Dessins pour toi |DPT #1|

By Alejandra-RL13

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Cuando sus padres murieron en un accidente de tráfico, un pequeño azabache de nueve años fue obligado a ir a... More

Prólogo
Capítulo 1: ¿Quieres ser mi amigo?
Capítulo 3: Feliz navidad
Capítulo 4: Confianza
Capítulo 5: Promesa
Capítulo 6: Dibujos para ti
Epílogo

Capítulo 2: No me dejes solo

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By Alejandra-RL13

Capítulo 2: No me dejes solo

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Un mes. Treinta días. Setecientas veinte horas.

Llevaba un maldito mes encerrado en aquel lugar. Era mucho más de lo que cualquiera de los diez orfanatos en los que había estado, contando ese, podría jactarse.

En la mayoría, tan solo habían podido retenerle una semana, y con suerte. Pero, curiosamente, cada vez que intentaba escaparse —iban cinco intentos fallidos ya— siempre acababan atrapándole y devolviéndole a su habitación.

Revisó el cuarto entero por si acaso hubiera cámaras escondidas, pero no encontró nada. También se aseguró de que no hubiera nadie vigilándoles o intentando entrar como la primera noche que pasó ahí.

Como lo había comprobado él mismo, y no había nada fuera de lo normal, se cuestionaba qué estaba haciendo mal. ¿Alguna cámara que estuviera oculta en algún sitio que no supiera? ¿Algún niño le vería desde la ventana de su habitación y se chivaba?

Era improbable que se tratase de esa última opción, pues salía a altas horas de la madrugada. Y Tsuna no podía ser. No hablaba con nadie, solía hacer su rutina normal y siempre comprobaba que estuviera dormido antes de salir.

Aunque el pequeño castaño suponía otro de sus problemas en aquel lugar.

No era porque fuera ruidoso, ni molesto, ni mucho menos. La mayoría del día se la pasaba dibujando, en su mundo, y le dejaba tranquilo excepto cuando tenían sus extrañas conversaciones, que no pasaban de miradas y dibujos por parte del castaño que debía descifrar.

Ni siquiera pareció apenarse cuando le explicó que no creía en esas cosas como «la amistad» y rechazó el ser su amigo cuando este se lo pidió, aún sin saber por qué se había explanado tanto y no había dicho una simple y cortante negación. Ante sus palabras, simplemente asintió y regresó a su escritorio.

Ahora, el problema era cuando la noche llegaba.

El menor se acostaba a los pies de su cama como le había dicho que hiciera, sin embargo, a la semana sus temblores empezaron a inquietar al azabache. No era que se preocupara por él, ni mucho menos, pero la curiosidad crecía mediante pasaban los días.

Si se lo preguntaba a Tsuna, seguramente lo dibujara y le tocaría descifrarlo —no parecía darse cuenta de que era más fácil escribir o hablar— o se encogiera de hombros. Y antes muerto a preguntarlo al herbívoro rubio o la herbívora monja.

Por ello, prefirió mejor pensar en una manera para hacer que dejase de temblar. Sin embargo, no se le ocurría nada.

O no se le ocurrió, hasta que, dos semanas después de su llegada ahí, se encontró con el castaño debajo del edredón, abrazado a una de sus piernas como si fuera un koala. Temblaba un poco, pero indudablemente, menos de lo habitual.

Nunca pensó hacer lo que hizo entonces, ni sabía exactamente por qué se le ocurrió si jamás le había gustado el excesivo contacto. Y extrañamente, lo llevaba haciendo durante catorce días.

Despegó con cuidado la pierna de entre los brazos de Tsuna y se acercó al pequeño mientras dormía, metiéndose bajo las sábanas. 

Al roce, el castaño abrió los ojos con rapidez y le miró con el mismo miedo que expresó la primera vez que le despertó.

Sin decir una palabra, el azabache le rodeó con sus brazos, y vio que sus orbes chocolate expresaban la segunda emoción que le había visto en medio mes de convivencia: confusión.

Como era su costumbre, parpadeó dos veces, indicando que también estaba sorprendido. Kyoya no dijo nada, se limitó a abrazar a Tsuna y cerrar los ojos.

Notó que el castaño estuvo cinco minutos en tensión, pero lentamente se fue relajando. Con cierto recelo, sus pequeños brazos se iban moviendo para tratar de corresponderle el abrazo.

El de orbes azul grisáceo no se durmió hasta comprobar que su compañero de habitación había conciliado el sueño. Aún temblaba, pero era casi imperceptible.

Comprobó que, mediante las noches transcurrían y repitiendo el proceso, el temblor del castaño disminuía, y para ese momento era ya inexistente.

En algún momento, quiso decirle al castaño que no se acostumbrara, pero al final, fue el azabache quien terminó por tomar el hábito.

Inconscientemente, Tsuna buscaba los brazos del mayor, y Kyoya ya no lograba dormir cuando no tenía el calor del pequeño.

Esto lo comprobó esa noche cuando, en su último intento para escapar, había decidido dormir en el jardín. No logró conciliar el sueño y para colmo, acabaron encontrándolo.

Para cuando le regresaron a su habitación después de una buena bronca, se encontró con el pequeño castaño despierto, sentado en su cama y mirando la puerta por la que entró. Con cierta timidez, se levantó y se acercó al azabache para —tras unos minutos de vacilación— rodearle con sus bracitos y enterrar el rostro en su pecho.

Y así estaban ahora. Parados en medio de la habitación con el menor dándole un abrazo, sorprendiéndole dado que siempre era el azabache quien lo empezaba.

A Tsuna tampoco le gustaba que le tocasen, pero cuando alguien lo hacía, no se quejaba ni ordenaba que se alejara como lo hacía Kyoya. Simplemente temblaba, y con eso quería decir que no estaba cómodo. Curiosamente, el azabache se había ganado el derecho a abrazarle aún cuando este nunca lo había buscado.

Tras unos minutos en los que no supo reaccionar, tuvo el impulso de acariciar su cabello castaño, el cual olía a miel, producto del jabón que usaban en las duchas. Así lo hizo, y sintió que era suave, parecía que acariciaba una almohada.

Era la primera vez que le encontraba despierto después de intentar huir. Seguramente, estaría preocupado, aunque ese abrazo se sentía extraño. Quería transmitir algo más que preocupación, pero no fue capaz de identificar qué.

No supo exactamente cuánto tiempo estuvieron así, pero cuando Tsuna bostezó, el azabache no pudo evitar esbozar una leve sonrisa y en algún momento acabaron durmiendo en la cama del mayor, aún abrazados.

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¿Tsunayoshi? —cuestionó un niño desde la puerta del aula, haciendo que Kyoya levantara la cabeza al oír el nombre de su compañero de habitación. Delante suya, el castaño levantó la mano—. Tienes que ir a ponerte las vacunas.

Tsuna se levantó con un ligero temblor, supuso que no le gustaban —como a cualquier niño— los pinchazos. Se preguntaba por qué era en hora de clase y no después, pero no se iba a meter en esas decisiones.

Miró la pizarra donde estaban escritos los diferentes continentes, y a su lado, su profesor de ciencias sociales y geografía. Un hombre de oscura y calmada mirada tan oscura como su cabello largo, el cual recogía en una trenza.

Detestaba profundamente esa exasperante pasividad con la que hablaba, y prefería dormir en su clase.

Aún se preguntaba por qué debía estar rodeado de herbívoros menores que él. Por lo que sabía, los niveles en ese lugar se partían de cuateo en cuatro. Por tanto, los niños de seis a diez años estaban en el mismo aula.

Si no se había escapado de las clases, fue para ver si alguien se atrevía a molestar al herbívoro castaño como la anterior vez en el comedor. Kyoya era egoísta con las cosas que le pertenecían, y había decidido que Tsuna era suyo desde el instante en el que sintió el impulso de protegerlo.

Por lo pronto, necesitaba que terminara la clase. Pero su profesor le advirtió con una mirada que no podía volver a dormir, y parecía haber adivinado con qué podía castigarle si desobedecía. Seguramente, le dejara una hora más ahí dentro, pues sabía que no lo soportaba.

Resopló y en vez de ver la nieve que caía en el exterior, dirigió sus manos por debajo de su mesa, tomando el cuaderno que contenía los dibujos que Tsuna le había regalado hasta la fecha. No se fiaba de dejarlo en la habitación, asi que lo llevaba a todos los sitios que podía.

Pasó las hojas mientras veía el arte del castaño, lo cierto era que no lo hacía nada mal. Suponía que la práctica hacía al maestro, aunque este se tratara de un niño de siete años.

Mediante las pinturas que se trazaban en la hoja de papel, Tsuna transmitía todo aquello que era incapaz de decir con palabras. Y de hecho, se dio cuenta de que había aprendido mucho a base del mutismo del pequeño.

Al no hablarle ni para el saludo, todo lo que sabía de él, si no era por terceros, era por los dibujos. Sabía por ellos cuáles eran sus profesores preferidos, cuáles eran sus sueños. Se enteró también de que adoraba los animales, que le gustaban las flores y que le encantaba el chocolate —el negro, no el blanco—.

Sabía también que era uno de los niños que más tiempo llevaba en ese lugar. Desde los dos años, más específicamente. Sin embargo, no sabía el por qué había optado por silenciar su voz o por qué había quedado huérfano —o si lo habían abandonado, nunca se sabía— ni tampoco la razón por la cual no le habían adoptado.

Suponía que era porque el castaño no quería, porque estaba seguro de que cualquier pareja querría al niño. O al menos, como le habían dicho que era antes, alegre, dulce y risueño.

Eso era lo que le llevaba a la misma cuestión. ¿Qué habría podido suceder para que su personalidad cambiase tanto?

El anuncio del fin de la clase se hizo presente, y al fin se vio liberado de las ataduras que suponían estar sentado en un aula durante horas rodeado de herbívoros.

Con rapidez, recogió sus cosas y salió de la clase. Se dirigía a su habitación, pero por algún motivo, sus piernas cambiaron de dirección hacia una habitación donde se encontraban las duchas.

No supo por qué fue ahí, pero se encontró con el pequeño castaño que recién salía del lugar con el cabello mojando su camiseta y las tiritas puestas en los brazos donde le habrían puesto las inyecciones.

Tsuna no le vio, y si lo hizo lo disimuló muy bien. Con su mojada cabellera castaña tapando sus orbes al tener la cabeza gacha, y caminando a paso rápido, se alejó a gran velocidad y Kyoya sintió el impulso de seguirle.

Y así lo hizo.

Se fijó que no se dirigía al cuarto que compartían, y que tampoco se frotaba los brazos como se suele hacer cuando te vacunan. Simplemente caminaba a buen paso entre los pasillos, mirando el suelo y seguido por el azabache.

Salieron al jardín, sintiendo el frío producido al ser uno de diciembre y debido a la ligera nieve que caía sobre ellos, y Tsuna pareció darse cuenta de que era seguido por su compañero de habitación. Sin hacer preguntas ni pedir explicaciones, el castaño volteó y se acercó al mayor, quien le miró con curiosidad, y tomó su mano.

Kyoya tampoco le dijo que le soltara, ni deshizo el agarre. Simplemente se dedicó a seguirle, notando que esquivaban las cámaras y a los guardias con una facilidad que no esperaba venir del pequeño.

Llegaron al límite de la valla, donde el niño le soltó para agacharse hacia unos arbustos, metiendo la mano en ellos. De ahí sacó una pequeña bolsa color naranja, haciendo que el azabache le mirara con sorpresa.

—¿Piensas escaparte? —susurró por si acaso alguien les oía. Tsuna parpadeó dos veces y negó con la cabeza.

Abrió el objeto, dejándole ver un cuaderno pequeño junto a una cajita de pinturas. Otra vez, material para pintar.

El castaño le volvió a tomar de la mano y tirar de él. Tardó unos minutos en asimilar que, de haberse tratado de otra persona, seguramente hubiera sido mordido hasta la muerte.

¿Cuándo se había ganado el derecho a tocarle?

Tsuna no había hecho nada especial. No trató de ganarse su confianza, ni siquiera le había dirigido la palabra. Únicamente, se dedicaba a dibujar y entregarle lo que hacía de vez en cuando para él.

Nunca había sido una persona de acercarse a otras por voluntad propia. Siempre le había gustado la tranquilidad que proporcionaba la soledad, el silencio.

Y sin embargo, no le gustaba el silencio del castaño. Por primera vez, quería que hablara, que rompiera la calma. Sentía el extraño deseo de querer escuchar su voz, la cual suponía que debía ser dulce como la miel...

El niño se detuvo repentinamente, y se agachó arrastrándole junto a él. Levantó la parte baja de la valla por la cual se deslizó, pasando y saliendo como si nada.

El asombro del azabache fue grande al verle, ese chico era toda una caja de sorpresas. Le imitó, y hubiera salido corriendo ante la libertad que le había proporcionado. Sin embargo, el castaño le sujetó de la mano de nuevo y le miró con sus vacíos orbes chocolate.

Le habría exigido que le soltara, que le dejara irse de ahí ahora que podía, que nadie le podía retener, pero las palabras murieron antes de salir de sus labios.

No pudo decir nada ni oponerse ante su mirada. Esta no transmitía nada, pero tenía algo que le hacía enmudecer.

Quizá fue esa inexpresividad la que le hizo quedarse a su lado.

No se fijó en el temblor que el castaño tenía en su mano hasta cuando este empezó a desaparecer mediante caminaban. No pasó demasiado tiempo hasta que estuvieron en un bosque de nevados abetos, por los cuales pasaron hasta llegar a un claro.

Era ciertamente hermoso. La nieve caía en el estanque que había en el centro del lugar, el cual estaba completamente hecho de hielo. Las plantas de alrededor también se encontraban completamente manchadas de blanco y, en medio del helado lago, había un trozo de tierra recubierto con nieve en la que se encontraba un sauce llorón blanqueado por el llanto frío del cielo.

Tsuna se atrevió a deslizarse encima del hielo, y Kyoya pudo mantener el equilibrio. Ambos patinaron improvisadamente sobre aquella pista de hielo hasta llegar al árbol sin hojas, cobijándose bajo él de la nieve que caía con suavidad pero sin pausa.

Ambos se sentaron en el silencio que era habitual entre ellos, compartiendo una calma que podía resultar exasperante, mirando el cielo nublado.

—¿Por qué me has traído aquí, herbívoro? —preguntó Kyoya al cabo de un momento.

El niño tomó la bolsa, pero antes de que la abriera el azabache se la arrebató de las manos.

—No quiero que dibujes. Quiero que hables —Tsuna negó con la cabeza—. ¿Por qué no quieres hablar?

Como toda respuesta, el castaño señaló la bolsa. Todo lo que dijera, lo haría en un dibujo. Entonces Kyoya le devolvió el objeto y el pequeño empezó a sacar su material.

Puso el cuaderno entre sus piernas y sacó un lápiz. Empezó a pintar en el papel, y los orbes azul grisáceo siguieron uno a uno sus trazos. De vez en cuando, el castaño le miraba fugazmente antes de volver su mirada a la hoja, y pronto comprendió que le estaba dibujando a él.

Tardó unos quince minutos en completarlo y pintarlo, pero ciertamente le quedó fantástico, habiendo incluso añadido su cabello azabache algo blanquecino por la nieve. Tsuna se lo entregó como regalo, y debajo escribió la respuesta a su primera pregunta.

«Porque sabía que te gustaría».

Cuando empezó el segundo dibujo, vio que este era menos alegre. Era el castaño quien estaba reflejado, atado a unas cadenas en un fondo oscuro que le acechaba como una gran sombra. Esta vez no escribió nada, por tanto lo observó detenidamente.

No supo descifrar qué quería decirle exactamente con eso, pero decidió que lo pensaría más tarde. Ahora necesitaba la respuesta a otra pregunta.

—¿Por qué no me has dejado ir? —preguntó, refiriéndose a lo que había pasado anteriormente.

Entonces otro dibujo empezó a salir de las manos del castaño, moviendo el lápiz con agilidad para después pintarlo con la misma habilidad.

Eran ambos, abrazados como estuvieron en esa madrugada, con el castaño aferrándose a él fuertemente. Debajo del dibujo, la respuesta a su pregunta.

«Porque no quiero que te vayas...»

Le miró interrogante, y el pequeño terminó su oración en unas últimas palabras que sonaron como una súplica no hablada.

«No me dejes solo».

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Salut lectores~.

¡Mi espíritu navideño está aqui!

Jejeje, eso son buenas noticias eh XD.

Respondo~.

Ky-chan, am... Iooooo? Traumaaaaar? Que vaaaaaa —huye corriendo—

Rin-chan, jajjaja, me alegro que te guste n.n

Mari-chan, ojala no lo sea, pero con esta autora nunca se sabe 7-7

Rina-chan, XD. ¡Igualmente! Me alegra ver que te gusta n.n

Kar-chan, no see... La autora que nos deja con la intriga 7-7

Bar-chan, ¡pense que me querías! ;-; Y bueno, quien sabe, io no lo se. Y vale vale, lo he captado... —norecuerdohaberpedidopermiso— ¡feliz navidad!

Ab-chan, quien sabe, la autora puede ser cruel...

Mas-chan, io también lo espero... Autora que nos hace sufrir ;-;

¿Merezco comentario/voto? ¿Disparo? ¿Tartita?

¡Au revoir! Nos leeremos pronto~.

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