Sector 0: El despertar (libro...

By DianaGolay

235K 24K 2.7K

La vida de Lena se hunde cuando es arrestada y condenada a veinte años de cárcel tras un robo. Sin poder ayud... More

Nota
Introducción
Capítulo 1: Una nueva etapa
Capítulo 2: Sussie
Capítulo 3: Terroristas y bombas
Capítulo 4: El trabajo
Capítulo 6: Los militares
Capítulo 7: El infierno
Capítulo 8: La frontera
Capítulo 9: Las bandas
Capítulo 10: En casa
Capítulo 11: La organización
Capítulo 12: Sin rastro
Capítulo 13: La marcha
Capítulo 14: Promesas
Capítulo 15: El reencuentro
Capítulo 16: Adiós
Capítulo 17: Tocando fondo
Capítulo 18: La OLIC
Capítulo 19: Josh
Capítulo 20: Pérdidas
Capítulo 21: El muro
Capítulo 22: Gregory
Capítulo 23: La fiesta
Capítulo 24: Nuevas reglas
Capítulo 25: Incorporación
Capítulo 26: Sector 0
Capítulo 27: Miedos
Capítulo 28: Secretos
Capítulo 29: El plan
Capítulo 30: Brittany
Capítulo 31: Disculpas
Capítulo 32: La cena
Capítulo 33: Confesiones
Capítulo 34: Cambios
Capítulo 35: Confianza
Capítulo 36: El rescate
Capítulo 37: La huida
Capítulo 38: Una ladrona del Sector 4
Capítulo 39: Foso
Capítulo 40: Mala idea
Capítulo 41: Reconciliaciones
Capítulo 42: Mentiras
Capítulo 43: La información
Capítulo 44: Los marginados
Capítulo 45: El Despertar
Epílogo
Nota del autor
Banda sonora

Capítulo 5: La fuga

6.2K 620 108
By DianaGolay

Llevaba una hora en mi celda mirando al infinito.

Esa misma tarde me dijo una compañera de trabajo que mientras yo había estado en la enfermería Tina se había suicidado. En el momento me alegré. Pero desde que llegué al cuarto no paraba de pensar que aquello no podía ser algo bueno. Y menos después de la sensación que tenía tras la última noche.

Al volver aquel día con el resto de las reclutas tras mi estancia en la enfermería, me sentí incómoda. Ya no pasaba desapercibida como antes y en un par de ocasiones las pillé murmurando sobre mí. Las cosas habían cambiado en la prisión.

Dos días después de mi reincorporación mientras terminaba de comer Ana se acercó a mí.

—Hola Lena, ¿qué tal andas?

—Bien —contesté a la joven de pelo rubio y sonrisa burlona.

—Hoy en la enfermería un chico con unos ojazos me dio esto para ti. —Me tendió un aparato del tamaño de una caja de cerillas. Lo conocía, eran los pequeños aparatos que se movían entre los presos para mandarse mensajes. Eran ilegales aunque las carcelarias solían hacer la vista gorda al respecto—. ¿Has ligado estos días qué has estado en la enfermería? La verdad es que el chico está buenísimo. —Me guiñó un ojo esperando que yo le comentase algo de mi aventura.

Mi cara se puso color granate mientras le balbuceaba un gracias. El tema de los chicos siempre había sido mi asignatura pendiente. Después de mi reacción no dudaba que pensaría que sí que existía algo entre el chico de la enfermería y yo.

Me aparté a un lado para escuchar la grabación sin que el resto de la mesa lo escuchara. Acerqué el aparato al oído antes de apretar el botón.

—El lunes que viene nos vemos en la enfermería. Invéntate algo. Es importante. Te espero allí —escuché la voz ronca del chico mientras apretaba la mandíbula crispada al darme cuenta que me estaba dando una orden. "Pues lo lleva claro si piensa que nos vamos a encontrar el lunes" pensé con el ceño fruncido.

El resto de la semana fue rara. Los cuchicheos sobre mí continuaron y eso me ponía nerviosa. Al final me enteré a qué venían. Al parecer dos de las chicas del grupo de Tina que nos atacaron habían sido trasladadas a otros centros esa misma semana. Se comentaba que yo también iba a ser trasladada. Les pregunté por la tercera chica. Me dijeron que tuvo un accidente unos días atrás en la sala de máquinas donde trabajaba y falleció. Me puso los pelos de punta.

Intentaba no pensar en lo que le había pasado a Sussie, a Tina y a sus compañeras, pero todo me quitaba el sueño y me ponía nerviosa. La amenaza que escuché el día de mi vuelta a la celda ya no me parecía producto de mi imaginación. Tampoco conseguía olvidarme del mensaje del chico de la enfermería, me daba la sensación de que sabía lo que estaba pasando.

Cuando llegó el lunes sin pensarlo empecé a fingir un dolor agudo en el estómago. Me llevaron a la enfermería medio sedada. Al entrar pude ver al muchacho con la cara blanca como el papel y unas ojeras pronunciadas. Estaba enfermo de verdad, de repente temí que él también desapareciese.

--------

—¡Hey, Lena! ¡Despierta! —Escuché un susurro en mi oreja. Los sedantes que me dieron me estaban pasando factura y me costó abrir los ojos. Cuando por fin lo conseguí, vi la cara del preso junto a la mía. Estaba acuclillado al lado de mi cama y me hablaba en susurros—. Venga, despierta.

—Ya estoy despierta.

—Levántate, necesito que hablemos —ordenó. Empezábamos mal...

—Te faltan las palabras mágicas —dije cerrando de nuevo los ojos. Noté su aliento en mi oreja cuando se le escapó una ligera risa.

—Vale... Por favor, señorita Lena, ¿se puede levantar para que hablemos?

Su tono burlón no me hizo gracia, pero lo dejé pasar y me empecé a incorporar. En ese momento me agarró del brazo y me sacó fuera de la cama obligándome a ponerme de cuclillas detrás de ella mientras me tapaba la boca con la mano. El corazón se me aceleró cuando noté sus brazos alrededor de mi cuerpo haciendo que mis instintos se despertarse. Entendí demasiado tarde el gesto que estaba haciendo, ya le había clavado con fuerza el codo en el estómago. Aguantó con estoicismo el golpe, ni un quejido, ni una maldición, tan sólo entrecerró los ojos en los que apareció un pequeño brillo de rabia. No fue mucho, pero me bastó para saber que era mejor no enfadarle. 

Al parecer antes de darle el golpe me estaba señalando la cámara para advertirme que nos estábamos ocultando de ella. Cuando vio que lo había entendido y no iba a gritar, me quitó la mano de la boca y colocó las almohadas entre mis sabanas.

—Lo siento —dije entre susurros, me miró con dureza. Se me había olvidado lo mucho que intimidaba—. ¿Qué es lo que pasa? —pregunté de forma brusca.

—Tenemos que salir de aquí —dijo serio.

—¿De la enfermería? ¿Para qué? —No entendía nada.

—No, de la prisión.

—¡Tú estás loco! —dije abriendo los ojos a la par que me incorporaba para meterme de nuevo en la cama. Me agarró del mono obligándome a ponerme a su altura de nuevo—. Suéltame, no pienso...

—Si nos quedamos aquí estamos muertos —soltó de forma tajante ignorando mi quejido.

—¡Y si intentamos salir de aquí también! Esta cárcel es una fortaleza.

—Sé cómo salir de aquí, confía en mí.

—No confío en nadie —le dije con rotundidad.

—Confiabas en Sussie —comentó algo más suave. Me quedé observándole unos segundos.

—Tú no eres Sussie.

—Soy un amigo suyo, ella confiaba en mí. Si nos quedamos aquí nos mataran. Tenemos que irnos ahora, es el mejor momento. Si esperamos unos días más es posible que te lleven a otro lugar. —Se me revolvió el estómago. ¿Entonces era verdad que me iban a llevar a otro sitio?—. Nos tenemos que mover —afirmó cogiéndome de la muñeca para ponernos de pie.

—¡Espera! —Se volvió a agachar y me miró.

—Dime.

—Prométeme que me explicaras qué está pasando.

—Te prometo que te explicaré lo necesario. —No era la respuesta que quería, pero me valía por el momento.

—De acuerdo. ¿Cómo piensas salir de aquí? —Una sonrisa ladeada se le dibujó en el rostro mientras me miraba con superioridad. 

—Está todo controlado, tranquila —dijo con suficiencia, puse los ojos en blanco. Lo que iba a tener que aguantar... Se giró y me señaló la escotilla de ventilación—. Esa es nuestra puerta de salida. —La analicé con detenimiento, estaba a unos dos metros de altura.

—¿Cómo vamos a llegar a ella?

—Con una de las camillas —comentó como si fuese lo más normal del mundo.

—Si ese es tu plan de salida creó que hace muchas aguas.

Le miré preocupada mientras él estudia las cámaras de seguridad.

—Necesito que me ayudes con esto.

La idea era que yo impidiese durante unos segundos que la cámara hiciese su barrido completo para que él tuviese tiempo de desatornillar la trampilla y volverla a colocar en su sitio con los tornillos sueltos. Así en el segundo barrido de las cámaras teníamos tiempo suficiente para subir y volver a cerrar la trampilla. No fue difícil, me recordó bastante a mis trabajos.

Una vez dentro del tubo de ventilación le empecé a seguir. Estuvimos un buen rato recorriéndolo. Cada vez que nos encontrábamos con un cruce el chico se paraba decidiendo hacia donde teníamos que ir. Me estaba poniendo de los nervios.

Cuando ya pensaba que estábamos perdidos y no íbamos a ninguna parte —momentos en los que mi nivel de pánico era nivel diez— el muchacho se paró en seco, lo que hizo que me chocará contra su trasero. Maldije en voz baja mientras me apartaba molesta.

—¿Qué pasa? —pregunté entre susurros angustiada.

Su cuerpo me impedía ver lo que tenía enfrente, pero por los pequeños espacios que había entre él y la chapa del tubo me venía una ligera corriente que me dio esperanzas.

—Hemos llegado donde se une el sistema de ventilación al hueco donde están el resto de las instalaciones —dijo en voz baja—. Ahora tenemos que bajar por las tuberías del agua. Ten cuidado, las bridas que lo sujetan a la pared no son muy fuertes y no toques el tubo que está cubierto con espuma de poliuretano. Lleva el agua caliente.

Empezó a descender permitiéndome ver un poco más el agujero. Era bastante estrecho, el chico cabía muy justo, apenas podía doblar las piernas. Cuando comencé a bajar, entendí su advertencia, muchas de las bridas estaban medio sueltas.

El descenso fue duro, todavía notaba los efectos del sedante que me hacía estar patosa y la costilla rota me latía de dolor. A esto se unió el calor que desprendía el tubo de agua caliente. Notaba cómo me corrían gotas de sudor por la espalda y la cara, pero sobre todo me sudaban las manos. Concentrada en que no se me resbalasen las manos e ignorar el dolor constante de la costilla, apoyé con menos cuidado el pie haciendo que se saliese una de las bridas. Apreté con fuerza los dientes al notar el calor de la tubería en el brazo. Me había golpeado contra una zona de la tubería que había perdido la espuma. Conseguí recuperar el equilibrio y volver a ponerme en marcha. Al dolor del costado se le unió un ardor intenso en el brazo, no lo podía ver pero sabía que tenía una quemadura.

—Ten cuidado casi me das una patada en la cabeza —escuché quejarse al preso.

—Cállate —contesté con los dientes apretados conteniendo las ganas de darle una patada de verdad.

Conseguí llegar abajo sin ningún percance más. Los tubos giraban hasta una rejilla que daba a una habitación. El chico la abrió sin problemas y saltó ágilmente al suelo de la habitación. Eché un vistazo al suelo, calculé que había unos dos metros de altura. En otras ocasiones había saltado muros más altos, pero el descenso por la tubería me dejó el cuerpo tembloroso. Así que observé dudosa el suelo. El muchacho debió de notarlo porque alzó los brazos y comentó:

—¿Te ayudo?

Su rostro estaba serio aunque sus ojos brillaron de diversión por la situación. "Genial" pensé. Aun así no puse pegas y dejé que me ayudara a bajar. Me bajó con calma y extrema lentitud, se estaba regodeando, además de pegarme a su cuerpo de forma burlona. En seguida noté cómo me ardían las mejillas. Al final no lo pudo evitar y le salió una sonrisa.

—Gracias —dije de forma brusca cuando por fin me dejó en el suelo.

—Todo un placer —contestó riéndose entre dientes mientras se giraba para revisar la sala.

Estábamos en una sala de máquinas. El ambiente estaba cargado por el calor y la humedad que desprendían la maquinaría. La estancia sólo estaba iluminada por una luz tenue que emitía la luz de emergencia dándole un aire tétrico.

El preso fue directo a una de las calderas y empezó a girar una de las llaves. En seguida se iluminó una luz roja y comenzó a sonar una alarma. El corazón me dio un vuelco, ¿se había vuelto loco? Sin decirme nada al respecto me cogió del brazo y me llevó a un rincón junto a la puerta que quedaba en penumbra.

—¡¿Qué haces?! —pregunté con un tono histérico.

—Las puertas de esta institución están diseñadas para que sólo se puedan abrir con un permiso que tienen los empleados de la prisión en el chip de identificación. —En cuanto paró de hablar se oyeron unos pasos que se acercaban con rapidez. Poco segundos después la puerta se abrió entrando dos guardias con cara de sueño.

—¡Es esa caldera de ahí! —Es lo que me dio tiempo a escuchar antes de cruzar la puerta de forma apresurada.

El pasillo estaba iluminado por la mitad de las luminarias. Eramos un objetivo fácil de ver, pero a esas horas de la noche la cárcel dormía. Nos ocultamos en el primer pasillo a la espera de que los guardas salieran de la sala de máquinas. Cuando sus voces se perdieron en el fondo del pasillo, las luces se apagaron. Me sentí más cómoda en esa oscuridad.

El chico me hizo señas para que le siguiera. Volvimos al pasillo principal y lo recorrimos en silencio hasta que llegamos a una zona donde el muro tenía dos grandes agujeros cubiertos por unas tapas.

—Aquí es donde vacían los contenedores de la cocina. —Había trabajado varias veces en la cocina. Los cubos se llenaban con los restos de comida que sobraban. Nunca supe que se hacía con ellos—. Esta zona está restringida, sólo tienen acceso a ella los empleados y los guardias de la prisión. Aquí se vacían los cubos de las cocinas de ambos pabellones, el de las mujeres y el de los hombres. —Alrededor de los agujeros se veían restos de comida—. Estos tubos conectan con unos contenedores que son vaciados dos veces a la semana: los martes y los viernes de madrugada —continuó explicándome—. Lo difícil ahora es bajar por ellos sin que nos matemos, ¿tienes fuerza suficiente para descender?

El cuerpo todavía me temblaba del esfuerzo de bajar por la instalación del agua, además de que me ardía el brazo y me latía el costado. No estaba en la mejor forma, pero tenía la adrenalina al máximo por la situación y no podíamos dar marcha atrás.

—¿Hay otra forma de salir?

—No.

—Pues tendré que tener la fuerza suficiente para no matarme —dije encogiéndome de hombros. Asintió con la cabeza y levantó la tapa de uno de los agujeros. Subió un hedor que me revolvió el estómago, me aguanté y me infundí ánimo diciéndome que podía con aquello.

El tubo descendía con una pendiente pronunciada, para evitar resbalar había que apoyar la espalda y hacer presión con los brazos y las rodillas. Fui deslizándome poco a poco. Los restos de comida de ese día no se habían secado y formaban una película que hacía que el tubo estuviese resbaladizo. Mientras bajaba noté cómo los mechones de pelo que se habían salido de mi coleta se me pegaban a la cara sudada molestándome, pero sin tener más remedio que dejarlos donde estaban. Mi pelo, normalmente, largo y liso se había convertido en una gran maraña mientras recorría la superficie del tubo recogiendo los restos de comida. Cuando parecía que de un momento a otro me fallarían los brazos, oí cómo el chico caía sobre algo húmedo.

Al llegar al borde me senté intentando no caer en la oscuridad que tenía delante. Sólo veía sombras.

—El contenedor está lleno así que habrá sólo un par de metros de altura. De todas formas te echo una mano para bajar.

—¿Cómo? No se ve nada —dije un tanto indignada.

—¡Tú salta! —contestó el muchacho.

Sabía que el preso no podía estar muy lejos porque su voz sonaba relativamente cerca. Me lancé a las sombras que veía abajo. Caí encima de algo blando que se hundió en algo más blando y húmedo.

—¡Joder! —Se quejó el muchacho junto a mi oído—. Pesas una burrada.

—Te dije que no se veía nada. —En cuanto me aparté de él rodando, mis brazos y mis piernas se hundieron en la masa de comida descompuesta que había en el contenedor. Me vino un ataque de nauseas que con el dolor de la costilla y el brazo aumentó haciéndome vomitar lo poco que tenía en el estómago.

—¿Estás bien? —noté cómo se acercaba el chico por detrás.

—Sí —contesté entre jadeos intentando recuperar un poco la compostura.

—Bajemos de aquí, esto es asqueroso.

Me echó una mano para bajar, pero esta vez no se burlo de mí ni presto mucha atención, simplemente se limitó a ayudarme. Se lo agradecí, no estaba de humor.

Mis ojos por fin se estaban acostumbrando a la oscuridad y pude ver la sala. Era una habitación muy grande. En medio tenía dos contenedores y enfrente una rampa que daba a una puerta metálica. Junto a las paredes se podía ver material que usaban para cargar la basura que caía fuera de los contenedores; unas escobas para recoger sobras, un par de cubos e incluso, aparcada a un lado, había una pequeña grúa.

Nos escondimos detrás de la grúa y nos sentamos a esperar.

—Calculo que nos quedará una hora antes de que llegue el camión. ¿Cómo te encuentras?

—Bien. No te preocupes puedo salir de aquí —dije a la defensiva, aunque en el fondo me sentía fatal, pero no era el momento de venirse abajo—. ¿Cómo te has recuperado tan rápido? Cuando llegué ayer a la enfermería tenías una pinta espantosa —pregunté desviando la conversación a algo que no tuviera que ver con mi estado.

—Conseguí unas pastillas que te hacen vomitar. No me siento en plena forma porque no pude comer nada en todo el día, pero una vez que lo has echado todo se pasa el efecto.

—¿Las conseguiste igual que el destornillador? —Sabía que dentro de la cárcel se movía contrabando, pero en general era tabaco y drogas. Nunca intenté comprar nada, al final siempre quedabas en deuda con la persona que te lo vendía y era un problema.

—Se podría llamar destornillador, aunque es un poco más artesano. —Me tendió la herramienta. Parecía que habían cogido un clavo largo y lo habían aplastado por un extremo hasta darle punta, en el otro extremo le habían puesto un trozo de plástico envuelto con mucha cinta aislante aunque con la poca luz no se podía ver bien—. Y contestando a tu pregunta, sí, conseguí las dos cosas en el mercado negro a cambio de un par de favores.

Me quedé con los ojos como platos y la boca abierta.

—Vaya... —Fue lo único que conseguí articular pensando que el chico sí que tenía que estar desesperado por salir.

En cuanto comprendió mi cara le entró un ataque de risa. No podía verle bien la cara pero era una risa limpia y clara que no pudo contener. Sabía que se estaba riendo por algo que había dicho, pero no entendía qué era. Me quedé mirándolo con un gesto de indignación hasta que pareció que se le pasaba.

—Tranquila, no he vendido mi cuerpo por un destornillador y unas pastillas para vomitar —dijo conteniendo otro ataque de risa—. Cambié unos cuantos turnos que nadie quiere hacer, ya sabes, limpiar los baños y esas cosas. Además de hacer la vista gorda en un par de trapicheos.

Di gracias de que no se viese nada porque sentía cómo me ardía la cara. ¿Por qué había pensado que tenía que ser algo relacionado con el sexo?

Después de un rato en silencio por fin me animé a preguntarle.

—Por cierto, ¿cómo te llamas?

—Jake. 

Continue Reading

You'll Also Like

9.9K 1K 47
Nicky tiene 17 años y una vida aparentemente normal, pero tras la extraña llegada de Adrien a su casa, ambos deberán fingir que son hermanos ante los...
463K 35.5K 42
¿Alguna vez te has sentido observada? ¿Has tenido esa sensación? Mi vida era sencilla y aburrida. Me había criado en un pequeño pueblo al norte de Mi...
15.7K 1K 15
.Un error fabricó un experimento nuevo pero odiado por sus creadores solo una persona lo quería pero desapareció sin dejar rastros ahora en la hora d...
Sinestesia By Hey-Its-Me

Mystery / Thriller

1.5K 58 10
Alejandra es una chica con sinestesia, pero aun no lo sabe, una noche recibió una llamada que cambio su vida para siempre...Y tú...¿Darías tu vida po...