La primera chica que invité a salir en contra de mi voluntad después de la muerte de Harry pensaba que era músico. Lo cual no era del todo falso. Tenía una guitarra eléctrica y una cinta del video con un tipo calvo que aseguraba que podía enseñarme a tocar en dos horas. Aunque lo cierto es que me encontraba a más de un millón de kilómetros de cualquier cosa relacionada con la música.
La chica se llamaba Claudia, tenía 17 años. Y la única razón que empecé a salir con ella fue porque tenía los ojos verdes y cabello castaño ondulado. Por alguna razón me recordaba a Harry, y pronto la soledad estaría matándome si no conseguía a alguien tan siquiera para charlar.
Le ofrecí enseñarle a tocar la guitarra gratis, y ella aceptó.
-¿Y se tarda mucho en aprender a tocar la guitarrá? –me preguntó Claudia.
-No demasiado –le dije-, sólo un par de horas.