Anoche casi te confesé cuanto te amaba como un millón de veces.
Sin embargo, te abracé
como si la más minima posibilidad de juntar todos tus pedazos existiera.
A veces me enfado conmigo misma por no mostrar lo que siento,
y ayer no fue distinto.
Estuviste a esto de resvalarte de mis manos,
y yo a esto de confesártelo todo,
y aun así guardé mi estúpido y característico silencio.
Pero entonces me di cuenta
de que tú ya lo sabías,
cuando tras el abrazo me susurraste: gracias.