El Ángel de la Vida

By eduardobolanos

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Una visita inesperada sorprendió al protagonista de esta historia, que contemplaba el rostro de su hija al do... More

Dedicatoria
Introducción
Capítulo 1: Un Ángel de la Vida
Capítulo 2: La Muerte
Capítulo 3: El Aborto
Capítulo 4: La Fecundación in Vitro
Capítulo 6: La Familia
Capítulo 7: La Misericordia de Dios
Epílogo
Para compartir
Agradecimiento
Créditos

Capítulo 5: La Eutanasia, La Guerra y la Pobreza

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By eduardobolanos

 La bendición del Señor fue tan impactante que por un momento perdí el conocimiento. Al despertar sentí una paz muy reconfortante. Parece que dormí por mucho tiempo, pero el Ángel de la Vida estuvo a mi lado cuando desperté, seguro velando mi descanso después de esas visiones tan dolorosas.

Nos encontrábamos en algún lugar en medio de la montaña, se veían árboles, vegetación densa y una belleza natural inigualable. La sensación de paz y la calma del bosque eran todo un alivio para mi espíritu adolorido.

—Hay otras maneras con las que se está acabando con la vida de los hijos de Dios —me indicó ella con voz suave. La eutanasia es una de esas formas, en las que se disfraza de "muerte digna" algo que es, en realidad, un asesinato.

—Nunca he comprendido ese tema. ¿Qué pasa si una persona tiene una enfermedad muy grave y solo sobrevive porque está pegada a una máquina, pero ya no puede expresar sus sentimientos?

—Solo Dios sabe lo que cada una de esas personas vive en su agonía —respondió ella con seguridad—. Muchas veces este momento de agonía, de horas, días, meses o años, es lo que la persona necesita para comunicarse con el Señor, conocerlo, como nunca antes hizo, y pedirle su misericordia. Muchas otras veces la persona está luchando de manera muy valiente contra la enfermedad, porque tiene metas y proyectos que no ha terminado.

—Pero no es justo sufrir tanto... —respondí.

—Es necesario que la humanidad comprenda que el sufrimiento de una enfermedad no debe verse como un castigo sino como un tiempo de expiación, un tiempo para reconciliarse con Jesucristo. Ciertamente el dolor y la enfermedad no son situaciones agradables, pero cuando hay esperanza en una vida de gozo después de la muerte, ese tránsito se hace más sencillo de soportar, poniendo todo en manos de Nuestro Señor, y haciéndose acompañar de María Santísima.

—¿Y cómo sabemos hasta cuando una persona que está postrada en una cama de hospital debe continuar conectada a las máquinas? ¿Cuándo sabemos que ha llegado su momento de morir?

—Los médicos que defienden la vida han recibido del Espíritu Santo un don muy especial para entender estos temas tan delicados. Lo que sí te puedo decir con toda claridad es que nunca se le pueden quitar los servicios básicos de sobrevivencia a las personas que se encuentran en agonía. Es decir, oxígeno, tratamientos médicos, alimentación, apoyo cardíaco, etc., son esenciales para mantener la vida. Si alguien toma la decisión de retirarlos es cómplice de la muerte de esa persona; por eso, debe dejarse llegar hasta su fallecimiento en forma natural.

—¿Qué sucede cuando hay que hacer una maniobra de resucitación del corazón o darle aire a la persona?

—Eso es parte de la sabiduría que Dios ha otorgado a cada médico y persona a la que le dio el don de cuidar la salud de los demás. En ocasiones la maniobra asegura la vida de las personas para seguir luchando contra su enfermedad o un accidente, por ejemplo; en otros casos el médico podría determinar que ese es el momento de la muerte natural de una persona y decide no realizar la técnica para no generar un sufrimiento innecesario a un agonizante que ya no se va a recuperar. Queda claro que en este caso no se le ha negado la atención de sus necesidades básicas.

El ángel se incorporó de pronto y me llamó para que la acompañará detrás de un árbol que tenía un tronco muy grueso, tanto que quedaba escondido por completo de la vista del sendero que pasaba por ahí cerca.

Apenas llegamos pasó una estampida de personas corriendo asustadas. Estas personas parecían pueblerinos o trabajadores de campos o de fábricas. Yo no había podido comprender de qué se trataba la situación.

Ellos seguían corriendo atemorizados, gritando con desesperación y llevando los niños pequeños en brazos. De repente comenzaron a escucharse tiros de metralla en todo el campo, gritos de dolor y cuerpos caídos en el lugar. Un ejército enemigo les había dado alcance y estaba acabando con estos civiles, sin importar si eran niños, ancianos, hombres o mujeres.

Al paso de los guerrilleros decenas de personas quedaron tendidas en el sendero boscoso, muchas terriblemente mutiladas por las ráfagas asesinas, algunas todavía con vida a las que no podíamos socorrer y vimos morir del sufrimiento.

El ángel me dijo:

—Las guerras son la causa de muerte de decenas de miles de personas cada año, en muchos países, en muchas culturas, de muchas religiones. Las guerras no perdonan clases sociales o nivel educativo, las guerras exterminan a los hijos de Dios por favorecer los intereses de unos pocos, la soberbia humana y el ansia del poder.

"¡Cuántos países están en guerra!" Pensé. Y saber que todas las personas que mueren, civiles o militares, son hijos de Dios, aunque no lo conozcan o no lo quieran aceptar.

—Las guerras son un problema muy grave —dijo el ángel—. Hay niños y personas inocentes que son obligadas a participar, también hay mucha manipulación, mucho odio, venganza y poca comunicación. Pueblos enteros batallan por defenderse, otros por ser superiores, pero en cada guerra y con cada muerte se pierde y se mancilla la dignidad de la humanidad entera.

—Pero las guerras han existido desde siempre —indiqué.

—Claro, las ansias del dominio y el poder también, incluso en el cielo hubo una guerra y el demonio con sus ángeles se rebelaron contra Dios y ahora son los que propician el odio entre las personas para generar guerras y conflictos.

—¿Entonces el demonio es el causante de todos estos males?

—Sí lo es, se aprovecha de la debilidad de las personas y su lejanía con Dios, para generar los sentimientos oscuros que terminan con actos como el aborto, la eutanasia, la guerra y la violencia.

—¿Qué podemos hacer nosotros para detener las guerras? No somos capaces de luchar contra pueblos o ejércitos completos.

—Solamente podemos orar y pedirle a Dios Todopoderoso, que llene del Espíritu Santo los corazones de todas esas personas, para que tomen decisiones en favor de todos, soluciones de paz y armonía. Y que las personas que ostenten el poder puedan llegar a conocer el amor de Dios.

El ángel me señaló un sitio lejano hacia donde caminamos. Avanzamos saliendo de la zona boscosa y anduvimos por lo que parecía un poblado. De pronto vimos casas muy abandonadas, casi de materiales de desecho, y entre ellas vivían algunas personas en extrema pobreza.

Nos adentramos más en el poblado y vimos niños desnutridos arrastrándose por las calles, personas prácticamente desnudas con sus cuerpos llenos de llagas y enfermedades. No habían ancianos, y se veían muy pocos animales. No había comida, ni trabajo, ni vida digna. Era como un pueblo en el desierto, abandonado con tristeza.

—La pobreza —me dijo ella con sus ojos luminosos humedecidos—. Este es un mal que no debería existir. Dios nos dio la tierra a todos para aprovecharla y vivir felices, nunca para pisotear a los semejantes hasta el punto de dejarlos morir de hambre, abandonados en un país extranjero pidiendo refugio. Hay muchas maneras con las que se mata el alma y el cuerpo de los hijos de Dios.

Frente a nosotros pasó un niño muy pequeño, sus piernitas casi no tenían fuerza para sostenerse, no parecía tener papá o mamá, solo una niña mayor que lo cuidaba con mil dificultades. Su cuerpo estaba lastimado y las moscas le revoloteaban por la cabeza.

Me incliné y sentí la necesidad de abrazarlo, pero recordé que eramos solamente espíritus, y en ese momento no nos podían ver ni al ángel ni a mi.

Arrodillado como estaba en el suelo recé un Padre Nuestro y concluí: "por tu dolorosa pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero".

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