Parente

By EstherVzquez

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Mercurio renace tras el Gran Colapso que lo llevó a la destrucción hace más de cien años lleno de incognitas... More

Parente
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo

Capítulo 13

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By EstherVzquez

Capítulo 13

La Reserva era un espacio natural de poco más de cien hectáreas en cuyo interior, sorprendentemente, habían logrado hacer crecer árboles y plantas. Situado en la superficie del planeta y cubierta por una gran bóveda protectora, la Reserva era considerada un milagro de la naturaleza. La ciencia había tenido una gran importancia en su nacimiento y supervivencia, sobre todo al adaptar a la perfección la bóveda, pero también había influido mucho el trato que los guardabosques le habían dado. Aquel recinto, venerado por todos los nifelianos como el claro ejemplo de la voluntad del planeta, se había convertido en territorio prácticamente sagrado.

Un territorio al que muy pocos tenían acceso, pues tan solo el cuarenta por ciento de su superficie podía ser visitada por el ciudadano de a pie, y en cuyo interior, oculto entre árboles y matorrales, se hallaba la gran Sala de Reuniones del Consejo.

Conocedora del terreno, pues siendo una niña había pasado muchas horas paseando por aquel lugar en compañía de Thomas y de Aidur, Tanith guio a Harald, Graham y Daryn hasta la edificación con paso ligero, tomando los senderos menos resbaladizos y atravesando las zonas más despejadas. Tal y como era tradición, todo miembro del Consejo traía consigo a su descendiente directo, el hombre o mujer que, llegado el momento, le sustituiría. En el caso de Graham era sencillo: Harald ya era un adulto. En su caso, sin embargo, tratándose de un niño, las cosas eran algo  más complejas. Tanith estaba obligada a llevarlo si lo que quería era cumplir con las normas, pero no podía evitar sentirse un poco incómoda.

Aquel no era un lugar para niños.

O al menos ahora no lo era, claro. Siendo ella una cría había disfrutado de la naturaleza y de la fauna de aquel lugar como pocos.  Su padre se había encargado de ello. Lamentablemente, ahora que él ya no estaba, la Reserva había quedado relegada a un segundo plano.

Era una lástima.

Llegaron a la edificación a media tarde. Tanith abrió la puerta principal con sus propias llaves, las cuales había recibido de Kaiden al morir este, y los cuatro se adentraron en su hogareño interior. Freydis y Tanna Dust, las primeras en llegar, ya habían encendido la chimenea por lo que, aunque algo frío, el lugar era acogedor.

Poco después, juntos y procedentes de la entrada del norte posiblemente, aparecieron Olaff y Finn Katainen seguidos por Willk Sorenson, el cual, para sorpresa de todos, traía consigo un recién nacido de apenas unos meses. Todos se saludaron cordialmente, tratando de olvidar por un instante las tensiones y obviando las preguntas incómodas, y llegada la hora clave subieron a la sala de reuniones.

Una vez allí, todo cambió.

La sala de reuniones era un espacio circular en cuyo interior había una gran mesa de madera con una gran luna pintada en el centro y diez sillas a su alrededor. En las paredes, colgadas en gruesos clavos, cada familia tenía colgado un tapiz con su árbol familiar al cual, con el paso de los años, se iban añadiendo los nuevos miembros. Además de ello, junto a una poesía inscrita en la pared, había colgado un gran mapa de Mercurio con todas las localizaciones de Nifelheim y varios trofeos de caza.

Tanith lanzó un rápido vistazo a su árbol familiar antes de tomar asiento. Sus padres aún aparecían con vida en él, y no había rastro alguno de Daryn. Había que actualizarlo. La mujer bajó al piso inferior a por tinta y pluma y, bajo la atenta mirada de los Ford, realizó los cambios convenientes. Seguidamente, sin necesidad de que se lo pidiese, le entregó el material de escritura a Willk.

Era evidente que Thorir Sonrensen, su padre, no iba a venir.

Realizados los cambios pertinentes todos tomaron asiento. Tanna Dust, la hija de Freydis, encendió varias velas y extrajo del interior de un cajón secreto de la mesa el gran Libro de Actos. Aquella noche ella sería la encargada de apuntar todo cuanto sucediese en la reunión.

—Veo caras nuevas —empezó Freydis Dust, la mujer más anciana de todo el consejo—. Caras con las que no contaba: ¿dónde está tu padre, Willk? Creía que Thorir iba a venir.

Willk Sorenson frunció el ceño. Tanith le conocía desde niña, pues al igual que había hecho el suyo con ella, su padre le había llevado de vez en cuando a las reuniones. Sorenson era un hombre alto y ancho de espaldas, con el cabello negro largo y los ojos azules vidriosos. Tanith sospechaba que rondaba los treinta y cinco años, pero no estaba demasiado segura. Su aspecto lúgubre y cansado despertaba muchos interrogantes al respecto.

—Mi padre está muerto —sentenció con brusquedad, logrando así enmudecer a todos los presentes—. Esta mañana lo han asesinado.

—¡Asesinado! —exclamó Olaff Katainen con perplejidad—. ¿Pero estás seguro de eso, muchacho? Ayer hablé con él.

Willk apretó los puños, furibundo. Por supuesto que estaba seguro. Él mismo había descubierto el cadáver aquella misma mañana al irle a recoger para iniciar el viaje hacia la Reserva.

—Lo lamento, Willk —murmuró Tanith, impresionada por la noticia—. ¿Tienes alguna sospecha? Hasta dónde yo sé tu padre era una persona muy querida.

—Y el tuyo —respondió con brusquedad—. Ambos eran dos personas muy queridas y, por supuesto, ambos han muerto a manos de los mismos: Tempestad. ¿Acaso no es evidente?

Tanith apartó la mirada, dolida. En cualquier otra situación habría respondido, dispuesta a defender Tempestad a capa y espada, pero en aquel entonces, consciente de que ella misma había estado a punto de morir en manos de uno de ellos, no dijo nada. Al contrario.

Daryn, sorprendido por la actitud de su madre, hizo ademán de intervenir, dispuesto a proteger el honor de los Parentes, pero Tanith se lo impidió. Aunque estuviese allí presente, no quería que participase. Aún era demasiado joven.

—También intentaron matar a Tanith hace unos días —intervino Harald con rotundidad, decidido—. Fracasaron en su intento, pero lo hicieron.

Todos los presentes le dedicaron una breve mirada llena de sorpresa. A aquellas alturas ya no le quedaban marcas en la cara del intento de asesinato, pero ella lo recordaba muy bien. Jamás olvidaría la cara de Mellon.

—Increíble —exclamó Olaff Katainen, perplejo. Después de Freydis, él era el mayor del grupo—. Lo lamento, Willk. Sabes cuánto quería a tu padre.

—No lo lamentes, Olaff. Su muerte ha servido para abrirme los ojos: Tempestad nos está dando caza. Primero lo hizo con Kaiden, el líder del Consejo en aquel entonces, después con su hija, y ahora con mi padre, su sustituto. Es evidente que nos quieren borrar del mapa. Y ten en cuenta que tú serás el siguiente, Olaff. Tú, Freydis y Graham. No van a parar hasta eliminarnos a todos. ¿Y sabéis por qué? Porque nos temen. Saben que no les necesitamos para sobrevivir. Saben que sin ellos Nifelheim vivió su época dorada, y que ahora que el planeta nos castiga por haber vendido nuestra alma a ese cerdo de Varnes vamos a reaccionar. Porque tenemos que reaccionar, compañeros.

—Coincido con él —secundó Finn Lengua de Víbora Katainen, con seguridad—. El Gran Colapso ha vuelto. Como ya sabéis la mayoría, he estado en Kandem con cámaras grabando e investigando lo que ha pasado... y no tengo duda alguna, compañeros. El planeta vuelve a castigar a sus gentes, solo que, esta vez, nosotros somos sus víctimas. Mercurio está decepcionado, y todos sabemos por qué.

Todos lo sabían.

Tanith clavó la mirada en el mapa de Mercurio que colgaba de la pared. Aunque en lo más profundo de su ser coincidiese con lo que sus compañeros decían, sabía que pronunciar todas aquellas palabras en alto era sinónimo de problemas. Ciertamente Nifelheim no necesitaba al Reino ni a Tempestad: eran autosuficientes. Durante la época de abandono sus habitantes habían vivido la mejor etapa de su historia. Por desgracia, las cosas habían cambiado. Ahora Nifelheim formaba parte del Reino y, como tal, tenían que acatar las normas impuestas por este. Claro que, ¿cómo hacerlo cuando el propio planeta les estaba castigando por ello?

Tanith volvió la mirada hacia Daryn y el bebé que Willk había traído consigo. ¿Realmente iban a permitir que, tarde o temprano, el planeta les castigase a ellos también por el error cometido por los adultos? ¿Acaso no estaba en su deber como padres el protegerlos?

Era demasiado complicado.

—Ciertamente, Mercurio está decepcionado, y sabemos que la única forma de contentarle es darle la espalda al Reino y vivir por y para él —intervino Tanith—. Cuidarlo y protegerlo tal y como hicieron nuestros antepasados... Detener las explotaciones que tanto están dañándolo.

—Esa es la solución, sí —apuntó Harald.

—¿Pero cómo se supone que vamos a hacerlo? —prosiguió Tanith—. ¿Realmente vamos a darle la espalda al Reino? Nos convertiríamos en proscritos: ¡en delincuentes a los que cazar! Si de momento no hemos tomado cartas en el asunto y ya nos están asesinando, ¿qué se supone que va a pasar cuando les demos la espalda? ¡No lo van a permitir!

—Por suerte para eso estás tú, querida —respondió Willk, sombrío—. Tú tienes buenos contactos en Tempestad.

—¿Yo? Yo no...

—Vamos, Tanith, hay que estar muy ciego para no darse cuenta de la evidencia. —Willk señaló con el mentón a Daryn—. Tú eres la mejor de nuestras cartas para negociar con ellos. Si sabe lo que le conviene, cederá.  

Tremaine palideció al escuchar la respuesta. Volvió la mirada de unos a otros, descubriendo así que todos la miraban con fijeza, y enmudeció. No sabía ni qué responder ni cómo hacerlo para que las emociones no la traicionasen.

Apretó los puños bajo la mesa. No esperaba aquel golpe bajo. Ciertamente ella podía emplear su conexión con Tempestad para intentar mejorar su situación, pero no le gustaba el modo en el que Willk lo había expresado. ¿Sería posible que, realmente, quisiera chantajear a Van Kessel?

Sintiéndose el centro de todas las miradas, Tanith se obligó a si misma a mantener las formas. No esperaba aquella respuesta, desde luego, pero tampoco iba a dejar que tomasen las decisiones por ella. Si realmente querían que ella negociase, lo haría, pero no así. No a base de chantajes y amenazas.

—Las cosas no funcionan así, Willk. No pienso chantajear a nadie.

—¿Chantajear? —Sorenson sacudió ligeramente la cabeza, restándole importancia al término—. Oh, vamos, no te lo tomes así, Tremaine. En el fondo, Van Kessel es uno de los nuestros. Seamos sinceros los unos con los otros de una vez por todas: tu padre estaba intentando formarle para que fuese su sucesor, es evidente. Nunca lo dijo abiertamente, pero por suerte tampoco era necesario: era vox populi. Kaiden quería que fuese él quien ocupase la silla en la que tan cómodamente estás sentada. Lamentablemente, en el último momento el chico le dio la espalda y decidió unirse a Tempestad. —Se encogió de hombros—. Cosas que pasan. Por suerte, el que ahora él esté donde está nos beneficia. En el fondo, Van Kessel es uno de los nuestros, y tú más que nadie lo sabes. Y si además le sumamos que también está tu marido, ¿acaso no debemos aprovechar la oportunidad?

Tanith frunció el ceño. Con la aparición de Thomas en la conversación Willk había intentado causar confusión. A ojos de los presentes, el comentario sobre la paternidad de Daryn quedaría zanjado con Murray. Sin embargo, ambos sabían perfectamente que Sorenson sabía la verdad y que iba a jugar con aquella baza.

Se preguntó cómo podría haberlo descubierto. Aunque Daryn se pareciese a Van Kessel, aquella afirmación era muy atrevida, y más teniendo en cuenta su posición. ¿Sabría aquel hombre algo que a ella se le escapase?

El niño de Sorenson empezó a llorar a modo de respuesta. Willk aún no lo había presentado, pero por todos era sabido que aquel recién nacido era el fruto de su unión con Daleesa Williams, su recién estrenada esposa.

El pobre no debía tener ni medio año.

Decidieron hacer un alto en la reunión mientras Willk cambiaba y alimentaba a su pequeño. Todos necesitaban reflexionar sobre lo que acababan de tratar. Tanith dejó a Daryn en manos de Harald, el cual salió al exterior con el niño para mostrarle los alrededores, y aprovechó para ayudar a Willk con el crío.

Al parecer, el padre de la criatura no tenía demasiada práctica a la hora de cambiarlo.

—Anda, quita, manazas —exclamó apartándolo con suavidad. Tanith ocupó su lugar frente al niño y, desenterrando el recuerdo de aquella vieja práctica del pasado, cambió el pañal al niño—. Esto no es lo tuyo por lo que veo.

—Se encarga Daleesa —respondió Willk a su lado, con los brazos cruzados sobre el pecho y la mirada fija en los grandes y bonitos ojos de su pequeño, el cual, encantado con que le cambiasen los pañales, no dejaba de agitar los rechonchos bracitos y piernecitas—. Yo me paso catorce horas al día en la mina.

—Ya veo. ¿Cómo se llama?

—David.

Tanith asintió. Aunque el niño era inquieto, ella lo manejaba con facilidad. Los años de entrenamiento con Daryn habían dado mucho de sí, y más teniendo en cuenta que, salvo Harald y Graham, nadie la había ayudado.

—Ha sido un golpe bajo lo de antes —reflexionó—. Soy plenamente consciente de que mi padre prefería a Van Kessel como sucesor, pero no hacía falta que lo mencionases.

Willk volvió la vista a su alrededor. Al parecer, el resto de miembros del Consejo habían decidido darles unos minutos de soledad para que pudiesen hablar sobre lo ocurrido. Olaff y Finn charlaban en corro con Graham y Freydis mientras que Harald y Daryn curioseaban los alrededores bajo la atenta mirada de Tanna Dust.

—Creo que era adecuado que todos lo supiesen. Aunque seguramente me equivoque, me gustaría pensar que tenemos a un posible aliado en el bando enemigo, Tanith.

—Te estás equivocando con él, Willk. Van Kessel es un Parente: en cuanto intentes ensuciar su nombre acabará contigo sin ningún tipo de piedad. Ya no es el muchacho que conociste hace ya quince años.

—Desde luego, no lo es, pero contamos con una baza a nuestro favor, y lo sabes. Por mucho que reniegue de nosotros, no creo que le dé la espalda a Daryn.

Tanith cerró los ojos. Aunque siempre supo que tarde o temprano se daría aquel momento, pues aquel secreto tenía periodo de caducidad, nunca imaginó que sería con Willk. Imaginaba que sería con Harald, o incluso con el propio Thomas, pero no con él.

Aquello se le escapaba de las manos.

Cambiado ya el pañal del niño, Tanith lo tomó en brazos y se lo devolvió a su padre, el cual, tras guardar todo el material en una bolsa, lo aceptó con agrado.

Era curioso ver lo mucho que se parecían.

—Dime una cosa, Willk, ¿cómo lo sabes? Hacía mucho que no nos veíamos. ¿Cómo es posible que lo tengas tan claro?

—Bueno, es fácil: yo estuve en la boda de Adam y Alex —respondió con sencillez—. Os vi juntos y, simple y llanamente, até cabos.

Tanith asintió ligeramente, sorprendida, pero no dijo nada. Simplemente tomó asiento en la silla, escuchando ya el sonido de los pasos de sus compañeros al subir para seguir la reunión, y dejó que los recuerdos de aquella ceremonia acudiesen a su memoria.

Hacía ya siete años desde aquel entonces, pero Tanith lo recordaba con claridad. Ya huérfana de madre y padre, Tremaine se encargaba del negocio familiar sola, con la única compañía y ayuda de los Ford.

Aquella había sido una etapa complicada para ella. A pesar de cumplirse ya cuatro años desde la muerte de su padre, Tanith se sentía sola. Con Aidur desaparecido del mapa, ya convertido en la mano derecha de Schreiber, y Thomas centrado en su carrera en Tempestad, la joven había tenido que enfrentarse a la dura sociedad nifeliana en soledad. Por suerte, había aprendido a valerse por sí misma por lo que, a pesar de todo, había logrado salir adelante. Tanith tenía su negocio y, aunque le costaba mantenerse, lo conseguía.

No dependía de nadie.

Por desgracia, las cosas no tardarían demasiado en cambiar. Un día cualquiera, con la hora de cierre ya a punto de llegar, Aidur entró en la tienda con aire solemne y paso tranquilo, como si todo cuanto le rodease le perteneciese, y depositó sobre el mostrador una invitación. Hacía mucho que no se veían, demasiado al menos para ella, pero tal y como se habían prometido hacía ya mucho tiempo, fingieron que el tiempo no había transcurrido. Tanith cogió la invitación y, para su sorpresa, se vio a si misma aceptando acompañar a Van Kessel a la ceremonia encubierta de unión del Parente Anderson con una nifeliana. 

Después, sin intercambiar palabra alguna, únicamente un guiño, Aidur volvió a irse para no volver hasta dos semanas después, el día antes de la celebración. Van Kessel la acompañó a que se comprase un buen vestido para la boda y, al día siguiente, acudieron juntos, encantados de la presencia del otro.

Por aquel entonces, y desde hacía ya mucho tiempo, Tanith estaba enamorada de él. Su historia se remontaba a mucho tiempo atrás, cuando tenían quince años. Estando precisamente en el mismo lugar donde se encontraba, en el refugio del Consejo, Tanith le había besado por primera vez, aprovechando que Thomas se había quedado dormido. A partir de entonces, durante un año, ambos habían compartido una bonita historia de amor que tan solo la unión de Van Kessel a Tempestad había acabado destruyendo.

Con el paso del tiempo, los sentimientos de Tanith habían ido cayendo en el olvido. A pesar de haberse sentido traicionada y abandonada al principio, con el tiempo había llegado a entender que, en el fondo, ese era el destino de Van Kessel. Finalmente, la distancia y el olvido habían acabado por llevarles al punto inicial: volvían a ser amigos y, aunque prácticamente nunca se veían, se querían.

Durante la ceremonia, sin embargo, los sentimientos olvidados habían vuelto a aflorar. Sentados el uno junto al otro, Tanith y Aidur habían estado atendiendo a la ceremonia con interés, encantados por la alegría que destilaban todos los presentes incluidos los novios. Pocas veces Aidur había visto a Adam tan feliz. Así pues, embriagado por el ambiente, el futuro Parente se había dejado llevar y, llegado el momento del sí quiero, había aprovechado para besar a Tremaine mientras que el resto de invitados aplaudían a los novios.

Celebraron la boda por todo lo grande, tratando de recuperar al máximo el tiempo perdido a base de bailes y besos, y alcanzada la noche, Aidur regresó con Tanith al barrio de las Aguas y pasaron la noche juntos.

Nueve meses después, Daryn nacería en el seno de una familia compuesta únicamente por su madre puesto que, al siguiente amanecer, tras desayunar tranquilamente y despedirse de ella con un beso, Aidur volvería a desaparecer durante meses.

Tanith recordaba aquella historia con tristeza, pues en el fondo de su corazón seguía amando a aquel hombre, pero con el paso del tiempo había logrado endurecerse lo suficiente como para aceptar su situación. Ahora era feliz en compañía de Daryn; el niño y ella se adoraban mutuamente, pero en momentos como aquel en los que los recuerdos afloraban no podía evitar preguntarse qué habría sido de ella si Tempestad no se hubiese cruzado en su camino.

 —¿Qué debemos hacer, entonces? —preguntó Freydis en voz alta, logrando así que Tanith regresase a la conversación tras unos minutos de ausencia—. Cortar de raíz los lazos que nos unen al Reino es complicado: nos traería demasiados problemas.

—Tanith debe aprovechar sus contactos para negociar con Tempestad —respondió Graham—. El planeta nos está castigando: debemos cerrar las explotaciones. Dejar de dañarlo es la única alternativa que nos queda.

—¿Y qué hay de los sacrificios? —intervino Olaff—. Aunque no aparezca en la historia oficial, todos somos conscientes de qué fue lo que logró calmar a Mercurio durante el Gran Colapso. Los traidores deben morir: sus almas deben ser entregadas a la tierra.

Tremaine sacudió la cabeza con determinación. Aunque las historias hablasen de la muerte de los traidores al planeta como claro método para calmar al planeta, lo cierto era que no dejaban de ser cuentos, nada más. Por mucho que lo mereciese, Tanith no estaba dispuesta a sacrificar a nadie en nombre de su causa.

—Eso es una locura: no vamos a matar a nadie. Nosotros tenemos la culpa de lo que está pasando: nuestros actos son los que han enfadado al planeta. No podemos hacer pagar nuestros errores a inocentes.

—¿Inocentes? —Willk, a su lado, se puso en pie—. ¿Consideras inocentes a los hombres que asesinaron a tu padre y que ahora han asesinado al mío? ¿A los que han intentado matarte? ¿A los que, si pudiesen, acabarían con todos? —Sorenson golpeó la mesa con el puño—. ¡Esto es la guerra! ¡Acabemos con ellos antes de que ellos lo hagan con nosotros! ¡Además del deseo del planeta es pura supervivencia! Habla con el Parente: pide que aparte la vista de nosotros. Que no intervenga... No necesitamos más: nosotros haremos el resto.

—¡Oh, vamos! ¿Es que te has vuelto loco? —Tanith también se puso en pie—. ¿Es que acaso quieres declararte en rebeldía? ¡El Reino nunca lo per...!

Tanith no acabó la frase. La mujer volvió la mirada atrás, hacia la ventana, y durante un instante todo quedó en silencio. Procedente del exterior se oían ruidos. Ruido de pasos, de ramas al partirse y de susurros.

Finn se apresuró a apagar las llamas de las velas con los dedos. Seguidamente, corrió hasta la ventana y, disimuladamente, se asomó.

Se le heló la sangre con lo que vio afuera. Las acusaciones que recaerían sobre ellos por colarse en la Reserva, celebrar aquella reunión ilegal y confabular contra el gobierno les llevarían a la cárcel.

—Tenemos que irnos —susurró con el pánico reflejado en los ojos—. Hay agentes de seguridad ahí afuera, escondidos. Creo que es una redada.

—¿¡Una redada!? —gritó Tanna, aterrorizada—. ¿Pero quién demonios se ha ido de la lengua? ¡Nadie lo sabía!

—¡¡Cállate!! —ordenó Willk—. Eso no importa ya, lo importante es que tenemos que salir de aquí: todos conocéis el paso subterráneo. Finn, llévate a tu padre y las chicas a la salida norte, yo me llevaré a los Ford y los Tremaine a la sur. Vamos, ¡rápido!

Tanith tardó unos segundos en reaccionar, aturdida por los acontecimientos, pero finalmente se puso en pie. Cogió a Daryn de la mano, consciente de que si la atrapaban les separarían seguramente para siempre, y siguió a Willk y los demás escaleras abajo. Una vez en la planta baja apartaron una de las alfombras y abrieron la trampilla que había bajo esta. Al otro lado les aguardaban unas largas y empinadas escaleras a través de las cuales alcanzarían el silencioso y sombrío sótano.

Tremaine fue la primera en descender. Conocía el lugar, pues de niña lo había visitado en varias ocasiones, por lo que, haciendo uso de la memoria, corrió a oscuras hasta el armario donde estaban los focos portátiles y cogió cuatro. Seguidamente, sintiendo el corazón palpitarle enloquecido en el pecho, corrió de nuevo a las escaleras, lugar en el cual ya aguardaban todos, y repartió el material.

Cuatro haces de luz iluminaron el silencioso lugar. Harald, el último en bajar, cerró la trampilla tras de sí. El grupo recorrió el sótano en fila, tratando de hacer el mínimo ruido posible, y no se detuvieron hasta alcanzar la puerta que había camuflada tras uno de los armarios.

—A partir de aquí nuestros caminos se dividen —murmuró Willk con el niño en brazos. Aún no había empezado a llorar, pero era cuestión de segundos que lo hiciese. Se podía ver el terror en su mirada—. Finn, confío en ti.

—Nos mantenemos en contacto —respondió este.

Y se adentraron en el túnel. Agachados para evitar que las cabezas chocasen con el viejo techo, el grupo se adentró en el estrecho corredor de piedra. Años atrás, el propio Kaiden lo había hecho construir, temeroso de que en algún momento pudiese hacer falta. ¿Cómo imaginar que, después de todo, lo que en aquel entonces les había parecido una locura les iba a resultar tan útil?

No tardaron demasiado en encontrar la bifurcación que dividía el camino. Willk, el cual iba en cabeza con David en los brazos, señaló con la cabeza el camino izquierdo antes de adentrarse en el derecho. A partir de ese punto, cada uno tendría que librar su batalla.

Tanith sintió un desagradable pinchazo en el pecho al escuchar ruidos procedentes del edificio. Al parecer, los agentes al fin habían entrado. Debían haber tirado la puerta del piso de abajo de una patada.

Se preguntó cuánto tardarían en dar con el túnel.

—¿Mamá? —escuchó que murmuraba Daryn a su lado, aterrado—. Mamá, vamos...

Willk ya se alejaba por el túnel seguido de los Ford cuando Tanith volvió la vista atrás por última vez. Finn llevaba consigo a dos personas ya ancianas y una mujer aterrorizada mientras que ellos cargaban con dos niños, uno de los cuales era un bebé, y un anciano: ¿realmente tenían algún tipo de posibilidad?

Dio gracias porque los haces de luz no iluminasen su rostro. Tal era su miedo que, inevitablemente, las lágrimas habían empezado a brotar.

—Obedéceme en todo, ¿de acuerdo? —respondió Tanith tras ponerse en marcha—. Pase lo que pase, hazme caso.

—¿Qué está pasando? ¿Por qué corremos?

—Nos vamos a casa.

Tanith escuchó el golpe de la compuerta al abrirse. Varios metros por delante, Harald acababa de abrir la puerta que daba al exterior con un buen golpe, llenando así de polvo toda la salida. Willk cubrió el rostro del niño con la mano, causando así que empezase a llorar, y aguardó a que Harald y Graham saliesen al exterior y le ayudasen para poder seguirles.

Poco después, Tanith y Daryn se unieron a ellos.

Ya en mitad del bosque, los cinco se pusieron en marcha, conscientes de que, no muy lejos de allí, el enemigo ya había tomado el edificio. La salida no se encontraba muy lejos, a dos kilómetros de distancia como mucho, pero el camino era complicado. La naturaleza había crecido descuidada en los últimos años. Ahora ya no había caminos limpios ni senderos transitables: la maleza y los matorrales lo cubrían todo. Por suerte para ellos, la oscuridad de la noche Mercuriana les protegía del ojo humano.

Lamentablemente, no de los sensores de calor.

—Conozco el camino —advirtió Tanith adelantándose hasta la primera posición—. Iluminad solo el suelo: puede que tengamos una oportunidad si no llevan sensores.

Iniciaron la marcha con pasos rápidos, conscientes de que el tiempo jugaba en su contra. El suelo estaba resbaladizo y las raíces de los árboles muy crecidas por lo que el avance era complicado. Cada dos por tres, uno u otro resbalaban. Por suerte, aquella zona era llana por lo que la ausencia de desniveles les permitía avanzar relativamente rápido.

Pero por mucho que avanzasen, era cuestión de minutos que les alcanzasen. Superados los cinco minutos de marcha, Tanith empezó a escuchar los primeros gritos y pasos tras ellos. Los agentes de la ley, equipados con armas de fuego y focos de largo alcance, no tardaron en localizarlos.

A partir de entonces, sintiendo que todo cuanto le rodeaba se distorsionaba, desde los gritos a las luces, Tanith empezó a correr sin soltar la mano de Daryn. En la lejanía oía gritos y disparos, advertencias y el sonido de motores, pero también el aullar de los lobos y el canto de los pájaros. El canto del Mercurio más salvaje se mezclaba con la crueldad humana.

Perseguir a mujeres, ancianos y niños, ¿acaso podía haber caído más bajo Tempestad?

Se adentró por un sendero levemente inclinado en el cual sus pies empezaron a resbalar. El suelo allí estaba embarrado debido a la humedad en el ambiente. No obstante, incluso así, sabía que no podía detenerse. El enemigo les pisaba los talones. Tanith aceleró el paso al sentir un haz de luz iluminarle la espalda y, por un instante, perdió el equilibrio al pisar una piedra mojada. La mujer resbaló estrepitosamente y cayó de espaldas, arrastrando consigo al crío. Inmediatamente después, pasando muy cerca de ellos, prácticamente pisándolos, los Ford y los Sorenson pasaron de largo.

El llanto de David marcaba el paso.

Tanith no tardó en incorporarse. Arrancó a Daryn prácticamente del suelo, consciente de que la caída había abierto heridas en las piernas y brazos de ambos, y tiró de él hacia el lateral, aprovechando la repentina oscuridad para salir del sendero que seguía el resto. Avanzaron varios metros casi a rastras, sin hacer ruido alguno, y se ocultaron tras las gruesas raíces de un árbol más elevado.

Ante ellos se abría otro sendero mucho más escarpado lleno de desniveles.

—¿Te has hecho...?

El grito de Willk al ser alcanzado por una bala silenció a la mujer. Tanith volvió la mirada hacia el sendero y, aterrada, vio como Sorenson caía derribado en la lejanía.

Tras él, varios agentes seguían disparando a los Ford, los cuales, como si de dos sombras se tratasen, seguían avanzando inexorablemente.

Por un instante Tanith se preguntó si estaría muerto. Willk no se movía... Claro que él no era el auténtico problema.

Aterrada ante la falta de llantos por parte de David, Tanith decidió seguir el camino, ya fuera de sí. Tanto las manos como las rodillas le temblaban, pero sabía que no podía detenerse. No podía permitir que Daryn tuviese el mismo destino que Sorenson. Así pues, armándose de valor, la mujer empezó a descender el camino, ayudando al crío a saltar los desniveles más profundos. Se desviaron del camino cerca de quinientos metros y no se detuvieron hasta asegurarse que estaban totalmente solos en un claro.

Hicieron una breve pausa para escuchar el sonido del bosque. En la lejanía, los disparos y los gritos perturbaban la paz de la Reserva.

Antes de retomar el camino, Tanith se obligó a si misma a pensar con un mínimo de frialdad. Lo más probable era que el enemigo les estuviese esperando en las salidas por lo que lo mejor era evitarlas. Debía tomar otro camino, y creía saber por dónde.

Convertidos en dos sombras, pues el foco de luz se había roto con la caída, madre e hijo siguieron avanzando por el bosque guiándose por las estrellas, tal y como Kaiden le había enseñado a la primera mucho tiempo atrás. Aunque hacía mucho que no la visitaba, la Reserva había sido su segunda casa durante mucho tiempo. Tanto que, incluso a oscuras, se podía orientar.

Volvieron a caer y tropezar en varias ocasiones, pues el camino seguía siendo traicionero, pero tras más de media hora de caminata lograron divisar al fin en la lejanía el antiguo Refugio de Kaiden. Tanith corrió hacia allí, ansiosa por abandonar cuanto antes el bosque, y, alcanzado el exterior, aminoró la marcha. En apariencia, el refugio, una pequeña casa de madera, parecía abandonado, pero no quería sorpresas. Tremaine ordenó al niño que se escondiera entre los árboles y desenfundó su cuchillo.

—No te muevas hasta que te avise, ¿de acuerdo?

Tanith se acercó a la parte trasera del edificio con paso sigiloso, tratando de hacer el menor ruido posible. Rodeó el muro lateral hasta la parte trasera y, allí, se acercó a una de las ventanas. El abridor, tal y como le había enseñado su padre, tenía truco. Tanith insertó la combinación adecuada en el minúsculo panel de control disimulado en la madera y la abrió desde fuera.

Nuevamente, su padre había sido muy previsor al preparar la casa para un posible altercado.

Tanith se impulsó desde fuera y se subió al alféizar de la ventana. A continuación, con cuidado, se dejó caer en el interior del sombrío lugar. El refugio, dotado de tan solo tres estancias, gozaba de la oscuridad perfecta para poder ocultarse el tiempo que fuese necesario.

—Perfecto —murmuró por lo bajo.

En apariencia, el refugio estaba vacío. Tanith se guardó el cuchillo en la cintura, aliviada por el golpe de suerte, y corrió hacia la puerta. Al lado de esta, colgada en la pared, estaba la llave de la entrada. La mujer la cogió de un tirón, la acercó a la cerradura y, a punto de meterla, algo la empujó lateralmente, lanzándola por los aires.

Tanith cayó al suelo con tan mala suerte de que el cuchillo se le clavó en el muslo. Cerró los ojos, sacudida por una potente punzada de dolor, y durante unos segundos quedó paralizada, jadeante.

Aturdida.

Ante ella, surgido de la nada, un agente no solo la acababa de derribar sino que, además, la apuntaba con una pistola.

—Buen intento, mujer, pero inútil. ¿Realmente creías que...?

Antes de que pudiese llegar a acabar la frase, Tanith le estrelló la bota en la entrepierna. El agente disparó el arma, dibujando así un agujero de bala en el suelo, junto a la cabeza de Tanith, y cayó de rodillas con un aullido de dolor en la boca, sujetándose la zona herida con las manos. Tremaine le arrebató el arma de las manos de un tirón, con una mueca de dolor en el semblante al sentir el cuchillo clavado en la carne, y la lanzó al suelo, lejos de allí. Inmediatamente después, temblando de pura agonía, se arrancó el arma de la pierna y lo hundió con todas sus fuerzas en el pecho del agente. Primero una vez, después dos, tres y hasta cuatro veces, hasta que dejó de moverse.

Cogió aire. Tenía ganas de llorar y gritar hasta quedarse afónica, pero sabía que no podía permitírselo. No mientras el crío estuviese por medio. Tanith recogió la llave del suelo, sintiendo como la sangre caliente le empezaba a bañar la pierna, y, ayudándose del picaporte de la puerta, se puso en pie. Introdujo la llave en la cerradura y, esta vez, sí logró abrir.

Daryn no tardó en correr a su encuentro.

—¡Mamá!

—No mires —le ordenó con brusquedad.

Abrazó al niño contra la pierna que aún tenía sana y, obligándole a mirar al frente, lo llevó hasta la sala central. Allí, oculta bajo una mesa, había una trampilla. Tanith se ayudó de Daryn para apartarla y juntos la abrieron.

Unas escaleras descendían a la más profunda de las oscuridades.

—¿Dónde estamos?

—Estas escaleras dan a un edificio abandonado de la localidad de Kanhes, Daryn. Allí cogeremos un trineo y volveremos a casa.

Antes de descender, Tanith se tomó unos segundos para desinfectar y cubrir la herida con el material del botiquín de la cabaña. El arma se había clavado lo suficiente como para que sangrase copiosamente, pero al menos no le había cortado ninguna arteria. Con un poco de suerte, si se lo miraban a tiempo, aquello no tendría que ser más que un susto. No obstante, necesitaba atención, de eso no cabía duda alguna.

Lamentablemente, después de lo ocurrido, dudaba mucho poder ir a un hospital y salir indemne.

—Oye Daryn, las cosas se están complicando. No sé qué va a pasar a partir de ahora, pero si en algún momento nos separásemos o me pasara algo...

—¡No!

A pesar de las lágrimas del niño, las cuales ya cubrían todo su rostro, Tanith siguió hablando. Llegado a aquel punto no tenía otra alternativa.

—Escúchame con atención: si me pasase algo busca al Parente, ¿de acuerdo? A Van Kessel. Él cuidará de ti.

—¡Pero...!

—¡Basta Daryn! ¡Hazlo y punto! —Cogió aire—. Ahora volvamos a casa, ¿de acuerdo?

El trineo se detuvo con brusquedad, despertando de su profundo letargo a Tanith, la cual no recordaba exactamente cuándo se había quedado dormida. La mujer pagó el viaje con los pocos billetes manchados que llevaba en el bolsillo y se bajó con la ayuda de Daryn.

Apenas podía apoyar la pierna. Tenía el cuerpo adormecido y frío, como si hubiese estado tumbada en la nieve, y estaba mareada. Por suerte, habían llegado a casa.

La plaza parecía tranquila cuando Tanith y Daryn la alcanzaron. Los comercios de los alrededores aún no habían abierto por lo que no encontraron a nadie por los alrededores. Mejor, pensó Tanith mientras se acercaba al portal, cojeando. Antes de irse, pues tendrían que irse para siempre, recogería varias cosas: dinero, ropa, comida...

Lanzó un último vistazo al escaparate de la tienda. Al otro lado del grueso vidrio los muñecos que durante todos aquellos años tanta compañía le habían hecho la miraban con ojos muertos, poco interesados. Al igual que le pasaba al resto de la humanidad, a ellos tampoco les importaba lo más mínimo el destino de Tremaine.

Sintiéndose más sola y abatida que nunca, Tanith se detuvo frente al portal, ya con la llave en la mano. A pesar de haberse vendado la herida podía sentir la sangre fluir.

—Daryn... —murmuró con apenas un hilo de voz—. Daryn, llama a Tibettia y dile que necesito que me ayude. Dile que me he hecho daño y...

—Vale.

Tibettia era una buena persona; Tanith la conocía de toda la vida y, aunque no siempre habían tenido mucho trato, durante los últimos meses de enfermedad de su madre se había portado muy bien con ella.

Siempre era bueno tener vecinos como ella.

Tremaine aguardó a que el niño corriera al portal de su vecina y llamase para abrir ya la puerta del suyo. Avanzó lentamente por el corredor hasta las escaleras y, una a una, las fue ascendiendo. Una vez alcanzado su rellano no se sorprendió al ver que la puerta de los Ford seguía cerrada.

Dudaba que volviesen nunca.

Abrió la puerta de su vivienda. Hasta entonces nunca le había parecido tan acogedora y hermosa como aquella noche. Era una lástima que tuviese que abandonarla: nunca encontraría un lugar mejor que aquel. Por desgracia no tenía otra opción. Tanith se adentró en el pasillo sin encender la luz, consciente de que era mejor que nadie supiese que estaba allí, y lo recorrió con lentitud, dejando manchas de sangre a su paso. Entró en su celda y, por un instante, se dejó caer en la cama. Necesitaba unos segundos de descanso para recuperarse. Quizás un minuto, dos, tres...

Cerró los ojos. El cansancio cayó sobre ella como una losa al relajar los músculos. Sabía que era mala idea, pero necesitaba aquellos minutos. Los necesitaba para lograr sobrevivir; de lo contrario, no podría seguir adelante.

Los necesitaba...

De repente, una gélida mano metálica cayó sobre su boca. Tanith abrió los ojos, sobresaltada, y ante ella vio la silueta sombría cuyo rostro estaba oculto tras una máscara anti-gas. Una máscara que ya había visto anteriormente y que últimamente no dejaba de perseguirla.

Después de todo, al final había logrado dar con ella.

Intentó resistirse con las pocas fuerzas que le quedaban, pero no sirvió de nada. El ser emitió un leve chasquido y del interior de la máscara surgió un sibilante chorro de gas que golpeó de pleno en el rostro de Tanith. Inmediatamente después, perdió la conciencia.

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