Sueños de tinta y papel

By MarchelCruz

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El Instituto Salazar de Artes y Letras es un refugio para almas maltrechas, y ellos son justo eso, son un gru... More

NOTA.
Dedicatoria.
Cita.
Prefacio.
Capítulo 1: Nuevos aires. (2/2)
Capítulo 2: Acondicionamiento. (1/2)
Capítulo 2: Acondicionamiento. (2/2)
Capítulo 3: Amigos. (1/2)
Capítulo 3: Amigos. (2/2)
Capítulo 4: Personalidades. (1/2)
Capítulo 4: Personalidades (2/2)
Capítulo 5: Súbito incremento de palpitaciones. (1/2)
Capítulo 5: Súbito incremento de palpitaciones. (2/2)
Capítulo 6: Tal vez. (1/2)
Capítulo 6: Tal vez (2/2)
Capítulo 7: La playa. (1/2)
Capítulo 7: La playa. (2/2)
Capítulo 8: Intenso vivir (1/2)
Capítulo 8: Intenso vivir. (2/2)
Capítulo 9: Fragmentos del pasado. (1/2)
Capítulo 9: Fragmentos del pasado. (2/2)
Capítulo 10: La casa azul. (1/2)
Capítulo 10: La casa azul. (2/2)
Capítulo 11: Un sentimiento nuevo. (1/2)
Capítulo 11: Un sentimiento nuevo. (2/2)
Capítulo 12: Una mala noticia. (1/2)
Capítulo 12: Una mala noticia. (2/2)
Capítulo 13: Sueños distantes.(1/2)
Capítulo 13: Sueños distantes. (2/2)
Capítulo 14: Sentido de urgencia. (1/2)
Capítulo 14: Sentido de urgencia. (2/2)
Capítulo 15: Antes de la tormenta. (1/2)
Capítulo 15: Antes de la tormenta. (2/2)
Capítulo 16: La traición. (1/2)
Capítulo 16: La traición. (2/2)
Capítulo 17: Días de fuego. (1/2)
Capítulo 17: Días de fuego. (2/2)
Capítulo 18: Grandes evidencias (1/2)
Capítulo 18: Grandes evidencias. (2/2)
Capítulo 19: Trapitos al sol. (1/2)
Capítulo 19: Trapitos al sol. (2/2)
Capítulo 20: Con olor a hierba. (1/2)
Capítulo 20: Con olor a hierba (2/2)
Capítulo 21: Los niños perdidos. (1/2)
Capítulo 21: Los niños perdidos (2/2)
Capítulo 22: Navidad. (1/2)
Capítulo 22: Navidad (2/2)
Capítulo 23: Un dulce hogar. (1/2)
Capítulo 23: Un dulce hogar. (2/2)
Capítulo 24: Mala compañía. (1/2)
Capítulo 24: Mala compañía. (2/2)
Capítulo 25: La prueba (1/2)
Capítulo 25: La prueba (2/2)
Capítulo 26: Sueños de tinta y papel. (1/2)
Capítulo 26: sueños de tinta y papel. (2/2)
Capítulo 27: El tres es de mala suerte. (1/2)
Capítulo 27: El tres es de mala suerte. (2/2)
Capítulo 28: A Dios (1/2)
Capítulo 28: A Dios (2/2)
EPILOGO
A Riverita.
LISTA DE REPRODUCCIÓN.
Y el fin.

Capítulo 1: Nuevos aires. (1/2)

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By MarchelCruz

Mientras subía las escaleras podía sentir mi pulso acelerado, la sangre palpitaba con fuerza en mis venas, en especial en el cuello, la sentía correr con inusual calidez por todo mi ser. Mi respiración también era irregular y odiaba que así fuera porque pronto tendría que hablar, y tal vez pasara eso que me pasaba cuando estaba nerviosa. No importaba cuantas veces hubiese creado la escena en mi cabeza, ni que los diálogos estuvieran preparados con respuestas múltiples de acuerdo a lo que me preguntaran, nada funcionaba, me quedaba con la garganta seca, sin voz, y esperaba, en verdad esperaba poder superar esa próxima hora con un poco de aplomo. No podía estar nerviosa en uno de los días más felices de mi vida. El día en que dejaba de sentirme idiota, anormal, y fuera de lugar. El día en que ingresaba a una escuela en donde lo que yo hacía (crear mundos) no era considerado una pérdida de tiempo.

Mis piernas dejaron de temblar cuando por fin llegué al tercer piso, pero mi respiración seguía irregular, aunque un poco menos que un momento atrás, cuando estaba recordando el día en que me aceptaron en el Instituto Salazar de Artes y Letras. La aceptación llegó después de que toda la esperanza se había esfumado para ser sustituida por la resignación, cuando ya planeaba que hacer con dieciocho años recién cumplidos y sin ser aceptada en ninguna de las universidades que quería, para estudiar lo único que me hacía sentir mejor.

Trabajar, por supuesto, esa había sido la respuesta inmediata, era lo que todos esperaban de mí, era incluso lo que yo esperaba de mí misma, y fue justo en ese momento en que fui salvada de llevar una vida ordinaria que si no acababa matándome acabaría por volverme ordinaria a mí también. Mi aceptación llegó por correo convencional, algo extraordinario en esos días, en un lindo sobre blanco, de papel grueso y lleno de esperanzas.

Tragué con fuerza antes de echar a andar a la oficina de inscripciones. Está se encontraba a la derecha, luego de una pared llena de panfletos coloridos y anuncios del curso pasado. Era un pasillo largo pero estrecho, con sillas negras pegadas a la pared, puertas de vidrio, y ventanas, algunas con las persianas desplegadas para evitar que miráramos lo que ocurría dentro, pero por lo que podía ver de las oficinas que sí estaban visibles, no eran más que oficinas comunes y corrientes, con escritorios pesados de metal de color gris, pilas y pilas de carpetas de color beige, y cansadas personas tecleando con desgana en sus computadoras, que por extraño que me pareciera no eran anticuadas, como en las escuelas a las que había asistido antes, sino que bastante nuevas.

Mi oficina era la de los becados, la encontré de inmediato por el rotulo en negro sobre el cristal. Estaba con las persianas plegadas así que alcancé a ver a la secretaria dentro, era una mujer de edad media, robusta pero bonita, con el cabello recogido en una coleta, y vestida con un conjunto de color lila, pero se encontraba abstraída por completo en sus deberes así que me senté en una de las sillas negras pegadas a la pared. No había nadie, por lo que me dediqué a tranquilizar para cando me llamaran, y para eso faltaba poco pues en mi carta de aceptación indicaba que me querían ver el lunes tres de agosto a las diez de la mañana. Y eran las nueve treinta.

Estaba quieta en mi lugar cuando un hombre apareció y ocupó el lado continúo al mío. No me tomé la molestia de saludarlo ni entablar una conversación con él porque el sujeto tampoco lo hizo conmigo, se limitó a sacar una pequeña libreta del bolsillo trasero de su pantalón y un lápiz de entre su cabello, que era todo un desastre. Lo llevaba largo, atado en una alta coleta de caballo, y de ésta salían unas cuantas rastas, con cuentas de madera colgando de ellas. Llevé la mirada a sus manos, pues no pude evitarlo al percatarme de lo que hacía; estaba dibujando, y por su aspecto pude notar que era un sujeto adulto, con las manos sucias y delgadas, con largos dedos como los de una bruja. Aparté la mirada de inmediato, sin mirarle la cara, ya había visto suficiente del tipo; un asqueroso hippie o mochilero, no estaba segura pero podía ser lo último, pues cargaba consigo una mochila grande de color café grisácea, llena de parches y porquerías colgando de ella, y parecía ansioso, como si no quisiera estar mucho tiempo ahí.

Suspiré y seguí esperando mi llamado, sin que nada ocurriera.

Para cuando ya eran las diez comencé a inquietarme porque nadie me llamaba, y por mi cabeza pasaban toda clase de conjeturas acerca de por qué no lo habían hecho, quizá se habían olvidado de mí, después de todo lo que había pasado para llegar hasta allí, pero me tranquilicé lo mejor que pude e intenté pensar en otra cosa, fue justo en ese momento en que volteé a ver a mi vecino, para ver cómo iba su dibujo, pero en lugar de encontrarlo dibujando, como me lo esperé, lo encontré sacando de su bolsillo una navaja retráctil de cobertura verde fosforescente. Al instante me alteré, y habría soltado un grito de no ser porque con la otra mano sostuvo el lápiz y comenzó a sacarle punta.

Resoplé y me reí para mis adentros, ese día estaba muy alterada, todo me parecía que podía salir mal, como si no fuera capaz de ser feliz luego de no haberlo sido por muchos años.

Todo va a estar bien, me dije, justo al mismo tiempo en que mi vecino lanzaba un grito ahogado.

—¡Chingada madre! —exclamó, y pude ver el momento preciso en que se rebanó el dedo índice con la navaja. De inmediato ocultó el dedo herido dentro de las hojas blancas de la pequeña libreta en la que había estado trabajando y lo presionó.

—¿Está usted bien? —pregunté, él levantó el rostro y cruzó su mirada con la mía. En ese momento me di cuenta de que no era un hombre de edad avanzada como lo pensé al principio. Era un muchacho, apenas mayor que yo, sólo que no lo había notado por su apariencia tan extraña. Ese cabello largo y enredado no le ayudaba a aparentar su edad verdadera, además de que sus ojos estaban ocultos por unas gruesas gafas de montura café, y el resto de su rostro por una barba y bigote, ambos crecidos y desarreglados. Todo en él era desaliñado. Su playera blanca estaba salpicada de pintura o algo parecido, y sus pantalones desgarrados de las rodillas y del dobladillo.

—¿Estás bien? —Repetí, ahora avergonzada de haberme referido a él de usted, cuando era evidente que no pasaba de los veintidós.

—Sí —dijo, apartó la mirada de su dedo que seguía aplastado entre las hojas de papel y me miró con unos ojos cafés que podía ver ampliados por las gafas —Apenas un corte—agregó, ésta vez mostrándome el dedo dañado.

—Ah—me limité a contestar, al darme cuenta de que en realidad no era nada. —Por el grito pensé que te habías lastimado más.

—No —dijo negando con la cabeza, y en ese momento la herida, que por la presión que le había dado al inicio se cerró un poco, ahora se abría otra vez y destilaba un montón de sangre roja y espesa.

—¡Se abrió de nuevo!—grité y por inercia estiré mi mano para tomar la suya, pero él se apartó y la cerró en un puño —Déjame ver —dije, un poco alterada por su reacción.

Él relajó los hombros y me acercó la mano cerrada, sólo me mostró el dedo herido, la tomé entre una de las mías, y con la mano que tenía libre saqué de mi bolso un paquetito de pañuelos y con ellos presioné su dedo entre los míos. Más tarde saqué un curita del color de la piel, le limpié la herida y cuando por fin dejó de sangrar por un momento le pude poner la bandita alrededor del dedo. Él se limitaba a mirar mis manos mientras trabajaba y cuando terminé mi tarea de enfermera improvisada levanté la mirada al mismo tiempo que él. Me miraba con una expresión extraña, pues tenía una sonrisa de esas pequeñas pero autenticas en su rostro, de las que eran tan escasas por esos días que las creía extintas por completo.

—¿Por qué las mujeres son así? —preguntó en voz baja, justo cuando creí que me daría esas simples gracias que ya nadie daba con verdadero agradecimiento. Pero ni esas gracias era lo que yo había esperado, y tampoco sabía que había esperado, pero no aquello.

—¿Así cómo?— Pregunté, cuando reaccioné.

—Así, —dijo, con esa voz serena que tenía —amables, y atentas. Todas tan curiosas.

Sonreí, mientras guardaba los pañuelos en mi bolso.

—No todas las mujeres son así —murmuré—yo no lo soy.

Y era la verdad, yo no solía ser cariñosa ni atenta con nadie, sólo me había salido cierto instinto protector al verlo herido, sentí la necesidad de ayudarlo, ignorando el asco que me producía la sangre ajena. Quizá sólo era a mi condición humana saliendo a la superficie.

—Gracias —dijo, al notar que yo no iba a agregar nada más, pero luego de aquello se quedó callado, al darse cuenta de que no sabía a quién agradecer.

—Ingrid—me apresuré a decirle.

—Ingrid —repitió él, y asintió otra vez con esa pequeña sonrisa que casi se perdía entre su barba café que ni siquiera se podía decir que era una de esas barbas atractivas de sólo un par de días, la suya llevaba semanas así —Mucho gusto.

Me apresuré a tomar la mano que me ofrecía.

—Yo soy...—dijo, pero se interrumpió y me soltó la mano en el momento en que la puerta se abrió y la secretaria gritó un nombre.

—Loza Solís Diego Arturo —exclamó.

—Ah, ese soy yo, —dijo él, se levantó del asiento de un brinco y me sonrió —Te veré por ahí luego, gracias.

Luego tomó su mochila del suelo y se encaminó al interior de la oficina, pero antes de que se fuera lo llamé.

—¡Oye! —Le dije —¿Estudias aquí?

—Estoy en la carrera de dibujo y pintura —me respondió, al tiempo que me sonreía con esa sonrisa oculta. Y luego se volvió a la secretaria que lo había llamado, e ingresó a la oficina —Buenas tardes, señorita Fabiola—exclamó él, con alegría—que hermosa está usted el día de hoy.

—Señora —le aclaró la secretaria, extendiéndole la mano, en donde se podía apreciar un anillo de matrimonio. —Ahora soy señora, Diego.

—¿Pero quién madre me ganó? —exclamó él, al tiempo que se dejaba caer en la silla en frente del escritorio de la secretaria, pero aun así podía escuchar un poco y verlos a ambos pues no se habían tomado la molestia de cerrar las persianas ni la ventana que estaba a un lado, casi cubierta por anuncios escolares —¡Sólo me voy dos meses de vacaciones y usted se casa! Dígame quien es el cabrón...

—Ya basta, Diego—lo silenció la señora Fabiola, ahora ya no tan dispuesta a bromear con él. —Eso es algo que también podría decirte yo. Te vas dos meses y terminas así, inscribiéndote a último minuto y con esa facha de... bueno, no sé cómo llamarle a eso.

—Tuve problemas—masculló él, a lo que la secretaria asintió, con rostro conciliador. —Y no puede cuestionar mi forma de vestir, señori...señora Fabiola. —continuó el muchacho, revolviéndose en su silla, como si de pronto algo le incomodase. —Esta es una escuela de arte, el arte es una expresión de nosotros mismos y mi apariencia también lo es, así que si quiero verme así, pues lo haré.

—Diego, lo entiendo, —contestó ella, extendiendo las manos sobre el escritorio, como si tuviera la intención de llegar hasta él — sé que te estás esforzando. Pero sabes que debes verte bien para los supervisores académicos.

—¡Que chinguen a su madre! —exclamó él, y en ese momento la secretaria volteó y me pescó espiando su conversación, por lo que cerró las persianas de la puerta y la ventana corrediza que estaba al lado de ésta.

Entonces me quedé sin ver ni escuchar nada, y lo lamentaba, pues deseaba seguir escuchando al muchacho, que parecía ahora muy molesto.

La próxima vez que lo vi fue cuando salió de prisa de la sala, a pasos tan rápidos que ni me volteó a mirar. Suspiré, no tenía importancia.

—Barragán García Ingrid —me llamó la secretaria Fabiola mientras yo aún miraba el pasillo por el que el excéntrico artista se había marchado.

—Soy yo —respondí al tiempo que abandoné mi lugar.

Entré en la oficina de la mujer y me senté en el mismo lugar en que él había estado hacía unos minutos. Cuando llevé la mirada a la secretaria ella me sonrió.

—Estamos complacidos de tenerla en nuestra universidad —dijo, y al escuchar eso todo lo demás dejó de tener importancia, porque para eso había ido yo ahí, a estudiar en esa escuela.

—Pues ya somos dos. —respondí, sintiendo que mi corazón se agitaba otra vez.

La secretaria me dedicó una ligera sonrisa y luego volvió a lo suyo.

—Vamos a ver —comentó sacando del cajón de su escritorio una carpeta de color beige, de la que alcancé a darme cuenta que decía mi nombre. La miró con atención por varios minutos y luego regresó la mirada a mí.

—Parece que todo está completo.

—Claro —le dije, sonriendo.

—Ok, —continuó ella, bajando la carpeta —la mayor parte de lo que necesitas lo cubre tu beca, pero con los privilegios también vienen ciertas obligaciones, ¿lo entiende, señorita Ingrid?

Asentí, contenta. Ya sabía que mi beca me proporcionaba una habitación en la residencia de estudiantes, además de pagarme los alimentos, y los materiales escolares. Lo único que tendría que pagar eran mis productos de aseo personal y la ropa, cosa que mi papá había prometido, con la poca credibilidad que aún le quedaba, pagar cada mes.

—Las clases serán de ocho de la mañana a las seis de la tarde —continuó ella— y su carrera es en filosofía y letras.

Asentí otra vez, más feliz aún.

—No podrá cambiar de carrera pues es para ella por la que participó para la beca. ¿Entiende eso? —Me preguntó, y por supuesto que lo entendía. Había decidido consagrar mi vida a eso.

—Sí, entiendo —dije.

—Perfecto, —exclamó ella— Todo los demás trámites de su inscripción ya fueron llevados a cabo desde la semana pasada, cuando nos envió por correo la documentación, lo único que falta es que firme una carta compromiso de que respetará todas las reglas de la institución.

—Lo haré —dije, sonreí y atraje hacia mí la hoja blanca tamaño carta que me ofrecía la señora Fabiola. Había firmas en ella, líneas, letras en negritas y sellos, pero aunque me moría por leerlos lo único que quería era firmar, Y ser parte de aquello. Ir rápido a ver mi habitación, conocer a mis profesores, continuar escribiendo mis mundos. Tomé el bolígrafo que había en la mesa y me dispuse a firmar cuando de pronto la mano de la mujer me detuvo.

—Debe leerlo todo con cuidado —me dijo —, además de leer también el reglamento escolar y de convivencia.

Levanté la mirada y luego le dediqué una mueca. Pero ella tenía razón, debía asegurarme de estar de acuerdo en todo y no estar vendiendo mi alma al diablo, aunque poco me importaba con tal de estar ahí.

Leí todo con rapidez y me di cuenta entonces de que tendría que compartir habitación con otra chica, aquello me disgustó al principio, pero lo superé de inmediato pensando en que quizá sería algo bueno. No tenía hermanos y de algún libro recordaba haber leído que los compañeros de cuarto son como hermanos postizos, sería perfecto para mí.

Al cabo de casi una media hora terminé de leer las reglas y condiciones y luego firmé el papel.

—Es importante lo de las calificaciones—Me recalcó la señora Fabiola, cuando le regresé los documentos —Necesitamos un mínimo de ocho. ¿Bueno?

—Bueno —dije, sintiendo que si me daba otra recomendación yo también saldría de esa oficina como había hecho el chico, pues no hacía falta que me lo recordará, ya lo había leído en el papel, y además no era ninguna estúpida, estaba más que claro que no podía tener una beca completa si mis calificaciones eran malas. Lo sabía.

—Entonces si todo está listo —dijo por fin, guardando el documento en mi carpeta, —podemos ir a ver su cuarto.

Casi salté de mi silla y la señora Fabiola sonrió al verme hacer eso, pero no dijo nada más, sólo salió antes que yo para mostrarme el camino.

El complejo de la escuela estaba formado por tres enormes edificios, uno, el que acaba de dejar; que albergaba las oficinas administrativas, y más abajo en el mismo edificio se encontraba la cafetería, salones de clases y un aula audiovisual. A cada lado de este edificio se encontraban dos más, que eran plantas gemelas, la A y la B. Nosotras nos dirigimos al edificio marcado con la B. Entramos por la puerta principal; una doble y amplia. Luego de pasar los escaloncitos nos encaminamos a la izquierda donde se encontraba una oficina pequeña, la cual tenía una ventanilla a un lado de la puerta de madera con una sección de cristal, con el rotulo, «Asignación de habitaciones» La señora Fabiola tocó el cristal de la ventanilla con los nudillos, ésta se abrió, y ella habló durante un par de minutos con la mujer dentro, recibiendo más tarde un pequeño llavero.

—Es tu llave—se volvió la señora Fabiola hacia mí, entregándomela, ésta pendía de un pequeño rectángulo delgado de madera café barnizada —Te toca la B-612.

Tomé la llave con la mirada iluminada.

—Es arriba —prosiguió la señora Fabiola— No creo que te pierdas. Es muy fácil llegar.

Asentí, ella se marchó por donde había llegado y me eché a correr pasillo adentro. Abandoné el primer piso, que era de puras aulas de clases y llegué a la segunda planta, la de las habitaciones. Era un pasillo grande y lleno de luz, con puertas de color café a cada pocos metros, con los números gravados en una pequeña placa dorada. La mía estaba casi al final del pasillo, luego de doblar a la izquierda. La abrí y miré dentro, deseando tener ojos más grandes para poder captar todo de una sola vez; ese espacio pequeño, simplón y ordenado me parecía hermoso, solo eso, pues representaba una nueva vida, un nuevo comienzo lleno de esperanzas e ilusiones. Estaba en casa.

N/A:   

Les comento que estaré publicando  cada que tenga tiempo para editar los capítulos, (que ya casi tengo listos) o cada semana. 😘 Espero que no se molesten porque los publique a la mitad, es que la mayoría de ellos son muy extensos, casi todos rebasan las quince cuartillas, y por experiencias con mis novelas anteriores sé que es mejor capítulos cortos.  Espero que comprendan. Gracias. 😁 😁😁😁  

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