Parente

By EstherVzquez

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Mercurio renace tras el Gran Colapso que lo llevó a la destrucción hace más de cien años lleno de incognitas... More

Parente
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo

Capítulo 9

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By EstherVzquez

Capítulo 9

El Templo era un lugar extraño. Construido en las profundidades de una de las más profundas cavernas de la zona, el Templo se alzaba en forma de cinco agujas de piedra en cuyo interior, comunicados por pasillos subterráneos, se hallaba el corazón de la fortaleza de Anderson. Era un lugar sombrío, iluminados sus pasillos tenuemente con farolillos de luz amarillenta, de techos bajos y grandes estancias cavernosas en cuyo interior las voces generaban inquietantes ecos que perseguían a los habitantes a lo largo de los pasillos.

Aidur lo había visitado en muchas ocasiones durante su época de aprendiz. Convertido Anderson ya por aquel entonces en uno de sus pocos amigos, el joven Van Kessel había ido y venido una y otra vez de un castillo a otro en busca de consejo y ayuda. Y siempre se había encontrado las puertas abiertas, desde luego. Aidur era muy querido allí, y lo sabía.

Desde su nombramiento, sin embargo, las cosas habían cambiado. El Parente y Anderson apenas coincidían, y eso era algo que siempre había lamentado. Por suerte, irónicamente, Kandem parecía estar a punto de unirles.

Kandem, Milliá, Kaal y todos los demás lugares que pronto engrosarían la lista negra a no ser que lo detuviesen a tiempo.

Marco Gianetti fue el primero en recibirle. Luciendo sus habituales ropas de trabajo, un mono militar negro y una cazadora corta de cuero desgastado, el agente saludó al Parente con un fuerte apretón de manos al que este respondió con una palmada en la espalda. Seguidamente, mostrando la mejor de sus sonrisas, hizo una ligera reverencia hacia la auditora, la cual, sorprendida ante la monstruosa estructura de piedra que se alzaba ante ellos, se mostraba totalmente conmocionada.

—No sabe cuánto me alegra verle en plena forma, Parente. Anderson les espera dentro con todo preparado.

—¿Formas parte de la expedición, Marco? ¿O te mandan para otro lado?

—Ojalá; me encantaría ir, pero me temo que de momento me quedo. Mis hermanos, en cambio, han corrido mayor suerte. En menos de dos horas saldrán hacia Kandem.

Juntos cruzaron las enormes puertas que daban al amplio y cavernoso recibidor del Templo. Decorando sus paredes, enormes vidrieras con imágenes de mujeres desnudas de larga cabellera rubia tocando el arpa y otros tantos instrumentos daban la bienvenida a los recién llegados. El suelo estaba enmoquetado de azul y rojo, con hermosas florituras que se mezclaban entre sí dibujando llamativos nudos marineros; había ocho imponentes jarrones de cerámica diseminados por toda la estancia, todos ellos llenos de flores secas, y, coronando la pared del fondo, la parte superior de una hermosa escalera de mármol que descendía hacia los niveles inferiores.

Anderson les aguardaba a la entrada de la escalera, con una terminal portatil en la mano y un miembro de su equipo frente a él, escuchándole atentamente. Al parecer le estaba dando las últimas directrices a seguir antes de reunirse con Novikov y Van Kessel. Anderson enumeró una tras otra todas las funciones que debía realizar y, no sin antes darle una palmada en la espalda, se despidió de él con un sonoro "suerte". Seguidamente, con una expresión entre preocupada y nerviosa cruzándole el rostro, acudió al encuentro de sus compañeros.

—Imagino que debe ser usted la Parente Novikov, un placer. Soy el Parente Adam Anderson, señor del Templo. —Adam le tendió la mano y ésta se la estrechó con firmeza, segura de sí misma—. Aidur, me alegro de verte. Llegáis en un buen momento: Mercurio parece estarse volviendo loco por segundos. Llegan noticias de todas partes. ¿Sabéis ya lo de Kaal y Melliá?

—Algo sabemos, aunque los informes no son claros aún. Imagino que usted tendrá información actualizada. Por cierto, Parente, ¿están aquí mis hombres? ¿Reed y Cruz?

Mientras descendían las escaleras camino a una de las salas de reuniones, Novikov descubrió que mientras que Cruz sí que se encontraba en el Templo, Reed había decidido adelantarse y viajar hacia Kaal por sí solo. Entre sus planes se hallaba el intentar localizar algún factor común en las tres localidades a través del cual intentar dar respuesta a las miles de preguntas que lo ocurrido generaba.

—¿Ha ido solo?

—Uno de mis hombres le sigue de cerca: Bastian Demirci. Es uno de los mejores así que no debe preocuparse, Parente. Aunque su hombre no sepa que está allí, Bastian velará por su bienestar.

—Bastian es uno de los buenos —añadió Marco en tono distante, pensativo.

Recorrido ya el camino, Adam se detuvo frente a una de las puertas y, no sin antes golpearla con los nudillos dos veces, la abrió. En su interior, aguardando su llegada, Teresse y la joven Morganne permanecían en pie junto a la mesa de reuniones, a la espera.

Ambas sabían cuál era su papel.

Teresse dio la bienvenida a todos los presentes con una respetuosa reverencia y les invitó a tomar asiento, todo en silencio. Seguidamente, tras entregar el control remoto del proyector al Parente, salió de la sala mientras que Morganne repartía y llenaba varias tazas de café, con el ceño fruncido de pura concentración, como si aquella sencilla acción fuese todo un reto. Una vez servidas se retiró al fondo de la sala, lugar en el cual apoyó la espalda sobre la pared y aguardó en silencio, de brazos cruzados, a que diese inicio la reunión.

Aidur le dedicó una breve mirada antes de volver la vista hacia la pantalla sobre la cual se iniciaría la reproducción. Su rostro le resultaba familiar, muy familiar, aunque no sabía exactamente de qué. Seguramente, se dijo mientras probaba la taza de café, la cual, por supuesto, ni estaba a la temperatura pertinente ni disponía de la hoja de menta esperada, la habría visto en la sede de Tempestad, formándose.

—Puedes retirarte, Morganne. Gracias —advirtió Adam mientras preparaba las imágenes—. Si te necesito te lo haré saber.

—No hace falta, Parente. Aquí ya estoy bien.

Rápidamente, como si de tres resortes se tratasen, las cabezas de los tres Parentes se volvieron hacia la joven, atónitos. Aquella respuesta irreverente no era lo que esperaban escuchar. De hecho, hasta le fecha nunca nadie había osado responder de aquel modo, y mucho menos en público.

—¿Cómo dices? —respondió Adam, perplejo—. No era una petición, Morganne. Esta es una reunión privada.

—Lo entiendo, Parente —insistió la joven, decidida—, pero yo podría aportarles mucha información y ayuda. Después de todo, yo soy la única de los cuatro que estuvo allí y lo vio con sus propios ojos por lo que creo que es importante que me quede, ¿no le parece?

Viendo ya la ira encenderse en los ojos de Anderson, Van Kessel se apresuró a intervenir antes de que la auditora pudiese llevarse aún peor imagen de su compañero. Tener agentes rebeldes en el grupo no era algo demasiado inteligente, desde luego, pero a veces se daba. Al propio Van Kessel le había pasado. El tener agentes rebeldes y que además el resto lo supiese, sin embargo, era un error que no se podían permitir.

—Quizás no sea una idea tan descabellada después de todo —intervino Van Kessel con tranquilidad, fingiendo indiferencia—. Dices que has estado allí, ¿verdad?

—Así es, Parente Van Kessel. Si usted quiere le puedo explicar todo lo que sucedió. Y cuando digo todo es...

—Basta, Moreau —cortó Anderson, alzando el tono de voz—. Ciertamente puede que nos seas de utilidad así que quédate quieta y calladita. Hasta que alguien te pregunte no quiero que abras la boca, ¿queda claro?

Satisfecha ante su pequeño triunfo, la muchacha asintió, visiblemente contenta. Adam, en cambio, no pudo más que dejar escapar un suspiro, irritado ante la situación. Odiaba verse en aquel tipo de circunstancias. No obstante, no era el momento de pensar en ello.

Había cosas muchísimo más importantes.

Empezó a mostrar las imágenes tomadas del edificio encontrado bajo Kandem. La iluminación y la distancia complicaban notablemente la visión, pero al menos éstas presentaban más detalles que los de la fotografía de Novikov. En la presentación se podían ver estatuas de forma humanoide, aunque no pertenecientes a seres humanos, al menos en apariencia, escaleras de piedra cuyos escalones eran algo más altos de lo habitual en Mercurio, torres altas y esbeltas, de formas circulares y afiladas a la vez, y cúpulas llenas de colores sorprendentemente llamativos. Grabadas en las fachadas de los edificios había imágenes y símbolos, jeroglíficos, en los ventanales lo que parecían ser flores y, en lo alto de los tejados inclinados, extraños símbolos circulares en cuyo interior se revelaba una imagen felina.

Embelesado por el descubrimiento, Aidur contempló las imágenes en completo silencio, grabando en la retina todo cuanto veían sus ojos. Si realmente aquel lugar era tal y como se mostraba en la presentación, el Parente estaba casi seguro de que se podría considerar como uno de los mayores descubrimientos del siglo.

Al menos siempre y cuando fuese real, claro.

Aunque resultaba tentador dejarse llevar por la magia del descubrimiento, Aidur intentaba ser lo más realista posible. Ciertamente todo apuntaba a que acababan de descubrir la primera evidencia de la existencia de una segunda civilización en el planeta, pero hasta que no lo confirmasen no se atrevía a fantasear al respecto. Tal y como ya habían discutido anteriormente, las restrictivas leyes mercantiles de Mercurio daban alas a los más avispados.

—Hemos estado revisando los archivos antiguos de Kandem. Si os fijáis en este mapa... —En la pantalla apareció un mapa arquitectónico de los distintos niveles y partes que componían la explotación—. La zona en la cual actualmente se encuentra el edificio es una zona no explotada. Como bien sabéis, en Nifelheim las explotaciones solo llegan hasta el segundo nivel. La sala en la cual se halla, sin embargo, está dos metros por debajo del límite. Es decir, se podría considerar que está en la parte superior del tercer nivel.

—¿El tercer nivel? Imposible, si realmente fuese así la temperatura habría matado a los tuyos, lo sabes. Tan solo los androides soportan el tercer nivel.

—Al menos esa es la teoría, sí —reflexionó Novikov, visiblemente pensativa—. Pero viendo el mapa es evidente que Anderson está en lo cierto: la galería donde se halla el edificio está en el tercer nivel. Me llama la atención lo que has comentado respecto a la explotación: ¿qué significa exactamente el hecho de que no haya sido explotada?

—Significa que no debería existir galería alguna: que todo debería ser piedra a no ser que sea una galería natural, claro. —Van Kessel volvió la mirada hacia su compañero—. ¿Es una galería natural, verdad?

Adam no supo qué responder. Aunque aquel detalle tenía gran importancia, lo cierto era que el hecho de que sus hombres no se hubiesen adentrado en la gruta complicaba las cosas. Las imágenes llegaban hasta donde llegaban.

—Pronto lo sabremos. Mi equipo de exploración saldrá en apenas una hora hacia allí. En tus manos está que tu chico se adentre en el Santuario, Aidur.

—El Santuario Tremaine, querrá decir, Parente —corrigió Morganne desde el fondo de la sala con malicia—. Hasta donde sé se le pone el apellido del descubridor, ¿no?

—¿Tremaine? —Novikov alzó las cejas, sorprendida—. ¿Quién es Tremaine, Anderson? No aparece ese nombre en las listas que me envió. ¿Un agente nuevo, quizás? ¿Algún guía local?

Adam se puso en pie, incómodo. Morganne se había ido de la lengua en el peor momento. La gran duda al respecto que quedaba era: ¿lo habría hecho a posta? Desde el punto de vista de Adam, seguramente no. Simplemente lo había hecho para intervenir; ganarse su propia parcela de atención. Lamentablemente, lo que acababa de hacer complicaba notablemente las cosas. Y no solo con Novikov, que en aquel entonces era la que menos le preocupaba. No. El problema real venía con Aidur y cómo reaccionaría.

 Van Kessel era impredecible.

Por suerte, la noticia parecía haberle noqueado de tal modo que ni tan siquiera respondió. Simplemente volvió la mirada hacia su compañero, perplejo, y permaneció en completo silencio a la espera de su respuesta. Ciertamente habían muchas Tremaine en Mercurio: centenares. Podía ser una casualidad.

No obstante, sabía que no lo era.

Desde luego que no lo era.

—Es un nuevo miembro de mi equipo, sí. Al igual que la señorita Moreau, la señorita Tremaine se ha unido recientemente. Le enviaré sus datos lo antes posible, Parente. ¿Podemos seguir ahora con la revisión de las imágenes, por favor? Creo que es importante que discutamos sobre lo que hemos conseguido. Como ya he dicho mis hombres van a partir hacia allí de inmediato y me gustaría que supiesen lo que tienen que hacer en todo momento.

—Desde luego —Novikov asintió, totalmente de acuerdo—. Me parece bien. Sigamos entonces: ¿tiene más imágenes? ¿Algún que otro dato? Teniendo en cuenta la localización de la galería, aunque fuese natural, la temperatura debería rondar los noventa grados, ¿me equivoco?

—Debería, sí, pero lo cierto es que la temperatura ambiente es de 35 grados. —Adam hizo una breve pausa, visiblemente inquieto—. Sinceramente, compañeros, nos encontramos ante un gran misterio frente al cual no tengo otra opción que empezar a abrir puertas que hasta ahora hemos mantenido cerradas. Con esto no quiero decir que no exista una explicación lógica relacionada con los negocios clandestinos que hay en Mercurio. Probablemente así sea: todo quede reducido a un grupo de vándalos. No obstante, teniendo en cuenta lo que ha pasado en Kaal y Melliá es inevitable remontarnos a los viejos tiempos del Gran Colapso. Aunque para muchos el tema quedase zanjado y olvidado, lo cierto es que las preguntas entonces formuladas siguen sin tener respuesta. Y esas preguntas vuelven a estar sobre la mesa: ¿qué está pasando? ¿Dónde está toda esa gente? ¿Qué genera que desaparezcan? —El Parente negó suavemente con la cabeza—. Ojalá me equivoque, pero creo que no soy el único que ve las similitudes.

Aidur apoyó la espalda sobre el respaldo de la silla, pensativo. Era innegable que los acontecimientos parecían estarse repitiendo. Durante el Gran Colapso la desaparición en masa había sido, al menos en teoría, repentina, no escalonada. No obstante, teniendo en cuenta la poca cantidad de datos que se tenía al respecto, era probable que se hubiese dado de un modo parecido. De hecho, era lo más probable. Sea como fuere, a aquellas alturas aquel dato era lo de menos. Lo realmente importante ahora era encontrar el modo de detenerlo, y para ello era básico saber a qué se estaban enfrentando.

Pidió que volviera a mostrar la imagen del Santuario en la cual se veían las estatuas. La fotografía había sido realizada desde demasiada distancia como para poder ver el detalle, pero era evidente que las esculturas no representaban a hombres comunes. Aparentemente eran seres humanoides, de eso no cabía duda: dos piernas, dos brazos, cabeza, etc, sin embargo, su constitución no se correspondía a la de un humano. El ser allí representado era demasiado alto y delgado para ello. Así pues: ¿qué era aquello que los artistas habían intentado mostrar? ¿Su ideal de belleza humana? ¿O quizás algo totalmente distinto?

¿Estarían frente a la representación de otra especie?

A su memoria regresó la imagen de los humanoides con cabeza de gato que había visto durante la exploración de la mina. Aidur estaba convencido de que parte de la visión había sido producto de la intoxicación, aunque no toda. ¿Sería posible que, después de todo, hubiese sido testigo de la presencia de otra raza en Mercurio?

Demasiadas preguntas sin responder: Van Kessel necesitaba empezar a investigar lo antes posible. Necesitaba ver con sus propios ojos qué estaba pasando.

—Sabes lo que opino al respecto, Adam. No sería la primera vez que se encuentra otro tipo de vida en un planeta —respondió Aidur tras unos minutos de reflexión—. Si tiramos de hemeroteca, Tempestad ya ha localizado al menos cinco razas alienígenas distintas a lo largo de toda la galaxia conocida: ¿quién nos dice que en Mercurio no reside la quinta?

Ambos volvieron la mirada hacia Novikov, a la espera de su respuesta. Aunque para ellos tocar aquel tema fuese poco menos que tabú, la auditora ya había viajado lo suficiente a lo largo del sistema como para saber que, en el fondo, todos los planetas albergaban terribles secretos sin respuesta. Algunos, incluso, mucho peor que una raza alienígena.

—Es una opción, desde luego, pero creo que es demasiado pronto para pensar en ello —respondió la auditora, pensativa. Al igual que a Aidur, a ella también le inquietaban las estatuas—. Siendo realistas, lo que está claro es que alguien ha construido ese edificio por lo que tenemos que tener en cuenta la posibilidad. No obstante, ciñámonos a lo que sabemos hasta ahora: ¿ha sido posible acceder a la base de datos de Kandem? Entiendo que en el registro sísmico debería aparecer movimiento en el caso de que hubiesen habido los suficientes cambios en el subsuelo como para variar tanto las condiciones climáticas.

—Estamos en ello —admitió Aidur, pues aquella responsabilidad recaía en él y su equipo—. Tengo un hombre destacado en la zona que está trabajando en ello. En cuanto se puedan extraer todos los datos les informaré a todos sobre ello. No obstante, no está siendo fácil. Hasta donde sé, aunque no ha habido una explosión física, ha habido algún tipo de descarga que ha dañado todos los sistemas. Algo parecido a su esfera, Parente, aunque con la capacidad no solo de bloquear sino también de destruir. Está resultando complicado reconstruir las bases de datos.

Novikov tomó nota de las palabras de Aidur en su cuaderno. Ni Van Kessel ni Anderson conocían sobre qué trataban el resto de párrafos que completaban la página, pero podían imaginar que todo giraba en torno a la investigación.

O al menos eso querían pensar, claro. Teniendo en cuenta su naturaleza, siempre cabía la posibilidad de que, más que de Kandem, la auditora estuviese escribiendo de ellos, de sus decisiones y, en general, de su talante.

—Ya veo... De acuerdo, deberemos esperar entonces hasta tener los datos. Hablemos entonces del grupo de exploración que va a ir al Santuario Tremaine: ¿Quiénes son? ¿Cuántos van? ¿Están preparados? ¿Qué misión tienen asignada? Creo que sería buena idea que llevasen algún tipo de equipo de grabación para poder seguir la exploración desde aquí...

El equipo era lo suficientemente pesado como para que incluso le costase caminar. Según los cálculos de Marzio Gianetti la mochila y el material no superaban los veinte kilos, una minucia en comparación con lo que había tenido que cargar en las minas, pero a ella le parecía un peso excesivo. Tanto que, a pesar de haber rechazado su ayuda ya en cuatro ocasiones, empezaba a plantearse el que Patricio Gianetti, el gemelo de Marzio, llevase parte de su equipo.

Tanith estaba nerviosa. La expedición a la que se había unido hacía tan solo unas horas le estaba devorando por dentro, como si de un ser hambriento se tratase. En cierto modo, la mujer ansiaba poder adentrarse en su gran descubrimiento y disfrutar de una aventura. Hacía ya demasiado tiempo que no vivía ninguna. No obstante, por otro lado, la falta de experiencia y la ausencia de Daryn la preocupaban notablemente. Según los Gianetti, dos de los cinco hombres a los que acompañaría al edificio al que habían decidido bautizar como el Santuario Tremaine en su honor, no tenía de qué preocuparse: ellos se encargarían de que todo saliese bien. La traería de vuelta sana y salva y pronto se podría reunir de nuevo con su pequeño, el cual, por cierto, estaba de camino en compañía de una de las agentes de Adam. No obstante, incluso así, Tanith no podía evitar seguir preguntándose si estaba haciendo bien.

Entre todos habían logrado convencerla. Los gemelos Gianetti, hermanos pequeños de Marco Gianetti, otro de los agentes de Adam, habían sido bastante convincentes a la hora de darle motivos por los cuales debía unirse a la expedición. Para ellos Tanith no solo tenía el derecho de investigar su gran hallazgo, sino también la obligación. Mercurio tenía que ver lo que la joven nifeliana había descubierto, y ésto solo podía ser a través de sus propios ojos y boca. Se lo había ganado. Además, a través de aquella gran hazaña Tremaine estaba a punto de dar un gran ejemplo ante la ciudadanía entera. El ejemplo de que, incluso viniendo del peor barrio de la peor ciudad del planeta, cualquier hombre o mujer podía llegar a lo más alto si se lo planteaba.

Obviamente, todo aquello era palabrería. Tanith desconocía el porqué de la insistencia de los gemelos, pero podía imaginar que, en el fondo, era la posibilidad de compartir aventuras con un nuevo miembro lo que realmente les interesaba.

Sin embargo, por muy halagadoras que fuesen las palabras de los Gianetti, Tanith seguía teniendo muchas dudas al respecto. No obstante, sii Mercurio le había dado aquella oportunidad, no podía desperdiciarla.

Y no iba a hacerlo, desde luego. Ni ella ni Thom, el cual, a su lado, metía y sacaba continuamente el material de la mochila intentando que el peso se repartiese del mejor modo posible. El bueno de Thom, a diferencia de ella, no tenía la más mínima duda sobre lo que debía hacer. Aquella era su oportunidad de regresar a Tempestad y bajo ningún concepto iba a dejarla escapar.

—Cuarenta minutos, compañeros —anunció Baris Yodeesa desde la puerta del salón, con la mirada fija en su terminal portátil.

Baris Yodeesa era el jefe de la expedición, un hombre tranquilo y sereno sobre el cual recaía la responsabilidad de traer con vida a sus camaradas. Tanith apenas había hablado con él, pues desde que se lo presentasen horas atrás éste había estado continuamente ocupado, analizando datos y generando informes, pero le había dado buena sensación. Tanto él como los Gianetti parecían expertos en la materia.

—Cuarenta minutos —repitió Thomas a su lado, visiblemente excitado. Tras el susto inicial que parecía haberle acompañado desde Kandem hasta el Templo, el científico se mostraba entusiasmado ante el repentino cambio de planes—. Esto no es nada ya. ¿Estás más relajada? Te veo mejor cara.

Tanith se encogió de hombros. Por dentro tenía tal mezcla de emociones que no sabía realmente si echarse a reír o simplemente romper a llorar.

—Me duele menos la muñeca —respondió. Alzó la mano inmovilizada a modo de prueba—. Empiezan a hacerme efecto los calmantes.

—Eso está muy bien. Antes de salir le echaré un último vistazo, ¿de acuerdo? Voy a bajar un momento al laboratorio: vuelvo en unos minutos. ¿Te importa?

Tremaine negó con la cabeza. Thomas estaba demasiado entusiasmado con volver a formar parte del equipo operativo de Tempestad como para cortarle las alas. En cierto modo era curioso ver cómo, incluso siendo parte del grupo de Anderson, lejos de Van Kessel, su buen amigo había reflorecido.

Se preguntó qué les daría Tempestad a los hombres para volverlos tan ridículamente felices.

Consciente de que permanecer quieta no le servía de gran ayuda, Tanith empezó a mover de sitio el equipo de la mochila, tal y como había estado haciendo hasta entonces Thomas. A su alrededor los hermanos Gianetti iban y venían, bromeaban y conversaban, pero no la molestaban. Todos parecían ser demasiado conscientes de su nerviosismo como para interrumpirla. Así pues, tras superar los primeros diez minutos, Tanith siguió haciendo y deshaciendo su maleta, cada vez más relajada, sin ser consciente de lo que sucedía.

Veinte minutos después, totalmente sola desde hacía un buen rato, Tremaine alzó la vista y se sorprendió al ver que ya no había nadie en la sala. Los Gianetti habían dejado sus bolsas y parte del equipo de apoyo sobre las mesas, las copas y los platos, pero no había rastro de ellos. Tampoco de Yodeesa y su terminal, ni de Thomas.

Tanith estaba totalmente sola a excepción de la solitaria figura que, desde la puerta, la contemplaba con los ojos oscuros fijos en ella.

Se preguntó cuánto tiempo llevaría observándola. Conociéndole sospechaba que sería bastante poco, pues Aidur no era de aquellos que lograban mantener las emociones a raya, pero nunca se sabía. Había ocasiones, pocas, desde luego, pero alguna, en las que lograba sorprenderla.

—No te había visto, Aidur —comentó a modo de saludo, prefiriendo no mirarle directamente a los ojos—. Tan silencioso como un gato, ¿recuerdas? Eso es lo que siempre te decía mi madre cuando te colabas en la tienda.

Van Kessel no respondió. Cerró la puerta con fingida suavidad, conteniéndose, y recorrió la distancia que les separaba a grandes zancadas, dispuesto a enfrentarse al mundo.

Dispuesto a lidiar con el mismísimo Varnes si fuese necesario.

Se detuvo frente a ella, su rostro convertido en una fachada de indiferencia, y se cruzó de brazos. Su mirada, en contra de lo que cabía esperar, no destilaba la amenaza y la rabia tan habituales en él. Al contrario. No había rastro alguno de ellos. En su lugar había una mezcla de melancolía y preocupación realmente poco habituales en él.

Parecía decepcionado.

—Las únicas veces en las que tu madre no me dejaba entrar en la tienda era cuando llegabas a casa con alguna herida nueva o un brazo roto. Se enfadaba tanto que como castigo te encerraba durante días enteros, prohibiéndonos a Thom o a mí que pudiésemos verte. Murió creyendo que la culpa de que tú fueses una salvaje era nuestra.

—Y en cierto modo lo era.

Aidur suspiró, cansado. No estaba de humor para discutir sobre aquella gran evidencia. Tenía demasiadas cosas en las que pensar y que hacer, y el tiempo se le acababa. Además, estando Novikov por los alrededores debía ser especialmente precavido con sus actos. Cualquier error de cálculo podría suponerle un auténtico problema.

—No, no lo era. Es parte de tu esencia. Te pasaste toda nuestra infancia arrastrándonos a aventuras imposibles de las que aún me cuesta creer que saliese vivo. Siempre has hecho lo que has querido sin que nadie te lo impidiese. Siempre, y siempre lo harás. En el fondo eres como tu padre, Tanith. Un alma libre que se siente oprimida por las normas que impone el Reino.  Desafortunadamente para ti, esta es la realidad que nos rodea por lo que, te guste o no, te tienes que ceñir a ella.

—¿Significa eso que me vas a prohibir que vaya?

—Significa que tenemos que hablar, pero no aquí. Acompáñame.

Dubitativa, pues el tiempo corría en su contra, Tanith tardó unos instantes en decidirse si seguirle o no. Aunque conocido, Van Kessel no dejaba de ser un Parente por lo que, en el fondo, era mejor no desobedecerle. Así pues, sintiendo que dejaba una gran carga a las espaldas, salió tras él en silencio, pensativa. Desconocía qué era lo que iba a suceder a continuación, pero tenía ciertas sospechas.

Siguió al Parente escaleras abajo hasta el ala de residentes. Allí, dispuestas a lo largo de cuatro corredores, todos los miembros del grupo de Anderson y habitantes de su Templo tenían sus celdas privadas. Una a una, fueron cruzando por delante de las puertas cerradas hasta alcanzar la última del segundo corredor. Una vez allí Aidur apoyó la mano sobre su superficie, encima del panel de reconocimiento digital, y ésta se abrió lateralmente, dejando a la vista una pulcra celda de paredes blancas y grandes espacios vacíos.

Van Kessel la invitó a pasar con un simple ademán de cabeza. A continuación entró tras ella y cerró tras de sí, activando con aquel sencillo gesto el sistema de bloqueo por ondas que imposibilitaba todos los sistemas de grabación o espionaje de la estancia.

Hacía mucho tiempo que no visitaba aquella celda, pues la había utilizado durante su periodo como aprendiz de Jared, pero Anderson se había encargado de mantenerlo todo tal y como lo había dejado.

La sala no era gran cosa: ni disponía de demasiado mobiliario ni de las comodidades propias de su celda en la Fortaleza, pero tenía lo suficiente como para poder hablar tranquilamente. Un par de sillas, una mesa de estudio, la cama y, situado en el lateral derecho, oculto tras una mampara, un pequeño servicio con plato de ducha.

Más que suficiente para él.

Consultó el crono. En veinte minutos aproximadamente la expedición al Santuario abandonaría el Templo por lo que no podían seguir perdiendo el tiempo.

—Enséñame la mano. Te has roto la muñeca, ¿me equivoco?

Tanith alzó la mano inmovilizada, pero no respondió. Simplemente observó como la tomaba con delicadeza y palpaba el antebrazo, como si de un médico se tratase.

—Thomas me ha dado medicación para que no me duela. Apenas me la noto.

—¿Cuántas veces te la has roto ya? ¿Ocho? ¿Nueve? —Un asomo de sonrisa se dibujó en el rostro de Van Kessel—. Lástima que los huesos ya no suelden igual que antes, ¿eh? Ya no somos niños, Tanith.

—No lo somos, no —respondió retirando la mano, repentinamente incómoda—. Pero...

—¿Entonces por qué sigues jugando a serlo? Verás, podría prohibirte que fueras a esa expedición si quisiera; podría ordenar que te encerrasen en tu casa y que tirasen la llave a un pozo sin fondo. Incluso podría expulsarte del planeta si lo viese conveniente. Tu vida está en mis manos, y puedo hacer con ella lo que me plazca, Tanith. Con la tuya, con la de Thomas o con la de cualquier otro habitante de este maldito planeta. Aunque te resistas a verlo, eres una nifeliana más, y debes comportarte como tal. Los únicos diferentes somos los miembros de Tempestad y tú ya dejaste muy claro que no querías pertenecer a ella. Es más, una vez te lo ofrecí y lo rechazaste. Ahora, sin embargo, te veo rodeada de agentes de Adam y a punto de partir a una expedición... Dime Tanith: ¿qué sentido tiene todo esto? ¿Acaso esta es la vida que quieres vivir?

Tremaine le mantuvo la mirada durante un instante, confusa ante el torrente de palabras. Años atrás, cuando Aidur le ofreció unirse a él, había sido la rabia de que éste hubiese aceptado unirse a aquello que siempre había odiado lo que realmente la había motivado a rechazar la oferta. Su padre le había enseñado a tener ideas propias, y esas ideas propias no casaban con las de Tempestad. Es más, eran prácticamente contrarias. No obstante, incluso así, conocedor de dicha gran verdad y, en parte, compartiéndola, Aidur había decidido dar la espalda a Nifelheim para unirse a las filas de Jared.

Les había traicionado a todos.

Y no solo eso. Además de darle la espalda tanto a ella como a su padre, había contaminado a Thomas con sus estúpidas ideas de grandeza. Aidur había cruzado la línea. Aquella maldita línea por culpa de la cual su padre se había sentido tan terriblemente herido y, poco después, había acabado muriendo. Y todo por ella. Por Tempestad; la maldita organización que tanto daño estaba haciendo a Mercurio pero que, por alguna absurda razón, tanto parecían amar sus compañeros. Tanto que habían sido capaces de olvidar sus orígenes y a su propia familia.

Tanith se alejó varios pasos, confusa. En el fondo Van Kessel tenía razón. ¿Cómo era posible que, odiando tanto como odiaba a Tempestad, estuviese tan cerca de formar parte de una de sus expediciones? ¿Acaso no estaba traicionando ella también todo aquello en lo que creía al hacerlo?

¿Acaso no era el primer paso para vender su alma?

Comprendió entonces por qué la bolsa le había resultado demasiado pesada como para incluso lograr levantarla. En el fondo, el peso de cuanto cargaba en su interior era lo de menos. Lo que había impedido que fuese capaz de levantarla había sido su propia conciencia.

—Sabes lo que pienso sobre Tempestad.

—Creía saberlo.

Llegado a aquel punto, la aparente indiferencia que hasta entonces había acompañado a Aidur se esfumó. El Parente recorrió la sala hasta alcanzarla y la tomó del brazo, con suavidad pero firmeza.

—¿Es que acaso no te das cuenta? Tus locuras van a acabar por matarte, Tanith. ¿Qué demonios se supone que hacías en Kandem? ¿Acaso no te dijo Thomas lo que me había pasado? ¡Me fue de poco! ¿Querías sufrir el mismo destino o qué? ¡Vamos! ¡Piensa con la maldita cabeza de una vez! ¿Quieres que Daryn acabe en un orfanato? Porque te aseguro que no es un lugar demasiado agradable. Yo me crie en uno y...

—¡Quería saber qué te había pasado! —interrumpió la mujer alzando el tono de voz—. Thomas me explicó lo que te había pasado, y... joder, Aidur, quería verlo con mis propios ojos, nada más. Nunca pensé que llegaríamos tan lejos.

—Pero lo hicisteis.

Aidur la soltó con una desagradable sensación de melancolía tiñendo de sombras sus pensamientos. Era demasiado complicado. El Parente intentaba dominar todo cuanto le rodeaba, desde sus amigos hasta sus enemigos, pero todo empezaba a írsele de las manos. Mercurio estaba enloqueciendo ante sus ojos y él, muy a su pesar, no podía hacer más que ver como evolucionaba.

Esperar en la retaguardia.

Empezaba a ser insoportable, y más si además de enfrentarse al planeta y a Novikov tenía que hacer frente a Tremaine y a Murray. Aquello era demasiado incluso para alguien como él.

—No sé qué esperas de mí, Tanith. Si lo que quieres es que te dé ánimos para que sigas adelante créeme que no lo voy a hacer. Me horroriza la idea.

—No espero nada de ti —respondió en apenas un susurro, volviendo la mirada hacia la pared—. Al menos ya no. Me has preguntado el motivo por el cual fui hasta Kandem: ahí lo tienes. Imagino que ni tan siquiera tu amada Tempestad puede evitar que siga preocupándome por ti. Por ti y por Thom, Aidur. Le destrozaste, ¿sabes? Expulsarle ha sido lo peor que podías haberle hecho. Thomas no es nada sin ti, y lo sabes. Te necesita.

—¿Necesitarme? Exageras. Aunque le cueste adaptarse acabará agradeciéndomelo. 

Tanith negó con la cabeza, plenamente consciente de lo que decía. Aunque minutos atrás Thomas se hubiese mostrado entusiasmado ante la idea de volver a Tempestad aquella sensación era temporal. Trabajar para Adam no era trabajar para Aidur. Aunque les hubiese ayudado, Anderson no era uno de los suyos, y nunca lo sería. A base de tiempo y confianza podría llegar a convertirse en alguien importante para él, pero nunca alcanzaría el nivel de Van Kessel. El cemento que les unía era demasiado sólido.

—Ambos sabemos que eso no es cierto —insistió Tremaine—. Su lugar está a tu lado, y lo sabes. Yo no necesito que nadie me proteja: estoy bien como estoy.

—¿Protegerte? —Aidur no pudo evitar que sus labios dibujasen una sonrisa. Aquella mujer era realmente lista—. ¿Qué te hace pensar que Thomas te está protegiendo?

—Te conozco más que tú a ti mismo, Aidur Van Kessel —Tanith extendió la mano hacia su rostro y apoyó el dedo índice sobre su mentón, obligándole a mirarla a los ojos—. Sé que haya algo que te asusta, y que ese algo ha propiciado que nos mandes a Murray para protegernos a Daryn y a mí. Y sé que nunca lo vas a admitir, pero no me importa. No necesito oírlo de tus labios para saber que es cierto. —La mujer sonrió con tristeza—. Thomas te necesita. Nosotros a él, en cambio, no: somos autosuficientes. Así pues, te propongo que hagamos un trato.

—Te escucho.

Tanith tomó su mano con la sana y le estrechó los dedos, tal y como tantas veces había hecho en el pasado cuando quería cerrar un trato con él. Aidur, por supuesto, intentó mostrar resistencia, tal y como siempre había hecho, pero no la apartó. Siempre le había gustado aquel juego de contacto.

En otros tiempos aquel había sido el único modo de tenerla realmente cerca.

—Dale una segunda oportunidad a Thomas y no volveré a darte problemas. Ni iré a la expedición ni volveré a molestaros. Simplemente desapareceré del mapa, tal y como siempre has querido. Me encerraré en la tienda y no saldré de allí hasta que no vengáis a vernos. Pero eso sí, tienes que confiar en Thomas. Sin rencores: sin mentiras. Todo tiene que seguir como antes.

—¿No habrán más estupideces como la de Kandem?

—Ni una más: te lo prometo.

—¿Y me obedecerás? Si te pido que te vayas al refugio de tu padre, ¿lo harás sin rechistar? ¿Mantendrás al chico a salvo?

Tanith asintió. El sacrificio, aunque menor del que realmente quería demostrar que era, bien valía la pena. Al menos hasta que Van Kessel se diese cuenta de que, al igual que Thomas le necesitaba a él, él la necesitaba a ella.

—Trato hecho, Tremaine. —Aidur le estrechó la mano con suavidad—. Espero no tener que volver a verte en mucho tiempo.

—Lo mismo digo, señor Parente.

Sonrieron con complicidad, conscientes de que aquellas últimas palabras conformaban la despedida. La tan temida pero necesaria despedida para que, transcurridos aquellos extraños días, pudiese volver cada uno a sus pertinentes vidas.

Las vidas que habían elegido tener.

—Debo irme, Tanith, el tiempo se me echa encima. Tú quédate aquí, me encargaré de que uno de los hombres de Anderson te lleve de regreso a Nifelheim.

—Cuida de Thom.

Van Kessel asintió, le besó en la comisura de los labios dulcemente, con anhelo, y, no sin antes dedicarle un guiño, salió de la celda. Acto seguido, sintiendo un extraño pinchazo en el corazón, una perturbadora sensación que ya creía olvidada, Tanith salió tras él, guiada más por los sentimientos que por la cabeza, pero no llegó a cruzar el umbral. Al final del pasillo, con la mirada fija en su terminal portátil, había una segunda figura.

Una figura que rápidamente reconoció.

La mujer retrocedió, repentinamente temblorosa, y cerró la puerta. El corazón había empezado a latir enloquecido, víctima de un ataque de terror. Billy Cruz no la había visto, pero ella a él sí. Le había visto y, por supuesto, le había reconocido.

Claro que ella le conocía con otro nombre.

—¿Mellon...? ¿Cómo demonios es posible...?

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