Parente

By EstherVzquez

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Mercurio renace tras el Gran Colapso que lo llevó a la destrucción hace más de cien años lleno de incognitas... More

Parente
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo

Capítulo 7

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By EstherVzquez

Capítulo 7

Kandem no había cambiado demasiado en los últimos años. Tan triste y agónico como en su recuerdo, el pozo de desesperación en el que se había convertido la localización en los últimos años no había hecho más que empeorar. Las viviendas habían ido empobreciéndose hasta convertirse en casuchas desvencijadas, la cantidad de basura había incrementado su presencia en casi un quinientos por ciento y la muerte, antes presente en cada esquina, ahora parecía haber extendido sus garras hasta devorar todo cuanto le rodeaba.

Kandem, antes conocida como la capital de la desesperación, ahora había adquirido un nuevo título que, más que nunca, describía a la perfección aquello en lo que se había convertido: en cementerio abandonado.

Aprovechando que el personal destacado en la localización aún no había sido informado de su sustitución, Thomas logró acceder a la zona con relativa facilidad. Saludó a los miembros de la patrulla que conformaban el primer punto de control con un ligero ademán de cabeza y, a partir de ahí, únicamente necesitó inventar unas cuantas mentiras y excusas para, siempre acompañado de Tanith, alcanzar al fin las escaleras que comunicaban con la localización.

—Creí que Schmidt venía solo esta vez —comentó Adolfus Marsh mientras acompañaba a lo largo de uno de los últimos tramos a la pareja. Uniformado con las ropas de Tempestad y con su voluminosa arma automática cargada entre las manos, el ya anciano bellum imponía más que cualquier miembro de seguridad local—. Bueno, él y sus bestias, me refiero.

—Era la idea, pero Van Kessel cambió de parecer en el último momento —respondió Murray con naturalidad, tratando de disimular la preocupación que la presencia de Schmidt le causaba—. Hay que recuperar y revisar toda la documentación posible de las bases de datos, asegurarnos de que el generador de la torre no falle, tomar muestras... ya sabe, lo de siempre. Trabajo y más trabajo.

—Desde luego, doctor. Usted es el entendido. ¿Quiere que avise a Schmidt?

—Tranquilo, lo haré yo mismo. ¿Imagino que estará en la torre de comunicaciones, me equivoco?

Atravesado el estrecho túnel que daba al primer nivel de las escaleras, Adolfus se despidió de ellos cordialmente, como siempre hacía. Thomas tomó entonces la mano de Tremaine, la cual parecía un tanto intimidada ante el puente colgante que se alzaba ante ellos y que comunicaba el túnel con el acceso a las escaleras, y juntos lo cruzaron con paso rápido. Una vez al otro lado de este se adentraron en el océano de escaleras a través del cual alcanzarían Kandem.

—¿Schmidt es el tipo de los lobos, verdad?

—El mismo. ¿Te acuerdas de él?

Tanith frunció el ceño, pensativa. Dos años atrás habían sido muchos los amigos y compañeros de Murray los que habían acudido a la ceremonia de su unión. Gente de todas las edades y géneros que, embutidos en sus uniformes de Tempestad, habían logrado quitarle todo el encanto al momento.

Tempestad. A Tanith aún le costaba creer que ella, una nifeliana de cabo a rabo, hubiese acabado casándose bajo la mirada de decenas de sus agentes. De hecho, la mera idea de unir su destino al de uno de sus miembros le resultaba espantosa, pero dadas las circunstancias no había tenido ninguna otra opción. Además, Thomas no era un cualquiera. Incluso perteneciendo a la organización, era una buena persona. Claro que aquel detalle poco había importado. Ni el novio, ni la ceremonia, ni los invitados. Su unión había sido producto de la desesperada situación financiera en la que se hallaba en aquel entonces. De haber poseído el dinero suficiente como para haberse podido valer sola, Tanith ni tan siquiera se lo habría planteado. Lamentablemente, las estrictas leyes de Mercurio impedían la existencia de transacciones económicas sin justificación entre ciudadanos por lo que no les había quedado más remedio que hacerlo.

No obstante, a pesar del documento que les vinculaba como marido y mujer, ni Tanith ni Thom llevaban vida de matrimonio. Al contrario. Teniendo en cuenta que Aidur ni tan siquiera les había dejado disfrutar del día de su unión en solitario, pues había mandado a Thomas de regreso al laboratorio doce minutos después de firmar, se podría decir que, irónicamente, aquella expedición era su luna de miel.

—No me acuerdo demasiado bien de su cara. ¿Era el tipo calvo al que le faltaba un ojo?

—No, ese es Chacal, uno de mis  compañeros de laboratorio. Varick es el chico del pelo negro y los ojos azules. Es un poco más joven que tú... no muy alto, pero fuertote.

Tanith se encogió de hombros. A lo largo de la ceremonia seguramente se habrían cruzado varias veces e incluso habrían hablado, pero la mujer no albergaba recuerdo alguno de él. Tensa e incómoda como estaba en aquel entonces, Tanith únicamente recordaba el rostro del siempre desconcertante Van Kessel, el cual, situado en última fila y con los ojos echando chispas de furia, no le había quitado el ojo de encima en toda la ceremonia.

Resultaba irónico pensar que detrás de toda la ceremonia estaba él.

—Es un buen muchacho, pero con unas ideas un tanto estrafalarias.

—¿Es el tipo al que un reptil de dos cabezas se comió a sus padres mientras trabajaban en una de las minas, no?

Descendieron el último tramo con un asomo de sonrisa cruzándole los labios. Ciertamente, Varick era el de los padres asesinados por una bestia salvaje. Que el causante de su muerte fuese un reptil de dos cabezas o la enfermedad transmitida por el mordisco de una rata ya era otra cosa en cuyo debate nunca había querido entrar. Schmidt explicaba siempre con tanta crudeza su pérdida que nunca se había atrevido a ponerla en duda.

El resto de compañeros, en cambio, habían hecho hasta apuestas al respecto.

Thomas y Tanith bajaron los cinco últimos peldaños a gran velocidad, consciente de que no debían ser vistos. Ya con los pies en el firme suelo de piedra, volvieron a unir sus manos y se encaminaron rápidamente hacia la zona oriental del campamento de casuchas. Allí, perdida entre las torres de basura y el cementerio de escombros que rodeaban la torre de comunicaciones, encontraron la antigua casa del padre de Murray. El doctor abrió la puerta, la cual yacía fuera de los goznes pero apoyada sobre el marco, y juntos se colaron en su pestilente y oscuro interior.

Ambos captaron rápidamente el hedor a descomposición que reinaba en su interior.

—Cielos... —murmuró Tanith llevándose la mano instintivamente hacia el rostro.

La mujer tomó la máscara que llevaba colgada a la cintura y se la colocó sobre nariz y boca, imposibilitando así que posibles efluvios tóxicos pudiesen dañar sus pulmones.

—Huele a comida podrida.

Murray volvió a colocar la puerta y siguió a Tanith hacia la única estancia que conformaba la vivienda: un estrecho comedor que hacía funciones también de celda y cocina en el cual su padre había vivido durante las últimas décadas. En el centro de ésta, sobre una caja de latón oxidada, reposaba olvidado un plato de comida ya estropeada y una copa de vino a medio beber.

El olor, por supuesto, procedía de allí.

—No creo que tarden demasiado en quemar todo esto... —murmuró la mujer tras tapar el plato con uno de tantos periódicos viejos que cubrían el suelo de la estancia— Por salubridad, ya sabes. ¿Por qué no miras si hay algo que te interese salvar?

—Prefiero no mirar demasiado: cuanto antes nos vayamos, mejor. ¿Qué es lo que quieres ver? Está toda la localidad igual: abandonada.

Tanith puso los brazos en jarra y miró cuanto le rodeaba en busca de unos segundos de margen. La casa del padre de Murray no era gran cosa; al contrario, era lo más parecido que había visto nunca a un vertedero, pero al menos les brindaba la oportunidad de plantearse el motivo de su visita. Y es que, aunque hasta entonces la mujer había preferido mantener oculto el motivo por el cual había decidido viajar hasta allí, había llegado el momento de revelarlo.

Claro que, ¿cómo decirlo sin parecer estar loca?

Cruzó los brazos sobre el pecho, sin saber muy bien qué posición adoptar. Su momento de reflexión había llegado a su fin: Thomas la miraba con fijeza, expectante, y no estaba dispuesto a salir de allí sin escuchar la respuesta.

—Tanith, vamos, no tenemos todo el día. Tarde o temprano se enterarán de que ya no formo parte del equipo y nos echarán. Intentemos evitarnos el mal trago, por favor. Además, no te olvides de que Varick está por aquí. Es cuestión de minutos que sus lobos capten mi olor. Me conocen.

—De acuerdo, de acuerdo... démonos prisa entonces. Ponte la máscara.

Obediente, Thomas se colocó la máscara sobre la nariz y la boca. Su  modelo cubría también los ojos con un visor de vidrio y era más ligero y moderno, pero tenía una funcionalidad muy similar. El rendimiento, sin embargo, no era comparable.

—Hecho. ¿Dónde vamos? ¿Quieres ir a los habitáculos excavados en la piedra? Allí tampoco hay nada, pero al menos no están tan sucios.

—Es una opción, desde luego... pero la verdad es que donde yo quiero ir es a la mina donde a Aidur...

—¿A la mina? —Thomas abrió los ojos tras el visor, perplejo—. Hablas de ir a la mina... Vaya, debí suponérmelo. ¿Para qué ibas a querer venir si no?

Permanecieron en silencio durante unos tensos segundos mientras Thomas reflexionaba al respecto. Desde un inicio, Tanith había tenido las ideas muy claras. Quería saber qué era aquello que tanto había impactado a Aidur, y solo viajando hasta allí lo conseguiría. Thomas, sin embargo, simplemente se había dejado llevar por su amiga, tal y como siempre había hecho. No obstante, ahora que al fin tenía que enfrentarse a las consecuencias del viaje, tenía que pensar qué hacer.

Adentrarse en las minas era peligroso, de eso no cabía duda... y más con el equipo que llevaba Tanith... sin embargo...

—Hay muchos factores en contra, pero aún muchos más a favor así que de acuerdo, entramos. —Thomas ensanchó la sonrisa bajo la máscara—. En el fondo yo también siento un poco de curiosidad. Eso sí, dependiendo de la cantidad de emisiones que hayan tendrás que salir. No llevas el equipo adecuado. ¿Trato hecho?

Tanith le estrechó la mano cuando este se la ofreció, cerrando así el trato. Obviamente, si las cosas se complicaban, saldría de la mina, pero confiaba en que su equipo aguantase. Después de todo, ¿cuántas oportunidades más iba a tener de vivir una aventura como aquella?

Entusiasmada, Tanith se abalanzó sobre Thomas para abrazarle, tal y como había hecho en tantas ocasiones con sus dos mejores amigos cada vez que, juntos, se iban a vivir aventuras por los alrededores. Hacía tanto tiempo que no hacía nada más aparte de vender muñecos y aburrirse tras el mostrador que aquella expedición estaba logrando despertar su lado más atrevido. Era una lástima que no contasen con ella para más cosas. Teniendo en cuenta su buen sentido de la orientación y su decisión, podría llegar a serles bastante útil. Lamentablemente, mientras Aidur siguiese al frente, sería imposible. Aquel hombre era demasiado protector.

Precisamente por ello, ahora que él no estaba por los alrededores, tenía que aprovechar.

—Para llegar a la mina vamos a tener que atravesar todo el campamento. Habrán unos trescientos metros de distancia: ¿crees que podrás aguantarlo? Corriendo, me refiero. Andando es evidente que sí.

—Yo sí, ¿pero y tú? —Tanith le sacó la lengua—. Tantas horas en el laboratorio te han puesto gordo. Yo sigo tan en forma como el primer día.

—Oh, vamos, eres una mujer con hijos: alguien formal, y ya sabes lo que pasa con la gente formal. En fin, intentémoslo. Si te ves sin fuerzas para seguir adelante escóndete en algún lado; luego sigue adelante. Te esperaré en la puerta. Vamos, tú primera.

Antes de salir, Tanith se asomó para comprobar que no hubiese nadie por los alrededores. Tal y como suponía, Varick debía seguir en la torre de control. La mujer se aseguró la máscara en la cara, cerró los bolsillos de su chaqueta y, sintiendo como todas sus extremidades revivían gracias a la adrenalina que, poco a poco, brotaba de sus venas, fijó la mirada en la lejana puerta que tenía por objetivo. Trescientos metros no era tanto; podría hacerlo perfectamente.

Además, haber tenido un hijo no significaba nada. Tanith se mantenía fuerte y rápida como en su juventud... o al menos eso quería creer. Pronto lo descubriría.

—Nos vemos allí.

El recorrido resultó ser más largo de lo que había creído, pero al menos logró cubrirlo en una sola carrera. En los últimos cincuenta metros la sobrecarga muscular de las piernas hizo amago de hacerla caer, pues la falta de costumbre estaba rindiéndole cuentas, pero Tanith sacó fuerzas de donde no creía tener y siguió adelante hasta alcanzar la puerta que separaba las dos galerías. Se fijó en que había algo escrito en su superficie, pero no le prestó atención. Tomó la agarradera de ésta con ambas manos y tiró de ésta hasta lograr mover la puerta sobre sus goznes. Inmediatamente después, con una brecha suficientemente grande como para poder colarse, se adentró en a sombría gruta.

El golpe inicial de oscuridad casi total despertó ciertos miedos en ella. Tanith dio un par de pasos al frente, inquieta, y aguardó en silencio a que sus ojos, poco a poco, empezasen a adaptarse a la ausencia de luz.

Poco después, gimiendo de puro agotamiento, llegó Thomas.

—¡Por Mercurio! —exclamó. Apoyó la espalda sobre la puerta y las manos sobre las rodillas, adoptando una poco elegante postura. En el interior de su máscara, el aliento helado empañaba el visor—. Esto... esto ha sido bueno... esto... —Tosió un par de veces—. Demonios, estaba lejos, ¿eh?

No tardaron en encender sus linternas. En el interior de la mina, a diferencia de la otra galería, el ambiente estaba muy cargado. Respirar allí era complicado, y no solo por las continuas emanaciones de gas que escapaban de la piedra. El aire estaba tan poco viciado que resultaba complicado creer que aquel lugar llevase tanto tiempo cerrado.

—¿Es aquí?

—Sí. Vamos a ver que hay.

Juntos atravesaron la primera parte de los túneles deteniéndose cada pocos pasos para inspeccionar el entorno. A ojos de Tanith, las paredes eran simplemente eso: aburridas paredes de piedra. Para Thomas, sin embargo, cada palmo de aquella gruta era una auténtica mina de oro.

Aquello era lo malo de ir con un científico.

Tardaron casi veinte minutos en recorrer la primera parte de la mina. Visiblemente interesado en su naturaleza, Thomas se estaba tomando muy en serio su labor de investigación. Tanith, en cambio, no podía evitar moverse inquieta por el lugar, sintiendo como el gas poco a poco iba embotándole la cabeza. Aquel lugar, desde luego, no era de su agrado. La oscuridad, la frialdad en la piedra, un susurro continúo de la mina... No era de extrañar que, estando solo, Aidur hubiese acabado volviéndose loco. Claro que, tampoco llegaba a comprender muy bien el porqué. Según los cálculos de Thomas, el Parente había pasado menos de una hora dentro de la mina, tiempo que prácticamente estaban a punto de completar. Además de ello, llevaba muy buen equipo y estaba preparado para aquel tipo de situaciones. ¿Cómo era posible, entonces, que hubiese acabado tan afectado si ella apenas notaba nada?

Casi cincuenta minutos después alcanzaron al fin la galería donde Aidur había iniciado su camino a la locura. El lugar, hasta entonces sumido en la oscuridad, se mostraba como una amplia y cavernosa estancia en cuyo interior, aparte de cajas, no había nada.

Thomas y Tanith estaban investigando una de las cajas cuando, de repente, surgida de la oscuridad, una figura les encañonó con su foco de luz. Sorprendidos por su repentina aparición, ambos lanzaron un grito y desenfundaron sus armas, ella un puñal y él su pistola, pero no fue necesario emplearlas ya que al otro lado del foco había un rostro conocido.

—¿Murray? —exclamó Schmidt con la sorpresa grabada en el semblante—. ¿Qué demonios haces tú aquí? Y ella... —el foco de luz pasó de un rostro al otro—. Me suena tu cara, pero...

—Es Tanith —se apresuró a responder Thomas, dibujando una amplia e inocente sonrisa—. Mi mujer, ¿recuerdas? La conociste en nuestra boda hace un par de años.

—¡Oh! ¡Claro! —Varick le hizo una rápida y respetuosa reverencia a modo de saludo—. Un placer volver a verla, señorita Murray. No la había reconocido.

—Llámame Tanith, por favor.

Una segunda figura surgió de entre las tinieblas procedente de uno de los túneles que conectaban con la galería. Vestida con un ceñido mono negro y con el cabello recogido en un moño, la joven acompañante de Schmidt había logrado pasar desapercibida hasta que al fin su propia voz había acabado revelando su posición. Thomas la enfocó, sobresaltado por su repentina aparición, pero esta rápidamente se apartó de la luz, visiblemente incómoda.

—¡Baja eso —exclamó con el rostro contraído en una mueca de disgusto—, me vas a dejar ciega, joder!

Obediente, Thomas bajó la linterna, confuso. A pesar de todo el tiempo que llevaba perteneciendo al grupo de Van Kessel, jamás había visto a aquella mujer. Su rostro le resultaba algo familiar pero no era capaz de situarla en la estructura de Tempestad.

Tanith, algo incómoda por la presencia de la mujer, pues se trataba de una hermosa joven de grandes ojos verdes y cuerpo escultural, no pudo evitar retroceder un paso. Desconocía que hubiese muchachas tan llamativas al servicio de Van Kessel. Obviamente sabía de la existencia de Daniela, pero creía que ella cubría el cupo. La presencia de la joven allí, sin embargo, evidenciaba que Aidur tenía otra opinión al respecto.

—¿Quiénes sois? ¿Los conoces, Varick?

—Es el doctor Murray y su esposa, Morganne. Son amigos del Parente.

—Amigos, ¿eh? —La mujer cruzó los brazos sobre el pecho, adoptando una expresión sarcástica—. Yo diría que ex trabajadores, ¿no? Murray es al tipo al que Van Kessel destituyó hace poco. ¿Estoy en lo cierto?

Visiblemente ofendido por el comentario, Thomas no pudo más que apartar la mirada tímidamente. Las palabras, aunque procediesen de los labios de una total y absoluta extraña, le dolían como agujas envenenadas.

Varick, a diferencia del científico, el cual ya conocía a la joven desde hacía el suficiente tiempo como para saber que aquel tipo de comentarios formaban parte de su personalidad, se mantuvo firme en su lugar, seguro de sí mismo. Ciertamente, Murray había sido destituido hacía relativamente poco, pero eso no significaba nada.

Al menos no para él.

—Ten un poco de respeto, Morganne —advirtió con severidad, alzando el tono de voz lo suficiente como para que sus palabras resonasen por toda la sala—. A pesar de no formar parte de la estructura, Murray siempre será uno más del equipo.

Thomas respondió con una leve sonrisa de agradecimiento a su camarada, pero el mal ya estaba hecho. Mientras la muchacha estuviese presente, no podría sentirse cómodo.

Claro que no era el único. A su lado, con la mirada fija en los ojos azules de la jovencita, Tanith permanecía rígida, con los labios sellados en contra de su voluntad. Su padre le había enseñado a no intervenir en aquel tipo de conversaciones, pues ni era miembro de Tempestad ni jamás lo sería, pero le ofendía enormemente que arremetiesen en contra de Thomas.

Aquel hombre era demasiado bueno como para merecer tan injusto trato.

—Bah —exclamó Morganne tratando de aparentar indiferencia—. Si le han echado le han echado, sin más, pero como tú veas, Varick. De todos modos, esta gente no puede estar aquí. Deberíamos...

—Cállate.

Varick, rotundo como pocas veces, ni tan siquiera se molestó en mirarla a la cara. Simplemente tomó a Murray por el brazo, todo delicadeza, y, no sin antes disculparse con Tanith, lo alejó unos metros para poder conversar a solas con su compañero.

Ya a solas, las dos mujeres no dudaron en dedicarse una larga y significativa mirada llena de clara competitividad. Entre ellas había una diferencia de casi diez años, y se notaba. Ni Tanith tenía la juventud y frescura de Morganne, ni ésta la seguridad y el saber estar de la otra. No obstante, incluso así, ambas se sentían amenazadas por la presencia de la otra.

—Así que te llamas Morganne... —comentó Tanith finalmente, rompiendo así el tenso silencio reinante—. No sabía que trabajabas para Van Kessel. Imagino que no debes llevar demasiado.

—Soy Morganne, sí. Morganne Moreau, hija de Genevieve Moreau, imagino que la conoces.

La muchacha clavó la mirada en ella con fijeza, desafiante. Aunque le molestase admitirlo, era innegable que la joven deslenguada poseía un magnetismo y un encanto poco vistos. Sus ojos azules, los rasgos dulces y delicados, los labios rosados... era una lástima que poseyera tan poca empatía. Claro que, para ser sinceros, dudaba mucho que Van Kessel la hubiese elegido por su carisma natural.

No lo necesitaba.

—Pues la verdad es que no, ¿debería?

—¡Es una gran artista! Conocida en todo el planeta: ella se encargó de la decoración del palacio del gobernador.

—¿Y qué?

Morganne separó los labios, dispuesta a seguir ensalzando la figura de su madre, pero al ver la indiferencia que la mirada de Tanith proyectaba decidió no responder. Ciertamente no todo el mundo conocía a su madre; para ello se tenía que tener un mínimo de posición social que, por supuesto, aquella simple minera no poseía.

—Da igual —dijo al fin—. No lo entenderías. Y no, no trabajo para el Parente Van Kessel; no le conozco aún, aunque creo que pronto eso cambiará. Yo soy la ayudante del Parente Anderson, ¿sabes al menos quien es él? ¿O tampoco?

No muy lejos de allí, apartados varios metros de las mujeres, las cuales, entre pulla y pulla, seguían conversando en voz baja, Varick aprovechó la oscuridad para tomar del brazo a su compañero y estrechárselo con suavidad, cómplices. Aunque Varick había sido el primero en acudir en busca de Murray al enterarse de lo ocurrido con Van Kessel, el científico ya había abandonado la Fortaleza. Desde entonces, hacía tan solo unas horas, no se habían vuelto a ver, pero en ningún momento había podido dejar de pensar donde estaría o como se encontraría. Y es que, como bien sabía Schmidt, en el fondo Murray estaba desvalido fuera de la Fortaleza.

—Aún no me has respondido, Thom: ¿qué haces aquí? Sabes perfectamente que no puedes venir, y mucho menos con alguien externo a la organización. ¿Es que acaso te has vuelto loco? Además, sabes que este lugar es peligroso. ¿A qué viene el ponerla en peligro? Te creía más inteligente.

—Insistió ella, Varick. Si hubiese sido por mí no hubiese regresado nunca, te lo aseguro; ya nada me ata a este lugar, sin embargo, ella...

—¿Y qué demonios importa lo que quiera ella? Vamos Thom, iros de aquí antes de que nos metamos todos en un buen problema. No creo que el Parente tarde en venir; mejor que no os vea. Además...

Varick dejó la frase a medias, atento a una comunicación interna. El hombre escuchó con atención la información que sus compañeros le enviaban desde los puntos de control y, rápidamente, respondió afirmativamente. Acto seguido, aún bajo la atenta mirada de Thomas, el cual, pensativo, le miraba con cierta envidia, le tomó del brazo firmemente y volvió la vista hacia los dos borrones de oscuridad que eran las dos mujeres.

—El Parente Anderson está entrando en la mina junto con varios otros miembros de Tempestad —advirtió con cierto nerviosismo—. En breves minutos estarán aquí por lo que tenéis que daros prisa: nadie puede veros aquí.

—¿Eso qué significa? —seguida de Morganne, la cual sonreía con deleite, divertida ante el rumbo que estaban tomando los acontecimientos, Tanith acudió a su encuentro. Creía poder leer entre líneas—. ¿Otros miembros de Tempestad?

—Significa, señorita Tanith, que deben esconderse. Si alguien les encuentra aquí el problema no solo lo van a tener ustedes, se lo aseguro. Así que, por el bien de todos, coopere. —Varick volvió la mirada de nuevo hacia su antiguo compañero, suplicante—. Thom, por favor, esconderos en algún sitio donde no puedan veros: en cuanto pueda os sacaré de aquí, ¿de acuerdo? Pero no hagáis el más mínimo ruido. Creo que las personas que vienen con Anderson son los hombres de Novikov.

Consciente de lo que aquellas palabras significaban, Thom asintió con rapidez y se apresuró a tomar a Tanith de la mano para alejarse lo antes posible a través de uno de los túneles, mina adentro. Si realmente los agentes de Novikov, la auditora, estaban ya en la ciudad abandonada, tenían que apresurarse para no ser vistos.

Claro que adentrarse en la mina tampoco era demasiada buena idea. Cuanto más se avanzaba, más cerca estaban del siguiente nivel y más emisiones de gases había. No obstante, viéndose atrapado por las circunstancias, Thom no dudó en recorrer el túnel en completo silencio, siempre iluminando su avance con la linterna, hasta alcanzar más adelante un cruce de caminos. Allí, viéndose ya rodeado de piedra y techos bajos, eligió el camino de la derecha y siguió avanzando durante unos cuantos metros más.

No tenía otra opción.

Mientras tanto, a sus espaldas, ya a bastante distancia y de camino hacia la entrada de la mina, Varick se preguntaba si aquella vez lograrían salir impunes.

—No digas absolutamente nada de lo que ha pasado, ¿de acuerdo? —advirtió a Morganne—. No se lo cuentes a nadie: ni a Anderson.

—Oh vamos, Varick, no me puedes pedir que mienta a un Parente... eso va en contra de la ley —respondió ésta con acidez—. ¿Me estás pidiendo que cometa un delito? No, ¿verdad?

Morganne estaba disfrutando de lo ocurrido. Para ella, la hija de una de las artistas más consagradas del planeta cuya posición privilegiada le había abierto las puertas de Tempestad, aquella oportunidad era un simple juego. No comprendía el significado ni la gravedad de las circunstancias, ni se planteaba la posibilidad de no salir victoriosa. Al contrario. Acostumbrada a ser el centro de cuanto le rodeaba, le costaba asimilar el mero hecho de que hubiese sido aceptada como una aprendiz en vez de como la líder, pero lo respetaba. O al menos lo intentaba, claro. Tal y como le había explicado su madre en tantas otras ocasiones, aquella era la única forma que tendría para llegar a convertirse en una Parente. No obstante, que aceptase las órdenes de Anderson no implicaba que alguien como Schmidt tuviese poder sobre ella. Ni muchísimo menos. Aquel tipo, seguramente un minero más, no tenía ni la categoría ni la capacidad suficientes para enfrentarse a ella.

Precisamente por ello, no le tomaba en serio. Schmidt podía decir y ordenar lo que quisiera, que ella actuaría en consecuencia según le conviniese. 

—O te callas o te juro que no sales con vida de la puñetera mina, niña —respondió Varick con brusquedad—. Anderson te ha dejado a mi cargo así que harás lo que yo diga.

—Bueno, yo no estoy muy segura de ello. Más bien me ha dejado controlándote, Schmidt. Estoy convencida de que Anderson imaginaba que pasaría algo por el estilo.

—Seguro —ironizó Schmidt, quemando la poca paciencia que le quedaba—. No obstante, cállate, ¿de acuerdo? Si sale a la luz que hay intrusos en las minas caeremos los dos así que no hundas tu carrera antes incluso de empezarla.

El camino empezó a ascender y girar sobre sí mismo a lo largo de casi trescientos metros. Al principio, mientras pisaban la piedra y se agachaban para poder atravesarlo, pues a cada paso que daban se hacía más y más bajo, ambos habían creído que lograrían adentrarse lo suficiente como para quedar ocultos a ojos de Anderson y sus acompañantes; que cuanto más siguiesen, más lejos estarían de la entrada. Sin embargo, para su sorpresa, la combinación de túneles que habían tomado lo que había hecho era llevarles a través de las entrañas de piedra hasta lo que parecía ser una enorme galería natural cuya extensión cubría prácticamente todo el laberinto de túneles que habían recorrido hasta entonces.

Era como si, en cierto modo, hubiese ascendido un nivel.

La galería en si no disponía de techos altos, ni tampoco de un suelo nivelado por el cual avanzar con sencillez, pero sí de unos cuantos agujeros excavados en la piedra a través de los cuales se podía ver distintos puntos de la mina: túneles, galerías oscuras, cruces de camino y, para sorpresa de ambos, la gran sala de almacenaje donde habían encontrado a Varick y a Morganne. Así pues, conscientes de que resultaría complicado que les localizasen a no ser que el Parente y sus hombres tomasen el mismo camino que ellos, cosa difícil teniendo en cuenta lo mucho que se habían adentrado en la tierra y la cantidad de elecciones de rumbo que habían tomado, decidieron quedarse allí hasta que pasase la tormenta. Una a una, comprobaron las distintas brechas en la piedra, las cuales no tenían un aspecto tan artificial como el de la galería, y finalmente tomaron asiento junto al pequeño orificio que daba a la galería de almacenaje.

—Dudo mucho que pasen de esa sala por lo que podremos tenerlos vigilados desde aquí —murmuró Thomas.

Al igual que Tanith, el científico había empezado a sudar copiosamente al acercarse peligrosamente a la entrada al segundo nivel. Cuanto más se adentraba uno en la mina, más alta era la temperatura. Sin embargo, al iniciar el camino de ascenso, ésta había empezado a bajar tan bruscamente que ambos habían acabado con sudores fríos y una desagradable sensación de ahogo y malestar que ni tan siquiera el estar quietos parecía suavizar.

Además, el llevar las máscaras no ayudaba en absoluto. Al contrario.

—¿Qué pasará si nos descubren?

—Nada bueno.

—¿Podrían meternos en la cárcel?

—¿Cárcel? Esto es una zona restringida de Tempestad, Tanith. Nos hemos saltado varios controles mintiendo y engañando a miembros de seguridad y me he aprovechado de mi antigua condición de miembro del equipo científico de un Parente para poder meter a una extraña en unas instalaciones en estudio. —Sonrió amargamente—. Si después de todo eso solo me meten en la cárcel te aseguro que seré el hombre más feliz del mundo.

—Pues vaya.

Tardaron casi media hora en escuchar las primeras voces procedentes de la entrada de la mina. Tras una breve visita a la ciudad, el Parente Adam Anderson y sus acompañantes, dos hombres cuyos rostros quedaban ocultos bajo las máscaras respiratorias, habían decidido acudir a visitar el interior de la mina en compañía de Varick y Morganne. El ambiente en si no era demasiado distendido, pues todos parecían estar bastante en tensión con la presencia de los agentes de Novikov, pero Anderson, siempre correcto, cumplía con las funciones de guía a la perfección.

Aburrida ante la larga espera, Tanith decidió asomarse por las distintas aperturas que daban a la mina. Al estar los túneles totalmente a oscuras no había demasiado por ver, pero al menos era mejor que contemplar cómo las siluetas en las que las tinieblas habían convertido al Parente y los suyos susurraban. Si al menos pudiesen escuchar la conversación, se decía, sería entretenido, pero mantenerse ocultos tanto rato en un lugar tan frío y oscuro empezaba a resultar demasiado agobiante. Así pues, una tras otra, Tanith fue revisando las aperturas hasta alcanzar el otro extremo de la sala. Desde allí la perspectiva de la galería, la cual estaba en pendiente, era un tanto inquietante. Ciertamente podía ver la sombra de Thom, el cual curioseaba la galería desde lo alto, pero no podía ver su cuerpo. Obviamente, tampoco necesitaba verlo para saber que seguía allí. Hasta que Anderson y los suyos no se fuesen, tendrían que seguir allí esperando. No obstante, le habría resultado más reconfortante.

Siguió descendiendo un poco más. En el lateral derecho se encontraba la estrecha entrada que daba al túnel de acceso a través del cual habían alcanzado la localización. En la izquierda, sin embargo, un segundo camino se abría paso en la piedra con el suelo lleno de aperturas. Una a una, Tanith las fue inspeccionando con la linterna, tratando de ver qué había más allá, pero el resultado era prácticamente siempre el mismo: túneles y más túneles.

A excepción de una.

Alcanzado ya el final del túnel, Tanith alumbró una de las aperturas. Al otro lado de esta, algo ondeaba. Algo parecido a una tela de color rojizo que, tan pronto vio, Tanith tuvo la necesidad de tocar. Presa de la curiosidad, se agachó, introdujo la mano por la apertura y hundió el brazo hasta el codo. Las yemas de sus dedos tocaron de inmediato la tela, o lo que fuese que ondeaba. Cerró la mano a su alrededor, agarrando la tela, y tiró de ésta con fuerza. Inmediatamente después un potente crujido en la piedra precedió lo que sería un sorprendente derrumbamiento.

El suelo bajo sus pies cedió de repente. Tanith lanzó un grito, aún con la tela entre los dedos, y sintió la gravedad atraerla contra el piso inferior junto al resto de piedras. La mujer cayó un nivel, estrellándose estrepitosamente contra el suelo, e inmediatamente después volvió a caer, pues éste también cedió. Uno tras otro, los distintos niveles de piedra fueron cediendo bajo su peso hasta acabar hundiéndose en un gran pozo de oscuridad de estrechas dimensiones, a casi veinte metros por debajo de la altura inicial.

La cadena de golpes provocó que la máscara de la mujer se partiese, dibujando dos grandes líneas de sangre en sus pómulos. Tanith cabeceó, atrapada en el estrecho conducto de piedra donde se hallaba, y se retiró los restos de material de la cara. Ante ella, procedente de una estrecha brecha en la piedra, una línea de luz le bañaba el rostro. Tanith parpadeó, confusa, y apoyó las manos sobre el muro de piedra que tenía ante ella. A continuación, sintiendo que las fuerzas le abandonaban, dejó caer el peso del cuerpo contra éste, derrotada. Su temperatura, para su sorpresa, era bastante más elevada que el de los pisos superiores.

Tanith murmuró algo, sintiendo la sangre cálida descender por las heridas y acumularse dentro de la máscara, y por un instante miró más allá de la brecha. Al otro lado de esta, iluminándole el rostro con lo que parecía ser un foco de luz, había alguien.

Un rostro humano le miraba desde sus casi dos metros de altura, con sorpresa. Con perplejidad. Con miedo.

Inmediatamente después, perdió la conciencia.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Billy Cruz al escuchar la estruendosa aunque lejana explosión de piedra.

La experiencia le había enseñado que la sonoridad de las minas jugaba malas pasadas a sus visitantes, ampliando los sonidos o, dependiendo del caso, reduciéndolos de volumen; era cuestión de profundidad y de la forma de las cavidades. No obstante, aquella explosión había sonado lo suficientemente cerca y fuerte como para tenerla en cuenta.

¿Ratas? ¿Alimañas? No, tenía que ser otra cosa.

Billy alzó su inquisitiva mirada de ojos azules hacia el techo de la galería, en busca de pruebas. De haberse tratado de un derrumbamiento cercano debería haber algún tipo de desprendimiento de piedra; alguna señal de proximidad. Sin embargo, no había nada. Ni movimientos sísmicos ni caída de sedimento.

Ni tan siquiera una maldita mota de polvo.

Aquello no le gustaba. ¿Se trataría de una explosión de gas? Anderson había insistido en la necesidad de llevar la máscara, pero él empezaba a estar cansado de cargar con aquel pesado e inútil equipo. Tanto que, antes incluso de que Anderson hubiese respondido a su pregunta, ya se había quitado la máscara de la cara.

Se pasó la mano por la melena negra, para peinarla hacia atrás, tal y como a él le  gustaba. Desde que llegase a aquel apestoso planeta hacía ya casi dos semanas no había dejado de conocer y ver constantes indicios de infinita estupidez humana.

—Como ya le dije, agente, la mina es inestable. Posiblemente haya habido algún tipo de desprendimiento en alguno de los túneles —respondió Anderson con sencillez, manteniendo la expresión neutra en el semblante. Desde la llegada de los agentes de Novikov a su Templo hacía ya doce horas, ésta no había variado un ápice—. Creo que lo mejor es que volvamos; hay poco más que ver por aquí. Los túneles dan al tercer nivel de la explotación, caballeros, así que no hay posibilidad de que la población se haya dirigido hacia éstos a no ser que quisieran deleitarse con una muerte horrible, calcinados.

Marvin Reed, su compañero de fatigas desde hacía más de diez años, le lanzó una mirada reprobatoria para que volviese a ponerse la máscara. Él, a diferencia de Cruz, sí daba importancia a los escapes de gas y demás factores a las que Billy no atendía. Después de muchos años a la cabeza del equipo de investigación de Novikov, el agente era plenamente consciente de lo que una intoxicación de gas podría llegar a causar.

—Volvamos, sí —decidió Cruz tras iluminar con el cañón de su linterna cuanto les rodeaba. El almacén de no dejaba de ser lo que era: una sala repleta de recuerdos ya olvidados que no importaba a nadie—. Pero volveremos. La Parente está bastante interesada en conocer los detalles de la investigación.

—No hay problema. —Anderson empezó a rehacer el camino—. Van Kessel está al mando del caso, pero mientras permanece convaleciente mi equipo se encarga de apoyar al suyo. La señorita Morganne...

Parente, si no le importa adelantarse... —interrumpió Schmidt—, quisiera comprobar el ruido: solo por seguridad. No tardaré en alcanzarles.

Anderson asintió, consciente que tras la máscara de aparente indiferencia de Schmidt se ocultaba un nerviosismo que, segundo tras segundo, se iba incrementando.

—No hay problema; Morganne, acompáñale. Os quedaréis en Kandem hasta nuevo aviso. —Antes de que la muchacha pudiese protestar, cosa que no había cesado de hacer desde que la aceptase en su grupo por presiones políticas, Anderson giró sobre sí mismo y se adelantó unos pasos. De haber sabido que iba a ser tan problemática no la habría aceptado bajo ningún concepto—. Caballeros, si son tan amables... 

—¡¡Tanith!! ¡¡Tanith!!

El sonido de su propio nombre retumbando en sus oídos logró hacerla despertar. El golpe había sido muy fuerte, pero al menos no la había matado. Se había hecho rozaduras y cortes en las rodillas, piernas y brazos y se había clavado la máscara en la cara, pero al menos estaba viva. Lo único que le preocupaba algo más era el dolor de cabeza, que seguramente venía provocado por algún golpe, y los pinchazos de la muñeca derecha, la cual estaba casi convencida que tenía rota, pero por lo demás se alegraba de haber salido indemne del golpe. Tal y como siempre había dicho su padre, era una mujer dura. No obstante, por muy dura que fuera, estaba confundida, asustada y lo que era aún peor, atrapada.

—¡¡Tanith!!

Desorientada, Tanith volvió la mirada a su alrededor, en busca de la voz. Desde lo alto del gran pozo en el que se había convertido su prisión de piedra, Thom gritaba su nombre mientras la iluminaba con su linterna, totalmente aterrorizado. La caída había sido lo suficientemente alta como para matarla.

—¿¡Tanith, me oyes!?

La mujer asintió. Le caía líquido caliente del oído derecho, seguramente sangre, pero al menos no se había quedado sorda ni muda.

—Sí... me he caído, Thom.

—No te muevas; voy a buscar una cuerda para sacarte. Estate quieta, ¿de acuerdo? Creo que Schmidt está de camino con la chica nueva.

—La chica nueva, claro... Oye Thom, ¿tú sabes quién es Genevieve Moreau? Creo que debería saberlo, pero lo cierto es que no tengo ni idea. ¿Es algo importante?

Murray frunció el ceño, preocupado. Aquel tipo de preguntas no eran buena señal; Tanith debía estar en shock. O peor aún: quizás empezaba a ser víctima de una intoxicación por gas. Después de todo, su equipo no era nada del otro mundo.

Sea como fuere, lo importante era que no perdiese de nuevo el conocimiento. Sin su colaboración sería prácticamente imposible sacarla de allí dentro.

—No tienes por qué saberlo, Tanith. Esa tal Moreau es una artista de la jet set del planeta... se rumorea que es la amante del gobernador. Creo que es por eso que le han encasquetado a la hija a Anderson, ya sabes. Para acallar tanto a una como a la otra. Pero eso no importa ahora... ¿te duele algo? ¿Te has dado algún golpe en la cabeza? Vamos, necesito que te concentres. ¿Recuerdas que día es hoy? ¿Cuál es tu apellido?

Tanith lanzó una fugaz mirada a Thomas, confusa, pero no respondió. Tenía que pensar primero las respuestas. En aquellos precisos momentos la información iba y venía de su mente sin demasiado orden.

Quizás, después de todo, el golpe había sido más fuerte de lo que hubiese querido imaginar...

—Tanith, por favor, intenta responder. Vamos, ¿cuál es tu apellido?

Mientras reflexionaba al respecto, pues a la cabeza únicamente le venían dos apellidos y ninguno de ellos le pertenecía, la mujer volvió la vista al frente. Ante ella, injertada en la piedra, había una brecha muy estrecha a través de la cual se veía algo.

Algo lejano y difuso, pero algo después de todo.

—Thom... aquí abajo hay algo.

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