Zootopia: Justicia

Par LeonardoLeto

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Seis meses después del caso de Los Aulladores, un crimen con un modus operandi peculiar aparece en Zootopia... Plus

Prólogo. El mal florece
I. Seguridad
II. Aloysius
III. La plata necesita el fuego.
IV. Secretos
VI. Como un hechizo
VII. Jugando a ser Cupido
VIII. Es una treta, tesoro
IX. Piedra angular.
X. Inter-especie.
XI. Robert Wilde
XII. Siglas
XIII. Moveré los infiernos
XIV. Justicia
Epílogo: Un abrazo

V. Siete

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Par LeonardoLeto

No quiero entender

Porque eso solo me confundiría

Pero, incluso si es sólo contigo,

quiero que hablemos con nuestras propias palabras.

ViViD. May'n


Donovah leyó en voz baja la cita que Judy le había dado. Nick y ella se mantenían en silencio esperando que el lobo dijera algo. Pasaba la mirada con rapidez por todo el lugar, oteándolo, habían cientos de libros repartidos en las dos estanterías que llegaban al techo y unos cuantos más apilados por el suelo, en la otra pared habían varios reconocimientos, unos eran deportivos, como lanzamiento de jabalina, salto con garrocha, arquería, esgrima, waterpolo; y otros eran por sus escritos, en Oslo, en Alemania, Australia y en varios países más. En definitiva, el padre de Aloysius era un animal de logros.

Donovah alzó la mirada.

—¿Esto las deja un asesino? —preguntó.

—Sí —respondió Nick—. Esa es la que ha aparecido con el tercer cuerpo, hay otra dos, de las cuales una de ellas, la segunda, es fácil entenderla.

—Ya veo —asintió Donovah—. Bueno, la cita en sí la reconozco, es de La Canción del Viejo Marino, la leí cuando era joven. Y por eso me extraña. Es antigua, lo suficiente como para que los jóvenes de ahora no la reconozcan.

—O sea que estamos buscando un animal adulto —vaticinó Judy.

—Sí, adulto sin duda. Por la manera en que la cita significa, es probable que sea un adulto de entre veinte y treinta años.

—Explíquese.

—Verán. —Donovah se levantó y caminó hasta una de las repisas, afincando su peso en el bastón negro, y sacó un libro delgado y con una fina capa de polvo. Volvió con ellos y lo colocó en el escritorio—. Este es el poema, y trata, en resumidas cuentas, de una boda, un barco y la maldición que recae en éste al desafiar el mar. —Se recostó en el escritorio—. El asunto es cómo se usó la cita. ¿Tienen las otras dos consigo?

Judy miró a Nick como sopesando si sería conveniente mostrarle las otras dos al lobo, porque al hacerlo sería parte de la investigación o, al menos, una pieza clave. El vulpino se encogió de hombros y ella suspiró, sacó de un bolsillo las otras dos citas y se las entregó a Donovah. Éste las leyó en silencio y mientras lo hacía se le iba frunciendo el ceño; se veía más serio.

—Lo que me temía —dijo al fin.

—¿Qué descubrió?

Donovah le entregó las citas a Judy.

—Reconozco las tres. La primera es de El Líder Perdido la segunda es de Shakespeare y junto con la tercera veo una especie de desahogo. —Ante la mirada incomprensible de ambos, Donovah procedió a explicar—. Puesto a que se usaron, o mejor dicho, se dejaron en homicidios, hay una especie de desahogo. La primera hace alusión a él mismo. Me explico, en la literatura o incluso en la creencia cotidiana se cree que matar a alguien es matar una parte de uno mismo, porque hay que destruir esa parte de nosotros que nos hace racionales para poder cometer esa barbarie.

Judy asintió, comprendiendo, por la manera en que Miranda murió, el sujeto en cuestión tendría que tenerle un odio a ella o simplemente, no sentir la mínima compasión. Lo que le daba un motivo personal, los asesinos no actuaban de esa forma tan elaborada si no quisieran vengarse y/o hacer sufrir a su víctima. Y ahí venía la pregunta del millón: ¿cuál de entre todos los motivos personales existentes, era el que lo hacía actuar?

—En este caso, la parte «borra su nombre entonces; cuenta un alma perdida más» es por él, porque de forma filosófica ya está perdido; y en «un triunfo más para el diablo y una pena más para los ángeles» es por él, en el sentido que un triunfo para él por no sé qué razón y una pena para él también, por pender esa... digámosle empatía por los demás. —Donovah cambió el bastón a su otra pata—. La segunda cita reafirma eso, es decir, le está diciendo a la policía, o sea, a ustedes, que no parará, seguirá con lo suyo hasta que muera, lo maten o termine su venganza.

El profesor suspiró y giró con preocupación el anillo en su pata; la balanza grabada parecía moverse con cada giro.

—El problema está en la tercera cita —continuó—. Una boda, un barco y una maldición. La maldición es lo que lo hizo hacer todo eso; su motivo. Lo preocupante es el número, el siete es un número con peso, y me hace creer que, pese a las dos muertes anteriores, contando esta hay siete animales más que son su objetivo por alguna razón más fuerte que con los dos primeros.

—¿De peso? —Judy se mostraba confundida, el siete es un simple número. ¿Cómo podría tener peso en esto?

Los ojos de Donovah brillaron, resaltándole el instinto de maestro y el gusto por enseñar.

—Si se fija bien, el siete es un número recurrente en la cultura, oficial Hopps. Siete días de la semana, siete pecados capitales, las siete notas musicales, los siete mares, y la lista sigue... —Suspiró—. Y son siete los lugares más concurridos de Zootopia y sus cercanías.

Se hizo el silencio. De pronto Judy empezó a ver todo con claridad, restando a Miranda y Buck las muertes parecían empezar con un patrón. Gabriel murió en Tundratown, y, si el señor Scaledale tenía razón, los próximos seis animales caerán en los seis lugares con más población: Sabana Central, Distrito Forestal, Plaza Sahara, Distrito Nocturno, el Centro y, para su mala suerte, BunnyBurrows.

Donovah tosió un poco, sacando a Judy de sus pensamientos, rodeó el escritorio y se volvió a sentar. Frunció el ceño y las arrugas en su frente le hicieron parecer muy viejo, como si hubiera visto muchas cosas. Cuando los miró, el ámbar de sus ojos parecía suplicarles.

—Deben atraparlo. —Volvió a toser—. Si esto se sale de control, oficiales, podría pasar una desgracia. Esta ciudad no soportaría otro desastre como el último.

Al terminar su frase el profesor soltó un suspiro entre pesaroso y nostálgico, llevándose la pata al medallón de su cuello. Fue entonces cuando a Judy se le ocurrió que tal vez él supiera lo que pasó hace veinte años. No obstante, iban cortos de tiempo, en treinta minutos comenzaría el turno de la tarde y sería mejor que estuvieran presentes.

Cuando iba a despedirse del padre de Aloysius, Nick se adelantó y mostrándole la tarjeta que Mr. Big les había dado, le preguntó si podría descifrarlo. Aunque el lobo preguntó por la procedencia de la tarjeta Nick le bastó con contestarle que fue un trabajo de infiltración y éste era un posible sospechoso.

—La frase la conozco, la he leído, es de La Eneida, de Virgilio —comentó Donovah—, mas cómo llegar, pues, no puedo darle una respuesta exacta. Varía de cada cultura o religión, aunque buscaré en el poema a ver si lo encuentro.

Nick asintió, aunque desalentado y Judy lo entendía. Esa pista que les había entregado la musaraña podía ser de gran utilidad y en el dado caso de que ese sujeto no estuviera involucrado en los homicidios, al saber tanto del submundo de la ciudad, podía darles algunas pistas claras.

Donovah se levantó y los acompañó a la salida y, luego de decirles que contaban con él para lo que necesitaran, se fueron rumbo al departamento del zorro (que era el más cercano) a por sus uniformes.



Santiago se encontraba en la escena del crimen en la que según el folio que le había dado su jefe, había muerto una cerda. En lo que a Santiago respecta, no le veía el punto a revisar ese lugar, cuando de por sí, había policías rondando, pero no había llegado a ser la mano derecha de Mortati por cuestionar ordenes; sólo las seguía sin rechistar.

En la zona no había muchos policías, solo unos cinco para hacer guardia y que nadie alterara la escena, sin embargo, eso no era problema para Santiago. No había nadie en la jerarquía de los miembros del señor Mortati que fuera más sigiloso que él. Usando su complexión de zorro y su agilidad natural encontró una ventana por la cual colarse y entrar. No quedaba casi nada de la residencia, todo estaba reducido a cenizas, y en el suelo cerca de donde estaba delimitada la figura del cadáver con tiza, se hallaba un número escrito con sangre, que se tornó negra luego de que se secó; un ocho.

Según la carpeta que le había entregado su jefe, debía buscar un artefacto, aunque no especificaba qué tipo de artefacto. Sólo que estaba en un único lugar y que estaba protegido. Sin pensar en nada más, se encaminó a la sala, en concreto, a la toma eléctrica cercana a la ventana y luego de quitar la carcasa pudo ver el entramado eléctrico. Se colocó un guante de goma para evitar que le diera un toque y jaló con cuidado.

Conectado a los cables de tensión en un empatado muy burdo había una pequeña cajita, un poco más grande que la yema de su dedo. En esta había un teclado minúsculo cuyas letras eran tan pequeñas que parecían puntos. Tomó una de las herramientas que venían con el folio, unos anteojos con distintos niveles de aumento y una aguja de punta roma y, con cuidado de no equivocarse, tecleó siete letras. La pequeña cajita expulsó una tarjeta de memoria de 64GB.

Guardó la tarjeta en un sobre pequeño y éste en el bolsillo de su traje. Volvió a colocar la carcasa de la toma eléctrica, limpió la zona para borrar algún indicio que lo ligara a él o al señor Mortati y con un único ruido que era el de su respiración, serena y pausada, salió del lugar.



Si Nick se ponía a pensar todos los escenarios posibles que el búfalo podría colocarles como castigo, ciertamente, no se había imaginado este.

Habían llegado a la jefatura faltando cinco minutos para la una de la tarde, cuando cambiaban los turnos, y apenas pisaron el recinto, Benjamín los saludó y con un gesto incómodo les comunicó que Bogo los estaba esperando y que estuvieran preparados. Eso ya le había dado una idea al zorro, sólo rogaba que no le dieran parquímetros. Podía tolerar informes, pero no parquímetros.

Al entrar a la oficina, Bogo los fulminó con la mirada. Ni siquiera fue necesario que les ordenara sentarse, ambos sabían que iba para largo. El jefe se sentó tras su escritorio y suspiró sonoramente, empezando a enumerar sus faltas.

—Irrumpir en una escena del crimen en proceso —había comenzado—, faltar a su turno de la mañana sin justificación aparente, no informarme de los progresos realizados en el caso y dejar en penumbra la investigación.

Nick no respondió, pero Judy...

—Señor, con respecto a la escena del crimen, sí, reconozco mi error, pero con lo demás no es cierto.

—¿A no? —A Bogo se le había empezando a notar una vena en la frente—. Ilumíname, pues, Hopps.

—Señor, faltamos al turno de la mañana porque estábamos realizando investigación de campo.

—No me digas —había dicho con sarcasmo.

—Jefe, no dejamos en penumbra la investigación. Hemos obtenido información que ha arrojado algo de luz al caso, no es mucha, pero es algo. —Colocó las citas en el escritorio y empezó a contarle los hallazgos.

Mientras Judy le contaba lo que habían descubierto de Big y Donovah, claro está, sin mencionar a ninguno de los dos, nada más con «obtuvimos la información», el búfalo asentía mientras el ceño se fruncía tanto que parecía unírsele en una sola ceja. Al finalizar, Judy esperó que Bogo siquiera dijera algo, mas se mantuvo en silencio. Entrecruzó sus pezuñas y afinco el mentón en ellas. Suspiró.

—Esto no me gusta —murmuró.

—Señor, si nos permite, nosotros podríamos buscar alguna información con respecto a los animales —propuso Judy—. Con los tres animales se repite un mismo arresto: alteración al orden público hace veintiún años.

Bogo continuó sin decir nada, respirando con lentitud. Se movió un poco y sacó de uno de los cajones de su escritorio un documento que tenía un sello de la Alcaldía junto a otro; uno que Nick sabía que significaba problemas.

—Les pasaré por esta vez todo lo que pasó —aseveró Bogo—. Pero si vuelven a hacerlo, por mínima que sea la falta y atente contra el progreso del caso, perderemos el caso. —Señaló el documento—. Esto me llegó hoy desde el Ayuntamiento, es una queja de parte de Leonzáles sobre el manejo del caso y dice que si un incidente vuelve a ocurrir, la ZPD deberá relegar el caso a una instancia mayor.

—¿Cuál? —preguntó Judy—. ¿La ZIA?

—No. ¡Y ni los nombres!

—Ese sello, Zanahorias —dijo Nick—, es del departamento de Crímenes Mayores. Una escuadra de detectives mucho mejores que nosotros y con más... recursos.

Bogo suspiró.

—Exacto, Wilde. Crímenes Mayores es... ¿cómo decirlo apropiadamente? Ah, sí, una bandada de buitres sobrevolándonos esperando que cometamos un error para arrebatarnos el caso. Y eso no es lo peor de todo, lo peor es quien está al mando. Hace veintiún años, cuando era un novato, trabajé con el padre del que ahora es el líder y por poco no lo mato...

—De forma hipotética, claro —supuso Judy.

—Literal, Hopps —respondió con vehemencia—. Casi lo mato. —Suspiró—. He de suponer que el hijo es igual, creído hasta la médula sólo porque su padre y él han logrado ser detectives sin serlo realmente.

—¿Qué quiere decir?

—Son detectives con mención, mas no son policías.

—¿Eso se puede?

—Claro que se puede. —Bogo lanzó sobre el escritorio una carpeta abierta en la cual se veía con claridad el nombre y fotografía del líder de la escuadra de Crímenes Mayores. Judy se sorprendió y Nick tragó grueso—. Él es el segundo que lo hace.

—¿Un conejo? —Judy estaba perpleja—. Pensé que yo era la primera —añadió con un murmullo.

Nick sonrió y le colocó una pata en el hombro a ella, en una manera de decir que no importaba. No obstante, sí, era un conejo o una liebre, Nick no sabía la diferencia, para él todos eran iguales. Era blanco con patrones negros en orejas y rostro que resaltaban su blancura y de ojos azules que, aunque se mostraban serenos y metódicos, emanaban arrogancia. Se llamaba Jack Savage.

—¿Savage? —musitó Nick para sí—. ¿De dónde me suena?

—Savage fue quien desmanteló un cartel de drogas experimentales italianas —aclaró Bogo—. Crímenes Mayores lograron dar de baja a sus dos cabecillas, tanto al de aquí como al de Europa. —Resopló molesto—. Esa es la versión oficial, pero la real es que solo pudieron desmantelar la organización; los cabecillas huyeron. Y como no les convenía hacer pública una victoria parcial, decidieron contar que la destruyeron por completo. La ciudad podrá ser una utopía como todos piensan, pero se tergiversa la información a un ritmo alarmante. —El teléfono que era línea directa con la Alcaldía sonó; Bogo lo tomó—. Aquí Bogo... sí... ajá... entendido. —Colgó y miró a ambos—. Más le vale a ustedes dos resolver el caso lo más pronto posible si no quieren que, tanto Crímenes Mayores como la prensa, los destruyan. Retírense.

Nick asintió dispuesto a terminar con esta conversación; Judy, en cambio, no estaba conforme y por la mirada que tenía, estaría dispuesta a preguntar más, sólo que Nick no tenía ganas de enojar al búfalo y ganarse varios turnos en parquímetros. Antes de que la coneja pudiera decir algo, la sacó de la oficina.

Ahora, seis horas después, a las ocho de la noche, cuando faltaba poco para que su turno terminara, ambos estaban a punto de tirar la toalla; habían estado buscando todo el día alguna manera de resolver el código en la tarjeta que les dio Big, sin éxito alguno.

Ambos estaban en la oficina de informes, donde se encontraban las computadoras de la jefatura, tratando de buscar algo. Habían revisado por completo La Eneida y las otras obras de Virgilio en busca de algo que les arrojara luz, habían revisado las culturas más populares buscando algún relato o mito que los ayudara, incluso habían ondeado en religiones varias; sin embargo, nada los ayudaba.

—¿Y si nos enfocamos en el latín? —propuso Judy—. Digo, La Eneida es en latín, si ondeamos las culturas en ese idioma puede que encontramos algo.

—Eso nos reduce la búsqueda por un lado —dijo Nick— y la amplía por otro. La mitología romana, la mitología cristiana, los escritos tanto romanos como latinos y, como los romanos que hablaban latín se volvieron de politeístas a monoteístas, nos haría abarcar también las obras que traten de cristianismo o mitos relacionados tanto en latín como en español. Pero es una buena idea, Zanahorias —añadió cuando vio la expresión de la coneja.

Judy suspiró, se levantó y luego de decirle que iba a por unos cafés, salió, mientras Nick seguía tratando de desenmarañar eso. Era la única manera de poder obtener alguna pista, pero era complicado.

Facilis Descensus Averni. «El descenso al infierno es fácil».

Nick tenía que reconocerlo, ese animal supo cómo guardar su ubicación, además, que supiera tanto de literatura lo hacía un posible sospechoso. Veía la frase y se repetía mentalmente cómo se llegaba al infierno, una pregunta con múltiples respuestas como había dicho Donovah, pero la idea de Judy era buena y como no tenía alguna otra mejor, optó por seguirla.

Judy llegó y le estiró una de las dos tazas de cafés.

—¿Nada aún? —preguntó ella.

—Nada. —Nick tomó la taza—. Zanahorias... —Dio un sorbo— ¿cómo llegas al infierno?

—Siendo tu compañera —respondió ella en broma, afincándose en el apoyabrazos de la silla del zorro.

Nick sonrió.

—Coneja astuta.

Judy dio un sorbo de café y lo colocó en el escritorio del zorro.

—Prueba con esto: «Escritos en latín que digan cómo llegar al infierno» —alentó ella— u «obras que indiquen cómo llegar al infierno». ¿Qué se yo? Alguno debe servir.

«Obras que indiquen como llegar al infierno», pensó Nick y recordó su viejo ejemplar de La Divina Comedia que tenía en su casa, si no mal recordaba en ese escrito se relataba cómo llegar al infierno. ¿Sería posible que fuera así de fácil?

Se inclinó hacia el ordenador y buscó la obra por internet, Judy le preguntó qué estaba haciendo, pero él no respondió, había tenido una especie de epifanía que sucede una vez en la vida. Lo primero que saltó fue la primera de las tres obras, Inferno, y al leer, una sonrisa se le dibujó.

—Zanahorias, escucha esto —dijo, tratando de contener la naciente emoción que lo embargaba—, «Inferno es la primera de las tres cánticas que conforman La Divina Comedia en el cual se relata el viaje de Dante y Virgilio a través del infierno».

—Dante y Virgilio —murmuró Judy, sorprendida—. Virgilio. Una doble referencia.

—Exacto —convino él—, la simple a Virgilio y la oculta a Dante.

—¿Crees que en la obra esté la dirección? —Nick asintió—. ¿Dónde? El poema es demasiado largo y tenemos... —Judy miró su reloj— dos horas antes de que comience la reunión. No podemos leer el poema completo, ni aunque nos lo dividamos.

Nick lo meditó. Era verdad que el tiempo era apretado, pero esa pista fue tan fortuita que no hizo que el zorro se desalentara, todo lo contrario. Cerró los ojos para pensar. No era un detective de primera ni nada por el estilo, sin embargo, casi siempre al descifrar una pista complicada, la siguiente era sencilla para motivar a seguir con la búsqueda, era eso o los libros de misterio que leía de tanto en tanto son mentiras. Ahora bien, si la cosa era así, la respuesta debería estar a simple vista.

—Tal vez... —murmuró. Buscó en internet el primer canto de Inferno. Abrió en enlace y cuando leyó, sonrió de oreja a oreja; miró a Judy—. Elemental, mi querida Zanahorias —dijo—, para oreja. —Carraspeó—. «A mitad del camino de la vida/ en una selva oscura me encontraba/ porque mi ruta había perdido» —citó.

Judy sonrió y le dio un golpe en el hombro.

—Selva. Distrito Forestal.

—Ahora nos falta hallar el lugar específico.

Frunció los labios. Ya había encontrado la parte sencilla, ahora, de nuevo, la pista siguiente se hacía complicada y por lo general tenía que ver con algo simple pero complejo a la vez, quizá relacionado con el principio. Suspiró. No se le ocurría nada.

—Se aceptan ideas —comentó Nick, tratando de bromear, mas la coneja no le hizo caso, estaba con la expresión que él conocía muy bien: desenmarañando algo—. ¿Qué piensas, Zanahorias?

Inferno es el viaje de Dante y Virgilio por el infierno, ¿cierto? —Nick asintió—. ¿Cuáles son las causas que hacen llegar a la gente al infierno de Dante? —preguntó.

—Fácil, Pelusa. Son los siete pecados capi...

—Ajá. —Judy sonrió—. Siete. ¿No había dicho el padre de Al que el siete es un número predominante en la cultura actual? Busca algo referente a los siete pecados.

Nick, comprendiendo lo que la coneja trataba de decirle, escribió en el buscador «Dante. Inferno. Siete pecados capitales». La búsqueda le arrojó varios resultados, sin que ninguno fuera especialmente llamativo. Entró en el primer link. Judy se acercó a él para mirar la pantalla y Nick sintió un cosquilleo en el cuerpo que se asentaba en el estómago cuando ella rozó su pelaje con el suyo.

En la pantalla aparecía un artículo.

La obra del poeta Dante Alighieri, además de ser considerada la obra maestra de la literatura italiana y una de la cumbre de la literatura universal, en su época le sirvió a la Iglesia para aumentar su cantidad de fieles, generándole un mayor número de ingresos, debido al horror con los que son narrados las torturas de los condenados en los distintos círculos. Gracias a esto el Vaticano de la Edad Media ideó un recurso mnemotécnico en latín para recordar los Siete Pecados Capitales: superbia (soberbia), avaritia (avaricia), luxuria (lujuria), invidia (envidia), gula, ira y acedia (pereza), cuyo acrónimo es SALIGIA.

El artículo en sí no arrojó de buenas a primeras algo al enigma, sin embargo, él bien sabía que no iba a ser tan fácil descubrirlo. Que la información esté tan accesible implicaba que lo siguiente sería complicado, no obstante, al leer el artículo por tercera vez algo en su mente parecía tratar de salir, como si quisiera recordar algo sin acordarse en concreto de qué era.

—¡Eso es! —gritó Judy, eufórica—. ¡Eso es, Nick! —Le dio un golpe en el brazo—. Pregúntale a Finnick dónde queda.

—Zanahorias, que...

Y de pronto todo calzó.

«A dos calles de Saligia —había dicho Al—, pero no el de aquí, sino el de Distrito Nocturno».

De pronto la emoción estalló en el vulpino, haciéndolo soltar una carcajada, se llevó la pata al bolsillo y sacó su móvil. Llamó al fennec tan exaltado que los dedos le temblaban al tocar la pantalla. El tono de marcado sonó y luego de seis timbrazos, Finnick contestó.

—¿Que carajos quieres, Nick? —espetó Finnick, susurrando—. ¿No puedes dejar que se me pase el ratón en paz?

—Finnick, no hay tiempo —se emocionó Judy—. ¿Dónde queda el bar Saligia de Distrito Forestal?

—¿Coneja? Agh, este... en... deja me acuerdo. —Hubo una pausa agónica—. Avenida Ivy. ¿Por qué?

—Gracias —dijo Nick y colgó.

Ambos se quedaron viendo y Nick no lo soportó más, la alzó en brazos soltando carcajadas mientras giraban en la silla. Al fin lo habían conseguido. Luego de unas merecidas risas y emociones varias, la colocó en el suelo. Ella fijó el lila de sus ojos con los suyos.

—Ponte hermosa, Zanahorias —dijo Nick levantándose de la silla—. Tenemos una fiesta a la cual asistir.

Judy sonrió y se llevó las patas a la cintura.

—Lo mismo te digo, torpe zorro.

Nick se acomodó la corbata de forma juguetona.

—Aún no me has visto de etiqueta, Cola de algodón.

—No tengo muchas expectativas —bromeó ella.

—Nick Wilde siempre supera las expectativas —repuso él, ofreciéndole el brazo; ella lo tomó—. Madres encierren a sus hijas, luego encierren a sus sirvientas y después enciérrense ustedes. Nick Wilde ha salido a cazar.

Judy rió, y luego le siguió Nick, mientras salían de la jefatura dispuestos a seguir esa nueva pista, esperanzados en que diera sus frutos.



Faltando una hora para que comenzara la fiesta en Distrito Forestal, Bogo le dijo a Judy que se pasara por el Departamento Forense para que escucharan los informes de los tres cuerpos. Ella no tenía muchas ganas de ir a ese lugar, pero no tenía opción; era su caso y tenía que hacer lo que tenía que hacer. Trató de contactar al zorro, aunque no lo logró.

Cuando llegó al lugar, Bogo la esperaba de brazos cruzados en la puerta del Departamento y cuando la vio en traje de gala, arqueó una ceja, inquisitivo.

—Descubrimos lo que decía la cita de la reunión —dijo Judy, respondiendo la muda pregunta del búfalo—, iba para allá.

—¿Y Wilde? —preguntó Bogo.

—No pude encontrarlo, aunque fijamos encontrarnos en el Centro y de allí tomaremos el teleférico a Distrito Forestal.

—Así irás con Wilde.

—Sí.

Um...

Judy percibió que su jefe estaba pensando algo, mas no supo qué. Sin darle más importancia, entraron al Departamento. Era parecido a la jefatura, sólo que en lugar de oficinas donde habían oficiales aquí habían laboratorios de todo tipo: ADN, fibras, toxicología, entre otros. Caminaron hasta la morgue, donde un forense, un lobo con una bata blanca que le llegaba a los tobillos, les indicó el camino.

Llegaron donde se encontraban los cuerpos de Miranda, Buck y Gabriel, acostados, con una manta hasta la cintura.

—Aquí las tienen —dijo el lobo.

Bogo les dio una mirada rápida y Judy apretaba las patas en un intento de no exaltarse; deseaba intensamente que el Nick estuviera con ella, él sabría qué decir.

—¿Causa de muerte? —preguntó Bogo.

—Bueno, es muy claro que ellos murieron por homicidio. Qué creía que le diría ¿tos ferina?

—Repito: ¿causa de muerte? —Bogo frunció el ceño—. Y más le vale responder con seriedad si no quiere que les informe a sus superiores.

El lobo suspiró.

—Bien. —Señaló a Miranda con un amplio movimiento de la pata—. Ella murió incinerada; se hallaron restos de un estimulante neuronal que sobrecargó sus terminaciones nerviosas, aplicado mediante una herida punzo-penetrante en el estómago. —Señaló a Buck—. Él murió por asfixia, tenía ambos pulmones perforados y la tardía intervención médica, o más bien nula, causó su muerte; de igual manera, tenía el mismo estimulante neuronal. —Judy reprimió un estremecimiento al recordar lo sucedido con el carnero; el doctor señaló a Gabriel—. Y él murió por traumatismo craneoencefálico, pero antes de su muerte le extirparon los ojos; también tenía el mismo químico en su sangre. En cuanto al químico (el cual creo que es veneno, pero es solo una suposición) lo mandé a toxicología.

Bogo miró los tres cuerpos y, luego de soltar un sonoro suspiro, le asintió al lobo; le hizo una seña a Judy para retirarse.

Durante el poco camino para salir de Departamento Forense el búfalo no dijo palabra alguna. Fue cuando estaban fuera, que abrió los labios.

—¿Conclusiones?

—El motivo parece ser la venganza —respondió ella—, lo que concordaría con lo que hemos descifrado de las citas. Se descarta venganza pasional, por el número de cuerpos. Sin embargo, se desconoce qué tipo de venganza, en caso de que sea ése el móvil.

—¿Algo más?

—Por ahora no, señor.

—Te faltó ver más allá, Hopps. —Bogo se llevó una pezuña al rostro e hizo pinza en el entrecejo—. ¿Qué te dice el asesino? ¿Qué ves más allá de lo visible? Por su forma de actuar, vemos que es alguien delicado en lo suyo, que se toma su tiempo. Patrones repetitivos y perfeccionistas con el método de inhabilitar a sus víctimas indican planeación, ira reprimida, tal vez un odio tóxico. Es posible que estemos tratando con un sociópata, como tal vez con un psicópata. ¿Conoces las diferencias entre ambos?

—El sociópata es más agresivo, sin paciencia, compulsivo, mientras los psicópatas son más calculadores y tiene mejor planeación.

—Ahora dímelo sin que me cites lo que enseñan en la Academia, Hopps —suspiró Bogo—. No me irás a decir que con ese razonamiento resolviste el caso de Los Aulladores. ¿Contra quién estamos jugando?

—Señor, lo que hacemos no es un juego.

El jefe de la ZPD bufó con diversión.

—Hopps, cuando tengas mi experiencia, sabrás que es un juego. A veces tan simple como el gato y el ratón, y a veces tan complejo como una de las mejores partidas de ajedrez. ¿Contra quién jugamos, entonces: un sociópata o un psicópata?

—Un psicópata, señor —respondió Judy, sopesando. Todo apuntaba a que el asesino era un psicópata, esa planeación en cuanto a los homicidios era muy delicada y estudiada—. Por su modus operandi.

Bogo se quedó en silencio, mirando fijamente el cielo nocturno. Judy quería que él le diera permiso para irse porque si no iba a llegar tarde con Nick, y no quería dejarlo esperando. Una brisa los abrazó a ambos, calándole el vestido y erizándole un poco el pelaje.

—¿Cuál es la diferencia clave entre los dos, Hopps?

—Uno nace, el otro se hace —respondió, rebuscando en su memoria—. Mientras el psicópata nace así, el sociópata se hace, es un rasgo adquirido. Sin embargo, eso está en discusión aún, ya que ambos son trastornos de la personalidad.

—En efecto —asintió—, y por ende, Hopps, no puedes concluir qué es o no es de forma definitiva. Siempre hay un margen de error. Nuestro contrincante, aquel jugador que sabe qué pieza mover antes que nosotros, puede ser uno u otro, o puede ser el margen de error. ¿Qué te asegura que no es un sociópata, que ha esperado el tiempo que fuera para planear las jugadas y analizar sus pros y contras antes de hacerlas? Nada es claro aún, lo que sí lo está es que el motivo de este asesino es personal, nadie hace tanta parafernalia para matar por disfrute. Lo imagina, analiza, planea y ejecuta. No deja rastros que lo liguen, huellas, sangre, pelajes sueltos, nada. Y lo que deja, su firma, es para burlarse de nosotros. Se cree astuto, y animales así son de temer, porque mientras más impune sale, más valor adquiere y más actúa. —La miró con gravedad—. Ustedes dos deben frenarle los pasos, predecirlo, antes de que sus aires aumenten. Puedes retirarte, Hopps.

Suspirando agradecida, ella asintió, no obstante, antes de irse, Bogo le dijo una última cosa.

—No olvides una peculiaridad de los asesinos de su calibre, Hopps: son camaleones.



Faltando solo cinco minutos para la fiesta en Distrito Forestal, Nick se encontraba en el Centro, cerca del teleférico, esperando a Judy. Habían acordado estar a veinte minutos para las diez en el lugar. «La reina de la puntualidad llega tarde», pensó riendo suavemente. Al cabo de dos minutos más Judy se apareció corriendo con dificultad.

Al verla, a Nick se le olvidó cómo hablar y por poco casi respirar. Judy llevaba un elegante vestido con una abertura en la pierna, le llegaba hasta los tobillos dejando ver unos tacones bajos de color gris suave que le agregaban unos centímetros de altura y la hacían ver elegante, y tenía un brillo transparente en los labios. Llevaba un collar dorado con un dije de zanahorias y un pequeño bolso de mano color negro. Cuando lo vio, sonrió, y a Nick se le hizo lo más hermoso que jamás hubiera visto.

—Vaya, te ves bien con traje —saludó la coneja.

Nick no respondió. «Dile algo.»

—Casi son las diez, vámonos —apremió ella.

«Te está hablando, respóndele.»

—¿Nick?

«¡Responde! ¡Bromea! ¡Bromea o se dará cuenta que la estás observando!»

Nick trató de apartar la mirada de ella, pero era imposible. ¡¿Cómo no verla?!

Carraspeó.

—Uh..., em... —Trató de recordar cómo poner dos palabras juntas—. Za-na-ho-rias. —«Vas bien, ahora una frase»—. Es... estás despampanante. —«Eso es, ¿ves que si puedes?»—. Si hubiera sabido que tenía una compañera así, me ofrecía voluntario a generar una nueva especie. —Se rió por su broma, aunque en el fondo la idea no le pareció tan descabellada y luego se reprendió por eso. ¿Qué hacía pensando eso?—. Pero... —Se llevó las patas al rostro como si de una reina de belleza que acabara de recibir su corona se tratara—, este Adonis no es de una sola. —Rió de nuevo.

Judy sonrió y negó con la cabeza.

—Si ya dejaste de decir boberías, torpe zorro, apúrate, que vamos tarde.

—Oye, que yo no fui el que llegó tarde.

Y antes de que pudiera seguir bromeando con ella el teleférico llegó. Se subieron. El trayecto duraba unos diez minutos desde el centro hasta la Avenida Ivy, y como no tenían nada qué hacer en eso Judy le contó sobre la ida al Departamento Forense y sobre el químico que tenían los cuerpos de Miranda, Buck y Gabriel, así como las formas en que murieron.

Nick oía todo, pero era como si no; asentía sin cesar a cada palabra que decía, enfocado en su belleza. «Esa no puede ser Zanahorias. Esta demasiado bella para serlo. ¿Es que acaso fue siempre así?», pensó. Reevaluando el porqué ella causó que se quedara sin palabras y ese misterioso magnetismo que le impedía apartar la mirada, veía cómo el dije de zanahoria descansaba un poco más abajo de sus clavículas, cómo la abertura en un lado del vestido subía por la pierna, sugerente pero sin ser descarado. Y cuando vio los labios moverse con ese fino brillo, se relamió los propios.

—¿Por qué te lames? —preguntó Judy.

«Resuélvete solo... Nos vemos.»

Em... este... —Esa miserable vocecita se iba en los momentos más inoportunos—. Tengo sed —dijo—. Sí. Sed.

—Ah, bueno, ya estamos por llegar. Allá beberás algo.

—Sí —asintió.

Luego de eso respiró profundamente varias veces tratando de controlarse. ¿Qué diablos le pasaba? O sea, Zanahorias es su compañera, sí, y aunque hoy esté bien deslumbrante con aquel vestido, no dejaba de serlo, ¿entonces por qué pasaba eso?

«Tu sabes muy bien por qué —dijo la misma vocecita en su mente.

»¡Cállate! —la silenció.

»Sólo te digo lo que en el fondo ya sabes.

»¡Largo!

»Soy tu consciencia Nick, vivo contigo. Como Finnick. Solo que a mí no me puedes echar.»

Se dio una palmada en la cabeza, como si así sacara a esa molesta voz, y cuando no la oyó más, suspiró relajado. Estaba empezando a pensar que estaba presentando síntomas de esquizofrenia.

Luego de unos minutos llegaron a Distrito Forestal. El teleférico los dejó a menos de una calle de la Avenida Ivy y luego de caminar un poco, encontraron el bar. Bueno, bar sí era, pero había dos puertas. Una de ellas daba al bar que se veía desde fuera, con taburetes, una barra y todo eso, y la otra tenía un pequeño pasador para los ojos. Se acercaron a la del pasador y Nick tocó dos veces con sus nudillos. Acto seguido unos ojos aparecieron por la rendija y una voz gruesa y gutural murmuró:

—Libro.

Inferno.

La puerta se abrió luego de una serie de sonidos de pestillos. El que abrió era un rinoceronte vestido con traje, y a unos pasos de él, una escalera ascendía hacia la oscuridad.

—La reunión será en la planta de arriba —dijo el rinoceronte.

—Gracias —repuso Nick; se volvió hacia Judy—. ¿Lista, madame? —añadió, tendiéndole el brazo.

Judy asintió y lo tomó. Y sin ambos saber qué esperar, caminaron escaleras arriba.

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