Parente

By EstherVzquez

90.4K 3.1K 737

Mercurio renace tras el Gran Colapso que lo llevó a la destrucción hace más de cien años lleno de incognitas... More

Parente
Prólogo
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo

Capítulo 1

5.3K 117 26
By EstherVzquez

Capítulo 1

Parente, por favor... Llevan más de media hora esperando. Se van a congelar.

—Ese es su problema. Además, ¿acaso tienen prisa?

Daniela Nox dudó en responder; con el Parente siempre había que vigilar mucho las palabras. Incluso en su mejor día, Aidur Van Kessel siempre tenía en la reserva la respuesta adecuada para sacarla de quicio. Era un maestro en ello. Claro que, para ser sinceros, ella tampoco se quedaba atrás. Siendo la mejor de toda la graduación, Daniela no solo se caracterizaba por tener una sonrisa bonita y más paciencia que el resto de los mortales. Ni muchísimo menos. Ella, al igual que el Parente, poseía una mente afilada, peligrosa, gracias a la cual solía conseguir todo aquello que quería.

Una mente de la que se enorgullecía.

Van Kessel solía decir que siempre conseguía todo con malas artes, pero eso era algo que a Daniela no le importaba en exceso. El motivo de su presencia allí era claro por lo que, le gustase o no, iba a cumplir con su trabajo a toda costa. Y si para conseguirlo tenía que mentir, mentía.

Y si tenía que engañar, engañaba.

Y si tenía que manipular, manipulaba.

Después de todo, ¿acaso no la habían elegido por ello?

—Pero Parente, el maestro Schreiber espera los resultados. Cuanto más les hagamos esperar a ellos, más tendrá que esperar su eminencia. ¿Realmente es eso lo que quiere? Porque si es así, permítame que llame de inmediato al maestro, y...

—Ni se te ocurra tocar el transmisor, Nox —advirtió el Parente poniéndose al fin en pie—. Te corto la mano. —Van Kessel depositó sobre la página del libro que estaba leyendo antes de que la mujer entrase en la sala la pluma negra con la que durante los últimos cinco años había estado marcándolos siempre. Pocos sabían que se trataba de su regalo de nombramiento favorito—. De acuerdo, tú ganas. Diles a esos imbéci...

—Candidatos —corrigió ella—. Son candidatos, Parente.

Van Kessel hizo una breve pausa para coger aire. Frente a él, tan elegante y correcta como de costumbre, su asesora le observaba con los ojos negros serenos, calmados, el cabello azabache recogido en una trenza que le alcanzaba hasta media espalda y esos altísimos zapatos de tacón que tanto le gustaban.

Era complicado enfadarse con ella. 

—Dile entonces a esos imbéciles que se hacen llamar candidatos que en unos minutos acudiré a su encuentro. Adviérteles también de que mi tiempo...

—Es oro —interrumpió Daniela de nuevo, esta vez con una brillante sonrisa de triunfo cruzándole el rostro—. No le llevará más de unos minutos, Parente. Gracias.

Van Kessel aguardó unos segundos a que Nox saliese de su despacho para volver a tomar asiento en su cómoda butaca negra y observar, pensativo, la terminal de transmisiones. Según el reloj de péndulo que colgaba en la pared contigua hacía ya media hora que debería haber llamado. Sin embargo, el terminal seguía en silencio. ¿Sería posible que, después de todo, tampoco fuese a llamar esa tarde?

El Parente alargó al máximo los minutos a la espera de la inminente llamada. Comprobó  nuevamente que el sistema funcionase realizando una llamada de prueba a su terminal portátil y, decepcionado, tomó su abrigo y salió del despacho. Dos pisos por debajo, en la amplia entrada del gran castillo negro, el cual se había convertido en su residencia hacía ya cinco años, varias decenas de hombres aguardaban en silencio su llegada.

Van Kessel descendió las escaleras de piedra que daban al recibidor con teatralidad, dejando que el abrigo aleteara a sus espaldas gracias al gélido aire que entraba a través de la gran puerta que siempre que había visitas ordenaba que dejasen abierta. Daniela odiaba que lo hiciese, pues al vestir prendas más livianas padecía el frío en los huesos con tanta ferocidad como los recién llegados, pero Van Kessel se negaba a prescindir de aquella tradición.

Si los visitantes eran capaces de aguantar el frío y el tiempo de espera, serían dignos de, al menos, ser recibidos.

Mientras descendía los últimos peldaños, el Parente aprovechó para inspeccionar a sus invitados. La mayoría de ellos eran hombres de edades avanzadas, entre cincuenta y sesenta años, cuyas dolencias respiratorias les impedían seguir trabajando en las minas. El perfil habitual. También había alguna que otra mujer a la que la desesperación se le reflejaba en el semblante, seguramente madres solteras a las que la necesidad las había arrastrado hasta allí, y un par de niños de pésimo aspecto. Finalmente había una anciana de aspecto decrépito que apenas se podía mantener en pie, un hombre fornido cuya presencia allí resultaba un auténtico misterio y una jovencita demacrada cuya procedencia seguramente se hallaba en las calles subterráneas de alguna de las poblaciones más marginales de Chao Meng-Fu.

La crème de la crème, en pocas palabras.

Ya en la sala, rodeado de los horripilantes retratos de los antiguos Parentes a los que ahora él sucedía y del grupo de mendigos y desesperados que aquella tarde mercuriana le había proporcionado, Van Kessel acudió al encuentro de Daniela, la cual, al frente del grupo, aguardaba con un largo pergamino y una pluma de cisne pardo entre las manos.

Aidur permaneció unos instantes frente a ellos, persiguiéndoles con la mirada. Le encantaba ver cómo, ante la presencia de un Parente, todos agachaban la vista.

—Bienvenidos a mis aposentos, queridos ciudadanos —saludó finalizada la ronda. Su voz, proyectada con fuerza, sonaba engrandecida a lo largo y ancho de toda la sala, generando lejanos ecos en los más altos techos—. Siempre es un placer para mí invertir unos minutos en compartir vivencias. Lamentablemente, el deber me impide quedarme mucho rato por lo que procederemos a la elección de los sujetos experimentales. Como imagino que ya les ha informado la señorita Nox, hay sesenta plazas disponibles por lo que, siendo ustedes cien, habrá cuarenta a los que no podremos aceptar. De antemano me gustaría darle mis condolencias e invitarles a la siguiente candidatura. Quién sabe, puede que la Suprema no les sonría ahora, pero quizás lo haga la próxima vez. —Ante la mención de la Suprema, muchos fueron los que se besaron las puntas de los dedos en señal de respeto siguiendo la tradición planetaria—. A los elegidos, tan solo darles la bienvenida al proyecto. Su colaboración ayudará mucho a avanzar nuestros estudios. A continuación la señorita Nox realizará la lectura de los afortunados. Aquellos cuyos nombres sean mencionados deberán aguardar hasta el final. Por favor, a los elegidos, no olviden que no es necesario presionar las pantallas con las plumas digitales cuando firmen los permisos. El resto, finalizada la lectura deberá abandonar el edificio en silencio. Fuera les estará esperando el transporte para regresar a Bermini. —Van Kessel extendió los brazos a modo teatral—. Así pues, señoras, señores, les deseo mucha suerte a todos.

En realidad no deseaba suerte alguna a ninguno de ellos, pues ser elegido no era tan gratificante ni positivo como algunos engañados querían creer. Entrar como sujeto de pruebas al departamento científico de Tempestad era sinónimo de una muerte lenta y dolorosa a causa de drogas, medicamentos experimentales y demás compuestos en los que Van Kessel no quería ni pensar. Era, en definitiva, una forma de morir algo más programada. Algo realmente horrible. No obstante, aquellas pobres gentes a las que el dinero no les llegaba ni para dar de comer a los suyos, no tenían otra opción.  Tempestad les ofrecía la posibilidad de mantener a sus familias con una compensación económica mínima durante el periodo que lograsen mantenerse con vida por lo que valía la pena intentarlo.

Aidur aguardó parte del proceso junto a Daniela, sonriendo y felicitando a los elegidos, y despidiendo a los rechazados con un par de palabras de consuelo. Irónicamente, aunque nunca lo supiesen, los auténticos vencedores eran los que más tarde regresarían a sus hogares con los bolsillos y estómagos vacíos.

En el fondo, aquella era la esencia de Mercurio: pobreza, contrastes, desesperación, muerte... Aquel era, sin lugar a dudas, un magnífico planeta en el que morir. Para vivir, sin embargo, era una trampa mortal.

Aidur Van Kessel llevaba casi veinticinco años viviendo en Mercurio. Procedente de otro lugar cuyo nombre jamás había logrado descifrar, Aidur había llegado a su nuevo hogar con la tierna edad de cinco años en compañía únicamente de su madre. En aquel entonces, desesperados como estaban, Mercurio se había presentado como el magnífico escenario en el cual esconderse de aquellos que les perseguían.

Un lugar perfecto en el cual volver a empezar.

Lamentablemente, pronto descubrirían que Mercurio era el peor planeta al que podrían haber llegado. Sus ciudades subterráneas atrapadas en el interior de cúpulas refrigerantes y sus peligrosas minas eran tan solo la punta del iceberg. Las enfermedades respiratorias, las pésimas condiciones laborales y sociales, los accidentes mortales y los altísimos índices de delincuencia aguardaban bien ocultos bajo la superficie, a la espera para poder cazar a pobres intrépidos como ellos.

Mercurio no era un buen lugar en el que vivir. Aidur lo había descubierto rápidamente y, desde entonces, nunca lo había olvidado. En aquel planeta la muerte aguardaba en cada esquina, y tan solo los más afortunados eran capaces de burlarla lo suficiente como para tener una vida mínimamente digna. Él, el más afortunado de todos los miembros de tan selecto grupo, había logrado encarrilar su vida rápidamente. Desde el primer día había tenido las ideas claras y se había centrado únicamente en conseguir su objetivo. Otros tantos, sin embargo, se habían ido quedando en el camino.

Aidur había visto morir a demasiada gente. La mayoría eran personas que nunca le habían importado, pero había habido unos cuantos casos en los que su pérdida había sido demasiado dolorosa. La muerte de su madre, por ejemplo, siendo él un niño de tan solo doce años le había afectado notablemente. Además de cambiar por completo su vida al verse atrapado en un orfanato, le había sumido en un estado de tristeza y abandono que, durante meses, le había ido persiguiendo día tras día. Por suerte, el tiempo había acabado por curar la herida y Aidur había logrado pasar página. No obstante, no había sido solo la pérdida de Rowena lo que le había hecho comprender que su destino estaba vinculado a Tempestad. La muerte de Kaiden Tremain, siete años después de la de su madre, había sido un nuevo golpe del destino que aún le costaba aceptar. Lógicamente, ya nada podía hacer por ellos; ambos habían muerto y nunca volverían, pero al menos le consolaba saber que, como Parente, en su mano estaba hacer todo lo posible para evitar más casos como aquellos.

O al menos intentarlo, claro. Van Kessel podía luchar contra la delincuencia que se había llevado a su madre durante el atraco, pero no podía frenar los continuos movimientos de tierra, accidentes y enfermedades que, finalmente, habían dado al traste con el bueno de Kaiden. Ante aquello no podía hacer nada salvo esperar que la Suprema en toda su gloria decidiese borrar a Mercurio de la lista de planetas habitables.

Cosa que, por supuesto, no iba a suceder.

Así pues, dadas las circunstancias, Van Kessel no tenía otra opción que invertir su vida en aquello por lo que creía haber llegado al planeta: para protegerlo. Lamentablemente, formar parte de la magnífica Tempestad, objetivo de la mayoría de ciudadanos del Reino, no era tan sencillo como a simple vista parecía. El cargo conllevaba ciertas responsabilidades y obligaciones que, si bien podía llegar a comprender, no le facilitaban precisamente la existencia. Al contrario. No obstante, no quedándole otra opción, Aidur las sobrellevaba como bien podía.

Lo primero era lo primero.

A Aidur le gustaba servir a Tempestad. Como cualquier otro niño, Van Kessel había crecido soñando formar parte de sus filas. Inicialmente lo había hecho porque le gustaban sus trajes, lo imponentes que eran sus miembros y, en definitiva, el poder que conllevaba el cargo. Con el tiempo, sin embargo, había comprendido que lo que realmente hacía tan importante a los Parentes era su capacidad de acción. Conseguir poder, si uno sabía moverse adecuadamente, era asequible. No estaba al alcance de cualquiera, desde luego, pero una persona inteligente y con buenos contactos podía llegar fácilmente a alcanzar los puestos de mayor rango dentro del control de las minas y las refinerías. Sin embargo, desde allí, aparte de mandar sobre operarios y lanzar algún que otro latigazo, poco más podían hacer. El poder real, aquel que les permitía cambiar las cosas, residía en los gobernadores en su mayor parte, en los dueños de las explotaciones y de las refinerías, pero también en los agentes de la ley. Pero no aquellos agentes de la ley que deambulaban por las calles fingiendo no ver cuánto les rodeaba. No.  Aquellos hombres, en el fondo, no eran más que operarios disfrazados cuyos sueldos eran cubiertos por los mismos a los que deberían detener. Los agentes de la ley que realmente podían hacer algo eran aquellos sobre los que no mandaba el gobierno planetario. Aquellos que únicamente respondían ante Lightling y Varnes. Los elegidos de Tempestad: los Parentes y sus equipos.

Así pues, como agente de la ley al servicio de Tempestad, Aidur Van Kessel impartía justicia a lo largo y ancho de todo el planeta. O al menos lo intentaba, claro. Aunque no dependieran del gobierno, las relaciones entre Tempestad y las instituciones administrativas debían ser lo mejores posibles por lo que, en algunas ocasiones, Aidur se veía atado de pies y  manos. Normalmente, aquellas situaciones acababan con el maestro Jared Schreiber de por medio intentando calmar los ánimos de ambos bandos, pues por todos era sabido que la paciencia de Aidur no era su mayor virtud, pero de vez en cuando había excepciones en las que, dejando en sus manos la decisión final, el Parente había logrado hacer justicia.

Justicia de verdad.

La estructura de Tempestad en Mercurio estaba encabezada por Jared Schreiber, el Parente con mayor rango al que todos conocían como el maestro. Schreiber, el cual había descubierto a Aidur con apenas dieciséis años, era un hombre justo y severo al que los años de experiencia habían convertido en un pozo de sabiduría al que sus dos aprendices solían acudir. A nivel laboral, Aidur confiaba plenamente en el maestro. Sus métodos no siempre coincidían con los suyos, pero aceptaba que tenía mejor juicio que él. Los años de experiencia, después de todo, tenían que servir de algo. Además, Schreiber siempre tenía la última palabra por lo que, en el fondo, no valía la pena discutir con él. Darle la razón, siempre y cuando la tuviese, por supuesto, era lo más inteligente.

En el siguiente eslabón de la cadena de mando se encontraban Aidur y su compañero Adam Anderson, los dos Parentes en activo. En otros tiempos el número había sido elevado hasta tres, pero tras una decisión interna tomada por el propio Varnes, había sido reducido a dos. Estas plazas, según dictaba la normativa interna, siempre tenían que estar cubiertas por lo que, tan pronto un Parente moría, otro tenía que sustituirle. Para ello, por supuesto, la organización contaba con un grueso de aprendices y colaboradores autóctonos que permanentemente estaban preparándose para el gran momento.

Aidur había formado parte de aquel grueso durante nueve años. Nueve larguísimos años en los que había aprendido todo cuanto ahora sabía, y todo gracias a Schreiber, el cual, desde un principio, había confiado en él.

Van Kessel se lo agradecería eternamente.

Pero no solo a él. Adam Anderson, el otro Parente, también le había ayudado a lo largo de todos aquellos años. Desde que Aidur lograse convertirse en el ayudante personal de Schreiber a los dieciocho años, los dos hombres habían estado muy unidos. Tanto que, después de doce años de relación y convivencia, habían acabado convirtiéndose en grandes amigos. De hecho, se podría decir que, teniendo en cuenta las férreas leyes de Tempestad al respecto, Adam era su mejor amigo.

Pero el ser amigos no había impedido que Adam colaborase en su formación con sorprendente dureza. Al contrario. Durante todos aquellos años, el Parente había sido tan severo o incluso más que Schreiber, y gracias a ello Aidur había llegado tan lejos.

Por debajo de los Parentes estaban los equipos de apoyo. Cada Parente tenía a su servicio un grupo de colaboradores elegidos por ellos mismos a través de los cuales se organizaba al resto de miembros de la organización. Aidur, por ejemplo, tenía a su servicio a cuatro personas cuya misión era la de, además de darle apoyo, organizar y controlar al resto de colaboradores. Thomas Murray, el mejor amigo de la infancia de Aidur y gran científico, se encargaba de que el equipo de investigación al servicio de Van Kessel funcionase adecuadamente. Para ello, por orden estricta de su señor, Thomas tenía prohibido abandonar el castillo sin su permiso. Su lugar estaba allí, bajo los focos, entre probetas y gases.

Varick Schmidt era su hombre de campo. Repartidos por las distintas capitales del planeta, Van Kessel tenía a un equipo de informadores que se encargaban de localizar puntos de conflicto sobre los cuales empezar a trabajar. Varick Schmidt, a la cabeza del grupo, se encargaba de recopilar toda la información y seleccionar los casos más graves. A partir de ahí, siguiendo el protocolo estipulado por Tempestad, empezaban las investigaciones.

Como asesora personal y segunda al mando tenía a Daniela Nox, la más manipuladora y astuta de todas las mujeres a las que había conocido hasta entonces. Nox, en general, se encargaba de absolutamente todo el trabajo sucio. Acudía a las reuniones con el gobernador en su nombre, recibía a los visitantes más incómodos, escuchaba las propuestas de mejora y las quejas de los ciudadanos, se encargaba del abastecimiento, de la transmisión y redacción de los informes... Se podría decir que, en general, ella se encargaba de que absolutamente todo funcionase, y la verdad es que no lo hacía nada mal. Al contrario. Aquella mujer, sin lugar a dudas, era la estrella más brillante de todo el castillo.

Era una lástima que fuese a veces tan terca y entrometida; de lo contrario, habría sido la mujer perfecta.

Finalmente, el último miembro de su equipo de apoyo era Kaine Merian. Mientras que Daniela se encargaba de todos los asuntos de dentro del castillo, Kaine era el encargado de que todo funcionase bien de puertas a fuera. Él se encargaba del transporte, de las entrevistas y de las visitas. Antes de que Aidur tuviese que ir a cualquier lugar él se pasaba primero, para asegurarse de que fuese terreno seguro, y no le dejaba solo hasta que cruzaba las puertas del castillo de nuevo, finalizada la misión. En cierto modo, se podría decir que Kaine era la sombra de Van Kessel en el planeta, aunque la definición no sería del todo correcta. Incluso desde la distancia, el Parente contaba siempre con cuatro sombras, las cuales, con el tiempo, se habían convertido en los pilares de su éxito.

Junto con Adam y Jared, aquellos cuatro hombres conformaban la única familia que Tempestad le permitía tener. El resto, aunque siempre allí presentes, llenando de vida los pasillos y las salas de su castillo, no eran más que sombras difusas cuyos nombres era incapaz de retener durante más de unas horas.

Aidur sabía que por su propio bien era mejor mantenerlos apartados de su vida, lo más lejos posible, y así hacía.

Las normas de Tempestad al respecto, después de todo, eran muy estrictas. A parte de con miembros de la organización, Aidur no podía relacionarse estrechamente con nadie por lo que era mejor acostumbrarse a no mantener lazos con nadie. Cuantas menos vidas tuviese en mente, menos preocupaciones le comportarían. Era fácil.

O al menos eso le gustaba pensar.

Desconectar del mundo que anteriormente había sido el suyo tras el nombramiento había sido muy complicado. Obviamente, desde el minuto uno había sabido que aquel sería su destino si lo que quería era convertirse en Parente. Las normas eran claras: en ningún momento le habían engañado. No obstante, incluso sabiéndolo, le había costado demasiado romper lazos.

Lamentablemente, no había tenido otra opción.

—Magnífica interpretación, Parente. Casi se me saltan las lágrimas al ver cómo le estrechaba la mano a esa jovencita. Imagino que sabe que era una prostituta.

Recién llegada del laboratorio, tras presentar a los nuevos sujetos de pruebas a Thomas Murray y su equipo, Daniela se adentró en el despacho con paso firme, haciendo resonar los tacones estruendosamente, tal y como a ella le gustaba. Dejó sobre el gran escritorio tras el cual aguardaba Van Kessel cómodamente sentado un fajo de pergaminos llenos de información encriptada, la terminal portátil y le ofreció la pluma digital. Seguidamente, pisando las alfombras con garbo, atravesó el despacho hasta las tupidas cortinas naranjas tras las cuales se escondía un gran ventanal doble y las retiró. Más allá del vidrio, el sombrío y rocoso paisaje subterráneo de Mercurio les daba la bienvenida.

—Hoy el aire está bastante limpio; he pedido que aumenten la capacidad de reciclado. ¿Quiere que abra las ventanas? Le irá bien respirar aire puro.

 Aprovecharon la ocasión para deleitarse de un poco de oxígeno refinado. Bajo tierra, el aire nunca llegaba a ser puro del todo; siempre estaba viciado y, dependiendo de la zona, contaminado. En aquel entonces, sin embargo, parecía lo bastante limpio como para lograr engañar a los pulmones. 

—No se me había escapado el detalle, no.

—Contaba con ello. —Daniela borró la sonrisa, dispuesta a tratar temas ya más serios—. ¿Sabe? Los candidatos rechazados parecían bastante decepcionados. Para uno de ellos esta era la quinta negativa.

—Entonces debería empezar a plantearse nuevas opciones, ¿no crees? —Aidur le dedicó una amplia sonrisa, carente de humor. No era la primera vez que trataban aquel tema—. Que no se queje; en el fondo le estamos haciendo un favor. 

Nox asintió ligeramente, dando así por zanjado el tema. Ni tan siquiera valía la pena intentar luchar por una batalla que, desde el principio, estaba perdida. Esa gente no valía ni tan siquiera como para candidatos de pruebas experimentales. Además, en el fondo, Van Kessel tenía razón. Después de pasar tantos años atrapados en las minas, no era justo que aquellos hombres hallasen la muerte en un laboratorio.

—¿Murray está satisfecho con los candidatos? ¿Ha dado el visto bueno?

—Siempre da el visto bueno, Parente.

—Así me gusta.

Los científicos de Van Kessel estaban trabajando en el diseño de nuevos órganos biónicos gracias a los cuales se podría mejorar y alargar la vida de los humanos. Hasta entonces, el avance en implantología había permitido que los miembros amputados pudiesen ser sustituidos fácilmente. Lamentablemente, un buen implante seguía siendo caro, muy caro, pero al menos había otros tantos de menos categoría pero resultados francamente parecidos al alcance de cualquiera en el mercado negro.

Aquel punto, por lo tanto, estaba superado. Precisamente por ello, los científicos de Van Kessel habían decidido ir a más. Si bien un miembro podía ser sustituido fácilmente, cuando se hablaba de órganos internos la cosa se complicaba. Por el momento se habían logrado crear algunos riñones con fecha de caducidad a partir de células madre, pero el proyecto se había quedado estancado varios años atrás. No era asequible. El proyecto de Murray, sin embargo, iba mucho más allá. Lejos de intentar crear órganos de base orgánica, el científico había decidido encontrar el modo de suplantarlo con otros creados artificialmente. Aquello comportaba que, el implante, no solo debía cumplir y  mejorar su función sino que, además, debía ser compatible con el resto del organismo.

El tema era complicado. Aidur había intentado interesarse sobre ello en varias ocasiones, pero la idea de introducir pequeños motores en un cuerpo humano para intentar mejorar el rendimiento de los propios le resultaba un tanto descabellada. Los hombres, después de todo, seguían siendo hombres. ¿Cómo intentar, entonces, mezclarlos con máquinas? ¿Acaso no eran evidentes los resultados después de tantos intentos fallidos?

Todas aquellas dudas habían provocado que Aidur se alejase del proyecto. La estricta normativa de Tempestad le obligaba a tener un equipo trabajando en ello, pues aquel era el proyecto que había sido asignado a Mercurio, pero no que le interesase. Aquella decisión quedaba en manos del Parente por lo que, haciendo uso de su libertad, Aidur había preferido apartarse el máximo posible. En cuanto hubiese resultados favorables, si es que alguna vez lo conseguían, Murray le informaría al respecto.

—¿Quiere que le mantenga informado de su evolución? Creo que van a empezar a trabajar hoy mismo con los pulmones M-45 con los sujetos de rango A. Murray dice que es probable que hayan resultados positivos. Al parecer varios de ellos reúnen las condiciones adecuadas para... 

—Suficiente, Daniela —interrumpió el Parente—. Prefiero no saber nada más. Infórmame en cuanto haya un avance significativo; el resto de detalles pásaselos directamente al maestro. Estoy convencido de que él los encontrará bastante más útiles que yo.

—Como usted mande, Parente.

—¿Y qué hay de Schmidt? ¿Tiene noticias para mí? Anoche recibí un aviso suyo.

—Suyo y de Roger Lawler, el asistente personal del gobernador de Melville. Están a punto de cumplir tres años ya desde la última reunión y, al parecer, quiere revisar ciertos asuntos con usted. Creo que sería conveniente que asistiera, Parente. Seamus Smith es un hombre muy influyente, lo sabe. Tiene trato directo con el gobernador planetario y el maestro. No deberíamos obviar su aviso.

Van Kessel dejó escapar un largo suspiro. De los cinco gobernadores que regentaban las grandes ciudades que componían Mercurio, el señor de Melville era el que menos le gustaba. Para muchos, el artífice de la ciudad universitaria en la que se había convertido Melville en los últimos años era toda una eminencia: el sabio entre sabios gracias al cual Mercurio lograría salir de la grave crisis en la que se hallaba. Para Van Kessel, sin embargo, no era más que un hombre con recursos cuya mayor habilidad era la de aprovecharse de la inocencia y desconocimiento de los más jóvenes.

—Sabes que no me gusta ese hombre.

—A mí tampoco, Parente; creo que ambos coincidimos en que sus métodos de aprendizaje y el esclavismo son primos hermanos, pero está muy bien visto a nivel planetario. Además, hay ciertos rumores de que los hijos de ciertas personalidades de Saturno van a cubrir varias de las plazas por lo que deberíamos informarnos al respecto. Cuanto más aliados tenga, más poder acumulará.

Van Kessel asintió de mala gana, consciente de la importancia de mantener a Seamus Smith controlado. Aquel hombre tenía en su poder más de un millón y medio de estudiantes hacinados en su ciudad subterránea por lo que no les interesaba perder la relación.

Aquellos hombres y mujeres, después de todo, eran el futuro de Mercurio.

—Contacta con ellos y veamos qué quieren; dependiendo de lo que sea, acudiré yo mismo. Tendremos que mantener vigilado a Smith.

—Me parece bien, Parente. Contactaré esta misma tarde con ellos. Respecto al mensaje de Varick: hablaba sobre ciertos indicios que ha encontrado en una de las localidades de Bermini, Aidur, en Tólussan. Esta misma mañana ha enviado documentación al respecto. Si enciende su terminal, la encontrará archivada en la carpeta 099. Creo que debería echarle un vistazo; espera respuesta.

—Me encargo de ello. ¿Lo has revisado?

—Algo he visto. —Daniela se puso en pie—. Aunque creo que no debería haberlo hecho. Voy a contactar con Roger, si necesita algo sabe dónde estoy. Por cierto, debería firmar las autorizaciones para iniciar los procesos en el laboratorio. En cuanto tenga la firma, me encargaré de hacer llegar a los respectivos responsables la información. Lo dicho, si necesita algo...

Un pitido agudo procedente del receptor de transmisiones interrumpió a Daniela. Ambos volvieron la mirada hacia el instrumento, el cual estaba en el lateral derecho del escritorio, y extendieron a la vez la mano hacia el auricular, instintivamente. Acto seguido, antes de que pudiese llegar a rozarlo siquiera, Nox la retiró, avergonzada.

—Perdón.

Salió del despacho, bajo la atenta mirada del Parente, el cual, con la mano apoyada sobre el auricular, aguardó a que esta hubiese abandonado la sala y cerrado la puerta para descolgarlo y llevárselo al oído.

—¿Por qué demonios no has llamado antes? ¡Llevo una maldita semana esperando! Empezaba a...

—¿Preocuparte por mí?

El tono burlón con el que Adam Anderson interrumpió a su compañero logró que Aidur cerrase los ojos, sintiéndose por un momento avergonzado. El Parente se cubrió el rostro con la mano libre, sintiéndose terriblemente estúpido por un instante, y permaneció en silencio hasta que, al otro lado de la línea, Adam soltó una sonora carcajada.

—Sabes que te aprecio, Aidur, pero esto es demasiado.

—Cállate, anda. No esperaba tu llamada, ¿va todo bien?

Mientras hablaban, Aidur sacó del interior del armario su terminal portátil. Normalmente no hacía uso de ella, pues las tecnologías y el Parente parecían tener una guerra abierta desde hacía años, pero en aquel entonces, con el informe de Schmidt caliente en su bandeja de entrada, no tenía más remedio que rendirse.

Depositó la terminal sobre el escritorio y activó el sistema. En escasos segundos el emblema de Tempestad en Mercurio, una guadaña partiendo un aro, aparecería en la pantalla sobre un fondo azulado.

—Si te leyeras mis informes sabrías que ando bastante ocupado en Caloris, pero en fin, imagino que es más fácil que le preguntes a esa ayudante tuya que todo lo sabe. En realidad te llamaba para algo importante: anoche recibí la visita del maestro aquí, en el Templo.

—¿En el Templo? ¿Fue a verte a tu propia casa?

Aidur introdujo su contraseña en el sistema para poder acceder a la bandeja de entrada. Siempre poniendo en juego su paciencia, Daniela había decidido que, al menos la de aquel mes, sería Nifelheim30.

—A mí nunca me ha venido a ver aquí —prosiguió—. De hecho, tampoco visitó a nadie durante el periodo que yo era su aprendiz. ¿Ha pasado algo?

—Bueno, se podría decir que no vino a hacerme una simple visita de cortesía. En un par de días me pasaré por tu Fortaleza, ¿podrás hacerme un hueco? Hace tiempo que no charlamos cara a cara.

—No hay problema. ¿Debo preocuparme?

—¿Por mí? —Aidur imaginó perfectamente el rostro de su compañero iluminado, risueño: burlón—. Por mí preocúpate cuanto quieras, Aidur, aunque no más de lo necesario. Ni por mí ni por nadie; al menos no de momento. Nos vemos en dos días, compañero.

Van Kessel colgó el auricular con una sensación agridulce. Sin necesidad de tener que decir nada, Adam lo había dicho todo. Tendría que ser cuidadoso. Aidur desconectó el receptor de llamadas, no sin antes conectar el grabador, y se concentró ya en la pantalla que tenía ante sus ojos. Tal y como había asegurado Daniela, un archivo procedente de la cuenta de Varick Schmidt le aguardaba en la carpeta titulada 099. El Parente accedió a él rapidez, ignorando el mensaje transcrito por el agente, y preparó los archivos adjuntos para que se reprodujesen.

Acto seguido, empleando el visor holográfico para ello, se inició el visionado en tres dimensiones de los distintos archivos adjuntos que Varick había efectuado ante la atenta mirada del Parente.

Al parecer, el bueno de Schmidt había encontrado algo realmente interesante.

El primer archivo era una grabación de un noticiario de la semana anterior en el cual una reportera hablaba sobre la misteriosa desaparición de un par de jóvenes en uno de las localizaciones de Bermini. Al parecer, según los vecinos de la zona, los jóvenes se hallaban en los alrededores de una de las refinerías cuando un corte energético había dejado a toda la población a oscuras. Algo bastante común. Lo extraño, sin embargo, era que, al regresar la energía, los muchachos ya no solo se encontraban en el lugar sino que, en su lugar, había dos grandes manchas de sangre y, procedente de los accesos de una de las minas ya cerradas, gritos de socorro.

Según comentaba uno de los vecinos a los que entrevistaban, él mismo había acudido en su búsqueda hasta las puertas de la mina, pero al hallarlas selladas no pudo más que quedarse al otro lado de estas, escuchando con perplejidad los lejanos aullidos que, cada vez más hundidos en la piedra, repetían una y otra voz con tono de súplica un nombre: Ashdel.

En el siguiente archivo la reportera entrevistaba al vigilante de la mina sellada, el cual, mostrando los sistemas de seguridad y las grabaciones que el corte energético le había permitido tomar, revelaba que, entre otras cosas, el acceso llevaba más de veinte años cerrado.

Los siguiente cuatro archivos estaban repletos de entrevistas a vecinos que, confesaban, que no era la primera vez que sucedía algún acontecimiento extraño alrededor de aquella mina. Al parecer, las voces y las fugas imposibles a través de aquellas puertas selladas se habían empezado a dar con cierta frecuencia en los últimos años, aunque nunca con tanta claridad. Hasta entonces todo se había resumido en gritos lejanos, sombras y murmullos. Lo ocurrido la semana anterior, sin embargo, tenía demasiados testigos como para no ser tomado en cuenta.

Además, por primera vez, las víctimas tenían nombre y apellido.

Finalmente, en el último archivo encontró una serie cifrada de números y letras que rápidamente reconoció como el código de uno de los volúmenes de la biblioteca. Aidur apuntó la referencia en un pedazo de pergamino, se lo guardó en el bolsillo y, dejando por el momento las firmas y el resto de la documentación que debía repasar sobre la mesa, se encaminó a uno de sus lugares favoritos de la Fortaleza: la biblioteca.

Como alto cargo de Tempestad, Aidur Van Kessel tenía a su disposición un alto número de volúmenes cuya información era confidencial. Aquellos volúmenes, ocultos en el interior de la biblioteca que el propio Parente había hecho construir tras su nombramiento, yacían bajo la estricta vigilancia de una docena de androides que, armados, estaban programados para disparar a matar a cualquier intruso.

Siguiendo el ritual de siempre, Aidur pasó frente a los androides de seguridad, los cuales agacharon la cabeza cortésmente a modo de saludo, e introdujo su llave privada en la cerradura de la puerta. Una vez dentro, el Parente cerró tras de sí la puerta y, ante sus ojos, un candelabro de tres velas sujeto por lo que parecía ser una estatua de cera de aspecto poco humano se encendió.

Aidur le palmeó el hombro a modo de saludo.

—Volvemos a vernos, Rick —saludó.

El androide de cera siguió al Parente a lo largo de toda la sombría sala hasta dar con el estante en el cual se hallaba el tomo indicado por Schmidt. Aidur lo extrajo de la estantería y lo llevó a una de las mesas de lectura, lugar en el cual tomó asiento siempre bajo la iluminación que el androide le ofrecía, y abrió el libro por el índice.

Uno a uno, Aidur fue revisando todos los títulos de los capítulos hasta dar al fin con el que buscaba. Tal y como suponía, el nombre pronunciado por los supuestos desaparecidos no era casual.

Ni muchísimo menos.

Continue Reading

You'll Also Like

8.4K 438 13
12 Pequeños momentos en donde tu y sus amigos molestas a tu novio JiMin... El es tan tierno,lindo,inocente y pequeño...es inocente cuando están con l...
17.9K 880 4
Ella quería su dinero,yo su amor y atención,yo era solo su sirvienta,el estaba casado con ella,ella lo engaño,ella se fue con otro,el sufrió unos seg...