CORAZONES A CIEN
O B I - W A N
Nunca, ni siquiera cuando Qui-Gon había fallecido, había sentido esta rabia. Probablemente, por eso se me quitó el mareo de repente. Me levanté, aún gritando y con la sangre saliendo de mi nuca, y atraje la espada a mi mano. Corrí hacia él. Grievous estaba muy entretenido, alzando su espada para acabar con su vida. Por eso, levanté la mía y corté sus dos brazos izquierdos. Esto lo hizo gruñir y tambalearse hacia atrás. Observé cómo huía por el rabillo del ojo, y en vez de darle caza al mayor enemigo de la República, me quedé al lado de la indefensa Khëila. Me dolía el pecho de la impotencia y la angustia, y la abracé como pude, arrodillándome a su lado. Sus ojos seguían abiertos, entrecerrados en una expresión adolorida. Me temblaban las manos, y apenas conseguía retenerla a mi lado. Me tragué la profunda tristeza e intenté hacerme el fuerte, por ella.
—Khëi, ¿me oyes? —Le acaricié la mejilla. — Te pondrás bien —me convencí a mí mismo—. Te pondrás bien. Todo va a estar bien.
Esta vez, eché de lado el pudor y le levanté la túnica hasta la altura del ombligo. Justo debajo, una gran marca de sable láser se hallaba en forma de herida abierta. Aunque algunas zonas estaban cauterizadas por el calor del arma, otras sangraban en demasía. La tapé de nuevo e hice presión en la herida.
—Cariño, —No me retuve, y me falló la voz. — todo está bien.
La miré. Sus ojos se llenaban de lágrimas, y lo dije. Sin poder evitarlo. Sin querer contenerme.
—Te quiero. —Negó con la cabeza, ya llorando. — Te quiero. Te quiero y no voy a abandonarte.
Ahora llorábamos los dos como un par de niños, rodeados de sollozos. Me daba igual todo. La Orden, el Código, la Guerra: todo. No me importaba nada, aunque sonara y fuera egoísta. Por eso lo hice. Aunque estuviera mal. Aunque nadie lo aprobara. Me incliné hacia ella, respiré una última vez, y la cogí por las mejillas.
Sonó un beso.