14. Máscaras

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Mi héroe vestía de negro de los pies a la cabeza y su cabello oscuro estaba ligeramente revuelto, cayendo rebelde sobre un par de ojos que desde donde me encontraba, parecían azules. Me dio la impresión de que brillaban en la oscuridad, pero no estaba segura si se trataba de una alucinación o un efecto del rayo de luz que se filtraba a través de la puerta entreabierta.

"Llegas tarde", quise decirle, solo para quitarle hierro al asunto, pero no conseguí más que boquear como un pez sacado del agua. Exhausta, descansé mi mejilla contra el frío suelo del gimnasio y cerré los ojos por unos breves segundos, a la espera de que todo terminara.

Odiaba admitir que, en el fondo, solo quería desmayarme y despertar calentita en mi cama, con Pj dormido en mis piernas y la agradable imagen de Adriel pasando una toalla húmeda sobre mi frente.

—Aléjate de ella.

Lo miré.

Jake se incorporó, sacudiéndose las manos en los vaqueros rasgados. A diferencia de mamá, el muchacho no llevaba las mismas prendas de vestir que usó el día de su desaparición, lo que en cierta forma, lo volvía más fácil de tolerar. En su lugar traía una camiseta con el escudo de Crowell en el pecho y un par de tenis deportivos blancos que yo solía pisar para fastidiarle.

Aquel detalle trivial me sorprendió. Con lentitud, el muchacho ladeó la cabeza, observando al recién llegado.

—¿Tienes un nombre?

Su voz era idéntica a la de Jake, por lo que, durante los primeros segundos, solo conseguí parpadear desorientada.

"No es Jake", me recordé mordaz. "Solo estás alucinando".

—¿Buscas a alguien en particular, portador? —le preguntó cuando no obtuvo respuesta.

El aludido ni siquiera le echó un segundo vistazo. Estaba mirándome fijo, como si tratara de decidir si sería capaz de sobrevivir unos minutos más. Su falta de fe me resultó divertida a la par de deprimente. No sabía que aspecto presentaba, pero a juzgar por la forma en que me miraba, tenía una pinta terrible. La suficiente para despertar su preocupación.

—Estoy bien —articulé, para tranquilizarle.

Adriel asintió, no muy convencido.

—Entonces, ¿qué es lo que quieres? —insistió el muchacho.

—Vine por ella —le dijo al impostor—. Quítate de mi camino.

—Aún no es tiempo.

Hablaba de mi muerte. La mención tan natural me causó escalofríos.

—Estoy aquí —musité—. Es descortés hablar de mi muerte cuando aún estoy aquí.

El castaño se volvió para mirarme por encima del hombro. El parecido con Jake era impresionante. Incluso sus gestos faciales se parecían mucho: la manera en que arqueaba las cejas y elevaba la comisura de sus labios al sonreír. Quien estuviera detrás de esa máscara le había estudiado con atención. Los detalles de su apariencia y personalidad eran demasiado minuciosos para pasarlos por alto.

—¿Tu padre es consciente de lo que estás haciendo?

Por un momento, creí que me lo preguntaba a mí, pero al ver la expresión de Adriel... supe que me equivocaba. No estaba segura de qué estaban hablando, sin embargo, fue sencillo deducir que no era su tema favorito de conversación. Ya teníamos algo en común.

—Su alma ya tiene dueño —continuó, con voz divertida—. El cielo tiene prohibido intervenir y sé que en el fondo lo sabes. Este es un caso perdido, portador. Regresa por donde viniste.

El Portador de la Muerte | Libro 1 EN EDICIÓNWhere stories live. Discover now