

—No me atrevería a llamar ninfa a alguien con ese aspecto.

—Es una ninfa nocturna —recalcó—, del bajo mundo. Su apariencia real suele provocar temor, pero la máscara que utilizan es encantadora, ¿no te parece?

Recreé la imagen de aquella muchacha de ojos ambarinos y cabello oscuro, y estuve de acuerdo, muy a regañadientes. Era guapa en una forma poco usual. Quizás, si la hubiera visto con la iluminación adecuada, habría aceptado el nombre sin rechistar.

—Ellas no suelen frecuentar lugares concurridos.

—No había nadie más en el Instituto —aclaré—. Solo yo, haciendo los putos deberes.

—Aun así, el centro de la ciudad es un sitio demasiado iluminado y transitado para ellas. Su territorio de caza está conformado por callejones, lugares oscuros y poco frecuentados. Así, nadie es capaz de ver lo que hacen —Adriel hizo una pausa breve y sus ojos siguieron el baile lento que hacían las chispas del fuego al elevarse al cielo—. ¿Te dijo algo antes de que yo llegara?

—Mencionó a una persona... —sacudí la cabeza, intentando concentrarme. El recuerdo estaba empañado por el dolor, el cansancio y el miedo, así que no pude extraer otra cosa que fragmentos desordenados—. Dijo que él está buscándome, conocía... —me mordí el labio inferior al rememorar la imagen de mi madre—, detalles absurdos de mi vida. La ropa que mamá usó el día en que murió... los tenis que Jake utilizaba en el instituto y aquel arete con forma de cruz en su oreja derecha.

Por unos segundos, ninguno de nosotros habló. Cuando me cansé del mutismo, terminé de contarle lo que había sucedido.

—¿Crees que tenga algo que ver con lo dijo aquella muchacha en el festival?

—¿A qué te refieres?

—Ella parecía intimidada. Y si esta persona es capaz de conseguir que una ninfa rompa sus propias reglas para venir a buscarme, ¿no es justo pensar que...?

—Estarás bien —me prometió.

No logré reprimir una sonrisa. Era ridículo. La idea, me refiero. Bostezando nuevamente, coloqué la manta sobre mis hombros y me cubrí con ella para protegerme del frío.

—Lo más gracioso es que me quedé en la biblioteca para ponerme al día. Esas cosas pasan cuando quieres ser buena alumna.

Adriel comenzó a reírse también.

—No te rías, me va fatal en clases. Si no mejoro, repetiré el año.

Pero él seguía riéndose. A pesar de que tenía una risa agradable, me incorporé arrastrando los pies y me dejé caer a su lado, para luego propinarle un puñetazo amistoso en las costillas.

—Auch.

—¿Dolió?

—No —se soltó a reír de buen humor—, pero pensé que te haría sentir mejor si fingía que fue doloroso.

—¿No eres una de ellas? —cuestioné, volviendo a golpearle—. Estás utilizando mi dolor para pasar un buen rato.

—Vaya, ¿tan mal aspecto tengo?

Lo miré de soslayo, como si estuviera sopesándolo.

—En realidad no, eres demasiado guapo para tu propio bienestar.

—¿No te lo han dicho? —preguntó, aún sonriente—. La mayoría de los monstruos tienen un rostro oculto, que logran esconder con una belleza abrumadora.

No creí que fuera una frase lanzada al azar. Por la forma en que desvió la mirada, me dio la impresión de que aplicaba aquellas líneas para sí mismo, como si aquel par de ojos claros escondiera algo más que un muchacho pálido cuyo rostro parecía retocado para salir en una revista.

—Ahí humildemente, eh —dije en forma de broma—. Mi padre siempre dice que la humildad es para los feos.

Era gracioso hasta que se lo dijeron a él y aún después de años, no lograba superar que quien se lo dijo por primera vez, fue mi madre.

—Lo que vi, no era real, ¿verdad?

—Era una ilusión. Es su arma favorita —explicó—. Las ninfas se meten en tu cabeza y cuando encuentran algo capaz de aplastarte, lo utilizan en tu contra. El dolor y el aturdimiento paralizan a la víctima y los convierte en seres vulnerables. Luego, terminan el trabajo.

Me estremecí, aunque no estaba segura de si por el frío que transmitía Adriel, el miedo o la humedad del ambiente. El pelinegro notó que me aferré a las mantas y se movió para darme espacio y no interrumpir el flujo de calor que proporcionaba nuestra fogata.

—Todo es más frío cuando estoy cerca —se disculpó.

—¿No lo sientes?

—No puedo. No de la misma manera en que lo sientes tú.

—A veces lo olvido —murmuré, presionando las rodillas contra mi pecho—. Pareces humano y ahora mismo tengo las manos heladas así que es inevitable no preocuparse porque pesques una gripe.

—Tampoco puedo enfermar.

—¿Hay algo que no puedas hacer?

—Mi aspecto humano no influye en mi resistencia al frío, las enfermedades o el envejecimiento.

"Aspecto humano", repetí intrigada. ¿Estaba haciendo referencia a la frase que soltó minutos atrás?

—¿Tienes otro aspecto?

—Evito convertirme en ello. El aspecto de la Muerte no es agradable.

—¿Cómo es?

—Desagradable —resumió, en una sola palabra y se apartó los mechones de la frente, como si no pudiera tener las manos quietas al hablar de ello—. La Muerte no es hermosa o natural, Jourdan. No deberíamos ser capaces de reflejar belleza, vida o humanidad. Pero esto —señaló sus manos pálidas—, lo hace más fácil para algunos. Si parezco uno de ellos, entonces es más sencillo hacer que me sigan.

—¿Qué es lo que ve la gente que va a morir? ¿Al Adriel humano o al verdadero portador?

—Depende de lo que sientan. Si le temen a la Muerte, la encuentran... ya sabes. Piensa en tu peor enemigo y dale forma. No te gustará —afirmó, encogiéndose de hombros—. Pero si no es así, me verán de la misma manera en que tú me ves.

—A mí me gusta cómo te ves.

Lo decía como un cumplido inocente, para que conste.

—Ese es el punto. Me seguiste a un cementerio, ¿recuerdas?

Arrugué la frente.

—No voy a darte la razón. Pero vamos, no puede ser tan malo. No todas las personas entran en el canon de belleza establecido por la sociedad y eso no significa que sean menos atractivas. La variedad de formas, colores y cuerpos es fascinante. Si todos nos viéramos igual, sería tedioso.

—¿Esa no es la clase de cosa que dicen las personas guapas?

—¿Crees que soy guapa? —sonreí, arqueando una ceja—. La gente solía pensar que quienes tenían el pelo rojo estaban relacionados con la brujería. A todos nos ha ido mal en algún momento. Ahora las pecas están de moda, pero cuando era pequeña, decían que tenía el rostro como un helado granizado y no era precisamente un elogio. Decían cosas parecidas de Takashi por ser asiático o de Beth, por no tener el cabello liso como el resto de las niñas.

—¿A dónde quieres llegar?

—No lo sé. Pero, no me importa tu aspecto. Me agradas y eso no tiene nada que ver con tu apariencia humana.

—Mi padre no piensa lo mismo.

El comentario llamó mi atención. Al parecer, las familias disfuncionales no se limitaban a los países del tercer mundo ni a los seres humanos.

—Tu padre —pestañeé.

—La Muerte tiene sus propias reglas y opiniones.

—Hablas de la muerte como si fuera alguien real. ¿No es solo un estado, un lugar o una entidad sin forma?

La manta estuvo a punto de resbalar de mis hombros cuando volvió el rostro para mirarme, ladeando la cabeza.

—La Muerte es mi padre, Jourdan.


N/A: 

Hey, aquí karma
Ya se veía venir que el papá luchón de mi criatura era la Muerte, especialmente si han visto mis promos, pero fingiremos sorpresa (:

¿Qué les ha parecido el capítulo?

¿Les gusta como van progresando la relación de Jou y Adriel?

¿Tienen algún rasgo que ahora esté de moda?

Y la pregunta más importante: ¿les parece bien el largo de los capítulos? ¿Los prefieren más largos? ¿Más cortos?

Agradezco sus respuestas ((:

Es todo. Cambio y fuera.

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